domingo, 24 de abril de 2016

El jurado. Sala Fernando Arrabal.

"Avanti teatro" producen su cuarto espectáculo y de momento parece que están llenando casi todas las funciones. Un exitazo de un iniciativa privada. 
Eduardo Velasco se basa ligeramente en la trama de "Doce hombres sin piedad" y encarga a Luis Felipe Blasco Vilches que escriba un texto trasladando la trama a la España de 2016. En realidad el único paralelismo con la obra de Reginald Rose es que en ambas obras los protagonistas son los miembros de un jurado. En esta ocasión la miga del asunto tiene que ver con un político, una trama de corrupción, un cohecho, regalitos varios, la construcción de un hipódromo... lo que te encuentras habitualmente en cualquier telediario. Para dirigir este espectáculo recurren a Andrés Lima, director de probada solvencia y resultados irregulares.
Vayamos por partes. Lo primero, decir que el espectáculo es dinámico, mantiene bien la tensión, tiene buen ritmo, visualmente tiene peso y está bien iluminada, bien vestida y bien decorada. Formalmente está muy bien y es un producto bien acabado y de calidad. 



Sin embargo también nos encontramos con algunas "sombras". A ver, yo creo que todo en teatro es cuestión de opciones. De las infinitas formas de contar y de las infinitas capas que uno quiere contar, uno elige. Elige la que más le apetece, la que más le interesa, la que cree que va a funcionar mejor o directamente la que le sale de los cojones, porque para eso es tu producto. En esta ocasión se ha optado libremente por contar una trama interesante, intrigante, bien desarrollada pero que recurre quizá demasiado a figuras casi tópicas. Puede que sean prototipos para ilustrar a la mayor parte de la sociedad o para no meterse en fangos mayores, pero para mi gusto la madre humilde y sacrificada, íntegra y sufrida, el empresario facha, el macarra pasota, la guay con dobleces sucios, el prejubilado indolente, el maestro honrado y sensible o el hombre sólido, íntegro y justiciero quizá sean demasiado reconocibles y aunque provoquen la empatía inmediata quizá podrían haber sido algo más complejos. Que todos (o casi todos, o muchos, o algunos) tengamos un trapo sucio que ocultar también es algo tópico (o eso quiero creer). Quizá se podía haber optado por buscar algo más de profundidad, por bucear más en las miserias humanas de todos los tipos. La ocasión era propicia para dar caña tanto a la barbarie que los corruptos llevan años cometiendo en nuestro país como a la falsa moral o a la corrupción a menor escala que mucha gente normal vive en su día a día, a veces utilizada como arma para mirar para otro lado. No sé, si yo hubiera tenido en mis manos elegir la opción, habría buscado algo más complejo. Pero como lo escojo yo, pues mira, los que lo hacen han tomado ese otro camino y es su derecho y su decisión. Filosóficamente se me queda a medio gas y me da rabia, porque muchas veces está en nuestra mano dar caña y desaprovechar las oportunidades me da coraje. 



En el desarrollo, hay bastantes escenas "largas" que ilustran bien cómo son los personajes y sus conflictos. Sin embargo hay en medio varias escenas fugaces, más cortas que hacen que el ritmo decaiga un poco, porque no aportan mucho y en vez de relajar un poco antes de seguir con lo denso, consiguen que la atención se disperse. Otra vez, la opción está en manos de los responsables que han elegido hacerlo así.
También es opcional buscar ciertos tópicos en la construcción de los personajes. Canco Rodriguez e Isabel Ordaz por ejemplo están pasados de revoluciones, para mi gusto. Si están al 8, deberían bajar un pelín y quedarse en el 5 o 6. Están demasiado gritones y exagerados y eso no ayuda a darles credibilidad ni solidez. Empatizan con el público, sí, y mucho y la gente se mea, eso es innegable. También es una opción. A ver, es lógico que busques el favor del público, a fin de cuentas montas un espectáculo esperando que le guste al mayor número de personas. Eso es evidente. Pero quizá en el término medio está la virtud. Ellos dos me parece que están pasados. Eduardo Velasco sin embargo, Luz Valdenebro, Victor Clavijo y Pepón Nieto me parece que están fantásticos. Centrados, justos, equilibrados, con potencia, peso, verdad y solidez. 



En definitiva, creo que es un buen montaje, que está funcionando bien y que seguirá haciéndolo. Personalmente creo que a la hora de elegir dónde posicionarse, podrían haber optado por buscar más profundidad y calado y haber dado un buen mazazo a los entresijos y las gallinejas de esta sociedad en la que "mientras yo salga ganando todo vale". Pero... como ya he dicho, el teatro es cuestión de opciones. Como la vida.        

viernes, 22 de abril de 2016

Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Abadía.

