martes, 22 de diciembre de 2015

El Cínico. Sala Margarita Xirgu, Teatro Español.





Los amantes de la danza estamos de enhorabuena estos días. Aparte del descomunal y merecidísimo éxito del "Quijote" de mi amada CND en la Zarzuela hay que añadir el tremendo logro de Chevi Muraday de estar actuando en el mismísimo Teatro Español. 
Siempre lo digo, pero es que desgraciadamente sigue siendo verdad: la danza, junto con el circo, son las dos artes escénicas peor tratadas. Pero vamos, con diferencia. A falta de que tengan un trato mejor por parte de las instituciones y de los propios teatros, encontrar un espectáculo de danza en un teatro público es un logro apabullante. Hay que agradecer a Juan Carlos Pérez de la Fuente que haya querido contar con uno de los mejores coreógrafos e intérpretes del país, Chevi Muraday y le haya dado la oportunidad de actuar en el Español. 




Pero es que Chevi es mucho Chevi. Y los cientos y cientos de horas de preparación, de sacrificio, de entrega, de ensayos agónicos acaban por dar sus frutos. La danza es la hostia. Tienes que matarte a ensayar, a preparar tu cuerpo, a llevarlo a límites, a exprimir sus posibilidades, tienes que dedicar media vida y casi toda el alma para sacar adelante un espectáculo que casi nunca se valora en la medida que se merece. Ya ni te cuento el trabajo y el proceso de idear, crear y elaborar un espectáculo como "El Crítico", posiblemente uno de los espectáculos de danza más bellos que se han visto en la historia de la cultura. Y fíjate que no sé siquiera si es correcto nombrarlo como espectáculo de danza. Porque danza hay, y sublime, pero hay música, música en directo encima, hay trabajo actoral, hay sentimientos, hay acrobacia, hay una dramaturgia, hay un tratamiento de la luz casi museístico, hay tantos elementos dramáticos y tantas disciplinas juntas que acotarlo a la palabra "danza" (con toda la inmensidad que esa palabra conlleva) es reducir su aspiración y su expansión. 



  
El genio de David Picazo crea otro alarde de perfección (Return, Cenizas, En el desierto...) y crea un espectáculo brutalmente embrujador, absorbente y de una belleza hiriente y demoledora. Toma como punto de partida la figura de Diógenes de Sínope, un filósofo de la escuela cínica que renunció a todas las posesiones materiales en su búsqueda de la sinceridad, de la verdad y de la honestidad. El protagonista de esta eucaristía acumula recuerdos, deshechos, objetos, citas e intenta buscar donde no hay. Intenta hablar con la boca (dentadura) de otro, busca en los abrigos robados a otros intentando hallar un cobijo que no encuentra. Anota frases en papelitos quizá por si algún día su memoria se pierde; tapa la luz que da vida, desespera buscando en cajones, en armarios, en tazas, en horizontal y en vertical y entre la ropa con olor a otro. Y sobre todo escarba y deshecha la palabra bonita, la palabra encantada de conocerse. David Picazo cuenta con las palabras escogidas de San Pablo Messiez. Poco se puede decir. Pablo es la palabra pensada, la palabra única, especial, la justa, la pensada, la decisiva y la cambiante. Pablo es el amo de la palabra y lo que él escribe cobra vida. Existe. Magia. Inmejorable. Alessio Meloni crea un espacio embrujador. Picazo se encarga de crear unas luces que tienen personalidad. Quiero decir que casi son un personaje, tienen vida, cuerpo y dramaturgia. David Picazo es un genio y ya nos tiene acostumbrados a trabajazos de esta altura este mago de la luz y de la sombra. ¿O no me digas que los fogonazos de luz no dejan una huella como de retablo barroco en tu retina? La música es otro plato fuerte y los músicos, con Bárbara Bañuelos a la cabeza están fascinantes.




