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martes, 27 de febrero de 2018

Juguetes rotos. Sala Margarita Xirgu.

El arco iris tiene siete colores, pero el mundo, el Universo, tiene millones, uno por cada ser vivo.




España vivió un retroceso bestial durante los años de la dictadura que vino tras el golpe de estado. 
Si ya entonces era un país eminentemente rural y poco dado a la modernidad, con la privación de libertades y con la desolación que deja una guerra, España tardó muchos, pero que muchos años en desperezarse. Si es que lo ha hecho.
En ese país acobardado y encerrado en sí mismo, cualquier destello de humanización, de individualidad o de defensa de lo propio era objeto de persecución y de castración. 
Aceptar al diferente es una cuenta pendiente en el mundo entero. 
Me explico; no me refiero a "aceptar", porque no hay nada que aceptar, sino obviar, no fijarse ni dar importancia a lo que nos hace especiales a cada uno de nosotros.
Sí, suena a sabido, a algo ya dicho y superado, pero ni pa dios. Yo puedo dar las gracias porque vivo en Madrid, en un barrio más o menos del centro, en un entorno cómodo en el que se asume casi todo sin cuestionarlo. A fin de cuentas siempre se ha dicho que el mundo de los actores es un mundo de putas y maricones. Pues si te sales de esa zona cómoda, incluso en muchos barrios de Madrid, en zonas más deprimidas, en barrios más duros, en manzanas más secas y en familias más ásperas el problema se multiplica. Ni te cuento en ciudades más pequeñas, o en pueblos o en familias y entornos más cerrados.
Últimamente se habla y se reivindica al otro, al raro, al distinto, al menos frecuente. Por ejemplo, ese peliculón que es "Pieles" de Eduardo Casanova, o "Una vida americana" de Lucía Carballal, o la Ópera "Escenas de caza" que ha hecho hace poquito Alberto Velasco. Y si se sigue hablando de "el otro, el infrecuente" es porque aun es necesario hacerlo. Por muy modernis que nos sintamos todos en casa.  
En la España negra del gallego (la del dictador, la de F. Franco, no la negra de ahora. O también) la tiranía circuló a sus anchas en todas partes y llegó a todos los rincones. Desde las instituciones, a la "cultura" o a los pueblos más pequeños, en los que "marcar territorio" era signo de poderío y testosterona. Porque entonces ya había manadas. Sólo que esas manadas cazaban maricones, con lo cual, todo correcto.
Mario (Nacho Guerreros) tuvo la desgracia de nacer en esa época negra de la Historia de la piel de toro y en un pueblecito. Ahí comenzó su calvario sencillamente por ser, sentir e incluso por intuirse distinto. Distinto, no diferente. Distinto a lo más frecuente, no diferente. Único y libre, no diferente. Pero ya se encargarán los demás de hacerle sentirse raro. Hasta que un encuentro fortuito le enseñará le camino de la dignidad y la valentía. Dorín (Kike Guaza) será su hada madrina y su ángel de la guarda.



Conozco a gente que vivió eso mismo y de corazón creo que sus vidas han sido de las más maltratadas de esta nuestra sociedad muda, la que no quería mirara hacia Europa porque daba yuyu y prefería dar la espalda y vivir cara al sol. Ser señalado es duro, te convierte en carne de cañón. Pero serlo en los años más duros e incultos de un país atemorizado y atenazado te convertía directamente en el cordero destinado al sacrificio.
Lo más valioso, al menos para mí, es la sensibilidad, la dulzura y el RESPETO desde donde trabajan Carolina Román, tanto en la dramaturgia como en la dirección y Nacho Guerreros y Kike Guaza dando la cara y prestando sus cuerpos a estos seres heridos, supervivientes, luchadores y arrinconados. Bravo a los tres por trabajar desde el respeto absoluto, la admiración y la delicadeza, sosteniendo sus trabajos en el matiz, en la pincelada delicada y mínima y huyendo de brochazos gordos o lugares comunes. Un trabajo delicado, delicioso, amoroso y buscando siempre la dignidad. Es un prodigio ver un nivel tan grande de compromiso con los seres humanos.
El texto de Carolina Román es brillante, bello y con un lirismo doloroso y nada afectado ni edulcorado. Trabaja desde la comprensión y desde el lugar del otro. Comprendiendo y asumiendo. 
SPOILER
Vale, sí, es posible que la parte del pueblo sea quizá demasiado larga si la comparamos con la parte de Barna y puede que la enfermedad de Dorín sólo esté esbozada y sea algo precipitada, pero esos detalles son pecata minuta si lo que tenemos es un análisis del drama de los oprimidos como este que tenemos. 



