Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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martes, 27 de febrero de 2018
Una vida americana. Teatro Galileo.
Paloma Clarkson era una chica moderna. Una "chica de hoy en día". Lo era allá por los ochenta, en esa época en la que España quería ser moderna. Cuando entramos en la OTAN para ser modernos y presumíamos de nuestras bases americanas. Porque España también se sentía moderna y quería tener una vida americana. Esa España que buscaba y busca su genitalidad. Mi querida España, esa España viva, esa España muerta, larailaaa.
Pero claro, de lo que uno sueña o lo que luego vive hay un mundo. Mejor dicho; entre los sueños y la vida estamos nosotros. Y aunque cantemos al Boss no entendemos las letras de Mecano (la de “Maquillaje” sí, claro). Y aunque soñemos con nuestro novio americano y nuestro apellido “exótico”, resulta que este se pira un día sin saber por qué y ahí te quedas, sin presente, sin futuro y con el cuerpecito cortado. Como Paloma. Y con dos nenas. Y a ver qué haces.
Paloma habría querido que su vida fuera distinta y haber encontrado un sentido a todo sin tener que luchar a la deriva. Lisa habría querido tener un padre presente. Y haber sabido por qué canta sin cesar la puta canción de Mecano. Robin Rose habría querido tener un centro más claro y quizá el cuerpo correcto. No, eso no, porque a pesar de lo que creen los demás, es el únique que vive feliz, es el únique que “está bien”. Incluso Levi debería haber sido más judío. Pero no lo es. Sin dramas, sólo por naturaleza; él es un poco judío aunque se siente muy poquito judío. Sin acritud. Todos deberían haber tenido otra vida. Pero claro, entre los sueños y la vida estamos nosotros. Y de la vida que pudimos tener a la que nos ha tocado hay un mundo. O un océano. Deberíamos haber tenido una vida mejor, más comprensible, pero al asomar la cabeza por la ventana, tenemos Tetuán, no Minnesota. Y la vida que debería haber sido bonita y consolidada es tan lejana e inexplicable como la letra de la puta canción. De esa canción que aunque no sepamos qué coño significa, seguimos cantando. Porque, ¿quién dijo que esto iba a ser fácil?
Lucía Carballal crea un texto de esos de los que te tienes que enamorar sí o sí. Chispeante, con las coñas matemáticamente medidas para que no resulten cargantes sino en la medida de la realidad más de barrio que te puedas imaginar. Es como si sacaras la cabeza por el patio y escucharas a una vecina, a un ser real y vivo. Eso es muuucho más difícil de lo que uno piensa. Construir personajes y diálogos con la medida justa de la vida real es casi imposible. Y Lucía lo hace así como si nada. Además nos calza así como si nada una defensa del distinto delicada y con la vaselina de la comedia. Una gran decisión la de no recalcar la soflama sino dejarla a la altura de lo cotidiano y plantea un tema tan espinoso y con tantas vueltas como es el tema de los géneros no binarios, la identidad transgénero o simplemente de la libertad. Lo he dicho en otro comentario pero sirve perfectamente para este: El arco iris tiene siete colores, pero el mundo, el Universo, tiene millones, uno por cada ser vivo. Y Robin-Rose vive en esta historia como si tal cosa, el mejor camino hacia la normalización. BRAVA.
Víctor Sánchez Rodríguez dirige con buena mano y con amor por sus personajes. Además les sitúa en medio del bosque y deja que sean ellos los que creen las discusiones y hagan avanzar la historia. Sabia decisión.
César Camino está fabuloso. Quizá su personaje sea el menos dibujado de todos pero aún así exprime todas las opciones y logra estar de tu a tú con esas mujeres y no desaparecer bajo el torrente femenino. Vicky Luengo está impresionante en su dignidad y en su sufrimiento. Todos parecen emperrados en que esté sufriendo por su vida y sus elecciones y nada más lejos. Sufre pero por rebote ajeno, no por sí mism@. No echa de menos al padre ni sufre por ello. No soporta a su madre ni puede vivir sin ella. Se siente incomprendid@ pero no sufre por ello. Ama a su hermana y no la soporta. Esther Isla se lleva la parte más compleja y la resuelve con la sabiduría de las grandes. Lisa tiene nombre, apellido y genes yankis pero no sabe de qué lado sopla el viento. Alterna intentos de suicidios con desbarres histéricos. Busca respuestas pero tampoco tiene muy claras las preguntas. En vez de treinta es como si tuviera catorce. Un personaje complejísimo que resuelve como si nada.
Y la grandiosa Cristina Marcos. No sé, reconozco que no soy objetivo. La Marcos es un de esos seres que desde la primera vez que la vi, sentí que era como yo, que era parte de mí, que era yo, que yo era así. Es un portento de actriz a la que mataría por conocer porque siento que sería como mirarme en un espejo. Es más, casi me veo haciendo la "ruina romana" de "El publico" con ella. Histerias aparte, creo que está fabulosa. Consigue que las palabras broten de su boca por necesidad. Algo extremadamente difícil en una comedia. Paloma es la madre atenta pero despegada. La madre que vigila pero desde lejos. La madre que suelta pistas con cuentagotas y siempre parece que se guarda algo más. Una mujer perdida que da su vida por sus crías y que lo hace lo mejor que sabe, que es como el culo. De joven no supo qué hacer con su vida ni cómo vivirla ni defenderla. Ha madurado a brochazos, dando bandazos de un lado a otro y ahora se encuentra con unas hijas-esquejes a las que ama pero que no comprende, a las que quiere proteger pero que aleja sin querer. Una pobre víctima de un moderneo artificial, que siempre ha vivido por detrás de su vida y que no sabe hacerlo mejor. Por eso usa como comodín el impulso, por eso quiere dar una salida a los traumas de un hije sin traumas o quiere ocultar una verdad dolorosa a una hija suicida que quizá moriría al descubrir la verdad y quedarse sin argumentos para estar pallá. Un ser, en definitiva, que hace lo que puede y como puede, cagándola una y otra vez. Pues coño, a ver, normal.
Luis Perdiguero ilumina este bosque tratando de poner luz donde hay sombras y de iluminar las zonas oscuras de esos osos montañosos. El genio Alessio Meloni ha creado un bosque que podría ser parte de un parque de atracciones o un monumento a la caravana trash. NO sabes nunca si detrás de un abeto va a aparecer Kim Novak vestida de Madeleine o un personaje de "Deliverance". Es un rinconcito rodeado de incomunicación donde se sienten arropados estos deshechos humanos. Otra obra de arte del gran Meloni. Y hablando de genios, Luismi Cobo inunda el espacio de un toque mágico e irreal. Otro derroche de uno de los mejores compositores del país.
Ay, sí, chica, a la salida me pillé el texto. Me quedé embobado con la facilidad de Lucía Carballal para crear seres vivos. Pero vivos de verdad. Y reales. Con muchas ombras, como todos nosotros y con alguna luz como lagunos de nosotros. Un trabajo emocionante, duro y desestabilizador con los sueños como caldo de cultivo y la puta realidad como catalizador.
Sencillamente IM-PRES-CIN-DI-BLE.
LAS FOTOS SON DE JAVIER NAVAL, ESTÁN EN LA WEB DE LAZONA. SI HAY ALGUN PROBLEMA EN QUE LAS USE, POR FAVOR, DECÍDMELO Y LAS CAMBIO, PERO ES QUE SON... ACOJONANTES.
sábado, 6 de enero de 2018
"La autora de Las meninas". Valle Inclán.
Terminar el año viendo "La autora de Las meninas" es tener mala suerte.
Nada más empezar aparece Carmen Machi andando como si le pasara algo. Piensas: "igual está impedida la pobre, o tiene algo de huesos". Pero no. Es que es monja. Y las monjas, todos sabemos que andan como si se hubieran hecho popó.
Aparece Carmen Machi y nos adelanta que nos va a contar su historia. La historia de una monja que hace copias de cuadros. De cuadros clásicos aunque en el fondo admire a Kandinski. Se dedica a copiar de forma técnicamente perfecta pero sin nada de alma, de corazón ni de implicación. Correcto, es el planteamiento del autor y no se le pueden poner pegas. La única es que eso te agarre o no te agarre. Particularmente ese punto de partida me interesa poco. Pero es que el drama viene después.
Lo que quiero decir es que lo peor de este espectáculo para mí, es el texto, lo que encierra y lo que provoca. Para explicar cómo lo viví necesito contar bastante del argumento así que... SPOILER.
Bueno, la escenografía de Paco Azorín tampoco me enloquece. Creo que esos bastidores enormes que van a albergar una imágenes que sólo ilustran lo que deberíamos sentir en cada momento son simples y poco expresivos. Además no soporto que me vayan indicando cómo debo sentirme o cuál debería ser mi estado de ánimo o el de los personajes. Aunque eso ya no es responsabilidad de Paco Azorín.
No entiendo tampoco que se muevan porque sí. La única razón que encuentro es que espacialmente, necesiten sitios para que los actores entren y salgan. Ya ves tú.
Pero el principal impedimento para que yo disfrutara o me implicara en este espectáculo fue sin duda el texto. Ideológicamente me pareció horrible que a los pocos minutos nos cuenten que han pasado unos años, estamos en un futuro cercano, y se habla de unos años "de estrecheces" refiriéndose a la crisis que ha arruinado a medio país, ha provocado desahucios, suicidios, bancarrotas. Me parece irrespetuoso, insultante e indignante. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que un partido político llamado "Pueblo unido" o algo así, vamos, Podemos, ha llegado al poder y automáticamente va a cargarse la cultura y a traficar con obras de arte porque, obviamente, no distingue su valor. Lo siento pero me parece demasiado reaccionario para mí.
A ver si es que no me he enterado y en realidad el texto es supermoderno, progre e izquierdoso y soy yo el que estaba a por peras.
Pero no es que lo diga la monja, es que más adelante la directora del Prado se marca una escena totalmente desaforada en la que se descubre como energúmena que odia el arte. Estremecedor.
Lo más reaccionario, por si esto era poco, estaba a punto de llegar. Resulta que cuando la monja descubre que tiene un "pellizquito" de artista, de creadora, entonces se vuelve loca. Pero loca de loca. Claro, porque los artistas están locos. O porque el don de la creación va unido a la locura, al desquicie, a la enfermedad mental. Y como remate, la monja es capaz de pintar una y otra vez "Las meninas" en un par de días. Hombre, yo calculo que la media para pintar una obra maestra será algo más... amplia. Pinta "Las meninas" en dos días" roza el insulto.
No sé si ella es monja por algo en concreto aparte de por los dos chistes con Francisco Reyes. Aunque lo que yo siento es que es monja como coartada. Coartada para que tengas que simpatizar con ella. Quiero decir, es monja, una figura "respetable" y a la que no puedes criticar porque te vuelves un demonio. Si piensas mal de ella o la cuestionas eres un perro malo.
El caso es que entre lo desquiciado e hiperconservador del planteamiento y el desarrollo de un texto absolutamente apolillado, yo me revolvía en la butaca esperando al menos disfrutar del lucimiento de la Machi. Y no.
La mano de Ernesto Caballero va llevándola todo el rato hacia la parodia más absurda y desaforada que se ha visto. Sí, la Machi hace de todo, baila, llora, grita, gruñe, salta y lo da todo. No se le puede poner ni una pega. Sólo que lo que hace es absolutamente desmangado, exagerado, desquiciado y desaforado.