Y Chevi. Sale de las sombras y a las sombras vuelve. Exhibe su capacidad extrema de entrega, nos regala su sufrimiento, su prodigioso arte y su mirada "de llorar", nos suda, se vierte, va y viene, sube, baja, surge, respira, vive, desespera, muere por dentro, revienta, grita y nos retuerce el alma y los hígados de tal forma, que tienes que agarrarte a la butaca para no saltar y ayudarle a destrozar ese apartamento y a tirarlo todo por la ventana. Sinceramente lo digo, no conozco a ningún bailarín o intérprete global como es Chevi que tenga una capacidad de implicación mayor. Compromete su interior y te regala su exterior. Su carisma y su poder de traspasar al espectador con esos ojos limpios y esa mirada doliente es algo único y sobrehumano. Creo que en vez de bailar, lo que hace Chevi es dar cuerpo al espíritu de sus personaje y regalarnos por una hora cómo sería el mundo a través de los retortijones de Diógenes de Sínope. Espeluznante, aterrador, sublime. "Y que la piel se entienda con la piel".




Chevi debería ser una asignatura obligatoria para cualquier estudiante de arte. Por su capacidad infinita de generosidad escénica y por su descomunal labor pos darle a la danza el lugar que debería ocupar. En lo más alto del Olimpo de las artes escénicas. ¡Como para no estar en el Español!



sábado, 19 de diciembre de 2015

Don Quijote. Teatro de la Zarzuela.

En este país ya puedes ser una de las personas con más talento, admirado internacionalmente y deseado por los mayores y mejores teatros del mundo. Si no contentas a quien tienes que contentar, date por...




Nosotros somos así. Da igual que José Carlos Martínez sea un ser dotado con la musa que pocos artistas han tenido a lo largo de la historia. Nosotros somos así. Tengo entendido que le cumple el contrato en breve y en vez de abalanzarse todos los responsables para intentar por todos los medios que siga al mando de mi amada CND, parece como que se le pide que "contente" a distintos sectores. La sensación es como de que todavía tiene que aprobar la selectividad. 
Pues nada, se va y se contenta. ¿Que queréis un ballet clásico completito? Pues toma, un Quijote que pasará a la historia. La única pega que se le puede poner es que no dure más. Porque al menos yo, no quería que terminase nunca. 
Reconozco que las escenografías con forillos no son mi debilidad, pero estos son tan monos que da igual. Y la escenografía del segundo acto... espectacular. Como las luces. Te juro que en la escena de las dryadas, se me pusieron todos los pelos de gallina, como dice una amiga mía.




Escénicamente es de una belleza sublime, delicada y sutil. Decorados equilibradamente románticos, un diseño de iluminación bellísimo, con momentos en los que el público no podía evitar soltar un "¡Ohhhh!" general. El vestuario de Carmen Granell es espectacular. Maneja una paleta divertida, variada e inteligente y unas gamas de colores vivas y elegantes. Todo lo que vemos sobre el escenario es elegante, preciosista, delicado y tremendamente bello. Y la coreografía de José Carlos Martínez conserva lo conservable y se ajusta a las características de la compañía para lograr un espectáculo redondo. Mayte Chico lo remata con sus coreografías vibrantes y que hicieron temblar al patio entero. 
El conjunto tiene de todo y gusta a todos. Si la prueba que pedían era esta, ahí está, bien pensada y maravillosamente llevada al escenario. Sin duda un espectáculo integral y con un curro impresionante que demuestra la inmensa capacidad de Martínez y la extrema entrega de todos los componentes de la compañía, corroborando que son capaces de todo lo que se les pida y de más aún. 
El día que yo lo vi tuve el placer de disfrutar de un elenco estelar. Aunque estoy plenamente convencido de que el resto de los bailarines de otros días serán igual de brillantes. La pareja protagonista eran Yaegee Park y Joaquín de Luz. Impresionantes, pícaros, juguetones y unos virtuosos que saltan, giran, sonríen, vuelan y flotan como dos seres de otro planeta.   La Dulcinea de Seh Yun Kim me dejó boquiabierto. ¡Qué facilidad para hacer lo más difícil del mundo como si fuera algo natural! Esteban Berlanga y Antonio de Rosa volvieron a demostrar que son de lo mejorcito de la compañía. Acojonantes. Y la pareja estrella, Isaac Montllor y Jesús Florencio, Quijote y Sancho. Encantadores, chispeantes, serenos y cómplices con el público. Para comértelos a los dos, cada uno en su registro y con una complicidad simpática y emotiva. 