Nacho Guerreros y Kike Guaza brillan desde dos polos complementarios y casi opuestos.
Mario es el detalle, el matiz, el acento preciso y la mano a la altura justa. Kike en cambio es el desparrame, el exceso, pero el exceso justo. Hace creíble y reconocible todo lo que hace. Ambos brillan como dos estrellas sobre todo por trabajar desde el amor a sus personajes (sí, incluso a los chungos) para evitar caricaturas. Impactantes los dos en sus registros y en su acercamiento a un mundo delicado y respetable. 

Alessio Meloni y David Picazo son dos seres tocados por la musa. Lo he dicho y lo repetiré toda la vida. Su trabajo aquí va muy ligado, por eso necesito mencionar sus nombres juntos. Luz y escenografía van tan de la mano como el curro de Kike y de Nacho. Porque ese muro de jaulas todas con las puertecitas abiertas de Alessio no se entiende sin las luces y las sombras de David. Esas jaulas tienen las puertecitas abiertas. Porque de las jaulas se puede salir, sólo hay que encontrar la salida. Y David ilumina a los seres humanos y llena de sombras sus dramas. Porque iluminar es crear luz pero también crear sombras. Y las sombras, como la luz, son de muchos tipos. Hay sombras más o menos oscuras, más o menos negras y más o menos brillantes. Y el muro de jaulas es el rincón perfecto para que a Mario le caigan encima plumas mientras sufre su primera violación. Esa imagen icónica es impactante, duele, escuece y te hace revolverte en tu conciencia y en tu butaca. Asombrosos trabajos. GRACIAS.   
  

Por cierto, debo decirlo por justicia. La primera y la tercera fotacas que he puesto para ilustrar este texto son de José Antonio Alba, que no sólo escribe como los ángeles, sino que hace fotos como estas, pura maravilla.

Pasan los años, F. Franco no está, pero las agresiones homófobas y no te digo ya los actos de violencia en los que las víctimas son trans, suben como la espuma. Supongo que porque la crisis, la necesidad, el mal rollo social nos vuelve perros, saca lo peor que somos y nos hace culpar de nuestro paro y de nuestra falta de futuro y de horizonte al distinto, al raro, al que creemos débil. Pero la única forma de que exista un futuro es ensanchando horizontes y elevando la mirada para ver los ojos del de al lado. Si miras hacia abajo, hacia el suelo, y te ocultas y no miras al cielo, sólo verás mierda.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Blackbird. Pavón Teatro Kamikaze.

Llevo tiempo, pero tiemmmmpo diciendo que Carlota Ferrer es la ama de la escena madrileña. Es una artista estéticamente mágica, visualmente potente e intelectualmente privilegiada. Tiene una capacidad creadora bestial y además tiene la suerte de contar con los medios suficientes como para poder desarrollar sus ideas hasta el límite. Eso es una suerte que te cagas. Para ella y para nosotros.



Blackbird es un encargo del Festival de Otoño y hemos podido gozarlo en el Pavón Teatro Kamikaze. Otra vez estamos de suerte. 
Cuentan en el dossier que "Blackbird" (mirlo en inglés) es la mezcla de "Black", el mal, la muerte, el descenso al infierno y "bird", el ascenso a los cielos, la vida eterna. Simboliza, en definitiva "la tensión entre cuerpo y alma, entre lo espiritual y lo terrenal". El mirlo es también la forma que adoptó el diablo para tentar a San Benito y que este deseara a una niña. 
"Blackbird" tiene muchísimas bazas a su favor. El texto, cotejado, corroborado, llevado a escena en otras ocasiones es un valor seguro. Seguro no, segurísimo. Encima traducido por José Manuel Mora. Carlota Ferrer a los mandos. Irene Escolar y José Luis Torrijo dando la cara. Mónica Boromello creando otro espacio mágico de esos a los que nos tiene malacostumbrados. David Picazo iluminando el espacio y los rincones del espíritu a la vez. Una puta pasada.

