miércoles, 29 de junio de 2016

El laberinto mágico.

A estas alturas de la vida y todavía no sé qué es o qué debería ser el teatro. Quizá tenga más claro que NO quiero que sea. No quiero que sea un sitio cómodo, ni acomodaticio, no quiero que sea un reflejo de la realidad, ni que sea la realidad. Quiero que sea un sitio libre donde lo que vea me mueva y se mueva. Quiero que esté vivo y que se deje estrujar como la plastilina. Quiero que no sea la vida, porque la vida ya es. Quiero que si no experimenta y decide recrear, que lo revivido se me meta y me cambie. me toque, me conmueva y me renueve. Si deciden que sea la vida misma (nunca podrá ser la vida misma) al menos que sea reinventada o revivida. El lugar común, la recreación, la repetición, el cliché, lo inamovible, lo predecible, lo cómodo me interesan poco o nada. Ya estoy muy mayor. 



"El laberinto mágico" tiene cosas buenísimas, otras no. Cuenta con otro alarde de la prodigiosa visión de Monica Boromello que vuelve a poner poesía en el escenario con una escenografía y un vestuario sencillamente perfectos. Está muy bien iluminado por Ion Aníbal llevando sombras a donde hay luz y creando luz entre las sombras. Tiene una correcta versión de José Ramón Fernández que reincide sobre la misma moraleja una y otra vez. Las palabras de Max Aub hay momentos en los que son de una belleza sobrecogedora. Indiscutiblemente es una obra gigantesca y reducirla a un espectáculo de dos horas es jodido. El lenguaje, las situaciones, el prisma, el lugar desde donde nos cuentan las situaciones y la profundidad emocional de lo que sucede es brillante, doloroso, preciso y de una belleza que te estremece. La versión, obviamente cuenta con ese material aunque lo reduce quizá demasiado a un folletín con menos profundidad de la que aparenta y con una reiteración de las situaciones que no beneficia a las dos horas de montaje. Y la dirección es justamente lo que esperas. Todo es limpio, correcto, frío, colocado, recreado, dibujado. No le veo punto de vista. Y no hablo de simpatía por un bando, que eso sí, pero esa simpatía no deja de ser una pose que en este caso además, es lo de menos. Tampoco tiene vida más allá de la postal. Los actores están movidos con vigor pero sin espíritu, sin eso que no se ve pero se nota en la vida del espectáculo. A mí, que sentía simpatía por lo que veía, no me tocó apenas nada. Porque estaba viendo justamente lo esperado. Limpio, ordenado, aséptico, acomodado y predecible. Tan correcto, predecible e higiénico como el Galileo de hace poco. 
Los actores son todos buenos. A muchos de ellos los acabamos de ver en "Vida de Galileo" y ya ahí estaban todos correctos, bien, demostrando profesión y tablas. Otra cosa es que me parezca bien o regular que empalmen dos montajes seguidos en un Nacional. A ver, que por ellos genial, me alegro infinito, estaría bueno. Pero por otro lado, un nacional... ensayos... cotizaciones...promoción...seguridad...te ve to dios.. no sé si debería estar más repartido y que rule más la profesión. No lo sé. 
Pero ellos están casi todos estupendos. Demuestran casi todos que son buenos actores, buenos ejecutantes y trasladan a la escena todo lo que les han marcado. Casi todos demuestran poderío sobre la escena, manejan bien los silencios, las miradas, las intenciones, el poderío, el orgullo y el manejo de la escena. Casi todos demuestran que son muy buenos actores.

Y así... tras dos horas y pico en las que en algunos momentos repasé la lista de la compra salí del teatro y me fui a cenar tal y como había entrado. Eso sí, afianzando la idea de que en este país si algo hay son actores y gente dispuesta a entregar su vida por el trabajo en un escenario. Me inclino ante todos ellos. Y bravo por los músicos, Paco Casas y Javier Coble, fabulosos. 


       

sábado, 11 de junio de 2016

Yogur/Piano . Espacio Labruc

Algunas veces me ha pasado que he ido a ver un espectáculo del que todo el mundo habla bien y me he encontrado con joyas auténticas. Pero Yogur/Piano no es un espectáculo. O no es sólo un espectáculo. Más bien es una experiencia. Pero no es sólo una experiencia. Es uno de esos acontecimientos en los que uno se ve metido de pronto que suponen una transformación, que se te meten queriendo o sin querer en tu interior y te traspasan. Y es que cuando uno entra en Yogur/Piano acaba modificado, mejorado y estremecido. 



