martes, 22 de diciembre de 2015

El Cínico. Sala Margarita Xirgu, Teatro Español.





Los amantes de la danza estamos de enhorabuena estos días. Aparte del descomunal y merecidísimo éxito del "Quijote" de mi amada CND en la Zarzuela hay que añadir el tremendo logro de Chevi Muraday de estar actuando en el mismísimo Teatro Español. 
Siempre lo digo, pero es que desgraciadamente sigue siendo verdad: la danza, junto con el circo, son las dos artes escénicas peor tratadas. Pero vamos, con diferencia. A falta de que tengan un trato mejor por parte de las instituciones y de los propios teatros, encontrar un espectáculo de danza en un teatro público es un logro apabullante. Hay que agradecer a Juan Carlos Pérez de la Fuente que haya querido contar con uno de los mejores coreógrafos e intérpretes del país, Chevi Muraday y le haya dado la oportunidad de actuar en el Español. 




Pero es que Chevi es mucho Chevi. Y los cientos y cientos de horas de preparación, de sacrificio, de entrega, de ensayos agónicos acaban por dar sus frutos. La danza es la hostia. Tienes que matarte a ensayar, a preparar tu cuerpo, a llevarlo a límites, a exprimir sus posibilidades, tienes que dedicar media vida y casi toda el alma para sacar adelante un espectáculo que casi nunca se valora en la medida que se merece. Ya ni te cuento el trabajo y el proceso de idear, crear y elaborar un espectáculo como "El Crítico", posiblemente uno de los espectáculos de danza más bellos que se han visto en la historia de la cultura. Y fíjate que no sé siquiera si es correcto nombrarlo como espectáculo de danza. Porque danza hay, y sublime, pero hay música, música en directo encima, hay trabajo actoral, hay sentimientos, hay acrobacia, hay una dramaturgia, hay un tratamiento de la luz casi museístico, hay tantos elementos dramáticos y tantas disciplinas juntas que acotarlo a la palabra "danza" (con toda la inmensidad que esa palabra conlleva) es reducir su aspiración y su expansión. 



  
El genio de David Picazo crea otro alarde de perfección (Return, Cenizas, En el desierto...) y crea un espectáculo brutalmente embrujador, absorbente y de una belleza hiriente y demoledora. Toma como punto de partida la figura de Diógenes de Sínope, un filósofo de la escuela cínica que renunció a todas las posesiones materiales en su búsqueda de la sinceridad, de la verdad y de la honestidad. El protagonista de esta eucaristía acumula recuerdos, deshechos, objetos, citas e intenta buscar donde no hay. Intenta hablar con la boca (dentadura) de otro, busca en los abrigos robados a otros intentando hallar un cobijo que no encuentra. Anota frases en papelitos quizá por si algún día su memoria se pierde; tapa la luz que da vida, desespera buscando en cajones, en armarios, en tazas, en horizontal y en vertical y entre la ropa con olor a otro. Y sobre todo escarba y deshecha la palabra bonita, la palabra encantada de conocerse. David Picazo cuenta con las palabras escogidas de San Pablo Messiez. Poco se puede decir. Pablo es la palabra pensada, la palabra única, especial, la justa, la pensada, la decisiva y la cambiante. Pablo es el amo de la palabra y lo que él escribe cobra vida. Existe. Magia. Inmejorable. Alessio Meloni crea un espacio embrujador. Picazo se encarga de crear unas luces que tienen personalidad. Quiero decir que casi son un personaje, tienen vida, cuerpo y dramaturgia. David Picazo es un genio y ya nos tiene acostumbrados a trabajazos de esta altura este mago de la luz y de la sombra. ¿O no me digas que los fogonazos de luz no dejan una huella como de retablo barroco en tu retina? La música es otro plato fuerte y los músicos, con Bárbara Bañuelos a la cabeza están fascinantes.




Y Chevi. Sale de las sombras y a las sombras vuelve. Exhibe su capacidad extrema de entrega, nos regala su sufrimiento, su prodigioso arte y su mirada "de llorar", nos suda, se vierte, va y viene, sube, baja, surge, respira, vive, desespera, muere por dentro, revienta, grita y nos retuerce el alma y los hígados de tal forma, que tienes que agarrarte a la butaca para no saltar y ayudarle a destrozar ese apartamento y a tirarlo todo por la ventana. Sinceramente lo digo, no conozco a ningún bailarín o intérprete global como es Chevi que tenga una capacidad de implicación mayor. Compromete su interior y te regala su exterior. Su carisma y su poder de traspasar al espectador con esos ojos limpios y esa mirada doliente es algo único y sobrehumano. Creo que en vez de bailar, lo que hace Chevi es dar cuerpo al espíritu de sus personaje y regalarnos por una hora cómo sería el mundo a través de los retortijones de Diógenes de Sínope. Espeluznante, aterrador, sublime. "Y que la piel se entienda con la piel".




Chevi debería ser una asignatura obligatoria para cualquier estudiante de arte. Por su capacidad infinita de generosidad escénica y por su descomunal labor pos darle a la danza el lugar que debería ocupar. En lo más alto del Olimpo de las artes escénicas. ¡Como para no estar en el Español!



sábado, 19 de diciembre de 2015

Don Quijote. Teatro de la Zarzuela.

En este país ya puedes ser una de las personas con más talento, admirado internacionalmente y deseado por los mayores y mejores teatros del mundo. Si no contentas a quien tienes que contentar, date por...




Nosotros somos así. Da igual que José Carlos Martínez sea un ser dotado con la musa que pocos artistas han tenido a lo largo de la historia. Nosotros somos así. Tengo entendido que le cumple el contrato en breve y en vez de abalanzarse todos los responsables para intentar por todos los medios que siga al mando de mi amada CND, parece como que se le pide que "contente" a distintos sectores. La sensación es como de que todavía tiene que aprobar la selectividad. 
Pues nada, se va y se contenta. ¿Que queréis un ballet clásico completito? Pues toma, un Quijote que pasará a la historia. La única pega que se le puede poner es que no dure más. Porque al menos yo, no quería que terminase nunca. 
Reconozco que las escenografías con forillos no son mi debilidad, pero estos son tan monos que da igual. Y la escenografía del segundo acto... espectacular. Como las luces. Te juro que en la escena de las dryadas, se me pusieron todos los pelos de gallina, como dice una amiga mía.




Escénicamente es de una belleza sublime, delicada y sutil. Decorados equilibradamente románticos, un diseño de iluminación bellísimo, con momentos en los que el público no podía evitar soltar un "¡Ohhhh!" general. El vestuario de Carmen Granell es espectacular. Maneja una paleta divertida, variada e inteligente y unas gamas de colores vivas y elegantes. Todo lo que vemos sobre el escenario es elegante, preciosista, delicado y tremendamente bello. Y la coreografía de José Carlos Martínez conserva lo conservable y se ajusta a las características de la compañía para lograr un espectáculo redondo. Mayte Chico lo remata con sus coreografías vibrantes y que hicieron temblar al patio entero. 
El conjunto tiene de todo y gusta a todos. Si la prueba que pedían era esta, ahí está, bien pensada y maravillosamente llevada al escenario. Sin duda un espectáculo integral y con un curro impresionante que demuestra la inmensa capacidad de Martínez y la extrema entrega de todos los componentes de la compañía, corroborando que son capaces de todo lo que se les pida y de más aún. 
El día que yo lo vi tuve el placer de disfrutar de un elenco estelar. Aunque estoy plenamente convencido de que el resto de los bailarines de otros días serán igual de brillantes. La pareja protagonista eran Yaegee Park y Joaquín de Luz. Impresionantes, pícaros, juguetones y unos virtuosos que saltan, giran, sonríen, vuelan y flotan como dos seres de otro planeta.   La Dulcinea de Seh Yun Kim me dejó boquiabierto. ¡Qué facilidad para hacer lo más difícil del mundo como si fuera algo natural! Esteban Berlanga y Antonio de Rosa volvieron a demostrar que son de lo mejorcito de la compañía. Acojonantes. Y la pareja estrella, Isaac Montllor y Jesús Florencio, Quijote y Sancho. Encantadores, chispeantes, serenos y cómplices con el público. Para comértelos a los dos, cada uno en su registro y con una complicidad simpática y emotiva. 





