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lunes, 18 de junio de 2018

Islandia.

Hacía tiempo que tenía compradas estas entradas y realmente me apetecía ver un espectáculo producido por en TNC. Aunque fuera dirigido por el propio director del TNC. No lo digo por él, claro, porque en mi ignorancia no conocía el trabajo de este director, sino por propio prejuicio viendo cómo nos lucen las cosas por aquí. 

Lo cierto es que en estas últimas semanas han programado por Madrid varios espectáculos con pintaza, incluso alguno con amigos dentro que no he podido ver porque como ya tenía entradas para esto...
Y menuda puntería que he tenido. A ver si consigo explicarme.



El texto de Lluïsa Cunillé no me gusta nada. Creo entender que nos cuenta la historia de un chico islandés que viaja a Estados Unidos para buscar a su madre, de la que hace tiempo que no tiene noticias. La mujer se casó con un carnicero norteamericano y desde el estallido de la crisis no ha vuelto a saber de ella. El chico tiene una sóla ilusión en la vida, ser cantante de ópera cuando sea mayor. Incluso tiene una profesora particular que está muy contenta ella con los progresos del rapaz. 
El chico viaja a Nueva York y allí se cruzará con varios personajes que representan los estragos de la crisis en el mismo epicentro. Al final, el chaval se encontrará con la madre, aunque ninguno de los parezca especialmente ilusionado, el chico escapa, termina en un hospital y ya.
No tengo capacidad como para criticar en profundidad el texto, simplemente me pareció vacío y poco profundo. Es posible que la autora quisiera justamente eso, no lo sé por eso no diré si me parece bueno o malo. Sólo puedo decir lo que me provocó. 
De entrada me parece terrible que en un texto presentado sobre un escenario se oigan las cosas que se oyen aquí. Ya sé que es una traducción del catalán y supongo que las cosas que voy a comentar serán catalanismos o expresiones directamente traducidas del catalán al castellano, pero me parece que no se pueden permitir sobre un escenario. Y muchísimo menos sobre un escenario público, que debería vigilar mucho más que nadie el uso correcto del lenguaje. 
En castellano no se dice "tirar las cartas", se dice "echar las cartas". Lo de "me sabe mal" es una expresión catalana (esta vez sí, correcta). No se dice "he venido al hospital y he pedido por ti", se dice "he preguntado por ti". Lo de "he pedido" suena a que has puesto unas velas a Santa Gema para que interceda por su alma. También es extraño que a las hamburguesas las llamen hamburguesas y a los perritos calientes, hot dogs. 
Pero no es sólo eso sino que el texto en sí presenta a personajes vacíos, de esos que si te los cargas de la función esta sigue siendo igual. Plagada de frases de póster y de reflexiones artificiales que parecían sacadas de wikipedia. Texto que pretende desnudar el alma de personajes asolados por la crisis pero que resulta artificioso, literario, irreal y fofo.
A esto hay que añadir un dirección plana y laxa de Xavier Albertí. 
La escena inicial es desasosegante: ¿por qué esa chica está detrás del cabecero de la cama y casi no sale de ahí? ¿Por qué hablan de tostadas cuando lo que se comen es un trozo de pan de molde blanco? ¿Por qué estoy mirando el pan cuando debería estar pendiente de la escena? ¿Es esto una metáfora? ¿Por qué ha salido un niño de debajo de la cama? ¿El niño es el prota, el chico de la cama, el de la tostada? Ah, no que por edad no le ha dado tiempo de ser él. Entonces sí, es una metáfora. Digo yo.

La escena con el inventor y el neurólogo tampoco me funciona. Para empezar, no sé pero se me hace extraño que hablen todos en el mismo idioma y no haya ni una mención al acento. Vamos que aunque tomemos el castellano como idioma base, alguien debería mencionar que el chicho tiene acento. Es islandés. Por muy bien que hable inglés... Pero en ningún momento de la función se menciona. 
El inventor sí que tiene un acento exagerado. A ver, es catalán, es obvio, pero cuando se preguntan por sus orígenes parace que él va a contestar que es de Cornellá. Too much accent. 
Pero aparte de estos detalles (o como que un neurocirujano no sepa dónde está Islandia) es la escena en sí lo que no me funciona. Tanto esta como todo el resto del espectáculo se me hace eterno, las escenas dilatadas, tediosas, repetitivas y muy poco emocionantes. Varias escenas, si las quitáramos, no cambiarían en nada el espectáculo.     
Entiendo que la intención es la de presentar a un grupo humano variopinto y las consecuencias que han tenido en ellos la crisis. Desde el viejo buscavidas que va intentando estafar a los demás, a la señora arruinada y que malvende sus recuerdos en la calle, o el vendedor de perritos calientes en pleno Wall Street. En medio, ese chico al que no parece que le afecte que le hayan robado la maleta, no tener un sitio donde dormir, tener sólo billetes de 50 que milagrosamente le cambian en las taquillas del metro...
Todas las escenas son larguísimas, afectadas, estiradas en un intento de emocionar o de dar cierta transcendencia pero que lo que consiguen, al menos conmigo era que desconectara y que les viera el truco. 
La escena con la madre es el colmo de la extrañeza. Aparte de que aquí y la emoción brille por su ausencia. Madre e hijo sentados en la iglesia, ni se miran, la madre antipática como ella sola insiste al hijo una y otra vez para que se pire. ¿No hay ni un ligero afecto entre ellos? ¿Entonces por qué ha viajado hasta allí el pobre? Al final de ese encuentro gélido parece como que la movida es que la madre está avergonzada por vivir "tirando las cartas" (se las debe de tirar a la cara a sus clientes) y que se ha quedado embarazada... ¡de su marido!
Y fin. 
Bueno, no; entre medias se supone que el chico sueña con ser cantante de ópera. Tiene una profesora particular (muy mal económicamente no estará esa familia, claro), pero cada vez que hace como que canta, es un dolor. Yo si fuera la abuela del chico despedía a la profesora ya mismo. El chico no da ni una nota y digamos que canta como si no tuviera la más mínima posibilidad de dedicarse a eso de mayor. 
La escenografía es chula aunque promete más de lo que luego resuelve.  Max Glaenzel crea un espacio prometedor que acaba siendo más útil que expresivo. 
Del elenco destaco a Juan Codina porque despliega una fuerza y una rabia de gran maestro. El resto, de ambos sexos y de todas las edades chapotean en la superficie de sus personajes, sin ahondar en nada y dando una sensación de tedio, de pocas ganas de estar ahí y de una falta de implicación que se contagia.



Poco más que añadir, insisto en que estas fueron MIS sensaciones al ver la función. Un texto sin chispa, lleno de tópicos y de intenciones sin realizar, con una dirección tediosa y nada emocionada ni emocionante y unas interpretaciones superficiales. 
El María Guerrero, otrora petado, con medio aforo vendido. Así no levantamos cabeza.   
           

lunes, 29 de enero de 2018

Beatriz Galindo en Estocolmo. Sala de la Princesa.

