lunes, 19 de marzo de 2018

El tratamiento. Kamikaze.

La comedia es un género endiablado y difícil de cojones. El chiste puede valer, pero son las situaciones las que deben despertar la carcajada. En "El tratamiento", Pablo Remón recurre a la comedia para colarnos un dramón de cagarte por las patas. 
Remón domina todos los géneros. Pero no porque tenga un don especial, sino porque escribe desde el corazón de la verdad. No tiene ningún pudor (o eso parece) y se coloca en el epicentro del mogollón y te habla desde ahí. Ya sea contándonos los traumas de la Historia y de las heridas que deja, o hablando del amor y de las múltiples formas de defenderse y de atacarse que puede tener una pareja o hurgando en las cicatrices de una familia desestructurada. Y que quede claro, no digo que no tenga mérito y que no tenga un don especial para escribir; obviamente lo tiene, pero para mí su principal valor es el sitio desde donde te cuenta las cosas. Siempre es desde el más arriesgado, el que hace más pupa.
Ahora te toca el turno a la vida. Así, muy sencillo él. 



"El tratamiento" nos cuenta supuestamente la historia de un escritor, Martín que una vez cumplidos los cuarenta se encuentra divorciado, vendiendo su alma y su "arte" al show bussiness, con un hermano ausente al que necesita y un amor soñado que también se fue. Frente a nosotros, en un tiovivo de situaciones rocambolescas, personajes frikis y encuentros más o menos desafortunados llevarán a Martin a plantearse por fin para qué y por qué escribe.
Esto es lo que parece y de hecho de esto habla la función. Pero no sólo de esto.
Remón utiliza herramientas cinematográficas para llevar al teatro una forma de contar muy, muy del cine, pero trasladada a las tablas con genio. Desde el uso de narradores (varios y variados) que nos van contando como si de una voz en off se tratara las acotaciones y las elipsis de la acción hasta saltos temporales y casi, casi te diría que de eje. Incluso recurre a personajes que de repente empiezan a hablar de los demás. Martín habla de sí mismo, sí, pero los demás personajes interrumpen la acción para hablarnos de él, para describirle, para ubicarle. A fin de cuentas, la historia de uno está hecha por las visiones de uno mismo y de los demás. 
La forma en "El tratamiento" es un peldaño distinto dentro de la obra de Pablo Remón.  En cada obra suya ha empleado una "forma" distinta. Ni mejor ni peor. No es que vaya avanzando, es que para cada texto utiliza un material escénico diferente. "La abducción" hay que contarla como él lo hizo, y "Barbados etcétera" también. Lo que pasa es que en este caso, la "forma" parece más llamativa. Pero porque la historia lo necesita. En esta ocasión necesitaba hacer "cine dentro del teatro" o "teatro dentro del cine". 
"El tratamiento" habla de Martín, sí, de cómo olvida por qué y para qué escribe, de cómo vende su tratamiento con tal de ver su peli estrenada, de cómo la vida pasa veloz, de cómo es imposible fijar fotográficamente los momentos clave de nuestra vida, de que aunque los fijemos, su recuerdo siempre será manipulado, del vacío de un amor soñado, de la ausencia de amor paterno/materno/filial, de la fragilidad de los recuerdos, de lo que soñamos que sea la vida y el amor y lo que luego es y de la muerte como ser abstracto, frío y silencioso. "El tratamiento" es un puñetazo al hígado, es retorcerte los huevos con las dos manos y dejarte tirado en medio de un charco, es una apisonadora. Peeeero con el envoltorio de celofán de la carcajada y la situación esperpéntica. 
La obra está dirigida con ritmo de cine. Creo que si cronometras las escenas saldría incluso un algoritmo con un resultado pacífico. Porque "El tratamiento" tiene una capa no muy alta, una nariz dulce, con notas de confitura de frutas rojas con un amargor soportable, un paso en boca equilibrado, con alguna arista cómica equilibrada con el drama justo y sin embargo con un regusto amargo de cojones. Porque "la vida es un momentito" y eso no hay dios que lo soporte. Porque todos querríamos recordar aquel baile como si hubiera sido con un italiano viril con una melena como una cascada. Todos querríamos haber entendido mejor a aquel amor que llegó, duró y se fue. Porque a todos nos han dicho un día por teléfono, fríamente que nosequién ha muerto sin decir adiós. Porque todos hemos cedido parte de nuestro ser para conseguir eso etéreo que creemos que es lo que buscamos. Porque todos echamos de menos a nuestro hermano ausente. Porque la vida, por muy bien que vaya, es una putada. "El tratamiento" consta de tres partes, una presentación, un nudo y un desenlace particulares. Son tres tempos, tres estilos y tres conceptos distintos. 