En definitiva, un espectáculo de grandísima envergadura, a la altura de los mejores ballets del mundo entero, demostrando tanto la inmensa capacidad de trabajo de los bailarines como el infinito caudal artístico que envuelve a José Carlos Martínez. Un genio indiscutible que no deberíamos dejar perder.

Inmensa la labor de Maite Villanueva. Sin ella y su entrega el éxito no serían tan contundente. Bravo una y mil veces a la CND y a su director. 


Perdón, he editado este comentario porque no había mencionado a la orquesta le da Comunidad de Madrid y a la batuta firme de José María Moreno. Dirección briosa e intimista, delicada y sacando unos sonido desgarradamente bellos de sus instrumentos. Músicos de altura sideral y dirección fabulosa. Otra bravo gigante para ellos.      

Insolación. María Guerrero.

Me voy a meter en un jardín. Pero es que yo soy así. Ya lo sabéis.
Te diría que Luis Luque, pensador, creador, llevador, mirador y calentador de esta función está enamorado. Porque para poner ese sol ahí y para enseñarnos cómo se suda cuando la embriaguez del sofoco sexual te nubla la vida tanto como una botella (o seis) de vinacho hay que estar enamorado. Para admirar y envidiar a otro ser "desquiciado" (como la madre, como Greta, como Magdalena, como Aksenti, como Diego...) hay que estar enamorado. O saber lo que es el amor. Amor hay a raudales en el escenario del María Guerrero. Y sexo, porque esa mano en el corazón comprobando el latido del corazón del chulazo, es para ponerte como un mono. 
Luis Luque es listo como él sólo y se ha rodeado de lo mejor de cada casa y ellos se han lucido.



No conozco el original, pero el texto (la adaptación) de Pedro Víllora es una joya de brillo, de picardía, de vermut, de farolillos y de chulapos. Hay discurso social, reivindicación, salero, lucha, siglo XXI, amor, deseo, calor, fluidos y mucho, mucho sol. Sólo puedo objetar que quizá la escena entre Asís y  Pardo sea un poco reiterativa, pelín larga y quizá, sólo digo que quizá... prescindible. Y mira que es difícil manejarse en el filo entre el requiebro diabético y el ridículo. Y Víllora logra quedarse en el punto justo para las andaluzadas de Pacheco no sólo despierten las sonrisas del respetable, sino que acabas deseando que ese chulazo baje del escenario y te las diga a ti. Sólo por oírlas. Bueno, pues esa frontera delicada es la que consigue le texto luminoso y optimista de Víllora. Bravo. 




La escenografía de Mónica Boromello es otro alarde de esta mujer con un talento fuera de este planeta. Consigue (junto con Luque, que es quien luego mueve a los actores por ese espacio) crear varios universos en uno. Unas praderas ondulantes como el mar (ese mar pasional y liberador siempre presente) los objetos justos, necesarios y preciosísimos, y la magia del genio que permite que los personajes pasen de un escenario a otro con toda naturalidad. Visualmente precioso, equilibrado y sensual. Magia pura la de Mónica.     
Almudena Rodríguez crea un vestuario que más que ilustrar, nace y enmarca el estado pasional de los personajes. Es esencia, es preciosismo y es alma. Tan esencial como las luces de Juan Gómez-Cornejo.  No pueden estar mejor puestas ni llevar tan de la mano el estado de ánimo. Son, como le vestuario, el espíritu de los personajes. Ese sol, esa luna, esos espacios... magistrales. 
Y la música de Luismi Cobo... sin palabras. Es teatralmente cinematográfica, es preciosa, es el sonido del corazón. Cada pieza es un joyita que esconde el interior del alma de Asís. Si hace años que Luismi Cobo viene demostrando que es un puto genio, con a partitura de "Insolación" debería entrar directamente en los cielos de los grandes maestros. No se puede hacer algo mejor. Punto.
Chema León y Pepa Rus están fantásticos, sueltos, sólidos y con un peso brutal. José Manuel Poga asombroso. Es el perfecto charlatán embaucador al que ves venir de lejos pero que te corres vivo por que te agarre y te de un muerdo. Mira, chico, si me engañas con tanto arte, me dejo engañar. Pero encima es que no lo es, es zalamería, es juego, es Cádiz y es el sur. Bordea el ridículo pero se queda justo en el punto de la perfección. Genial, José Manuel Poga. 



Y el norte es María Adánez. Y aquí yo me descubro, me corto las venas, me las arranco, me desangro y me da igual. NO SE PUEDE ESTAR MEJOR. Domina TODO encima de un escenario, desde su forma de moverse, su naturalidad, la manera en la que crea y recrea la vida, cómo escucha, cómo recibe, cómo da, cómo gira, cómo va y viene, cómo domina su voz, cómo ríe y cómo hace que nazca en ella la vida de la función. Maravillosa y absolutamente perfecta. 

De todos estos ingredientes se ha rodeado Luis Luque para cocinar este plato gourmet a fuego lento. Ha cogido lo mejor de lo mejor y lo ha colocado en el mejor sitio posible. En el centro del amor y de la pasión. Luque consigue crear un agujero negro en el escenario y que se junten y entrelacen las dimensiones. El tiempo va y viene y se juntan el siglo XXI y el siglo IXX , el norte y el sur, tiempo, espacio, praderas y salones, pasado y presente. Junta todas las dimensiones espacio temporales y te lleva de la manita o mejor dicho, del corazón, hacia adelante, hacia atrás, parriba y pabajo. Porque en la defensa de la igualdad no existe el tiempo. Porque en la reivindicación del ser único no existe el espacio. Porque en la liberación y en la pasión y el calentón no existen límites ni fronteras. 



¿Que por qué montar este texto hoy en día? ¿Que qué aporta? Pues mira, aporta un golpetazo de belleza de esta como onírica, aporta un vaivén como de hamaca en la playa, aporta disfrutar de un espectáculo apasionadamente bello, aporta temblar con este homenaje al ser humano, al ser único, al individuo a la pasión y al calor. ¿Sabes lo que siente tu cuerpo cuando oyes la obertura de "Tristán e Isolda", por ejemplo? Esa marea pasional, ese subidón espiritual, esa erección del alma es la que se siente disfrutando de un homenaje al amor y a la libertad como este que nos ha regalado Luis Luque. Y sólo por la escena de la romería merece la pena haber nacido.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Rigoletto. Teatro Real

Hay figuras, seres, fenómenos, extraterrestres que por sí solos consiguen eclipsar todo lo que hay a su alrededor. Y mejor aún, logran que su sola presencia valga la pena. Y no solo que valga la pena, sino que convierta una noche en única, en acontecimiento histórico.  
Eso pasa con Leo Nucci. Canta Rigoletto en el Real. Como pa no ir. Pues claro, perdiendo el culo. Y parece que no existe nada hasta que él aparece en escena. Hombre, sí te has dado cuenta de que al Duque de Mantua no se le oye desde la fila 5. Sí te has dado cuenta de que los actores que trabajan de figuración son eso, actores y lo están dando todo. Y si te has dado cuenta de que esa escenografía es fea. Que ese muro es oscuro y mortecino. Y coño, ya bastante duro y depresivo es el libreto como para encima enmarronarlo. Según mi gusto personal, le habría ido de maravilla haber empezado con más brillo, más color, más luz en ese arranque para luego ir hacia lo tenebroso. Pero empezar ya en marrón y en mortecino... casi te dan ganas de cortarte las venas. Pero bueno. Lo que importa es que cuando aparece de entre las sombras ese ser que a sus 73 años abre la boca y es una lección... se olvidan los males. Menos para Stephen Costello, supongo, pero bueno. De donde no hay, no se puede sacar.