Monia Boromello es una debilidad que yo tengo. Lo confieso y lo grito al universo. Me enloquece. 
Arriba, la "realidad", una especia de sala de espera de tanatorio o casi una planta nuclear, fría, gris, llena de basura que se escapa sin querer. Basura azul, vasos, bolsas, azules. Y en medio de esa desolación un rama. Azul también. Una brizna de vida que se cuela por el hormigón. Porque hasta en los más inhóspito cabe la vida. Hasta en la mayor crueldad puede haber amor. Hasta en lo más repulsivo puede haber algo puro. 
Abajo una ciudad que se queda pequeña, que es pequeña. Un sitio por donde huir pero que acaba sirviendo de trampa. Con casitas con ventanas circulares, como las casitas de los pájaros. En realidad SON casitas de pájaros. Y en cada casa un pajarito. En cada casa, una Una que quizá vuele o quizá no. Creo de verdad que es uno de los espacios más inspirados de Mónica. Por su simbolismo, por su dureza y por su poética. Es casi un resumen moral de lo que vamos a ver. No hay calificativos suficientes para alabar la visión y el trabajo de esta mujer. 
Y encima va y lo apoya todo la iluminación de David Picazo, otro genio. Pone luz a los estados de ánimo, a las emociones, crea sombras psicológicas e ilumina mentiras y traumas. Bestial, mágica, de visión obligada para cualquier estudiante de luces.



Tanto la trama como la forma en la que está presentada es de libro. Perfecta. Una historia dolorosa, de personajes heridos sin querer, en la que el "verdugo" ha conseguido pasar página y la "víctima" sin embargo se quedó pillada. Lo que en un principio parece claro pronto se enturbiará. La realidad no siempre es como parece y casi nunca es lineal. Sobre todo si el origen del torbellino es el amor. Amor sí. Y poder. Abuso de poder. Pero amor también. En definitiva, los miles de grises que hay entre el blanco y el negro. Carlota se coloca en su sitio y nos pone a nosotros a su lado. Y lo que nos pasa a nosotros es lo que ella ha pasado. Nos habla y nos trata de igual a igual. Al principio tenemos claro que Una está deshecha por culpa del abuso de Ray. Él sobrevivió y ella pagó por las culpas de él. Él se cambió de ciudad y de vida y ella se quedo y sufrió día a día la vida en su ciudad, en su barrio, rodeada de gentes compasivas y crueles. Ella pagó por las culpas de él. Pero los mil giros del texto te llevan exactamente a cada rincón que busca Carlota. 



Cuando se presentó la versión del Lliure, Lluís Pasqual lo definió como "teatro político". Teatro al que no llegas con una idea preconcebida, con una respuesta sobre lo que está bien y lo que está mal. Es evidente que si el texto hablara sólo de pedofilia, todos estaríamos posicionados. La pedofilia es mala. Punto final. Pero no, aquí se mezcla abuso, pedofilia, amor, culpa, ... A las preguntas que se plantean en este textazo no hay respuesta posible. Hay mil, y a lo más que hemos llegado es a crear un ordenamiento jurídico que diga que lo que a los 17 está prohibido, a los 18 ya no. ¿Dónde termina el amor y empieza la ley? ¿El amor es amor si el ilegal?   
El trabajo que hace Carlota Ferrer es el de un arquitecto. Aunque cada trabajador ponga su grano de arena para levantar un edificio sin entender o sin tener en cuenta lo que hace el de al lado, el edificio funcionará como una suma, y será al final cuando vean el resultado de todas las partes juntas. Carlota hace eso mismo, va llevando cada frase, cada escena, cada giro por donde sólo ella sabe y tú como espectador sólo sospechas hasta que al final, ves el edificio terminado, tus cimientos removidos, tus principios tambaleados y tu moral... accidentada. La labor de Carlota es ejemplar. Inteligente y sólida. Incluso la canción de Robbie Williams y la coreo que se marcan (resumen de su historia de amor) están encajadas de forma magistral.
Quizá hubo un pequeño detalle que a mí no me funcionó y que hizo que el edificio no terminase de parecerme una obra maestra. La dirección de actores. Me explico. Lo siento por Alba de la Fuente, pero aunque ella está bien, es evidente que el trabajo actoral debe centrarse en José Luis y en Irene.



