Espero no dar a entender con mis palabras que en ningún momento considere "El sueño de la vida" como una obra fallida. Nada más lejos. Sobre todo porque para que algo falle, tiene que haber una meta, un propósito, una finalidad y justamente mi comentario se basa en lo opuesto.
A veces, muchas veces, casi siempre la clave de la cosa está en el ojo que mira, no en lo que el ojo ve. El objeto está ahí y tiene la vida que tiene. Es el ojo el que mira y ve, o mira sin ver, o mira una cosa y ve otra, o mira pero ve negro lo blanco, o mira y ve lo que le sale de los cojones...
La historia la sabemos todos. A Conejero le encargaron escribir una posible continuación del texto inacabado de Lorca. Obviamente, continuaciones podría haber miles. Pero Conejero escribió la suya, la que él quiso. Una posible. Conejero, amante de Federico como todos sabemos, se puso a dialogar con las palabras de Lorca y de ese encuentro nació este texto. Escribiendo como quien ríe o como quien llora, o como quien vomita. Sin freno, sin medida, con valentía y con el corazón a la altura del estómago.
Y si el AUTOR busca, como Elena, "la verdad", lo justo y necesario es que la busquemos al entrar al teatro a dejarnos hacer por la función.
Yo confieso que pequé. Durante una décima de segundo, cuando leí que le habían hecho este encargo, pensé "madre mía, si esa obra no se puede continuar". Ese pensamiento me duró na y menos, porque rápidamente mi mente se liberó de prejuicios (juicios previos) y le escribí para felicitarle. De corazón. El encargo no sólo era irresistible (¿quién habría dicho que no?) sino que le ofrecía la posibilidad de nadar entre las palabras de Federico para dejarse mecer por ellas y ver a ver. Que aquí todos somos muy chulos, pero ¿quién habría dicho que no a este proyecto?
La mejor forma y el mejor sitio desde el que mirar al texto de Conejero es desde el respeto y la justicia. Si hacemos juicios previos, si esperamos escuchar (o leer) las palabras "que habría escrito Federico", no sólo nos seríamos justos, sino que nos equivocaríamos de pleno y seríamos ruines, ilusos y bastante soplapollas.
Este texto hay disfrutarlo con los poros abiertos, con la mente relajadita y los ojos del corazón dispuestos a dejarse hacer.
El primer acto lo escribió Lorca. Quizá lo habría variado de no haber sido asesinado. Quizá no quedaría nada de lo que nos ha llegado. O vaya usted a saber. Chimpún. El segundo acto y el "epílogo" son obra de Alberto Conejero. De DON ALBERTO CONEJERO. Todos en pie.
Estilísticamente es puro Federico. Las figuras, las metáforas, las imágenes, son la continuación fluida del texto conocido. Pero aunque no lo fueran. Es bueno en sí mismo. No es la continuación de la acción desde donde lo dejó Lorca, sino que nace del diálogo de un creador con otro. Y nace de ponerse Conejero en el lugar de Federico, y desde ahí bucear buscando de dónde nacían esas palabras. Esas y no otras. Y Conejero hace brotar un texto suyo, propio, bellísimo y potente.
De todos los textos posibles que se podrían haber escrito en el mundo, Alberto Conejero ha escrito este. Fin de la discusión. Vamos, es que no hay discusión posible. Y se nota que el texto nace de los mismos sitios que el texto de Federico. Quizá no de las mismas necesidades ni de las mismas heridas, pero da igual. Nace de los mismos sitios. Si no, no estaría ahí el grito hacia Roma, ni estaría el lago Eden.
Así que primer puntazo para "El sueño de la vida", el inmenso texto de Conejero, que unido al primer acto de Federico forman este monumento a la palabra, a la lucha por la verdad y a la raíz oscura.
El segundo puntazo es tan obvio como injusto.
Lluís Pasqual, el artista reencarnación de Federico (si no, leed "De la mano de Federico") dirigió "Comedia sin título" como colofón a la época más gloriosa del pobre María Guerrero. Fedelluís ama ese primer acto. Ama al Autor, ama a Elena y ama la necesidad de verdad. Y de cambiar las formas muertas desde dentro del teatro. Desde el patio, desde los autores, desde las actrices, desde los técnicos, desde el apuntador, desde las entrañas del teatro. Con una revolución. A tiros. Porque no vale silbar desde las ventanas. (Como no valen los golpes de estado cobardes). Por eso rompe el teatro. Por eso el Autor está entre nosotros. Y el Espectador 1, y su señora, y Enrique y Guillermina, y Nick Bottom. Esa forma de meternos en medio del cogollo, de hacernos partícipes sí o sí es brillante. Tan brillante como lo era hace 30 años. Sí, es casi igual que en el montaje del 89, pero qué más da. Si hablamos de ser justos y de dejarnos hacer sin prejuicios, eso debe ser así para todo y para todos. Y este primer acto, gracias a Fedelluís es PERFECTO, MAGISTRAL. Fedelluís ya entendió así este acto entonces y lo monta casi igual porque cree que es así, siente que es así y decide que es eso y así. Y yo estoy con él. Porque Lluís es dios. Es inteligencia, sabiduría, es el hombre con ojos en el corazón.
Después viene el segundo acto. Lo que "podría ser" un segundo acto. Por ejemplo. Uno posible. Ya está; un ensayo. GENIAL. Y Pasqual vuelve a demostrar por enésima vez en su vida y en la nuestra, que la mejor forma de enfrentarse a un trabajo es gozándolo, amándolo y mimándolo. Por eso monta ESTE segundo acto de esa forma brillante, respetuosa y dándole al texto de Conejero un sitio generoso y bello. No le habría hecho ningún favor si lo hubiera montado como la "continuación" del acto primero. Porque sería como confirmar que el texto es una "continuación". Y no. Es un complemento. Es el texto de Conejero. Nacido de su tripa y Pasqual lo monta desde la suya. No como herencia sino como unidad.
El único "pero" que le pongo a función es ese segundo acto. Y no por la calidad del texto ni por su razón de ser, no. Pero confieso que el desarrollo dramático de los personajes se me queda un poco encallado. Lo que podía haber sido esa revolución se queda frenada no sé si por el hecho de montarla NO como una continuación del primer acto, sino como un ser independiente o si se frena porque los personajes avanzan de otra forma. La revolución se estanca, el Autor cede, la actriz, salvo el momento de grito, navega por otros sitios y los personajes se quedan un poco en el sitio. Cierto es que estilísticamente hay brillantez y continuidad, pero dramáticamente el desarrollo de la acción y de los personajes se frena. El espectador vuelve a ocupar la butaca, a sentirse a salvo y a notarse observador ajeno.
Eso sí, no sé si es Pasqual o soy yo, pero vuelve el cuerpo del revés cuando escucho a Emma Vilarasau gritarle a Roma, o cuando Nacho confiesa ser un pulso herido. Ahí yo me hago pequeñito en mi butaca y el mundo me hace daño.
Pues si la dirección de escena de San Lluís Pasqual es ejemplar, volcánica y llena de pulso, aparte de ser una respuesta elegante y magistral a las voces opacas y mediocres, el efecto que consigue con el epílogo es tan bestial como el del primer acto. Y cuando en el teatro sientes que te atraviesa una lanza a la altura del corazón y sabes a ciencia cierta que a la salida te irás invadido de luz, es que en el escenario ha pasado algo vivo, real y que te ha cambiado. Sí, Elena, tranquila, lo has conseguido.
Y debo confesar que escuchar a Echanove como la voz del poeta me pareció no sólo un viaje en el tiempo hasta aquel "Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre" prodigioso, sino un taladro en lo más profundo de "ese sito donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". La voz del poeta, una reencarnación, dios hablándonos. Ahí morí.