Este Rigoletto es Leo Nucci. Y no hay más. Vocalmente parece que nunca ha estado mejor. Cada nota es un prodigio, una lección, un mandamiento. Y conoce el personaje tan, pero tan bien y tan profundamente, que no se le escapa ni un gesto, ni una sonrisa, ni un requiebro. Él es la función. Y lo demás da igual. repito, da igual la escenografía tenebrista y tenebrosa, da igual que esté tan potenciado el lado oscuro (que incluso se carga el dúo Mantua/Gilda). Da igual que Stephen Costello cante todas las notas perfectas, en su sitio, pero con una vocecilla pequeñita y sin el más mínimo rastro de interpretación. No llega a ser de esos tenores que no tiene articulación en las rodillas y van con las piernas tiesas, pero casi. Es un actor nulo, invisible. No es actor. Olga Peretyatko para mi gusto cantó de maravilla, no escatimó ni un agudo de esos que tanto nos gustan y aunque tiene una cierta tendencia a la estridencia en algunos momentos y aunque su aspecto y expresividad es algo añeja y naftalínica, funciona y canta bien y bonito. Y ella que de tonta no tiene un pelo, sabe que un bis del "Si, vendetta" con Nucci en el Real es SU gran momento también, lo da todo y nos regala un dúo MAGISTRAL, de pelos de punta. Andrea Mastroni fabuloso Sparafucile, gran voz y buen actor. El resto correcto, bien muy bien. Pero es que yo lo siento, pero estando Nucci... lo demás no importa. O sí, pero vamos, que bien. Pero claro. 



En serio, Olga Peretyatko  fantástica, Mastroni también. Y Justina Grinagyte está maravillosa como Maddalena. Una voz preciosa y una muy buena actriz. Los actores, fantásticos, sobre todo Marta Matute, que aguanta el tipo en medio de ese jari como una gran actriz, que es lo que es.
Nicola Luisotti a mi parecer manejó bien a la orquesta pero no sacó el brillo necesario. Todo sonaba también algo apagadillo y como falto de luz. Pero bueno, en el fondo nada de eso importa. La producción puede ser mejor o peor, más o menos acertada o ingeniosa. Estando Leo Nucci en el escenario, el resto... es silencio. 

Golem. Compañía 1927. Canal.

Lo que escribí cuando vi "Los animales y los niños tomaron las calles" podría servir para este nuevo comentario. Bueno, casi. 
Muy mono, sí. Todo muy chulo, muy bonito, una labor milimétrica de luces, proyecciones, vestiditos, música, todo muy pikuki y muy bonito. Bonito de bonito, de mono, de chupi. Pero si ya con el anterior espectáculo se desinflaba bastante la magia y el enganche por lo vacuo de la historia y porque el algodón de azúcar es así. Al principio te ansias y quieres hasta agarrarlo con las manos, pero una vez te has pringao y te has endosado dos mordiscos, se te desinfla la perra y te encuentras con un palo con aire alrededor y unos grumillos de azúcar pegada. Y así viví yo ayer este espectáculo. Como una obra visualmente preciosa, pero con una miga que se desvanecía por minutos hasta llegar a la nada. Momentos más acertados, o graciosos, o brillantes pero tan aislados que no conseguían crear magia.




SPOILER

El finde pasado estuve viendo "El curioso incidente del perro a medianoche" en Londres. Bueno, pues hay un momento en el que aparece un cachorrillo monísimo en escena. Así tipo Scotexx y toooodo el teatro lanzó un "¡Ohhhhhh!" emocionado. Fue como cuando de pequeño, en el cine se aplaudía cuando ganaban los buenos. Vamos, que yo soy de moco fácil y con un perrito me tienes rendido. Pero con este Golem... como que no.     

sábado, 28 de noviembre de 2015

Bangkok. Sala de la Princesa.

Fernando Sansegundo y Dafnis Balduz están muy bien. Ellos va, vienen, mueven la escenografía, se suben en los asientos, cambian, gritan, susurran, se enfrentan, ganan, pierden, suben y bajan. Y todo lo hacen muy bien. Incluso están muy naturales y creíbles. Escenografía, vestuario, iluminación también bien. Pero claro, es que el texto a mí no me provoca nada. Salgo igual que entro y durante la función, desenchufo varias veces y repaso la lista de la compra. SPOILER. No leas más y si lees no te quejes, que yo te lo he avisado.




Utilizar un aeropuerto vacío para situar esta acción es un recurso poco interesante, la metáfora es tan simplista que a mí no me embauca. Sí, es un símbolo de estos tiempos corruptos, degenerados, sucios y podridos. Vale, si no es eso, si la metáfora es clara. Pero es que de clara resulta evidente.  Y a mí lo evidente no me motiva na de na. Luego la acción tampoco me atrae mucho. El señor que acaba siendo un mercenario y el empleado revenío que es una víctima de la crisis y un revolucionario en la sombra... son lugares comunes poco interesantes. Ni me creo a ese segurata como activista en la sombra, ni su discurso, pese a ser intelectualmente cercano a mí, tiene un desarrollo tan simplista que no me toca. Ni me creo a ese hombre ni me interesa. Y lo que dice está bine, lo de los bancos, lo de los gobiernos hipócritas, lo de la corrupción, lo del asco... pero como que no me cala. Y el supuesto giro dramático para darle intriga a la acción tampoco me sorprende ni me provoca demasiado. 
Así que por eso te digo, jajaja, que ni el texto me interesa nada ni a dirección me parece que pase de correcta y efectiva. Eso sí, luz, escenografía y actores competentes, buenos, muy buenos y muy, pero que muy entregados y por encima del producto.  

40 años de paz. Sala negra de Canal.





"La abducción de Luis Guzmán" me da la sensación de que se ha convertido en un espectáculo casi de culto. No sé, igual es cosa mía pero me da la sensación de que mucha gente no la vio, pero sólo se oyen maravillas. Yo fui de los afortunados que lo viví y lo sentí de una forma estremecedora. Sin duda me pareció uno de mis montajes del año.
Y ahora, el mismo equipo junto con Fernanda Orazi han creado este nuevo prodigio, esta joya que también está destinada a ser de culto. 
No hay nada que me guste más que el que los responsables de un espectáculo traten a los espectadores como seres inteligentes. No soporto los diálogos mascados, los mensajes facilones, los recados de carpetera ni los trucos baratos que pretendan llevarme por donde un ser que me menosprecia intente llevarme. Pablo Remón siente tanto respeto por ti como público que te coloca en el mejor sitio, el de la persona inteligente, sutil receptiva y lo suficientemente inteligente como para no tener que decorarle nada ni masticárselo. A mí eso me pone.