Que Alberto Conejero se encargue de versionar la obra de Lorca es sin duda sinónimo de calidad y de exhaustividad. Seguramente Conejero sea hoy en día, después de Lluís Pasqual, una de las personas que más y mejor conocen a Federico. Así que de entrada uno va seguro y confiado. Decir a estas alturas de la vida que Conejero es uno de nuestros dramaturgos más sólidos y con mayor proyección (evidentemente merecidísima, claro está) es como decir que la hierba es verde. Otra cosa es coger varios textos de Federico y unirlos sin que eso chirríe o se caiga en la tentación de recalcar lo sugerido o enfatizar lo que toca. Lo que toca y además hiere. Ahí hay que descubrirse ante Conejero por conservar el ideario de Federico y crear un texto nuevo pero respetuoso, compacto y que podría estar firmado por Lorca tan ricamente. Me descubro. Los fragmentos de "Los títeres de cachiporra" ni se notan (a menos que te conozcas los textos, jeje) y los fragmentos de las conferencias e incluso los dos poemas parecen haber nacido justamente ahí, en el sitio en el que están. Quizá el prólogo le de cierta frialdad la arranque de la función, pero situar la obra en un marco tan concreto es útil y hasta necesario. Porque la "Gacela del mercado matutino" hiela la sangre tal y como surge en medio de la función. Eso es porque quizá ese sea su sitio natural. 
Puesta en escena de Darío Facal más que buena. María de Prado crea un espacio guiñolesco, divertido y muy naif, ayudando así a que la atención no se desvíe del propósito último, la historia de amor y sacrificio. Quizá no sea necesario iluminar el rótulo al final de la función. Es un guiño que personalmente creo que debería quedar oculto y si alguien lo pilla, bien. 



Darío Facal hace cosas muy buenas, por ejemplo el sueño de la pareja, absolutamente brillante, o todos los momentos lúdicos. Eso sí, cae en la tentación de dejarse llevar por el aspecto más lírico de la relación amorosa y durísima digamos que... del trío protagonista. Quiero decir que esa pareja se mete en una espiral de dolor, daño y tristeza que podría haber girado hacia le drama o incluso hacia la tragedia y sin embargo se queda en el melodrama. Y en ese momento, creo que la función se viene un poquito abajo. Está claro que la tragedia de Perlimplín es dolorosa y que el dolor es lento e implacable, pero lo que ha surgido es terrorífico, es un ser preso de su cuerpo que asume la inmolación en nombre de la pureza de su amor. Belisa en su ignorancia e inocencia ha desgarrado ese corazoncito y poco a poco lo va estrujando. Por eso el tono suave y melodramático creo que se queda corto. Mi cuerpo o mi mente o mi corazón me pedían más dolor, pero de dentro, no de flojera. 
Emilio Gavira está inconmensurable. Es innegable que físicamente su interpretación adquiere un matiz superlativo, pero su asunción del personaje, su forma de mirar, de sonreír y de llorar hacia dentro es absolutamente magistral. Berta Ojea y Cristina Otero parecen salidas de un teatrillo de guiñol. Fantásticas las dos. Igual que Olivia Delcán, aunque quizá su acercamiento a Belisa sea algo liviano y un poquito más de vuelta de tuerca y de peso específico le habría hecho ganar muchos enteros. 
Brillantísimo texto dirigido con pellizco, con brío y con una chispa que inunda todo el montaje aunque quizá el giro melodramático podría haber tenido algo más de sentido trágico. Por sacar faltas, digo. Y con un Emilio Gavira que es puro dolor, puro desgarro y bello sacrificio. 
No puedo resistirme a la tentación de dejaros aquí "herido de amor", un poema que por muy increíble que parezca, está tal cual en medio de la obra. Sí, ni añadido ni leches, Federico lo puso ahí en medio. Porque esa es la esencia de "Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín"; puritito dolor.  

"Amor, amor
que estoy herido. 
Herido de amor huido, 
herido, 
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,  
¡herido!
¡Muerto de amor!



Numancia. Teatro Español.