No encuentro palabras para definir el exagerado, afectado y artificial trabajo de su compañera de escenario. Y debo confesar que Francisco Reyes me enloquece. Haga lo que haga me apasiona. Y debo confesar que aquí me da la sensación de que cada uno está a su bola. Francisco está a lo suyo, con su forma de hacer y como autodirigido. Lo que pasa es que lo que hace me enloquece. Por eso me pasé toda la función deseando que apareciese más por escena, porque mis ojos y mi atención no se podían despegar de él.
Incluso el espacio sonoro y la música del grandioso Luismi Cobo aquí queda ensombrecido. Quizá la sombra de un proyecto filosóficamente tan reaccionario haya ido contagiando todo. En cualquier caso, muy flojo fin de temporada para mí. Un gran plof unido al de "Esto no es la casa de Bernarda Alba". Menos mal que el recuerdo de la magia de Tamako Akiyama y Dimo Kirilov permanecen en el espíritu para siempre...
Nada más empezar aparece Carmen Machi andando como si le pasara algo. Piensas: "igual está impedida la pobre, o tiene algo de huesos". Pero no. Es que es monja. Y las monjas, todos sabemos que andan como si se hubieran hecho popó.
Aparece Carmen Machi y nos adelanta que nos va a contar su historia. La historia de una monja que hace copias de cuadros. De cuadros clásicos aunque en el fondo admire a Kandinski. Se dedica a copiar de forma técnicamente perfecta pero sin nada de alma, de corazón ni de implicación. Correcto, es el planteamiento del autor y no se le pueden poner pegas. La única es que eso te agarre o no te agarre. Particularmente ese punto de partida me interesa poco. Pero es que el drama viene después.
Lo que quiero decir es que lo peor de este espectáculo para mí, es el texto, lo que encierra y lo que provoca. Para explicar cómo lo viví necesito contar bastante del argumento así que... SPOILER.
Bueno, la escenografía de Paco Azorín tampoco me enloquece. Creo que esos bastidores enormes que van a albergar una imágenes que sólo ilustran lo que deberíamos sentir en cada momento son simples y poco expresivos. Además no soporto que me vayan indicando cómo debo sentirme o cuál debería ser mi estado de ánimo o el de los personajes. Aunque eso ya no es responsabilidad de Paco Azorín.
No entiendo tampoco que se muevan porque sí. La única razón que encuentro es que espacialmente, necesiten sitios para que los actores entren y salgan. Ya ves tú.
Pero el principal impedimento para que yo disfrutara o me implicara en este espectáculo fue sin duda el texto. Ideológicamente me pareció horrible que a los pocos minutos nos cuenten que han pasado unos años, estamos en un futuro cercano, y se habla de unos años "de estrecheces" refiriéndose a la crisis que ha arruinado a medio país, ha provocado desahucios, suicidios, bancarrotas. Me parece irrespetuoso, insultante e indignante. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que un partido político llamado "Pueblo unido" o algo así, vamos, Podemos, ha llegado al poder y automáticamente va a cargarse la cultura y a traficar con obras de arte porque, obviamente, no distingue su valor. Lo siento pero me parece demasiado reaccionario para mí.
A ver si es que no me he enterado y en realidad el texto es supermoderno, progre e izquierdoso y soy yo el que estaba a por peras.
Pero no es que lo diga la monja, es que más adelante la directora del Prado se marca una escena totalmente desaforada en la que se descubre como energúmena que odia el arte. Estremecedor.
Lo más reaccionario, por si esto era poco, estaba a punto de llegar. Resulta que cuando la monja descubre que tiene un "pellizquito" de artista, de creadora, entonces se vuelve loca. Pero loca de loca. Claro, porque los artistas están locos. O porque el don de la creación va unido a la locura, al desquicie, a la enfermedad mental. Y como remate, la monja es capaz de pintar una y otra vez "Las meninas" en un par de días. Hombre, yo calculo que la media para pintar una obra maestra será algo más... amplia. Pinta "Las meninas" en dos días" roza el insulto.
No sé si ella es monja por algo en concreto aparte de por los dos chistes con Francisco Reyes. Aunque lo que yo siento es que es monja como coartada. Coartada para que tengas que simpatizar con ella. Quiero decir, es monja, una figura "respetable" y a la que no puedes criticar porque te vuelves un demonio. Si piensas mal de ella o la cuestionas eres un perro malo.
El caso es que entre lo desquiciado e hiperconservador del planteamiento y el desarrollo de un texto absolutamente apolillado, yo me revolvía en la butaca esperando al menos disfrutar del lucimiento de la Machi. Y no.
La mano de Ernesto Caballero va llevándola todo el rato hacia la parodia más absurda y desaforada que se ha visto. Sí, la Machi hace de todo, baila, llora, grita, gruñe, salta y lo da todo. No se le puede poner ni una pega. Sólo que lo que hace es absolutamente desmangado, exagerado, desquiciado y desaforado.
No encuentro palabras para definir el exagerado, afectado y artificial trabajo de su compañera de escenario. Y debo confesar que Francisco Reyes me enloquece. Haga lo que haga me apasiona. Y debo confesar que aquí me da la sensación de que cada uno está a su bola. Francisco está a lo suyo, con su forma de hacer y como autodirigido. Lo que pasa es que lo que hace me enloquece. Por eso me pasé toda la función deseando que apareciese más por escena, porque mis ojos y mi atención no se podían despegar de él.
Incluso el espacio sonoro y la música del grandioso Luismi Cobo aquí queda ensombrecido. Quizá la sombra de un proyecto filosóficamente tan reaccionario haya ido contagiando todo. En cualquier caso, muy flojo fin de temporada para mí. Un gran plof unido al de "Esto no es la casa de Bernarda Alba". Menos mal que el recuerdo de la magia de Tamako Akiyama y Dimo Kirilov permanecen en el espíritu para siempre...
lunes, 16 de octubre de 2017
Dentro de la Tierra. Valle Inclán.
"Dentro de la Tierra" es una historia de amor. Un intensa y definitiva historia de amor.
Paco Bezerra escribió hace 8 años este texto en el que "ajusta cuentas" con su infancia, el entorno físico y emocional en el que se crió y seguramente unos cuantos "fantasmas" personales.
Paco se sirve de la fantasía para atacar la realidad, ponerla en su sitio y darle su autentico valor. Igual que el protagonista. Indalecio descubre o cree descubrir lo que sucede en ese invernadero a través de sueños, de apariciones, de fantasmas y de un contacto cercano y vivo con la fantasía de su imaginación. Allí incluso crea historias, relatos que supuestamente corresponderían con la realidad pero que nunca materializa. La verdad que vive en su mente casi de forma religiosa, en un acto de fe.
Las letras de Bezerra son de una riqueza asombrosa. Si él de natural parece que tenga rayos X en sus ojos y allá donde mire es capaz de ver tres capas más de suciedad de las que vemos los demás humanos, en "Dentro de la Tierra" escarba no sólo en la terrorífica realidad de los trabajadores explotados en el mar de plástico sino en las podridas relaciones familiares de ese grupo de seres condenados a compartir raíces; un padre tirano e hijoputa que busca el tomate ario perfecto que le haga millonario. Un hermano refugiado en la crueldad, la empatía con el padre y la negación. Otro hermano superado por la "realidad" y que vive apestado y marcado por un destino fatal, trágico, del que no podrá escapar. En realidad ningún personaje podrá escapar de su destino trágico. Es lo que tiene la Tierra. Y si vives o miras dentro de ella, más.
En esta maraña de culpas, dependencias, secretos, silencios, y redes familiares y sentimentales la brizna del amor no consigue echar raíces. Quizá porque es tierra pocha, llena de gusanos, de pesticidas, de tomates mutantes, de prepotencia y despotismo el amor es una brizna demasiado débil como para germinar. Ángel vive un amor prohibido, o una falta de amor por un deseo prohibido. Farida vive un amor imposible, desigual, secreto y prohibido que lleva escrito en l frente que acabará mal.
Mil capas esconden las bellas palabras de Paco Bezerra que todas parecen crecer hacia el interior de la Tierra, como si "Dentro de la Tierra" fuera una especie de rito de comunión con la madre naturaleza. Una búsqueda de lo profundo, de la respuesta ancestral y primigenia a la barbarie y la salvajada.
Voy a poner un "pero". Que no es que sea algo chungo, pero como no me puedo callar ni debajo de la tierra o lo digo o se me queda dentro y no mola. Quizá el personaje de Mercedes parezca incluso prescindible. Sí, su presencia es como un rayito de esperanza y su buen rollo el punto optimista que necesita tanta densidad, pero quizá quede dibujada ligeramente a medio gas. Es una brizna, pero puede que se quede en eso, en una brizna. A mí hay algo en ella que me falta. Quizá más fatalismo, no sé. Algo.
Ahora todos en pie, porque... toca hablar de Luis Luque.
Si Paco Bezerra nos sirve esta tragedia agreste, seca, dura y sin clemencia, Luis Luque le regala a esta joya de texto una puesta en escena PRODIGIOSA.
Luis conoce a Paco desde hace un huevo, son uña y carne, no se esconden nada y si lo hacen, el otro enseguida lo caza. Y Luque ha cazado todas las claves que puso en palabras Paco y les ha dado vida, aire y espacio.
Este homenaje a la tierra, al barro y a la raíz merecían algo grandioso. Y Luque, junto con Santa Mónica, San Juan y San Luismi se marcan un pedazo de Ópera para corresponder a la grandiosa obra de Paco. Porque lo que vemos es una ópera. Tal cual. Grandiosa, ritual, majestuosa, poderosa, lúcida y hermosa.
Luis Luque da paso a la tragedia desde el mejor sitio posible. El del amor. Luis ama el trabajo de Paco y lo trata con exquisitez, dulzura y amor extremos. Esta vez, en vez de dar paso o de mostrar sin juzgar ha apostado más alto y rozando más el peligro. Luis ha cogido a Paco, le ha pasado el brazo por encima del hombro, se han hecho todos amigos y han formado un ser nuevo llamado Luquerra. Porque Luis esta vez es otro ser, es un ser inundado por el amor hacia Paco. Caminan juntos y Luquerra no tiene el más mínimo pudor en colocarse siempre del lado de Paco y desde ahí contarnos y regalarnos esta Eucaristía. Porque no me jodas, es un puro rito. Bueno, no quiero adelantarme. Luego voy con eso.
Si Luis Luque es uno de mis directores más queridos y admirados, porque siempre elige le mejor sitio para contarnos sus historias (menos en "Oleanna" pero creo que por otro motivo), en esta ocasión hace que sea inevitable que se te llenen los ojos de lágrimas al ver el amor que desprende la puesta en escena. Amor por las palabras, amor por los personajes, por las situaciones, por el homenaje y por la búsqueda de la raíz. Y Luis se funde con Paco. Y forman Luquerra que es el ser perfecto que asume el texto como un miembro propio y lo eleva a los altares del gozo. Que comience el ritual.
Por si fuera poco, Monica Boromello levanta un catedral para envolver esta "pasión". Una catedral tal cual, con la higuera que marca uno de los ejes primordiales de esta tragedia como centro, como si fuera un gran crucifijo pagano. De debajo de las raíces de esa higuera surgirá Ángel, un ángel subterráneo, enterrado en mentiras, culpas, picores, veneno y mutilaciones. Las naves laterales sostienen los tomates rojos, símbolo de avaricia y de muerte. La sangre que se verterá y que quizá brote de la sangre subterránea. Y en la nave central el gran altar donde se celebran los ritos paganos de limpieza del ser manchado y de consagración del santo tomate ario perfecto. Tres tomates, tres hermanos, tres mujeres...
