domingo, 28 de febrero de 2016

Pequeño catálogo sobre el fanatismo y la estupidez. La pensión de las pulgas.

"El plan" se llevó el premio al mejor espectáculo teatral en los galardones organizados por la revista Godoff. A mí me había flipado, me lo pasé en grande y sin duda me pareció uno de los mejores trabajos de 2015. No me gustó tanto "Dignidad", pero es que este "Pequeño catálogo..." no me ha gustado en absoluto. 
Cuatro piezas y una introducción. Supuestamente uno de los secretos es ir descubriendo poco a poco que los personajes son los mismos o están directamente relacionados con los personajes de las otras historias. Aparte de eso, en mi opinión lo que vemos es una serie de tópicos y lugares comunes o sabidos rodeados de buenrollismo y azúcar blanca, morena, de caña y edulcorantes varios. Como en la escena entre Ander y Blanca. Todo es buen rollo, almíbar en medio de una situación que dramáticamente no se sostiene y que sólo se basa en tópicos, personajes endulzados a los que sólo les falta una banda sonora de peli de Mercero. La escena de la barbería también es tópica y típica. Cliché tras cliché y personajes pasados, estereotipados y planos.



Escénicamente además los actores se encuentran en situaciones comprometidas, como Miriam Montilla recreando a la madre andaluza con "acento" de un hijo de su edad y teniendo que inventarse cómo pasar de estar recogiendo unos platos a pelar unas mandarinas así porque sí.  
Yo lo siento, cuando descubrí a Ignasi Vidal pensé que iba a ser una revolución en mí, pero en este "catálogo" se me ha desinflado por completo. Sinceramente (y puedo estar totalmente equivocado,  claro, todo es cuestión de opiniones y de gustos) creo que no todo lo que sale de una pluma es bueno. O uno es un genio absoluto y produce genialidades una tras otra, o para escribir textos buenos, lleva su tiempo. Y no todo lo que se te ocurre es bueno o tiene por qué tener la chispa suficiente. En este caso y en mi única y estricta opinión, el texto de Vidal no llega a lo que pretende y no emociona, ni toca, ni roza. Y los golpes de efecto con los que intenta descolocar se quedan en eso, en un intento. 
Espero que Ignasi Vidal recupere el duende que tenía, al menos conmigo y vuelva a escribir textos realmente importantes porque si fue capaz de crear "El plan" es alguien que merece la pena tener como referencia.          

Dios K. Matadero.

En julio pasado fuimos a ver "I'm sitting on top of the world" dentro  de la programación del Frinje. En ese momento, Antonio Rojano y Juan Francisco Ferré dramaturgo y autor nos explicaron que lo que íbamos a ver era el 75% de la obra, ya que montarla entera era caro y no tenían dinero para más. No entiendo mucho de eso, pero si tienes ensayadas tres cuartas partes... ensayar el resto quizá no sea una cuestión de dinero, ¿no? Bueno, a lo mejor sí, entre que pagas ensayos y demás...



A lo que voy, que entonces nos cobraron, eso sí, el precio total de una entrada y vimos tres cuartas partes del espectáculo. En su momento me pareció un asomo de algo, una sucesión de escenas en torno a la figura de Dominique Strauss-Kahn que de pronto terminaba. Claro, no estaba completo. Faltaba una parte. Ahora lo han terminado y lo vuelven a presentar completo y con nuevo protagonista. Y mi sensación ahora es que es una sucesión de escenas en torno a la figura de Dominique Strauss-Kahn que de pronto termina. Tampoco es que el tema sea ya de rabiosa actualidad ni que se hable de temas universales. El texto me parece que es un ir y venir a través de distintas escenas no siempre bien hiladas que deambula sin un sentido del conjunto claro. No sé de dónde viene, no sé dónde está y no veo a dónde va. ¿Los desatinos del poder? ¿La ceguera de los poderosos y sus excesos? ¿Los poderes corruptos y crueles? ¿La sociedad deshumanizada? Puede ser. Pero no lo sé. Como no me queda clara la simbología del mago de Oz, de la ciudad Esmeralda, de los chapines colorados, de la supuesta bruja buena del Norte...
Alberto Jiménez es un grandísimo actor y lo ha demostrado quinientas veces. Pero aquí aparte de no dar mucho el tipo de alto dirigente de hiperorganismo internacional, está algo errático. Mona Martínez reconozco que dice bien, sabe lo que dice y hace, tiene tablas y solvencia pero hay algo en su forma de decir que me saca. Y la veo demasiado preocupada por dar vida a sus manos. 
Victor Velasco me sorprendió y me encantó dirigiendo "No hay papel" sin embargo aquí no me convence. El espacio escénico es aleatorio y creo que no ayuda nada ni está bien empleado. Y las escenas se encadenan unas con otras sin ningún brío. Tampoco descubro qué me están contando, qué me quieren contar desde dónde me lo quieren contar ni cómo me lo quieren contar. Fuimos al día siguiente del estreno y la verdad es que habría unas tres cuartas partes de público. Una pena porque los dos actores dan la cara a medio metro de ti y eso siempre es de admirar y envidiar. Pero, conmigo, en esta ocasión, no funcionó.          

La prohibición de amar. Teatro Real.

Ir a ver una ópera escrita por un chaval de 21 años despierta curiosidad. Si este chaval es Wagner, ya ni te cuento. Y si es en el Real, que mira que es chulo, pues ya se caga la perra. Y allá que fuimos. Chica, y qué bien me lo pasé. Divertidísima.

Musicalmente no es que sea una maravilla, pero tiene sus momentos. El dúo de monjas, el aria de Mariana, algunos momentos sueltos, los coros, ahí se ven destellos del gran Wagner, incluyendo ya Tannhauser. Ivor Bolton sabe sacar provecho de la orquesta, que pese a sonar algo deslavazada en la obertura, poco a poco fue ganando peso y acabó sonando maravillosamente bien.




Kasper Holten se encargaba de la dirección de escena. Cuando uno decide ponerse al mando de un proyecto, lo primero debe tener claro lo que va a contar y luego tiene que decidir de entre las muchas formas de contarlo, cómo va a querer hacerlo. Eso es responsabilidad única y exclusiva del director y él es quien decide. Holten ha decidido tirar por el lado de la comedia, de la comedia gruesa además. Y la verdad es que es un acierto. A ver, si sigues el libreto tal cual, todo lo que se dice podría haber sido superserio y trascendente. Pero no, esas mismas palabras con un envoltorio jocoso como este que han elegido funciona de maravilla. Y teniendo en cuenta que la partitura no es gloriosa, ni redonda ni demasiado pulida a veces, el tirar por este lado frívolo y llamativo ayuda mucho a que pases un buen rato. Esa misma partitura hecha de forma densa, queriendo buscar solemnidad habría sido un quiero y no puedo. Por eso los SMS, las proyecciones, la escenografía, los brillis, el vestuario, los neones y las escaleras vodevilescas son todo un acierto. Bueno, ya desde la obertura, con la cara de Wagner haciendo muecas, jeje.
Si el envoltorio estético funcionaba bien (hablo siempre según mi gusto particular) el reparto vocal e interpretativo fue bastante más desigual. Vimos al segundo reparto.  
Leigh Melrose fue sin duda de lo mejor de la noche. Su Friedrich fue asqueroso ,divertido, patético, calentorro y babosón. Cantó bien y completó el empaque de su creación con una grandísima actuación. Si Melrose cantó bien, quien brilló más que nadie fue Martin Winkler, que cantó con un vozarrón increíble el Brighella y además demostró ser un pedazo de actor con mil recursos. Grandísimo actor que se expresa cantando, y cantando de maravilla. Bravo.