El texto es una maravilla de contenido y de estilo. La historia de lo que fue una familia militar franquista, fachorra y repujnante y que tras la muerte chorras del progenitor se encuentra, después de 40 años de paz y treinta y pico de orfandad, sumidos en los restos de un naufragio del que ninguno sale con dignidad y casi ni con vida. Sus almas están tan pochas como el agua de esa piscina testigo de los meaos del papi y de ese polvo que nos cuentan con Julieta... que pa haberlo visto. A fin de cuentas es simplemente una familia normal. Un padre hijoputa así de mente y de alma, una esposa insatisfecha y mala con la maldad del inocente, del que te hunde mientras aguanta la sonrisa en la cara porque todo, todo y todo lo hace por amor. Hasta aniquilarte. Hasta matarte. ¿Y los niños? El mayor es el vivo retrato de su padre, la nena es un cero a la izquierda, una perdedora, una actriz sin carisma y con el mal fario pegao a su chepa. Y el pequeño arrastra todo el pus de la familia entera. Encima, por si no tuviera poco con su sombra, es poeta y maricón. Vamos, en definitiva, lo que puede surgir de una familia así es exactamente eso. Yo aunque nací en Madrid, me crié en Valladolid y recuerdo perfectamente que una compi mía de clase era nieta de uno de los militares golpistas que acompañaron a Franco. Y yo de pequeño he estado en casa de esta chica y he visto al abuelo en su butaca del salón. Claro, yo entonces no sabía quién era, pero esa presencia era aterradora. La bestia no duerme, la bestia está ahí agazapada y sale por los poros y en un regüeldo a destiempo. Y de ahí viene el gen, la herencia, eso de lo que no puedes escapar. Por eso el mayor es clavadito a su padre, la nena es una inútil y el pequeño, el poeta y maricón, es un guiñapo al que ahora le llega se turno. Cuando ya no hay más que la muerte. 
Estremecedor texto, en el que lo que se sugiere y lo que se atisba es más cruel y duro que lo que se ve, que ya tiene cojones. Un texto de una profundidad y de unas vueltas que sobre todo cuentan con la inteligencia del espectador para rumiar todo lo que entre coñas y guasas te van soltando. Y es que la vida de la bestia es así. 



Del reparto poco puedo contar. Ana Alonso está comestible. Triste, gris, apagada y perdedora como hija y torpe y perdedora también como la chica de la oficina, aunque consigue hacer a OTRA perdedora distinta, la perdedora humana frente a la perdedora por su destino gris y enfangado. Brillante. Emilio Tomé está espectacular. Habla y vive desde una verdad y una naturalidad que parecen hasta falsas. Es imposible ser más natural y empático a no ser que seas un actor inconmensurable y trabajes desde muy, muy adentro. Y eso hace Emilio. Brillante. Francisco Reyes está sublime. Es el hijoputa y es el hijo del hijoputa y son dos hijosdeputa distintos siendo el mismo. Es la herencia pura y es el destino asumido desde la hijoputez congénita. Por eso la caja de galletas danesas es lo más natural del mundo. Tan natural como usar y destrozar a quien sea. Y consigue que te descojones con la bestia. Brillante. Y Fernanda Orazi.



Descomunal, ejemplar, mastodóntica, perfecta, sarcástica y perra como ella sola. Es la perfecta esposa asumida. La vida es así y es eso. Lo más natural, ¿no? Destroza a su hija, destroza a su hijo, adora a su pequeña bestia y añora un amor devastador, letal y seguro que maltratador. Pero es lo más natural. Ella asumió en su día imagino que una casi violación junto a la piscina, mamada incluida y desde esa asunción va aniquilando su entorno, crías incluidas. No se puede ser más mala ni más perra. Siempre desde la risa humillante y desde un amor entendido como posesión y muerte. Tan cruel como natural y tan asesina como dulce. Un bicho con todas sus letras que acaba sus días de bilis pidiendo que le enseñen un miembro. Porque a pesar de todo, lo que empezó con una mamada bien puede acabar con un rabo, aunque sea en la distancia. Fernanda consigue en esa mirada al nabo del moldavo tanta intensidad que se te inundan los ojos de lágrimas de puro patetismo y de puritita soledad. Y luego el Pepito Grillo ese que pulula y toca los huevos casi más que Julieta. Divertida, histriónica, arrolladora, briosa... otro despliegue de la Orazi que está absolutamente perfecta en cada gesto y en cada risa. 
Puesta en escena de Pablo Remón prodigiosa, con un sentido del ritmo y de la progresión asombrosas, un espacio precioso y con una frialdad mezcla de Hopper y de Lynch. Tres historias, cuatro protagonistas, una vez son el centro y el resto son secunadarios pero de la misma historia. Cierto, "narramos mientras somos narrados". Luces fabulosas, elementos y recursos escénicos inteligentes y precisos. Remón consigue crear un microcosmos asfixiante, polivalente y decadente que a mí no sé por qué me llevaba a Buñuel. Fantástico montaje, fantástico sitio en el que se coloca Remón y fantástico sitio en el que coloca al espectador. Sin ningún género de dudas, uno de los espectáculos más inteligentes, brillantes y emotivos que he visto este año. Bravo y mil veces bravo. ¡¡Me cago en San Pito pato!!  


     

Siempre me resistí a que terminara el verano. Marquina

De Lautaro Perotti yo sólo había visto aquella maravilla de "Breve ejercicio para sobrevivir", una exhibición de Santi Marín y Bárbara Lennie. Entre eso y el pedazo de repartazo que te encuentras en el cartel... como pa no ir cagando hostias a verlo. Pues claro. 



Lautaro Perotti vuelve a demostrar que maneja a la perfección los entresijos del alma humana necesitada del otro para completarse. Escribe y desarrolla de forma precisa, hiriente y real la necesidad que tenemos de prolongarnos o de necesitarnos en el otro para sentirnos vivos, para cerrar el eslabón de la cadena vital. Los encuentros entre dos personajes son secos y potentes tanto literariamente como en su traslado a la vida real (la del escenario, digo). No tanto el manejo del ritmo o de el enlace de escenas. Quiero decir, el texto es cercano, familiar, conocido, poco sorprendente pero desarrolla de forma irregular según qué momentos, dando, al final una sensación de ya visto y de poco emocionante peligrosa. El texto se mueve entre momentos memorables y emocionantes y otros rutinarios, revisitados y poco conmovedores. Y es que la intención que hay debajo yo siento que es la de conmover. Las cosas así buscadas suelen funcionar regular. Yo al menos prefiero lo que sucede sin querer, lo no buscado (es un decir porque toda intención se busca). Si se provoca emoción, que sea sin querer, si se conmueve que no sea por cojones. Es como la diferencia que hay entre el plano de Angelica Huston mirando la nieve caer en ese plano mágico de "Dublineses" o un capítulo de "Autopista hacia el cielo". Bueno, no tanto, me he pasado, pero a eso me refiero; el afán por conmover provoca que Perotti haya escrito escenas a veces muy largas, repetitivas, ilustrativas y deja a un lado la capacidad de profundizar que ha demostrado y demuestra y navegue a ratos entre la carga de profundidad y la reiteración. Lo que pasó en mi caso es que eso me llevó a cierto desinterés y a poca empatía. 
Que yo adoro a Mónica Boromello es sabido por todos, pero en esta ocasión el espacio doble no me gusta. A ver, el bosque lluvioso sí, es bellísimo, pero el puticlub no. Y no tanto por el espacio en sí, que no me provoca ni evoca nada sino por el uso. Si estableces el código que de la puerta está en un sitio concreto, tiene que estar ahí siempre, no vale que luego los personajes atraviesen las paredes porque te es más cómodo moverlos por ahí.  
Técnicamente todo perfecto, luces, espacio sonoro, vestuario...
Y lo mismo que te digo que la dirección y el texto en sí me parece que no conectan conmigo y se me quedan a medio camino, te digo que el reparto está a un nivel prodigioso. Muy, pero que muy por encima del texto.