No se debe confundir el propósito de un espectáculo, el por qué de su origen ni su pretensión con la valoración de su resultado. 



"Beatriz Galindo en Estocolmo" es un encargo de Ernesto Caballero a Blanca Baltés, autora de este texto, para intentar reivindicar la figura de las mujeres de la Generación del 27. Quizá ahí radique el punto débil. Es un encargo, del que puedes enamorarte y poner en él toda tu pasión y sabiduría, pero que NO nace de una necesidad. No es esa tenga que ser una condición indispensable, pero sí ayuda a que el resultado sea febril y que lleve un trozo de tu alma.  
Blanca Baltés ha escrito un texto en el que efectivamente reivindica a todas aquellas mujeres no sólo olvidadas sino directamente silenciadas, mutiladas de la historia. Jamás existieron. O fueron puteadas y muteadas. Las mujeres siempre han sido peligrosas, por supuesto las educadas más y las creadoras ni te cuento. Un polvorín que ponía (y pone) en peligro la supremacía de la testosterona. Y eso da mucho miedito. Mejor seguir explotando el cuento de la superioridad, de la cocina, del gen distinto y que la Historia y la cultura la vayan formando los tíos, que por supuesto son los que mandan y por tanto los que deciden.    

Este mensaje y este propósito son indudablemente incuestionables y cualquiera con dos dedos de frente reconocerá que una injusticia tan flagrante como esta necesitaba y merecía un resarcimiento a la altura del atropello. Desgraciadamente la intención queda por debajo del resultado y el texto se convierte en un listado de nombres, datos y anécdotas sacadas de wikipedia con menos calado del deseado.   
El hilo conductor de la historia es el supuesto rodaje de una película dirigida por otra injusta olvidada, Concha Méndez . Este juego teatral es lo más interesante porque permite jugar con la ficción y la realidad y hacer más ágil tanto el trasiego de personajes como de anécdotas. Este punto sí funciona y le da una agilidad que contrarresta la pesadumbre del resto del texto. Quizá se podría haber optado por no intentar nombrar a tanta gente ni tantos datos e intentar crear una historia directamente ficticia que ejemplarizara y lograra el mismo objetivo pero sin convertirse en un artículo enciclopédico. 
Carlos Fernández de Castro tiene un extensísimo currículum y demuestra maestría jugando con los elementos que tiene. Mueve y dinamiza bien al elenco y saca partido de todo lo que tiene de su parte.   
Carmen Gutiérrez es Isabel Oyarzábal, defensora de la república y primera embajadora española. Su destino: Estocolmo.  Escritora , diplomática, actriz, periodista... una mujer increíble y totalmente desconocida. Eligió como seudónimo, Beatriz Galindo, escritora y humanista del siglo XV, más conocida como La Latina. La figura de Isabel es bestial, una mujer desconocida en la historia de España y de su cultura. Borrada directamente del mapa. Carmen Gutiérrez convierte le personaje en una mujer algo mal encarada, soberbia y antipática. Tiene una dicción limpísima pero afectada y una forma de actuar artificiosa. Algo más naturales están Ana Cerdeiriña y Gloria Vega aunque también están en un sitio algo afectado y poco natural. Eva Higueras sin embargo sí está más relajada y siente sus papeles desde otro sitio más real y vivo.



Y Chupi  Llorente vuelve a demostrar que es una actriz de raza y seguridad. Chupi lleva haciendo teatro y viviendo el teatro 30 años y eso se nota en su forma de pisar el escenario y de exprimir al máximo todos los recursos que un personaje como Concha Méndez pone a su disposición. Chupi es sólida, viva, crea un personaje cercano, con fondo, un ser vivo con brillo propio y con un dominio de la voz y de la expresión bestiales. Es sin duda, un pedazo de actriz integral que merece un papelón a su altura en teatro importante en la sala grande. 

Así que... id a ver este espectáculo necesario que realmente tiene el mérito de poner en su sitio a todas estas heroínas capadas. Es obligación de todos el intentar devolverles su pasado robado y poner a todas estas mujeres en el lugar de la historia que les corresponde. Para eso lo primero es conocer su vida y obra.  En ese sentido es casi obligado ir a ver este espectáculo. Aunque el texto no consiga volar a la altura que merecen esas mujeres, esas creadoras, pensadoras y artistas.    

miércoles, 18 de octubre de 2017

Bodas de sangre. María Guerrero.

Lorca es Dios.


Pero Dios tiene mil formas, mil representaciones, mil imágenes y mil lecturas.
Hace tiempo que Ernesto Caballero estaba detrás de montar un Lorca. Finalmente el afortunado ha sido Pablo Messiez, posiblemente el director de escena más personal, consecuente e inteligente de hoy en día.




Hay nombres sagrados e imponentes en todas las artes. Aunque en nuestro afán etiquetador y fanático convertimos los nombres imponentes en iconos esculpidos en nuestra imaginería y en vez de otorgarles un lugar de honor les hacemos una putada que te cagas.
Sí, Lorca es Dios. Pero si quieres trabajar con Dios, o representar a Dios, tienes varias opciones: cagarte por la pata abajo, mirar desde la admiración grupie y sentir que hagas lo que hagas todo va  ir  por delante de ti o puedes acercarte al mito (al puto mito), mirarle a los ojos, cogerle de la mano, hacerte su cómplice y dejarte guiar por su amistad.
Es cierto que están muy arraigados ciertos clichés con la obra de Federico. Y enfrentarte a "Bodas de sangre" sin imaginarte Andalucía, las navajas, las guitarras, su poquito de flamenco, mantones negros y una luna en el escenario parece inevitable. Pues no, señoras, de eso nada. Esas imágenes, no sólo no ayudan nada sino que son una tumba para el propio trabajo del autor. Federico decía " yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento. Y lo haré como me dé la gana". Así quería Federico hacer teatro y así ha elegido hacerlo Pablo Messiez. Messiez ha decidido ser fiel a Federico, no a la idea que tenemos del pobre Federico.
Lorca decía del teatro que se hacía en su época que era "un teatro de y para puercos. Así, un teatro hecho por puercos y para puercos". Nada que ver con esa imagen de señor cantarín y alegre, educado y señorito. Por ejemplo.
Por eso Messiez ha traído al presente las palabras de Federico, para que así tengan sentido y vida. Montar unas bodas con llantos, pañuelos negros, caballos, folclore y arriquitaun habría sido empolvar más aún la ya de por sí demasiado empolvada huella de Lorca.