¿Qué tiene de especial Yogur/Piano? Todo o quizá nada. Tiene ante todo, en todo y por encima de todo la inteligencia personalísima, única y sobrecogedora de su creador, Gon Ramos. 
Voy a contar una de abuelo: la primera vez en mi vida que vi a Gon nos tocó hacer un ejercicio que era una especie de primer acercamiento a "La gaviota". Claro, todos nos pusimos como trascendentes , en plan sufrimiento, lirismo, romanticismo, vaivén. Y llegó Gon, agarró una escoba y se puso a barrer la sala del Teatro del Barrio. Y yo flipé, porque aquella era la única "Gaviota" de la clase. Lo demás eran clichés y lugares comunes. Gon pilló la puta esencia y nos la puso delante de los morros como lo más natural. Si Paco Bezerra es capaz de mirar un patio de vecinas y ve dieciséis capas de podredumbre y de mierda oculta que el resto no somos capaces de ver, Gon mira a una persona y ve en ella diecisiete capas de soledad, inquietud, duda, nervio, ganas, amor, necesidad, perturbación, asco, rabia, ternura... Gon Ramos, sin ningún género de dudas es un puto genio sobrehumano. 
Por eso es capaz de regalarnos este trabajo, que arranca con una escena larguísima en la que unos seres solitarios lanzan fragmentos de monólogos casi como si se tratara de una tormenta mental en la que soledad, desarraigo, falta de cariño y búsqueda de calorcito humano se envuelven de una música repetitiva y desasosegante. Se alcanza tal nivel de presión, agobio, desesperación y energía que casi es inaguantable. Te juro por Chejov que estuve a punto de salirme porque NO lo podía soportar. 
Y en medio de ese catálogo casi enfermizo de soledades y desafectos surgen momentos realmente antológicos como el de la chica que lleva veinte años bailando igual (y la consiguiente metaescena en la que se nos desgrana la forma de trabajar de Pina; repetición y repetición para conseguir una emoción más real). Esta escena en la que por tol morro nos explican qué van a hacer a continuación es totalmente brillante. Te cuentan qué vana hacer, lo hacen y entrasssss gustoso. ¡¡¡Es una puta obra maestra!!!! O esa otra escena en la que Marta Matute (angelical, sabia, madura y todo un catálogo de vida en un escenario) boxea y golpea repetidamente mientras mantiene un diálogo con su hijo y con su entorno. Creo que pocas veces se ha visto algo así. Por intensidad, por profundidad, por ingenio, por buscar y encontrar otra forma de contar las cosas y de darles vida.      
Esa repetición la llevan al extremo según avanza la experiencia hasta llegar al como de los colmos, que es cuando tocan el tema de Sigur Rós todos juntos, mano con mano. Paroxismo estético, orgasmo general entre le público y lagrimones rodando por mis mejillas del tamaño de los melocotones de Opencor. 



No puedo contaros mis sensaciones con un cierto orden, porque se me avalanzan los recuerdos y los estremecimientos y no sé ni ponerles freno ni colocarlos. Ni quiero, vamos. 
No soy yo muy de considerar que escribo críticas sino "comentarios" o "visitas" a espacios donde vivo experiencias. Por eso Yogur/Piano me vuelve a la mente y la estómago agolpado, desordenado. Y como mi intención es compartir sensaciones, sigo a mi bola. 
A ver, Yogur/Piano evidentemente tiene una estructura pensadísima y por supuesto certera. No es producto de la casualidad sino de la sabiduría, está claro. De la vorágine de la primera y eterna escena se pasa casi a lo tonto a los sentimientos a palo seco. Tras un lamento de Dido helador y sobrecogedor que nos regala Jos Ronda (grandioso) nos movemos de piel a corazón y de tripa a víscera. La escena en la que Nora Gehrig intenta componer una pregunta acompañada de sus razones, sus consecuencias y sus límites debería pasar a la historia del teatro. 
Algo tan sencillo, tan pulido y tan sensible como es mirar a los espectadores, compañeros de trance se convierte en una catarsis para todos los mirados. Esos minutos eternos en los que ejecutantes se funden emocionalmente con los miradores es de un lirismo seco, de una intensidad emotiva descomunal y por sí sola da sentido a lo que es le teatro. Yo hago esto para ti. 
Voy a hacer otra de mis comparaciones chorras. Recuerdo una peli de Kiarostami, "A través de los olivos" que terminaba con un plano eterno de cerca de cinco minutos o más (que en cine es una salvajada) en el que se veía simplemente a un hombre alejándose entre los olivos. Bueno, pues si aquel plano era poesía pura, desnuda y de una belleza sobrecogedora, toda la escena final de los actuantes tocando juntos el piano y saliendo de escena es posiblemente el momento lírico más profundamente emotivo que he vivido en un teatro en muchos años. No puede ser más pacificador y celestial. No hay mayor belleza. 
Tengo poco más que decir de Yogur /Piano. Que tanto la idea, los textos, la puesta en escena, cada decisión, cada medida, los cinco actuantes, la música, el músico, las luces... todo es PERFECTO, rompedor, elaborado, estremecedor, acojonante y de una belleza sublime. 