Unax Ugalde me sorprendió porque nunca le había visto en teatro y demuestra una dominio del espacio, un control del escenario y una maestría tanto para el trazo grueso, como para el sutil e incluso para el primer plano acojonantes. Me parece que hace un trabajazo magistral. Como Estefanía (de los dioses) y de los Santos. Ella es carne y es tierra, es puta y es amiga, está ajada pero más viva que todos juntos. Recorre un arco de emociones como si nada que te estremece y te retuerce. Y todo eso lo hace como si fuera su estado natural. Impresionante cómo crea vida en el escenario. Andres Gertrudix  es una debilidad que yo tengo. Es un actorazo que consigue siempre dar credibilidad a todo lo que agarra entre sus manos. Y Andrés está fabuloso y salvaje en los momentos en los que el texto se lo permite y le lleva mejor aunque hay momentos en los que cae en lo reiterativo y en los recursos ya explotados cuando el texto decae. Pablo Rivero está algo perdido. Bueno no, quiero decir que da el aspecto de pijo fachorro asqueroso. Da grima. Pero su personaje quizá sea más esperpéntico y menos "real". Y ahí sale perdiendo Pablo, que mantiene un tono que no corresponde con lo que le rodea. Además, vocalmente está como engolado o con la voz en un sitio raro y poco natural y efectivo. 
Y luego está Samuel Viyuela. Un puto descubrimiento, el amo del escenario, un robaplanos implacable. Sale, está en otro tono distinto, es pura comedia, es Berlanga, es la vida y es lo natural. Surge, crea, nace en él cada frase, cada coña, cada morcilla (fijo que no hay ninguna, pero incluso lo parecen), cada mirada y cada silencio. Desde que sale y arranca a hablar, alucinas, flipas y no puedes despegar la mirada de este actor sencillamente PRODIGIOSO. 



En definitiva, un texto reiterativo y poco empático con un reparto de ensueño muy por encima del espectáculo.     

martes, 17 de noviembre de 2015

El público. Teatro de la Abadía.





Las ganas que yo tenía de ver este montaje no lo sabe nadie. 
Intentaré ser lo más frío posible porque es lo suyo, ¿no? Para desmanes... otros comentarios míos. Pero en este prefiero ceñirme al asunto.
Este texto se ha representado en muy contadas ocasiones en España. Esta era la segunda... no, tercera vez que lo veía. Poquísimas para lo que merece un texto como este. Con la boca abierta y grande digo desde YA que para mí es uno de los textos más impactantes y necesarios de la historia de la cultura. Ahora al asunto, que es lo importante.
Me resulta curioso o chocante o raruno leer durante estos días que se diga con absoluta naturalidad que este texto es "indescifrable" o "incomprensible", que se den estas afirmaciones como una verdad  y te hablen desde ahí. Vamos a ver, yo pienso que este texto si lo analizas, si lo lees con cuidado y tranquilidad es claro, conciso, de una belleza abrasadora, con una música en las palabras e incluso en su métrica apabullante y de una claridad casi meridiana. Eso sí, hay que estudiarlo un poco. Un poco. No un mucho. ¿Raro? Coño, hablamos de surrealismo, claro que es raro. Figuras, imágenes, metáforas incluso, colores, disfraces, símbolos. Eso no implica ni muchísimo menos que sea un texto inescrutable. Pero hay que adentrarse en él. Y digo esto única y exclusivamente como TEXTO, no me refiero a cómo uno debe enfrentarse o entregarse al hecho teatral. Evidentemente uno debe ir a una sala entregado, relajado, dispuesto a dejarse llevar por las mareas y los aromas del director, de los actores, del músico, del iluminador, del coreógrafo, del escenógrafo... Al hecho único teatral hay que ir sin pretensión, con el poro abierto y lubricado. Sin medida ni meta, ni tope, ni red, ni teoría, ni amor siquiera. Y luego que pase lo que tenga que pasar.

En este montaje ha habido cosas que me han gustado y cosas que no. 

Me ha gustado:




La Julieta de Irene Escolar. No es la Julieta que habita en mi adentro pero es admirable el trabajazo de esta mujer que si no lo es ya, en nada será de las mejores y más carismáticas actrices del país. Se temblor, su miedo es casi real. Y su contacto con los caballos es revelador. Estremece desde un sitio fascinante. Un sitio inteligente, bello y muy impactante. 




El prestidigitador de Juan Codina. Sádico, sibilino y con un aspecto de serpiente tentadora muy, muy acojonante. Puesto que todo el espectáculo tiene ese tono trascendente y de máxima importancia, el prestidigitador es totalmente coherente con ese tono y el único en el que ese tono, para mi gusto, funciona. 
Determinados momentos del Hombre 1, Hombre 2 y Hombre 3.  Personajes marcados, buena dinámica entre ellos y escenas y conflictos bien resueltos. Realmente resultan coherentes y sus distancias son claras. 
La escena de los estudiantes y las damas. Visualmente bien resuelta y aunque como en todo el espectáculo se pase un poco por encima del texto, sus posturas resultan convincentes. Digo sus posturas morales, claro. 
Pep Tosar en la escena final. Bueno, concretamente cuando saca las manos de los bolsillos y la emoción y el propio texto le lleva por sitios más espontáneos, más reales y más comprometidos. 




David Boceta. fantásticos su Hombre 1, su Gonzalo y su Desnudo Rojo. Aunque yo creo que siendo el Desnudo Rojo Gonzalo, lo es a partir de un momento dado, desde "Todo se ha consumado" como bien decía Federico.  Pero no siempre. David está en un tono fabuloso, con una composición corporal concreta y maravillosa, con el peso justo, la firmeza justa y la rigidez precisa. Sin duda, lo mejorcito junto con Codina e Irene Escolar.
El traje de Arlequín y el Traje de Bailarina. Bien en concepto y en reflexión. 
Los cambios de dimensión, de espacio y de tiempo, en general están bien resueltos y funcionan.
El trabajo de todos los actores. Sin excepción y sin coartadas. 


