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domingo, 24 de junio de 2018

La familia no. Fernán Gómez.

A veces, al leer críticas teatrales, ves que los autores se desviven por demostrar que han "entendido" el mensaje, que han comprendido la metáfora y quieren explicarte lo que en realidad querían contarte los responsables del espectáculo. Ese intento de demostrar que "lo has entendido" parece ser un objetivo final, como si tu nivel de inteligencia o de coincidencia significara algo o como si el objetivo del autor o del director hubiera sido en algún momento, lograr que se le entienda.
Como yo no escribo crítica sino que cuento y comparto mis sensaciones particulares, me la pela si "acierto" con la intención de Gon Ramos. Lo que yo sentí es independiente de la intención del autor y ese encuentro vivo y único es lo vital del encuentro teatral.  
Yo he dicho desde antes de "Yogur/Piano" que Gon es un genio. Es una mente de esas que miran y no es que vean tres capas de podredumbre debajo, como Paco Bezerra, sino que ven tres capas de carencias, de necesidades y de huecos. Es lo que tiene mirar sin esperar. Mirar sabiendo ver. 




"La familia no" trata (léete si eso el primer párrafo de nuevo) de las carencias familiares. O mejor dicho, de los estragos que el TIEMPO causa en lo que soñamos de pequeños. 
Los cuatros personajes que vemos en el escenario... de los muchos que veremos en la función, son yo. 
Recuerdo de pequeño que el día de salir de vacaciones era uno de los más emocionantes del año. El 127 petado, con el maletero a rebosar, los tres hermanos pegados a los asientos de plasticazo, bolsas debajo de las piernas, y porque no teníamos pajarito que si no, habría ido también la jaula de "pichurri" y la abuela mareada a la primera curva. Echábamos todo el día en ir de Valladolid a Panjón (antes se llamaba Panjón) y a pesar de las lipotimias, el puto coñazo del viaje y la incomodidad absoluta, ese viaje representaba el comienzo de unos días en los que estábamos todos juntos, a todas horas, felices, relajados, disfrutando y sintiéndonos un grupo, una tribu, una familia. En esa época pensaba que mis padres nunca cambiarían, que siempre serían jóvenes y poderosos, que siempre nos cuidarían y que nunca nos dejarían atrás. Yo he muerto ahogado dos veces; la primera fue en la playa de Patos y me salvo mi padre. Así debería haber sido siempre. Con mis hermanos nos embarcábamos en mil aventuras, escapábamos durante toda la tarde con la impunidad de los años setenta y recorríamos montes, corrales, casas, playas y caminos oscuros. Éramos invencibles. Nunca jamás nos poníamos crema solar. Y acabábamos el mes de julio como tizones. 
Pero el tiempo pasó y mis hermanos andan cada uno con lo suyo, mi madre no es la que era y mi padre murió hace años y nos dejó tirados. 





Eso les pasa a los cuatros seres que vemos en escena. Cuentan que sus padres les han dejado un momento solos en el coche y han ido a buscar noséqué a una gasolinera, pero que en seguida van a volver. Pero no es verdad. No han vuelto. Y ha pasado mucho tiempo ya. Porque no se han ido a por nada. Lo que pasa es que han desaparecido los padres que soñábamos de pequeños. Esos padres se han ido, se han pirado, se han esfumado y no han vuelto ni van a volver. Aunque pensemos que algún día volverán. No. Ahora son otros, ya no son los que nos dejaban preparada la cena cuando salíamos por la noche o los que nos salvaban cuando nos ahogábamos.  
Exactamente lo mismo pasa con los hermanos, con la familia, con la tribu o con el bloque. Cuando éramos pequeños soñábamos o notábamos un cemento uniendo de forma invisible esas piezas pero con el paso de los años, los roles cambian con cada circunstancia, el jefe es víctima y el madre pasa a ser hijo y el hijo padre o el madre mata al hijo jugando y esa herida no se cura nunca. La estructura que soñamos y que vemos en el horizonte se ha diluido. Por eso los juegos de Eva, Emilio, Jacinto y Fabia son eternos y no llevan a ninguna parte. Ellos ya no son lo que se suponía que debían ser. Y lo que tienen se parece muy poco a la imagen del 127 petado y feliz. La familia no. La familia no es lo que esperábamos. No es lo que creíamos. No es lo que necesitábamos. Y los padres no van a volver porque no. Porque son otros, cambiaron, no cumplieron nuestras expectativas o crecieron en otra dirección. Por eso la familia que hay hoy no es la que debería ser. 

Para que el espectáculo sea tan mágico y doloroso como lo vemos es IMPRESCINDIBLE el fabuloso trabajazo de Javier Ruiz de Alegría creando un coche desestructurado, un coche de nuestra infancia con los asientos de telilla de un Panda y la estructura de un castillo de hierro de esos de los parques de antes, en los que los niños jugábamos sin necesidad de tener a una patrulla de policía vigilando el perímetro.
Gon ha parido este ramillete de juegos infantiles y crueles de búsqueda de lo "inencontrable", lo ha ordenado y nos lo presenta con una mirada nostálgica pero superada. Incluso con un gran sentido del humor. El sentido del humor de la herida cicatrizada o al menos reconocida.  
Fabia Castro, Emilio Gómez, Jacinto Bobo y una inconmensurable Eva Lorach dan vida a estos niños, a estos padres, a los hermanos mayores, a los débiles, a los poderosos, a los salvadores, a los padres rigurosos, a los niños desamparados. Son y tienen mil edades y todas son puras y sinceras. 




Es de justicia y de necesidad destacar dos momentos. Primero el monologazo ACOJONANTE de Eva Llorach a grito pelao (no quiero desvelar nada más). Prodigio de trabajo vocal, lo primero. Sí, quizá suene absurdo, pero cuando uno ve cada vez con más frecuencia a supuestos actores microfonados en teatros de Madrid, ver de pronto a alguien que tiene detrás un curro vocal cojonudo, llama la atención. ¡Es que la preparación es vital para un actor! Que sí, que la intuición es muy chula y muy espontánea y muy natural y muy caca de la vaca. La preparación es el estado preexpresivo del actor.
Y encima Eva le da un nivel emocional y una implicación como muy, muy pocas veces he visto en un escenario. Y no hay que hacer ningún muestrario de recursos, no. Hay que saber dominarlos, dosificarlos y utilizarlos para lograr tu objetivo, en este caso conmover. GRANDIOSA.
El otro momento es cuando vuelan. Estéticamente precioso, dramáticamente colocado en el mejor sitio y de una depuración y limpieza que consigue estremecer de puro bello. El la respiración honda, el plano general que necesitamos en ese preciso momento intenso de cojones. 

Si alguien me quiere hacer caso, por dios, que vaya a ver "La familia no". Déjate jugar, déjate llevar y mira entre líneas, porque seguro que ves a tu familia, a la familia que soñaste, a la que tienes y a la que tuviste. Y puede incluso que perdones muchas cosas.    