En definitiva, un espectáculo de grandísima envergadura, a la altura de los mejores ballets del mundo entero, demostrando tanto la inmensa capacidad de trabajo de los bailarines como el infinito caudal artístico que envuelve a José Carlos Martínez. Un genio indiscutible que no deberíamos dejar perder.

Inmensa la labor de Maite Villanueva. Sin ella y su entrega el éxito no serían tan contundente. Bravo una y mil veces a la CND y a su director. 


Perdón, he editado este comentario porque no había mencionado a la orquesta le da Comunidad de Madrid y a la batuta firme de José María Moreno. Dirección briosa e intimista, delicada y sacando unos sonido desgarradamente bellos de sus instrumentos. Músicos de altura sideral y dirección fabulosa. Otra bravo gigante para ellos.      

Insolación. María Guerrero.

Me voy a meter en un jardín. Pero es que yo soy así. Ya lo sabéis.
Te diría que Luis Luque, pensador, creador, llevador, mirador y calentador de esta función está enamorado. Porque para poner ese sol ahí y para enseñarnos cómo se suda cuando la embriaguez del sofoco sexual te nubla la vida tanto como una botella (o seis) de vinacho hay que estar enamorado. Para admirar y envidiar a otro ser "desquiciado" (como la madre, como Greta, como Magdalena, como Aksenti, como Diego...) hay que estar enamorado. O saber lo que es el amor. Amor hay a raudales en el escenario del María Guerrero. Y sexo, porque esa mano en el corazón comprobando el latido del corazón del chulazo, es para ponerte como un mono. 
Luis Luque es listo como él sólo y se ha rodeado de lo mejor de cada casa y ellos se han lucido.



No conozco el original, pero el texto (la adaptación) de Pedro Víllora es una joya de brillo, de picardía, de vermut, de farolillos y de chulapos. Hay discurso social, reivindicación, salero, lucha, siglo XXI, amor, deseo, calor, fluidos y mucho, mucho sol. Sólo puedo objetar que quizá la escena entre Asís y  Pardo sea un poco reiterativa, pelín larga y quizá, sólo digo que quizá... prescindible. Y mira que es difícil manejarse en el filo entre el requiebro diabético y el ridículo. Y Víllora logra quedarse en el punto justo para las andaluzadas de Pacheco no sólo despierten las sonrisas del respetable, sino que acabas deseando que ese chulazo baje del escenario y te las diga a ti. Sólo por oírlas. Bueno, pues esa frontera delicada es la que consigue le texto luminoso y optimista de Víllora. Bravo. 




La escenografía de Mónica Boromello es otro alarde de esta mujer con un talento fuera de este planeta. Consigue (junto con Luque, que es quien luego mueve a los actores por ese espacio) crear varios universos en uno. Unas praderas ondulantes como el mar (ese mar pasional y liberador siempre presente) los objetos justos, necesarios y preciosísimos, y la magia del genio que permite que los personajes pasen de un escenario a otro con toda naturalidad. Visualmente precioso, equilibrado y sensual. Magia pura la de Mónica.     
Almudena Rodríguez crea un vestuario que más que ilustrar, nace y enmarca el estado pasional de los personajes. Es esencia, es preciosismo y es alma. Tan esencial como las luces de Juan Gómez-Cornejo.  No pueden estar mejor puestas ni llevar tan de la mano el estado de ánimo. Son, como le vestuario, el espíritu de los personajes. Ese sol, esa luna, esos espacios... magistrales. 
Y la música de Luismi Cobo... sin palabras. Es teatralmente cinematográfica, es preciosa, es el sonido del corazón. Cada pieza es un joyita que esconde el interior del alma de Asís. Si hace años que Luismi Cobo viene demostrando que es un puto genio, con a partitura de "Insolación" debería entrar directamente en los cielos de los grandes maestros. No se puede hacer algo mejor. Punto.
Chema León y Pepa Rus están fantásticos, sueltos, sólidos y con un peso brutal. José Manuel Poga asombroso. Es el perfecto charlatán embaucador al que ves venir de lejos pero que te corres vivo por que te agarre y te de un muerdo. Mira, chico, si me engañas con tanto arte, me dejo engañar. Pero encima es que no lo es, es zalamería, es juego, es Cádiz y es el sur. Bordea el ridículo pero se queda justo en el punto de la perfección. Genial, José Manuel Poga. 