No me ha gustado:

La dirección.
El tono general como de una trascendencia pesarosa, doliente y demoledora. Lo que se cuenta, para mi gusto, es duro, pero desde un sitio más jocoso, es un dolor brillante y azul, no marrón y cadenciosa. Ese tono, ese sitio, esa elección (absolutamente respetable, eso está claro; cada uno monta, elige y dirige desde donde quiere y como quiere) al menos en mí provocó desinterés, pesadumbre y poca emoción. Chica, a veces hay conexión y a veces no. Con un espectador sí y con el de al lado no. 
Los caballos blancos. No entiendo por qué uno de los caballos blancos, símbolo del sexo viril y hetero (no lo digo yo, lo dice Federico en el propio texto) es una mujer. No hay nada de lesbianismo en esas figuras ni en sus momentos y la libertad de Julieta no pasa por acostarse con una chica. Es más, cuando Julieta pasa a ser un chico de 15 años (tampoco lo digo yo, lo dice Federico) tampoco tendría sentido que uno de los caballos fuera una mujer. 
Las acotaciones. Cada uno es muy dueño de respetar las acotaciones del autor o no hacerlo. Es de cajón. Pero las acotaciones de "El público" casi son como Pinterianas, son casi de obligado cumplimiento. Bueno, en Pinter son lo cumplimiento obligatorio. Las acotaciones son muy aclaratorias. Los colores, lo que pasa, lo que cambia, el vestuario o al menos la referencia, el cuándo, el cuántos, el para qué... las acotaciones son riquísimas. Una cama vertical (la cruz) , radiografías en las paredes, decoración realista (la única nota realista del texto, el sepulcro de Julieta), vestida de griega (Elena de Troya), decorado azul... Especialmente cuando uno de los actores dijo en una entrevista “Àlex quería ayudar al espectador a entender mejor los símbolos que maneja Lorca. Y todo lo que se pueda perder en contenido se gana en forma”. 




Pep Tosar. Mejor dicho el desarrollo de su personaje. Lo siento, pero durante casi toda la función está con las manos en los bolsillos. Hay tantísima pasión y tantísimo cambio que es imposible vivir todo lo que pasa en esa hora y poco sin desmangarse. Es imposible que Enrique esté igual al principio de la obra que al final. Aunque en la escena final no pueda evitar sacar las manos y dejarse llevar. Pero la frialdad del cuadro 1, ya de por sí bastante delicada, no puede estar en el cuadro 6. Imposible. El teatro se ha derrumbado, y él también. Por eso tiene frío. Por eso "no vale silbar desde las ventanas". Porque quitar es fácil. Lo difícil es poner. Por eso es mucho más difícil sustituir. Por eso llueven guantes blancos.




La ruina romana. Es un juego, sí, pero un juego de tira y afloja y con mucho dolor. No es sólo un doy y un recibo. No se les borra la sonrisa en ningún momento. Y cada vez que aparecen el pez luna y el cuchillo, se produce un relámpago. Esa es justamente la clave de toda la función. De las cien capas del texto, las dos capas más evidentes y poderosas; el teatro y su sinceridad y coherencia y el amor y su sinceridad y coherencia, en la capa del amor el responder al pez luna con un cuchillo es la clave. Ahí está la distancia entre ellos, ese es el límite que va a perseguir a Enrique y Gonzalo durante toda su vida. No es una frase más, no es una imagen más. Toda la escena es de una belleza sobrecogedora, cada frase, cada imagen, cada reto es un homenaje a la belleza lírica, humana y amorosa descomunal. Nube, ojo, mosca, manzana, beso, pecho, sábana blanca... Y hay un momento en el que no se respeta la puntuación. "Tendré necesidad de desmayarme para que vengan los campesinos. Tendré necesidad de llamar a los negros..." , son afirmaciones, no son preguntas. No es lo mismo "Ya no me sirves" que "¿No me quieres?"
El Emperador. La voz que oímos parece casi la voz de Dios. y justamente lo último que hay en esta obra es el sentimiento de culpa judeo cristiana. Hay imágenes poderosísimas bíblicas; el Desnudo rojo y sus frases, la madre de Gonzalo, "deja que te lave los pies"..., pero lo que no hay es sentimiento de pecado. El Emperador es la prohibición, el poder viciado y vicioso que viola niños (no lo digo yo, lo dice Federico), no Dios. 
Las referencias a Pirandello, a Shakespeare, a Calderón, a "Poeta en Nueva York" quedan demasiado difuminadas aunque en este caso, siendo también una elección, quizá no sea un aspecto tan importante. Sólo un capricho mío. 




El "Solo del pastor bobo". Vale, es raro, es incómodo, ¿qué hago con esto? Quizá lo más apropiado sería ponerlo al principio, como en el Siglo de Oro, para anunciar de qué se va a hablar a continuación. O quizá justo antes del cuadro sexto, cuando todo ya ha sucedido (o casi) y todas las caretas están en el armario. Pero de ahí a convertirlo en una canción seria, de hoy mismo, en una canción de cadena Dial... no sé yo. Esa letra es muy fuerte. Todo lo que dice. O haces farsa o yo qué sé, pero... un éxito de cantautor... como que no.   
El caballo negro. Es igual que el prestidigitador. Hasta se confunden. ¿Dirías que son dos personajes? Lo son y casi te diría que antagónicos. 




El excesivo tono flotante y trascendente que para mi gusto y según mi percepción, en mí provocó desapego, falta de empatía y poco embrujo. 
La escenografía, la luz en general y la música. Demasiado ocre todo para un texto tan dolorosamente brillante. 
El preámbulo con imágenes de Federico, el rostro de Federico, Federico con La Barraca, las canciones de Federico y las canciones no de Federico. No es necesaria tanta "mentalización" de quién es Federico. Bueno, corrijo, esto lo pongo en la sección ni fu ni fa.
Los conejos.

A falta de que el tiempo y el transcurrir de los días me den perspectivas nuevas, ahí queda mi reflexión sobre "El público". Lectura que no coincide con la mía, dirección que desaprovecha el ingente filón de imágenes y referencias que hay en el texto y lo vuelve mortecino, apesadumbrado y color tierra. Y un repartazo con grandísimos actores que hacen un gran trabajo, aunque las directrices que tienen no es la que yo veo como más adecuada. Pero, como digo siempre, esta es sólo mi humilde opinión.                  

Por cierto, creo que todas o casi todas las fotos son de Ros Ribas. Paradojas de la vida. Y un genio indiscutible. 

El alcalde de Zalamea. Teatro de la Comedia


Nuria Gallardo es lo más.



Una vez dicho esto, al lío, ¿no?
Empezar un comentario escribiendo "Teatro de la Comedia"... es ya de por sí, un gustazo. Que reabra un teatro como este en Madrid es un milagro y un motivo para celebrar.
Y está muy bien celebrar esta reapertura con un clásico como "El alcalde". Gran espectáculo, sólido y con un resultado de altura, de mucha altura. 
Pero vamos por partes. Sobre todo porque es este espectáculo hay unas cuantas "partes". Primera, dirección. Confieso que los trabajos de Helena Pimenta no me han enamorado nunca. No sé, supongo que hay algo en su lenguaje que no termina de conectar con el mío. Es ese toque que hace que el punto de vista que está viendo sea exactamente el tuyo. No es problema de ninguna de las dos partes, es simplemente cuestión de conexión. El espectáculo me parece muy, muy sólido. Aunque estéticamente me resulta algo añejo. El comienzo de los pelotaris es potente y me gusta mucho. Bien iluminado, bien vestido, bien movido, bien coreografiado. Aunque quizá la dualidad entre la voluntad y el deber, y entre el deseo y el destino podrían haber tenido un tratamiento más personal y carismático. El verso... como casi siempre, desigual, sobre todo estilísticamente. Si usas verso libre, usas versos libre (no es mi preferido, pero bueno) y si usas normas más clásicas, que sea de forma homogénea. Pero entre el verso de Carmelo por ejemplo y el de David Llorente hay un mundo. Pero bueno, tampoco pasa nada. 
La escenografía no me gustó tanto. Aparte de que resultaba incómoda para casi todas las entradas y salidas, también era incómoda para determinadas acciones (como la cena, por ejemplo, con Nuria sentada en el suelo) aunque el momento Carmelo atado me pareció bien resuelto. Pero bueno, tampoco pasa nada. 
El elenco... desigual. Hay elecciones que no entiendo. Lo que hace Clara Sanchís, por ejemplo. Ella es una buena actriz, eso es incuestionable, pero lo que han elegido que haga no conecta conmigo en absoluto. Vamos, que no me gusta nada. Pero nada es nada. Francesco Carril y Álvaro de Juan están estupendos. Quizá algo pasados, pero resultan convincentes y divertidísimos. Se agradece, con lo denso que es todo en esta obra. David Llorente demuestra ooootra vez más su maestría tanto con el verso como con el dominio del espacio y de la tensión. Un ejemplo de trabajazo sin fisuras en un personaje en el que lo único malo es que pase desapercibido. Cojonudo. Y luego tenemos a Notario (posiblemente una de las bestias escénicas más brutales que ha dado este país en muchos años) tan perfecto como siempre. Carmelo Gómez está asombroso. Con su verso completamente descontextualizado consigue dar una verdad a su Pedro Crespo fantástica y convincente. Tiene un peso en el escenario de gran actor y mantiene sus duelos con el gran Notario de igual a igual. Sin embargo en sus escenas con Isabel, se convierte en un ser pequeñito, delicado y vulnerable. Fabuloso.