            

sábado, 10 de marzo de 2018

La casa del lago. Teatro Fernán Gómez.




Uno es muy dueño de ir al teatro buscando lo que quiera. Si quieres pasar un buen rato disfrutando de unas buenas interpretaciones, un buen texto y una buena puesta en escena, "La casa del lago" es perfecta. Pero si lo que quieres es sentarte durante hora y media, dejarte llevar por los miles de pistas que va soltando cada gesto, desde la luz al espacio sonoro o al vestuario o la escenografía, si quieres flipar con dos intérpretes que viajan por mil seiscientos treinta y ocho estados de ánimo, y tratar de bucear por las capas y capas y capas que se esconden bajo esa factura sólida, "La casa del lago" es más perfecta aún. 




Porque desde que entras ya está servida la trama. Una habitación creada por Javier Ruiz de Alegría. Una habitación en blanco y negro. Sólo la lucecita roja de la cámara. Una cama, una mesilla, una cámara y una puerta. ¿De hospital o de prisión? No queda muy claro si estamos en un sótano o en una planta alta. La iluminación del mismo Javier nos sugiere que podría ser un sótano, de hecho parece que se sugieren las sombras de unas rejas reflejadas en el suelo. Quizá. Fernando Soto y Mariano Marín crean un espacio sonoro heredero de los grandes compositores de cine de los años dorados de Hollywood. Notas inquietantes, música nerviosa, en continuo crescendo, sonidos metálicos y alguna referencia lejana que vuelve a apostar por no dejar muy claro si es de día, de noche, si estamos en el campo, en una ciudad, si el edificio es una cárcel, un hospital, un manicomio... Como con el resto de los elementos escénicos, toda la información está ahí, las pistas están servidas, asomando, sugeridas, de ti depende si la quieres o logras descifrar o no. 
Óscar Almeida, supuesto abogado supuestamente se despierta en la cama de una habitación de un supuesto hospital. Supuestamente no sabe cómo ni cuándo ha llegado hasta ahí. Alicia abre el cerrojo y se presenta como la supuesta doctora que le va a ayudar a recuperar la memoria y los recuerdos supuestamente perdidos. Óscar recuerda quién es pero no sabe por qué está ahí. 
Desde ese momento comienza a montarse el puzzle. Miento, se monta ya desde antes, desde que entras en la Jardiel Poncela y ves ese cuerpazo de Fran Calvo revolviéndose en la cama. Está soñando, tiene una pesadilla. Pero, ¿con qué sueña? ¿Por qué está inquieto?
"La casa del lago" es un texto del australiano Aidan Fenessy trufado de pistas y de una atmósfera cada vez más enrarecida. La influencia de Hitchcock es clara y mola todo. 




Fernando Soto maneja a la perfección la información y dosifica como quiere lo que quiere desvelarnos y cuando quiere hacerlo. 
Insisto en que como el buen thriller que es, en "La casa del lago" tenemos mil millones de pistas ahí delante. La luz no deja claro ni dónde ni cuándo estamos. Se intuyen rejas, las sombras se mueven con el cambio de las horas y tanto la intensidad como los ángulos iluminados sugieren cambio e imprecisión. Gran trabajo. Como la escenografía sugerente. Cama, mesilla, puerta de hospital/prisión. Y ya. Un cerrojo invisible y una cámara. ¿Quién está detrás de esa cámara? ¿A quién mira Alicia cada vez que quiere salir?
Y la trama sutil que va desvelando poco a poco detalles que quizá estén ahí y no los veamos hasta que resultan evidentes. Vería otra vez el espectáculo sólo para comprobar si en determinados momentos Óscar no esquiva una mirada, o si recibe con un escalofrío una pregunta, o si Alicia no se asombra ante una respuesta o si hace una pausa antes de preguntar algo. Es como cuando en "Sospechosos habituales" quieres volver a ver la peli una vez que sabes de una puta vez qué coño ha pasado. ¿Es cierto todo lo que sale por la boca de Óscar? ¿Cuándo miente y cuándo no? ¿Recuerda más de lo que dice? ¿Cómo se pueden dosificar la verdad y la mentira para que parezcan lo que son y lo que no son? ¿Pregunto realmente lo que quiero o en mi pregunta hay una trampa? ¿Qué quiero saber en realidad? ¿Quiero saberlo? 
Todo el espectáculo es un vaivén de sombras, dudas, pistas, mentiras, medias verdades, verdades a medias, trampas, cazadores y presas.




Verónica Ronda pisa con fuerza el escenario. Deja que entre un poco de aire a la claustrofóbica habitación cada vez que abre ese cerrojo bestial. Pregunta, sugiere, sirve, duda, presiona y mantiene el tipo como una grande de la escena. Brava.
Y Fran Calvo se exhibe. Así, directamente. Es un actorazo inmenso, el actorazo que me gustaría ser.
Mira, escucha, mide, deja asomar, sugiere, frena, grita, sufre, busca, recoge lo que flota sobre el espacio, lo traga, lo asimila, lo asume, lo digiere y lo transforma en energía teatral. Se alimenta de escena. No se puede ser más guapo y tener mayor peso escénico. Es tan impactante como Robert Mitchum y tan torturado como Burt Lancaster. Y la dosificación que hace de las emociones es simplemente perfecta. Y qué quieres que te diga, pero la mirada final es como para hacerte una camiseta. Es un icono como las grandes imágenes del Hollywood más negro.  














No se le puede poner NI UNA pega a este trabajo. De verdad, esperes lo que esperes de un espectáculo, "La casa del lago" lo tiene. De ti depende que quieras buscar más o menos, mirar más o menos, pensar más o menos. TODO está ahí. Delante de tus morros. 
  
Una última cosa: ¿Os habéis fijado en las impresionantes fotacas de José Antonio Alba para TeatroMadrid? ¿Son o no son una puta pasada? GRACIASSSSS.

           

lunes, 9 de octubre de 2017

Gross Indecency. Teatro Fernán Gómez.

Gabriel Olivares y David DeGea adaptan el plomizo texto de Moisés Kaufman y consiguen pulir bastantes de las aristas que tiene el texto. El resto queda en las expertas manos de Olivares que ya demostró con "Our town" que sabe manejar a la perfección los repartos mogollónicos y la fragmentación como arma. 