Brillante la música en directo de Iván Mellén y el piano mágico de Miguel Huertas, tocando como sonaría "Poeta en Nueva York". Fabuloso trabajo de Roc Mateu, de Pascal Merat, de Alejandro Andújar y FABULOSOS todos y cada uno de los actores. Es de justicia destacar el aplastante peso escénico que despliega Daniel Jumillas, en el hasta ahora, mejor papel de su vida. Los guiños me tocaron mucho, pero yo soy así de petardo. Y ver a María Isasi (soberbia como Guillermina), a Jaume Madaula, a César Sánchez, a Chema de Miguel, a Sergio Otegui y oír a Echanove a mí me trasladó directamente al María Guerrero, aquel fatídico año 89...
Lo de Nacho Sánchez y Emma Vilarasau es de otro planeta. Si Nacho busca y rebusca cada herida dentro de su cuerpecito, Emma despliega el dolor como si tal cosa y lo esparce untado en mil matices sobre el patio de butacas. Nacho es un ser vivo y Emma un ser moribundo. Nacho es doloroso y Emma dolorida. Buscan el todo y la razón. El por qué. Y desgarran tu alma porque rebuscan dentro de ellos con un cuchillo, con un cuchillito. Sólo por ver a estos dos seres merecería la pena ir al menos dos o tres veces por semana al Español.
Corran, corran, vuelen, no se pierdan esta oportunidad histórica. "El sueño de la vida" es amor puro, es puro amor. Y el amor más puro, desde el patio.
Aparte del espectáculo, que es brutal y una auténtica apisonadora, personalmente, aparte de todo, creo y siento que algo de desborda de sus límites. Leo, he leído y leeré "explicaciones" de por qué se hace este espectáculo o de por qué se ha escrito este texto, "El sueño de la vida". Y sinceramente creo que no hay nada que explicar. Ha habido un encargo y se ha hecho. O ha habido una necesidad de hacer fluir el dialogo entre dos artistas (Fedejero) y se ha plasmado. Punto. Cualquier explicación de por qué sí o por qué no, sobra, suena a justificación más que a explicación. Y no creo que haya que pedir permiso por nada, ni pedir disculpas por nada, ni explicar el por qué de las cosas. ¿Se ha hecho? Sí. ¿Está bien? Sí. ¿El espectáculo está bien dirigido? Bien no, cojonudo, perfecto, magistral. ¿Hay que explicar por qué se monta "Hamlet"? ¿A que no? Pues eso.
Menos explicaciones y menos leches. Se encargó, se hizo, se ha montado y se ha montado que te cagas. Fin.
El mejor favor que podemos hacernos, que podemos hacer a Conejero, a Pasqual, a los actores y al propio Federico es ir al Español sin esperar nada, sin esperar oír a Lorca, sin esperar nada "lorquiano" y sin creer que porque nos guste mucho, somos federicólogos. Relaja los esfínteres y deja que lo que hay te toque. O no. Y luego ya si eso, hablamos.
.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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miércoles, 23 de enero de 2019
domingo, 26 de marzo de 2017
Ushuaia. Teatro Español
Hay una campaña despiadada contra "Ushuaia". Y no lo entiendo. No digo que haya una confabulación orquestada por nadie, ni mucho menos, pero sí una corriente desmesurada e injustificada. No sé en otras partes, pero en Madrid somos muy dados a encumbrar a alguien, subirle a un altar indiscutible y luego dejarlo caer. También es verdad que algo pasa con Alberto Conejero que parece que es responsable principal y último de los montajes de sus textos. Y ahora que toca dar caña, el palo se lo lleva él. Y no. No porque no es merecido ni justo.
A ver si me explico: evidentemente los montajes de sus textos han sido un exitazo por la calidad de los propios textos y por las poderosas direcciones que han gozado. Pero el éxito o no, la herencia, el recuerdo, la explosión y el goce extremo de un espectáculo tan vivo como el teatro son responsabilidad de todas las piezas. Afortunadamente, hasta ahora, los textos de Conejero han estado en manos privilegiadas y juntos han creado maravillas.
El texto de Alberto Conejero se publicó en 2014. En su momento se consideró un gran texto y así sigue siendo. El texto es el mismo que en 2014 (algo quizá haya tocado, pero vamos) y si entonces era brillante, ahora lo sigue siendo. Frases como las que se están leyendo y lindezas que bordean el insulto son aparte de injustas, totalmente equivocadas.
Vale que cada uno tiene un gusto, que este es personal e intransferible y que la experiencia teatral es siempre íntima y propia. Pero que el texto de Alberto Conejero es seductor, bellísimo, oscuro, con una poética tenebrosa y torturada es un hecho. En este caso, si algo flojea o no ha encontrado el punto justo es la puesta en escena. A cada uno lo suyo.
El texto me parece bellísimo. En el fin del mundo, en el último rincón de la última esquina del último lugar habitado vive recluido un ser oscuro y huraño, celoso de su historia y de sí mismo. Viven sólo con sus recuerdos, sus torturas y sus fantasmas. Lleva años intentando recomponer su propia historia, sus propios por qués. Un ser tan novedoso como dulce removerá los cimientos del pasado y del presente. El bosque que hasta ahora le cobijó se vuelve amenazante y los fantasmas que habitualmente le visitaban para ayudarle a recomponer piezas se descolocan y dejan de encontrar su sitio concreto en la memoria. Todo se tambalea; la verdad, el recuerdo, la razón y el destino. Entonces la ballena blanca acabará arrastrando al capitán y su venganza al fondo de la memoria y del olvido.
Es bobada intentar defender un texto plagado de referencias y con un nivel de lirismo como el que tiene "Ushuaia". Es una maravilla el uso del castellano, el sonido, ritmo y la musicalidad de las palabras y por supuesto, su nivel dramático es de una altura indiscutible. Tanto la acción en sí misma como la progresión de la acción, la forma en la que avanza, el viaje que supone para los personajes y la profundidad de la metamorfosis que estamos viendo son fascinantes. Es un textazo con pocas fisuras. Y no hablo sólo de la trama tal cual; de la historia del nazi escondido y de su venganza, no. Hablo de todas y cada una de las capas que esconde el texto. Porque cada frase tanto de los personajes reales como de los fantasmas, arrastra un trauma, una capa nueva de verdades ocultas y tapaderas sentimentales.
Otro tema es la puesta en escena. El día que yo lo vi, no consiguió levantar le vuelo. Pasaban los minutos y no se producía la magia, la chispa, ese momento en el que el escenario se convierte en vida real y tú te dejas inundar. No había catarsis y no prendía el momento ese en el que ficción y realidad se suman y confunden. Lo que pasaba sobre el escenario era teatro. Buen teatro, pero teatro.
Alessio Meloni me enloquece. Y las imágenes que había visto prometían un trabajazo. Sin embargo en vivo, el bosque no me parecía acogedor sino sólo amenazante y el cubo donde sombras, efectos y luces dan espacio al recuerdo borroso no me gustó. Me parecía que había un salto entre lo que se contaba y lo que estaba viendo. La desolación del último rincón del mundo y el cobijo de una mente torturada no se corresponden con lo que estaba viendo. Bellísimo, eso sí.
Iñaki Rubio hace un trabajo magistral tanto con la música como con el espacio sonoro. Como Joseph Mercurio con unas luces que sí son del fin del mundo, son las sombras del recuerdo y de la culpa. Los rincones de las almas torturadas, unas por el deseo de olvidar, otras por la necesidad de recomponer.