Si la dirección y el texto son dos obras maestras, el trabajo de Monica Boromello no se queda atrás. 
Para esta ocasión ha creado como el cajón donde uno guarda los objetos sueltos que conforman una vida. Esa caja que todos tenemos en la que duermen desde el posavasos de aquella disco teen a una postal del año del pedo o un cacharrito que en su día significó algo. Es la caja de los recuerdos, esa caja donde todos los chismes juntos significan algo pero por separado sólo son partes de un todo. Maravilloso espacio sonoro de Sandra Vicente-Studio 340 y fabulosas luces de David Benito. Hasta la paleta de colores es magistral e invisible, de los azules brillantes al blanco y a los tierras. Magia pura. 
Y cinco seres tocados por el genio dando la cara.
Lo primero que quiero destacar es algo que consiguen los cinco a la vez, los cinco juntos. He visto el espectáculo dos veces. Lo vi el martes  y he repetido el domingo. Y debo decir que los dos días han sido perfectos y en ambas ocasiones he visto lo mismo. A ver si consigo explicarme: los dos días los cinco han ido alimentándose de lo que estaba pasando en escena. La energía y la densidad del aire sobre el escenario la recogían entre los cinco y la transformaban en energía escénica. Eso es JUSTO lo que debe suceder en un escenario, que lo que fluye, lo que se crea entre todos, lo recojan los cinco y lo utilicen para seguir creando algo juntos. Eso es algo inexplicable e invisible, pero que se nota, se distingue, se percibe, se huele, se algo. Y gracias a eso, lo que yo he visto cada día era lo mismo y era nuevo. Así debe ser el teatro, lo mismo pero nacido cada día. Para que esto pase hay que ser un actor/actriz grandioso y hay que estar abierto y respirando lo que pasa en el escenario. Eso hace que cada día sea único. A pesar de ser lo mismo. 



Bárbara Lennie, Ana Alonso, Francisco Reyes, Emilio Tomé y un cada día más perfecto Francesco Carril son el quinteto celestial que dan vida a veinte personajes. Los cinco están asombrosos, no sólo por lo que acabo de decir, sino porque son capaces de adueñarse de las palabras de Remón, de pasarlas por su sistema digestivo y de soltarlas en escena como si fueran el vapor de un géiser. Sus palabras son pura necesidad y sus acciones, impulsos. Ana, Bárbara, Emilio, Francisco y Francesco (no se puede ser más guapo) son los mediums PER-FEC-TOS para traer a la Tierra las palabras de Remón. Y entre ellos consiguen dos de los momentos más poéticos y dolorosos del teatro contemporáneo: el encuentro en el spa y el estreno de la peli. La aparición de Emilio y el giro que da ahí el texto es de esos momentos en los que el alma te da un vuelco y quieres morir de amor. Es tan estremecedor como cuando Yuri veía a Lara o cuando Stefan se daba cuenta de que ella era... Lisa, o cuando Nené decía que ella era Nené. 
¡¡Y qué decir del enano!!  Para la historia del teatro.  

Kamikaze lleva tiempo presentando y produciendo el MEJOR teatro que vemos en Madrid (aparte de la cósmica programación de Rígola en Canal) y con "El tratamiento" vuelven a demostrar algo que es obvio. El teatro está hecho, está ahí. La gente HACE buen teatro, buenísimo, sólo hay que ver quién y ponérselo fácil. Bravo de nuevo por Kamikaze, los madrileños nunca les agradeceremos lo suficiente lo que están haciendo.  

