viernes, 22 de abril de 2016

Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Abadía.

Que Alberto Conejero se encargue de versionar la obra de Lorca es sin duda sinónimo de calidad y de exhaustividad. Seguramente Conejero sea hoy en día, después de Lluís Pasqual, una de las personas que más y mejor conocen a Federico. Así que de entrada uno va seguro y confiado. Decir a estas alturas de la vida que Conejero es uno de nuestros dramaturgos más sólidos y con mayor proyección (evidentemente merecidísima, claro está) es como decir que la hierba es verde. Otra cosa es coger varios textos de Federico y unirlos sin que eso chirríe o se caiga en la tentación de recalcar lo sugerido o enfatizar lo que toca. Lo que toca y además hiere. Ahí hay que descubrirse ante Conejero por conservar el ideario de Federico y crear un texto nuevo pero respetuoso, compacto y que podría estar firmado por Lorca tan ricamente. Me descubro. Los fragmentos de "Los títeres de cachiporra" ni se notan (a menos que te conozcas los textos, jeje) y los fragmentos de las conferencias e incluso los dos poemas parecen haber nacido justamente ahí, en el sitio en el que están. Quizá el prólogo le de cierta frialdad la arranque de la función, pero situar la obra en un marco tan concreto es útil y hasta necesario. Porque la "Gacela del mercado matutino" hiela la sangre tal y como surge en medio de la función. Eso es porque quizá ese sea su sitio natural. 
Puesta en escena de Darío Facal más que buena. María de Prado crea un espacio guiñolesco, divertido y muy naif, ayudando así a que la atención no se desvíe del propósito último, la historia de amor y sacrificio. Quizá no sea necesario iluminar el rótulo al final de la función. Es un guiño que personalmente creo que debería quedar oculto y si alguien lo pilla, bien. 



Darío Facal hace cosas muy buenas, por ejemplo el sueño de la pareja, absolutamente brillante, o todos los momentos lúdicos. Eso sí, cae en la tentación de dejarse llevar por el aspecto más lírico de la relación amorosa y durísima digamos que... del trío protagonista. Quiero decir que esa pareja se mete en una espiral de dolor, daño y tristeza que podría haber girado hacia le drama o incluso hacia la tragedia y sin embargo se queda en el melodrama. Y en ese momento, creo que la función se viene un poquito abajo. Está claro que la tragedia de Perlimplín es dolorosa y que el dolor es lento e implacable, pero lo que ha surgido es terrorífico, es un ser preso de su cuerpo que asume la inmolación en nombre de la pureza de su amor. Belisa en su ignorancia e inocencia ha desgarrado ese corazoncito y poco a poco lo va estrujando. Por eso el tono suave y melodramático creo que se queda corto. Mi cuerpo o mi mente o mi corazón me pedían más dolor, pero de dentro, no de flojera. 
Emilio Gavira está inconmensurable. Es innegable que físicamente su interpretación adquiere un matiz superlativo, pero su asunción del personaje, su forma de mirar, de sonreír y de llorar hacia dentro es absolutamente magistral. Berta Ojea y Cristina Otero parecen salidas de un teatrillo de guiñol. Fantásticas las dos. Igual que Olivia Delcán, aunque quizá su acercamiento a Belisa sea algo liviano y un poquito más de vuelta de tuerca y de peso específico le habría hecho ganar muchos enteros. 
Brillantísimo texto dirigido con pellizco, con brío y con una chispa que inunda todo el montaje aunque quizá el giro melodramático podría haber tenido algo más de sentido trágico. Por sacar faltas, digo. Y con un Emilio Gavira que es puro dolor, puro desgarro y bello sacrificio. 
No puedo resistirme a la tentación de dejaros aquí "herido de amor", un poema que por muy increíble que parezca, está tal cual en medio de la obra. Sí, ni añadido ni leches, Federico lo puso ahí en medio. Porque esa es la esencia de "Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín"; puritito dolor.  

"Amor, amor
que estoy herido. 
Herido de amor huido, 
herido, 
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,  
¡herido!
¡Muerto de amor!



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