El uso de los micrófonos es desconcertante. En otras ocasiones los hemos visto en ese mismo teatro. No sé si tiene algún problema de acústica, aunque imagino que no. En este caso supongo que los usan para poder utilizar un tono de voz más susurrado, agravar las voces y dar más potencia al peso de la palabra que a su sonido. Pero no funciona bien. Creo que es una cuestión técnica, hay veces que se solapan unos con otros y provocan acoples y en otros momentos están descompensados y apoyan mucho a unos y poco a otros, creando un desconcierto espacial importante. En cualquier caso, ninguno de los cuatro actores hace un trabajo vocal como para necesitar apoyo. Ni siquiera Coronado, que es el que está con la voz más abajo, hace ningún alarde vocal ni saca una voz de ultratumba.
En cuanto a las interpretaciones, Dani Jumillas vuelve a brillar con una presencia escénica aplastante y un desparpajo moviéndose por el escenario natural, orgánico. Aunque en ocasiones parece que el texto está a punto de suponerle un obstáculo, grita, susurra, aplasta y acojona sólo con verle. No pasa lo mismo con el resto del reparto. Sinceramente creo que tienen la partitura emocional de sus personajes clara; saben perfectamente de dónde vienen, a dónde van y por dónde deben transitar entre medias. Cada acción y cada repercusión están claras, están ahí y las hacen. Pero no nacen, no son vivas, no son reales. Falta que se produzca el milagro del rito teatral. Imagino que cuando esté más trillada la función descubrirán los procesos que ahora faltan. A Coronado el texto aún se le queda lejos. Comienza simplemente enfurruñado y de pronto se descompone en ese final más acertado pero sin el proceso intermedio. Está plano y le falta proceso. Como a Olivia Delcán. Físicamente está bien, su imagen es creíble y poderosa. Pero tiene un frialdad y una lejanía con el texto que se vuelve en su contra. No digo que no se sienta afectada por sus palabras, sino que algo pasa que no logra que eso que a ella le toca salga hacia afuera y se transforme en emoción real. Pasa por encima de muchas frases sin prestar atención a los signos de puntuación y eso le resta muchísimo peso a sus textos.
En resumen, al menos lo que yo sentí el día que vi la función fue que a pesar de contar con un texto sólido, con infinidad de elementos tanto poderosos como líricos, y hasta de ultratumba, la puesta en escena no logra crear la magia necesaria para que la parábola alcance la altura que el texto necesitaría. La magia de la redención que Mateo no ha logrado alcanzar en toda su vida se produce en ese final poético como resultado de algo bestial que no vemos. Quiero decir, si hasta ese momento él no ha alcanzado esa catarsis y sí la consigue ahora es porque ha pasado algo extremadamente impactante. Algo que no está en la puesta en escena. Así pues, un textazo de mucha altura con una puesta en escena en la que aún no está ese puntito mágico que convierte una función de teatro en un ser vivo, emocionante y perturbador.
Las fotos son todas una pasada y son de Javier Naval. Espero que no le importe que las utilice, pero es que no hay quien se resista.
A ver si me explico: evidentemente los montajes de sus textos han sido un exitazo por la calidad de los propios textos y por las poderosas direcciones que han gozado. Pero el éxito o no, la herencia, el recuerdo, la explosión y el goce extremo de un espectáculo tan vivo como el teatro son responsabilidad de todas las piezas. Afortunadamente, hasta ahora, los textos de Conejero han estado en manos privilegiadas y juntos han creado maravillas.
El texto de Alberto Conejero se publicó en 2014. En su momento se consideró un gran texto y así sigue siendo. El texto es el mismo que en 2014 (algo quizá haya tocado, pero vamos) y si entonces era brillante, ahora lo sigue siendo. Frases como las que se están leyendo y lindezas que bordean el insulto son aparte de injustas, totalmente equivocadas.
Vale que cada uno tiene un gusto, que este es personal e intransferible y que la experiencia teatral es siempre íntima y propia. Pero que el texto de Alberto Conejero es seductor, bellísimo, oscuro, con una poética tenebrosa y torturada es un hecho. En este caso, si algo flojea o no ha encontrado el punto justo es la puesta en escena. A cada uno lo suyo.
El texto me parece bellísimo. En el fin del mundo, en el último rincón de la última esquina del último lugar habitado vive recluido un ser oscuro y huraño, celoso de su historia y de sí mismo. Viven sólo con sus recuerdos, sus torturas y sus fantasmas. Lleva años intentando recomponer su propia historia, sus propios por qués. Un ser tan novedoso como dulce removerá los cimientos del pasado y del presente. El bosque que hasta ahora le cobijó se vuelve amenazante y los fantasmas que habitualmente le visitaban para ayudarle a recomponer piezas se descolocan y dejan de encontrar su sitio concreto en la memoria. Todo se tambalea; la verdad, el recuerdo, la razón y el destino. Entonces la ballena blanca acabará arrastrando al capitán y su venganza al fondo de la memoria y del olvido.
Es bobada intentar defender un texto plagado de referencias y con un nivel de lirismo como el que tiene "Ushuaia". Es una maravilla el uso del castellano, el sonido, ritmo y la musicalidad de las palabras y por supuesto, su nivel dramático es de una altura indiscutible. Tanto la acción en sí misma como la progresión de la acción, la forma en la que avanza, el viaje que supone para los personajes y la profundidad de la metamorfosis que estamos viendo son fascinantes. Es un textazo con pocas fisuras. Y no hablo sólo de la trama tal cual; de la historia del nazi escondido y de su venganza, no. Hablo de todas y cada una de las capas que esconde el texto. Porque cada frase tanto de los personajes reales como de los fantasmas, arrastra un trauma, una capa nueva de verdades ocultas y tapaderas sentimentales.
Otro tema es la puesta en escena. El día que yo lo vi, no consiguió levantar le vuelo. Pasaban los minutos y no se producía la magia, la chispa, ese momento en el que el escenario se convierte en vida real y tú te dejas inundar. No había catarsis y no prendía el momento ese en el que ficción y realidad se suman y confunden. Lo que pasaba sobre el escenario era teatro. Buen teatro, pero teatro.
Alessio Meloni me enloquece. Y las imágenes que había visto prometían un trabajazo. Sin embargo en vivo, el bosque no me parecía acogedor sino sólo amenazante y el cubo donde sombras, efectos y luces dan espacio al recuerdo borroso no me gustó. Me parecía que había un salto entre lo que se contaba y lo que estaba viendo. La desolación del último rincón del mundo y el cobijo de una mente torturada no se corresponden con lo que estaba viendo. Bellísimo, eso sí.
Iñaki Rubio hace un trabajo magistral tanto con la música como con el espacio sonoro. Como Joseph Mercurio con unas luces que sí son del fin del mundo, son las sombras del recuerdo y de la culpa. Los rincones de las almas torturadas, unas por el deseo de olvidar, otras por la necesidad de recomponer.
El uso de los micrófonos es desconcertante. En otras ocasiones los hemos visto en ese mismo teatro. No sé si tiene algún problema de acústica, aunque imagino que no. En este caso supongo que los usan para poder utilizar un tono de voz más susurrado, agravar las voces y dar más potencia al peso de la palabra que a su sonido. Pero no funciona bien. Creo que es una cuestión técnica, hay veces que se solapan unos con otros y provocan acoples y en otros momentos están descompensados y apoyan mucho a unos y poco a otros, creando un desconcierto espacial importante. En cualquier caso, ninguno de los cuatro actores hace un trabajo vocal como para necesitar apoyo. Ni siquiera Coronado, que es el que está con la voz más abajo, hace ningún alarde vocal ni saca una voz de ultratumba.