María Miró cantó también de maravilla. Su preciosa aria fue uno de los momentazos de la noche y aunque comenzó graciosa y pizpireta, se fue enfriando y terminó algo sosa como actriz. Sonja Gornik era Isabella, y a pesar de que por su aspecto pareciera una novicia de fe tardía, cantó realmente bien. Su madre superi... digo su novicia inocente resultaba brusca y dominanta pero cantaba que daba gusto aunque con un timbre algo monótono. María Hinojosa cantó bajito, con poca voz y daba la sensación de que sólo movía los labios cuando había un poco de follón y estaba cubierta. Sólo cantó un poco más y mejor en su escena. Peter Bronder tiene una voz que no me gusta nada y su forma de cantar tampoco. No puedo decir que estuviera mal, pero no me gustó nada de nada. Y el tenor Mikheil Sheshaberidze cantó un Claudio realmente desafortunado. Digamos simplemente que no dio una nota en su sitio. Aparte de que como actor... ni de lejos. Es de esos cantantes que en cuanto empiezan a cantar pierden la articulación de la rodilla y de  cadera para abajo tiene dos palos que van moviendo como si fueran zancos. Inenarrable. 
Así que resumiendo, divertidísimo montaje con una puesta en escena ágil y muy positiva, buena batuta y unos cantantes... desiguales pero interesantes, con un par de ellos magistrales. No te lo pierdas.    

sábado, 27 de febrero de 2016

Vida de Galileo. Valle Inclán.




Si sales del teatro pensando en si hay cerca un restaurante mono para cenar algo sabrosón y pedirte un vino rico, es que lo que has visto no te ha marcado en absoluto. Y no es que tenga que haber un antes y un después de cada cosa que ves, pero salir exactamente igual que como has entrado y que nada te haya emocionado en absoluto es un poco como que no. Eso me pasó con esta "Vida de Galileo", que por mucho Brecht... na de na.
El texto me parece anticuado y que ha resistido regular el paso del tiempo. Realmente ni creo que profundice mucho en el pensamiento de Galileo ni el "intríngulis" de lo que está pasando te haga estar alerta. Además la dirección de escena de Ernesto Caballero no ayuda. La escenografía de Paco Azorín no pasa de correcta aunque tampoco es destacable. Como le sucede al vestuario de Felype de Lima. Todo es correcto pero nada luce especialmente. Y no es por aquello de que "no hay mejor iluminación que la que no se nota", no. Es que todo es correcto, sí, pero poco o nada pasional, poco o nada destacable, poco o nada vivo. Corrección, limpieza y funcionalidad. 
Lo de comenzar como si estuviera la compañía en medio de los ensayos e irrumpiera un personaje ajeno (no quiero desvelar nada, por si acaso) no recuerdo que esté en el texto ni me parece nada original. En todo caso, de hacerlo, hacerlo bien, pero que Ramón Fontseré hable en "alemán" con ese acentazo es increíble y... bueno, dejémoslo en increíble. Movimiento escénico poco original y previsible. Todo iba sucediendo tal y como te lo esperabas, como lógicamente debía suceder. Vale, volvemos a lo mismo, corrección y frialdad.



El reparto también es correcto. La única pega que se puede poner es el tremendo acento gallego de uno de los actores. Pero exagerado, que a mí particularmente me despierta la hilaridad. El resto, incluido Fontseré están correctos. Ni bien ni mal sino todo lo contrario. Bien, correctos, sin estridencias ni nada llamativo. Bueno, las canciones sí resultan estridentes. Lo siento pero sí. 
Nada estorba (salvo esos acentos...) nada falta, nada crece, nada vive y nada perdura. Pasas dos horas y pico sentadito viendo justo lo que esperas ver, sales y te vas a cenar. La vida sigue. La vida no se ha detenido y TU vida no se ha alterado.          

Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano. Matadero.




Sin duda es un lujo ver a un actor como José María Pou dando un recital como el que da en esta función. Lo mejor de la función, sin ninguna duda. Es un monstruo que comprende, digiere, crea y emociona con cada palabra que pronuncia. Sonará a perogrullo, pero lo principal para un actor es entender cada palabra que dice; saber de dónde viene, cuándo nace a dónde quiere llegar, cómo y qué quiere transmitir con ellas. Ya, vaya bobada, ¿no? Pues no. Cuántas veces ves y oyes que el actor o la actriz pasa por encima de muuuuchas de las cosas que dice. Y si eso fuera elegido, pues muy bien, pero a veces no lo es. Simplemente se dice, más o menos bien y con más o menos intensidad el texto y no se para uno a analizar todo lo que hay dentro de esas palabras. Bueno, pues Pou sí lo hace. Claro, es un monstruo incontestable. Y aquí consigue que en todos y cada uno de sus interminables monólogos no pestañees ni apartes tu mirada de su rostro sabio y dúctil. 
El texto de Mario Gas y Alberto Iglesias es denso y casi aburrido. Raca raca sin parar. Hablar, hablar y hablar y un juego escénico escaso y seco. Quizá visto en Mérida sea distinto, por lo grandioso del entorno y lo que marca. Pero aquí, sin más acompañamiento que la oratoria, se hace farragoso. Que quede claro que no es que el texto sea malo, ni mucho menos, es denso y es demasiado. Hablar de verborrea y de dialéctica unidas a Sócrates es lógico, pero escénicamente se sostiene por la "esencia" del texto y el trabajo de los actores, no por el atractivo del propio texto. Ladrillo denso que si no va bien envuelto se hace cuesta arriba. 
Escénicamente la dirección de Mario Gas se limita a situar a los actores y dejar que hablen. Sí, el texto es poderoso y tristemente actual, pero sin más juego ni más punto de vista, queda un poco vacío. En Mérida, esa ligereza en la escena y esa densidad en el texto serían gozosas, segurísimo, pero en un espacio como Matadero, por muy "distinto" que sea, se queda lastrado.
Repartazo sin tacha. Amparo Pamplona se marca un monólogo memorable, Carles Canut habla de tú a tú con Pou, Pep Molina siempre seguro y efectivo, Ignacio Jiménez y Ramón Pujol fantásticos y cercanos y Alberto Iglesias bien. 
Y Pou inconmensurable. Gigantesco, en cada palabra, en cada gesto y en cada silencio.


         

lunes, 22 de febrero de 2016

Hamlet. Teatro de la Comedia.