A ver, Irene está fabulosa. Pero quizá el momento que más me tocó fue su monólogo en la ciudad, cuando narra lo que pasó aquella última noche. Tanto en la primera parte como en sus arrebatos me parece que está un poco subida de revoluciones. Y con eso quizá provoque (al menos en mí) cierto rechazo. Está demasiado desquiciada. No digo que no tenga que estarlo, o que no sea lógico, o que sea una mala elección. Pero en mí provoca cierto prejuicio que quizá no ayude a simpatizar del todo con ella ni al principio ni al final. Sólo en medio; cuando está más sobria. Porque la sobriedad me parece más dura y desoladora. Al menos a mí. Al contrario, Torrijo está frío y serio. Y cuando se derrumba y confiesa lo que pasó aquella noche, cuando se rompe, te pegas a su sufrimiento y tus principios se derrumban. A lo que voy con esto es que al verla a ella desquiciada y a él sufridor, se me produjo demasiado prejuicio. Ella me parecía demasiado histérica y él demasiado empático. Como siempre, habrá un 50% de decisión de la directora, que cuenta lo que quiere y como quiere, y otro 50% de mi propia percepción. En este caso me funcionó toda la maquinaria al 80%. En cualquier caso, tanto lo que hace Irene Escolar como lo que hace Torrijo es una cosa sobrehumana. Están ambos inconmensurables.   



Así que sí, grandísimo trabajo el de TODOS los implicados en este pedazo de obrón que demuestra una vez más que Torrijo es un gran actor, que Irene Escolar también es bestial, que Carlota es una mano sólida y potente, que Picazo y Mónica son dos seres tocados y que el gris es el color más rico del mundo.
Otra genia, Vanessa Rabade, ha hecho estas fotazas acojonantes. Supongo que no le importa que las utilice. Gracias.



Por cierto... el mirlo que se estrella contra el coche al final... ¿es el fin de la venganza, es Una que se suicida, es la irrupción de la culpa en esa nueva pareja, es...?  

domingo, 10 de enero de 2016

Mi resumen de 2015




¿Es cosa mía o este año ha habido más "rankings" teatrales que nunca? No sé, chica, a mí me lo ha parecido. Y yo, como soy así, voy a hacer el contraranking. Vamos, que no voy a hacer un ranking de lo mejor del año. A ver, que me parece divino que los demás lo hayan hecho, e incluso yo he colaborado en alguno y encantado. Pero ahora quiero hacer mi resumen de otra forma. A veces parece que si un espectáculo no aparece en el ranking de los que escribimos (con más menos fortuna, más o menos criterio y más o menos alcance), a veces, digo, es como si no hubieran existido. Y bastante duro es tener que pasar la criba de ser el espectáculo que la gente elija de entre todos los espectáculos de todas las salas. Haber permanecido en cartel, haber tenido público y encima haber recibido críticas o comentarios buenos ya es bastante jodido como para encima tener que superar la prueba de estar en la lista de los "elegidos".