¿Es posible que un espectáculo en el que todos los que intervienen hagan un gran trabajo, todos los ingredientes sean de primera y encima lo demuestren pero con todo y con eso no funcione? 
El hecho teatral es siempre único. Lo he repetido hasta la saciedad y lo seguiré haciendo. El espectador de la fila 5, butaca 7 vive su propia experiencia única y viva y no tiene por qué ser la misma que vive y siente el espectador de la fila 5, butaca 9. Dos seres pensantes y sintientes que reciben, digieren y metabolizan de forma personal e intransferible el mismo espectáculo. 
El día del estreno hubo muchísimos aplausos, gente en pie y gritos de "bravo". Evidentemente a todos ellos les había encantado la función. Y yo me alegro por ellos, en serio. Yo también voy siempre al teatro esperando y confiando en que me vaya a gustar lo que voy a ver. Aunque no siempre pasa.



La versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño me parece muy acertada. Incluso las referencias más cercanas estan bien introducidas a pesar de que tanto el prólogo como el epílogo sean quizá algo ilustrativas e intenten explicar lo que cada uno por sí mismo sabe y o está a punto de corroborar. La escena del parto... sinceramente, no me gustó. No me conozco la obra de Cervantes al dedillo, pero creo haber leído por ahí que es añadida en esta versión. Desacertada según mi parecer. Pero bueno, en general digamos que la versión es buena y sólida. El espacio creado por el maestro Alessio Meloni es bestial. Colores, materiales, densidades, texturas... todo evoca la guerra, la desolación, el asco y la barbarie. Con apenas unos paneles, un fondo poderoso y una pasarela, despliega tanto el campo de batallas, como la intimidad de una casa o el cerco a la ciudad de Numancia. Ahí radica la grandeza de una escenografía. Genial. Como geniales son las luces de José Manuel Guerra. Más que luces son seres vivos y no solo crean espacios, focalizan intimidades y elevan deseos sino que cobran vida casi como si fueran un personaje más. Muy bien vestido todo el espectáculo por Almudena Huertas, aunque quizá los abrigos romanos resulten algo obvios. Tanto la música como el espacio sonoro creados por Luismi Cobo vuelven a ser un portento, otra demostración más de que sin duda Luismi Cobo es no sólo un compositor descomunal, sino un alma sensible que bucea entre las palabras y entresaca emociones. Prodigioso.



El reparto es buenísimo, de lo mejorcito que puedes encontrar ahora en Madrid. Todos son grandísimos actores. Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Markos Marín, Maru Valdivielso, Alberto Jiménez, Carlos Lorenzo..., todos ellos han demostrado mil veces que son grandísimos actores y capaces de lo que les pongan por delante. Sin embargo, en esta ocasión, creo que la mano que les guía no ha sacado lo mejor de ellos. Cuando hacen de "grupo" se mueven con solidez y entre todos crean una masa como tiene que ser; sólida y firme y ahí están todos mejor que en sus momentos individuales. Porque todo está teñido de un aire de "trascendencia". Todo está dicho como si fuera importantísimo y con demasiado peso. Todas las frases parecen sentencias declamadas con un tono casi apocalíptico. Menos Beatriz y Alberto, ahí sí hay libertad y el corsé se relaja. Dan paso a un verso fresco y suelto, a pesar de seguir manteniendo la grandeza de lo que dicen. La palabra sigue siendo demoledora, pero la actitud es otra, no es trascendente y con eso consiguen que el peso de lo que dicen caiga con más fuerza. Toda la escena de Miryam Gallego por ejemplo, me parece paradójicamente demasiado plana. Arranca con ella en un tono emocional ya altísimo y prácticamente sigue en el mismo tono todo el rato. Pero porque empieza tan arriba que es casi imposible subir más. Ella pone fuerza, desesperación, emoción, todos sus recursos de buenísima actriz, pero... la escena para mi gusto no levanta el vuelo porque es premeditadamente dramática y no solo se le ve el cartón, sino que ese exceso dramático no ayuda a dar verdad. 