Te lo digo ya de entrada para que no pierdas el tiempo leyendo si es que te ha gustado; a mí este "Hamlet" de Miguel del Arco NO me ha gustado. Miento, me ha gustado una escena y media. Gustarme de gustarme, de convencerme, de emocionarme. Lo siento en el alma por muchos motivos. El primero, porque siempre que voy al teatro voy con la expectativa de que me guste lo que vea y segundo porque adoro el trabajo de Kamikaze, Miguel del Arco me parece un gran director, el texto original.. en fin, es una obra maestra y encima el reparto es así como de ensueño. Pero no.



Igual empiezo por el texto. Miguel del Arco firma la versión. La anterior adaptación, la de Misántropo a la época actual me gustó muchísimo. Me pareció acertadísima y coherente. Creo, o al menos esa fue la sensación que tuve las veces que vi la función, que se había trasladado completamente la acción. Era como si hubieran cogido el texto en bloque y lo hubieran situado en pleno siglo XXI. Y así funcionaba de maravilla. En esta ocasión, simplemente desde el comienzo, cuando se proyecta una imagen de la Gran Vía no me queda claro si se quiere trasladar al siglo XXI la acción, aunque creo que no. La sensación última que tengo es que se han metido referencias, detalles, incluso expresiones como el "guapérrima" ese horrible, que más que traernos a este momento y a las redes sociales, que es donde se oye esa expresión justamente ahora (quizá dentro de una año ya no se use). Bueno, pero ciñéndome sólo al texto, esas concesiones como el "guapérrima" no me gustan nada. Me resultan formales y caprichosas pero que no responden a un punto de vista ni a que ese sea el sitio desde donde del Arco me quiere contar la historia del príncipe. A ver, es evidente que todos somos muy dueños de tomar las decisiones que nos de la gana, incluso si son simplemente formales. Pero en ese caso el riesgo es que la comunicación se rompa o no se de. Conmigo no se dio. Conmigo el "guapérrima" no funcionó. Como no funcionó el comenzar la función por el final. "Muerto, estoy muerto". Ese arranque para mí supone que se empieza la narración desde un nivel emocional altísimo. A partir de ese punto, como espectador, tener que subir y bajar de esa densidad emocional me supone un escollo, no un aliciente. La primera escena en la cama con un tercero al lado me parece también una alteración del texto esteticista pero vacía de punto de vista, puesto que no es el mismo que hay durante toda la función. Es sólo manierismo pero vacío. Y algo más pasa con el texto, porque no recuerdo haber oído el famoso "algo huele a podrido en Dinamarca". Seguramente se diga, pero no lo recuerdo. Eso es que o yo estaba a por uvas o por algún motivo, pasó desapercibido en mi mente. La broma de jugar con el origen argentino de Daniel Freire tampoco me funcionó en el monólogo del cómico. Me resultó una broma fácil y que en realidad tapaba un agujero negro del que hablaré más tarde. En definitiva, la adaptación que se ha hecho del texto no me convence. Me parece que desaprovecha mucha musicalidad y ritmo del texto de Shakespeare y exprime un lado contemporáneo que no ayuda nada. Al menos no funcionó en mí, porque me daba sensación de trampantojo, de truco vacío y no filosófico respecto al sitio desde donde me contaban la historia. Ese esteticismo incluso lo veo en las fotos del espectáculo. Hamlet es tierra, Gertrudis es ¿hielo?, Ofelia es agua, pero el resto... ¿son todos hojas, todos musgo, todos bosque, naturaleza?  



La puesta en escena creo que tiene momentos que también van y vienen. Lo principal que echo en falta es un poco lo que he dicho antes. Un sitio claro desde donde me cuenten la historia. No lo noto. Creo que igual que el texto va y viene, la intención del director con lo que me está contando y con el cómo lo está haciendo va y viene. Incluso escénicamente se mueve según el momento entre el lirismo, el juego, la caricatura y lo epatante. Claro que una función no es lineal, pero entre la densidad de la escena de Hamlet con Gertrudis y el reguetón de Ofelia hay un universo. Además si hemos empezado la función desde el "estoy muerto", yo como espectador estoy colocado emocionalmente en un sitio delicado y si luego me llevas como en una montaña rusa de la caricatura a la poesía y del barrio a la densidad yo lo que hago es defender mi emoción y sacar las uñas. y así se rompe la conexión con lo que estoy viendo. Porque vamos a ver; si entro en el drama que tiene Hamlet y el marrón en el que está Gertrudis, no puedo ver impasible la escena de la locura de Ofelia sin sonrojarme. El potencial lírico que tiene Ofelia casi siempre, pero sin duda desde que él la rechaza y definitivamente desde que asesina a Polonio, es tan brutal que desperdiciarlo, aún siendo un derecho, también es un riesgo. Pero de las infinitas posibilidades que hay entre medias, elegir ese vestido rojo, el micro, el carrito y el reguetón me parece salvaje. Es querer buscar lo rompedor por lo rompedor. Y me parece que es robarle a la actriz uno de los momentazos de su carrera. Te juro por lo más sagrado que casi todo el papel de Ofelia, pero ese momento en concreto me pareció un desperdicio porque de todos los sitios posibles, se eligió el más premeditado. Sabéis que el "Fausto" de Pandur me flipó. Pues en cierta medida me recordó a Marina salas y los cubos de agua. Con la diferencia de que los cubos de agua me estremecieron y me parecieron no sólo coherentes sino necesarios, eran la única forma de contar aquello. Pues el micro y el reguetón no. Aquí me pareció frívolo, premeditado y sonrojante. Sería mucho más rico y consecuente por ejemplo, haber trabajado más en el límite de la locura irracional. Una mente rota que piensa una cosa, siente otra y abre la boca y sale una tercera. Una mente equivocada y errática. Pero claro, esa sería MI decisión que no es ni mas ni menos que la que ha tomado Miguel del Arco. y está claro que el que dirige es él.



Estas decisiones se trasladan sin querer (o queriendo) a los actores y a su interpretación. Todos son grandísimos actores pero algunos de ellos, creo yo, están conducidos por terrenos pantanosos.   
José Luis Martínez está efectivo. Su enterrador, pese a ser una opción bizarra... lo resuelve bien. Osric también. Pero para mi gusto Polonio se queda en la superficie, en un amaneramiento "pelotil" gracioso y poco profundo. Y Polonio, como todos necesita alguna vuelta más. Si le pones la peluca, es Osric. Nada le define aparte del tono cómico. Cristóbal Suárez me parece un grandísimo actor, lleno de recursos y de saber. Pero Laertes no. Está amanerado y demasiado melodramático. No es que lleve el dramón dentro o la tragedia de la familia, no, lleva el melodrama y sus llantos resultan falsos y exagerados. Y Rosencratz no para, está revolucionado aunque funciona mejor porque el calado de este personaje es menor. Laertes es un bombón pero queda desaprovechado por buscar en él la tragedia que quizá debería estar más en su hermana. Ángela Cremonte durante toda la primera parte me parece que "dice" de una forma rara, antinatural, casi parece como si estuviera cantando. Acentúa las palabras de forma rara y a veces, da la sensación de que imitara a otra compañera suya. No me convence nada todo el arranque de esa Ofelia cantarina. Y cuando se enfrenta a la tragedia y al vacío y opta por la locura se desboca de tal forma que ya no cuenta con mi simpatía. Creo con el corazón en la mano y el alma partida que su escena de la locura es un desperdicio. El reguetón es inaudito y cuando luego la inmensa Ana Wagener nos narra su muerte, bien podría haber sido en un after en Loranca. Jorge Kent está fabuloso. Fabuloso Guildenstern y un Horacio sólido y abrazable. De lo mejorcito sobre el escenario. Poderío, sobriedad y peso específico. Daniel Freire está bastante desaforado. No es necesario poner esas caras de malo cuando es malo. Insinuar es más rico que evidenciar. Quizá bajando un pelín la intensidad ganaría en peso y en solidez. Y siento decir esto pero su lengua hay veces que le juega una mala pasada y acaba luchando contra un resto de acento que le hace tener ciertos problemas de dicción, o al menos, tener una dicción pastosa y espesa. Israel Elejalde nos da otro recital de cómo hacer de todo y hacerlo siempre bien. Aunque creo que el empezar desde tan arriba y ya desgarrado, llorando y rasgando su corazón en nuestros morros le hace estar quizá menos empático que otras veces y tener que moverse por el límite desde el minuto uno. Y si tienes por delante dos horas y tres cuartos... es complicado. Da unos saltos de emoción en emoción como si tal cosa y sale siempre bien parado. Este hombre es un prodigio de la interpretación y del revivir. 