El teatro no sé qué es. El hecho teatral quizá sea o tenga que ser un milagro. Un trozo de vida real o no, inventada o robada pero que se debe regalar con amor. Gon, Dani, Marta, Nora, Itziar y Jos sacrifican sus cuerpos y sus emociones más sinceras y nos invitan a visitar nuestros sentimientos. Por si nos pensábamos resistir ellos nos guían y nos conducen al cielo. Y nos dejamos querer. El teatro es bucear en nuestro interior, revolver pasado, presente y futuro, poner delante de nuestros morros lo más movedizo y dejar que la realidad inventada y recreada nos invada, nos cambie y nos mejore. Gon y su equipo hacen un mundo más bello, más sano y mejor cada día que deciden prestarnos sus emociones y regalarnos este viaje. El que se lo pierda, morirá con un trocito menos de felicidad en el corazón. Y sería una pena.  










      

jueves, 2 de junio de 2016

¡Cómo está Madriz! Teatro de la Zarzuela.

Yo es que soy muy macarra, y eso de ver el patio lleno de cardados acojonaos, temblando, gritando, rezongando (pero sin moverse del sitio) y ofendidísimos, me pone. Y escuchar a una visona en el descanso decir: "hasta esto nos quieren quitar" hace que me parrrrta de risa. 




Estas señoras enjoyadas siguen pensando que el coco les va a expropiar sus casas, que el fantasma comunista les va a quitar sus joyas y van a convertir sus salones en comedores sociales llenos de ¡pobres! Menos mal que les queda sus teatro, con sus zarzuelas y sus cosas pa ellos y nada más que pa ellos. Y ahí se sienten a salvo, porque están convencidos de que ese es su reducto, su santuario y que ahí van a poder disfrutar de sus "cosas de siempre", de sus zarzuelas hechas a la antigua usanza, hechas "como dios manda". Y no, cariñas mías. Desde el momento en el que se abren las puertas, empieza a entrar el aire y eso es imparable. Es como el agua, que por mucho que quieras ponerle diques, se escurre y es indomable. Eso pasa con la libertad y con el aire fresco del tiempo. En casa, una vitrina con la vajilla de mamá, los fines de semana a visitar el codo incorrupto de santa Régula y al teatro... a ver polillas y alcanfor. La señora Havisham seguía vestida de novia y comiendo su tarta de bodas, sí, pero entre ratas y además estaba loca.
La Zarzuela es como todo el arte; libre, moderno y oxigenado. Que te guste o no es también como todo, algo libre. No a todo el mundo le gusta la danza, no a todo el mundo le gusta el circo, no a todo el mundo le gusta Mahler y no a todo el mundo le gusta Monet. Para dar su versión y su visión y de paso dirigir "¡Cómo está Madriz!" se llamó a uno de los directores de escena más actuales, novedosos, sólidos y valientes del panorama. Y claro, gracias a eso ha entrado de nuevo (y van unas cuantas ya) aire puro y fresquito en la Zarzuela. Y servidor reconoce que agradece eso tanto como una cerve fresca en pleno verano. Vivimos tal ascenso del facherío social que al menos disfrutar de soplos reales, vivos y actuales te dan la vida.