Eso ocurre un poco en general. El espectáculo cuenta con ingredientes de primer orden. Pero la mayoría de las veces tanto el espacio como las luces, la música o los actorazos están cubriendo emociones y verdades que no terminan de aflorar. La maquinaria espectacular y abrumadora suple una emoción más real. No sé cómo explicarlo, creo que Pérez de la Fuente tiene un gran sentido del espectáculo, así a lo grande. Crea un envoltorio realmente espectacular pero que impide que se desarrollen verdades y emociones más reales. Insisto, los actores son brutales, las luces, música, espacio, ambiente, densidad, todo. Todo es brutal, pero... la parafernalia y el exceso de querer emocionar y epatar consiguen lo contrario, que el texto suene demasiado expuesto y que pretenda tener más peso del que tiene. Ese afán de recalcar consigue, en mi caso al menos, enfriar. En mi corazón, lo que iba sintiendo era que tanta parafernalia (toda sublime, eso sí) restaba emoción y verdad. 
Respondiéndome a mí mismo, en este caso creo que sí, que es posible que teniendo la mejor música, la mejor escenografía, las mejores luces, un gran vestuario, un grandioso reparto y un textazo, al final acabe resultando al menos para mí, frío y de una densidad inmerecida. Es posible que Juan Carlos Pérez de la Fuente haya puesto tanto de sí mismo y de sus circunstancias personales que haya descuidado el peso efectivo de lo que estaba montando. O puede, simplemente que conmigo no haya funcionado su trabajo. Esto último es más que probable.  

lunes, 18 de abril de 2016

La fiesta. Cineteca, Matadero.

Jorge Muñoz dirige este texto de Spiro Scimone adaptado por Álvaro Vicente en la Cineteca del Matadero, un espacio poco habitual que casi sólo se usa durante el Frinje y en contadas ocasiones. una lástima, porque es muy cómodo y deberían explotarlo un poco más.
Director y actores fundaron "La Lechería", productora cuyo primer trabajo es "La fiesta". 




Desconozco el texto original, pero confieso que esta adaptación de Álvaro Vicente es brillante. El texto tiene de todo, buen ritmo, intriga, tensión, complicidad, morro, crueldad, tristeza, nostalgia y amargura por todas partes. Todo cubierto de un barniz como resquebrajado, como si fuera una mesilla de noche barnizada sobre la que se han caído cien vasos de agua y ese barniz de los años 50 se ha levantado y está cuarteado. Como la realidad, como la vida, como la monotonía o como el hastío. Porque es hastío es viejuno, es gris y es frío. 
Pareja que no se soporta. O pareja que lleva demasiados años juntos y han pasado ya por todo. Ahora, hoy, se tiran puyas como cualquier día, se disparan a matar como cualquier día, y se envenenan mirando la espalda del otro como cualquier día. Lo malo es que hoy es su aniversario. Y claro, hay que celebrarlo, porque quieras que no, con quien vives es con el otro y eso es por algo. Ellos se hieren, se disparan y se respetan lo justo. Él es cruel, malo, hiriente, chabacano y sucio. Pero es que ella también se las trae. Mala perra que las tira en cuanto tiene ocasión y que se capaz de torturar a su marido en cuanto puede y de descojonarse de las desgracias del pobre. Porque lo del perro... vaya tela. Mal, mala. Y Juan... es clavadito a su padre. Hasta dice prácticamente sus mismas frases. 
Pero es normal, y ahí aparece el drama y lo más cruel de la situación. Ellos llevan muchos años juntos, quizá demasiados y seguramente deberían haber puesto fin a su aventura hace tiempo, antes de empezar a hacerse daño. Pero es que en el fondo se quieren, o se necesitan o se han acostumbrado el uno a la otra. El caso es que se rechazan tanto como se necesitan. Por eso él le pide que la tarta sea de fresa, "como a ella le gusta" y por eso bailan esa danza de la muerte tan trágica como demoledora. Una imagen de esas que gracias a los actores, a la mano de Jorge Muñoz, a unas preciosas luces y a una escenografía del propio Jorge Muñoz se quedan clavadas en la retina. Un espacio, esa cocina, reducto, metro cuadrado de odios y rencores. No caben ni la felicidad ni el sosiego. Coño, si casi no cabe ni una silla.  
Esta pareja que puede ser la de tus padres, o la de tus abuelos, o la de esos vecinos que se gritan por le patio reflejan la vida detrás del muro de cualquier vivienda, son la vida misma, son el cansancio o la tristeza de una convivencia ajada y muerta en vida hace mucho.  




La madre la interpreta Marta Betriú y el papel de marido se lo reparten entre Jorge Basanta y Carles Moreu. Yo vi a Carles y debo decir que aunque el padre me recordó a ratos a Manuel Alexandre, las composiciones que hace de los dos papeles son asombrosas. Desgraciadamente no conocía a este maravilloso actor y confieso que me he quedado prendado de su forma de trabajar, de su relajación y de su exhaustividad en le trabajo. ¡¡Chapeau!!  