Vamos por partes. De entrada ya te avanzo que el montaje me parece desigual. 
De entrada le texto, aunque tremendamente interesante, me parece denso y demasiado largo. Quiero decir, el primer juicio es largo, hay mucho texto, muchos datos, mucha información. Se repite la misma estructura en el segundo juicio y cuando comienza le tercero te revuelves en la butaca porque temes que volver al mismo bucle de nuevo. Cierto, no es así, pero es verdad que yo sentí cierto vértigo al comenzar le tercer juicio.    
Obviamente me interesa mucho la historia de Oscar Wilde y cómo una "metedura de pata" pudo llevarle a la cárcel y finalmente la muerte en la más absoluta decadencia. Todo por vivir en una sociedad hipócrita que no consentía el amor entre dos hombres. Ni siquiera el sexo entre dos hombres. Pero a pesar de que la historia me interesa, el texto no tanto. El recurso de utilizar recortes de prensa, titulares, cartas, fragmentos de textos, artículos o declaraciones mola todo. Sorprende al principio, enseguida aceptas el código y lo asumes y lo disfrutas. Hasta que llegado un momento quizá acabe saturando. El teatro documental quizá podría haber dejado paso al terrenal para pellizcar más el alma del público. Pero habría sido otro texto, claro, este es el que es.



Con este material áspero Gabriel Olivares sin embargo hace lo mejor que se puede hacer. Meterle mano de lleno y sacar todo el jugo posible al juego escénico. 
Maneja a la perfección la coreografía de ese conjunto de actores (y una actriz) y vuelve dinámico un material que sobre el papel podría ser plomizo. Imagina una puesta en escena ingeniosa, divertida y sorprendente y logra que a pesar de que inevitablemente el ritmo y el efecto sanador de su propuesta escénica decaiga un poco, mantenga siempre el suspense de "qué coño va a pasar ahora". Así que, la puesta en escena de Olivares es sin duda lo mejor y más acertado.  Incluso los "intermedios musicales" me parecen acertadísimos. Quizá los dos momentos "sodomía" fueran pelín excesivos. No por su contenido, evidentemente sino por su efecto repetitivo. 

Felype de Lima acierta de pleno una vez más tanto en su escenografía como en el vestuario y Carlos Alzueta ilumina magistralmente esas sombras y esos huecos oscuros en el alma de Wilde. Bravo. 
El reparto me pareció desigual. Tengo debilidad  por Carmen Flores y viéndola se entiende por qué. Está fantástica y con una presencia arrasadora. Javier Martín aunque está bien, creo que se mantiene demasiado en un tono irónico y lejano que le resta empatía. Algo más de humanidad de la sincera ,de la de verdad les vendría bien a él y al personaje. David DeGea como Bosie a mi parecer está sobreactuado. Pero aparte de tener la adrenalina disparada le noté incluso ciertos problemas de dicción. Una dicción espesa y esforzadísima. Y cierta tendencia a estar igual siempre, en el mismo sitio (como personaje, digo, no físicamente). La mirada de superioridad y el gesto de enfado unido a la tendencia a gritar demasiado hacían que pareciera demasiado histérico como para simpatizar con él. El resto del reparto muy bien. Y por supuesto hay que destacar el trabajazo dificilísimo que hacen todos físico y coreográfico. Quiero destacar a Andrés Acevedo porque aparte de una presencia sólida, tiene una mirada que es una mina. Aunque a veces se engole un poco y quiera buscar una voz grave que aunque sea la suya natural, a ratos suena un poco forzada.



En resumen, con este montaje me pasa como con "Our Town". Creo que son montajes mayores y deberían estar no en la sala pequeña sino en la grande. Porque lo merecen, porque lo necesitan y porque lucirían mucho más si pudieran extenderse más cómodamente.  Este "Gross indecency" merece larga vida porque el montaje en sí lo merece y porque el trabajo de Olivares es solido y merece muchísima proyección.          

martes, 2 de mayo de 2017

Las bicicletas son para el verano.




Una de las cosas que uno más agradece cuando se mete en una sala oscura es la honestidad. Lo he dicho mil veces y lo repetiré otras mil. Que no te la quieran meter doblada. Que no te quieran vender como "supermodernotíatelojuro" una cosa de los ochenta o que te quieran colar como "trabajo sincero" un catálogo de lugares comunes y "quieroynopuedos".

Producciones La Ruta, aparte de otras producciones exitosas, arriesgó con otro montaje, "Palabras encadenadas", brutal pieza de cámara que mereció una mayor repercusión y que afortunadamente se sigue representando por todo el mundo con un exitazo abrumador. Gracias, en buena medida, al trabajo arriesgado y bestial de sus dos intérpretes, dos de los más dotados del país, Cristina Alcázar y Fran Boira.



Bueno pues ahora cambia de tercio y se pasa al teatro de la memoria. 
A ver, es inevitable recordar la peli de Chávarri, eso es así. Está en el recuerdo de los que la vimos y en el subconsciente de los herederos de esa guerra, la peor de todas, la guerra entre vecinos y hermanos.
Esta versión teatral, con una ligera poda para reducir espacios, personajes y duración no veo quién la firma, pero merecería una mención porque consigue que no eches en falta nada, que la coherencia del texto sea incuestionable y que la emoción y el drama estén en su punto justo y necesario. 

Esta producción de La Ruta es sincera. Es honesta. Y prueba de ello es el efecto que causó en mí. 
Me explico, yo siempre hablo desde mí. No pretendo hacer una "crítica" general ni adoctrinadora. Siempre escribo única y exclusivamente lo que me producen a mí los espectáculos que veo. 
"La bicicletas..." me produjo un efecto precioso. Nada más empezar me rechinó un poco el tono y el espacio. Parecía la típica escenografía hecha con pocos medios y el tono algo chirriante. Tanto las voces como los tonos se me "desenfocaban". Pero esta sensación me duró dos minutos. Enseguida se produjo la magia de los espectáculos inteligentes y me captó para no soltarme. Tanto la escenografía como todos los elementos, los cambios, las sombras, las maravillosas luces, el fabuloso espacio sonoro, todo está impregnado de un realismo simbólico bellísimo y tiñe la historia casi te diría de un "realismo mágico" que cubre de cierto tono poético una historia tan dura como el drama de esta familia.



César Oliva se pone en el sitio justo desde donde poder contar con el corazón y con las tripas la dureza de unos años desoladores. La puesta en escena destila algo precioso y muy difícil de conseguir, y es que tengas la sensación de estar participando de algo "entrañable". Y no me refiero a la guerra, obviamente. Ese drama, esa tragedia desoladora es incuestionable, sino al tono del espectáculo que es exactamente el tono del texto de Fernán Gómez. La dureza de unos tiempos desérticos vistos con una perspectiva cálida. Ni el texto ni la puesta en escena quitan ni un ápice de dramatismo a la crueldad de la guerra. Ni mucho menos, está ahí, pero el talante "lírico" de ciertas imágenes ayudan a digerir tanta desolación. Ni el texto ni el montaje restan potencia a el horror de una guerra, pero en vez de optar por la crudeza, como en  "In memoriam: la quinta del biberón", por ejemplo, Fernán Gómez escribió casi el guion de una peli de Wylliam Wyler, con personajes arrasados mirando al horizonte mientras suena una banda sonora de estas estremecedoras. Es más un melodrama que un drama. Eso te deja más tranquilo. Y eso es justamente, creo yo, lo que buscan. Por eso hablo de honestidad. No creo que quieran contarnos "La lista de Schindler" sino "Los mejores años de nuestras vidas". Y como uno no siempre tiene el cuerpo revolucionario y a días prefiere, por propia supervivencia, una lágrima a un dolor de entrañas, agradecí infinitamente tanto el tono como el sitio como el clima creado en esa sala tan desagradecida como es la Guirau.

