viernes, 21 de octubre de 2016

Las Golondrinas. Teatro de la Zarzuela.

Lo de que la Zarzuela sea un género añejo, anticuado y para señoras cardadas y con armiño es un mito que hay que desterrar. Un mito y una losa. 




La Zarzuela siempre ha sido un género despreciado o ninguneado alegando su pobreza musical y sus libretos más bien tirando a pobretones, con chulapas, corralas y conflictos de patio. 
Acabar con esas telarañas es lo que se ha propuesto Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela. Esta es su primera temporada como responsable total, único y absoluto de la programación del teatro y... empieza fuerte. 
Él mejor que nadie se explica clarísimamente en cualquier entrevista que le hacen. No voy a intentar yo repetir sus palabras porque son tan nítidas que intentar repetirlas es quedarse corto. Mejor diré lo que yo pienso. 
Es evidente que en las Zarzuelas, si la partitura está escrita para 6 violines, la van a tener que tocas 6 violines, aunque nos apeteciera que sonaran 30. Musicalmente no se puede cambiar lo que está escrito ni cómo está escrito. Los libretos tampoco los puedes cambiar. Puedes quizá "revisar" cosas, pero si está escrito que se diga "qué bueno es tener una buena mata de pelo" eso es lo que hay que cantar. Con lo cual el único elemento con el que podemos jugar para actualizar el género o para acercarlo a otro público más joven es con la puesta en escena. Está claro que Zeffirelli te va a poner terciopelo y que Frederic Amat va a deslumbrar y a epatar a los más rancios. Eso es así. Y que un director de escena tradicional va a montar una corrala y Pasqual va a hacer arte y a innovar. Que conste que no estoy en contra de los terciopelos ni de las corralas, pero si queremos actualizar el género hay que hacerlo desde la propuesta escénica, que es lo único con lo que podemos jugar. 




Giancarlo del Monaco, aparte de hijo de Mario del Monaco, que ya es un pasote, es uno de los principales directores de escena del mundo mundial. Tiene una ristra de premios y de reconocimientos de caerte de espaldas y se lo rifan en medio mundo. La calidad en ese sentido estaba asegurada. William Orlandi decora el escenario vacío de la Zarzuela y Jesús Ruiz viste a sus habitantes de forma prodigiosa. 
Visualmente este montaje es una gozada. El blanco y negro inunda el escenario y la irrupción del color en el momento en el que la "representación" entra en escena es brillante. Funciona de maravilla. Como funciona incluso mejor la vuelta al blanco y negro cuando la acción sale de la ficción para regresar a la realidad. Realidad fea, atrofiada, incompleta e infeliz en blanco y negro y ficción, comedia dell'arte, fantasía inundada de color. 
Escénicamente Del Monaco hace un gran trabajo, con un primer acto como sacado de una peli de cine mudo (última cena Viridiano / buñueliana incluida) y un segundo y tercer actor brutales, con lo mejor del espectáculo: tanto el dúo Puck, Lina, cada uno en delante de un baúl, iluminados por las bombillas del camerino portátil y la escenona del acto tercero entre Puck y Cecilia, con Lina apoyada en un pilar sufriendo como una loca. Sin duda lo mejor de la noche.
Curiosamente ocurre un efecto extraño, al menos a mí me lo pareció. En la Pantomima del segundo acto, la música no acompaña. Quiero decir, que la escena es pura comedia dell'arte (con Pierrot en vez de Arlequín, pero bueno), el ritmo es comedia dell'arte, los personajes también, el color, la estética, el brillo, la alegría... sin embargo en esta parte Usandizaga creó una partitura que se despega. No se corresponde la brillantez de lo que vemos con una partitura no muy pizpireta, no muy juguetona y más centrada en el momento humanos de los personajes. Sinceramente creo que en este tramo la música no está a la altura mientras que lo que ocurre en el escenario es brillante. 

Óliver Díaz volvió a demostrar que es un grandísimo maestro y sacó sonido trágicos, dramáticos, bellísimos y llenos de matices  de la orquesta titular. Supo ser generoso con los cantantes y respetuoso con la acción, apoyando pero sin enfatizar. Acompañaba a los dramas personales casi como un personaje más pero no ilustraba lo que a los pobres les estaba pasando. Bravo, maestro y bravo todos los miembros de la orquesta.  




En cuanto al elenco, hubo un poco de todo. Felipe Bou cantó como desganado y desde luego tiene una voz justita. Jorge Rodríguez-Norton tiene una voz preciosa que a mí, particularmente me encanta y además es un actorazo. Espero verle pronto en roles de mayor envergadura porque sinceramente lo merece. José Antonio López cantó muy bien (aunque esa tendencia a la risotada le pasar lo que le pasara creo que es una decisión no muy acertada por parte de dirección porque como todos los recursos, al sobreutilizarlo pierda fuerza). Desde luego, es un cantante buenísimo, con una voz imponente y una actitud sobre el escenario convincente y de mucho peso. Ya lo demostró en aquel.. engendro que fue "El público" en el Real y aquí vuelve a demostrarlo en este proyecto mucho más certero. Raquel Lojendio fue de menos a más. Su primer acto fue flojillo, sin encontrarle brillo a su voz y con cierta rigidez tanto vocal como expresivamente. En el segundo acto se vino arriba y soltó mejor la voz, consiguiendo mayor proyección, más expresividad y resultando convincente. Brava. Ana Ibarra deslumbró en el primer acto con un vozarrón amplio, con mucho color, unos graves poderosos, sin soltar aire, y unas notas altas fuertes y seguras. Además se movía con una actitud como de diva que le venía muy bien al personaje. A ver, a mí me parece dificilísimo estar actuando de verdad en un escenario y que para expresarte tengas que abrir la boca y no puedas hablar (lo que es bastante más natural) sino que lo hagas cantando. Me parece dificilísimo y es, aparte de las dotes vocales, lo que más admiro en los buenos intérpretes de lírico. Que hagan creíble un mundo en el que se comunica cantando. Es bestial. Y Ana Ibarra iba arrastrando las zapatillas por el escenario, con mirada de desdén como de actrizón decadente (es lo que representa) y de pronto abría la boca y salía ese chorro. No sé, me parece brutal. Era como ver a Gena Rowlands paseando por el escenario pero cantando de una forma espeluznante. 




Espectáculo imprescindible para cualquiera que ame la música y que quiera ver cómo se puede hacer una zarzuela y que resulte musicalmente vibrante y escénicamente poderosa y convincente. Grandísimo trabajo el de todos y por si para algunos no tenía ya más que demostrada su ingente valía,  una prueba más (y van cientos) de que Daniel Bianco no sólo sabe lo que quiere sino que lo consigue. Y de eso, los madrileños sólo podemos estar agradecidos. Yo, personalmente muero de ganas de ver la "Iphigenia en Tracia" que vendrá a continuación con escenografía de !!!Frederic Amat¡¡¡ Sólo de pensarlo me tiemblan las canillas.

Las impresionantes fotos son como siempre de Javier del Real.       

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