Monica es una diosa sabia y magistral, pero lo que consigue con "Dentro de la Tierra" es que el alma del texto quede arropada por un monumento inmensamente bello y a la vez refleje la esencia ritual del texto y la delicadeza fatal de los personajes.
Luismi Cobo vuelve a poner sonido y vida al silencio. Crea música y belleza de un grano de tierra y convierte en notas lo que siente tu corazón. No hay músico mejor en el mundo.
Y Juan Gómez Cornejo pone la última nota de este inmenso regalo a Paco. Ilumina la noche, ilumina el dolor de Indalecio y el misterio de la tierra. Saca luz de las raíces e ilumina las escenas y los personajes buscando su luz interior. Lo que emana de ellos. Y pone la última pieza del rompecabezas ritual. En ese invernadero "es fácil caerse si no se ha entrenado lo suficiente. Sólo hay que pisar en la cruz" dice premonitoriamente Indalecio. Y ahí están esas cruces, cruces que no sólo son la salvación (de nuevo el rito) sino la prueba de lo que puede que esté pasando ahí debajo, dentro de la Tierra. Magistral.
Almudena Rodríguez Huertas viste a los hombres con tonos terrosos y cálidos, a Ángel de blanco y a las mujeres de azules, los colores del mar y de la posibilidad de libertad, cada una a su manera.
Samy Khalil está fabuloso, sueña, mira, respira y descubre como un niño pequeño, al que querrías abrazar y salvar y va viajando por la ficción, la fantasía y la realidad con solidez y soltura. Bravo. También tiene un "pero" aunque este lo hablaré con Luis en privado, jeje.
Jorge Calvo está para llevarse todos los premios del año. Creo (y mira que tiene trabajos memorables) que quizá sea su mejor trabajo. Ha limpiado, ha pulido y ha dejado su creación en la esencia, dejando que el mayor peso de su Ángel recaiga en su voz, en la palabra y en el poder de esta. Es un tarrito de esencia artística inteligente a rabiar que explota lo mejor que hay en el mundo: la sinceridad. Jorge es sincero al contarnos su Ángel, pule su actuación y da peso específico a la palabra. La suma de eso es el prodigio que vemos en escena.
Mina El Hammani, Raúl Prieto, Chete Lera, Pepa Rus y Julieta Serrano completan este elenco sobresaliente.
En definitiva, creo que entre todos le han regalado a Paco Bezerra un grandioso regalo de amigos. Todos desprende amor por el espectáculo, por el texto. El texto de Paco es el eje y todas las piezas están perfectas y perfectamente entramadas para sacar lo mejor de este espectáculo. Que encima desprende amor por tos laos.
Paco Bezerra escribió hace 8 años este texto en el que "ajusta cuentas" con su infancia, el entorno físico y emocional en el que se crió y seguramente unos cuantos "fantasmas" personales.
Paco se sirve de la fantasía para atacar la realidad, ponerla en su sitio y darle su autentico valor. Igual que el protagonista. Indalecio descubre o cree descubrir lo que sucede en ese invernadero a través de sueños, de apariciones, de fantasmas y de un contacto cercano y vivo con la fantasía de su imaginación. Allí incluso crea historias, relatos que supuestamente corresponderían con la realidad pero que nunca materializa. La verdad que vive en su mente casi de forma religiosa, en un acto de fe.
Las letras de Bezerra son de una riqueza asombrosa. Si él de natural parece que tenga rayos X en sus ojos y allá donde mire es capaz de ver tres capas más de suciedad de las que vemos los demás humanos, en "Dentro de la Tierra" escarba no sólo en la terrorífica realidad de los trabajadores explotados en el mar de plástico sino en las podridas relaciones familiares de ese grupo de seres condenados a compartir raíces; un padre tirano e hijoputa que busca el tomate ario perfecto que le haga millonario. Un hermano refugiado en la crueldad, la empatía con el padre y la negación. Otro hermano superado por la "realidad" y que vive apestado y marcado por un destino fatal, trágico, del que no podrá escapar. En realidad ningún personaje podrá escapar de su destino trágico. Es lo que tiene la Tierra. Y si vives o miras dentro de ella, más.
En esta maraña de culpas, dependencias, secretos, silencios, y redes familiares y sentimentales la brizna del amor no consigue echar raíces. Quizá porque es tierra pocha, llena de gusanos, de pesticidas, de tomates mutantes, de prepotencia y despotismo el amor es una brizna demasiado débil como para germinar. Ángel vive un amor prohibido, o una falta de amor por un deseo prohibido. Farida vive un amor imposible, desigual, secreto y prohibido que lleva escrito en l frente que acabará mal.
Mil capas esconden las bellas palabras de Paco Bezerra que todas parecen crecer hacia el interior de la Tierra, como si "Dentro de la Tierra" fuera una especie de rito de comunión con la madre naturaleza. Una búsqueda de lo profundo, de la respuesta ancestral y primigenia a la barbarie y la salvajada.
Voy a poner un "pero". Que no es que sea algo chungo, pero como no me puedo callar ni debajo de la tierra o lo digo o se me queda dentro y no mola. Quizá el personaje de Mercedes parezca incluso prescindible. Sí, su presencia es como un rayito de esperanza y su buen rollo el punto optimista que necesita tanta densidad, pero quizá quede dibujada ligeramente a medio gas. Es una brizna, pero puede que se quede en eso, en una brizna. A mí hay algo en ella que me falta. Quizá más fatalismo, no sé. Algo.
Ahora todos en pie, porque... toca hablar de Luis Luque.
Si Paco Bezerra nos sirve esta tragedia agreste, seca, dura y sin clemencia, Luis Luque le regala a esta joya de texto una puesta en escena PRODIGIOSA.
Luis conoce a Paco desde hace un huevo, son uña y carne, no se esconden nada y si lo hacen, el otro enseguida lo caza. Y Luque ha cazado todas las claves que puso en palabras Paco y les ha dado vida, aire y espacio.
Este homenaje a la tierra, al barro y a la raíz merecían algo grandioso. Y Luque, junto con Santa Mónica, San Juan y San Luismi se marcan un pedazo de Ópera para corresponder a la grandiosa obra de Paco. Porque lo que vemos es una ópera. Tal cual. Grandiosa, ritual, majestuosa, poderosa, lúcida y hermosa.
Luis Luque da paso a la tragedia desde el mejor sitio posible. El del amor. Luis ama el trabajo de Paco y lo trata con exquisitez, dulzura y amor extremos. Esta vez, en vez de dar paso o de mostrar sin juzgar ha apostado más alto y rozando más el peligro. Luis ha cogido a Paco, le ha pasado el brazo por encima del hombro, se han hecho todos amigos y han formado un ser nuevo llamado Luquerra. Porque Luis esta vez es otro ser, es un ser inundado por el amor hacia Paco. Caminan juntos y Luquerra no tiene el más mínimo pudor en colocarse siempre del lado de Paco y desde ahí contarnos y regalarnos esta Eucaristía. Porque no me jodas, es un puro rito. Bueno, no quiero adelantarme. Luego voy con eso.
Si Luis Luque es uno de mis directores más queridos y admirados, porque siempre elige le mejor sitio para contarnos sus historias (menos en "Oleanna" pero creo que por otro motivo), en esta ocasión hace que sea inevitable que se te llenen los ojos de lágrimas al ver el amor que desprende la puesta en escena. Amor por las palabras, amor por los personajes, por las situaciones, por el homenaje y por la búsqueda de la raíz. Y Luis se funde con Paco. Y forman Luquerra que es el ser perfecto que asume el texto como un miembro propio y lo eleva a los altares del gozo. Que comience el ritual.
Por si fuera poco, Monica Boromello levanta un catedral para envolver esta "pasión". Una catedral tal cual, con la higuera que marca uno de los ejes primordiales de esta tragedia como centro, como si fuera un gran crucifijo pagano. De debajo de las raíces de esa higuera surgirá Ángel, un ángel subterráneo, enterrado en mentiras, culpas, picores, veneno y mutilaciones. Las naves laterales sostienen los tomates rojos, símbolo de avaricia y de muerte. La sangre que se verterá y que quizá brote de la sangre subterránea. Y en la nave central el gran altar donde se celebran los ritos paganos de limpieza del ser manchado y de consagración del santo tomate ario perfecto. Tres tomates, tres hermanos, tres mujeres...
Monica es una diosa sabia y magistral, pero lo que consigue con "Dentro de la Tierra" es que el alma del texto quede arropada por un monumento inmensamente bello y a la vez refleje la esencia ritual del texto y la delicadeza fatal de los personajes.
Luismi Cobo vuelve a poner sonido y vida al silencio. Crea música y belleza de un grano de tierra y convierte en notas lo que siente tu corazón. No hay músico mejor en el mundo.
Y Juan Gómez Cornejo pone la última nota de este inmenso regalo a Paco. Ilumina la noche, ilumina el dolor de Indalecio y el misterio de la tierra. Saca luz de las raíces e ilumina las escenas y los personajes buscando su luz interior. Lo que emana de ellos. Y pone la última pieza del rompecabezas ritual. En ese invernadero "es fácil caerse si no se ha entrenado lo suficiente. Sólo hay que pisar en la cruz" dice premonitoriamente Indalecio. Y ahí están esas cruces, cruces que no sólo son la salvación (de nuevo el rito) sino la prueba de lo que puede que esté pasando ahí debajo, dentro de la Tierra. Magistral.
Almudena Rodríguez Huertas viste a los hombres con tonos terrosos y cálidos, a Ángel de blanco y a las mujeres de azules, los colores del mar y de la posibilidad de libertad, cada una a su manera.
Samy Khalil está fabuloso, sueña, mira, respira y descubre como un niño pequeño, al que querrías abrazar y salvar y va viajando por la ficción, la fantasía y la realidad con solidez y soltura. Bravo. También tiene un "pero" aunque este lo hablaré con Luis en privado, jeje.
Jorge Calvo está para llevarse todos los premios del año. Creo (y mira que tiene trabajos memorables) que quizá sea su mejor trabajo. Ha limpiado, ha pulido y ha dejado su creación en la esencia, dejando que el mayor peso de su Ángel recaiga en su voz, en la palabra y en el poder de esta. Es un tarrito de esencia artística inteligente a rabiar que explota lo mejor que hay en el mundo: la sinceridad. Jorge es sincero al contarnos su Ángel, pule su actuación y da peso específico a la palabra. La suma de eso es el prodigio que vemos en escena.
Mina El Hammani, Raúl Prieto, Chete Lera, Pepa Rus y Julieta Serrano completan este elenco sobresaliente.
En definitiva, creo que entre todos le han regalado a Paco Bezerra un grandioso regalo de amigos. Todos desprende amor por el espectáculo, por el texto. El texto de Paco es el eje y todas las piezas están perfectas y perfectamente entramadas para sacar lo mejor de este espectáculo. Que encima desprende amor por tos laos.
lunes, 8 de mayo de 2017
La cantante calva. Teatro Español.
Luis Luque vuelve a estar feliz. Y se le nota.
"La cantante calva" es un puritito derroche de optimismo, de brillo y de luz. A pesar de la crítica feroz de un texto intemporal que sigue desnudando y destrozando sociedades. Pero eso se puede contar desde la amargura, desde la sombra, desde la pesadumbre y desde el beige o se pude contar desde el sarcasmo, desde la luz al final del túnel y desde el azul brillante de los calcetines de los protas. Y esta cantante calva del siglo XXI es brillante, luminosa y de colores chillones.