Yo este año tenía pensado pedirles a los Reyes Magos y a las Reinas Magas que desaparecieran las salas alternativas. Así, tal cual. 
Me explico: no querría que cerrara ninguna, sino que querría que desaparecieran y pasaran a llamarse "salas de aforo reducido" o como dice el Convenio "salas de menos de 200 butacas". Desearía que dejaran de llamarse "alternativas". ¿Alternativas a qué? ¿A la oferta cultural institucional? Desearía que los teatros públicos hicieran caso de lo que pide una parte importante de los ciudadanos y dieran cabida a nuevos autores, nuevos directores, nuevas formas de narrar y nuevos espectros que cubrir. Desde las instituciones no se cubre esa necesidad y por eso se ha vuelto a llevar el teatro a la calle, a los rincones, a las salas alternativas. Alternativas a lo que ofrecen los teatros públicos. 



Y mientras las salas pequeñas cubran esa sed de nuevas formas y nombres, les estaremos solucionando el problema a los políticos. Por eso mi deseo es ese, que las nuevas formas y nombres invadan por fin la oferta cultural institucional. Que dejen de intentar dinamitar desde los poderes a los ciudadanos mutilando la cultura y la educación. Que los políticos vuelvan a ser responsables y decidan promover el amor al arte y educar a seres críticos, pensantes y cultos. Y que las salas pequeñas dejen de ser alternativas. Que eso "alternativo" sea lo natural. Tanto como lo otro. Y que no se haga un evento anual rodeado de parafernalia Off para cubrir el expediente, porque entonces acabarán por cargarse lo alternativo.



Pido que bajen el IVA. Que descubran que la cultura es un bien de primera necesidad y una inversión, no un gasto. Y que la protejan, que no la capen. 
Pido que la gente se conciencie de que la gente de teatro somos trabajadores. Que el teatro aparte de una pasión y de una razón de vivir, es un trabajo y se tiene que cobrar. Y se tiene que cobrar en condiciones. Y que aunque la ilusión, el amor por la profesión y la necesidad de dejarse ver es natural y respetable, tiene que ir unida a la dignidad. Y que un trabajo hecho de cualquier manera deja de ser un trabajo y se convierte en un hobby, en una afición. 



Este año pasado he visto espectáculos que me han maravillado. He visto uno de los montajes más tristes, duros, oscuros y con mayor peso que yo recuerde. "El Rei Lear" dirigido por Lluís Pasqual y con Nuria Espert sacando de la raíz oscura del alma un grito tan desolado, ahogado y tenebroso que aún resuena en mi mente. He visto "La piedra oscura" y he visto a Federico. Y me he enfadado porque siga doliendo la "memoria histórica". La memoria es memoria y es de todos y no es histórica, es real. Cabrona, dolorosa, hijaputa y real. Y el recuerdo sana y da la vida. Y Messiez, Conejero, Grao y Sánchez son bellos y sabios. 



He visto de nuevo que la danza es algo glorioso y una especialidad sacrificada, relegada y de una capacidad expresiva desmesurada cuando la hacen genios como Chevi Muraday o José Carlos Martínez y la CND. "Carmen", "Don Quijote" y "El cínico" tienen un lugar en la Historia.



He visto que Luis Luque disecciona como si tal cosa las partes más negras del alma humana y de sus pasiones y frenos. Tanto "El señor Ye ama los dragones" como "Insolación" son muestra de ello. Y de que si encima cuentas con magos de la talla de Mónica Boromello, Paco Bezerra, Luismi Cobo o Pedro Víllora la calidad se dispara hacia el infinito. 



He visto que la crueldad y la dureza alimentan grandiosos espectáculos. "Elegy", "La clausura del amor", "Palabras encadenadas", "El plan", "No daré hijos, daré versos", "Darling"...



He visto que escribir un texto sólido, grande, rocoso y valiente es tener medio éxito garantizado: "No hay papel", "40 años de paz", "Fortune cookie"...



He visto que cuando una propuesta es sincera y honesta, el camino al corazón y a mover espíritus está asegurado: "Gira el mundo, gira", "Humpday", "La pechuga de la sardina", "Cosas que se olvidan fácilmente", "Our town", "A-creedores"...