Porque para que el teatro esté vivo tiene que cohabitar con nosotros. Tenemos que verlo en paralelo. Y por muy Lorca que sea, si no está en presente no vive. Además el propio Federico en su corta vida tuvo la valentía y la ocasión de dejarnos una extensísima "bibliografía" para que buscáramos las respuestas a todas las preguntas en él mismo. Conferencias, obra dramática, versos, canciones, dibujos, miles de cartas... ahí están sus palabras para darnos respuestas, para ayudarnos y para completar la ingente dimensión de su figura y de su libertad creativa. Y de paso para encarnarle, para hacerle humano y real, no mítico, lejano y arquetípico.
¿O no es de una libertad creativa absoluta poner a hablar a la luna en ese acto tercero mágico y perturbador después de haber navegado entre versos, costumbrismo, tragedia, fatalidad y comedia? Eso es precisamente "hacer el teatro que me guste, el que siento. Y hacerlo como me dé la gana". 
Una libertad creativa que él mismo definía hablando de la "cualidad anarquista" del artista. El artista y su capacidad de escuchar únicamente tres voces: la voz de la muerte, con todos sus presagios, la voz del amor y la voz del arte.
Sin ir más lejos, en sus propias palabras está lo que sintió al viajar a Estados Unidos y a Cuba, el descubrimiento de las razas y de la llamada de la naturaleza.
Descubrir a Lorca no es mirarle con devoción, respeto, idolatría y un acojone interior por la dimensión "creada" alrededor de su figura. Descubrir a Federico es verle humano y escarbar en sus palabras y en su desinhibición. Él sólo te dará las repuestas y la ayuda necesarias para ser consecuente con su trabajo y respetuoso con su intención. Y siempre desde aquí, desde hoy, desde el mismo nivel, cogiéndole de la mano (mejor del brazo) y saliendo a pasear como dos amigos.




Y como Pablo Messiez es más listo que un ratón colorao, eso es justo (creo) lo que ha hecho. Ha bajado a Federico del altar, le ha pedido respuestas y le ha escuchado cuando se las ha dado. Así, los dos agarraditos del brazo.       
Por eso comienza el espectáculo con la luna (o la muerte) adueñándose de las palabras del Autor de "Comedia sin título" que podían haber sido perfectamente las del director de "El público". Por eso el padre recita "Cielo vivo" en la boda (y encima lo adorna con unas palabras bellísimas en las que viene a decir: "no entiendo qué significa, pero me gusta mucho, me conmueve y ya está", todo un homenaje a lo de "hacerlo como me dé la gana"). Por eso, ¿qué mejor vals para cantar que el "pequeño vals vienés"? Porque Federico es un artista global y toda su obra es un conjunto. Y la respuesta a sus preguntas está en él mismo. Genial, Messiez. ¡Qué coño, si caber caben hasta Juana Reina y su vibrato!




En lo estrictamente escénico este espectáculo es un derroche visual, estético y emocional.
Tras ese arranque demoledor, Messiez nos mete de lleno en el mundo de "Bodas" tal y como el propio Federico lo describió. En una habitación pintada de amarillo. Si ya desde antes de comenzar el espectáculo, quizá desde su propia concepción la libertad inunda las salas de Messiez, en lo que vemos a partir de este momento está Federico, Pablo, la palabra y el encuentro de esa palabra con el hoy y el ahora. Único e irrepetible como nunca. 
Pablo ha optado por la lucha entre el orden establecido y el deseo. Entre el poder irrefrenable del cuerpo y de la carne y la limitación del propio ser humano. Entre la libertad de las palabras y la propia cárcel que estas pueden generar. Entre moral y pasión. La madre no es una doliente magdalena sino una señora de su tiempo pero muy, muy jodida por haber perdido su carne y haber tenido que lamer su sangre. Teme la soledad y la inutilidad de una vida dedicada, no vivida. Messiez quiere a sus personajes, les comprende y les mima. Y recrea todo el subidón trágico sin caer en amaneramientos ni en disfraces culturetas. Deja que la pasión fluya por las venas de esa novia calentorra y sonríe y sufre con la criada/madre. Agarra a Federico, le estudia, le entiende, le mima y juntos transitan por ese bosque mágico, casi shakespeariano. 
Su sitio es la fraternidad y el calorcito. Nada de altares ni hostias. De tú a tú con Fede. Hablando el mismo idioma y usando sus mismas armas. Las palabras que tocan, las imágenes que te cambian y las tentaciones físicas a las que sucumbes. 
Esos deditos acercándose entre temblores son puro Lorca, son pasión, temor, calentón y poesía.




Los espacios que crean a pachas Elisa Sanz y Paloma Parra son gloriosos. Son puro brillo, pura tragedia y puro viaje a la esencia del drama. Si las palabras mueven, tocan y cambian, la gama de colores, texturas y calidades de los espacios creados por Elisa son puro interior. Son lo que pasa por dentro, son lo que se calla y sólo se siente, son "el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito".  De los colores y las formas libres, juguetonas y densas hasta el vestuario colorido y atemporal. Pues sí. ¿O es que esa boda tal y como la vemos no puede celebrarse hoy mismo? 
Las casas de los novios, los troncos, el banquete de bodas, el bosque, la sala de espejos... todo es puro ardor. 
Y como complemento perfecto las luces, las sombras, los brillos, los fogonazos, los reflejos y las linternas de Paloma Parra. Creo que la escena de la huida de los amantes por el bosque no podría estar mejor iluminada. Es pasión, es terror, es deseo y es semen y fluidos. 
El espacio sonoro de Óscar G. Villegas mezcla fábula y realidad. Tierra y noche. Pez luna y cuchillos. Es teatro y es noche. Y fiesta y compañía. Y pueblo. 




Gloria Muñoz es una madre sin nombre seca, sufrida, con la palabra "muerte" escrita en la frente y con el cuerpo blando por la pérdida. No es la madre coraje que pelea, ni la sufridora que araña las paredes. Sufre y llora por dentro, como si su dolor fuera agua. Por eso su cuerpo ya no sostiene con fuerza, sino con inercia. Claudia Faci se adueña de las palabras y se alía con ellas para ir poco a poco taladrando nuestra seguridad. Es un espectro, la muerte, la sombra, la oscura raíz, un espejo, la navaja y la serenidad del autor demiurgo. Carmen León borda una creación sensible, sabia y con el poderío de la tierra. Es ancestral y primitiva. Sabe que siente aunque no comprenda y se mueve por el escenario con un peso brutal. Francesco Carril vuelve a demostrar su inmensa capacidad de adueñarse de los sentimientos de sus personajes y de "crearlos" en el momento, de "hacer que nazcan" y que parezcan únicos y surgidos en el momento. Estefanía de los (dioses) y de los Santos se marca una criada antológica. Fani tiene un don especial y es que haga lo que haga no puedas quitar tus ojos de ella. Absorbe las miradas. Y tiene una intensidad y una dimensión en su mirada que traspasa escenarios y leches. Su forma de mirar a la novia es real. Como real es su mirada profunda y trágica durante esa boda que sólo ella sabe ya de antemano que está muerta y teñida de rojo. De un rojo sangre con el que sólo ella se atreve. 