Y Nuria Gallardo... cósmica. Siempre he amado y admirado a esta mujer por su capacidad de bajar a la Tierra y hacer carnales todos los personajes que toca. Desde que aparece en escena desprende la luz de un hada y el encanto de un ser frágil. Una crisálida que brillará por el escenario hasta acabar convertida en un ser destrozado y mutilado. Una transformación instantánea, rapidísima, vertiginosa y fascinante en manos y ojos de Nuria. (Por cierto, y esto es comentario "Sálvame"... cada día se parece más a la grandiosa María Jesús Lara. Esa mirada... estremecedora). Nuria está absolutamente poseída por el personaje y transmitiendo la dulzura de la joven y el dramatismo de la violación y la deshonra. A ver, seamos sinceros, el tema de la edad... Confieso que al tener noticia de este montaje, me resultó chocante. Pero confieso también que una vez visto el resultado, yo me descubro ante quien haga falta. Nuria es perfectamente la hija de Carmelo, porque lo que ambos hacen es tan fascinante que no hay ni una fisura. Son dos trabajazos solidísimos que hacen que no te plantees nada. Al menos a mí me enamoraron tanto que no pensé en edades ni en chorradas. No creo que muchos actores pudieran aguantar los duelos con Notario como lo hace Carmelo y no creo que haya muchas actrices capaces de trasmitir tantos colores y de transformar el azúcar en hiel y en costra como lo hace Nuria. Sin duda, lo mejorcito de la función. 



En resumen, un gran espectáculo al que en un ranking que hacemos entre varios blogueros y críticos yo le he dado, sin ninguna vergüenza ni duda, un cuatro sobre cinco. No me gusta mucho eso de poner estrellas, pero, "El alcalde de Zalamea" se merece eso, porque es un gran espectáculo que merecería girar mucho por todas partes.          

La clausura del amor. Canal.

Pascal Rambert escribe y dirige este... digamos... espectáculo. Y es que no sé si llamarlo espectáculo o... catarsis, o... terapia... o destripamiento. ¿Recordáis "Función de noche"? Pues algo así parece que sucede aquí, en el escenario de la sala verde de Canal, bajo la mirada congelada de espectadores ávidos, parejas estremecidas y los numerosísimos trajeados y emperifolladas que invitamos entre todos (la política de invitaciones de Canal es... tema aparte).
Aquel invento llamado "Festival de Otoño" que ahora es esa otra cosa llamada "Festival de otoño a primavera" tiene su lado bueno, y es que a pesar de no tener ya la más mínima identidad como evento, permite que veamos a lo largo del año un puñado de espectáculos de esos obligatorios e imprescindibles. Y "La clausura del amor" es imprescindible por mucho motivos.
El texto escrito por Pascal Rambert es pura verdad, puro pensamiento, puro sentimiento y pura bilis. Una ruptura, aunque dolorosa, puede ser más o menos cívica, más o menos educada y respetuosa. o puede ser el detonante para sacar todo el pus que uno ha guardado durante años de convivencia digamos... civilizada.




Ya lo decía Gila: "eso que de solteros es un lunarcito gracioso en la mejilla se convierte en una verruga llena de pelos una vez casados". Salvando la distancia de nuestro pasado bizarro, eso es lo que vienen a contarnos. Evidentemente inundado de palabras certeras e hirientes y con un estilo cercano al monólogo interior. Porque lo que vemos primero en él y luego en ella es el pensamiento llevado a las palabras. Un concepto lleva automáticamente al otro, una palabra enlaza con la siguiente, o se atropella, una idea o una frase se ve interrumpida por lo que eso provoca en uno mismo. Es el proceso mental llevado a las letras. Brillante, brioso, herido y vomitivo. Un recuerdo se transforma en queja, en dolor, en herida, y la herida supura, y el pus provoca y la provocación arrastra y el odio hunde. Texto nacido de las tripas y del amor más odioso. Mil frases para recordar, mil momentos con los que identificarte, mil puyas en las que te ves , te reconoces y te proyectas. Es el dolor o el desprecio máximos. Porque encima se clavan las cuchilladas donde más duelen. Hijoputismo del reconocible. ¡¡Coño, que a veces se dicen unas cosas que parece que se las dicen entre ellos dos, personas, no entre dos personajes!!




Y así durante cuarenta y pico minutos. Primero Israel. Torrente de energía, prodigio de respiración, cascada emocional, tobogán, montaña rusa, precipicio, sima e infinito. ABSOLUTAMENTE PERFECTO. Después... intermedio musical absolutamente delicioso que hace digerible tanto el vómito que acabamos de presenciar como el que intuimos que se nos viene encima. ¡¡Y vaya si se nos venía encima!! Arranca Bárbara Lennie. Exactamente igual de arrasadora que Isra. El texto en este caso esa casi exacto al que nos potó Isra antes. O el contrapunto. Todo lo que la sinrazón y el torbellino de Isra impidieron que respondiera Bárbara. Porque a los dos les importa una mierda lo que el otro responda. Ya no están por las justificaciones, ni por las explicaciones,. El "otro" ya no tiene lugar. A veces, ni siquiera para el respeto. Salvaje. Como pasó con Isra, apenas un par de pausas para tomar aire... y vuelta al torbellino. Y cuando cada uno ha soltado todo el odio en el que se ha convertido su respectivo amor al llegar su clausura, entonces se acaba. Ya no hay más. Eso sí, cada uno se queda con lo que se queda y nosotros nos quedamos con un grandísimo texto y con el trabajo ya no sólo de soltar, de potar, de arrasar, de expulsar, de herir y de dañar al otro sino que con el otro, con el más jodido, con el de "escuchar". Y es que ese escorzo no esconde las reacciones. Y esas espaldas hablan tanto y tan bien como las caras. Y si difícil y comprometido es soltar, ni te cuento lo jodido que es recibir. Y los dos escuchan y oyen (ambas cosas) con la misma maestría, compromiso e implicación que cuando el foco está en ellos directamente. 