He visto espectáculos malos. Malos de cojones. Horribles. Todos llenos de ganas y de buenas intenciones, eso sí. Pero fallidos. Para eso están los gustos. 
He visto que si algo hay en este país es una cantera de actores y actrices dispuestos a dar su alma por este trabajo. Grandiosos actores todos y cada uno. Los que se dejan la piel y los que tiene la valentía de subirse a un escenario y enfrentarse a la vulnerabilidad y al juicio público y cruel. Y gentes, compañías, productores, técnicos, iluminadores, músicos, diseñadores de vestuario... que aman la profesión y lo dejan ver en sus trabajos. 



El año ha sido glorioso creativamente hablando, salvo algunas excepciones. Hace poco leí un artículo de una compañera que reivindicaba el derecho al pateo, a no aplaudir, a mostrar que un espectáculo no te ha gustado para así diferenciar lo bueno de lo malo. Venga, vale. ¿Aceptamos el reto?
Año de grandes espectáculos, de mucho amor por el trabajo, de grandes textos, de grandiosas interpretaciones, de sólidas direcciones, de coreografías mágicas y bellas, de luces poéticas y secas, de prodigios y de pufos. Y ha sido un año de poco avance en socializar las voces nuevas, de invadir más el terreno, de un IVA cruel y demoledor, de ataques mortales a la educación, a la cultura y a la dignidad. 
Yo me llevo un año de grandes montajes y de poco avance.  

martes, 23 de junio de 2015

Fortune cookie. Valle Inclán.

Cualquiera que haya visto un espectáculo de Carlota Ferrer sabe que es una de las figuras más interesantes de la escena actual. Personal, única, con una creatividad desmesurada y una capacidad de riesgo envidiable.
En "Fortune cookie" habla de muchísimas cosas. Bajo ese envoltorio bellísimo, laten mil temas a cada cual más intenso y acojonante.
Demostrando una vez más esa inteligencia que la caracteriza, Carlota Ferrer empieza encargando la escenografía a Alessio Meloni y a Mónica Boromello y estos dos genios crean uno de los espacios  escénicos más dolorosamente bellos de los últimos tiempos. Y encima lo ilumina de ensueño José Espigares. Pura poesía.




Y pura poesía es la que sobrevuela por todo este montaje. Rosalba añora su amor de juventud, aquel al que abandonó porque se le quedaba pequeño y al que ahora, enferma, rememora aunque su Ildefonso lleve varios años muerto. Aparte de la trama, que ni voy a revelar ni voy a desgranar aquí, este trabajo habla de muchísimas cosas. O las intuye, o las insinúa y uno ve lo que en él han provocado. Porque Carlota Ferrer tiñe de poesía todo lo que ocurre en el escenario y le añade unas gotitas de naturalidad, un humor fino y sugerente y algo de filosofía de creador y nos sirve un jarabe que como si fuéramos unos niños pequeños, nos tragamos sin darnos cuenta de lo que nos va pasando por dentro poco a poco.
Porque Carlota habla del hecho artístico, del poder del arte, de la creación como sublimación, del creador, del ego, de la necesidad de diálogo, de la herencia, de dejar algo detrás, de trascendencia, de amor, del otro de el complementario, de la pareja, del padre, del hijo, de la raíz, de los porqués de la vida y de la creación, del teatro, de la vida, del teatro como vida, del teatro en lugar de la vida... de todo eso y de mucho más. A través de una distribuidora teatral, un autor, un chino que lo mismo te sirve pa un roto que pa un descosido, una china embarazada y sufriente y del carnicero muerto. 
Tiene algunos de los momentos visualmente más bellos de los últimos tiempos y emocionalmente más complejos y completos vistos también últimamente.  No hay ni un sólo elemento gratuito, y desde los muñequitos de colores, al vestuario, a las copas de gin-tonic, y acabando con el cuentecito de María y su pretendiente, el único con el que quizá habría podido casarse, pero con quien no lo hará porque "ha llegado tarde al amor"; todo está impregnado de capas y de lecturas que tiene mucho que ver con la creación, con la necesidad del otro, del otro como receptor, como comprador, como amante, como amador, como hijo, como heredero, como complemento en definitiva para cualquier cosa que hagamos. Incluso para algo tan naif como recordar a tu primer y más blanco amor, cuando la muerte asoma su pezuña por debajo de tu puerta. Incluso ahí, el "otro" es paradójicamente vital. Aunque nada sea por nada ni valga para nada. Aunque no sepas por qué escribes, ni por qué vas al teatro, ni por qué lloras, ni por qué extrañas. Es así porque sí, como le canto de un pájaro. 