Las fotacas... de Vanessa Rábade, IMPRESIONANTES!!!!!       

domingo, 11 de marzo de 2018

Aida

Tampoco hay que ponerse exquisitas, a ver, a todos nos mola ver una "Aida" así, mogollónica, fallera y tocha. Claro, ya de hacerla, hacerla a lo grande, no con tres figurantes, escenario vacío y todo conceptual. Bueno, igual también mola, pero está bien ver un espectáculo grandilocuente de vez en cuando. Y ya puestos, pues si recurres a un montaje ya probado, rodado y comprobado, el éxito lo tienes garantizado. Y yo que me alegro. Asó los miembros del patronato se pueden ir de cóctel  tranquilos sabiendo que lo han petado. A 250 nardos, eso sí, pero lo han petado.  
Claro que si en veinte años no se ha hecho ninguna otra "Aida" así chula, mal vamos.    




Muchísima gente en el escenario. Eso es de agradecer porque significa trabajo, cotizaciones y sueldo  para muchos cantantes, actores y bailarines. Es de ley reconocer que TODOS, bailarines y actores estuvieron entregadísimos y sobresalientes. BRAVO. Sin duda, lo mejor de la noche. 

Nicola Luisotti dirige la orquesta. Y según mi parecer, bien. Verdi suena  Verdi y la orquesta vuela entre enérgica y apasionada. Hay momentazos de exaltación adrenalínica que funcionan a la perfección. Aunque tuve la impresión de que en el "Celeste Aida" se recreaba demasiado. Me parecía como que Gregory Kunde iba un poco ahogado y quería darle más marchita y Luisotti no le hacía caso. Lo mismo me pareció en el "O patria mia". El coro sonó bien en los momentos más épicos, aunque la parte femenina estuvo algo deslavazada a ratos.   
Personalmente quizá habría evitado las proyecciones sobre el tul. En general no me gusta mucho que siga bajado durante toda la función, pero en ese caso, las proyecciones de ordenador son algo molestas, no es necesario que veamos la silueta de las palmeras o de las pirámides para saber dónde estamos. Además, la escenografía es lo bastante explícita como para no tener que necesitar de tanta proyección. 
La escenografía de Hugo de Ana es grandiosa. Pirámides, obeliscos, desierto, esfinges... todo lo que uno espera ver en Egipto. Aunque también es curioso ver que ya en esa época las esfinges estaban rotas y las pirámides medio derruidas. Pero bueno, también es un cliché que está admitido. Hasta Leontyne Price cantó junto a esfinges mochas. Pero también es verdad que el suelo parecía estar bastante machacado. ¿Será el mismo de hace 20 años?




El montaje en sí es impresionante y es lógico que funcione estupendamente. Tiene mérito, es lucido, grandioso y muy aparente. Y bueno. Pero para mi gusto adolece de una inexistente dirección de actores. No digo dirección escénica, porque todo el coro, los actores, bailarines y toda la parafernalia está muy bien movida. Pero en los momentos íntimos y en la dirección de actores yo noto fisuras importantes. 
Es lógico que haya que intentar que los cantantes canten de cara al público. De otra forma puede que se pierdan las voces y no se oigan bien en el teatro. Pero cantarse amores y delicadezas con los dos interfectos mirando al frente y sin dirigirse entre ellos una miradita cómplice se hace muy cuesta arriba. Daba la impresión de que Hugo de Ana lo había dado todo con los mogollones y a los pobres solistas les había marcado arrodillarse y levantarse, arrodillarse y levantarse y así todo el rato. Ah, y tirar de los vendajes esos que parecían simbolizar las ataduras del poder.
Vocalmente el elenco en general es bastante compacto. Todas las voces son voces de calidad y la media es bastante más alta que la que a veces escuchamos. La agencia esta vez ha mandado a gente más equilibrada. 