Si tengo que ponerle algún "pero" es quizá que las edades de ellos me resulten... raras. Se supone que celebran sus 20 años casados y por lo que se dice... deberían tener unos cuarenta y pocos. El hijo tiene veinte y el padre sale a trabajar más o menos "habitualmente" (más bien menos). Sin embargo tanto por cómo están, como por lo que les pasa y por el nivel de desintegración que tienen, parecen más bien una pareja de casi jubilados o de jubilados sin casi. No sé, por un lado podría asegurar que están en torno a los cuarenta y pocos pero por otro lado veo a una pareja y unas situaciones de una pareja mucho más mayor.




En cualquier caso, debéis ir a ver "La fiesta" sólo por ver esta pieza neorrealista y dura, triste, amarga y seca, envuelta en el celofán de la comedia y con un buen trabajo tanto de dirección como del grandísimo Carles Moreu. Brillante.      

sábado, 16 de abril de 2016

María Moliner. Teatro de la Zarzuela.





La zarzuela es para señoras cardadas con abrigos de visón y sólo salen chulapas, joteros y corralas. Ay, no, calla, en qué estaría yo pensando... Mejor me quito el abrigo de prejuicios y empiezo otra vez. 
La zarzuela es, como cualquier otra arte escénica o como cualquier otro aspecto de la vida una cuestión de elecciones. Puedes elegir lo que haces, con quién lo haces y cómo lo haces. Daniel Bianco ha presentado en la Zarzuela esta obra, para la que habían encargado la partitura a Antoni Parera Fons y el libreto a Lucía Vilanova, la dirección musical a Victor Pablo Pérez y la dirección escénica a Paco Azorín, otro ser tocado por las musas. Y claro, ¿qué sale de todo ese mejunje? Una fabulosa obra impresionante, inolvidable e impecable lo mires por donde lo mires. 




Los aciertos en esta producción van en fila india, uno detrás de otro. La partitura compuesta por Parera Fons es virtuosa y preciosa de principio a fin. Mezcla estilos y referencias y conserva tanto una musicalidad embrujadora desde las primeras notas del piano hasta el final, como un respeto por el libreto y un trabajo ejemplar de creación de una obra como unión de varios elementos. La obsesión de María Moliner fue la palabra. Salirse de la definición académica y rígida de las cosas y buscar el "uso" de los términos; describir el entorno en el que se utiliza cada palabra y su significado e intención últimos. En este sentido tanto el libreto como la partitura debían demostrar ese mismo respeto por la palabra y permitir algo tan simple y básico como que se entiendan TODAS las palabras que se cantan o se interpretan. Por eso se huye de los momentos acelerados, precipitados o embarullados y se opta por el sosiego, la concreción y la intensidad. Y dándole al coro unas funciones inteligentes, recalcando lo que hay que recalcar y apoyando la parte metafórica de la obra. Magistral. Fantástica partitura en ese sentido y gran libreto que consigue "resumir" una vida y un planteamiento tan intenso en apenas diez escenas. Claro que ahí hay un problema. O una duda al menos. Me refiero a que yo conocía la vida de María Moliner. Y quizá por eso me enteré de todo, de su intento de ingreso en la RAE, de su enfermedad cruel y devastadora que iba diluyendo precisamente su memoria y su uso de la palabra. Aquí se me plantea una duda intelectual. No sé si para entender y recibir en toda su dimensión una obra debo saber algo sobre ella antes o si debo dejar que la obra en sí me lo explique. No estoy seguro de si habría comprendido todo lo que le pasó a esta mujer si no hubiera conocido antes su vida. No estoy seguro de si es misión de una obra, darte a conocer todo eso. No estoy seguro de si una obra debe pretender algo que no sea contar lo que concretamente te cuenta y dejarte llevar por la belleza y el poder de la música y la letra. No estoy seguro de si hay que pedir que cuenten más y mejor. No estoy seguro de si yo y mi conocimiento (muy superficial) completamos datos y rellenamos vacíos o si en realidad no hay vacíos y lo que se cuenta es lo que es necesario contar. La verdad es que no me importa. Lo que me importa es que disfruté, sufrí, lloré y me emocioné disfrutando de este espectáculo emocionante, respetuoso, justo y brillante en todos los aspectos. Eso es lo máximo que le puedes pedir a un espectáculo. 