Y el norte es María Adánez. Y aquí yo me descubro, me corto las venas, me las arranco, me desangro y me da igual. NO SE PUEDE ESTAR MEJOR. Domina TODO encima de un escenario, desde su forma de moverse, su naturalidad, la manera en la que crea y recrea la vida, cómo escucha, cómo recibe, cómo da, cómo gira, cómo va y viene, cómo domina su voz, cómo ríe y cómo hace que nazca en ella la vida de la función. Maravillosa y absolutamente perfecta. 

De todos estos ingredientes se ha rodeado Luis Luque para cocinar este plato gourmet a fuego lento. Ha cogido lo mejor de lo mejor y lo ha colocado en el mejor sitio posible. En el centro del amor y de la pasión. Luque consigue crear un agujero negro en el escenario y que se junten y entrelacen las dimensiones. El tiempo va y viene y se juntan el siglo XXI y el siglo IXX , el norte y el sur, tiempo, espacio, praderas y salones, pasado y presente. Junta todas las dimensiones espacio temporales y te lleva de la manita o mejor dicho, del corazón, hacia adelante, hacia atrás, parriba y pabajo. Porque en la defensa de la igualdad no existe el tiempo. Porque en la reivindicación del ser único no existe el espacio. Porque en la liberación y en la pasión y el calentón no existen límites ni fronteras. 



¿Que por qué montar este texto hoy en día? ¿Que qué aporta? Pues mira, aporta un golpetazo de belleza de esta como onírica, aporta un vaivén como de hamaca en la playa, aporta disfrutar de un espectáculo apasionadamente bello, aporta temblar con este homenaje al ser humano, al ser único, al individuo a la pasión y al calor. ¿Sabes lo que siente tu cuerpo cuando oyes la obertura de "Tristán e Isolda", por ejemplo? Esa marea pasional, ese subidón espiritual, esa erección del alma es la que se siente disfrutando de un homenaje al amor y a la libertad como este que nos ha regalado Luis Luque. Y sólo por la escena de la romería merece la pena haber nacido.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Rigoletto. Teatro Real

Hay figuras, seres, fenómenos, extraterrestres que por sí solos consiguen eclipsar todo lo que hay a su alrededor. Y mejor aún, logran que su sola presencia valga la pena. Y no solo que valga la pena, sino que convierta una noche en única, en acontecimiento histórico.  
Eso pasa con Leo Nucci. Canta Rigoletto en el Real. Como pa no ir. Pues claro, perdiendo el culo. Y parece que no existe nada hasta que él aparece en escena. Hombre, sí te has dado cuenta de que al Duque de Mantua no se le oye desde la fila 5. Sí te has dado cuenta de que los actores que trabajan de figuración son eso, actores y lo están dando todo. Y si te has dado cuenta de que esa escenografía es fea. Que ese muro es oscuro y mortecino. Y coño, ya bastante duro y depresivo es el libreto como para encima enmarronarlo. Según mi gusto personal, le habría ido de maravilla haber empezado con más brillo, más color, más luz en ese arranque para luego ir hacia lo tenebroso. Pero empezar ya en marrón y en mortecino... casi te dan ganas de cortarte las venas. Pero bueno. Lo que importa es que cuando aparece de entre las sombras ese ser que a sus 73 años abre la boca y es una lección... se olvidan los males. Menos para Stephen Costello, supongo, pero bueno. De donde no hay, no se puede sacar.