Carlota Gaviño es la novia terrenal, la novia cuyo cuerpo cambia y muta al enfrentarse al amor, al deseo, a la carne alterada para siempre y al sexo febril y apasionado que ha mutado su corazón y su coño para siempre. Porque desde que cede al deseo, es como si atrajese a la muerte a la vez. Es fatalidad, tragedia pura y calor de recién parida. Grandiosa hembra removida que comienza a temblar sin querer antes incluso de saber que su pasión es inevitable, que "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Prodigiosa Carlota, suicida y amorosa. La mejor novia imaginable. Es un algodón de azúcar lleno de calor, de pena, de muerte, de fatalidad, de sexo, de vida y de saliva. "Una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera". Es una Julieta que sabe que puede follar y que sabe que follar mola, conmueve y perturba. Virgen quizá, pero con el cuerpo y la carne tocados para siempre. Y eso ya no se cambia.       
El resto del repartazo lo completan Pilar Gómez, Julián Ortega, Guadalupe Álvarez, Pilar Bergés, Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro, todos ellos vivos y brillantes. 

Ya lo dice Messiez: todos los apellidos que derivan en adjetivo tienen un peligro reduccionista enorme. Ahora que su obra ha pasado a ser de dominio publico, tengamos cuidado. No es que desde hoy se puedan hacer chuminadas sin sentido ni respeto, pero hablemos de tu a tú con Federico y dejemos atrás eso de hacer algo "lorquiano". Se acabó lo de mirarle desde abajo, con devoción, con miedo, con el acojone de quien mira a lo inalcanzable. Yo ya dije hace unos días, que viendo estas "Bodas de sangre" de Messiez, me vuelvo Lorca!!!!!
Que sí, que Lorca es Dios. Pero es más sano ser ateo.   




       

domingo, 22 de mayo de 2016

La rosa tatuada.

Desde "Nuestra clase", allá por 2012... no he visto ningún espectáculo de Carme Portaceli que me haya tocado.
Decía el otro día un genio amigo que si vas a un espectáculo en el que no te está moviendo nada de lo que ves, lo mejor, en vez de ponerte en el pedestal de "esto no va conmigo", es intentar buscar algo que te provoque, que te guste, algo que te salve. Gracias, Roberto Enríquez por ser tan exageradamente bueno.
Cuando este Fortimbrás pisó por primera vez el escenario del María Guerrero con la mirada fija en el futuro y la palabra "tenacidad" escrita en la frente, nunca habría imaginado que 30 casi años después camparía a sus anchas dominando lo imposible y disfrutando de esa nube dulce y ese cartel apoteósico.



Este espectáculo digamos que es... desacertado.
Buena envoltura. Escenografía graciosa. Aunque no sé por qué hay elementos que bajan y suben porque sí, cuando podrían estar ahí todo el tiempo. El toque naif de convertir la casa de Serafina en una especie de "recortable" le da un tono infantiloide o simplista que reduce la trama y el tono a una comedieta casi vodevilesca. Además hay cosas que no me cuadran. No con este espectáculo, sino siempre. Me refiero a que si marcas un espacio y lo delimitas y le das sentido durante la primera media hora, no puede ser que de repente, porque sí, lo que hasta ahora eran paredes dejen de serlo y la gente atraviese muros, no respete "puertas" y corran atravesando ese espacio. En definitiva, un espacio ampuloso pero que resta intimidad a lo que sucede aunque tampoco es un espacio expuesto al vecindario y a sus comentarios y censuras.
Luces correctas. La música es más delicada. No termino de asumir las cancioncillas que se cantan. Se cantan un par de ellas y ya está. Ni son un elemento dramático ni nada. Cantan un par así al principio y luego nada. Gratuitas, vacías y que únicamente distraen,
La elección de Portaceli de contar esta historia de culpas, pecados, amor, deseo, necesidad, dependencia y mucha suciedad como si se tratara de una comedia romántica de colores pastel y gente mona y aséptica es lícita, evidentemente, pero en mi modestísima opinión, aniquila cualquier dosis de  carga de profundidad de las que tiene el texto. Portaceli es muy dueña de coger lo que quiera del texto y de separar las capas como quiera para decidir qué y desde dónde nos lo quiere contar. Pero decidirse por un Tennessee Willliams para contar la capa superficial y edulcorada de una historia amarga y ácida me parece un desperdicio. Pero vamos, cada uno decide y cada uno elige.
Y fíjate, hay un detalle que puede parecer una chorrada pero que a mí me chirrió mogollón. En un momento dado, Mangiacavallo habla por le móvil con su jefe. A ver, si tiene móvil es que estamos como mucho a finales del siglo XX o en le siglo XXI. Pongamos que son los noventa; en los noventa No se daría este conflicto. Ni se daría de esa forma, la niña estaría más que harta de darle alegrías al cuerpo, el marinero ni te cuento... Vamos, que para los cincuenta vale, pero para los noventa... como que ya no.
El tono general es frívolo y poco o nada profundo. Bueno, es la opción de Portaceli. Pero convertir la escena de la vecina insufrible con voz de pito y el travestido... es casi como convertir una disputa entre italianas pasionales en un teatrillo de José Luis Moreno. Almíbar, superficie, velocidad, conflictos básicos y sin nada de peso... todo fluye a nivel de la epidermis hasta que aparece Roberto Enríquez.



Aitana está guapísima al comienzo de la función. Y monísima vestida. Pero luego descubrimos la falta de solidez, de temperamento y de raza salvaje de italiana fanática y sexualmente hiperactiva. Está muy, pero que muy entregada y dándolo todo, pero se queda escasa de sangre. Alba Flores no me resulta convincente como hija virginal, sometida y con una rebeldía moderadamente beligerante. Sabe perfectamente lo que hace y lo que hace está bien. Maneja bien el escenario y lo pisa con solidez, pero... creo que a ella tampoco le va el papel.
Los secundarios son correctos algunos e insufribles otros. Pero bueno, hacen lo que les han dicho.



