"... y mañana brillará de nuevo el sol..."
En este espacio mío, personal e íntimo escribo casi siempre mis sensaciones sobre lo que vivo en los teatros. Creo, o al menos esa es mi intención, que no hago crónicas ni críticas de los espectáculos. A pesar de que siempre, lógicamente acaba surgiendo el punto de vista, la opinión e incluso el juicio, mi intención al escribir aquí es contar MIS sensaciones y MI experiencia el día concreto que yo estuve en ese teatro concreto viendo ese espectáculo concreto.
Y sí, si el texto es el mismo, el espectáculo el mismo, los actores los mismos, todo lo mismo, lo que hace que los trabajos cambien es el público, los ojos que lo ven, los poros que lo reciben y los oídos que no pueden evitar oír.
La noche que estuve yo, pasó todo esto:
Es cierto que a veces las palabras sobran, o estorban, o manchan o no son necesarias. Mirar es voluntario, decir palabras y sobre todo elegirlas es premeditado y necesario. Pero tanto oler como oír son inevitables. Un olor se cruza de pronto en tu camino y todo tú viajas al lugar donde oliste eso por primera vez, o la vez que te marcó. A la razón de que vuelvas a ese olor. Igual pasa con las canciones, con la música. Bastan dos notas y todo tu viajas el lugar, al tiempo y al mundo de cuando oíste esas notas la otra vez, la que recuerdas, la que te marcó. Y es inevitable, no puedes cerrar el olfato ni el oído. El silencio total no existe ( o no puede captarlo el ser humano así, de natural).
Yo, por ejemplo, que soy muy chejoviano, muy melodramático y muy maruja, viajé en el tiempo y el espacio al escuchar las primeras notas de DOS de las canciones que se oyen en "Las canciones". Nada más sonar esas notas, mi yo entero las identificó y volé a otra época, a otro momento y lugar. Momento y lugar doloroso, eso sí.
Porque también creo que las canciones que más nos marcan son las que acompañan momentos tristes. Vale, sí, una música, una canción de esas que te encienden el alma y te llenan de energía positiva también pueden marcarte, pero para las generaciones, que como la mía crecimos entre películas (con banda sonora), palabras (con su musicalidad) y teatro (con sus músicas); para unas generaciones audiovisuales intensas, lo que añadimos nosotros a la vida es la banda sonora.
Siempre he pensado que si la vida fuera una película, todo sería más fácil, porque sabrías, por la banda sonora, cuando se acerca un peligro, o cuando aparece el hombre de tu vida, o cuando un drama realmente lo es, o cuando alguien que te mira, es chungo. La vida con banda sonora sería más fácil. Por eso se la ponemos. Y con el tiempo tenemos canciones que nos recuerdan a un novio, a cuando nos dejó, a lo que lloramos, a momentos chungos. Porque cuando sufrimos, siempre encontramos a alguien que ha sufrido tanto o más que nosotros. Y lo ha cantado. Si te abandonan, tienes a Brel que encima lo dice mejor que tú. Y dice más, y en francés, que es como más melodramático.
Al menos a mí, mis canciones me llevan a momentos chungos, dolorosos. A momentos en los que necesité ponerles música a mis dramas para que parecieran más de película. Porque soy hiperbólico, sí, pero también porque siendo película se separaba un poquito de mí y eso me dejaba poder seguir viviendo.
Mis canciones son canciones de pena. De pequeño me compraba cintas de esas de 60 (las de 90 se atascaban y no las desenredabas ni con el boli) y me grababa de la radio canciones de llorar. Y me ponía las cintas para llorar. Y así lloraba más y mejor.
Las dos canciones de "Las canciones" que me tocaron particularmente son dos canciones de llorar. Ya me las había llorado en el pasado y me las volvía a llorar el otro día. Y sí, aunque el drama esté sobrevalorado y las lágrimas sean un recurso fácil, para las hiperbólicas, una buena jartá de llorar te deja nuevo. Y te sana.
Y es que las tres hermanas que se juntan tras la desaparición del padre (misterio que ni se resuelve ni falta que hace), lo hacen para curarse.
En ese prólogo fascinante, cada uno elige una canción, la pone y se deja hacer. Las reacciones de cada uno son inesperadas, pequeñitas (o no) pero son únicas. Son las suyas. Porque cada uno escucha como quiere y como puede. Hasta Olga se retuerce. Aquí tenemos en pocos minutos, el libro de instrucciones de cómo ver el espectáculo que va a empezar en breve. Es fácil, escucha y déjate hacer.
Hace un tiempo, un guay me acusó de "messiánico" por mi debilidad por Pablo Messiez. No sólo es cierto sino que es verdad. Y un orgullo.
A veces, muchas, casi siempre, al leer críticas parece que lo que lees son intentos de demostrar que has entendido lo que el autor o el director te querían contar. La mejor crítica es la que descifra mejor las intenciones del autor o del director. Por eso paso de intentar desgranar aquí lo que pasa entre los hermanos, o con la mujer, o con los músicos, o con Jota. Ahí está, eso es lo fácil y que cada uno lo vea como quiera.
Para mí lo magistral de este espectáculo es que empapa. Empapa la que mira y escucha desde su butaca si de verdad quiere mirara y escuchar. Yo confieso que me perdí alguna cosa, por lo que me han contado, porque en cuantos los subtítulos me pedían cerrar los ojos, los cerraba.
Por sacar punta a algo... quizá hubo algún momento en que al estar pendiente de leer los subtítulos con las letras de esas canciones, me despegaba un pelín del dejarme hacer total.