No voy a escribir sobre la importancia del texto, ni sobre la sociedad alienada que intenta comunicarse y no lo consigue, ni sobre cursos de inglés. Ni siquiera sobre las verdades aplastantes que se esconden baja cada una de las frases aparentemente inconexas. Eso ya lo habéis leído en todas partes y os lo sabéis de sobra.
Prefiero hablar de lo que vemos sobre el escenario del Español. Y ahí lo primero que vemos es una versión que está de vuelta. Quiero decir que puedes contar lo mismo yendo hacia las cosas o cuando estás de vuelta de ellas. Pero no porque las tengas superadas y te la pelen sino porque hayas llegado a ellas, las hayas visto, entendido, asumido y asimilado y lo que quede sea el poso de la comprensión y la ironía de la superación. Y creo que en esta ocasión Natalia Menéndez ha llegado a la verdad del texto y nos lo cuenta desde el camino de vuelta. Luis Luque lo mismo, exactamente igual, por eso las frases vuelven a tener gracia, el texto se vuelve comedia y las carcajadas del público son sanas. Porque a pesar de seguir retratando a una sociedad (la de entonces, la de ahora y seguramente la de mañana) aislada y hermética, el poder de las palabras nace desde la superación del trauma. Y ahí renace la comedia, la ironía, el sarcasmo y el descojone. Me río porque me lo puedo permitir.
Luis Luque, ese visionario capaz de dar vida a cada proyecto en el que se sumerge vuelve a acertar de pleno. Normal, porque trabaja desde el corazón. Y encima es un sabio. TODO lo que vemos en escena funciona como la maquinaria de un reloj suizo. El texto como digo está hipertrillado y lo trabajan desde un sitio desvergonzado, optimista y de colores brillantes. Los actores incluso desde antes de que se levante el telón ya están marcando lo que son; autómatas intercambiables, carentes de sentimientos, de acciones conjuntas, de comunicación o de implicaciones. Ese sitio desde el que Luis nos cuenta este cuento cruel es el sitio del amor. Del amor a una historia que ya no es amarga (aunque lo sea), que ya no es cruel (aunque lo sea) y a la que inevitablemente AMA. A la que mira con la dulzura y el rigor del amante sabido. Eso se traduce en amor, en colores, en brillo, en luminosidad y en juego.
Quizá todos estos adjetivos parezcan opuestos a lo que debería ser la dureza y el sarcasmo de "La cantante calva", pero no es así. ¿O no es lógico ese final como de muñecos rotos, de cortocircuito, de autómatas desvencijados? Esa es y así es la sociedad. El telediario, el gobierno, LePen y Macron, Maduro, los refugiados, Montoro, Siria, los curas pederastas, Sor María, la pobreza infantil, Matadero... Este panorama no es muy distinto al final de Luque.
Y por si fuera poco, Luque se rodea de lo mejor de cada casa. Almudena Rodríguez Huertas crea unos figurines deslumbrantes. Convierte a los matrimonios en perfectamente intercambiables. Desde los vestidos, a los calcetines azules, los zapatos o los complementos. Incluso el pañuelo y el chaleco azules de Climent se podrían intercambiar con la amapola roja o los pantalones de Tejero y Ozores se apropia en un momento dado del bolso de Ruiz con toda naturalidad, porque podría ser el suyo. Uniendo todos esos elementos coloridos, el blanco y negro de Lanza. Concepto puro.
Monica Boromello vuelve a plasmar la esencia del "mensaje" en su fascinante escenografía. Lo mismito que hace Luismi Cobo con su partitura. Para componer esta música (otra obra maestra de Cobo, y van no sé cuántas) hay que hacer lo que hace Luque con el texto, Paco con el vestuario, Felipe con la luz o Mónica con su escenografía: ir para volver. Ese arranque con el "Dios salve a la reina" deconstruído es un viaje de regreso. Hay que haber ido para poder volver. O como el impresionismo; hay que saber dibujar para descomponer. Orfebrería fina.
Adriana Ozores, Carmen Ruiz, Fernando Tejero, Helena Lanza y Joaquín Climent están absolutamente PERFECTOS. Si el primer acto es brillantísimo, el segundo, el del matrimonio Martin es apoteósico y las intervenciones de Mary son todas y cada una, una lección de género y de solidez. No me puedo imaginar un elenco mejor.
Resumiendo, una adaptación brillante dirigida de forma tan inteligente como siempre hace Luque , interpretada a la perfección y con una luz, vestuario, música y escenografía FASCINANTES. Puro teatro de calidad de quien sabe lo que hace, por qué lo hace y cómo debe hacerlo.
¿Y la croqueta? AMO LAS CROQUETAS!!!!
Las fotazas son de Javier Naval, acojonantes. Espero que no le importe que las use, peor no hay quien se resista.
"La cantante calva" es un puritito derroche de optimismo, de brillo y de luz. A pesar de la crítica feroz de un texto intemporal que sigue desnudando y destrozando sociedades. Pero eso se puede contar desde la amargura, desde la sombra, desde la pesadumbre y desde el beige o se pude contar desde el sarcasmo, desde la luz al final del túnel y desde el azul brillante de los calcetines de los protas. Y esta cantante calva del siglo XXI es brillante, luminosa y de colores chillones.
No voy a escribir sobre la importancia del texto, ni sobre la sociedad alienada que intenta comunicarse y no lo consigue, ni sobre cursos de inglés. Ni siquiera sobre las verdades aplastantes que se esconden baja cada una de las frases aparentemente inconexas. Eso ya lo habéis leído en todas partes y os lo sabéis de sobra.
Prefiero hablar de lo que vemos sobre el escenario del Español. Y ahí lo primero que vemos es una versión que está de vuelta. Quiero decir que puedes contar lo mismo yendo hacia las cosas o cuando estás de vuelta de ellas. Pero no porque las tengas superadas y te la pelen sino porque hayas llegado a ellas, las hayas visto, entendido, asumido y asimilado y lo que quede sea el poso de la comprensión y la ironía de la superación. Y creo que en esta ocasión Natalia Menéndez ha llegado a la verdad del texto y nos lo cuenta desde el camino de vuelta. Luis Luque lo mismo, exactamente igual, por eso las frases vuelven a tener gracia, el texto se vuelve comedia y las carcajadas del público son sanas. Porque a pesar de seguir retratando a una sociedad (la de entonces, la de ahora y seguramente la de mañana) aislada y hermética, el poder de las palabras nace desde la superación del trauma. Y ahí renace la comedia, la ironía, el sarcasmo y el descojone. Me río porque me lo puedo permitir.
Luis Luque, ese visionario capaz de dar vida a cada proyecto en el que se sumerge vuelve a acertar de pleno. Normal, porque trabaja desde el corazón. Y encima es un sabio. TODO lo que vemos en escena funciona como la maquinaria de un reloj suizo. El texto como digo está hipertrillado y lo trabajan desde un sitio desvergonzado, optimista y de colores brillantes. Los actores incluso desde antes de que se levante el telón ya están marcando lo que son; autómatas intercambiables, carentes de sentimientos, de acciones conjuntas, de comunicación o de implicaciones. Ese sitio desde el que Luis nos cuenta este cuento cruel es el sitio del amor. Del amor a una historia que ya no es amarga (aunque lo sea), que ya no es cruel (aunque lo sea) y a la que inevitablemente AMA. A la que mira con la dulzura y el rigor del amante sabido. Eso se traduce en amor, en colores, en brillo, en luminosidad y en juego.
Quizá todos estos adjetivos parezcan opuestos a lo que debería ser la dureza y el sarcasmo de "La cantante calva", pero no es así. ¿O no es lógico ese final como de muñecos rotos, de cortocircuito, de autómatas desvencijados? Esa es y así es la sociedad. El telediario, el gobierno, LePen y Macron, Maduro, los refugiados, Montoro, Siria, los curas pederastas, Sor María, la pobreza infantil, Matadero... Este panorama no es muy distinto al final de Luque.
Y por si fuera poco, Luque se rodea de lo mejor de cada casa. Almudena Rodríguez Huertas crea unos figurines deslumbrantes. Convierte a los matrimonios en perfectamente intercambiables. Desde los vestidos, a los calcetines azules, los zapatos o los complementos. Incluso el pañuelo y el chaleco azules de Climent se podrían intercambiar con la amapola roja o los pantalones de Tejero y Ozores se apropia en un momento dado del bolso de Ruiz con toda naturalidad, porque podría ser el suyo. Uniendo todos esos elementos coloridos, el blanco y negro de Lanza. Concepto puro.
Monica Boromello vuelve a plasmar la esencia del "mensaje" en su fascinante escenografía. Lo mismito que hace Luismi Cobo con su partitura. Para componer esta música (otra obra maestra de Cobo, y van no sé cuántas) hay que hacer lo que hace Luque con el texto, Paco con el vestuario, Felipe con la luz o Mónica con su escenografía: ir para volver. Ese arranque con el "Dios salve a la reina" deconstruído es un viaje de regreso. Hay que haber ido para poder volver. O como el impresionismo; hay que saber dibujar para descomponer. Orfebrería fina.
Adriana Ozores, Carmen Ruiz, Fernando Tejero, Helena Lanza y Joaquín Climent están absolutamente PERFECTOS. Si el primer acto es brillantísimo, el segundo, el del matrimonio Martin es apoteósico y las intervenciones de Mary son todas y cada una, una lección de género y de solidez. No me puedo imaginar un elenco mejor.
Resumiendo, una adaptación brillante dirigida de forma tan inteligente como siempre hace Luque , interpretada a la perfección y con una luz, vestuario, música y escenografía FASCINANTES. Puro teatro de calidad de quien sabe lo que hace, por qué lo hace y cómo debe hacerlo.
¿Y la croqueta? AMO LAS CROQUETAS!!!!
Las fotazas son de Javier Naval, acojonantes. Espero que no le importe que las use, peor no hay quien se resista.
sábado, 18 de marzo de 2017
Furiosa Escandinavia. Sala Margarita Xirgu.
Somos lo que contamos. Cierto. Y fuimos lo que podamos recordar. Y seremos lo que nos recordarán.
Una de las grandes obsesiones del hombre es la herencia. El por qué estamos aquí, aparte de por la conjunción de unas células. En cierta forma si somos es para dejar algo, seremos lo que dejemos. ¿Existió un hombre llamado Alejandro de Avellaneda que vivió en 1643? Quizá sí, quizá no. Si nadie le recuerda, ¿existió realmente? Ese afán de dejar algo, aunque sea un recuerdo es nuestra trascendencia. Desaparecer pero dejar una huella, dejar algo detrás.
Hay momentos en la vida en los que la línea de calma, la "distancia de rescate" se rompe. Y flaqueamos. Ante lo imprevisto no sabemos reaccionar. Un accidente, una muerte inesperada, una ruptura, o cuando perdemos el control. En esos casos recomponemos mentalmente una y mil veces todo lo que pasó buscando la fractura, el "momento" en el que se nos fue, en el que todo pasó. Tras una ruptura reconstruyes noches de amor, encuentros, besos, caricias, momentos dulces, todo lo bello buscando la grieta. Lo inexplicable necesita una explicación. Ante un abandono, recuerdas una y otra vez los mismos escenarios y cada vez añades, decoras y aumentas lo que quieres pero sin querer. Cada recuerdo, siendo el mismo es nuevo, distinto, caprichoso. Y todos son verdad.