Tengo que poner dos pegas, eso sí. Por un lado, un par de actrices que creo que no están tan frescas y naturales como el resto... y las pelucas. No me gustan nada las pelucas, lo siento. 

Repartazo de lujo encabezado por unos grandiosos Patxi Freytez y Llum Barrera. Pero el resto (casi) están igual de brillantes. Teresa Ases mágica y dolorosa, Álvaro Fontalba divertido y chispeante, tragicómico y apagado. 

Aunque de momento han terminado en el Fernán Gómez, estoy convencido de que volverán a Madrid y de que seguirán girando por toda España, lo primero porque el montaje lo merece, segundo porque tiene calidad suficiente como para que quieran verlo en todo el país y tercero porque es un homenaje a Fernán Gómez, a la palabra bien dicha, a la emoción y a la historia.    



Las fotazas son de Pepe H y espero que no le importe que las haya usado, pero son tan brutales...  

domingo, 4 de diciembre de 2016

Tartufo, el impostor. Sala Jardiel Poncela.

José Gómez-Friha tras los éxitos de "La hostería de la posta", "La isla de los esclavos", "El juego del amor y del azar" y "Los desvaríos del veraneo" vuelve a tomar un texto clásico para darle su peculiar toque y una vez más vuelve a acertar. 




Tartufo, un personaje de esos que todo el mundo conoce y que incluso se utiliza para definir parece poco dado a originalidades. Bueno, pues el equipo de Venezia Teatro, con Gómez-Friha a la cabeza lo consiguen. De momento y para empezar, cambiando la historia. Pedro Víllora se inventa otro final, totalmente coherente, esperado y bastante más consecuente con lo que estamos viendo. Lo de que el malo reciba su merecido no siempre mola, jeje, sobre todo cuando como en este caso, los pobres inocentes son bobos de baba y tan malintencionados, rencorosos y bajunos como el propio protagonista. La vida a veces es así. Te encuentras de pronto con alguien que te promete una vida mejor y más pura y sin embargo te la está metiendo doblada en forma de hipoteca, fondo buitre o incluso de vida eterna. Tartufo, el hongo que crece escondido debajo de la tierra. Nadie lo ve hasta que despliega todo su poderío.  
Debo confesar, eso sí, que tardé en entrar. Al principio me chirriaba la estridencia de la propuesta, pero poco a poco me fueron camelando y con la aparición de Rubén Ochandiano caí rendido.
Con esta adaptación de Víllora brillante y actualizada, Gómez-Friha plantea un espectáculo moderno, con referencias actuales que funcionan bien y hace lo mejor que uno puede hacer en estos casos; encomendarse a un buen puñado de actores. Muy buen texto, quizá con un par de toques que desconectan (las indicaciones a la técnica de sonido y luces) y dirección con buena mano, divirtiendo, haciendo brillar el texto, con un ritmo adecuado y un poso certero.
Sara Roma viste a los actores de forma preciosa y preciosista, tonos azules y verdes para quienes conocen la auténtica personalidad de Tartufo y rojos para los inocentes despistados. Precioso.   
Bien iluminado por Marta Cofrade y con una selección musical muy certera también. 
El elenco reconozco que me parece irregular. 
Esther Isla se merienda al público. Vale que tiene el papel más agradecido, peor eso a veces es un responsabilidad más que un regalo. En este caso, Esther se mete al público en el bolsillo casi desde la primera frase. Divina. Como divina está Marian Aguilera en su Elmira. Poderío, belleza, solidez y mucha profesión. Quizá esté un poco agresiva y gritona al principio, pero enseguida se templa y empasta con sus compañeros. Y Rubén Ochandiano está inconmensurable. Maduro, sabio, inteligente, sutil, delicado, sensual y muy maléfico. Bestial. Bestial en el cartel (a veces los carteles son auténticas obras maestras, como en este caso) y bestial en todo lo que hace y en cómo lo hace y dónde lo siente y lo busca. Y su orgasmo final... histórico. Grande. 




Si tenéis ocasión, id a ver este "Tartufo" divertido e inteligente. Y si no tenéis ocasión, buscadla porque merece la pena disfrutar del teatro fresco que hacen Venezia Teatro.  

sábado, 5 de noviembre de 2016

Blanca Desvelada. Fernán Gómez.

"Blanca Desvelada" es un puro ejercicio. Y la prueba de que Alejandra Jiménez-Cascón es una gran actriz, de las de raza, de las que tiene cien registros.
Montse Bonet dirige y Alejandra escribe e interpreta esta historia o estas historias paralelas, perpendiculares, entrecruzadas o necesitadas. 



La escenografía se reduce a una estructura metálica donde Alejandra encarnará a todos los personajes de la historia. Blanca, actriz que en la actualidad hace monólogos cómicos en bares y que mantiene una relación raruna con su chico y lleva 10 años sin hablarse casi con su madre, empezará a soñar con una mujer, Carmen, presa política que acaba de parir en su celda. Lo que empieza pareciendo una obsesión extraña acabará siendo la búsqueda de la identidad de esa Carmen que parece ser parte imprescindible de la vida de Blanca. Y necesaria. Quizá la pieza que consiga que Blanca se reconcilie con su madre y con ella misma. 
Alejandra estuvo en el primer corte de los premios Max de este año, fue candidata a mejor autoría revelación. Sinceramente creo que el texto aún siendo interesante, cae en la misma trampa que sufre el montaje en sí. La historia que cuenta está bien. Pero si piensas en el texto como tal, en lo que cuenta, se queda algo pobre, profundizando un par de personajes (Blanca y bastante menos su madre) y sin profundizar en los demás, ni siquiera en Carmen. Hay muchos personajes, que sirven a Alejandra para demostrar su valía, pero las escenas, los momentos, los personajes están apenas esbozados y contados sin mucha profundidad. Parece que sólo importa Blanca.
Alejandra es un portento. Ella sola da vida a todos los personajes. En ese sentido el trabajo de Montse Bonet, la directora y de Alejandra ha debido de ser bestial, componiendo los personajes por separado y coreografiando los cambios de uno a otro de forma milimétrica. Alejandra pasa de ser Blanca a ser mamá Luisa en décimas de segundo y de ahí se convierte en la madre o en la compañera de celda o en la masajista así como si nada. Sí, eso está muy bien. Aunque a veces, el intento de recrear acentos y de diferenciar personajes acabe por caricaturizar alguno, como la masajista o mamá Luisa. Brochazos algo gruesos. Y aunque la mayoría de los personajes están bien creados, a veces se crea cierta confusión, como en las escenas con el novio, al no haber un trabajo vocal más definitivo que diferencia y defina más a cada uno. A pesar de eso insisto en que Alejandra es una gran actriz con muchos recursos porque el trabajo de creación de todos los personajes es bestial. 
En ese sentido creo que el espectáculo, y hablo siempre desde mí, creo que cae en la trampa de su propia definición. Al ser un ejercicio de estilo y pretender y servir para que la actriz demuestre sus grandes dotes, acaba lastrando el espectáculo como tal. Magníficamente coreografiado, fabulosamente interpretado pero contando una historia con pocas capas a través de personajes a veces poco definidos. Pero es imposible que Alejandra haga más de lo que hace. Brava, gran actriz.   


martes, 18 de octubre de 2016

La casa de Bernarda Alba. Teatro Fernán Gómez.