Y Roberto. Roberto (y sus orejas de plástico) sale y aplasta todo a su paso. He dicho mil veces y lo repetiré hasta que se me caiga a cachos la lengua, que Roberto es de los mejores si no el mejor actor de su generación. Y aquí lo vuelve a demostrar. Sale y pisa el escenario con otra densidad. Domina cada gesto, cada impulso y cada intención. Quizá la brutalidad esa de empotrador que taladra a Serafina sólo con moverse delante de ella quede empañado no por la falta de sexualidad de Roberto sino por la puesta en escena sexualmente fría y nada apasionada. Si Serafina decide después de tanto tiempo meter a este hombretón en su cama es porque este camionero tiene que desprender electricidad y testosterona. Tanta que ablande el caparazón de Serafina. Y por la puesta en escena casi parece más un vodevil que una seducción en vivo. Serafina tiene que derretirse ante la idea de tener a ese hombre encima, debajo y dentro. Sin embargo aquí casi te los imaginas echando un parchís. Entre risas, sí, pero un parchís.
Creo que Roberto aparece y se divierte. Se lo pasa de maravilla y disfruta como un descosido haciendo un papel con muchísima menos carga interior que otros papeles a los que nos tiene acostumbrados. Su Fausto antológico (de la mano ese genio que era Pandur) ni por asomo se acerca a este Mangiacavallo. No digo que sea un personaje fácil ni básico, sino que el nivel de profundidad emocional y de compromiso del actor es totalmente distinto a otros papeles de esos densos que borda Roberto. Es más, creo que Roberto no concibe el trabajo si no va unido siempre al compromiso total y en todos los sentidos. y aquí hace lo mismo. Investiga, comprende, salva y entrega todo a este personaje. Pero desde luego, no es Fausto (ni falta que hace). Y Roberto, en su inmensa capacidad de vivir otras vidas, se apropia del cuerpazo de Mangiacavallo y domina todos los aspectos escénicos de tal forma, que sólo le queda disfrutar, relajarse, gozar, divertirse y reírse todo lo posible. Y sentirse hinchado y satisfecho de ver que Fontimbrás pisa con pies de gigante en el templo del teatro. Mangiacavallo consigue un nivel decididamente humano y más real y cercano que el macho alfa que dibuja Williams.
Realemente es una lástima ver estos teatros y sobre todo estas instituciones de lo que han sido a lo que son hoy. De estar en manos de los mejores directores, gestores y creadores del panorama mundial rodeados siempre de los mejores equipos a lo que se han llegado a convertir; en sitios acomodados y chiquititos con aspiraciones acomodadas y chiquititas enfocadas a un público acomodado y chiquitito. Afortunadamente siempre habrá un Roberto Enríquez que convierta en oro su trabajo en espectáculos acomodados y chiquititos.    

      

lunes, 15 de febrero de 2016

Cocina. Sala de la Princesa.

Aparte de en el dormitorio (y no en todos los casos), donde más tiempo pasa uno en su propia casa y en las ajenas es en la cocina. Allí, al calor de la lumbre, o de la vitro, se cuecen las intrigas, los secretos y las mentiras de cualquier familia. 
Ahí, en la cocina de un matrimonio de éxito se amasará un drama que se llevará a esta pareja por delante. Lo que empieza con una simple broma de mal gusto acabará desbocando marrones y asolará esta cocina, cubriendo sus azulejos níveos y puros con una hollín del que no sale ni con rasqueta. Y es que cuando el mal se instala en una casa no hay quien lo eche. Ni siquiera quien lo despiste.    




El texto de María Fernández Ache es ingenioso y está lleno de veneno suficiente como para cargarse a esa familia aséptica y "feliz" así, de un plumazo, usando sólo su propio veneno y su propia mierda, escondida esta vez dentro del frigorífico. Texto ingenioso, bien calibrado, perfectamente desarrollado y con una medida y precisión inteligente y siempre al servicio del drama. Brillante. Como brillante es la puesta en escena de Will Keen. Utiliza el espacio de forma ingeniosa y muy original e incluso divertida. Mueve a los actores con fluidez, naturalidad y lógica (algo que aunque suene así como a perogrullo, no lo es en absoluto, y si no, párate a pensarlo un segundo). Bien dosificados el ritmo, el humor y la acción y muy bien mezclados drama, tensión, seriedad, dureza, emoción y caricatura. Quizá tarde un poco en arrancar. La primera escena (casi toda en off) puede que sea demasiado larga y luego, durante la función hay otro momento en el que la acción vuelve a dilatarse y a dar vueltas sobre lo mismo. Quizá un pelín de poda y haber dejado la función en una horita y media le vendría bien. 
Los actores están muy bien. Quizá los actores que están en off estén un poco pasados. Quiero decir, evidentemente están grabados y me da que en esa grabación se cayó un poco en la tentación de dejarse llevar y se nota como que poco a poco se vienen arriba y acaban un poquito sobreactuados (y sé de lo que hablo, está claro. Medir la intensidad de una voz grabada no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista)        



Sonia Almarcha está brillante. Pasa de la sofisticación aparente al derrumbe emocional y del brillo al fango pasando por todo entre medias. Maravillosa, aunque con una cierta tendencia a repetir el mismo toniquete. Pero es algo leve. Manolo Solo hace lo que le pongas por delante. Vamos, quiero decir que le da vida a cualquier personaje en tus narices. Y aquí hace una nueva creación totalmente magnética. No puedes dejar de mirarle y de verle respirar, moverse, temblar, sufrir, mentir, cagarse y buscar salida sin encontrarla. Si alguien tiene dudad de que Manolo sea uno de nuestros mejores actores, que vaya a ver "Cocina" y luego hablamos. Prodigioso. 
En resumen, un espectáculo brillante, sólido, compacto y muy, muy atractivo. Imprescindible.    

sábado, 19 de diciembre de 2015

Insolación. María Guerrero.

Me voy a meter en un jardín. Pero es que yo soy así. Ya lo sabéis.
Te diría que Luis Luque, pensador, creador, llevador, mirador y calentador de esta función está enamorado. Porque para poner ese sol ahí y para enseñarnos cómo se suda cuando la embriaguez del sofoco sexual te nubla la vida tanto como una botella (o seis) de vinacho hay que estar enamorado. Para admirar y envidiar a otro ser "desquiciado" (como la madre, como Greta, como Magdalena, como Aksenti, como Diego...) hay que estar enamorado. O saber lo que es el amor. Amor hay a raudales en el escenario del María Guerrero. Y sexo, porque esa mano en el corazón comprobando el latido del corazón del chulazo, es para ponerte como un mono. 
Luis Luque es listo como él sólo y se ha rodeado de lo mejor de cada casa y ellos se han lucido.



No conozco el original, pero el texto (la adaptación) de Pedro Víllora es una joya de brillo, de picardía, de vermut, de farolillos y de chulapos. Hay discurso social, reivindicación, salero, lucha, siglo XXI, amor, deseo, calor, fluidos y mucho, mucho sol. Sólo puedo objetar que quizá la escena entre Asís y  Pardo sea un poco reiterativa, pelín larga y quizá, sólo digo que quizá... prescindible. Y mira que es difícil manejarse en el filo entre el requiebro diabético y el ridículo. Y Víllora logra quedarse en el punto justo para las andaluzadas de Pacheco no sólo despierten las sonrisas del respetable, sino que acabas deseando que ese chulazo baje del escenario y te las diga a ti. Sólo por oírlas. Bueno, pues esa frontera delicada es la que consigue le texto luminoso y optimista de Víllora. Bravo. 