En cuanto a las interpretaciones, Dani Jumillas vuelve a brillar con una presencia escénica aplastante y un desparpajo moviéndose por el escenario natural, orgánico. Aunque en ocasiones parece que el texto está a punto de suponerle un obstáculo, grita, susurra, aplasta y acojona sólo con verle. No pasa lo mismo con el resto del reparto. Sinceramente creo que tienen la partitura emocional de sus personajes clara; saben perfectamente de dónde vienen, a dónde van y por dónde deben transitar entre medias. Cada acción y cada repercusión están claras, están ahí y las hacen. Pero no nacen, no son vivas, no son reales. Falta que se produzca el milagro del rito teatral. Imagino que cuando esté más trillada la función descubrirán los procesos que ahora faltan. A Coronado el texto aún se le queda lejos. Comienza simplemente enfurruñado y de pronto se descompone en ese final más acertado pero sin el proceso intermedio. Está plano y le falta proceso. Como a Olivia Delcán. Físicamente está bien, su imagen es creíble y poderosa. Pero tiene un frialdad y una lejanía con el texto que se vuelve en su contra. No digo que no se sienta afectada por sus palabras, sino que algo pasa que no logra que eso que a ella le toca salga hacia afuera y se transforme en emoción real. Pasa por encima de muchas frases sin prestar atención a los signos de puntuación y eso le resta muchísimo peso a sus textos.
En resumen, al menos lo que yo sentí el día que vi la función fue que a pesar de contar con un texto sólido, con infinidad de elementos tanto poderosos como líricos, y hasta de ultratumba, la puesta en escena no logra crear la magia necesaria para que la parábola alcance la altura que el texto necesitaría. La magia de la redención que Mateo no ha logrado alcanzar en toda su vida se produce en ese final poético como resultado de algo bestial que no vemos. Quiero decir, si hasta ese momento él no ha alcanzado esa catarsis y sí la consigue ahora es porque ha pasado algo extremadamente impactante. Algo que no está en la puesta en escena. Así pues, un textazo de mucha altura con una puesta en escena en la que aún no está ese puntito mágico que convierte una función de teatro en un ser vivo, emocionante y perturbador.
Las fotos son todas una pasada y son de Javier Naval. Espero que no le importe que las utilice, pero es que no hay quien se resista.
viernes, 22 de abril de 2016
Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Abadía.
Que Alberto Conejero se encargue de versionar la obra de Lorca es sin duda sinónimo de calidad y de exhaustividad. Seguramente Conejero sea hoy en día, después de Lluís Pasqual, una de las personas que más y mejor conocen a Federico. Así que de entrada uno va seguro y confiado. Decir a estas alturas de la vida que Conejero es uno de nuestros dramaturgos más sólidos y con mayor proyección (evidentemente merecidísima, claro está) es como decir que la hierba es verde. Otra cosa es coger varios textos de Federico y unirlos sin que eso chirríe o se caiga en la tentación de recalcar lo sugerido o enfatizar lo que toca. Lo que toca y además hiere. Ahí hay que descubrirse ante Conejero por conservar el ideario de Federico y crear un texto nuevo pero respetuoso, compacto y que podría estar firmado por Lorca tan ricamente. Me descubro. Los fragmentos de "Los títeres de cachiporra" ni se notan (a menos que te conozcas los textos, jeje) y los fragmentos de las conferencias e incluso los dos poemas parecen haber nacido justamente ahí, en el sitio en el que están. Quizá el prólogo le de cierta frialdad la arranque de la función, pero situar la obra en un marco tan concreto es útil y hasta necesario. Porque la "Gacela del mercado matutino" hiela la sangre tal y como surge en medio de la función. Eso es porque quizá ese sea su sitio natural.
Puesta en escena de Darío Facal más que buena. María de Prado crea un espacio guiñolesco, divertido y muy naif, ayudando así a que la atención no se desvíe del propósito último, la historia de amor y sacrificio. Quizá no sea necesario iluminar el rótulo al final de la función. Es un guiño que personalmente creo que debería quedar oculto y si alguien lo pilla, bien.
Darío Facal hace cosas muy buenas, por ejemplo el sueño de la pareja, absolutamente brillante, o todos los momentos lúdicos. Eso sí, cae en la tentación de dejarse llevar por el aspecto más lírico de la relación amorosa y durísima digamos que... del trío protagonista. Quiero decir que esa pareja se mete en una espiral de dolor, daño y tristeza que podría haber girado hacia le drama o incluso hacia la tragedia y sin embargo se queda en el melodrama. Y en ese momento, creo que la función se viene un poquito abajo. Está claro que la tragedia de Perlimplín es dolorosa y que el dolor es lento e implacable, pero lo que ha surgido es terrorífico, es un ser preso de su cuerpo que asume la inmolación en nombre de la pureza de su amor. Belisa en su ignorancia e inocencia ha desgarrado ese corazoncito y poco a poco lo va estrujando. Por eso el tono suave y melodramático creo que se queda corto. Mi cuerpo o mi mente o mi corazón me pedían más dolor, pero de dentro, no de flojera.
Emilio Gavira está inconmensurable. Es innegable que físicamente su interpretación adquiere un matiz superlativo, pero su asunción del personaje, su forma de mirar, de sonreír y de llorar hacia dentro es absolutamente magistral. Berta Ojea y Cristina Otero parecen salidas de un teatrillo de guiñol. Fantásticas las dos. Igual que Olivia Delcán, aunque quizá su acercamiento a Belisa sea algo liviano y un poquito más de vuelta de tuerca y de peso específico le habría hecho ganar muchos enteros.
Brillantísimo texto dirigido con pellizco, con brío y con una chispa que inunda todo el montaje aunque quizá el giro melodramático podría haber tenido algo más de sentido trágico. Por sacar faltas, digo. Y con un Emilio Gavira que es puro dolor, puro desgarro y bello sacrificio.
No puedo resistirme a la tentación de dejaros aquí "herido de amor", un poema que por muy increíble que parezca, está tal cual en medio de la obra. Sí, ni añadido ni leches, Federico lo puso ahí en medio. Porque esa es la esencia de "Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín"; puritito dolor.
"Amor, amor
que estoy herido.
Herido de amor huido,
herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,
¡herido!
¡Muerto de amor!
Puesta en escena de Darío Facal más que buena. María de Prado crea un espacio guiñolesco, divertido y muy naif, ayudando así a que la atención no se desvíe del propósito último, la historia de amor y sacrificio. Quizá no sea necesario iluminar el rótulo al final de la función. Es un guiño que personalmente creo que debería quedar oculto y si alguien lo pilla, bien.
Darío Facal hace cosas muy buenas, por ejemplo el sueño de la pareja, absolutamente brillante, o todos los momentos lúdicos. Eso sí, cae en la tentación de dejarse llevar por el aspecto más lírico de la relación amorosa y durísima digamos que... del trío protagonista. Quiero decir que esa pareja se mete en una espiral de dolor, daño y tristeza que podría haber girado hacia le drama o incluso hacia la tragedia y sin embargo se queda en el melodrama. Y en ese momento, creo que la función se viene un poquito abajo. Está claro que la tragedia de Perlimplín es dolorosa y que el dolor es lento e implacable, pero lo que ha surgido es terrorífico, es un ser preso de su cuerpo que asume la inmolación en nombre de la pureza de su amor. Belisa en su ignorancia e inocencia ha desgarrado ese corazoncito y poco a poco lo va estrujando. Por eso el tono suave y melodramático creo que se queda corto. Mi cuerpo o mi mente o mi corazón me pedían más dolor, pero de dentro, no de flojera.