Los recuerdos son la mejor forma de reconstruir tu historia. La que ha pasado y la que no. Recordando recompones piezas sueltas, creas otras y todas te las acomodas como buenamente puedes para que te ayuden a vivir. O a sobrevivir. Por eso Erika reconstruye una y otra vez el momento, la puta cena en la que se le fue de las manos. Esa cena en la que el anuncio de una vida nueva destruyó la suya.
Erika trata de olvidar. Acaba de romper. Mejor dicho, la han abandonado y necesita olvidar para preservar ese amor como algo puro y para poder seguir viviendo. Erika va a abrir su propio mapa de carreteras. Marilyn en "Bus stop" y Victoria Abril en "Átame" abrían sus mapas con sus viajes vitales. Erika abrirá el suyo, ese mapa "difícil de abrir, difícil de interpretar e imposible de volver a plegar". Erika necesita olvidar para sobrevivir. En ese viaje contará con Balzacman, un vaquero nihilista que saldrá a buscar a su propia Odette aunque Odette sea simplemente T. Erika necesita olvidar aunque sea mediante la pastilla esa que "bloquea el recuerdo chungo, lo aparta y lo elimina gradualmente". Con la segunda pastilla el coco recupera como pueda los trozos esparcidos por el espacio y los recoloca pero como le sale, distorsionados, caprichosos. Por eso la cena nunca será igual. Y por eso nunca sabemos cuál es la cena real. Una cena sin copas. Total, ¿quién las necesita para el recuerdo?
Otra vuelta de tuerca más: ¿y si Pablo fuese T.? ¿Y si Pablo fuese el amante de Erika? ¿Y si Pablo se hubiese tomado la pastilla del olvido y ahora estuviese recomponiendo él también su propia vida? ¿Y si Pablo estuviera buscando a su Irene en T.?¿Es posible que Pablo hubiera sido amante de Irene, ella le hubiera dejado, él se hubiera tomado la pastilla y ahora estuviera recomponiendo la historia él también? ¿Y si Erika y Pablo se han vuelto a encontrar de nuevo tras sus olvidos comunes? Esa postal... no una carta, sino una postal. Una postal que escribe Pablo.
En esa cena eterna comparten vacíos y vino con sus amigos, Lucas y Sonia, una pareja de maniquíes que deambulan, se miran, se cruzan y se evitan. Lucas busca a Sonia, se ofrece a ella pero ella ni le mira, está vacía. Sonia lleva dentro el germen de la vida de Lucas pero hace tiempo que está muerta. Fértil pero muerta. Llena de él y vacía de él. Ellos no cambian, ellos repiten su ritual gélido e "infértilmente" fértil. Es el vacío de alguien que no saldrá a las calles a buscar a su Odette, que no buscará su tiempo perdido.
Este rompecabezas hipnótico y desolador tiene unos alicientes escénicos que lo hacen IMPRESCINDIBLE. Voy por partes.
Lo primero, voy a sacar una falta.
Antonio Rojano parece que está abonado a las salas pequeñas. "La ciudad oscura" en la pequeña del teatro ese que antaño fue glorioso y ahora es un museo. Y ahora "Furiosa Escandinavia" en la pequeña del Español. Y "Furiosa" es un espectáculo para la sala grande. Para la más grande, para una sala en la que se produzcan los milagros y las apariciones divinas. SE MERECE UNA SALA DESCOMUNAL.
Alejandro Andújar y Lola Barroso se encargan de crear una escenografía y unas luces que parecen sacadas de un cuadro hiperrealista. La escenografía es descomunal, nórdica, fría, desolada, acojonante y fantasmagórica. Un trabajazo apabullante tanto escenográfico como de luces y sombras.
Ana Rodrigo lo viste de forma natural y espontánea. Maravilla. Bruno Paena crea unos visuales mágicos y desoladores. Luismi Cobo vuelve a crear otra joya más. Un espacio sonoro de los invisibles y una música estremecedora y gélida.
Víctor Velasco organiza todo el mejunje, dirige desde el lugar preciso y pone cada detalle en el punto justo que necesita el textazo descomunal de Rojano. Brillante.
Y dando la cara, David Fernández "Fabu" y Sandra Arpa. Sólidos y precisos.
Y brillando con luz propia la gran Irene Ruiz, que ya deslumbró en "La ciudad oscura". Irene es Sonia y es Agnes. Dos mundos, dos potencias y dos personalidades. La mujer llena y vacía, la amiga amargada pero naif, la madre y amante gélida y muerta en vida y por otro lado la potencia, el impulso, la energía desbocada del primer impulso, esa Agnes de ensueño, sacada de una peli de Lynch.
Y ahora todos en pie porque voy a hablar de Francesco Carril. Es imposible definir lo que hace. ¿Cómo se puede definir la perfección? A ver, yo estaba sentado en la fila 1, a treinta centímetros de los actores y te digo que lo que pasaba por dentro de Francesco era VIDA. NO estaba interpretando sino que estaba sirviendo de medio para traer a la tierra lo que estaba pasando en otra dimensión. Como un médium. Pablo estaba realmente ahí, viviendo en el escenario. Todo lo que hace es PERFECTO, desde respirar a cada pausa, a cada gallito, a cada sonrisa, a cada nota grave, a cada mirada, a cada escucha, a cada reacción, a cada percibir el aire... TODO es prodigioso.
Resumiendo: actores brillantes, una música, una escenografía, unas luces, unos vídeos, un vestuario y una dirección perfectas. Y sobre todo y por encima de todo, Francesco Carril y el texto acojonante de Rojano. Un monumento bestial con millones de vueltas y capas. Si en escena conviven varios planos temporales, espaciales y de realidad, imaginación, recuerdo, creación, supervivencia, humanos y vitales. Un texto para estudiarlo y rascar, rascar y rascar durante horas, días, semanas.
Cada coma es un recoveco y cada renglón un escondite donde habitan posibilidades. ¿Quién es quién? ¿Cuál es la verdad? ¿Qué pasó en realidad? ¿Importa?
Las fotazas fascinantes son de Javier Naval y espero que no le importe que las use.
Una de las grandes obsesiones del hombre es la herencia. El por qué estamos aquí, aparte de por la conjunción de unas células. En cierta forma si somos es para dejar algo, seremos lo que dejemos. ¿Existió un hombre llamado Alejandro de Avellaneda que vivió en 1643? Quizá sí, quizá no. Si nadie le recuerda, ¿existió realmente? Ese afán de dejar algo, aunque sea un recuerdo es nuestra trascendencia. Desaparecer pero dejar una huella, dejar algo detrás.
Hay momentos en la vida en los que la línea de calma, la "distancia de rescate" se rompe. Y flaqueamos. Ante lo imprevisto no sabemos reaccionar. Un accidente, una muerte inesperada, una ruptura, o cuando perdemos el control. En esos casos recomponemos mentalmente una y mil veces todo lo que pasó buscando la fractura, el "momento" en el que se nos fue, en el que todo pasó. Tras una ruptura reconstruyes noches de amor, encuentros, besos, caricias, momentos dulces, todo lo bello buscando la grieta. Lo inexplicable necesita una explicación. Ante un abandono, recuerdas una y otra vez los mismos escenarios y cada vez añades, decoras y aumentas lo que quieres pero sin querer. Cada recuerdo, siendo el mismo es nuevo, distinto, caprichoso. Y todos son verdad.
Los recuerdos son la mejor forma de reconstruir tu historia. La que ha pasado y la que no. Recordando recompones piezas sueltas, creas otras y todas te las acomodas como buenamente puedes para que te ayuden a vivir. O a sobrevivir. Por eso Erika reconstruye una y otra vez el momento, la puta cena en la que se le fue de las manos. Esa cena en la que el anuncio de una vida nueva destruyó la suya.
Erika trata de olvidar. Acaba de romper. Mejor dicho, la han abandonado y necesita olvidar para preservar ese amor como algo puro y para poder seguir viviendo. Erika va a abrir su propio mapa de carreteras. Marilyn en "Bus stop" y Victoria Abril en "Átame" abrían sus mapas con sus viajes vitales. Erika abrirá el suyo, ese mapa "difícil de abrir, difícil de interpretar e imposible de volver a plegar". Erika necesita olvidar para sobrevivir. En ese viaje contará con Balzacman, un vaquero nihilista que saldrá a buscar a su propia Odette aunque Odette sea simplemente T. Erika necesita olvidar aunque sea mediante la pastilla esa que "bloquea el recuerdo chungo, lo aparta y lo elimina gradualmente". Con la segunda pastilla el coco recupera como pueda los trozos esparcidos por el espacio y los recoloca pero como le sale, distorsionados, caprichosos. Por eso la cena nunca será igual. Y por eso nunca sabemos cuál es la cena real. Una cena sin copas. Total, ¿quién las necesita para el recuerdo?
Otra vuelta de tuerca más: ¿y si Pablo fuese T.? ¿Y si Pablo fuese el amante de Erika? ¿Y si Pablo se hubiese tomado la pastilla del olvido y ahora estuviese recomponiendo él también su propia vida? ¿Y si Pablo estuviera buscando a su Irene en T.?¿Es posible que Pablo hubiera sido amante de Irene, ella le hubiera dejado, él se hubiera tomado la pastilla y ahora estuviera recomponiendo la historia él también? ¿Y si Erika y Pablo se han vuelto a encontrar de nuevo tras sus olvidos comunes? Esa postal... no una carta, sino una postal. Una postal que escribe Pablo.
En esa cena eterna comparten vacíos y vino con sus amigos, Lucas y Sonia, una pareja de maniquíes que deambulan, se miran, se cruzan y se evitan. Lucas busca a Sonia, se ofrece a ella pero ella ni le mira, está vacía. Sonia lleva dentro el germen de la vida de Lucas pero hace tiempo que está muerta. Fértil pero muerta. Llena de él y vacía de él. Ellos no cambian, ellos repiten su ritual gélido e "infértilmente" fértil. Es el vacío de alguien que no saldrá a las calles a buscar a su Odette, que no buscará su tiempo perdido.
Este rompecabezas hipnótico y desolador tiene unos alicientes escénicos que lo hacen IMPRESCINDIBLE. Voy por partes.
Lo primero, voy a sacar una falta.
Antonio Rojano parece que está abonado a las salas pequeñas. "La ciudad oscura" en la pequeña del teatro ese que antaño fue glorioso y ahora es un museo. Y ahora "Furiosa Escandinavia" en la pequeña del Español. Y "Furiosa" es un espectáculo para la sala grande. Para la más grande, para una sala en la que se produzcan los milagros y las apariciones divinas. SE MERECE UNA SALA DESCOMUNAL.
Alejandro Andújar y Lola Barroso se encargan de crear una escenografía y unas luces que parecen sacadas de un cuadro hiperrealista. La escenografía es descomunal, nórdica, fría, desolada, acojonante y fantasmagórica. Un trabajazo apabullante tanto escenográfico como de luces y sombras.
Ana Rodrigo lo viste de forma natural y espontánea. Maravilla. Bruno Paena crea unos visuales mágicos y desoladores. Luismi Cobo vuelve a crear otra joya más. Un espacio sonoro de los invisibles y una música estremecedora y gélida.
Víctor Velasco organiza todo el mejunje, dirige desde el lugar preciso y pone cada detalle en el punto justo que necesita el textazo descomunal de Rojano. Brillante.
Y dando la cara, David Fernández "Fabu" y Sandra Arpa. Sólidos y precisos.