La enorme sala Guirau del Fernán Gómez es un espacio tentador aunque está envenenado. Es gigantesco y llenarlo es casi imposible. Prácticamente sólo lo recuerdo bien adaptado en un gran montaje de la actual directora del Español, el "Nuestra clase" de Carme Portaceli y quizá en algún montaje más en el que se cerró la caja para dejarla reducida a la mitad. De hecho, creo que las entradas laterales ni se venden, porque supongo que no se ve nada. Es super cómoda, eso sí, y esas butacas son de ensueño. Y al estar tan inclinado facilita la visión desde cualquier fila en la que estés. Nosotros lo vimos lejos, en una de las últimas filas y reconozco que para espectáculos como este, en los que el aspecto visual es primordial, es necesario verlo bien. A esto hay que añadir que una de las actrices estaba totalmente afónica y tuvo que trabajar con micro. Bueno, a lo que voy. 




Hablar a estas alturas de la magnitud del texto de Federico es absurdo. Es una de las obras maestras de la literatura universal. Punto. Uno de los mayores lorquianos de este país ya lo definió a la perfección: "es como meter la cabeza en una cuneta, en una fosa común". La Bernarda es un retrato salvaje y descarnado de la España más derechona que defiende a capa y espada valores muertos, obsoletos, castrantes y asesinos. Cada palabra y cada imagen descritas en ese texto de Federico esconde un torrente de sombras y de poesía pocas veces igualado. Es casi imposible superar la maestría de definir un personaje en apenas cuatro palabras: "me vais a soñar". La Bernarda es un monumento a la barbarie, a la tiranía, a la castración y al amor judeocristiano pecador, mal entendido y con el infierno como horizonte y la culpa como camino.

Santiago Meléndez ha cogido el texto y ha hecho lo mejor que se puede hacer con él, dejar que él sólo se exprese. Delante de nosotros había una panda que no conocían el texto y se les veía como por momentos iban indignándose y retorciéndose en la butaca según avanzaba la tiranía. 
Meléndez ha llamado a un puñado de actrices para que den vida y muerte a estas pobres víctimas y las has colocado encima de un escenario vacío, sólo ocupado por unas sillas, sombras, pecado y unas luces fabulosas de Fernando Medel. Ahí precisamente llega una de las trampas de esta sala. Hay mucho juego de sombras, de siluetas moviéndose delante de un ciclorama que va cambiando de color según van variando las pasiones en la escena. Del rojo al azul. Sin embargo, en esa sala gigantesca, queda algo deslucido por las dimensiones del escenario. Es tan grande se pierde un poco el efecto pictórico. Desde las filas altas, además, se pierde la perspectiva y por tanto, ese efecto. 
Fantástica música y espacio sonoro de Gustavo Jiménez con el grito como base y el dolor como leitmotiv. 
La encargadas de dar vida y muerte a estas mujeres doloridas son un grupo de actrices entre las que debo destacar a Irene Alquézar que compone una Amelia para comértela. Y Rosa Lasierra ha creado una Poncia que no me gusta. Su gestualidad es exagerada y su forma de caminar y de moverse también. La encuentro demasiado ilustrativa. No sé si quiere que parezca demasiado rural o enfrentarla a la supuesta "delicadeza" de este grupo de mujeres, pero para mi gusto está bastante exagerada. Quizá se esté creciendo según pasan las funciones y necesite frenar un pelo o quizá olvidarse de ilustrar a una mujer del pueblo. Minerva Arbués es una gran Adela, sufriente y dolorida. Espero de corazón que Gema Cruz se hay recuperado de su afonía, porque se veía un gran trabajo en su Martirio y es una lástima que quede deslucido. 




En definitiva, ir a ver "La casa de Bernarda Alba" es siempre apostar sobre seguro, especialmente en este caso. Santiago Meléndez es un hombre de teatro de toda la vida y se las sabe todas. Crea un espectáculo visualmente potente y con un plantel de actrices que llevan el texto de Federico al sitio en donde debe estar. 
  
 

sábado, 9 de mayo de 2015

Our town. Fernán Gómez.





Gabriel Olivares, responsable de pelotazos económicos como "Burundanga" o "La caja" se pasa al teatro serio con este precioso texto de Thornton Wilder y junta a un puñado de actores procedentes de su taller de investigación teatral con otros de enorme y contrastada carrera para ofrecernos un trabajazo sólido, emocionante y emocionado. Uno de esos montajes que sin levantar mucho ruido funcionan de maravilla, encandilan al público que acude al Fernán Gómez y seguramente acabe convirtiéndose en uno de los montajes más respetados y prestigiosos del año. Por su planteamiento y por su desarrollo.




La historia de un pueblo, Grover's Corner, con las vidas normales de sus habitantes también normales se acabará convirtiendo en una metáfora del paso del tiempo, de la herencia, de la fragilidad del recuerdo, de la falta de disfrute del presente. Un juego cruel y frío que nos viene de la mano de un maestro de ceremonias y que nos llevará de su mano por las vidas de dos enamorados, de sus familias, de su entorno y de sus carencias. La vida vivida y la vida sin vivir. Presente, pasado y futuro mezclados en un texto hiperpoético que sin darte cuenta te lleva del costumbrismo del primer acto al casi expresionismo del segundo y al desbarre poético del tercer y maravilloso acto. Gabriel Olivares coreografía de maravilla el trabajo de ese mogollón de actores. Los mueve muy bien por el reducido espacio de la Girau y consigue que transiten por distintos estados emocionales, estilísticos y formales como si nada. Lo que quizá necesite sea un poco de poda de texto. Quiero decir, el espectáculo se hace un pelín tedioso justo antes del tercer acto. Sin embargo tanto el ritmo como el tono son los que tienen que ser, así que lo que sobra quizá sea algo de texto. Digo yo, no sé.
Efraín Rodriguez está fabuloso llevándonos de la mano por el tiempo y el espacio. Su maestro de ceremonias es fabuloso y él está potente, encantador como una serpiente bella y venenosa y totalmente embaucador. El mundo que vemos es tan correcto, dulce y engañoso como la vida de cada uno de nosotros. Y cuando puedes ver la realidad y lo frágil del tiempo ya es tarde. Y decides volver al cielo. ¡Es tan difícil vivir la vida y verla al mismo tiempo!