Emilio Gavira está inconmensurable. Es innegable que físicamente su interpretación adquiere un matiz superlativo, pero su asunción del personaje, su forma de mirar, de sonreír y de llorar hacia dentro es absolutamente magistral. Berta Ojea y Cristina Otero parecen salidas de un teatrillo de guiñol. Fantásticas las dos. Igual que Olivia Delcán, aunque quizá su acercamiento a Belisa sea algo liviano y un poquito más de vuelta de tuerca y de peso específico le habría hecho ganar muchos enteros.
Brillantísimo texto dirigido con pellizco, con brío y con una chispa que inunda todo el montaje aunque quizá el giro melodramático podría haber tenido algo más de sentido trágico. Por sacar faltas, digo. Y con un Emilio Gavira que es puro dolor, puro desgarro y bello sacrificio.
No puedo resistirme a la tentación de dejaros aquí "herido de amor", un poema que por muy increíble que parezca, está tal cual en medio de la obra. Sí, ni añadido ni leches, Federico lo puso ahí en medio. Porque esa es la esencia de "Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín"; puritito dolor.
"Amor, amor
que estoy herido.
Herido de amor huido,
herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,
¡herido!
¡Muerto de amor!
domingo, 10 de enero de 2016
Mi resumen de 2015
¿Es cosa mía o este año ha habido más "rankings" teatrales que nunca? No sé, chica, a mí me lo ha parecido. Y yo, como soy así, voy a hacer el contraranking. Vamos, que no voy a hacer un ranking de lo mejor del año. A ver, que me parece divino que los demás lo hayan hecho, e incluso yo he colaborado en alguno y encantado. Pero ahora quiero hacer mi resumen de otra forma. A veces parece que si un espectáculo no aparece en el ranking de los que escribimos (con más menos fortuna, más o menos criterio y más o menos alcance), a veces, digo, es como si no hubieran existido. Y bastante duro es tener que pasar la criba de ser el espectáculo que la gente elija de entre todos los espectáculos de todas las salas. Haber permanecido en cartel, haber tenido público y encima haber recibido críticas o comentarios buenos ya es bastante jodido como para encima tener que superar la prueba de estar en la lista de los "elegidos".
Yo este año tenía pensado pedirles a los Reyes Magos y a las Reinas Magas que desaparecieran las salas alternativas. Así, tal cual.
Me explico: no querría que cerrara ninguna, sino que querría que desaparecieran y pasaran a llamarse "salas de aforo reducido" o como dice el Convenio "salas de menos de 200 butacas". Desearía que dejaran de llamarse "alternativas". ¿Alternativas a qué? ¿A la oferta cultural institucional? Desearía que los teatros públicos hicieran caso de lo que pide una parte importante de los ciudadanos y dieran cabida a nuevos autores, nuevos directores, nuevas formas de narrar y nuevos espectros que cubrir. Desde las instituciones no se cubre esa necesidad y por eso se ha vuelto a llevar el teatro a la calle, a los rincones, a las salas alternativas. Alternativas a lo que ofrecen los teatros públicos.
Y mientras las salas pequeñas cubran esa sed de nuevas formas y nombres, les estaremos solucionando el problema a los políticos. Por eso mi deseo es ese, que las nuevas formas y nombres invadan por fin la oferta cultural institucional. Que dejen de intentar dinamitar desde los poderes a los ciudadanos mutilando la cultura y la educación. Que los políticos vuelvan a ser responsables y decidan promover el amor al arte y educar a seres críticos, pensantes y cultos. Y que las salas pequeñas dejen de ser alternativas. Que eso "alternativo" sea lo natural. Tanto como lo otro. Y que no se haga un evento anual rodeado de parafernalia Off para cubrir el expediente, porque entonces acabarán por cargarse lo alternativo.
Pido que bajen el IVA. Que descubran que la cultura es un bien de primera necesidad y una inversión, no un gasto. Y que la protejan, que no la capen.
Pido que la gente se conciencie de que la gente de teatro somos trabajadores. Que el teatro aparte de una pasión y de una razón de vivir, es un trabajo y se tiene que cobrar. Y se tiene que cobrar en condiciones. Y que aunque la ilusión, el amor por la profesión y la necesidad de dejarse ver es natural y respetable, tiene que ir unida a la dignidad. Y que un trabajo hecho de cualquier manera deja de ser un trabajo y se convierte en un hobby, en una afición.
Este año pasado he visto espectáculos que me han maravillado. He visto uno de los montajes más tristes, duros, oscuros y con mayor peso que yo recuerde. "El Rei Lear" dirigido por Lluís Pasqual y con Nuria Espert sacando de la raíz oscura del alma un grito tan desolado, ahogado y tenebroso que aún resuena en mi mente. He visto "La piedra oscura" y he visto a Federico. Y me he enfadado porque siga doliendo la "memoria histórica". La memoria es memoria y es de todos y no es histórica, es real. Cabrona, dolorosa, hijaputa y real. Y el recuerdo sana y da la vida. Y Messiez, Conejero, Grao y Sánchez son bellos y sabios.
He visto de nuevo que la danza es algo glorioso y una especialidad sacrificada, relegada y de una capacidad expresiva desmesurada cuando la hacen genios como Chevi Muraday o José Carlos Martínez y la CND. "Carmen", "Don Quijote" y "El cínico" tienen un lugar en la Historia.
He visto que Luis Luque disecciona como si tal cosa las partes más negras del alma humana y de sus pasiones y frenos. Tanto "El señor Ye ama los dragones" como "Insolación" son muestra de ello. Y de que si encima cuentas con magos de la talla de Mónica Boromello, Paco Bezerra, Luismi Cobo o Pedro Víllora la calidad se dispara hacia el infinito.
He visto que la crueldad y la dureza alimentan grandiosos espectáculos. "Elegy", "La clausura del amor", "Palabras encadenadas", "El plan", "No daré hijos, daré versos", "Darling"...
He visto que escribir un texto sólido, grande, rocoso y valiente es tener medio éxito garantizado: "No hay papel", "40 años de paz", "Fortune cookie"...
He visto que cuando una propuesta es sincera y honesta, el camino al corazón y a mover espíritus está asegurado: "Gira el mundo, gira", "Humpday", "La pechuga de la sardina", "Cosas que se olvidan fácilmente", "Our town", "A-creedores"...
He visto espectáculos malos. Malos de cojones. Horribles. Todos llenos de ganas y de buenas intenciones, eso sí. Pero fallidos. Para eso están los gustos.
He visto que si algo hay en este país es una cantera de actores y actrices dispuestos a dar su alma por este trabajo. Grandiosos actores todos y cada uno. Los que se dejan la piel y los que tiene la valentía de subirse a un escenario y enfrentarse a la vulnerabilidad y al juicio público y cruel. Y gentes, compañías, productores, técnicos, iluminadores, músicos, diseñadores de vestuario... que aman la profesión y lo dejan ver en sus trabajos.
El año ha sido glorioso creativamente hablando, salvo algunas excepciones. Hace poco leí un artículo de una compañera que reivindicaba el derecho al pateo, a no aplaudir, a mostrar que un espectáculo no te ha gustado para así diferenciar lo bueno de lo malo. Venga, vale. ¿Aceptamos el reto?
Año de grandes espectáculos, de mucho amor por el trabajo, de grandes textos, de grandiosas interpretaciones, de sólidas direcciones, de coreografías mágicas y bellas, de luces poéticas y secas, de prodigios y de pufos. Y ha sido un año de poco avance en socializar las voces nuevas, de invadir más el terreno, de un IVA cruel y demoledor, de ataques mortales a la educación, a la cultura y a la dignidad.