Y Ana Wagener. La Wagener. La mejor actriz de su generación sin ninguna duda. Confieso incluso desde el amor que la primera parte de su interpretación, no me convenció. Entiendo que Gertrudis es una mujer en la flor de la vida y del goce y que a pesar de la muerte de su marido, decide vivir y gozar la vida. A partir de ahí, verá la puta realidad cuando su hijo le haga comprender la locura en la que está metida. Esa escena entre madre e hijo es, para mi gusto, la clave de la función. Ahí se juntan locura y razón, pecado y culpa, martirio y engaño. En ese momento Hamlet desnuda su alma casi por primera vez (monólogos aparte) y Gertrudis baja de su estado hiperactivo y descubre el marrón que tiene en todo lo alto. Su siguiente escena con Claudio es el momento del cambio. Ella ha visto la realidad que tiene ne su cama y poco a poco irá cambiando su sitio en esa familia. La Wagener para mi gusto está demasiado estridente en la primera parte, y aunque transmite perfectamente ese estado de placer despotorrado, quizá el tirar de agudos y de risas estridentes le resten el peso que aún en ese estado más frívolo necesita una reina. Una reina como Gertrudis, una madre que a fin de cuentas tiene al lado a un hijo que ha visto morir a su padre hace nada. 
Cuando al comienzo de este comentario hablaba de que me había gustado una escena y media, eran precisamente estos momentos. Desde la aparición de los retratos de los reyes hasta el final de esa escena y la siguiente con Claudio. Tuve la sensación de que en esas escenas, la Wagener de pronto echaba el freno, decidía dar tiempo al tiempo y crear una realidad en ese momento. cada palabra tenía eco, cada reacción de pronto era inesperada, era viva y era única. Ahí de pronto desapareció el público que tenía al lado, mi cuerpo se despegó de la butaca y voló hasta Elsinor. En esos minutos se creó vida y todo era único y real. Tempo, pausas, escuchar, oír, sentir, nacer, decir y provocar. Sólo por esos diez minutos de magia y de teatro vivo merece la pena haber nacido. Eso sólo lo hacen Israel, la Wagener y la mano de Miguel del Arco que ahí sí se puso donde a mí me mola. 

En definitiva, un espectáculo arriesgado. Del Arco ha querido, dentro de la sabiduría que le hace ser uno de los mejores directores de este país, jugársela. Arriesga en su apuesta y en sus opciones. Y como es el amo decide contar desde y como quiere. Conmigo no funcionó, no hubo magia entre lo que él propone y yo. No siempre pasa esto. Ojalá. Aún así, lo tienen todo vendido desde hace semanas Normal.                           




Otro día si eso os cuento mis dudas de que la traducción ideal de "question" sea "cuestión" en vez de "pregunta". Cosas mías.    

sábado, 20 de febrero de 2016

Arte Nuevo (Un Homenaje) Teatro Español

Antes de empezar con este comentario, quiero dejar claro que Garci no es de mis directores de cine favoritos. Tiene películas memorables, pelis reguleras y alguna que me resulta... pesada. Este, en realidad es un comentario prescindible, porque como director de cine puede ser como le de la gana, en este caso se trata de que sea BUEN director de teatro. Y ahí, ya te digo que no me lo parece. 
Cada una de las artes escénicas es en sí misma una especialidad con una forma de trabajo, un lenguaje y unas características completamente especiales y únicas. Hay que tener un poco (más bien un mucho, pero bueno) de control sobre el lenguaje que vas a utilizar. Encargar un proyecto a alguien sin experiencia es...cuanto menos... arriesgado. En este caso, en mi opinión, a Garci le ha sobrepasado desde la poda que ha hecho a los textos, buscando una versión más... no sé qué decirte, a algunas elecciones de casting pasando por la propia dirección de escena. 
Lo que es innegable es que José Luis Garci es una enciclopedia andante y que se conoce el cine clásico como la palma de su mano. Confieso y reconozco que yo aprendí mucho viendo la primera etapa de su antológico programa "Qué grande es el cine". Por respeto a esa inteligencia que no dudo ni un segundo que esté ahí, generando y buscando referencias y homenajes, decidí hacer algo que no he hecho jamás y que quizá debería intentar practicar más. Me explico; al salir, pensaba que estas dos eran dos obras menores de sus autores. Y como me extrañaba que alguien como Garci hubiera elegido dos obras menores, decidí buscarlas y leerlas para ver qué vio Garci en ellas. El movimiento "Arte Nuevo" nació para enfrentarse al teatro aburrido, apolillado y rancio de una época plagada de naftalina, de amor por el mármol, por las velas y por las catacumbas. Decidieron romper con esa forma anticuada de escribir y de hacer teatro. Sastre... en fin, ya conocemos su carrera. Medardo Fraile dejó enseguida el teatro y se centró en la novela y principalmente, en el cuento. He leído en alguna entrevista que Garci habla de "Cargamento de sueños" como de un "Esperando a Godot" adelantado a su tiempo. Visto lo visto, como que no, pero leído lo leído la cosa cambia. A ver, no creo que sea tanto "Esperando a Godot" como un reflejo de las corrientes existencialistas que sobre todo estaban rebosando en Francia en esos años aunque con un toque religioso que choca un poco con esa dicotomía "esencia/existencia". Eso sí está en el texto, en las palabras de Sastre si hay una lucha entre destino, fatalidad, fe, dios y ser humano dueño de sus actos y responsable de su pasado, causa de su presente y desencadenante de su futuro. Todo eso está en un texto al que Garci ha quitado parte de su esencia al escribir esta versión. Ha reducido escenas, podado momentos, enfatizado otros, ha utilizado reiteraciones, elipsis y armas que no están en el texto original. También ha suprimido personajes no sé con qué intención, porque particularmente me parecen casi vitales. Incluso la aparición de Jeschoua no tiene nada que ver con cómo está descrita por Sastre. No lo llego a comprender y te digo que si hubieran montado la obra tal cual es, todo adquiriría una dimensión totalmente distinta. Con "El hermano" pasa un poco lo mismo. Ha suprimido momentos decisivos, ha suprimido personajes importantes y directamente se ha inventado un final que no corresponde con lo escrito por Fraile ni de lejos. Lo peor es que lo que sugiere Fraile es mucho más terrible que lo que deja entrever Garci. Si ha querido buscar morbo, desde luego el texto original tiene mucho más. Y tiene muchas más capas de las que aquí aparecen. No estamos viendo una escena costumbrista en torno a una mesa y ya está. El texto de Fraile tiene referencias políticas, sociales, emocionales, suspense,  violencia, denuncia, morbo...todos los ingredientes que puede tener un GRAN relato corto, que es lo que es, aunque esté escrito como teatro. Por ejemplo, todo lo de Marcial Lafuente Estefanía es inventado, en el texto original, el padre lee el periódico y comenta las noticias. Tampoco encienden la radio ni se oye ningún dato sacado de Wikipedia.     
Aparte de estas "recreaciones" de los textos, la puesta en escena de las dos obras peca precisamente de lo contrario del movimiento al que quieren homenajear. Arte Nuevo querían romper con un teatro apolillado, pero lo que hace Garci es justamente eso. Bueno, ni eso. Si quisiera hacer un homenaje a Arte Nuevo habría tenido que romper moldes y ser más "radical". Y si quería "recrear" el posible teatro que ellos hicieron en su momento, debería haber sido también más rompedor y no tratar de utilizar una escenografía "hiperrealista", una iluminación al uso y una banda sonora clásica. Debería haber montado estas obras de otra forma. De cualquiera menos de esta forma, haciendo teatro "clásico".            