Volviendo al tema de las "elecciones", el haber elegido a Paco Azorín para llevar a la escena esta obra creo que es de los mayores aciertos de la historia del arte. Únicamente tengo un "pero" y lo dejaré para el final, para no enturbiar. Azorín crea una escenografía útil, brillante y muy impactante y consigue colocar en medio a la pareja protagonista logrando que parezca un auténtico hogar. Maneja el movimiento escénico como un maestro y consigue un espectáculo asombroso. Al elegir a Azorín han dado en el centro de la diana. Ha sido la mejor elección posible. Demuestra, aparte de su genio por encima de los humanos, que la zarzuela no es de cardados y colonia "Joya". Mezcla además, nuevas formas ya desde los créditos iniciales. Utiliza técnicas de video creación en directo llevando de golpe la zarzuela al siglo XXI. Azorín crea un espectáculo a la altura de los mejores teatros del mundo y da una lección de que cuando uno ama lo que hace y tiene sensibilidad, conocimiento y sentido del amor, de la estética y se adentra en lo que hace hasta la médula, las fronteras de la creación son infinitas. De corazón digo que este espectáculo debería pasar a la historia de la escena.
El grupo de mujeres que rodean a María todo el tiempo son un grupo de actrices  de primera fila y eso se nota. Rocío Martín, Gadea Quintana, Vanessa Vega y sus compañeras crean un coro que envuelve, protege y persigue a la prota como si fueran las voces de su mente. Grandiosa creación que demuestra que hasta la última persona que pisa un escenario tiene que ser siempre necesaria y la mejor opción posible. Y en este caso Azorín ha elegido al mejor elenco que puedas encontrar. Exactamente igual que los actores, los caballeros oscuros y las voces acusadoras. El almanaque supone un punto poético que une perfectamente las acciones y que sitúan no sólo en el tiempo sino en el estado de ánimo. Cojonudos Gerardo López, Toni Marsol y David Oller. Fabulosas las académicas y Sebastiá Peris. José Julián Frontal cantó de maravilla, con dulzura, sabiduría y mucho peso y además demostró ser un grandioso actor. Un intérprete soberbio que debería prodigarse más por los grandes escenarios. Y María José Montiel absolutamente fascinante. Una voz impecable que manejó con una soltura casi vergonzosa y demostrando sobre todo, aparte del poderío vocal, que entiende, respeta, admira y quiere a su personaje. Gran, gran actriz. Ese final... por dios... Y bueno, Juan Pons. Qué decir. Uno de los grandes. Sale, se luce y encandila al personal. Grande.




Vestuario, iluminación, vídeo... todo es perfecto e insuperable. Cada uno de los responsables de esta producción deben sentirse orgullosos porque la obra que han levantado es un monumento a la figura de una mujer admirable, a su coraje, a su valentía y a su amor. Y un monumento brillante y bestial. Sin duda uno de los acontecimientos del año. Está claro, cuando eliges a los mejores, lo que sale es lo mejor. 
Maravillosa labor de Vicor Pablo Pérez al frente de la orquesta de la Comunidad de Madrid, que sonó y brilló como nunca. 

El "pero" ese del que hablaba antes... es una bobada en realidad, pero... esa escalera... me recordaba demasiado a la torre/convento de la "Suor Angélica" de Pasqual. Aunque reconozco que me encanta, jeje.  


            

viernes, 8 de abril de 2016

Una y otro. Nave73

David Huertas era hasta ahora, principalmente actor. Pero cuando a uno le bulle la cabeza, las inquietudes le asaltan y necesita contar cosas, las barreras creativas se rompen o mejor dicho, se mezclan y acaban regalando bombones como este "Una y otro". 
Coño, y si yo fuera uno de los dos actores que interpretan esta creación de David le estaría eternamente agradecido, porque les regala un vehículo de lucimiento de esos inolvidables. 



Nuestra mente, evidentemente está repleta de referencias, de experiencias que hemos vivido y que nos han moldeado y rellenado. David Huertas, o al menos este texto suyo contiene referencias reconocibles. O... quizá seamos nosotros los que estamos llenos de referencias a las que echamos mano corriendo para entender, racionalizar o completar las informaciones que vamos recibiendo. El caso es que ahí dentro (o dentro de nuestro coco) está "1984", está "La isla", está "El método Grönholm"... está todo eso pero todo es nuevo, todo es marca blanca. Porque lo que plantea es universal.
Lo que reconozco que no distinguí fueron las cuatro "partes" que conforman "Un y otro": "tierra, trabajo, capital y factores productivos". Vamos, que eso lo leí después, pero tampoco lo eché de menos. La metáfora es la metáfora y en un trabajo como este, que plantea más preguntas que respuestas, manejar demasiadas "pistas" antes de verlo... no creo que ayude a nada. Mejor entrar virgen.
David escribe este texto en el que como digo, se plantean más preguntas que respuestas. Y se plantean uniendo indefectiblemente texto y puesta en escena. Ambos elementos, que siempre han de ir unidos o al menos en paralelo, en este caso son una misma cosa. Escenografía fría, sin nada que pueda situar la acción ni en el tiempo ni en el espacio. Pueden estar en cualquier sitio en cualquier época pasada o futura. Dos colchones, dos sacos con una numeración de la que no sacas ni una pista, y mira que las busqué, un cubo y dos estructuras "iluminables" de las que tampoco sacas ninguna referencia. Porque pueden estar en cualquier sitio, en cualquier empresa, en cualquier gobierno, en cualquier planeta, bajo tierra o sobre ella, hace cien años, trescientos, dos, o en 2045. Y ahí en medio, dos seres, un encuentro y un conflicto. Minimalismo puro.