Yo me llevo un año de grandes montajes y de poco avance.
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sábado, 17 de enero de 2015
La piedra oscura. María Guerrero.
Todos tenemos un punto débil. Yo tengo varios. Y seguramente mi punto P emocional sea Federico. Si juntas a Federico con el textazo hermosísimo de Alberto Conejero, le das la batuta a San Pablo Messiez y les cedes el poder a dos seres como Nacho Sánchez y Daniel Grao, mi orgasmo cardíaco tiene por cojones que ser como el chorro del lago de Ginebra.
El primer artífice de este pequeño milagro es Alberto Conejero. Él es el responsable de esta joya sobre la ausencia y sobre la herencia. Lo que revolotea sobre estos dos seres son las ausencias. La ausencia de Federico, el no contar su historia de amor, la ausencia de una guerra que ni siquiera está presente sino que siempre está al otro lado de esas paredes, la ausencia de la madre, la ausencia de la música, el temor a que no haya trascendencia, que nada perdure, la necesidad de un encuentro entre esas dos almas, la ausencia de justicia, la ausencia incluso de un nombre, la ausencia de lo que da sentido al dolor, la ausencia de algo que convierta en real lo soñado. Esas ausencias sólo se curarán con un encuentro. El encuentro de dos seres torturados por una guerra puta que nada tiene que ver con ninguno de los dos pero que a los dos ha destrozado la vida, el presente y el futuro. Un futuro manco, cojo e incompleto para siempre. Y ya que no hay futuro y el presente está enfermo, al menos que perdure el pasado. Rafael necesita saber que todo ha sido por algo, que su historia de amor y desamor va a perdurar, que algo quedará en la memoria de los vivos. Y necesita de Sebastián, de ese chico que no tiene ni nombre hasta el final para eso. Sebastián navega entre recuerdos amargos que no sabe muy bien cómo digerir pero que sabe que son injustos y heridos. Y esos dos seres acabaran encontrándose por cojones, porque se necesitan para ser. Al menos en ese momento en el que no hay más salida que la verdad. Cada uno de ellos necesita al otro como catalizador de su propia vida y de su propia herencia. La herencia no material sino emocional, la jodía memoria histórica. La memoria sin más. Eso que tanto escuece a los desalmados. Eso que si lo hace Antígona parece lógico pero que si lo pretenden los hijos de los asesinados parece un desatino. Y ese ritual de "lavar" los pies del otro, se convierte en el momento en el que todo el patio de butacas se encoge, se desborda a llorar sin remedio y terminas de comprender la hermandad del dolor.
Los protagonistas de este encuentro ficticio son ellos dos, dos seres casi sin nombre y con una historia escamoteada hasta que no hay más remedio que buscar la salvación en el amor, en la entrega, en la culpa, en el pánico al vacío. Y protagonistas son esas presencias ausentes. Federico, la guerra, la paz, el vacío, el encuentro y el amor. El texto de Conejero es una auténtica maravilla tanto por la concreción como por el lirismo desaforado que encierra. Y aunque suene salvaje, al leerlo y releerlo y releerlo, da la sensación de que lo podía haber escrito el propio Federico. Es más, te diría, con permiso de Alberto, que de hecho LO HA ESCRITO Federico, metiéndose en los sueños de Conejero guiando su mano. Es absolutamente prodigioso.
Y llega San Pablo Messiez y ya pa qué quieres más. Desde el momento en el que entras en la sala y ves ese campo de camisas manchadas de sangre, entras en un cementerio. En el cementerio de los muertos en vano. y te sientas en una tumba sin nombre. O en una fosa común en un barranco o en una cuneta cualquiera. En esas tumbas que no quieren abrir. y antes de que empiece la función ya te han metido emocionalmente en todo el ajo. Hay que reconocer que el haber quitado o variado ciertos elementos que están en el texto para la puesta en escena es todo un acierto. Son dos lenguajes distintos y lo que es prodigioso en el texto, al ponerlo en pie seguramente habría funcionado de otra forma. Como la voz de Federico. Esa voz es necesario que está ausente. Porque la callaron. Y callada ha quedado para vergüenza de sus asesinos. Federico está y vuela por la escena pero es infinitamente más dramático y real NO escucharle.
Toda la puesta en escena es de una sutileza, de una profundidad, de un dramatismo y de una hondura de sentimientos asfixiantes. Las miradas entre ellos, su acercamiento reticente y necesario, el ritmo de la acción, los focos, los silencios, los contactos físicos y emocionales son una maquinaria de relojería hipnótica. Y de nuevo el poder sanador de la palabra. La palabra elegida, la precisa. La elección de las palabras como artista y como ser humano tiene consecuencias. Aquí vuelven a tener un poder sanador. Lo nombrado se convierte en real, en terrenal (como en "Los brillantes empeños"). Por eso hay que carnalizar el amor de Rafael y Federico. Ese poder brutal de la palabra, de lo dicho, de lo compartido, de lo valorado, de lo vivo es lo que nos salvará. Es necesario para que "nadie pueda desaparecer del todo". Sobriedad, lirismo, emoción, sutileza, respeto y un profundísimo sentido del amor y de la justicia inundan la elección de Messiez. y a mí me lleva de la mano a esos terrenos dolorosos de la transcendencia emocional de un amor, a la necesidad de haber amado y de haber sufrido por algo.
Elisa Sanz nos regala una escenografía acojonantemente bella y seca. Paloma Parra unas luces que no pueden ser más dolorosas y que convierten la escena en un cuadro de Mantegna. Y Ana Villa un espacio sonoro cruel y envolvente. Bravo por todas ellas.
Daniel Grao escucha, sufre, mira, siente, vuela, recuerda y ama de una forma espectacular. No puede estar mejor ni hacer cosas más difíciles. Calla lo que no debe decir, escucha y se empapa de lo que oye y descifra. Sus silencios son oro puro difícil, duro y seco de cojones. Es absolutamente prodigioso su nivel de profundidad y de buceo en los sentimientos para llegar a la depuración y sutileza de lo real. Llora y se rompe cuando literalmente NO PUEDE más. Y viaja de la sequedad del que sabe que tiene la razón hasta el desgarro del amante culpable de haber llevado a la muerte a su amor oscuro y de ahí a la frialdad del miedo al vacío de ese "Nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?" que debería pasar a la historia del teatro universal. Impresionante. Devoción eterna por este actor inmenso.
Nacho Sánchez me dejó boquiabierto. Su monólogo de arranque es sobrecogedor. Y de ahí parriba. Domina completamente el espacio, el ritmo, la progresión, la contención, la inocencia y la entrega. Es generoso con su compi y con la función. es niño, añora a su madre, se desconcierta con la guerra, admira a su rival, vive en la tierra y se ensueña de una forma que te hiela la sangre. El momento "me gustaría tocar en un teatro" te estruja el corazón y abre la compuerta de las lágrimas imparables. Nacho le da una fragilidad y una belleza a cada cosa que hace o dice inmejorable. Y esos ojos indominables tienen una profundidad y un poder que te agarran y te llevan a donde él quiere, dentro de su alma, a sus recuerdos o a sus temores. Los ojos de Nacho son una bomba atómica que maneja con respeto y con un nivel de verdad apabullantes. Y rizando el rizo... ¿no podrían ser los ojos de Federico? No me digas que no.
