lunes, 15 de febrero de 2016

Cocina. Sala de la Princesa.

Aparte de en el dormitorio (y no en todos los casos), donde más tiempo pasa uno en su propia casa y en las ajenas es en la cocina. Allí, al calor de la lumbre, o de la vitro, se cuecen las intrigas, los secretos y las mentiras de cualquier familia. 
Ahí, en la cocina de un matrimonio de éxito se amasará un drama que se llevará a esta pareja por delante. Lo que empieza con una simple broma de mal gusto acabará desbocando marrones y asolará esta cocina, cubriendo sus azulejos níveos y puros con una hollín del que no sale ni con rasqueta. Y es que cuando el mal se instala en una casa no hay quien lo eche. Ni siquiera quien lo despiste.    




El texto de María Fernández Ache es ingenioso y está lleno de veneno suficiente como para cargarse a esa familia aséptica y "feliz" así, de un plumazo, usando sólo su propio veneno y su propia mierda, escondida esta vez dentro del frigorífico. Texto ingenioso, bien calibrado, perfectamente desarrollado y con una medida y precisión inteligente y siempre al servicio del drama. Brillante. Como brillante es la puesta en escena de Will Keen. Utiliza el espacio de forma ingeniosa y muy original e incluso divertida. Mueve a los actores con fluidez, naturalidad y lógica (algo que aunque suene así como a perogrullo, no lo es en absoluto, y si no, párate a pensarlo un segundo). Bien dosificados el ritmo, el humor y la acción y muy bien mezclados drama, tensión, seriedad, dureza, emoción y caricatura. Quizá tarde un poco en arrancar. La primera escena (casi toda en off) puede que sea demasiado larga y luego, durante la función hay otro momento en el que la acción vuelve a dilatarse y a dar vueltas sobre lo mismo. Quizá un pelín de poda y haber dejado la función en una horita y media le vendría bien. 
Los actores están muy bien. Quizá los actores que están en off estén un poco pasados. Quiero decir, evidentemente están grabados y me da que en esa grabación se cayó un poco en la tentación de dejarse llevar y se nota como que poco a poco se vienen arriba y acaban un poquito sobreactuados (y sé de lo que hablo, está claro. Medir la intensidad de una voz grabada no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista)        



Sonia Almarcha está brillante. Pasa de la sofisticación aparente al derrumbe emocional y del brillo al fango pasando por todo entre medias. Maravillosa, aunque con una cierta tendencia a repetir el mismo toniquete. Pero es algo leve. Manolo Solo hace lo que le pongas por delante. Vamos, quiero decir que le da vida a cualquier personaje en tus narices. Y aquí hace una nueva creación totalmente magnética. No puedes dejar de mirarle y de verle respirar, moverse, temblar, sufrir, mentir, cagarse y buscar salida sin encontrarla. Si alguien tiene dudad de que Manolo sea uno de nuestros mejores actores, que vaya a ver "Cocina" y luego hablamos. Prodigioso. 
En resumen, un espectáculo brillante, sólido, compacto y muy, muy atractivo. Imprescindible.    

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