Y brillando con luz propia la gran Irene Ruiz, que ya deslumbró en "La ciudad oscura". Irene es Sonia y es Agnes. Dos mundos, dos potencias y dos personalidades. La mujer llena y vacía, la amiga amargada pero naif, la madre y amante gélida y muerta en vida y por otro lado la potencia, el impulso, la energía desbocada del primer impulso, esa Agnes de ensueño, sacada de una peli de Lynch.
Y ahora todos en pie porque voy a hablar de Francesco Carril. Es imposible definir lo que hace. ¿Cómo se puede definir la perfección? A ver, yo estaba sentado en la fila 1, a treinta centímetros de los actores y te digo que lo que pasaba por dentro de Francesco era VIDA. NO estaba interpretando sino que estaba sirviendo de medio para traer a la tierra lo que estaba pasando en otra dimensión. Como un médium. Pablo estaba realmente ahí, viviendo en el escenario. Todo lo que hace es PERFECTO, desde respirar a cada pausa, a cada gallito, a cada sonrisa, a cada nota grave, a cada mirada, a cada escucha, a cada reacción, a cada percibir el aire... TODO es prodigioso.
Resumiendo: actores brillantes, una música, una escenografía, unas luces, unos vídeos, un vestuario y una dirección perfectas. Y sobre todo y por encima de todo, Francesco Carril y el texto acojonante de Rojano. Un monumento bestial con millones de vueltas y capas. Si en escena conviven varios planos temporales, espaciales y de realidad, imaginación, recuerdo, creación, supervivencia, humanos y vitales. Un texto para estudiarlo y rascar, rascar y rascar durante horas, días, semanas.
Cada coma es un recoveco y cada renglón un escondite donde habitan posibilidades. ¿Quién es quién? ¿Cuál es la verdad? ¿Qué pasó en realidad? ¿Importa?
Las fotazas fascinantes son de Javier Naval y espero que no le importe que las use.
jueves, 8 de septiembre de 2016
El pequeño poni. Teatro Bellas Artes.
No me gusta el término "diferente". En el fondo supone aceptar que hay una norma o un uso habitual del que alguien o algo se sale. Y yo creo que no existe la normalidad, ni la regla. Creo profundamente que todos somos distintos, afortunadamente distintos y únicos. Todos uno y exclusivo. Por eso no hay nadie "diferente". Por eso cuando leo comentarios sobre "la defensa del diferente" me quedo un poco al margen.
"El pequeño poni" está dedicada a Grayson y a Michael, niños que fueron arrastrados al suicidio por llevar a su cole una mochila de la serie de dibujitos infantiles e inocentes "My little pony". Los coles del mundo han estado y están repletos de crueldad. Los niños imagino que en su afán de autoafirmación dentro del grupo tiende a buscar el resquicio desde el que fortalecerse agrediendo al raro, al distinto, al que tiene algo que no es como la mayoría. Hay quien lo llamaría "personalidad" o simplemente una falta de sociabilidad tan fresca y natural como cualquier característica humana. El gordo, el feo, el gafotas, el que no juega al fútbol, el que no pega, el que tiene pluma, la que tiene pluma, a la que le gusta el fútbol, la que pega... Cualquier excusa es buen para marcar al otro y distanciarlo de ti y de tu pequeño mundo recién creado. Incluso ahora que los niños van al cole con gente de todos los colores y para ellos la mezcla es natural.
Hace tiempo que pienso que Paco Bezerra es un ser con un microscopio en los ojos. Donde los demás vemos un parque con críos jugando y familias sonrientes, él es capaz de distinguir dieciséis capas de podredumbre, de conflictos, de miserias humanas, de crueldades y de chunguerío. Aquí Bezerra nos presenta a una pareja, Jaime e Irene y a su hijo ausente, Luismi. Ellos, pareja aparentemente feliz, sonríen, juegan, vacilan, viven relajados. Hasta que comienza el drama. Pasito a pasito Paco va destapando capas de suciedad y de intereses ocultos. El viaje de los personajes no es tanto en lo que les ocurre, que también, sino en cómo se enfrentan a lo que les ocurre y que aflora de ellos mismos. Es un auténtico ejemplo de dramaturgia. Podemos ver poco a poco cómo Irene descubre sus razones y cómo Jaime nos acaba enseñando sus por qués. Su trayecto como personajes va de la sonrisa al desmoronamiento más absoluto. Ejemplar y perfecto el trabajo de Paco Bezerra, sin duda, un autor con una capacidad infinita para traspasar la realidad.
Luis Luque es un maestro, eso es algo sabido y comprobado. En este caso se sitúa en el lugar casi de un entomólogo. Observa el embolao desde fuera, coloca a los personajes (Luismi incluído) en la placa de Petri del escenario y comienza a diseccionar fríamente a esos dos especímenes bajo la mirada mutante de la criatura. Consigue además una cosa que sucede pocas veces en un escenario. Y es que el aire pese. El ambiente relajado del principio va ganando densidad según pasan los minutos y los marrones y poco a poco se va volviendo irrespirable, asfixiante, casi sólido. Y no es una figura, yo lo viví como algo casi físico. Mueve y deja quietos a los actores para conseguir en cada momento la reacción exacta en el público y ha colocado el listón emocional tanto de María como de Roberto en el punto exacto para componer de forma detallista cada momento. Incluso los cambios, que quizá sean formalmente lo que más descoloca, sirven para respirar y tomar un poco de oxígeno para ser capaz de seguir. Luis logra una vez más destrozarnos el corazón colocándose en el sitio preciso, justo donde él es capaz de controlar la situación y rompernos a nosotros el corazón y los esquemas.
Decir Luismi Cobo es decir genialidad. La música que ha compuesto en esta ocasión le ha salido desde el centro mismo del universo. Nace del dolor y de la infancia y recorre tus recuerdos hasta llegar a ti, ser adulto. Eso es algo que sólo consigue la música y Luismi es el mago de las emociones y de la música. Cada nota es un dardo y cada momento, una cicatriz.
Almudena Rodríguez viste y Juan Gómez-Cornejo ilumina y ensombrece la escena. Luz, sombra, ropas, mugre, pliegues y materiales parecen vivos.
Monica Boromello es una poetisa de la escena, lo ha demostrado mil veces. Esa luna... ese universo... Aquí crea otro elemento vital para comprender este mogollón. Un espacio único, una mesa, tres sillas y una butaca. Poco más. Dos puertas, o dos trampas, o dos madrigueras. Un salón de una frialdad sospechosa. Hasta que descubres la personalidad de esa escenografía. El salón es un bunker, con esas paredes de hormigón donde viven felices tres seres aparentemente cálidos pero agazapados en su cobijo emocional. Cada uno y los tres viven en un bunker inaccesible. Sin habitaciones, no hay, no se ven, solo se medio intuyen pero por lógica. Sin puertas, sin entrada ni salida, ni escapatoria. Un puto bunker. O un mausoleo. Aunque, gracias la giro maestro final de Bezerra, el bunker se convierte milagrosamente en un castillo donde viven los reyes que guardan las piedras de la armonía (de la armonía, tócate los cojones) y el hormigón se vuelve piedra y el bunker se vuelve castillo.
María Adanez sigue disfrutando de un momento dulce. En esta función seca, dura y "cotidiana" cualquier milímetro de más canta mogollón. Ella consigue estar sobria, amargada, doliente, preocupada, culpable, dictatorial, maternal, cruel, fría, desnuda y vacía sin hacer gran cosa, sólo manejando la verdad, la mesura y el trabajo con su compañero. Claro que su compañero es Roberto Enríquez, con eso está todo dicho.
Con Roberto me pasó una cosa curiosa. Es conocida mi devoción por su trabajo y su forma de trabajar. Pero le otro día, en un momento dado me di cuenta de que Roberto tiene un don especial. Roberto no sólo es de los mejores actores del planeta, sino que hay algo en su interior que es inexplicable. Su cuerpo, su forma de moverse, de expresarse, de generar, de recibir, de mirar, de escuchar, de crear y recrear, todo en él es TEATRO. Es algo que se tiene o no se tiene, y Roberto lo tiene y lo es. No sé, igual parece una bobada, pero al ver a Roberto el otro día vi que él es teatro.
Lo que hace... en fin... sólo alguien sobrenatural es capaz de escalar a eso niveles de implicación y desde ahí desplomarse al abismo del dolor en dos segundos. Si alguien piensa que lo que hace Roberto es fácil... que intente hacer algo parecido y salir indemne. No hay palabras. Si en su Fausto antológico bajo las manos milagrosas de Pandur hizo un trabajo de esos que deberían pasar a la historia del teatro, aquí vuelve a demostrar que el riesgo emocional es algo que le pone. Y a nosotros. Porque desde el minuto dos, yo no soy capaz de mirar a Jaime y no romper a llorar.
SPOILER.
Paco Bezerra consigue que escapemos del dolor de vernos en ese escenario con la mejor opción posible. La magia. La única que puede ayudar a que el dolor insoportable de ver consumirse a un ser inocente sea minimamente llevadero. Y es que todos nos hemos visto en alguna movida de esa calaña. Como observadores, como víctimas o como verdugos. ¿O no es verdad que a todos nos suena algo así? ¿No hemos visto o estado en medio de alguna de esas "cosas de chiquillos?
Ese giro, esa salida de la realidad es la única escapatoria que como seres humanos sufrientes somos capaces de soportar. Porque en este juego es imposible no posicionarse, no tomar partido por Irene o por Jaime, no simpatizar con ellos, no comprenderlos, aunque al hacerlo, sin querer estemos siendo tan parciales y tan crueles como lo son ellos. Porque tomar partido es elegir, decidir y de lo que habla "El pequeño poni" es de dejar volar.
"El pequeño poni" está dedicada a Grayson y a Michael, niños que fueron arrastrados al suicidio por llevar a su cole una mochila de la serie de dibujitos infantiles e inocentes "My little pony". Los coles del mundo han estado y están repletos de crueldad. Los niños imagino que en su afán de autoafirmación dentro del grupo tiende a buscar el resquicio desde el que fortalecerse agrediendo al raro, al distinto, al que tiene algo que no es como la mayoría. Hay quien lo llamaría "personalidad" o simplemente una falta de sociabilidad tan fresca y natural como cualquier característica humana. El gordo, el feo, el gafotas, el que no juega al fútbol, el que no pega, el que tiene pluma, la que tiene pluma, a la que le gusta el fútbol, la que pega... Cualquier excusa es buen para marcar al otro y distanciarlo de ti y de tu pequeño mundo recién creado. Incluso ahora que los niños van al cole con gente de todos los colores y para ellos la mezcla es natural.
Hace tiempo que pienso que Paco Bezerra es un ser con un microscopio en los ojos. Donde los demás vemos un parque con críos jugando y familias sonrientes, él es capaz de distinguir dieciséis capas de podredumbre, de conflictos, de miserias humanas, de crueldades y de chunguerío. Aquí Bezerra nos presenta a una pareja, Jaime e Irene y a su hijo ausente, Luismi. Ellos, pareja aparentemente feliz, sonríen, juegan, vacilan, viven relajados. Hasta que comienza el drama. Pasito a pasito Paco va destapando capas de suciedad y de intereses ocultos. El viaje de los personajes no es tanto en lo que les ocurre, que también, sino en cómo se enfrentan a lo que les ocurre y que aflora de ellos mismos. Es un auténtico ejemplo de dramaturgia. Podemos ver poco a poco cómo Irene descubre sus razones y cómo Jaime nos acaba enseñando sus por qués. Su trayecto como personajes va de la sonrisa al desmoronamiento más absoluto. Ejemplar y perfecto el trabajo de Paco Bezerra, sin duda, un autor con una capacidad infinita para traspasar la realidad.