Al lío: yo no soy un entendido en Zarzuela, ni mucho menos, desconozco las obras originales, "La Gran Vía" y "El año pasado por agua"  y no sé de qué forma les ha metido mano Miguel del Arco. Lo que sé es que el espectáculo que vemos tiene unidad y solidez. Paco vive en la Plaza Mayor con su novia Merche y en una noche de trajín comienza a soñar que las calles de Madrid le hablan. A partir de ahí empieza la aventura de Paco, joven del siglo XXI en medio del Madrid de finales del IXX. Imagino que lo que se conserva de las zarzuelas originales serán los números musicales (quizá esté diciendo una burrada y si es así pido perdón, es fruto de mi ignorancia) y Miguel del Arco ha creado todo el entramado teatral que aglutina esos números. El resultado es un espectáculo divertidísimo de la muerte, actual, en el que se mezclan todo tipo de referencias actuales e históricas con mucha soltura, bien hilvanadas, coherentes, descacharrantes y fabulosamente interpretadas. El primer número, el de las calles es sencillamente sublime. Y la creación de San Bernardo de Ángel Burgos... debería pasar a la historia del teatro. El vestuario de Pedro Moreno es una maravilla y le da al espectáculo un empaque cómico e ingenioso que te lleva de la mano. Son casi como ninots vivos moviéndose por el escenario. La escenografía de Eduardo Moreno está bien resuelta y sirve para lo que está pensada, para ser funcional y ayudar al dinamismo de esta obra. Sin embargo las luces me parecieron peor resueltas, con muchas zonas oscuras y en penumbra y con un uso de los cañones demasiado impersonal. Aunque en una obra tan coral y con tanto trajín es casi imposible hacerlo de otra forma.   




Quizá la única pega que lo podría poner es que arranca con tanta potencia que a veces resulta difícil aguantar el nivel de atención. Quiero decir, a ratos, sobre todo hacia le final de la primera parte se me empezó a hacer un poco cuesta arriba y empezaba a decaer la atención. Quizá era demasiado tiempo con la misma fórmula y mi cuerpo necesitaba otro incentivo novedoso. 
Todo el discurso social era decididamente izquierdoso y eso, por supuesto empatizaba conmigo. Tanto como provocaba la ofensa de una parte del público que se retorcía con cada mención a Pablo Iglesias, a Podemos o con la menor crítica al PP. Eso, sinceramente, provocaba más empatía aún conmigo, qué se le va a hacer. 
Sí hubo dos momentos que me parecieron para la galería e incluso contraproducentes. Estoy convencido de que el teatro educa, crea y cambia. Si no, no merece la pena. Aunque sea puro divertimento, es obligatorio y necesario que salgas cambiado. La broma con Benavente, esa de "tengo un hermano como tú" y el comentario de la bailarina con la que se va Merche...sinceramente creo que son gratuitos y aunque consiguen la risa del público, me parece necesario desterrar de nuestras vidas los tópicos hirientes e injustos que se esconden en los chistes de mariquitas, de lesbianas, de gordos, de bajitos, de gafotas... Es evidente que la intención no es ni remotamente ofensiva, pero... me chirriaron. 




La orquesta sonó divinamente, bien agitada por la batuta de José María Moreno. El coro divertido y entregado. Disfrutando de la gamberrada y relajados.
En el aspecto actoral... fabulosos todos. Grandiosos Jorge Usón y Ángel Burgos, fantástica Manuela Paso, Ana Goya soberbia como siempre, Carlos Martos y Miriam Montilla estupendos... y todos y cada uno de los actores estuvieron fantásticos. Por supuesto, Paco León que demuestra que es un showman aplastante. Hace de todo, todo en su justa medida y todo bien. Un genio. 
Isabella Gaudí fabulosa, cantó con desparpajo y con una voz admirable en timbre y en habilidad. Amelia Font, Luis Cansino, los ratas... estupendos. Amparo Navarro se lleva el número más breve, el chotis pero demuestra que es quizá la mejor voz de todo el conjunto. Grandiosa. María Rey-Joly salió peor parada. Aunque su entrega actoral es admirable, resulta un poco gritona y vocalmente... quizá estaba cansada porque no conseguía ni agilidad ni versatilidad. 

En conjunto creo que el espectáculo es sobresaliente, arriesgado, divertidísimo y una muestra más de que la zarzuela no es un género apolillado ni para las yayas. Lo que hay que hacer es ponerlo en manos de gente contemporánea, divertida, actual y viva para que le den el toque que necesita de modernidad, de actualidad y de supervivencia.