Pero interpretativamente es como si cada uno navegara a su bola, guiándose por la capacidad y experiencia de cada uno. Por eso Violeta Urmana domina el escenario mejor que nadie. Es capaz de sostener la escena del juicio ella solita en escena. Con gestos afectados y tal, sí, pero lo domina. Y convence. Gregory Kunde va y viene y a ratos está más centrado. Vocalmente le noté como un velo todo el rato. Llegar llega y da las notas con poderío y maestría, pero le falta algo de implicación y de limpieza en su timbre.  George Gagnidze  cantó un Amonasro justito vocalmente y totalmente errático en escena. Su dúo con Aida fue realmente dantesco. Ni una mirada, ni una reacción a lo que el otro decía, ni una gesto de vergüenza, de pudor, de valentía, de orgullo, de poder, de algo.
Y Liudmyla Monsatyrska cantó bien (aunque escatimó agudos de esos que lucen tanto) con una voz algo aburrida, monótona y no muy brillante para este rol. Pero como actriz hay yo personalmente le doy un suspenso. Ya el "Ritorna vincitor" fue terrible. Vocalmente no, lo cantó de forma correcta, esquivando los graves que no tiene y salvando los agudos. Pero si la mirabas, no sentía absolutamente nada. No había diferencia entre el amor y el deber. Cantaba igual a su padre y a su país que a su amado. Nada, ni la más mínima emoción. Todo igual. Algo más entregada estuvo en el "O patria mia", pero vamos, poco. Como actriz demostró que ni roza la emoción, no se implica ni busca nada que justifique las notas que canta ni las palabras que dice. Sí, la partitura la da, la canta y no la canta mal. Pero emociona cero y se deja inundar por lo que pasa menos cero. Sólo mantuvo algo de emoción en le dúo final, donde la cercanía de la muerte justifique ella sola la quietud y la inmovilidad. Pero porque lo da la situación, no porque ella lo consiga por méritos propios. 




En resumen, un espectáculo grandioso, que espero que llene el teatro (incluso con los precios del Real, siempre tan.. populares) que merece la pena. Yo me lo pasé pipa, la verdad. Un poquito de cartón piedra y clasicismo a veces no está mal. Ya de ver "Aida", lo suyo es verla así. Grandísimo trabajo de bailarines y actores con papeles pequeños. Muy bien la orquesta y el coro. Buena dirección musical, buen trabajo de luces, vestuario y escenografía y dirección de actores nula. Elenco vocalmente sólido y actoralmente muy, pero que muy desigual, salvando cada uno sus muebles a base de profesionalidad. 

Lo van a petar. Fijo. Y me alegro. Ver un teatro lleno siempre mola. Uno privado con una pequeña participación estatal también.    


Fotacas de Javier del Real, fabulosas. 
     

sábado, 10 de marzo de 2018

La casa del lago. Teatro Fernán Gómez.




Uno es muy dueño de ir al teatro buscando lo que quiera. Si quieres pasar un buen rato disfrutando de unas buenas interpretaciones, un buen texto y una buena puesta en escena, "La casa del lago" es perfecta. Pero si lo que quieres es sentarte durante hora y media, dejarte llevar por los miles de pistas que va soltando cada gesto, desde la luz al espacio sonoro o al vestuario o la escenografía, si quieres flipar con dos intérpretes que viajan por mil seiscientos treinta y ocho estados de ánimo, y tratar de bucear por las capas y capas y capas que se esconden bajo esa factura sólida, "La casa del lago" es más perfecta aún. 