La escenografía de Mónica Boromello es otro alarde de esta mujer con un talento fuera de este planeta. Consigue (junto con Luque, que es quien luego mueve a los actores por ese espacio) crear varios universos en uno. Unas praderas ondulantes como el mar (ese mar pasional y liberador siempre presente) los objetos justos, necesarios y preciosísimos, y la magia del genio que permite que los personajes pasen de un escenario a otro con toda naturalidad. Visualmente precioso, equilibrado y sensual. Magia pura la de Mónica.     
Almudena Rodríguez crea un vestuario que más que ilustrar, nace y enmarca el estado pasional de los personajes. Es esencia, es preciosismo y es alma. Tan esencial como las luces de Juan Gómez-Cornejo.  No pueden estar mejor puestas ni llevar tan de la mano el estado de ánimo. Son, como le vestuario, el espíritu de los personajes. Ese sol, esa luna, esos espacios... magistrales. 
Y la música de Luismi Cobo... sin palabras. Es teatralmente cinematográfica, es preciosa, es el sonido del corazón. Cada pieza es un joyita que esconde el interior del alma de Asís. Si hace años que Luismi Cobo viene demostrando que es un puto genio, con a partitura de "Insolación" debería entrar directamente en los cielos de los grandes maestros. No se puede hacer algo mejor. Punto.
Chema León y Pepa Rus están fantásticos, sueltos, sólidos y con un peso brutal. José Manuel Poga asombroso. Es el perfecto charlatán embaucador al que ves venir de lejos pero que te corres vivo por que te agarre y te de un muerdo. Mira, chico, si me engañas con tanto arte, me dejo engañar. Pero encima es que no lo es, es zalamería, es juego, es Cádiz y es el sur. Bordea el ridículo pero se queda justo en el punto de la perfección. Genial, José Manuel Poga. 



Y el norte es María Adánez. Y aquí yo me descubro, me corto las venas, me las arranco, me desangro y me da igual. NO SE PUEDE ESTAR MEJOR. Domina TODO encima de un escenario, desde su forma de moverse, su naturalidad, la manera en la que crea y recrea la vida, cómo escucha, cómo recibe, cómo da, cómo gira, cómo va y viene, cómo domina su voz, cómo ríe y cómo hace que nazca en ella la vida de la función. Maravillosa y absolutamente perfecta. 

De todos estos ingredientes se ha rodeado Luis Luque para cocinar este plato gourmet a fuego lento. Ha cogido lo mejor de lo mejor y lo ha colocado en el mejor sitio posible. En el centro del amor y de la pasión. Luque consigue crear un agujero negro en el escenario y que se junten y entrelacen las dimensiones. El tiempo va y viene y se juntan el siglo XXI y el siglo IXX , el norte y el sur, tiempo, espacio, praderas y salones, pasado y presente. Junta todas las dimensiones espacio temporales y te lleva de la manita o mejor dicho, del corazón, hacia adelante, hacia atrás, parriba y pabajo. Porque en la defensa de la igualdad no existe el tiempo. Porque en la reivindicación del ser único no existe el espacio. Porque en la liberación y en la pasión y el calentón no existen límites ni fronteras. 



¿Que por qué montar este texto hoy en día? ¿Que qué aporta? Pues mira, aporta un golpetazo de belleza de esta como onírica, aporta un vaivén como de hamaca en la playa, aporta disfrutar de un espectáculo apasionadamente bello, aporta temblar con este homenaje al ser humano, al ser único, al individuo a la pasión y al calor. ¿Sabes lo que siente tu cuerpo cuando oyes la obertura de "Tristán e Isolda", por ejemplo? Esa marea pasional, ese subidón espiritual, esa erección del alma es la que se siente disfrutando de un homenaje al amor y a la libertad como este que nos ha regalado Luis Luque. Y sólo por la escena de la romería merece la pena haber nacido.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Bangkok. Sala de la Princesa.

Fernando Sansegundo y Dafnis Balduz están muy bien. Ellos va, vienen, mueven la escenografía, se suben en los asientos, cambian, gritan, susurran, se enfrentan, ganan, pierden, suben y bajan. Y todo lo hacen muy bien. Incluso están muy naturales y creíbles. Escenografía, vestuario, iluminación también bien. Pero claro, es que el texto a mí no me provoca nada. Salgo igual que entro y durante la función, desenchufo varias veces y repaso la lista de la compra. SPOILER. No leas más y si lees no te quejes, que yo te lo he avisado.




Utilizar un aeropuerto vacío para situar esta acción es un recurso poco interesante, la metáfora es tan simplista que a mí no me embauca. Sí, es un símbolo de estos tiempos corruptos, degenerados, sucios y podridos. Vale, si no es eso, si la metáfora es clara. Pero es que de clara resulta evidente.  Y a mí lo evidente no me motiva na de na. Luego la acción tampoco me atrae mucho. El señor que acaba siendo un mercenario y el empleado revenío que es una víctima de la crisis y un revolucionario en la sombra... son lugares comunes poco interesantes. Ni me creo a ese segurata como activista en la sombra, ni su discurso, pese a ser intelectualmente cercano a mí, tiene un desarrollo tan simplista que no me toca. Ni me creo a ese hombre ni me interesa. Y lo que dice está bine, lo de los bancos, lo de los gobiernos hipócritas, lo de la corrupción, lo del asco... pero como que no me cala. Y el supuesto giro dramático para darle intriga a la acción tampoco me sorprende ni me provoca demasiado. 
Así que por eso te digo, jajaja, que ni el texto me interesa nada ni a dirección me parece que pase de correcta y efectiva. Eso sí, luz, escenografía y actores competentes, buenos, muy buenos y muy, pero que muy entregados y por encima del producto.  

lunes, 11 de mayo de 2015

Hedda Gabler. María Guerrero.




"Hay una maldición por la que todo lo que toco se vuelve feo y ridículo". Más o menos algo así viene a decir Hedda hacia el final de la función.  
Yolanda Pallín firma la versión y Eduardo Vasco la dirige. Avanzo desde ya que no me gustó nada de nada así que si hay algún alma sensible, mejor que no siga leyendo. 



Todo es feo. La escenografía de Carolina González no me gustó nada. Una cortina enorme que se medio mueve, se medio abre, se medio cierra sin sentido, unas sillas igual de feas y que tampoco sirven para nada y un piano en medio. Al fondo un espacio oscuro y un árbol proyectado y que cambia de color según el estado de ánimo de Hedda (no el de Cayetana, que parece ser siempre el mismo). Ese espacio oscuro sirve supuestamente para que los actores esperen su turno, queriendo dar un distanciamiento. Pero el distanciamiento se produce por puritita frialdad, no por el hecho de que ellos estén ahí detrás esperando, porque no es así. A veces están y a veces no. La oscuridad sirve, eso sí, para que Cayetana se cambie de vestido. El vestuario de Lorenzo Caprile es un cante. Cayetana, que también coproduce el montaje, saca cuatro vestiditos monísimos, mientras los demás sólo sacan dos, el normal y otro negro pal final, pal drama. Las luces brillan pero por su ausencia.