Este espectáculo es una maravilla lo primero por el texto salvaje, necesario y ejemplar y por una dirección sólida, delicada y magistral. Y lo segundo y más importante (perdón, Pascal) por el descomunal trabajo de Israel Elejalde y Bárbara Lennie, hablando de cosas cercanas, de las jodidas, las reconocibles con un nivel de maestría, implicación, valentía y riesgo tanto emocional como ético como no se ha visto en un escenario salvo en contadísimas ocasiones. Sí, dos salvajes. Un escenario casi vacío, un ring blanco, inmaculado, impoluto y dos bestias. Desde aquí digo que cualquier estudiante y "practicante" de interpretación debería ver este espectáculo obligatoriamente porque es un ejemplo descomunal de en qué consiste el trabajo de un actor. Sin ningún género de dudas, dos de los mejores y más valientes intérpretes de este país.        

lunes, 9 de noviembre de 2015

No hay papel. Sala tú.

"Aprende a ser el que sueñas y no a soñar el que eres"





¿Cuál es el verdadero formato de un espectáculo? ¿Cuál es su origen, su alcance y su destino? ¿Se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón? 
Beatriz Bergamín nació con esa frase en los genes. Es de su abuelo, José Bergamín, escritor, dramaturgo, ensayista, poeta y republicano. No sé si en ese orden. 
Ese gen lo tiene Beatriz Bergamín. Ese y otros más que han hecho de esta bellisima mujer una suicida emocional que vacía su historia, su pasado, su presente y su futuro (no siempre en ese orden..., o si... o no).
Pensaba hacer una breve semblanza de su abuelo, don José, pero casi que paso. Son datos. La herencia, lo importante, el poso, el ser humano es lo que lleva Beatriz dentro. Mejor dicho, llevaba, porque lo ha sacado. Quizá sea aventurado presuponer que hay mucho de biográfico en ese revulsivo textazo. En cualquier caso, ¿qué más da? 




Beatriz Bergamín nos cuenta una historia sobre amor, futuro, pasado, deseo, poesía, arte, crisis, herencias, recuerdos y deseos. Y nos lo cuenta desde dos planos. Por un lado está la historia de Julia y Clara, dos hermanas que se reencuentran frente a una botella de vino y unos recuerdos. Este encuentro es ya de por sí poético; no hay un tiempo definido, ni un espacio, ni un por qué, ni un para qué. Ni falta que hace, podría ser en cualquier momento, en cualquier sitio y por cualquier motivo. Ese reencuentro desencadenará o mejor dicho será la razón de ser de un "ajuste de cuentas" entre el recuerdo, el presente y el futuro, entre los deseos, los sueños, las putadas y la vida. Esas dos mujeres heridas se salvarán con la poesía, la misma poesía que las separó. La poesía como máximo expresión de lo decidido. "Quiero ser libre, poder elegir, elegir libremente" dicen. La poesía es eso. Es la palabra más escogida de todas. Si cualquier palabra es elección, las de la poesía más, es la palabra más elegida, el sumum de libertad. La poesía, la libertad, la sinceridad y la consecuencia las salvará. Eso y saber que son una. "¿Cuántos brazos tienes? Dos. Con los míos, cuatro". Estremecedora relación, estremecedor amor y estremecedor el poder del recuerdo, del pasado y del futuro por vivir. No hay mayor amor. Como no hay mayor exilio que el interior. Se habla mucho de España en la función. Y del exilio. Imagino que ahí la herencia es obvia. El exilio físico invade la obra e invade la vida de Beatriz. Don José, su padre... Pero el exilio interior de estas dos hermanas que ni siquiera recuerdan mucho o aman mucho ni de papá ni de mamá (al menos no de una forma ortodoxa) es más doloroso que el físico. Ese lo han superado (quizá no, pero casi), pero es el íntimo, el interior, el del vacío el que hace que ni puedan escribir o compartir lo escrito o que lloren como lloran oyendo "En tierra extraña".   
Y paralelamente a esa relación fraternal está el otro plano de la narración. Y ahí están Ángeles y Beatriz contándonos por qué hacen esta función, sus vidas, sus por qués y sus para qués. Y sueltan verdades como puñales. Dos víctimas de la crisis. Dos actrices con problemas y preocupaciones. Tremendamente lúcido el momento en el que reflexionan sobre cómo veía antes la gente a los "artistas" y como se nos ve ahora. O ese otro momento "qué buscas como actriz/actor y por qué necesitas serlo". Teatro y emoción al máximo. Es en este plano "real" donde las dos actrices desnudan sus almas y nos regalan sus razones vitales, sus deseos más íntimos, sus debilidades y sus sueños. este plano, que puede parecer más mundano y fácil por ser el más... terrenal es sin embargo el más difícil. Mover lo que uno tiene dentro es vertiginoso y muy, muy doloroso. Si no por qué se le escapan las lágrimas a Ángeles simplemente mencionando a sus "tórtolas". Porque tu propio corazón y tu propia crisis es más dolorosa que la de Clara o la de Julia. Y hay que una actriz muy valiente y muy generosa como para poner eso ahí, delante de todos, y quedarte en bolas emocionales delante de la peña. El drama sin estridencias de muuuuchos españoles. Ese que "incluso" los actores atraviesan. El dolor y el miedo. Y la sonrisa de los hijos. De las tórtolas y del retoño guapo, y de las ventanas que dan al bosque. Un bosque que es el otro, que es uno.




Si el texto es uno de los más inteligentes, brillantes, lúdicos, juguetones, profundos, hirientes y dolorosos que he disfrutado en mucho tiempo, la puesta en escena es igual de brillante. Víctor Velasco dirige magistral y sutilmente esta función. Ritmo, punto de vista, lugar ético, dimensión, pretensión, todo es justo, acertado y magistral. Si esto lo envuelves con unas luces acojonantes creadas por el propio Víctor junto con José Manuel Guerra y Jamie Aroca Puchades flipas aún más. El trabajazo de iluminación es otra muestra de que no hay espacios pequeños ni productos menores o con menores aspiraciones. Esas luces son prodigiosas. Y dignas de un espectáculo grandioso, que en definitiva es lo que es. Y para remate esas dos actrices. Beatriz Bergamín es un universo en sí misma. Sonríe, se defiende, se entrega, se enfada, recrimina, besa, bebe, recuerda y sueña desde un sitio que intuyes calentito, confortable y muy acogedor. Su mundo trasciende y su magia sale por sus ojos y por su boca en cada instante. Es un ser mágico, un duende, un hada. Y Ángeles es la sabiduría. Está de vuelta de todo. Transmite la amargura de quien ha ido, ha estado y ha vuelto. Y ha buceado dentro de su alma más íntima para conseguir sacar lo que te regala: un ser herido y sanado. Las dos actrices consiguen además tener un control tan bestial sobre el texto que logran crear o recrear, revivir, reproducir o hacer brotar una verdad única en cada momento. Realmente tienes la sensación de que tu función ha sido única. Creada y recreada en el momento. A eso yo lo llamo "verdad" y tanto la una como la otra, derrochan verdad. En todos los planos de la función, que son muchos y todos delicados y dolorosos. 




Respondiendo a las preguntas que me planteé al comienzo... el formato de "No hay papel" es el de un espectáculo luminoso y brillante, amargamente optimista y serenamente doloroso. Es un espectáculo perfecto, ambicioso y redondo en su fondo y en su forma. TEATRO CON MAYÚSCULAS. Ese es precisamente su origen, su alcance y su destino. El corazón, la verdad, la honestidad y la generosidad. Y sí, sí se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón. Beatriz Bergamín, su gen y Ángeles Martin lo hacen.