Porque desde que entras ya está servida la trama. Una habitación creada por Javier Ruiz de Alegría. Una habitación en blanco y negro. Sólo la lucecita roja de la cámara. Una cama, una mesilla, una cámara y una puerta. ¿De hospital o de prisión? No queda muy claro si estamos en un sótano o en una planta alta. La iluminación del mismo Javier nos sugiere que podría ser un sótano, de hecho parece que se sugieren las sombras de unas rejas reflejadas en el suelo. Quizá. Fernando Soto y Mariano Marín crean un espacio sonoro heredero de los grandes compositores de cine de los años dorados de Hollywood. Notas inquietantes, música nerviosa, en continuo crescendo, sonidos metálicos y alguna referencia lejana que vuelve a apostar por no dejar muy claro si es de día, de noche, si estamos en el campo, en una ciudad, si el edificio es una cárcel, un hospital, un manicomio... Como con el resto de los elementos escénicos, toda la información está ahí, las pistas están servidas, asomando, sugeridas, de ti depende si la quieres o logras descifrar o no. 
Óscar Almeida, supuesto abogado supuestamente se despierta en la cama de una habitación de un supuesto hospital. Supuestamente no sabe cómo ni cuándo ha llegado hasta ahí. Alicia abre el cerrojo y se presenta como la supuesta doctora que le va a ayudar a recuperar la memoria y los recuerdos supuestamente perdidos. Óscar recuerda quién es pero no sabe por qué está ahí. 
Desde ese momento comienza a montarse el puzzle. Miento, se monta ya desde antes, desde que entras en la Jardiel Poncela y ves ese cuerpazo de Fran Calvo revolviéndose en la cama. Está soñando, tiene una pesadilla. Pero, ¿con qué sueña? ¿Por qué está inquieto?
"La casa del lago" es un texto del australiano Aidan Fenessy trufado de pistas y de una atmósfera cada vez más enrarecida. La influencia de Hitchcock es clara y mola todo. 




Fernando Soto maneja a la perfección la información y dosifica como quiere lo que quiere desvelarnos y cuando quiere hacerlo. 
Insisto en que como el buen thriller que es, en "La casa del lago" tenemos mil millones de pistas ahí delante. La luz no deja claro ni dónde ni cuándo estamos. Se intuyen rejas, las sombras se mueven con el cambio de las horas y tanto la intensidad como los ángulos iluminados sugieren cambio e imprecisión. Gran trabajo. Como la escenografía sugerente. Cama, mesilla, puerta de hospital/prisión. Y ya. Un cerrojo invisible y una cámara. ¿Quién está detrás de esa cámara? ¿A quién mira Alicia cada vez que quiere salir?
Y la trama sutil que va desvelando poco a poco detalles que quizá estén ahí y no los veamos hasta que resultan evidentes. Vería otra vez el espectáculo sólo para comprobar si en determinados momentos Óscar no esquiva una mirada, o si recibe con un escalofrío una pregunta, o si Alicia no se asombra ante una respuesta o si hace una pausa antes de preguntar algo. Es como cuando en "Sospechosos habituales" quieres volver a ver la peli una vez que sabes de una puta vez qué coño ha pasado. ¿Es cierto todo lo que sale por la boca de Óscar? ¿Cuándo miente y cuándo no? ¿Recuerda más de lo que dice? ¿Cómo se pueden dosificar la verdad y la mentira para que parezcan lo que son y lo que no son? ¿Pregunto realmente lo que quiero o en mi pregunta hay una trampa? ¿Qué quiero saber en realidad? ¿Quiero saberlo? 
Todo el espectáculo es un vaivén de sombras, dudas, pistas, mentiras, medias verdades, verdades a medias, trampas, cazadores y presas.




Verónica Ronda pisa con fuerza el escenario. Deja que entre un poco de aire a la claustrofóbica habitación cada vez que abre ese cerrojo bestial. Pregunta, sugiere, sirve, duda, presiona y mantiene el tipo como una grande de la escena. Brava.
Y Fran Calvo se exhibe. Así, directamente. Es un actorazo inmenso, el actorazo que me gustaría ser.
Mira, escucha, mide, deja asomar, sugiere, frena, grita, sufre, busca, recoge lo que flota sobre el espacio, lo traga, lo asimila, lo asume, lo digiere y lo transforma en energía teatral. Se alimenta de escena. No se puede ser más guapo y tener mayor peso escénico. Es tan impactante como Robert Mitchum y tan torturado como Burt Lancaster. Y la dosificación que hace de las emociones es simplemente perfecta. Y qué quieres que te diga, pero la mirada final es como para hacerte una camiseta. Es un icono como las grandes imágenes del Hollywood más negro.  














No se le puede poner NI UNA pega a este trabajo. De verdad, esperes lo que esperes de un espectáculo, "La casa del lago" lo tiene. De ti depende que quieras buscar más o menos, mirar más o menos, pensar más o menos. TODO está ahí. Delante de tus morros. 
  