Eduardo Vasco no es un director que me suela gustar. Salvo "El malentendido". Aquí realmente no aporta nada de interés a esta enésima versión del dramón de Ibsen. En ese espacio feo, los personajes se mueven torpemente y de forma previsible y tópica y no hay nada en la propuesta de Vasco que revele premeditación o autoría. Los actores salen, cada uno actúa como buenamente sabe y puede y ya está. Y sinceramente, están mal o poco dirigidos. Hasta la figura del pianista queda fea. Al menos podían haber vestido un poco al hombre, porque cuando sale por ahí parece que es uno de los acomodadores que ha subido al escenario a algo.  
Charo Amador es una maestra a la que personalmente yo le debo mucho y la adoro de una forma patológica. Pero aquí está redicha, antinatural y tremendamente artificial. José Luis Alcobendas es un actorazo tremendo y aquí defiende como puede un personaje para el que de entrada le sobran años. Pero bueno, aceptando que todos menos Charo son mayores para sus papeles, Alcobendas defiende con sus propias armas un personaje montado a brochazos y dirigido para llegar a no se sabe dónde. Tanto él como Ernesto Arias demuestran su sabiduría en el escenario defendiendo personajes que se han montado con poco recorrido, acelerados, con una progresión escasa y que ambos buscan y defienden en medio del estrés emocional de montaje que les ha preparado Vasco. Jacobo Dicenta defiende con el mismo empeño que sus compañeros un personaje también reducido al tópico pero ni siquiera llevado al extremo, con lo que el resultado es más gris. 



Verónika Moral tiene todas las de perder. La sacan vestida como de tonta, con un vestidujo horrible, peinada fatal y con unos zapatos planos para no parecer más alta que la prota. Y su composición no sé si está marcada así o qué pero es básica, simplona. Parece la amiga sosa, la perdedora, la que no tiene carisma, a la que le quitan los novios y de la que se ríe todo el mundo. Va vestida, peinada y actúa como la amiga pava del grupo. Demasiada simpleza y poco atractivo para un personaje que obviamente te importa poco. 



Y Cayetana. Saca cuatro vestidos distintos monísimos. Se recuesta sobre el piano, posa, camina de un lado para otro como si estuviera en Cibeles, cruza las piernas cada vez que se sienta y adelanta un pie cada vez que se para. Anda, se para, anda, se sienta, cruza las piernas, se levanta, gira, se sienta, cruza las piernas, se levanta, se cambia, camina, se agarra al decorado, se recuesta en el piano, se atusa el pelo, se cambia otra vez, camina sobre unos zapatos con plataformas para ser la más alta, se sienta, cruza las piernas, se levanta, en un arrebato hace como que tira una silla, da dos gritos y hace como que se pega un tiro. Bueno, sí, se pega un tiro. Eso lo sé porque me he leído la obra. Y asombrosamente consigue hacer todo esto durante hora y media sin cambiar la expresión de su cara ni una vez. Y vocalmente tampoco me gustó nada. Estar haciendo un drama como este, ambientado como si fuera de época  no significa que haya que soltar aliento en todas las frases.    



Media entrada y respuesta justita y respetuosa de un público para el que esta propuesta se quedó fría, gélida, olvidable.        
         


domingo, 10 de mayo de 2015

Adentro. Sala de la Princesa.

Juntar de nuevo a Tristán Ulloa a los mandos y a Carolina Román y a Nelson Dante encima del escenario puede parecer tener el éxito asegurado, pero yo creo que es todo lo contrario. Es jugar con fuego. Si no consigues un producto tan redondo como "En construcción" te puedes pegar un batacazo que te cagas. Pero lo consiguen, vaya si lo consiguen. Porque "En construcción" no era un producto, sino un resultado. Y "Adentro" es también otro resultado. El resultado de mirar a la vida a la cara. Y de escudriñar en los higadillos de la mentira oculta. La mentira asumida, aceptada y familiar. Familiar de familia, no de habitual. 



Araceli Dvoskin va a celebrar su cumpleaños (o puede que ni siquiera sea su cumpleaños) y entre recriminaciones, cabreos, malos modos y modos buenos empuja a su hijita, Carolina Roman a que le organice una fiesta. Nelson Dante, el hijo, "El Negro", más conocido como "La Peligros" en la cárcel, destroza el corazón y la esperanza de su hermana mientras comparte cremas con ella. Es un cavernícola desalmado pero adicto a las cremitas para la cara y adora los pajaritos. Es un poco y perdón por la burrada que voy a decir, como decía mi amigo Angelito: "Es buena. Pero es mala. Pero es buena". Esos dobleces que tenemos todos aunque en su caso arrastren a su familia a un pozo de desesperación y de negrura tan reconocible y cercano que hasta duele. 
Montaje sobrio en la forma y respetuoso con un texto duro, frío y cortante, sin lugar para el melodrama. Tristán Ulloa demuestra un enorme amor por los personajes, desde la madre enferma que empieza a abandonar este mundo a la hija sacrificada y atada por un lazo tan invisible como poderoso, la sangre. O la amiga, esa "Male" que decide sobrevivir sonriendo y mirando para otro lado. El que pierde es "el Negro", pero no por Tristán, sino por ti mismo, espectador, que eres el que juzga. 
Actores brillantes, reales y carnales. Noelia Noto es casi una Blanche divina y delicada. Una crisálida recién salida a la vida, inocente y tristemente dulce. Carolina Roman no dice mucho, no hace mucho pero llena el espacio con su amargura, con su presencia triste y herida. Araceli Dvoskin vaga entre nubes, espera como Penélope y mira sin ver. Y Nelson Dante estremece con su presencia. Es un ogro bueno. O un cordero maldito. No lo sé. O ambas cosas. Impresionantes todos ellos. 



Historia amarga y dura, sin un resquicio siquiera para la esperanza. Quizá porque en la vida real no siempre se acaba viendo la luz del horizonte.        

domingo, 22 de marzo de 2015

La ciudad oscura. María Guerrero.

En la sala de la Princesa suelen confluir grandes personalidades para crear espectáculos bastante más interesantes que en la sala grande. Eso ha sido así desde que cerraron el bar, aquel bar histórico y testigo de... bueno, de la vida teatrera y nocturna de otra generación. Ahora está pasando de nuevo. Pero claro, es que se han juntado el universo y la madurez creativa de Antonio Rojano con el saber hacer y la mano certera del responsable de aquella joyita que pasó desapercibida, "Oddi", o de "El feo". Y al final esta mezcla explosiva ha dado a luz una criatura que tiene ya en la frente escrita la palabra "éxito" y una vida larguísima. Te lo digo yo. Y es que lo merece, porque... lo tiene todo. 