Efraín nos lleva por un mundo poblado por actorazos. Chupi Llorente hace su enésima creación perfecta. En su dilatada y sólida carrera ha hecho de todo y todo bien. Es ridículo que tras más de veinticinco años de carrera tenga que decir yo que es un valor que se deberían pelear TODOS los directores de este país. Pero es que es así. Y ya verás como ahora, de una vez por todas, cuando corra la voz (porque este espectáculo es carne del boca/oído) y vean a este portento de sencillez y de facilidad creativa que es Chupi Llorente, se la van a rifar. Al tiempo. 
Mónica Vic encabeza el repartazo de esta función en la que se disputan el puesto de "actor/actriz más natural y convincente. Están todos absolutamente fantásticos. Es un auténtico muestrario de actores prodigiosos sacando adelante un espectáculo de esos que te tocan bastante más de lo que esperabas y que a la chita callando se convertirán en uno de los espectáculos sorpresa del año. Fijo.

Y qué coño, es de agradecer que alguien que se debe de estar forrando con "Burundanga" se gaste luego el dinero en sacar adelante un trabajazo tan serio y fascinante como este "Our town".        

martes, 30 de septiembre de 2014

Excítame. Fernán Gómez.

"Excítame" es un musical de Stephen Dolginoff que se presenta en la sala pequeña del Fernán Gómez. El sitio es perfecto para este musical de pequeño formato en el que la comunicación íntima es primordial. Me explico; puede parecer que el terreno perfecto para un musical sería un escenario enorme, para poder mover mucho aparataje. Si hablamos de "Priscilla", claro que sí. Pero el ingrediente especial que tiene "Excítame" es justamente le contrario, el hacer un espectáculo íntimo, cómplice, en el que cualquier decoración excesiva, distrae.




La amistad entre los dos protagonistas, ese amor oculto y dominante, la degradación de una relación, el sadismo del poderoso y la manipulación emocional son los temas principales que inundan este musical mucho más allá del "suceso criminal" del título. Eso es casi lo de menos, importa mucho más el proceso estrangulador de un personaje sobre el otro, el despotismo enfermizo del amado sobre el amante y la sumisión disfrazada de enamoramiento que lleva a ambos personajes al drama que viven. 
Dirección invisible y efectiva de José Luis Sixto que maneja los tempos, el ritmo, la progresión, la tensión dramática y los elementos que hay en escena. Y por supuesto mueve de maravilla a los dos actores, creando en el espacio reducido de la pequeña del Fernán Gómez, todo un mundo con muchos espacios, un pianista en escena y distintos ambientes, íntimos, sensuales, exteriores asfixiantes, una prisión y todo lo que quieran demostrando que el ingenio y el tener claro qué es lo que uno quiere contar es más importante y efectivo que los recursos y los elementos "decorativos".   
Aitor Arozamena sostiene al piano esta partitura concreta, con temas preciosos y con una musicalidad realmente buena. Las luces de Juanjo Llorens, fabulosas, el vestuario, la escenografía... todo de muy alta calidad y muy buen resultado.
Y por encima de todo dos actores cantantes que defienden sus personajes con convicción y arrojo. Marc Parejo y Alejandro de los Santos están soberbios. Cantan bien, y demuestran ser unos espléndidos actorazos que consiguen pegar esa salto de ponerse de repente a cantar sin perder la más mínima intensidad ni fuerza interpretativa. Están igual de bien cantando que "actuando". Es más, hacen que "cantar" sea una fase más de la interpretación, cosa dificilísima. Fabulosos. 
Recomendable espectáculo, rara avis en el panorama madrileño y desee luego, una gozada por la solidez de la historia y por el altísimo nivel del trabajo de sus dos (o tres) protagonistas.          

lunes, 22 de septiembre de 2014

Calígula. Fernán Gómez.

Te juro que nunca he visto la sala grande del Fernán Gómez tan llena. Y eso da un gustito...

Vamos a lo que vamos. Sinceramente, ¿qué se le puede pedir a un espectáculo para que cumpla tus expectativas? Yo diría que un buen texto, una dirección que si no es la hostia, al menos no entorpezca y que intente potenciar lo que quiere contar y lo cuente de una forma concreta y clara, unos buenos actores y... igual ya, ¿no?
El textazo de Albert Camus es conocido por todo el mundo. El emperador que quería la luna. El amante de su propia hermana, que cuando esta muere, enloquece de amor (por qué no) y decide echar un pulso a los dioses, imitarlos y poner a prueba a sus cercanos. Mata porque sí, insulta, roba, hace lo que le sale del nabo esperando que alguien se oponga a sus desmanes pero nadie se atreve a llevarle la contraria al semidios. El único que le cuestiona ligeramente es Quereas y en cierta medida su pelota principal, Helicón. Si este Ubú puede reinar como un auténtico loco y nadie le frena, si los desmanes que le permite el propio gobierno son incuestionables y no le hacen sentir imparable en sus locuras, eso significa que no hay cura para su infelicidad. Y si no la hay, ¿por qué conformarse con lo terrenal, con lo humano, por qué no querer... la luna?




Joaquin Vida, director de este montaje, se lo hace bien, marca bien las acciones, coreografía bien las escenas, sin grandes alharacas. Mejor dicho, es correcto y deja, eso sí, que la fuerza la lleven los actores. Sabia decisión cuando está claro que son grandes profesionales... casi todos. La escenografía es feota, un poco como de Estudio 1 pero de los regus. Aún así cumple su función. No estorba. Y como dije al principio, cuando todos los elementos son al menos correctos y nada chirría, salvo la música, totalmente prescindible, es suficiente. Sobre todo si tienes un texto tan bueno y unos actores como estos. 




Mira, yo lo siento pero tanto Xavier Olza como Héctor Melgares me parece que no están a la altura. Hay un universo de diferencia con sus compañeros. El momento violación es... sonrojante. Para mi gusto Fernando Conde está algo pasado. Marca demasiado cada palabra y la línea que mantiene no me gusta, me rechina un poco. Pero bueno, son opciones, yo lo habría llevado por otro lado. Lo cierto es que Conde ya tiene más que demostrado lo buen actor que es. El resto están bien, con mucho peso, con calidad y calidez, demostrando ser una panda de actores de raza. Sobre todo Antonio Gálvez, con un porte, una presencia escénica y una sabiduría en su "decir" que ya la querría ya pa mí. Impresionante. Alejandra Torray está fabulosa. Lleva el teatro en la sangre, se nota en cada gesto que es carne y sangre de escenario. Se las sabe todas y cada día al oírla, me recuerda en su forma y en su voz a su madre, la grandísima Nuria. Y Javier Collado. Otro igual. En sus genes no puede haber más teatro. Y lo demuestra en su energía, en su entrega, en su oficio. Sabe de sobra que es el papel de su vida y no deja pasar la oportunidad. Entrega todo lo que tiene y sale vencedor. Está fantástico desde su primera aparición. Su gestualidad, su pluma, su energía, su odio y su amor están medidos a la perfección y no llega a cargar en ningún momento (tentación fácil para muchos actores con más ego que calidad) pero Javier Collado Goyanes demuestra tener tantas tablas como arrrrte y nos regala un Calígula en su punto justo. Coño, Rodero era Rodero, pero... hostias!!