Aloma Romero y Daniel Jumillas son dos seres de marca blanca, encerrados en un habitáculo de marca blanca, vestidos con unos monos de marca blanca, con una misión de marca blanca, lo más impersonal del mundo; montar cajas de cartón. Y una equis. Muchas equis. Y ambos trabajan o aspiran a hacerlo para una empresa de marca blanca, o para un gobierno de marca blanca. Esa referencia te la tienes que montar tú solito en tu cerebro, porque ni David Huertas, ni Aloma ni Dani te van a dar más pistas. El resto es un conflicto universal. La lucha por ascender (no se sabe hacia dónde), la manipulación de tu vecino, de tu igual o puede que de los poderes. Porque ¿quién maneja a quién en "Una y otro"? Al fin y al cabo ellos están despojados de todo. No tienen personalidad en su ropa, ni en sus hábitos, ni en sus gustos; el individuo ha muerto y por no tener no tienen ni nombre. Ella es "Una", que es todas y es ninguna. Él es "Otro", porque no es ni uno. "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais". Porque ese final, ¿es o no es Blade Runner? ¿No somos o no son dos replicantes? Por qué no. 



Aloma Romero despliega todo un catálogo de intenciones, de ir y venir y de intentar taladrar al otros sin que se entere. Daniel Jumillas se repliega en sí mismo, se encierra, se protege a la vez que se expone y regala una interpretación generosa y arriesgada demostrando que es uno de los actores más vivos y valientes de su generación. 

Brillante trabajo de los dos actores suicidas para regalarnos un bombón envenenado responsabilidad de David Huertas. Tres nombres a los que no hay que perder de vista.          

miércoles, 6 de abril de 2016

Home. La pensión de las pulgas.

Que la danza es una de las disciplinas más sacrificadas, desagradecidas, sufridas y desconocidas de las artes escénicas es una triste realidad. Lo he dicho mil veces y desgraciadamente habrá que seguir repitiéndolo, sobre todo tras ver a cuatro chavales tentados por la fama efímera que dan tres volteretas en la caja tonta y pretenden llamar a eso que hacen "danza". No me jodas.
Porque sea vistoso, porque te de la sensación de que los bailarines se divierten y porque gracias a horas y horas y horas y años y años y años de preparación los profesionales consigan transmitir que las salvajadas que hacen son fáciles no significa que lo pueda hacer cualquiera. Hacer que parezca fácil y natural una técnico que lleva años y años de preparación y un aprendizaje y proyección continuos no es porque sea fácil, sino porque a base de sacrificio se ha convertido en virtuosismo. Y el virtuosismo consiste en hacer que parezcan fáciles cosas sobrehumanas. Un respeto, por favor.