La función dura cerca de hora y media. Yo a los cuarenta minutos empecé a llorar y no paré hasta un buen rato después de terminar. Es de esas funciones de una belleza y un calado tal, que si vas abierto de corazón, te agarra el corazón y te lo estruja hasta secártelo. Grande Carlota Ferrer. Y grandiosos sus actores, todos ellos en estado de gracia: Joaquín Hinojosa, David Picazo (genio polivalente y absoluto), Alberto Jo Lee y Alba Celma. Brillando por encima de todos la diosa de las diosas. Esther Ortega. Sin duda una de las mejores actrices de España. Un titán escénico, un caballo de Troya emocional, que sin que te des cuenta, te invade, te enamora y no te suelta. Adoración eterna.


Ah, coño, que casi se me olvida. El momentazo "Dido y Eneas"... de romperte el alma de bello. Tan estremecedor como ese otro icono como era la lluvia de ceniza de "Las palabras".    

sábado, 4 de octubre de 2014

En el desierto. Matadero.





Creo que ya lo he dicho más veces, pero insisto. De todas las artes escénicas, la danza es la más maltratada. La gente que se dedica a la danza necesita muchísima más preparación y durante mucho más tiempo que cualquiera. Y si encima te dedicas a la danza como un paso más allá de la expresión, ni te cuento. En ese desierto en el que está o al que quieren llevar a la cultura nuestros políticos burócratas con sus tarjetas negras y sus sueldos en B, se mueven y sobreviven la danza, los danzantes y los actuantes. Los revolucionarios que se/nos dedicamos a aquello llamado cultura, camuflados como los fasmatodeos para sobrevivir. Ya lo dice Chevi en ese prólogo dedicado a la belleza y en situar una obra maestra indiscutible, la Tosca de la Callas. Lo dice clarito: "no podemos dejar que privaticen esto" mientras te lleva al escenario, te hace partícipe de su reivindicación, te pone en su lugar y te muestra  ese paisaje tan bello como la aurora boreal como es un patio de butacas.




Coño, que me lío. Pues eso, que la cultura vive en el desierto porque no le quedan más cojones y aunque vivamos en islas minúsculas, reconociendo que nos necesitamos y tirando los unos de los otros en determinados momentos, la única solución es camuflarse como Ernesto Alterio, su piano y sus amigos de gris. O correr hacia la oscuridad o buscar refugio como David Picazo y Sara Manzanos. O recordar cuando éramos mitos, cuando éramos estrellas, cuando se valoraba a los valientes que se dedicaban a la escena como hace la prodigiosa Maru Valdivielso y todos sus compañeros de negro. O vivir en el recuerdo como Pastora/Alberto Velasco, mito indiscutible. Todo menos dejarse vencer como Ana Erdozain. Hay que buscar soluciones, porque en este desierto al que nos han arrastrado, camuflados o no, debemos tratar de convertir los ruidos en música y no dejar de sonreír. Es fácil; sólo hay que llevar la comisura derecha de la boca hacia le ojo derecho y la izquierda al ojo izquierdo. Y si dejamos las luchas y las tensiones y juntamos todas nuestras islas y construimos un espacio común en el que vivamos todos juntos (apretujados, pero juntos), entonces todos volveremos a sonreír, a construir un escenario nuevo y a brillar como las luciérnagas.