Una última cosa: ¿Os habéis fijado en las impresionantes fotacas de José Antonio Alba para TeatroMadrid? ¿Son o no son una puta pasada? GRACIASSSSS.

           

miércoles, 7 de marzo de 2018

El dúo de La Africana. Teatro de la Zarzuela.




Ha vuelto el "Proyecto Zarza" al teatro de la Zarzuela.
En su empeño por acercar este género al público del siglo XXI, Daniel Bianco ha traído al teatro de la Zarzuela "El dúo de La Africana" en versión libre de Susana Gómez, que también es responsable de la dirección escénica, mientras que el fabuloso pianista y director musical Miguel Huertas se ha encargado de la dirección musical.




Vaya por delante que a mí particularmente este proyecto coordinado por Almudena Pedrero me enloquece. El año pasado gocé como un bellaco con "La revoltosa" y este año he disfrutado muchísimo viendo con qué alegría y falta de pudor los jóvenes espectadores empatizaban y disfrutaban con esta versión "actualizada" de la obra de Manuel Fernández Caballero.

Susana Gómez ha escrito una versión a la que ha quitado paja, ha pulido naftalina y ha añadido referencias y referencias actuales para así tratar de meterse en el bolsillo a los jóvenes que llenaban el teatro. Toques chonis, chicas reivindicando su derecho a decir "no", un grupo de chicos no machirulos, un despampanante David Pérez cantando "Lo malo" y varios guiños más a nuestros días. Esas referencias obviamente enganchan a estos espectadores. Y abuchean al abusador, animan a la chica que se defiende sola, se parten y aman al mariquita gracioso. Todo eso hace que los aplausos sean atronadores y que en sí la experiencia sea un total exitazo. Otro más de Bianco y de su gestión.

A ver, el montaje es modesto en medios. Quiero decir, que cuenta con lo mejor de cada casa como Miguel Huertas al mando, rodeado por un grupo de músicos jóvenes que te cagas de buenos, Susana Gómez dirigiendo, la grandiosa Elisa Sanz creando la escenografía o gente como Gabriela Salaverri o Alfonso Malanda a cargo de vestuario o luces. Nivelazo. Y aunque no cuenten con los mismos medios que una gran producción, el resultado es brillante. 




El elenco de jóvenes artistas es brillante. Cantan muy bien, bailan, se mueven y pisan el escenario y de todo como si llevaran ahí toda la vida. Tengo que destacar a Alberto Frías porque siempre está fabuloso, aunque quizá debería intentar dar más peso a su presencia. Mitxel Santamarina está fantástico. Tiene morro, desparpajo y se come a todo el que se le pone por delante. Natán Segado Y David Pérez no pueden ser más guapos ni tener más carisma. Los dos serán grandes estrellas. Al tiempo. Cielo Ferrández y Lara Chaves brillan y tiene unas capacidades asombrosas. Y para mi gusto, Felipe Forastiere se sale. Canta que te caes patrás del gusto, actoralmente es una bestia que hace de todo y todo bien y se nota que tiene una inteligencia escénica apabullante. YA es un grande de la escena. El resto, todos para quitarse el sombrero. Bravo, chicos.  