Pues lo dicho, espectáculo más que recomendable. Texto espectacular, puesta en escena correcta, actores brillantes y un montaje que no pasará a la historia del teatro español, pero que tiene bastante más calidad, dignidad y oficio que muchas cosas de las que se ven por ahí.          

jueves, 5 de junio de 2014

La mujer de negro. Fernán Gómez.

La verdad es que confieso que no esperaba demasiado de esta función, aparte de disfrutar de Emilio Gutiérrez Caba y de Iván Massagué. Y bueno, pues casi ni eso. Emilio Gutiérrez Caba está simplemente resultón e Iván está afectado, algo vacío aunque muy entregado. 
El texto quizá funcionó en otros tiempos. Hoy en día, no deja de ser una "Historia para no dormir" alargada hasta el aburrimiento, previsible, poco sorprendente ni interesante y tópica.



La puesta en escena es sosa y poco imaginativa. La dirección es totalmente plana y al uso. Sí es destacable por cierto el innumerable trajín de efectos sonoros grabados: puertas que se abren y cierran, relinchos de caballos, viento, truenos, todo tipo de cosas que intentan crear más "ambientillo" como de miedo o de algo. Eso sí, a todo meter. Pero que hacía daño a los oídos. No sé si cuentan con que la media de edad del público sea alta o quizá es que ese día el técnico se durmió y se le fue el father a tomar por culo, pero había que taparse los oídos cada vez que intuías que iban a abrir una puerta. Horroroso. Y ya ni te cuento cuando pretendían darte un susto a base de meter pepinazos a un volumen aún más alto. 
No dudo que haya sido un exitazo por tos laos, pero que todo está más que visto, también. 
Todo es una sucesión de tópicos y trucos requetevistos para intentar crear un ambiente de suspense que ni patrás. Y que conste que incluso con este texto pero con un montaje imaginativo y rompedor podría haber sido otra historia.
A ver, mal no está, pero no aporta nada a nada. Previsible, aburrida, estruendosa y plana. Y hombre, que lo que hace Alicia Calot no tiene demasiada enjundia, es verdad, pero que salga a saludar un poco, ¿no?

martes, 20 de mayo de 2014

Adela. Fernán Gómez.

Habíamos estado viendo algún trocito antes y nos habíamos quedado con ganas de más. Con ganas de todo. Alicientes tenía un montón. De entrada el juego de ver qué habría pasado si Adela y Pepe el Romano hubiesen conseguido materializar su amor. 
La función plantea qué habría pasado si Adela, la hija de Bernarda Alba no hubiera muerto y hubiera logrado huir con Pepe el Romano. Rosel Murillo Lechuga juega a inventar una vida en pareja más allá de Federico, una vida en otro pueblo, lejos de Barnarda y de sus hijas. Un universo igual de cerrado pero ahora sin escusas. Adela y Pepe solos, con sus celos, con el tiempo que pasa, con amargura, con "quéhabríapasado" y con las dudas de si en su momento hicieron bien huyendo. Pepe duda de todo, está amargado. Duda de si no habría sido mejor haber seguido con su plan de casarse con Angustias para quedarse con su dinero y luego haber vivido feliz con Adela. Pero eso no pasó. Ahora se arrepiente. Adela también. Menos. Ella vive sufriendo al ver que Pepe se le escapa. No sabe ya cómo retenerle. Sin él su vida y su huida no tendría sentido. Pero se le va. Dramonazo brutal y tan trágico como el texto de Federico. 



Rosel Murillo saca adelante un texto rico, ingenioso y coherente con cómo podría haber sido la historia si... Pero para mi gusto faltan cosas como la luna. En mi humilde opinión, el texto tendría que ser una especie de "continuación" del drama lorquiano. Y para serlo es vital que aparezcan elementos como la luna. Un texto lorquiano o con Federico por ahí rondando necesita que aparezca la luna. YO lo necesito. 
A ver, lo que cuenta Rosel Murillo es una opción. Y válida, evidentemente, a ver por qué no. Pero me da coraje que los pobres, después de lo que han pasado para estar juntos, sean tan desgraciados. Pepe está demasiado encabronado y Adela traga con demasiados desprecios. Sobre todo para ser el alma libre y verde que era en su obra original. Pero vale, es una opción y es coherente. Y está bien escrita. El texto es bueno y aguanta bien. La dirección sin embargo, a pesar de ser imaginativa, brillante en muchos momentos y dinámica, cae en ciertas trampas en algún momento que lastra un poco el resultado total. El espacio es muy atractivo, hermoso, con una mesa, la soga con la que murió Adela y tierra. la tierra que oculta elementos muy bien empleados. PERO al final, cuando la mesa se convierte en puerta, no funciona. Los pobres actores están más preocupados por que no se les caiga que por disfrutar de lo que están haciendo. Y luego, no sé, quizá es una sensación mía, pero el juego de luces es demasiado complejo. ya no sólo los focos de colores, a veces un poco verbeneros (ese final bicolor por ejemplo es excesivo), sino que a veces notaba que los actores estaban más pendientes de ir a la marca del siguiente foco. Iban continuamente buscando la luz el sitio en el que colocarse porque allí iba el siguiente foco. No sé si me explico, yo creo que ellos dos sí me entenderán. Creo que es un espectáculo para dejarse llevar más. Tanto el texto como la acción deberían llevar a los actores flotando como los acentos de un verso. Flotar y disfrutar. Y están pendientes de demasiadas cosas que no les corresponden. Con todo y con eso, insisto en que tanto el texto como la dirección son buenos. Estos flecos creo que se podrían quizá pulir un poco. 