Y lo de que los actores lleven micrófonos no me gusta nada. Estamos en el Español, que sí, es enorme, impone y es la leche. Pero los actores que se suben a ese escenario saben o deben saber proyectar y hablar de tal forma que se les oiga desde cualquier parte. No hablamos de Matadero o de espacios... distintos donde según  las características del montaje puede que sea necesario llevar micros, sino que hablamos de un escenario convencional. Usar micros provoca un sonido raruno, artificial y extraño. Y absolutamente innecesario. Toda la vida de dios se ha hablado en los escenarios incluso en escenas hiper íntimas sin micro, esa es parte de la grandeza del escenario. No es necesario llevar micros para poder trabajar la intimidad. Me temo que esta decisión es puramente técnica y... todos sabemos que ni Gary ni Ana tienen problemas de proyección, eso es evidente.  
Micros aparte, desde el mismo arranque ya te quedas descolocado. Por la megafonía del teatro se oye la voz de Alfonso Sastre presentando su obra como si de una grabación del NODO se tratara. Parece incluso que el sonido se ha "manipulado" para que suene con el ruidillo ese de fondo de las grabaciones de la radio antigua. Antes de que comience el espectáculo ya te han dejado claro que lo que vas a ver es clásico, antiguo, un "homenaje" a otra época, no a un movimiento en concreto.  




Aparte de micros y de NODOS, "Cargamento de sueños" acaba resultando plana, sin emoción y está contada desde ningún sitio. Quiero decir que si como responsable has elegido ese texto entre todos los del mundo mundial será porque quieres contar algo justamente con ese texto. Y más aún si escribes una versión de ese texto. Sin embargo, ponerlo en pie de forma afectada y llevar a los actores a que estén distantes, fríos, colocados, y sin nada más que postureo es un poco decepcionante. Miguel Ángel Muñoz está buscando continuamente qué hacer, cómo defender eso, descubrir por qué y para qué está en el escenario. Dice todo igual, no surge nada de emoción en lo que dice o hace, y deambula por ahí intentando dar sentido a lo que no lo tiene. Y lo siento pero me temo que de eso, el responsable es el director. O el proceso anterior al estreno, a la búsqueda, que no ha dado frutos. Pero si eso no se ha producido, queda en manos del director. Él es quien debe saber por qué y para qué. Los pobres actores está claro que no lo saben, pero nadie se lo ha dicho. La sensación que yo tenía era la de estar viendo uno de los primeros ensayos. Un ensayo de esos en los que pones en pie por primera vez el texto para ver si va pasando algo, para intentar que con la acción descubras cosas. AL final no las descubres y acabas soltando el texto y probando a ir pacá y pallá por si encuentras algo por el camino. Gary Piquer opta por la trascendencia para ver si así su Jesucristo encuentra el sentido. Pero no. Y Ana Carlota Fernández hace lo que puede. Se pone donde le han marcado por los focos, da intensidad al tópico y mantiene el tipo en esas situaciones escénicamente imposibles por las que ha optado Garci en su intento por contar algo que no es lo que personalmente creo que está en el texto. 




En "El hermano" los planteamientos son los mismos. Hacer teatro costumbrista, multiplicar los detalles escénicos como si fuera a rodar y retocar el texto dejando fuera elementos vitales para comprender la dimensión de un texto infinitamente más rico que lo que vemos. En esta obra, cuentas como espectador con la simpatía de los recuerdos familiares. Lo que ves te lleva a sitios reconocibles aunque insisto en que no sé si eso era lo que querían Arte Nuevo. El texto no es que sea "Fortunata y Jacinta" o "La colmena", pero tiene muchas capas y muchos lugares incómodos que hacen de este texto una joyita que no se corresponde con la versión que ha dejado Garci.  
Una situación reconocible y una familia bien dibujada sobre todo por el trabajo de los actores, que exprimen hasta la última letra de sus diálogos y sacan oro puro de sus pausas y de los silencios. Dramática y teatralmente esta obra es infinitamente mucho más certera. Aquí Gary Piquer sí está cómodo, se suelta los corsés y le ves suelto y relajado. Y tú te relajas, dejas de sufrir por él y hasta sonríes con su actitud de macho alpha posguerra aunque le falten ciertas vueltas que tiene su personaje escrito y que aquí no están. Miguel Ángel Muñoz sigue igual, en el mismo sitio de descontrol, de decir todo igual y de sentir más bien nada. Ana Candela sube muchos enteros al encontrar realmente un personaje al que dar vida, luz y ciertas sombras. Vuelvo a insistir en que quizá peque un poco de falta de capas. 




Y luego está Ana Fernández, la grandísima Ana Fernández. Porque vamos a ver, ver a esta mujer (haciendo un personaje de bastante más edad que la suya, por cierto) moverse por el escenario es ver vida. Su trabajo es un ejemplo de lo que es coger un texto, buscar en sus pliegues, encontrar luz, hacerlo parte de ti, crear vida en el escenario y conseguir que todo parezca dicho, sentido, descubierto y vivido por primera vez en ese momento. Ana trabaja en primerísimo primer plano, justo en el sitio donde vive la verdad. Eso es ser una gran actriz. Cuando vayas a verlo, fíjate en ella. No le quites los ojos de encima. Verás que eso ES teatro. Recrea cada movimiento, cada mirada, cada silencio, cada respiración como si estuvieran sucediendo por primera vez en la vida. Ahí hay vida y ahí hay verdad. Sin ninguna duda, Ana Fernández brilla. 

