martes, 18 de octubre de 2016

La casa de Bernarda Alba. Teatro Fernán Gómez.

La enorme sala Guirau del Fernán Gómez es un espacio tentador aunque está envenenado. Es gigantesco y llenarlo es casi imposible. Prácticamente sólo lo recuerdo bien adaptado en un gran montaje de la actual directora del Español, el "Nuestra clase" de Carme Portaceli y quizá en algún montaje más en el que se cerró la caja para dejarla reducida a la mitad. De hecho, creo que las entradas laterales ni se venden, porque supongo que no se ve nada. Es super cómoda, eso sí, y esas butacas son de ensueño. Y al estar tan inclinado facilita la visión desde cualquier fila en la que estés. Nosotros lo vimos lejos, en una de las últimas filas y reconozco que para espectáculos como este, en los que el aspecto visual es primordial, es necesario verlo bien. A esto hay que añadir que una de las actrices estaba totalmente afónica y tuvo que trabajar con micro. Bueno, a lo que voy. 




Hablar a estas alturas de la magnitud del texto de Federico es absurdo. Es una de las obras maestras de la literatura universal. Punto. Uno de los mayores lorquianos de este país ya lo definió a la perfección: "es como meter la cabeza en una cuneta, en una fosa común". La Bernarda es un retrato salvaje y descarnado de la España más derechona que defiende a capa y espada valores muertos, obsoletos, castrantes y asesinos. Cada palabra y cada imagen descritas en ese texto de Federico esconde un torrente de sombras y de poesía pocas veces igualado. Es casi imposible superar la maestría de definir un personaje en apenas cuatro palabras: "me vais a soñar". La Bernarda es un monumento a la barbarie, a la tiranía, a la castración y al amor judeocristiano pecador, mal entendido y con el infierno como horizonte y la culpa como camino.

Santiago Meléndez ha cogido el texto y ha hecho lo mejor que se puede hacer con él, dejar que él sólo se exprese. Delante de nosotros había una panda que no conocían el texto y se les veía como por momentos iban indignándose y retorciéndose en la butaca según avanzaba la tiranía. 
Meléndez ha llamado a un puñado de actrices para que den vida y muerte a estas pobres víctimas y las has colocado encima de un escenario vacío, sólo ocupado por unas sillas, sombras, pecado y unas luces fabulosas de Fernando Medel. Ahí precisamente llega una de las trampas de esta sala. Hay mucho juego de sombras, de siluetas moviéndose delante de un ciclorama que va cambiando de color según van variando las pasiones en la escena. Del rojo al azul. Sin embargo, en esa sala gigantesca, queda algo deslucido por las dimensiones del escenario. Es tan grande se pierde un poco el efecto pictórico. Desde las filas altas, además, se pierde la perspectiva y por tanto, ese efecto. 
Fantástica música y espacio sonoro de Gustavo Jiménez con el grito como base y el dolor como leitmotiv. 
La encargadas de dar vida y muerte a estas mujeres doloridas son un grupo de actrices entre las que debo destacar a Irene Alquézar que compone una Amelia para comértela. Y Rosa Lasierra ha creado una Poncia que no me gusta. Su gestualidad es exagerada y su forma de caminar y de moverse también. La encuentro demasiado ilustrativa. No sé si quiere que parezca demasiado rural o enfrentarla a la supuesta "delicadeza" de este grupo de mujeres, pero para mi gusto está bastante exagerada. Quizá se esté creciendo según pasan las funciones y necesite frenar un pelo o quizá olvidarse de ilustrar a una mujer del pueblo. Minerva Arbués es una gran Adela, sufriente y dolorida. Espero de corazón que Gema Cruz se hay recuperado de su afonía, porque se veía un gran trabajo en su Martirio y es una lástima que quede deslucido. 




En definitiva, ir a ver "La casa de Bernarda Alba" es siempre apostar sobre seguro, especialmente en este caso. Santiago Meléndez es un hombre de teatro de toda la vida y se las sabe todas. Crea un espectáculo visualmente potente y con un plantel de actrices que llevan el texto de Federico al sitio en donde debe estar. 
  
 

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