Un escritor intenta completar su última obra con la "ayuda" de su hija Dakota, que le apoya tanto como le ataca. Entre ellos late algo oculto. Al otro lado de la ficción, se desarrolla la historia que intenta crear el autor sin nombre. Todo comienza cuando unos parapsicólogos intentan hacer una psicofonía en el Valle de los Caídos y se les aparece Fran. El suicidio de un jockey triunfador, una comisaria de policía amargada, un detective inexperto, un alemán, el pasado histórico, la memoria de un país, Tejero, la mentira y un discurso no tan fascista como pueda parecer se juntan en esta ensalada envenenada que va dejando salir sus sabores escondidos con cuentagotas a través de un ejercicio brillante de acumulación, mesura y tensión dramática realmente magistral. 




El pedazo de texto de Rojano es ejemplar. Dosifica la información y nos engancha en su misterio desde el minuto uno. El interés, la curiosidad y el querer recomponer esa historia fragmentada y misteriosa hace que te quedes pegado a la butaca y no te atrevas ni a respirar. Segundo a segundo vas armando el puzzle tanto dramático como emocional, fantasmagórico y creativo. La figura del creador rodeado de sus fantasmas personales, sus musas y sus miedos es clara y clarificadora. Fernando Soto está fabuloso creando este ser poliédrico, lleno de aristas y recovecos. Él es el "artista", el "creador". Irene Ruiz es su hija. Descarada, revenía, rencorosa y lista como ella sola. 
Al otro lado de la realidad Ana Otero, nuestra Angelina Jolie, es la comisaria repodrida, retestiná que dicen en mi pueblo. Su cabreo es directamente proporcional a su incapacidad emocional. Fabulosa. Mario Tardón, Paco Lahoz y Pilar Gómez son los otros bastiones en los que se sustenta este texto brillante en el que pululan el 23 F, la memoria de un país, los fantasmas del pasado, el dolor de la creación artística, la frustración emocional y unas cuantas variantes del dolor. Incluso el "discurso" nazi, si lo escuchas bien, no es tan nazi, quiero decir, que bien podría ser el discurso de cualquiera que pretenda alentar un poco a las masas, independientemente de colores. Esa es la trampa nazi. Mucho mejor expuesta aquí, sin necesidad de olas, de un plumazo, que en otras obras más sesudas.      

Y si el texto es brillante y las interpretaciones fantásticas, la dirección es otro alarde. Por ejemplo, la forma de intervenir un lado de la "realidad" en el otro es un acierto total. Colocando elementos, dirigiendo la acción, completando su realidad y devolviendo lo que la otra parte necesita. Magistral. Y lo mismo de ritmo, de intensidad, de implicación, de distancia cuando se necesita... Paco Montes está siempre en el sitio perfecto y con una mirada clara, contundente, coherente y sólida. 




En definitiva, que todo lo que hay es fabuloso, brillante y acertado. Merece ser un exitazo y estoy seguro de que lo va a ser. No lo dejéis pasar e id YA mismo a verlo. Ah, y no dejéis pasar ni un sólo detalle por alto. Absolutamente todo tiene un sentido. TODO. 

domingo, 15 de marzo de 2015

Salvator Rosa o El artista. María Guerrero.

Francisco Nieva evidentemente es un grandísimo autor, tiene millones de premios y reconocimientos y es una leyenda viva de nuestro teatro. Pero, como todos los genios, no todo lo que hace es bueno. John Huston dirigió pelis horribles y no todo Mozart es genial. Para mi gusto, este texto de Nieva no es de sus mejores escritos. Es más, lo de buscar el paralelismo entre la revolución de Masaniello y el movimiento de los indignados e incluso con Podemos me parece ciertamente desquiciado. Además le hace un flaco favor al 15M, porque mientras la revuelta de Masaniello tuvo un líder improvisado y fugaz, los movimientos actuales son bastante más complejos y consecuentes que una revuelta por un impuesto injusto y en la que un pescadero ido se hace con el bastón de mando de una masa que se deja guiar por alguien así. Flaco favor, repito. 




En cualquier caso, mi intención no es tanto cuestionar o valorar la vigencia e importancia de este texto nunca antes representado, como analizar brevemente la puesta en escena de este texto lleno de recursos fáciles, chascarrillos algo facilones, poca profundidad en los personajes y situaciones, algunas rocambolescas. Hasta el "duelo" entre Ribera y Rosa, o entre el realismo y la inspiración poética se queda simplificado y ridiculizado en la figura demasiado parcial de Ribera. Reconocer el genio de Nieva en el vestuario, cierto abigarramiento, un lenguaje a veces, contadas veces inspirado es difícil y simplista. Para mí no es un Nieva de primer orden. Y mira que Francisco Nieva es un maestro, un autor indiscutible y con un estilo inconfundible y muy, muy chulo. Pero no. Este no. 

La dirección tampoco ayuda mucho. Escenas atropelladas, buscando más velocidad que ritmo y sin un toque de personalidad o un punto de vista. Varios actores hablan directamente hacia le público convirtiendo la escena un poco en un "búscate la vida" donde cada actor hace lo que sabe. Eso sí, y luego entraré en detalles, los actores y actrices son sin duda lo mejor de la función, moviéndose entre lo correcto y lo buenísimo.
Luces inexistentes, un escenografía fea, con elementos que muchas veces estorbaban más que ayudaban con esos cuadros de la primera escena... indescriptibles, o ese mecanismo secreto de la segunda parte absolutamente pobre. Eso si, el vestuario de Rosa García Andújar brillante, precioso, una maravilla. 




En cuanto al elenco... salvo lo inexplicable de ver a alguien muy, pero que muy por encima de la edad de su personaje, es el mayor acierto de la función. Meseguer, Matute, Lorenzo, Ferrer, Reques, Garbisu, Sendarrubias están espléndidos. Nancho Novo fantástico, llenando bien su personaje y el escenario y con el peso suficiente como pata llevar adelante este prota raruno y difícil. Alfonso Vallejo es una debilidad mía, tiene una forma de hacer que me gusta siempre y un peso específico en el escenario brutal. Las mujeres son cosa aparte. Sara Sánchez está maravillosa y tiene un poderío que sólo deseas que salga más y más. Beatriz Bergamín compone una Rubina que te la comes. Dulce, divertida, graciosísima, con un despliegue de recursos de actriz de clase. Maravillosa y encantadora. Y Ángeles Martín está soberbia. Quizá angustie un poco su respiración, pero utiliza un muestrario de recursos inagotable. Voz, físico, presencia y peso en el escenario. ¡¡Y una intención en cada frase!! Maravillosa. 




Afortunadamente casi todo el elenco tiene tablas suficientes como para "buscarse la vida" en escena y conseguir que la parte actoral no tenga tacha. Casi todos están brillantes y haciéndolo de puta madre. Lástima que ni la dirección, ni la dramaturgia ni el texto estén a la altura. Y ya lo siento, porque Nieva es mucho Nieva y su trono de gran maestro sigue inalterado.