Y llego al momento ese al que llego a veces cuando escribo. Ese momento en el que debo parar de escribir porque vuelvo a ser un manojo de lágrimas y de hipo incontrolable. Sólo puedo decir que la belleza y el dolor que produce esta función no se pueden expresar ni compartir con palabras. Hay que vivirlas allí, sentado encima de una camisa manchada. Una camisa que podría ser la de Federico o la de cualquier asesinado que sigue esperando que se haga justicia con ellos y les saquen de la cuneta. Aunque a pesar de los malvados sigan vivos, porque afortunadamente "nadie puede desaparecer del todo".
El primer artífice de este pequeño milagro es Alberto Conejero. Él es el responsable de esta joya sobre la ausencia y sobre la herencia. Lo que revolotea sobre estos dos seres son las ausencias. La ausencia de Federico, el no contar su historia de amor, la ausencia de una guerra que ni siquiera está presente sino que siempre está al otro lado de esas paredes, la ausencia de la madre, la ausencia de la música, el temor a que no haya trascendencia, que nada perdure, la necesidad de un encuentro entre esas dos almas, la ausencia de justicia, la ausencia incluso de un nombre, la ausencia de lo que da sentido al dolor, la ausencia de algo que convierta en real lo soñado. Esas ausencias sólo se curarán con un encuentro. El encuentro de dos seres torturados por una guerra puta que nada tiene que ver con ninguno de los dos pero que a los dos ha destrozado la vida, el presente y el futuro. Un futuro manco, cojo e incompleto para siempre. Y ya que no hay futuro y el presente está enfermo, al menos que perdure el pasado. Rafael necesita saber que todo ha sido por algo, que su historia de amor y desamor va a perdurar, que algo quedará en la memoria de los vivos. Y necesita de Sebastián, de ese chico que no tiene ni nombre hasta el final para eso. Sebastián navega entre recuerdos amargos que no sabe muy bien cómo digerir pero que sabe que son injustos y heridos. Y esos dos seres acabaran encontrándose por cojones, porque se necesitan para ser. Al menos en ese momento en el que no hay más salida que la verdad. Cada uno de ellos necesita al otro como catalizador de su propia vida y de su propia herencia. La herencia no material sino emocional, la jodía memoria histórica. La memoria sin más. Eso que tanto escuece a los desalmados. Eso que si lo hace Antígona parece lógico pero que si lo pretenden los hijos de los asesinados parece un desatino. Y ese ritual de "lavar" los pies del otro, se convierte en el momento en el que todo el patio de butacas se encoge, se desborda a llorar sin remedio y terminas de comprender la hermandad del dolor.
Los protagonistas de este encuentro ficticio son ellos dos, dos seres casi sin nombre y con una historia escamoteada hasta que no hay más remedio que buscar la salvación en el amor, en la entrega, en la culpa, en el pánico al vacío. Y protagonistas son esas presencias ausentes. Federico, la guerra, la paz, el vacío, el encuentro y el amor. El texto de Conejero es una auténtica maravilla tanto por la concreción como por el lirismo desaforado que encierra. Y aunque suene salvaje, al leerlo y releerlo y releerlo, da la sensación de que lo podía haber escrito el propio Federico. Es más, te diría, con permiso de Alberto, que de hecho LO HA ESCRITO Federico, metiéndose en los sueños de Conejero guiando su mano. Es absolutamente prodigioso.
Y llega San Pablo Messiez y ya pa qué quieres más. Desde el momento en el que entras en la sala y ves ese campo de camisas manchadas de sangre, entras en un cementerio. En el cementerio de los muertos en vano. y te sientas en una tumba sin nombre. O en una fosa común en un barranco o en una cuneta cualquiera. En esas tumbas que no quieren abrir. y antes de que empiece la función ya te han metido emocionalmente en todo el ajo. Hay que reconocer que el haber quitado o variado ciertos elementos que están en el texto para la puesta en escena es todo un acierto. Son dos lenguajes distintos y lo que es prodigioso en el texto, al ponerlo en pie seguramente habría funcionado de otra forma. Como la voz de Federico. Esa voz es necesario que está ausente. Porque la callaron. Y callada ha quedado para vergüenza de sus asesinos. Federico está y vuela por la escena pero es infinitamente más dramático y real NO escucharle.
Toda la puesta en escena es de una sutileza, de una profundidad, de un dramatismo y de una hondura de sentimientos asfixiantes. Las miradas entre ellos, su acercamiento reticente y necesario, el ritmo de la acción, los focos, los silencios, los contactos físicos y emocionales son una maquinaria de relojería hipnótica. Y de nuevo el poder sanador de la palabra. La palabra elegida, la precisa. La elección de las palabras como artista y como ser humano tiene consecuencias. Aquí vuelven a tener un poder sanador. Lo nombrado se convierte en real, en terrenal (como en "Los brillantes empeños"). Por eso hay que carnalizar el amor de Rafael y Federico. Ese poder brutal de la palabra, de lo dicho, de lo compartido, de lo valorado, de lo vivo es lo que nos salvará. Es necesario para que "nadie pueda desaparecer del todo". Sobriedad, lirismo, emoción, sutileza, respeto y un profundísimo sentido del amor y de la justicia inundan la elección de Messiez. y a mí me lleva de la mano a esos terrenos dolorosos de la transcendencia emocional de un amor, a la necesidad de haber amado y de haber sufrido por algo.
Elisa Sanz nos regala una escenografía acojonantemente bella y seca. Paloma Parra unas luces que no pueden ser más dolorosas y que convierten la escena en un cuadro de Mantegna. Y Ana Villa un espacio sonoro cruel y envolvente. Bravo por todas ellas.
Daniel Grao escucha, sufre, mira, siente, vuela, recuerda y ama de una forma espectacular. No puede estar mejor ni hacer cosas más difíciles. Calla lo que no debe decir, escucha y se empapa de lo que oye y descifra. Sus silencios son oro puro difícil, duro y seco de cojones. Es absolutamente prodigioso su nivel de profundidad y de buceo en los sentimientos para llegar a la depuración y sutileza de lo real. Llora y se rompe cuando literalmente NO PUEDE más. Y viaja de la sequedad del que sabe que tiene la razón hasta el desgarro del amante culpable de haber llevado a la muerte a su amor oscuro y de ahí a la frialdad del miedo al vacío de ese "Nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?" que debería pasar a la historia del teatro universal. Impresionante. Devoción eterna por este actor inmenso.
Nacho Sánchez me dejó boquiabierto. Su monólogo de arranque es sobrecogedor. Y de ahí parriba. Domina completamente el espacio, el ritmo, la progresión, la contención, la inocencia y la entrega. Es generoso con su compi y con la función. es niño, añora a su madre, se desconcierta con la guerra, admira a su rival, vive en la tierra y se ensueña de una forma que te hiela la sangre. El momento "me gustaría tocar en un teatro" te estruja el corazón y abre la compuerta de las lágrimas imparables. Nacho le da una fragilidad y una belleza a cada cosa que hace o dice inmejorable. Y esos ojos indominables tienen una profundidad y un poder que te agarran y te llevan a donde él quiere, dentro de su alma, a sus recuerdos o a sus temores. Los ojos de Nacho son una bomba atómica que maneja con respeto y con un nivel de verdad apabullantes. Y rizando el rizo... ¿no podrían ser los ojos de Federico? No me digas que no.
Y llego al momento ese al que llego a veces cuando escribo. Ese momento en el que debo parar de escribir porque vuelvo a ser un manojo de lágrimas y de hipo incontrolable. Sólo puedo decir que la belleza y el dolor que produce esta función no se pueden expresar ni compartir con palabras. Hay que vivirlas allí, sentado encima de una camisa manchada. Una camisa que podría ser la de Federico o la de cualquier asesinado que sigue esperando que se haga justicia con ellos y les saquen de la cuneta. Aunque a pesar de los malvados sigan vivos, porque afortunadamente "nadie puede desaparecer del todo".
domingo, 19 de octubre de 2014
Ilíada. Valle Inclán.