Lucía Astigarraga está espectacular. Aparte de ser bellísima, porque lo es, es que ES Adela. No me puedo imaginar una Adela mejor. Está perfecta en su amor, en su pasión, en sus celos, en tus chantajes, en su rabia y en su desesperación. Fabulosa. Todo un descubrimiento. PERO también noté una cosa. Que también es posible que me la invente. Me explico. Está fabulosa en todo, gestualmente, en movimientos, en sentimiento, y en cómo los transmite. Pero vocalmente me pareció que cuando habla  en un tono normal o fuerte, bien, pero que algo le falla en el tono más íntimo, el más pequeñito, y yo ahí echo en falta que se rompa más, que quiebre la voz, que saque los agudos e incluso la voz de niña. está vocalmente demasiado "entera". Porque cuando se acerca más al público y habla más bajito y más agudito, gana muchísimo. A ver, todo en su momento, claro, pero ese matiz le vendría perfecto tanto al personaje como a la actriz y descubriría un mundo de matices brutal. 
Y lo siento pero Victor Algra, que está muy bien y entregadísimo para mi gusto, se me aleja de la imagen mental que yo tengo de Pepe el Romano. Claro, cada uno se lo imagina de una forma y yo siempre me lo he imaginado más... machorro. Perdona, Victor, no es una cuestión de hombría ni de masculinidad, no. Pero mi imagen era más tipo...machorro de pelo en pecho. Tontunas mías, pero me alejaron un poco del trabajo de Victor, fabuloso también, por otro lado. Son bobadas mías. 



En definitiva, un espectáculo más que recomendable que me temo que está pasando sin la repercusión que merece. Pero bueno, ahí siguen todavía unos días y siempre puede haber un programador listo que se lo lleve a cualquier otra sala. El currazo que tienen se lo merece, y así más humanos podrían disfrutar del gran trabajo de Lucía Astigarraga.                

miércoles, 5 de febrero de 2014

Una vida robada. Fernán Gómez.

Hay veces que vas a ver algo ya con el culo apretao porque te hueles el fiasco. Pero hay que reconocer que tener entre manos un tema como el de los niños robados, la puta sor María y todos esos dramas de monjas malas, curas peores y médicos matables y cargártelo haciendo un melodramón barato que no sirve ni para una fotonovela, tiene su mérito. 
La historia, escrita por Antonio Muñoz de Mesa, que ya de paso también lo dirige, es de estas cosas que te las ves venir a los dos minutos de empezar. Sabes perfectamente lo que pasa y lo que va a pasar. Y ya no es que la cosa pierda interés, que lo pierde, sino que lo que ves que va pasando es soso, está mal contado, no tiene nada que te enganche, te suena a sabido, y sobre todo, desperdicia la ocasión de hablar de este tema terrorífico con un mínimo de seriedad. Este drama es tan gordo y tan brutal que no se puede desperdiciar tratándolo como si fuera un melodrama de telefilm de tercera. No sé si busca la lágrima fácil o qué busca, pero desde luego se queda en un pseudointento de algo, con el agravante de pensar que la gente es tonta, y que con dos de pipas, nos íbamos a emocionar. El escaso público que había ayer, estaba compuesto en su mayoría por señoras entradas en años, en muchos años, que ni se inmutaron. Si os cuento los comentarios de mis vecinas de butaca fliparíais. Pa que luego digáis que soy mu bestia. 



Hubo una cosa que me gustó. No, miento, dos. Una, la cojera de Ruth Gabriel, que se la tenía bien currada. La otra, el detalle de hacer desaparecer las cosas de la estantería en los fundidos. Notaba que algo pasaba y me dí cuenta bastante tarde, señal de que estaba bien hecho.
Asunción Balaguer está... Asunción Balaguer. Muy rica, muy mona. Te la comes de encantadora. Carlos Álvarez está bien. Ruth Gabriel está bien y Liberto Rabal está mal. Soso soso soso, deambula por el escenario con los brazos colgando. Está claro que sabe lo que dice (tampoco es que sea Pinter, pero bueno) pero lo dice muy mal, y físicamente está envarado, tieso y absolutamente fuera de tono. Y tiene un pelo muy raro, no sé qué le pasa... Eso si, si yo fuera él, denunciaba al que le haya hecho el vestuario, porque desde luego más horroroso no le han podido vestir. Si el polo del principio es horrible, el pantalón ya ni te cuento, y las camisas que saca luego son que ni del Venca. 
Vamos que un espanto, y lo peor de todo es que hayan desaprovechado la ocasión de hablar de un tema tan trágicamente doloroso y hayan hecho este melodrama descafeinado. 

miércoles, 15 de enero de 2014

André y Dorine. Fernán Gómez.

Es curioso que en los "grandes" teatros madrileños se hacen cosas bastante más interesantes en las salas pequeñas que en las tochas. La pequeña del Español, la del María Guerrero, la del Fernán Gómez, incluso la del Valle Inclán... nada que ver.
"André y Dorine" de la compañía Kulunka Teatro es una joya que tiene ya varios años de vida y un éxito rotundo por todo el mundo. Sí, por todo el mundo. Y no es para menos.
No hay ni una sola palabra en toda la función y los actores usan máscaras. Unas máscaras ingeniosas e infinitamente expresivas. Esas máscaras unidas al prodigioso trabajo corporal y expresivo de los tres actores hacen que haya un nivel expresivo en toda la función realmente sorprendente.
Es mejor no desvelar nada de la historia. Pero es jodido hablar sin contar nada. Voy a ver cómo me lo monto.




Una pareja de ancianos han convertido su vida en una rutina en la que la máquina de escribir de él y el violonchelo de ella ya no son cómplices sino casi enemigos. Entre medias, tratando de ejercer de árbitro, su hijo ya maduro e independiente. Como casi siempre, un hecho inesperado trastocará esa vida apaciblemente arisca. Desde ese momento, tras unos instantes de no saber qué hacer, deciden volver atrás para poder seguir adelante.
La mejor o la única forma que conoce André de plasmar las cosas es escribiendo. Escribirá la historia de su amor desde el principio. Es la única forma de materializarlo y de poder conservarlo. Deberán recordar cómo eran y cómo se amaron. Sólo así podrán seguir amándose. Entonces volvemos al pasado y vemos una historia de amor sencilla y entrañable. Como muchas otras, pero contada con una sensibilidad y una gracia que te estremecen. Y aunque haya momentos sensibleros, situaciones que te estrujan directamente el corazón y te succionan las lágrimas, todo está hecho desde un respeto tan gigantesco que sólo puedes desarmarte y entregarte a una historia dura de cojones y dejarte estremecer. Y sí, te entra mejor porque son casi muñecos, si fueran actores a cara descubierta... a saber qué habría pasado. Pero está claro que los cuentos, incluso los más crueles entran mejor si te los cuentan unos títeres, unos dibujos animados o unos actorazos con máscaras.
Historia de amor, de recuerdos, de recuperar la memoria, de recordar sensaciones pasadas y reales, de mirar al futuro, de entender al otro, de comprendernos para situarnos. Espectáculo complejísimo y tremendamente bello que te hace llorar como un descosido, pero es que la vida es así. Gracias eternas a estos tres actores, Garbiñe Insausti, Edu Cárcamo y José Dault y al director, Iñaki Rikarte por darme la mejor tarde de domingo imaginable. Bueno, y la música de Yayo Cáceres que es como esas bandas sonoras que con sólo oír dos notas se te rompe el corazón. Como con la música de "La strada", que solo con dos o tres notas te pones a llorar. Evocadora y mágica.

Vayan señores míos, vayan al Fernán Gómez. Y déjense llorar.