José Martet llevó la danza a "La casa de la portera" hace tiempo y le prestó su espacio minúsculo a ese genio estratosférico que es Chevi Muraday y este genio nos regaló "Cenizas" por ejemplo. Ahora el reto llega hasta la Compañía Nacional de Danza. Casi nada.
José Carlos Martínez, director (espero que por muchos años) de la CND, acepta el reto y, en mi opinión aprovecha para atacar por varios frentes. Por un lado les de la oportunidad a los bailarines de la Compañía de que desarrollen sus inquietudes y creen sus propias coreografías (ya hemos visto algún ejemplo más en Matadero, por ejemplo). Un bailarín, aparte de ejecutante debe ser creador y aquí desarrollan su lado creativo aparte del activo. Primer mérito. Pero además saca la danza del "gueto" de los teatros. A ver, ver danza en un teatro es un rito, es una maravilla y es, a veces, casi una eucaristía y es inevitable que para ver una maravilla como "Carmen" o como el "Quijote" que acaban de hacer haya que ir a un teatro. Es así y así tiene que ser. Pero dejar la danza anclada a un escenario es como intentar ponerle fronteras al mar. La danza es una expresión creativa, un impulso natural e inevitable del ser humano y no le hace ningún bien conservarlo como algo elitista, o para entendidos, o para gente con pasta o para apolillados. La danza es una necesidad que se tiene y se puede desarrollar en cualquier sitio. Exactamente igual que el teatro. Porque nace del mismo sitio y de la misma necesidad. Y que Martínez saque la danza de los santuarios y la ponga a medio metro de tu jeta es lo mejor que se puede hacer por la danza. La danza en los teatros es una cuestión de lógica y la danza en cualquier espacio es una cuestión de salud.
Elisabet Biosca y Agnès López son las principales responsables de este "Home", aunque en el programa avisan de que han trabajado en colaboración con sus compañeros de aventura Mattia Russo, Aleix Mañé, Mar Aguiló, Antonio de Rosa e Isaac Montllor, "Home" no es que sea una pieza de orfebrería por todo lo que he dicho antes sobre la danza y el compromiso. Bueno, lo es por eso, pero también por lo que es y por cómo es como espectáculo. Porque "Home" es una puta maravilla.



"Home" no es "House". Hogar no es casa. "Home" es donde uno se recoge cuando necesita calorcito, es refugio y es rincón acogedor, es amor y es pareja, pero es soledad, es abandono, es juguete roto y es salvación. Y "Home" es cualquier familia. Familia de la del siglo XXI, por fin. Hoy existen tantos modelos de familia como individuos hay en el mundo. Dos, tres, uno, una, cuatro, o doce. Y "Home" nos lleva a sitios calentitos casi todos.
Se va a cocinar algo, una receta curiosa que nos va a llevar por sitios cómodos algunos e incómodos otros. Como los seres humanos y sus relaciones. Entramos y bajo la música de Nino Rota comienza el desfile. "Amarcord" tuvo un título entre paréntesis, "mis recuerdos". Y esos recuerdos pueden ser perfectamente los de una saga que quizá empiece con esa pareja mal avenida, siga con el juguete roto abandonado en su día, continúe con una pareja de hombres en la coreografía más sexual y caliente que he visto en años y acabe con la cena de familia sin familia. Todo un prodigio tanto de planteamiento como de desarrollo. Mil enhorabuenas a Agnes y a Elisabet.  



El elenco... glorioso. No voy a hablar de su virtuosismo técnico porque es obvio y evidente. Aleix Mañé abre y cierra con gracia, humor y complicidad. Mar Aguiló te destroza el alma literalmente con ese juguete roto que descompone ante tus morros mientras convierte sus manos en dos instrumentos de lamento psicológico. Esas manos me dejaron machacado. Mattia Russo y Antonio de Rosa se bailan el dúo de amor más precioso de la historia. Necesidad, olvido, apoyo, dependencia y complicidad bajo las notas del "Nunca jamás" de Javier Solís. De no querer que amanezca. Elisabet se marca la pieza de la embarazada con una mezcla de delicadeza, soledad, pasión y abismo que te hiela. El número final tortilla en mano es de antología de la danza. Los hermanos Marx alrededor de una mesa. Genial y consiguiendo dibujar una sonrisa en tu alma herida.
Y luego está el numerazo del sofá, con Agnes y ese ser sobrehumano que es Isaac Montllor. Querer definir este dúo es como intentar definir un amanecer, la sonrisa de un bebé o un abrazo cuando estás roto. Es celeste, es mágico, es una cuchilla, es una rosa y es un pez luna. Sé que sus compis me van a perdonar, pero hay veces en las que encuentras a gente que te producen cortocircuitos emocionales. Desde la primera vez que vi a Isaac bailar me quedé embrujado. hay una conexión especial entre su forma de hacer y mi forma de entender el mundo. O yo qué sé. Pero cada mirada, cada gesto, cada movimiento, cada espasmo y cada respiración se me clavan directamente en mi centro. Hay gente con la que tengo esa conexión extraña que no sé cómo llamarla pero que hace que su forma y nivel expresivo sea exactamente le que mi mente y mi naturaleza necesita para vivir. Y el dúo de Isaac con Agnes es en sí mismo una razón para vivir.




Si hasta hoy había razones más que sobradas para rendirnos a los pies de José Carlos Martínez y de sus prodigiosos intérpretes, después de ver "Home" la adoración y la admiración han traspasado las fronteras del infinito y al menos en mí, se han desbocado como locas. A ver ahora esto cómo lo quemo yo...