Luis Luque es un maestro, eso es algo sabido y comprobado. En este caso se sitúa en el lugar casi de un entomólogo. Observa el embolao desde fuera, coloca a los personajes (Luismi incluído) en la placa de Petri del escenario y comienza a diseccionar fríamente a esos dos especímenes bajo la mirada mutante de la criatura. Consigue además una cosa que sucede pocas veces en un escenario. Y es que el aire pese. El ambiente relajado del principio va ganando densidad según pasan los minutos y los marrones y poco a poco se va volviendo irrespirable, asfixiante, casi sólido. Y no es una figura, yo lo viví como algo casi físico. Mueve y deja quietos a los actores para conseguir en cada momento la reacción exacta en el público y ha colocado el listón emocional tanto de María como de Roberto en el punto exacto para componer de forma detallista cada momento. Incluso los cambios, que quizá sean formalmente lo que más descoloca, sirven para respirar y tomar un poco de oxígeno para ser capaz de seguir. Luis logra una vez más destrozarnos el corazón colocándose en el sitio preciso, justo donde él es capaz de controlar la situación y rompernos a nosotros el corazón y los esquemas.
Decir Luismi Cobo es decir genialidad. La música que ha compuesto en esta ocasión le ha salido desde el centro mismo del universo. Nace del dolor y de la infancia y recorre tus recuerdos hasta llegar a ti, ser adulto. Eso es algo que sólo consigue la música y Luismi es el mago de las emociones y de la música. Cada nota es un dardo y cada momento, una cicatriz.
Almudena Rodríguez viste y Juan Gómez-Cornejo ilumina y ensombrece la escena. Luz, sombra, ropas, mugre, pliegues y materiales parecen vivos.
Monica Boromello es una poetisa de la escena, lo ha demostrado mil veces. Esa luna... ese universo... Aquí crea otro elemento vital para comprender este mogollón. Un espacio único, una mesa, tres sillas y una butaca. Poco más. Dos puertas, o dos trampas, o dos madrigueras. Un salón de una frialdad sospechosa. Hasta que descubres la personalidad de esa escenografía. El salón es un bunker, con esas paredes de hormigón donde viven felices tres seres aparentemente cálidos pero agazapados en su cobijo emocional. Cada uno y los tres viven en un bunker inaccesible. Sin habitaciones, no hay, no se ven, solo se medio intuyen pero por lógica. Sin puertas, sin entrada ni salida, ni escapatoria. Un puto bunker. O un mausoleo. Aunque, gracias la giro maestro final de Bezerra, el bunker se convierte milagrosamente en un castillo donde viven los reyes que guardan las piedras de la armonía (de la armonía, tócate los cojones) y el hormigón se vuelve piedra y el bunker se vuelve castillo.
María Adanez sigue disfrutando de un momento dulce. En esta función seca, dura y "cotidiana" cualquier milímetro de más canta mogollón. Ella consigue estar sobria, amargada, doliente, preocupada, culpable, dictatorial, maternal, cruel, fría, desnuda y vacía sin hacer gran cosa, sólo manejando la verdad, la mesura y el trabajo con su compañero. Claro que su compañero es Roberto Enríquez, con eso está todo dicho.
Con Roberto me pasó una cosa curiosa. Es conocida mi devoción por su trabajo y su forma de trabajar. Pero le otro día, en un momento dado me di cuenta de que Roberto tiene un don especial. Roberto no sólo es de los mejores actores del planeta, sino que hay algo en su interior que es inexplicable. Su cuerpo, su forma de moverse, de expresarse, de generar, de recibir, de mirar, de escuchar, de crear y recrear, todo en él es TEATRO. Es algo que se tiene o no se tiene, y Roberto lo tiene y lo es. No sé, igual parece una bobada, pero al ver a Roberto el otro día vi que él es teatro.
Lo que hace... en fin... sólo alguien sobrenatural es capaz de escalar a eso niveles de implicación y desde ahí desplomarse al abismo del dolor en dos segundos. Si alguien piensa que lo que hace Roberto es fácil... que intente hacer algo parecido y salir indemne. No hay palabras. Si en su Fausto antológico bajo las manos milagrosas de Pandur hizo un trabajo de esos que deberían pasar a la historia del teatro, aquí vuelve a demostrar que el riesgo emocional es algo que le pone. Y a nosotros. Porque desde el minuto dos, yo no soy capaz de mirar a Jaime y no romper a llorar.
SPOILER.
Paco Bezerra consigue que escapemos del dolor de vernos en ese escenario con la mejor opción posible. La magia. La única que puede ayudar a que el dolor insoportable de ver consumirse a un ser inocente sea minimamente llevadero. Y es que todos nos hemos visto en alguna movida de esa calaña. Como observadores, como víctimas o como verdugos. ¿O no es verdad que a todos nos suena algo así? ¿No hemos visto o estado en medio de alguna de esas "cosas de chiquillos?
Ese giro, esa salida de la realidad es la única escapatoria que como seres humanos sufrientes somos capaces de soportar. Porque en este juego es imposible no posicionarse, no tomar partido por Irene o por Jaime, no simpatizar con ellos, no comprenderlos, aunque al hacerlo, sin querer estemos siendo tan parciales y tan crueles como lo son ellos. Porque tomar partido es elegir, decidir y de lo que habla "El pequeño poni" es de dejar volar.
viernes, 22 de abril de 2016
Numancia. Teatro Español.
¿Es posible que un espectáculo en el que todos los que intervienen hagan un gran trabajo, todos los ingredientes sean de primera y encima lo demuestren pero con todo y con eso no funcione?
El hecho teatral es siempre único. Lo he repetido hasta la saciedad y lo seguiré haciendo. El espectador de la fila 5, butaca 7 vive su propia experiencia única y viva y no tiene por qué ser la misma que vive y siente el espectador de la fila 5, butaca 9. Dos seres pensantes y sintientes que reciben, digieren y metabolizan de forma personal e intransferible el mismo espectáculo.
El día del estreno hubo muchísimos aplausos, gente en pie y gritos de "bravo". Evidentemente a todos ellos les había encantado la función. Y yo me alegro por ellos, en serio. Yo también voy siempre al teatro esperando y confiando en que me vaya a gustar lo que voy a ver. Aunque no siempre pasa.
La versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño me parece muy acertada. Incluso las referencias más cercanas estan bien introducidas a pesar de que tanto el prólogo como el epílogo sean quizá algo ilustrativas e intenten explicar lo que cada uno por sí mismo sabe y o está a punto de corroborar. La escena del parto... sinceramente, no me gustó. No me conozco la obra de Cervantes al dedillo, pero creo haber leído por ahí que es añadida en esta versión. Desacertada según mi parecer. Pero bueno, en general digamos que la versión es buena y sólida. El espacio creado por el maestro Alessio Meloni es bestial. Colores, materiales, densidades, texturas... todo evoca la guerra, la desolación, el asco y la barbarie. Con apenas unos paneles, un fondo poderoso y una pasarela, despliega tanto el campo de batallas, como la intimidad de una casa o el cerco a la ciudad de Numancia. Ahí radica la grandeza de una escenografía. Genial. Como geniales son las luces de José Manuel Guerra. Más que luces son seres vivos y no solo crean espacios, focalizan intimidades y elevan deseos sino que cobran vida casi como si fueran un personaje más. Muy bien vestido todo el espectáculo por Almudena Huertas, aunque quizá los abrigos romanos resulten algo obvios. Tanto la música como el espacio sonoro creados por Luismi Cobo vuelven a ser un portento, otra demostración más de que sin duda Luismi Cobo es no sólo un compositor descomunal, sino un alma sensible que bucea entre las palabras y entresaca emociones. Prodigioso.
El reparto es buenísimo, de lo mejorcito que puedes encontrar ahora en Madrid. Todos son grandísimos actores. Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Markos Marín, Maru Valdivielso, Alberto Jiménez, Carlos Lorenzo..., todos ellos han demostrado mil veces que son grandísimos actores y capaces de lo que les pongan por delante. Sin embargo, en esta ocasión, creo que la mano que les guía no ha sacado lo mejor de ellos. Cuando hacen de "grupo" se mueven con solidez y entre todos crean una masa como tiene que ser; sólida y firme y ahí están todos mejor que en sus momentos individuales. Porque todo está teñido de un aire de "trascendencia". Todo está dicho como si fuera importantísimo y con demasiado peso. Todas las frases parecen sentencias declamadas con un tono casi apocalíptico. Menos Beatriz y Alberto, ahí sí hay libertad y el corsé se relaja. Dan paso a un verso fresco y suelto, a pesar de seguir manteniendo la grandeza de lo que dicen. La palabra sigue siendo demoledora, pero la actitud es otra, no es trascendente y con eso consiguen que el peso de lo que dicen caiga con más fuerza. Toda la escena de Miryam Gallego por ejemplo, me parece paradójicamente demasiado plana. Arranca con ella en un tono emocional ya altísimo y prácticamente sigue en el mismo tono todo el rato. Pero porque empieza tan arriba que es casi imposible subir más. Ella pone fuerza, desesperación, emoción, todos sus recursos de buenísima actriz, pero... la escena para mi gusto no levanta el vuelo porque es premeditadamente dramática y no solo se le ve el cartón, sino que ese exceso dramático no ayuda a dar verdad.
Eso ocurre un poco en general. El espectáculo cuenta con ingredientes de primer orden. Pero la mayoría de las veces tanto el espacio como las luces, la música o los actorazos están cubriendo emociones y verdades que no terminan de aflorar. La maquinaria espectacular y abrumadora suple una emoción más real. No sé cómo explicarlo, creo que Pérez de la Fuente tiene un gran sentido del espectáculo, así a lo grande. Crea un envoltorio realmente espectacular pero que impide que se desarrollen verdades y emociones más reales. Insisto, los actores son brutales, las luces, música, espacio, ambiente, densidad, todo. Todo es brutal, pero... la parafernalia y el exceso de querer emocionar y epatar consiguen lo contrario, que el texto suene demasiado expuesto y que pretenda tener más peso del que tiene. Ese afán de recalcar consigue, en mi caso al menos, enfriar. En mi corazón, lo que iba sintiendo era que tanta parafernalia (toda sublime, eso sí) restaba emoción y verdad.
Respondiéndome a mí mismo, en este caso creo que sí, que es posible que teniendo la mejor música, la mejor escenografía, las mejores luces, un gran vestuario, un grandioso reparto y un textazo, al final acabe resultando al menos para mí, frío y de una densidad inmerecida. Es posible que Juan Carlos Pérez de la Fuente haya puesto tanto de sí mismo y de sus circunstancias personales que haya descuidado el peso efectivo de lo que estaba montando. O puede, simplemente que conmigo no haya funcionado su trabajo. Esto último es más que probable.
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lunes, 15 de febrero de 2016
Cocina. Sala de la Princesa.
Aparte de en el dormitorio (y no en todos los casos), donde más tiempo pasa uno en su propia casa y en las ajenas es en la cocina. Allí, al calor de la lumbre, o de la vitro, se cuecen las intrigas, los secretos y las mentiras de cualquier familia.
Ahí, en la cocina de un matrimonio de éxito se amasará un drama que se llevará a esta pareja por delante. Lo que empieza con una simple broma de mal gusto acabará desbocando marrones y asolará esta cocina, cubriendo sus azulejos níveos y puros con una hollín del que no sale ni con rasqueta. Y es que cuando el mal se instala en una casa no hay quien lo eche. Ni siquiera quien lo despiste.