Recomiendo que veas este espectáculo y sobre todo recomiendo que leas estos textos. Encierran muchas cosas y dan luz a esta movimiento sobre el que ahora mismo tengo muchas ganas de saber más.
Aunque insisto en que no estoy seguro de que llevar estas obras a escena de esta forma sea lo que este grupo hubiere querido. Reivindicar la modernización y homenajear el cambio desde una estética clásica no me parece un acierto.                  

martes, 16 de febrero de 2016

Equus. Arte & Desmayo.

"Equus" es un texto que escribió Peter Shaffer en 1973 y que se estrenó en Madrid, en el teatro de la Comedia en 1975 con Juan Ribó, María José Goyanes, José Luis López Vázquez y Margot Cottens en los papeles principales y con Enrique del Pozo haciendo uno de los caballos. Un montaje antológico. Mucho ha llovido desde entonces. No siempre para bien. 
Y es que lo siento en el alma, pero el tema del psicoanálisis, los traumas sexuales (tal y como están aquí planteados), las familias "apisonadora"y el peso de las religiones castrantes (tal y como están aquí planteadas) quedan algo trasnochadas. Caballos, potencia, impotencia, sexo, trauma, violencia, ¿homosexualidad?, religión, adoración, veneración o sacrificio son temas que el el años 73 (o 75 en España) resultarían novedosos, trasgresores y pasionalmente atractivos aunque en pleno siglo XXI resultan, en cambio, algo añejos. 



Una vez dicho esto, que es el único aspecto... digamos...negativo de este espectáculo, voy a por todo lo atractivo y emocionante de este espectáculo, que es mucho. 
Carlos Martínez-Abarca dirige este solidísimo espectáculo con una agudeza y una potencia asombrosas. El espacio escénico es original y muy potentorro. Convierte en parte del juego las mil entradas y salidas de los personajes, algo bastante complicado aunque no se note cuando está bien hecho, como en este caso. Podrían haber recurrido a eso tan trillado de tener a los actores sentados alrededor del escenario, pero no, aquí salen y entran tal cual. Y ese dinamismo le viene muy bien al espectáculo que al ser tan discursivo podría haber caído en el tedio. Carlos no solo mueve divinamente a los actores sino que nos muestra los hechos con una asepsia que poco a poco se va convirtiendo en calorcito para acabar dominada la acción por la pasión desbocada.
El vestuario de Reyes Carrasco y las máscaras de Guillermo Campa, aunque recuerdan demasiado tanto a las de alguna versión inglesa como a las de la versión española del 75, son brillantes. La expresividad de los caballos creada por Patricia Roldán también es justa y muy, muy potente. 
Todos estos elementos sirven para que la potencia del montaje vaya en aumento según pasan los minutos. Para remate, el trabajo de los actores brilla. Especialmente las mujeres. Elia Muñoz está sabia y sólida como Hester. Magdalena Broto crea una madre repelente y castrante en su delicadeza, quedándose en el punto exacto para evitar la parodia. Qué bueno es creer en los personajes que uno hace...
Sergio Ramos quizá esté un poca pasado cuando intenta representar que es un niño pequeño. Lo primero porque no creo que haga falta que sea tan, tan pequeño y luego porque en este caso, la gestualidad y la expresividad general es más exagerada y paródica. No hace falta. Al igual que quizá esté un poco demasiado mohíno de "mayor". Sinceramente creo que un paso menos en cada registro le daría mucha más credibilidad y empatía. Pero vamos, esto es una cuestión de gustos muy personales. Y algo que se me hace raro... es que conservando los nombres ingleses...Alan entre cantando la sintonía de un famoso anuncio español. Demasiado español. Claramente español. Ya sé que si canta algo en inglés seguramente no lo pillemos, pero fijo que hay otra solución, no sé.



Pero vamos, esos son detallitos con poca importancia. Lo realmente indiscutible es que este es un montajazo que ya está triunfando y que lo seguirá haciendo porque es sólido, compacto, brillante, ingenioso y sin duda de muchísima calidad. Necesita afinar el ritmo un poco y ya está, sin duda debería ser uno de los pelotazos de esta temporada y de las siguientes.        

lunes, 15 de febrero de 2016

Cocina. Sala de la Princesa.

Aparte de en el dormitorio (y no en todos los casos), donde más tiempo pasa uno en su propia casa y en las ajenas es en la cocina. Allí, al calor de la lumbre, o de la vitro, se cuecen las intrigas, los secretos y las mentiras de cualquier familia. 
Ahí, en la cocina de un matrimonio de éxito se amasará un drama que se llevará a esta pareja por delante. Lo que empieza con una simple broma de mal gusto acabará desbocando marrones y asolará esta cocina, cubriendo sus azulejos níveos y puros con una hollín del que no sale ni con rasqueta. Y es que cuando el mal se instala en una casa no hay quien lo eche. Ni siquiera quien lo despiste.    




El texto de María Fernández Ache es ingenioso y está lleno de veneno suficiente como para cargarse a esa familia aséptica y "feliz" así, de un plumazo, usando sólo su propio veneno y su propia mierda, escondida esta vez dentro del frigorífico. Texto ingenioso, bien calibrado, perfectamente desarrollado y con una medida y precisión inteligente y siempre al servicio del drama. Brillante. Como brillante es la puesta en escena de Will Keen. Utiliza el espacio de forma ingeniosa y muy original e incluso divertida. Mueve a los actores con fluidez, naturalidad y lógica (algo que aunque suene así como a perogrullo, no lo es en absoluto, y si no, párate a pensarlo un segundo). Bien dosificados el ritmo, el humor y la acción y muy bien mezclados drama, tensión, seriedad, dureza, emoción y caricatura. Quizá tarde un poco en arrancar. La primera escena (casi toda en off) puede que sea demasiado larga y luego, durante la función hay otro momento en el que la acción vuelve a dilatarse y a dar vueltas sobre lo mismo. Quizá un pelín de poda y haber dejado la función en una horita y media le vendría bien. 
Los actores están muy bien. Quizá los actores que están en off estén un poco pasados. Quiero decir, evidentemente están grabados y me da que en esa grabación se cayó un poco en la tentación de dejarse llevar y se nota como que poco a poco se vienen arriba y acaban un poquito sobreactuados (y sé de lo que hablo, está claro. Medir la intensidad de una voz grabada no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista)        



Sonia Almarcha está brillante. Pasa de la sofisticación aparente al derrumbe emocional y del brillo al fango pasando por todo entre medias. Maravillosa, aunque con una cierta tendencia a repetir el mismo toniquete. Pero es algo leve. Manolo Solo hace lo que le pongas por delante. Vamos, quiero decir que le da vida a cualquier personaje en tus narices. Y aquí hace una nueva creación totalmente magnética. No puedes dejar de mirarle y de verle respirar, moverse, temblar, sufrir, mentir, cagarse y buscar salida sin encontrarla. Si alguien tiene dudad de que Manolo sea uno de nuestros mejores actores, que vaya a ver "Cocina" y luego hablamos. Prodigioso. 
En resumen, un espectáculo brillante, sólido, compacto y muy, muy atractivo. Imprescindible.    

miércoles, 10 de febrero de 2016

Chico. Nave 73.