Sin embargo se me plantean ciertas dudas que quizá merecerían una tarde frente a unos vinitos y charlar largo y tendido con el corazón abierto y ganas de oír bien las palabras. 
A ver si me explico: atraer al público joven a la zarzuela es un reto y una meta admirable, está claro. Lo que no tengo tan claro es el precio a pagar por ello. Quiero decir, ¿de verdad sentimos que estos chavales van a volver a la Zarzuela voluntariamente? No, no quiero decir eso. Empiezo otra vez.  
El principal obstáculo para acercarse a la zarzuela son sus libretos. La música es música, es intocable, las notas son las que son y ni se deben ni pueden tocar (al menos eso pienso yo a día de hoy). Entonces lo que hay que tocar son los textos, las palabras. Y la puesta en escena. No hay mucho más. Para eso lo suyo es contar con directores de escena actuales, libres y valientes. Y con versiones que busquen los puntos que puedan ser revisables. Poner a un chico cantando "Lo malo" está bien, los chicos lo pillan y se mean. Pero, ¿es así como hay que atraerlos? ¿No corremos el riesgo de que si vuelven a la zarzuela y no se encuentran algo así quizá no vuelvan más? Está claro que al ver al gordo mariquita simpaticón todas ellas le quieran como amigo y ellos le quieran proteger. En eso, en esa reacción, los jóvenes afortunadamente van muy delante de nosotros. Pero, ¿es necesario que el chico hable en femenino, lleve tacones y cante por Alaska? A ver, que el chico puede ser como le de la gana y tener toda la pluma que le salga de los huevos, no es eso. Quiero decir que así es más fácil empatizar, pero quizá estemos adoctrinando de más en vez de mostrar a un chico simplemente gay y tratar de que el publico empatice con él tal cual, sin plumas ni tacones ni faldas. Insisto que no el una cuestión de plumofobia ni mucho menos. El chico puede ser y sentir como quiera. Precisamente por eso lo digo. Igual es una tontería lo que digo, pero creo que a lo mejor es más importante la normalización de las cosas que el afán por buscar la simpatía. Al final, en esa actitud puede haber algo de condescendencia. Y una mirada amable es peligrosa. Yo prefiero las miradas de igual a igual. Que en definitiva es lo que somos.  
Insisto; está claro que la intención mola todo y que los chicos responden. Eso por sí solo ya es positivo. Pero quizá podríamos dar un paso más, confiar más en ellos y aunque sea dentro de la guasa, del cachondeo y la diversión de un espectáculo en definitiva frívolo, intentar plantear preguntas y que ellos solos se respondan. Como se hace con los adultos. No sé si me estoy liando.
En la charla posterior salió el tema del bulling y eso mola. Que los chicos se queden con ese mensaje es bueno, es sano, pero no deja de rechinarme un poco el que haya que recurrir al estereotipo del mariquita simpático para buscar la reflexión y el mensaje. Quizá estaría bien confiar más en estos jóvenes y dejar que ellos saquen las conclusiones solos. Siempre he creído más en intentar fomentar que la gente desarrolle un sentido crítico que en tratar de enseñar lo que es bueno y malo. Prefiero la ética a la moral. 
Que quede claro que la intención me parece cojonuda y el resultado y el efecto es justamente el que se pretende. Lo que yo planteo quizá sea para ir un paso más allá.   
Hay ocasiones, como esta en las que el libreto te puede permitir jugar y cambiar cosas para "actualizar" y acercar a hoy las movidas de las zarzuelas. Pero, ¿qué va a pasar con las obras que no haya cómo salvarlas? A lo mejor estaría bien aprender (y me refiero a todos, yo el primero) a distinguir que lo que pasa en un escenario NO es la vida. Es una ficción y a veces ni siquiera se parece a la realidad. La forma de atraer al público joven es ofrecerles productos atractivos para ellos. Musicalmente quizá mostrándoles lo bellas que son ciertas partituras. Y escénicamente o contando con elementos reconocibles como en este caso o enseñando que la ficción es ficción y puede ser atractiva si es coherente, madura y si habla al publico de tú a tú, no desde un atril o desde la condescendencia. ¿Qué tal si apostamos por no adoctrinar (por muy positivo que sea el mensaje) e intentamos que lleguen ellos a donde tengan que llegar? ¿Intentamos un espectáculo joven en su concepción y maduro en su planteamiento?   




Una vez más insisto en que el espectáculo me gustó, que disfruté como un crío, que los chicos se lo pasaron que te cagas y que aplaudieron mogollón y además empatizaron con todas las situaciones de maravilla. Misión cumplida. Pa quitarse otra vez más el sombrero. Pero... ¿damos otro paso más y en vez de intentar atraer mostramos lo que es y confiamos en que sea lo suficientemente atractivo como para que quieran volver al mes siguiente a ver otro espectáculo?   


Ah, y que conste que soy sssssuperfan de Aitana-War pero me quedo con la versión de David.


  Las fotazas, como siempre, de Javier del Real, una pasada.