El texto de María Fernández Ache es ingenioso y está lleno de veneno suficiente como para cargarse a esa familia aséptica y "feliz" así, de un plumazo, usando sólo su propio veneno y su propia mierda, escondida esta vez dentro del frigorífico. Texto ingenioso, bien calibrado, perfectamente desarrollado y con una medida y precisión inteligente y siempre al servicio del drama. Brillante. Como brillante es la puesta en escena de Will Keen. Utiliza el espacio de forma ingeniosa y muy original e incluso divertida. Mueve a los actores con fluidez, naturalidad y lógica (algo que aunque suene así como a perogrullo, no lo es en absoluto, y si no, párate a pensarlo un segundo). Bien dosificados el ritmo, el humor y la acción y muy bien mezclados drama, tensión, seriedad, dureza, emoción y caricatura. Quizá tarde un poco en arrancar. La primera escena (casi toda en off) puede que sea demasiado larga y luego, durante la función hay otro momento en el que la acción vuelve a dilatarse y a dar vueltas sobre lo mismo. Quizá un pelín de poda y haber dejado la función en una horita y media le vendría bien.
Los actores están muy bien. Quizá los actores que están en off estén un poco pasados. Quiero decir, evidentemente están grabados y me da que en esa grabación se cayó un poco en la tentación de dejarse llevar y se nota como que poco a poco se vienen arriba y acaban un poquito sobreactuados (y sé de lo que hablo, está claro. Medir la intensidad de una voz grabada no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista)
Sonia Almarcha está brillante. Pasa de la sofisticación aparente al derrumbe emocional y del brillo al fango pasando por todo entre medias. Maravillosa, aunque con una cierta tendencia a repetir el mismo toniquete. Pero es algo leve. Manolo Solo hace lo que le pongas por delante. Vamos, quiero decir que le da vida a cualquier personaje en tus narices. Y aquí hace una nueva creación totalmente magnética. No puedes dejar de mirarle y de verle respirar, moverse, temblar, sufrir, mentir, cagarse y buscar salida sin encontrarla. Si alguien tiene dudad de que Manolo sea uno de nuestros mejores actores, que vaya a ver "Cocina" y luego hablamos. Prodigioso.
En resumen, un espectáculo brillante, sólido, compacto y muy, muy atractivo. Imprescindible.
Ahí, en la cocina de un matrimonio de éxito se amasará un drama que se llevará a esta pareja por delante. Lo que empieza con una simple broma de mal gusto acabará desbocando marrones y asolará esta cocina, cubriendo sus azulejos níveos y puros con una hollín del que no sale ni con rasqueta. Y es que cuando el mal se instala en una casa no hay quien lo eche. Ni siquiera quien lo despiste.
El texto de María Fernández Ache es ingenioso y está lleno de veneno suficiente como para cargarse a esa familia aséptica y "feliz" así, de un plumazo, usando sólo su propio veneno y su propia mierda, escondida esta vez dentro del frigorífico. Texto ingenioso, bien calibrado, perfectamente desarrollado y con una medida y precisión inteligente y siempre al servicio del drama. Brillante. Como brillante es la puesta en escena de Will Keen. Utiliza el espacio de forma ingeniosa y muy original e incluso divertida. Mueve a los actores con fluidez, naturalidad y lógica (algo que aunque suene así como a perogrullo, no lo es en absoluto, y si no, párate a pensarlo un segundo). Bien dosificados el ritmo, el humor y la acción y muy bien mezclados drama, tensión, seriedad, dureza, emoción y caricatura. Quizá tarde un poco en arrancar. La primera escena (casi toda en off) puede que sea demasiado larga y luego, durante la función hay otro momento en el que la acción vuelve a dilatarse y a dar vueltas sobre lo mismo. Quizá un pelín de poda y haber dejado la función en una horita y media le vendría bien.
Los actores están muy bien. Quizá los actores que están en off estén un poco pasados. Quiero decir, evidentemente están grabados y me da que en esa grabación se cayó un poco en la tentación de dejarse llevar y se nota como que poco a poco se vienen arriba y acaban un poquito sobreactuados (y sé de lo que hablo, está claro. Medir la intensidad de una voz grabada no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista)
Sonia Almarcha está brillante. Pasa de la sofisticación aparente al derrumbe emocional y del brillo al fango pasando por todo entre medias. Maravillosa, aunque con una cierta tendencia a repetir el mismo toniquete. Pero es algo leve. Manolo Solo hace lo que le pongas por delante. Vamos, quiero decir que le da vida a cualquier personaje en tus narices. Y aquí hace una nueva creación totalmente magnética. No puedes dejar de mirarle y de verle respirar, moverse, temblar, sufrir, mentir, cagarse y buscar salida sin encontrarla. Si alguien tiene dudad de que Manolo sea uno de nuestros mejores actores, que vaya a ver "Cocina" y luego hablamos. Prodigioso.
En resumen, un espectáculo brillante, sólido, compacto y muy, muy atractivo. Imprescindible.
domingo, 10 de enero de 2016
Mi resumen de 2015
¿Es cosa mía o este año ha habido más "rankings" teatrales que nunca? No sé, chica, a mí me lo ha parecido. Y yo, como soy así, voy a hacer el contraranking. Vamos, que no voy a hacer un ranking de lo mejor del año. A ver, que me parece divino que los demás lo hayan hecho, e incluso yo he colaborado en alguno y encantado. Pero ahora quiero hacer mi resumen de otra forma. A veces parece que si un espectáculo no aparece en el ranking de los que escribimos (con más menos fortuna, más o menos criterio y más o menos alcance), a veces, digo, es como si no hubieran existido. Y bastante duro es tener que pasar la criba de ser el espectáculo que la gente elija de entre todos los espectáculos de todas las salas. Haber permanecido en cartel, haber tenido público y encima haber recibido críticas o comentarios buenos ya es bastante jodido como para encima tener que superar la prueba de estar en la lista de los "elegidos".
Yo este año tenía pensado pedirles a los Reyes Magos y a las Reinas Magas que desaparecieran las salas alternativas. Así, tal cual.
Me explico: no querría que cerrara ninguna, sino que querría que desaparecieran y pasaran a llamarse "salas de aforo reducido" o como dice el Convenio "salas de menos de 200 butacas". Desearía que dejaran de llamarse "alternativas". ¿Alternativas a qué? ¿A la oferta cultural institucional? Desearía que los teatros públicos hicieran caso de lo que pide una parte importante de los ciudadanos y dieran cabida a nuevos autores, nuevos directores, nuevas formas de narrar y nuevos espectros que cubrir. Desde las instituciones no se cubre esa necesidad y por eso se ha vuelto a llevar el teatro a la calle, a los rincones, a las salas alternativas. Alternativas a lo que ofrecen los teatros públicos.
Y mientras las salas pequeñas cubran esa sed de nuevas formas y nombres, les estaremos solucionando el problema a los políticos. Por eso mi deseo es ese, que las nuevas formas y nombres invadan por fin la oferta cultural institucional. Que dejen de intentar dinamitar desde los poderes a los ciudadanos mutilando la cultura y la educación. Que los políticos vuelvan a ser responsables y decidan promover el amor al arte y educar a seres críticos, pensantes y cultos. Y que las salas pequeñas dejen de ser alternativas. Que eso "alternativo" sea lo natural. Tanto como lo otro. Y que no se haga un evento anual rodeado de parafernalia Off para cubrir el expediente, porque entonces acabarán por cargarse lo alternativo.
Pido que bajen el IVA. Que descubran que la cultura es un bien de primera necesidad y una inversión, no un gasto. Y que la protejan, que no la capen.
Pido que la gente se conciencie de que la gente de teatro somos trabajadores. Que el teatro aparte de una pasión y de una razón de vivir, es un trabajo y se tiene que cobrar. Y se tiene que cobrar en condiciones. Y que aunque la ilusión, el amor por la profesión y la necesidad de dejarse ver es natural y respetable, tiene que ir unida a la dignidad. Y que un trabajo hecho de cualquier manera deja de ser un trabajo y se convierte en un hobby, en una afición.
Este año pasado he visto espectáculos que me han maravillado. He visto uno de los montajes más tristes, duros, oscuros y con mayor peso que yo recuerde. "El Rei Lear" dirigido por Lluís Pasqual y con Nuria Espert sacando de la raíz oscura del alma un grito tan desolado, ahogado y tenebroso que aún resuena en mi mente. He visto "La piedra oscura" y he visto a Federico. Y me he enfadado porque siga doliendo la "memoria histórica". La memoria es memoria y es de todos y no es histórica, es real. Cabrona, dolorosa, hijaputa y real. Y el recuerdo sana y da la vida. Y Messiez, Conejero, Grao y Sánchez son bellos y sabios.
He visto de nuevo que la danza es algo glorioso y una especialidad sacrificada, relegada y de una capacidad expresiva desmesurada cuando la hacen genios como Chevi Muraday o José Carlos Martínez y la CND. "Carmen", "Don Quijote" y "El cínico" tienen un lugar en la Historia.
He visto que Luis Luque disecciona como si tal cosa las partes más negras del alma humana y de sus pasiones y frenos. Tanto "El señor Ye ama los dragones" como "Insolación" son muestra de ello. Y de que si encima cuentas con magos de la talla de Mónica Boromello, Paco Bezerra, Luismi Cobo o Pedro Víllora la calidad se dispara hacia el infinito.
He visto que la crueldad y la dureza alimentan grandiosos espectáculos. "Elegy", "La clausura del amor", "Palabras encadenadas", "El plan", "No daré hijos, daré versos", "Darling"...
He visto que escribir un texto sólido, grande, rocoso y valiente es tener medio éxito garantizado: "No hay papel", "40 años de paz", "Fortune cookie"...
He visto que cuando una propuesta es sincera y honesta, el camino al corazón y a mover espíritus está asegurado: "Gira el mundo, gira", "Humpday", "La pechuga de la sardina", "Cosas que se olvidan fácilmente", "Our town", "A-creedores"...
He visto espectáculos malos. Malos de cojones. Horribles. Todos llenos de ganas y de buenas intenciones, eso sí. Pero fallidos. Para eso están los gustos.
He visto que si algo hay en este país es una cantera de actores y actrices dispuestos a dar su alma por este trabajo. Grandiosos actores todos y cada uno. Los que se dejan la piel y los que tiene la valentía de subirse a un escenario y enfrentarse a la vulnerabilidad y al juicio público y cruel. Y gentes, compañías, productores, técnicos, iluminadores, músicos, diseñadores de vestuario... que aman la profesión y lo dejan ver en sus trabajos.
El año ha sido glorioso creativamente hablando, salvo algunas excepciones. Hace poco leí un artículo de una compañera que reivindicaba el derecho al pateo, a no aplaudir, a mostrar que un espectáculo no te ha gustado para así diferenciar lo bueno de lo malo. Venga, vale. ¿Aceptamos el reto?
Año de grandes espectáculos, de mucho amor por el trabajo, de grandes textos, de grandiosas interpretaciones, de sólidas direcciones, de coreografías mágicas y bellas, de luces poéticas y secas, de prodigios y de pufos. Y ha sido un año de poco avance en socializar las voces nuevas, de invadir más el terreno, de un IVA cruel y demoledor, de ataques mortales a la educación, a la cultura y a la dignidad.
Yo me llevo un año de grandes montajes y de poco avance.
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