Si algo me conquista el corazón al ver un espectáculo es que no sea prepotente, que nazca de una necesidad, que me trate como un ser pensante, que me mueva, que me cambie y que sea honesto consigo mismo.
"Chico" nace del corazón o de las tripas de Álvaro Aranguez Aymerich, autor y director de este ejercicio de sinceridad, de valentía (decir esto en pleno siglo XXI manda cojones, pero... con seis o siete ataques homófobos en lo que va de año...) y de honestidad. Con las aspiraciones justas y con el corazón en una bandeja. Así se presentan y lo que logran, evidentemente es simpatía, cercanía, conquista y emoción seca y rasgada.




En medio de una escenografía concreta y funcional de Fernando Sánchez y vestido por por Montse Sancho, Chico os contará su vida, su deambular por siete ciudades que son una y sus deseos, sus amores, sus sueños, sus miedos, sus recuerdos y su deambular por la vida, por una vida amueblada por mamá, del brazo de Lola y buscando su lugar en el mundo. Más aún, su lugar en el Universo.
Aquí no hay acoso, pero Chico es diferente. No es raro, es distinto y lo sabe. No lo sufre (¿por qué iba a sufrirlo?) pero lo padece. No porque sienta que es raro, ni porque los demás no le entiendan, no, qué va, sino por la herencia que le dejó su padre huidizo y el gen escapista de su madre. Una madre que ve, acompaña, protege, arropa, menea, descoloca, provoca y abandona. Pero Chico es un superviviente. Él y Lola pueden con todo, lo sabe y lo ha sabido siempre, siempre, siempre, siem-pre. John Cámara ha creado unas coreografías fabulosas que arropan a Chico en sus luchas contra y a favor de la vida y de la madurez (para bien y para mal). Fantásticas coreos que junto con la fabulosa selección musical crean un microcosmos que sirve de refugio para Chico, Chico el distinto, el diferente, el original, el que se sale de la norma, el más valiente, el más sincero, el más sufridor.



Chico es un regalo de personaje. Es descarado, es sufridor, es imaginativo, es dulce, es amante, es sexual, es romántico, es huérfano, está herido, está buscando, muere de sed, baila, grita, salta, mira, no juzga, espera, desea y necesita. Si no cuentas con un actor que haga todo eso y más, puedes convertir la historia de Chico en un retrato lleno de postureo y tópicos. Pero lo que hace Daniel Eusse es vida. Daniel crea vida en el escenario. Porque todo lo que hace y comparte, nace ahí mismo, en ese momento, ante nuestros ojos. Daniel se mueve sobre arenas movedizas, es un ejecutante valiente que busca o ha buscado en sitios jodidos para conseguir ya no sólo entender sino recrear, dar vida, hacer corpóreo un ser vivo sufriente y lleno de arco iris como es Chico. Si esos sentimientos no nacen del sitio exacto, lo que vemos en escena no estaría vivo, sería forzado, sería recreado. Daniel es otro, es otro ser, un ser vivo, de carne, hueso, corazón y pena. Daniel sumerge sus sentimientos en sitios peligrosos pero lo que nos devuelve es un ser adorable y con el que tu único deseo es saltar al escenario, abrazarle y protegerle. Gigantesco, arriesgadísimo y casi suicida el trabajazo de Daniel. 
Y si Daniel pone la cara, la medida la pone Álvaro dirigiendo esta aventura desde el corazón, eligiendo siempre la mejor opción, la más idónea, la más sincera y la más apropiada. El otro grandísimo pilar de la función. Daniel y el punto en el que está en todo momento. Eso y un corazón implicado y expuesto. Para reivindicar el amor. El crecimiento desigual y el encuentro con la vida de un superviviente, de un ser que nace al mundo desde la diferencia y cuyas alas pasarán de ser de periquito a ser de águila. Eso es el amor, eso es la valentía. Imperdible. Y yo como espectador sólo puedo dar las gracias por este regalo. 






Añado postdata... porque sí. Yo nací en Madrid, en la clínica Nuestra Señora del Rosario, un 19 de diciembre. A los 4 años nos fuimos a vivir a Valladolid, donde viví hasta los 19. Por Valladolid pasa el Pisuerga. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, quiero añadir que atacar al distinto, al que se sale de la norma es cobarde e infecto. En este país, ser homosexual NO es un delito. Demostrarlo tampoco. Lo que sí es un delito son las manifestaciones homófobas. Los gestos homófobos y por supuesto las agresiones homófobas. Eso sí es un delito, señores míos. Y el macho alpha que necesite reafirmar su testosterona, que se vaya al monte y se ponga a pastar con las cabras y los cabrones. Pero con cuidadito, porque allí el distinto será él.                    

jueves, 4 de febrero de 2016

Juan José. Teatro de la Zarzuela.

"Juan José", es según la definición del propio Sorozábal un drama lírico popular. Popular por proletario, no por folclórico. Si buscas chulapas, chotis, volantes, barquillos y corralas, olvídate. 
Lo que te vas a encontrar es un drama que casi se podría definir como verista.
Juan José, albañil, vive amancebado con Rosa, a la que salvó de una gresca entre una gentuza que la estaban poniendo fina. Ella, en agradecimiento se fue a vivir con Juan José. Las pasan canutas y ella, muertecita de hambre, se fija en el capataz de la obra en la que trabaja Juan José y él en ella. El resto, imagínate.
En "la fierecilla domada" a la pobre Catalina, que lo único que le pasaba era que era rebelde y no tragaba con lo que le decía nadie, acababan "domándola" a hostia limpia. La obra se sigue representando muy frecuentemente y no pasa nada, nadie la prohibe y nadie se rasga las vestiduras a pesar de la tremenda salvajada que plantea Shakespeare. 



Bueno, pues esa es la mentalidad que hay que llevar al ir a ver "Juan José". La obra en la que se basa es de 1895 y Joaquín Dicenta reflejó lo que en ese momento era lo frecuente en la sociedad de la época. Lo malo es que hay enfermos y asesinos que siguen con la mente enquistada en esos años o casi te diría que en las cavernas. En aquella época lo habitual (no normal, porque no lo es), es lo que vemos en escena: un energúmeno dice que está enamorado de una mujer. Ella, como no tiene lo que esperaba de él cuando la sacó de la calle, o sea, comida y dinero, que es lo que buscan las mujeres, decide buscarlo en otro. Podría haberlo buscado de otra forma, pero no, decide que ya que es mujer, mejor lo busca en otro tío. Coquetea con el capataz, que sí tiene pasta. Juan José se pone celoso y casca a la pobre Rosa porque es hombre y la ama. En realidad lleva tiempo forrándola a hostias, pero ella, como no tiene otra cosa, aguanta (no es tampoco un mujer anulada, maltratada y humillada como tal, sino que aguanta porque es "lo que le ha tocado") El pobre acaba robando pa dárselo a ella, mala, que es mala... y como le pillan, a la cárcel. Ella se va con el rico, porque es mujer y es lo que quiere en la vida. El resto... dramón. Tela. 