Yo creo que más o menos todos nos hemos leído "La Ilíada". Yo confieso que a pesar de ser una de las principales obras de la literatura universal, me armo un taco que te cagas con tantos nombres y tantos personajes. Hombre, la historia principal con Aquiles, Patroclo, Héctor, Príamo... esa la recuerdo, pero los otros cien mil personajes que aparecen, luchan y mueren... como que me lío y no consigo recordarlos en condiciones.
Tres horas y cuarenta minutos en griego con ese jari que es la Ilíada es como para aterrorizar a cualquiera. Ya venía precedida de grandes críticas tras su paso por Mérida, así que... al menos ya intuyes o casi puedes imaginar que puede ser un gran montaje, aunque el pánico sobrevuele tu mente cuando piensas en la que se te puede venir encima.
Pero comienza la acción. Y es un torbellino imparable de imágenes, acciones, carreras, cambios, imaginación, desorden, brutalidad, simplicidad, clasicismo, pasión y coherencia. Y flipas, vaya si flipas. Cuando llega el descanso, realmente no lo necesitas, quieres más. Y el comentario es generalizado. ¡¡¡Qué ingenio y sabiduría dramática hay que tener para hacer tan divertido y entretenido un follón semejante!!! A todo esto tienes la grandiosa traducción del griego clásico al moderno y del moderno al español el gran Alberto Conejero que consigue hacer cercano y asequible ese grandioso poema épico. A ver, yo también me dedico a eso, y sé lo jodido que es lo de los subtítulos, reducir tres frases a una y que conserve el respeto por el texto original y la grandeza de un clásico como este. Un trabajo de quitarse el sombrero. Reconozco que me perdí en muchos momentos. Quiero decir que de pronto no sabía de quién hablaban, o no ubicaba a un personaje nuevo que aparecía, luchaba y moría. Hay un problema insalvable, los micros. Si estás pendiente de los sobretítulos (normal, no entiendo ni papa de griego) las voces cuesta distinguirlas. A ver, yo me dedico a la voz desde hace 25 años. En un espectáculo con sobretítulos, cuando no hay micros, el sonido te hace situar en el espacio al actor que está hablando, pero si hay micros, las voces suenan por los altavoces, y si los actores tiene voces parecidas y no entiendes lo que dicen, yo confieso que a veces me perdía y no sabía quién hablaba. Pero bueno, a pesar de eso que además lo comento como para sacar una falta, el espectáculo es una auténtica gozada. Livanthinos dirige esta amalgama con una mano sabia, inteligente, comprendiendo el texto en toda su magnitud y profundidad y ofreciendo un recital de creación y utilización de elementos escénicos tan sencillos como efectivos. Demostración de que cuando algo es coherente y decidido no tiene por qué ser complicado. Algo como poner una escalera en la espalda de Aquiles para saber y aceptar que ese es el Aquiles guerrero o mover todos los brazos para saber que están corriendo. Todo esto en un espacio escénico con los elementos justos y necesarios, pero de una inventiva y una utilización magistrales. La música y "banda sonora" en directo, prodigiosa, los actores, del primero al último soberbios. Los personajes definidos con las pinceladas justas. Zeus y su familia de dioses están dibujados con los trazos justos y precisos y los guerreros de ambos bandos exactamente igual. Precisión, concreción y definición. Todos estos elementos para construir un entramado complicadísimo de seguir, pero curiosamente ameno, divertidísmo, entretenidísimo, liviano (dentro de la grandiosidad del texto y de la magnitud del montaje) y que sinceramente, pasa volando, porque cuando las cosas están hechas desde la sabiduría y el trabajo titánico de todo el equipo la calidez y calidad de un espectáculo traspasa el escenario e invade al espectador de TEATRO con mayúsculas. Ah, otra prueba más de que el ciclo "Una mirada al mundo" es casi tan interesante como el "Festival de otoño a primavera". Una excusa perfecta para traer el mejor teatro que se hace fuera de España.
Tres horas y cuarenta minutos en griego con ese jari que es la Ilíada es como para aterrorizar a cualquiera. Ya venía precedida de grandes críticas tras su paso por Mérida, así que... al menos ya intuyes o casi puedes imaginar que puede ser un gran montaje, aunque el pánico sobrevuele tu mente cuando piensas en la que se te puede venir encima.
Pero comienza la acción. Y es un torbellino imparable de imágenes, acciones, carreras, cambios, imaginación, desorden, brutalidad, simplicidad, clasicismo, pasión y coherencia. Y flipas, vaya si flipas. Cuando llega el descanso, realmente no lo necesitas, quieres más. Y el comentario es generalizado. ¡¡¡Qué ingenio y sabiduría dramática hay que tener para hacer tan divertido y entretenido un follón semejante!!! A todo esto tienes la grandiosa traducción del griego clásico al moderno y del moderno al español el gran Alberto Conejero que consigue hacer cercano y asequible ese grandioso poema épico. A ver, yo también me dedico a eso, y sé lo jodido que es lo de los subtítulos, reducir tres frases a una y que conserve el respeto por el texto original y la grandeza de un clásico como este. Un trabajo de quitarse el sombrero. Reconozco que me perdí en muchos momentos. Quiero decir que de pronto no sabía de quién hablaban, o no ubicaba a un personaje nuevo que aparecía, luchaba y moría. Hay un problema insalvable, los micros. Si estás pendiente de los sobretítulos (normal, no entiendo ni papa de griego) las voces cuesta distinguirlas. A ver, yo me dedico a la voz desde hace 25 años. En un espectáculo con sobretítulos, cuando no hay micros, el sonido te hace situar en el espacio al actor que está hablando, pero si hay micros, las voces suenan por los altavoces, y si los actores tiene voces parecidas y no entiendes lo que dicen, yo confieso que a veces me perdía y no sabía quién hablaba. Pero bueno, a pesar de eso que además lo comento como para sacar una falta, el espectáculo es una auténtica gozada. Livanthinos dirige esta amalgama con una mano sabia, inteligente, comprendiendo el texto en toda su magnitud y profundidad y ofreciendo un recital de creación y utilización de elementos escénicos tan sencillos como efectivos. Demostración de que cuando algo es coherente y decidido no tiene por qué ser complicado. Algo como poner una escalera en la espalda de Aquiles para saber y aceptar que ese es el Aquiles guerrero o mover todos los brazos para saber que están corriendo. Todo esto en un espacio escénico con los elementos justos y necesarios, pero de una inventiva y una utilización magistrales. La música y "banda sonora" en directo, prodigiosa, los actores, del primero al último soberbios. Los personajes definidos con las pinceladas justas. Zeus y su familia de dioses están dibujados con los trazos justos y precisos y los guerreros de ambos bandos exactamente igual. Precisión, concreción y definición. Todos estos elementos para construir un entramado complicadísimo de seguir, pero curiosamente ameno, divertidísmo, entretenidísimo, liviano (dentro de la grandiosidad del texto y de la magnitud del montaje) y que sinceramente, pasa volando, porque cuando las cosas están hechas desde la sabiduría y el trabajo titánico de todo el equipo la calidez y calidad de un espectáculo traspasa el escenario e invade al espectador de TEATRO con mayúsculas. Ah, otra prueba más de que el ciclo "Una mirada al mundo" es casi tan interesante como el "Festival de otoño a primavera". Una excusa perfecta para traer el mejor teatro que se hace fuera de España.
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