Este Rigoletto es Leo Nucci. Y no hay más. Vocalmente parece que nunca ha estado mejor. Cada nota es un prodigio, una lección, un mandamiento. Y conoce el personaje tan, pero tan bien y tan profundamente, que no se le escapa ni un gesto, ni una sonrisa, ni un requiebro. Él es la función. Y lo demás da igual. repito, da igual la escenografía tenebrista y tenebrosa, da igual que esté tan potenciado el lado oscuro (que incluso se carga el dúo Mantua/Gilda). Da igual que Stephen Costello cante todas las notas perfectas, en su sitio, pero con una vocecilla pequeñita y sin el más mínimo rastro de interpretación. No llega a ser de esos tenores que no tiene articulación en las rodillas y van con las piernas tiesas, pero casi. Es un actor nulo, invisible. No es actor. Olga Peretyatko para mi gusto cantó de maravilla, no escatimó ni un agudo de esos que tanto nos gustan y aunque tiene una cierta tendencia a la estridencia en algunos momentos y aunque su aspecto y expresividad es algo añeja y naftalínica, funciona y canta bien y bonito. Y ella que de tonta no tiene un pelo, sabe que un bis del "Si, vendetta" con Nucci en el Real es SU gran momento también, lo da todo y nos regala un dúo MAGISTRAL, de pelos de punta. Andrea Mastroni fabuloso Sparafucile, gran voz y buen actor. El resto correcto, bien muy bien. Pero es que yo lo siento, pero estando Nucci... lo demás no importa. O sí, pero vamos, que bien. Pero claro. 



En serio, Olga Peretyatko  fantástica, Mastroni también. Y Justina Grinagyte está maravillosa como Maddalena. Una voz preciosa y una muy buena actriz. Los actores, fantásticos, sobre todo Marta Matute, que aguanta el tipo en medio de ese jari como una gran actriz, que es lo que es.
Nicola Luisotti a mi parecer manejó bien a la orquesta pero no sacó el brillo necesario. Todo sonaba también algo apagadillo y como falto de luz. Pero bueno, en el fondo nada de eso importa. La producción puede ser mejor o peor, más o menos acertada o ingeniosa. Estando Leo Nucci en el escenario, el resto... es silencio. 

Golem. Compañía 1927. Canal.

Lo que escribí cuando vi "Los animales y los niños tomaron las calles" podría servir para este nuevo comentario. Bueno, casi. 
Muy mono, sí. Todo muy chulo, muy bonito, una labor milimétrica de luces, proyecciones, vestiditos, música, todo muy pikuki y muy bonito. Bonito de bonito, de mono, de chupi. Pero si ya con el anterior espectáculo se desinflaba bastante la magia y el enganche por lo vacuo de la historia y porque el algodón de azúcar es así. Al principio te ansias y quieres hasta agarrarlo con las manos, pero una vez te has pringao y te has endosado dos mordiscos, se te desinfla la perra y te encuentras con un palo con aire alrededor y unos grumillos de azúcar pegada. Y así viví yo ayer este espectáculo. Como una obra visualmente preciosa, pero con una miga que se desvanecía por minutos hasta llegar a la nada. Momentos más acertados, o graciosos, o brillantes pero tan aislados que no conseguían crear magia.




SPOILER

El finde pasado estuve viendo "El curioso incidente del perro a medianoche" en Londres. Bueno, pues hay un momento en el que aparece un cachorrillo monísimo en escena. Así tipo Scotexx y toooodo el teatro lanzó un "¡Ohhhhhh!" emocionado. Fue como cuando de pequeño, en el cine se aplaudía cuando ganaban los buenos. Vamos, que yo soy de moco fácil y con un perrito me tienes rendido. Pero con este Golem... como que no.