Lo cierto es que contar con este material es jodido, porque evidentemente, por mucho que refleje una época afortunadamente pasada (o no tanto, a veces), es inevitable intentar salvar a todos los personajes. Quiero decir, él es un maltratador te pongas como te pongas, pero dentro de eso, hay que intentar buscar su drama, sus razones, porque si no, sacas a un neandertal dando yoyas y se acabo la función (aunque la violencia y menos aún la de género no tiene razones ni justificaciones). Y las mujeres no pueden ser todas unas busconas, unas interesadas, unas ambiciosas y unas pasivas. 
Ahí entra en juego la sabiduría de José Carlos Plaza, director de escena. Plaza sabe mejor que nadie leer textos, estrujarlos, sacarles el jugo y descifrar sus recovecos. Y de ahí ha sacado una puesta en escena sobria, sólida, en la que a pesar de que se cuentan esas barbaridades, no chirrían. Plaza es uno de nuestros mejores y más sólidos directores de escena y su sabiduría está al servicio de la coherencia del montaje. Escénicamente el primer acto es un retablo maravilloso y minucioso. Un trabajo de orfebrería sutilmente engarzado y de una belleza monumental. Concreto, juguetón y con olor a hoguera y a comida caliente, a baile y a roneos. Hacia la mitad de este primer acto, el drama social que tenemos delante (revueltas sociales, hambre, paro, violencia...) se convierte, en manos de Plaza en un expresionismo que irá aumentando y subiendo de tono a medida que el drama se va desbocando. Perfecta elección, si no, habría crecido ese drama hacia un manierismo que no ayudaría nada. Sin embargo, el expresionismo ilustra y envuelve mejor lo que estamos oyendo y viendo. El segundo acto es seco y doloroso. Drama social y drama amoroso. Es la casa de los horrores. El penal es certero, frío, de acero y nieve. El origen de la locura. Y el final es la casa de una Traviata involuntaria. La decadencia llevada al límite.



De corazón digo que lo más sólido y brillante es la puesta en escena. El trabajo de Plaza y de su ayudante, Jorge Torres, es sobresaliente. El trabajo de Paco Leal con las luces y la escenografía es más delicado y discutible, pero como yo soy así, no le voy a dar más vueltas. Gran vestuario de Pedro Moreno y grandísimas pinturas de Enrique Marty. 
La dirección musical de Miguel Ángel Gómez Martínez es fabulosa. No es una partitura fácil. Ni de medir, ni de comedir, ni de apoyar ni de promediar y hay que decir que en todo momento suena en la medida que piden tanto la partitura como la acción.    



El aspecto vocal e interpretativo es sencillamente prodigioso. TODOS están soberbios. Nadie falla. Nadie flojea, no hay ni una sola fisura. Empezando por los actores que no cantan pero que parecen como sacados de una pintura negra de Goya, Montse Peidro y sus compañeros están fabulosos haciendo lo más difícil; estar a la altura con menos recursos que sus compañeros cantantes. Ricardo Muñiz, Lorenzo Moncloa y Néstor Losán, fantásticos. Rubén Amoretti, Antonio Gandía y Silvia Vázquez son un Andrés, un Paco y una Toñuela de libro. Milagros Martín se hace cargo del bombón de la función, Isidra y sale victoriosa, aunque en algún momento se le pierda un poco la voz. Ivo Stanchev es Cano, un presidiario que no tiene demasiado, pero consigue sacarle todo el jugo posible a su personaje, tanto como actor como cantando. Vozarrón precioso y un gran actor. Consigue sobresalir a base de calidad. Flipante. Además, tiene un momento... digamos... delicado y no sólo lo salva sino que sale más que airoso. Bravo, Ivo. Ángel Ódena es Juan José. Vazarrón inmenso, inmenso, inmenso. Y encima tiene que lidiar con ese personaje... madredediossss. La única pega que le pondría es que resulta demasiado elegante y poco... barriobajero. Quizá si no fuera tan repeinado o si relajara su compostura de alguna forma... ganaría naturalismo. Está a punto de ser un personaje de Pasolini pero se queda en el "a punto". Y Carmen Solís es Rosa, la sufridora, la apaleada y la ambiciosa, la hambrienta, la superviviente. Todos los matices que van del descaro y el coqueteo al drama, al sufrimiento extremo, al frío, a la desesperación, todos esos matices los ves en Carmen y en su cara, en sus ojos, en la rigidez de su mandíbula o en la relajación de ses manos. Vocalmente Carmen es espectacular. El rol permite que luzca tanto su poderío como cantante (nunca oirás a nadie cantando con tanta seguridad, facilidad y con un color tan bello en cualquier zona) sino que deja que se exprese como la gran actriz que es. Y como la propuesta de Plaza es más una obra de teatro que una obra musical, el nivel interpretativo de los actores/cantantes tiene que ser de altura. Y lo es. Carmen trabaja desde varios registros. De la zalamería y expresividad del primer acto, al drama en pequeño del segundo y a Visconti en el tercero. Va del plano general al primer plano, de mover con todo el cuerpo a conmover con una mirada, con un primerísimo primer plano, con un detalle, con una barbilla que se eleva o con una mirada que cae. Vamos a ver, la obra quizá no sea una obra maestra indiscutible, pero el montaje es un montajón y Carmen bordea la perfección. 





         


Añado como postdata un comentario que no tiene nada que ver con la función. O sí. Y es que este creo que es el primer estreno (o uno de los primeros) desde que se hizo cargo de la dirección del teatro Daniel Bianco. Habrá gente a los que ese nombre quizá no les suene demasiado. O piensen en él sólo como escenógrafo. ¡¡¡Sólo!!! Daniel Bianco es un orgullo. Es un caballero que debería ser el orgullo de Madrid. Lleva trabajando en lo más alto y con los mejores profesionales y creadores desde hace muchísimo años y ha hecho absolutamente de todo en esta profesión. Iba a decir que su pasión es el teatro, pero me quedo corto. Su VIDA es el teatro. Mozart nació par componer, Lorca nació para escribir, Monet nació para pintar, Fellini nació para filmar y Daniel nació para crear teatro. y  Si a lo que aspiramos o deberíamos aspirar en esta y en cualquier ciudad es a que se hagan cargo de los teatros y de los auditorios seres que realmente amen y respeten lo suyo, deberíamos estar orgullosos y felices de que un ser de luz como Daniel Bianco esté a los mandos del Teatro de la Zarzuela. Te propongo una cosa, busca en youtube alguno de los vídeos con entrevistas que hay. Ponlo y luego me dices si se te ocurre alguien más apropiado para dirigir este teatro. Como no sé si tendré ocasión de mostrara no sólo mi confianza sino mi desmesurada pasión por tener a Bianco en la Zarzuela. Y si todo esto no basta, busca cualquiera de sus escenografías, y digo "cualquiera" y verás que tenemos el honor de tener a un artista global tan sensible y con un sentido de la belleza, de la mesura, de la coherencia y del equilibrio casi diría que único. El Visconti español. Me arrodillo ante él. Y si ahora no me das la razón... hablamos dentro de un tiempo.