El grupo de actores es asombroso y brutal de primer al último. Los que hablan, los que bailan, los que se derrumban, los que se desparraman, los que buscan y los que se arrastran. Que yo personalmente tenga debilidad por Alberto y por Maru es cosa mía, porque TODOS están brutales. Y si no... a ver qué me decís de la potencia de la mirada de Ana. Chevi es el demiurgo que junta todos estos talentos y el que consigue, como por arte de magia, que todo el conjunto sea prodigioso, terrorífico y tremendamente optimista incluso desde la oscuridad. Además Chevi tiene lo que yo llamo "ojos de llorar". Es un algo en la mirada que hace que a pesar de sonreír, por debajo te imagines esos ojos llorando. Quizá sea eso que no puede ocultar una mirada, una sensibilidad fuera de lo común, que hace que se escape entre sonrisas esa sombra de poder ver que esos ojos lloran. Lo mejor es que esa mirada es la que inunda todo su trabajo. Guillem Clua da una lección de cómo administrar los espacios, las luces, los ritmos y convierte esta danza de los espectros en un baile optimista. Fantástico. Fabulosa la música que inunda todo el escenario. David Picazo vuelve a dar una lección de cómo iluminar el fracaso. Pone luz donde sólo hay sombras y crea sombras donde sólo hay destrucción. Genial de nuevo. Emilio Valenzuela crea una escenografía fantasmagórica como salida de un cuadro. Islas mágicas y tristes, partes de un puzzle compuesto de mil deshechos humanos. Vestuario de Ana López Cobos y  María Calderón que debería pasar a la historia. El figurín de Maru y el vestidazo de Alberto son antológicos. Por lo preciosos y por la fuerza simbólica que tienen. La producción de Amanda García, Luciana Pattin y Eva Marcelo asombrosa y toda una demostración de la importancia de una producción sensible y efectiva. Los textos de Guillem Clua y de (San) Pablo Messiez... en fin... son dos debilidades. Simbolismo, poesía, dureza, muerte, esperanza, todos los elementos que ayudan en este recorrido desde el desierto más inhumano y casi apocalíptico de un mundo con la cultura secuestrada y torturada y hacia la isla común de todos los que antes éramos estrellas y que debemos evitar que nos lleven definitivamente a morir sin sonrisa y dejándonos vencer en el desierto. 
   


domingo, 17 de marzo de 2013

Return. Matadero

A estas alturas deberíais saber que soy un enfermo de una buena iluminación y un mitómano. Marta Etura me ha gustado siempre y me dió coraje que lo de la pequeña del Español fuera flojillo. Pero hoy me he reconciliado con esta señorita y conmigo mismo.
Iba, lo confieso, un poco reticente. "A ver esta chica cómo baila. Que muy buena actriz, pero meterse con la danza..." Pues me meto mis palabras por el culo y me descubro ante ella. FABULOSA es poco. Ha estado maravillosa.
El espectáculo es bellísimo. El tema del amor, clásico y tópico, visto desde un punto de vista maduro e inteligente. Pablo Messsiez es un poeta sufridor y disfrutador del amor y eso se nota en cada palabra. Visiones del amor polidoloroso y polivivo desde un corazón que sabe lo que siente. Poesía pura. Cuando en un espectáculo de danza se habla suele ser un poco pedo. La gente sabe bailar pero hablar es otra cosa (menos Carmen Werner, que todo lo hace bien y por tol morro). Pero claro, si la que habla es doña Marta Etura, derrocha inteligencia y sabiduría en cada palabra.
Toda la primera parte es divertida, ágil, donde sobrevuela el amor alegre y vivo del principio. Y la segunda parte, con el amor problemático, el no correspondido, el dominante, el fin del amor... es una auténtica obra maestra con momentos bellísimos. Esos objetos descendiendo sobre esa mesa/cárcel crean un efecto entre barrotes de prisión y película codificada que le da aún mayor dramatismo a lo que vemos.



Marta Etura baila, y baila que te cagas. Y Chevi Muraday por supuesto también. Él es fabuloso y no voy a descubrir ahora América. Cojonudos los dos.
Y las luces... brutales, geniales, dramáticas a más no poder y creando una progresión dramática en toda la función que flipas. Así se ilumina un espectáculo, joder. Bravo, David Picazo.
Si podeis... id a verlo, pordiossss.