Curioso, la mayoría de las canciones que se oyen las cantan mujeres. Y aunque las palabras aquí estén en un supuesto segundo plano, las letras de las canciones, las palabras elegidas en esos poemas, son vitales, importantes, únicas, necesarias. Así que hasta en las canciones, las palabras son importantes. Es sólo que en algo como una canción, en donde hay varias capas de tentación unidas, puedes fijar tu atención en las palabras o no, y dejarte hacer por la música. ¿Cuántas canciones nos destrozan por dentro y no seguimos la letra al cien por cien?
Pablo Messiez lleva a sus actores, a sus personajes, a ese muestrario chejoviano al sitio más delicado y peligroso. Y con ellos, a nosotros, si nos dejamos hacer. Les (nos) lleva al lugar del que no puedes escapar, el lugar de lo inevitable, justo donde la única salida es la salvación. O la desolación. Y si las tres hermanas intentan purificar sus vidas con este ritual, esta liturgia, esa eucaristía, esta danza ritual, este exorcismo, la pobre Natasha busca lo que no ve, el sentido a una vida inútil. Y el público, desde su butaca, puede navegar por estas o por sus propias canciones y llegar a un acuerdo con su pasado o con sus historia.
Y Pablo no engaña. Cuando lo que leemos no es suyo nos lo dice: "Eh, sí, es precioso, pero es de Rilke". Genial.
La "pausa" es la muestra de que casi todos estamos deseando o necesitando purificar cosas. Se da el pistoletazo de salida, y al igual que antes nos han explicado cómo deberíamos escuchar si es que queremos escuchar, ahora nos explican cómo debemos responder a ese momento tribal. Nos invitan a romper la barrera público, escenario y ser todos una tribu soltando toxinas, mierda, tensiones o deshaciendo nudos internos. Y la peña flipa.
Yo, que tengo en el cuerpo el mismo sentido del ritmo que una vaca sanabresa, bailo padentro. Vamos, que aparte del teatro, lo que más me ha movido siempre en la vida ha sido y es la música. Pero nunca he necesitado "bailar". Mi cuerpo no pide bailar, ni saltar ni nada así. Lo hago pero interno. Vamos, que no es que no baile, que claro que bailo, sino que a mí la música me mueve de otra forma. Pero es que tenía delante a Jota, a Rebeca, a Mikele, a Carlota, a Iñigo, a Joan y a Javier y cada cuerpo era una reacción. Como también dice el sabio... ¿qué es bailar bien? ¿Cómo bailó el primer ser humano que bailó? Cada uno reacciona de una forma porque la reacción, la consecuencia, es parte de la escucha. Por eso entre el público hay quien baila, quien corre, quien grita, quien mueve un poco la piernecita, quien ni se mueve, quien sonríe, quien se vuelve histérica y quien sale al pasillo. Y todo vale, y todo es bueno. Porque si alguien piensa que no todo es la respuesta correcta, es que no se ha enterado de nada. Aunque sí hay quien insiste a los demás para que hagan los mismo que hace él. Y eso no es. Porque con la escucha va la sanación y la reacción. Y si la escucha es sana, la reacción, se la que sea, es buena.
Magistral la escenografía y las luces. El vestuario es invisible, no llama la atención ni destaca nada, pero si miras con atención a cada personaje, ves su ser. Trabajazo de Alejandro Andújar y de Paloma Parra. E impecable la coreografía de Lucas Condró. A sus pies, maestro. Es verdad, el cuerpo baila entero, todo él. Como sabe y como puede.
Y esta liturgia no sería posible sin un grupo de actores implicados todos al mismo nivel. Los Grumelot siempre actúan comprometidos con la verdad, con lo vivo y con los demás. Aquí te invitan a escuchar. Eso con lo que parece que todo el mundo alucina, la escucha, siempre ha sido y es en teatro, lo primordial. Y en todos los montajes de Pablo y de Grumelot, la escucha es vital. Lo único especial es que en este montaje se nombra como tal. Pero "la escucha" es siempre, siempre, raíz y motor de cualquier espectáculo teatral. Como en "las canciones" nos invitan a fijarnos en esa escucha, parece que esta es mayor que en otras ocasiones. Y vemos cómo Carlota, Iñigo, Rebeca, Joan, Mikele, Javier y Jota respiran en los otros. Juntos y unidos se dejan mover por lo que escuchan y juntos y unidos viven y comparten cada uno su forma de soportarlo.
El trabajo de todos ellos bordea el límite último del compromiso. Un espectáculo como este sólo se puede hacer realidad tras partir de un descubrimiento conjunto y jugando todos con las mismas cartas, las de las tripas y la sinceridad más comprometida. Es imposible que se levante el telón y empiece "las canciones" si los siete no están en el mismo nivel de riesgo, si no hablan desde lo común y si no están desnudos y juntos frente a lo que pueda pasar. De corazón digo que pocas veces he visto un grupo de actores tan integrado y tan siendo grupo. Hasta los dos recién llegados respiran como los clásicos.
A ratos sentía que esta familia podría perfectamente ser la misma familia canina de "Los brillantes empeños". Después he haber abandonado las palabras, con la misma presencia paterna misteriosa sobrevolando sus traumas, con algunas bajas y con unos recién llegados. Si mal no recuerdo, ¿Rebeca Hernando no se llamaba Olga?
Quiero hablar de Rebeca, pero nada más lejos de mi intención que desmerecer a sus compañeros. Sólo quiero resaltar su trabajo porque quiero hacer justicia con esta actriz.
Siempre me ha gustado, y recuerdo perfectamente que una de las veces que vi "Todo el tiempo del mundo" me quedé embrujado por su forma de trabajar. Estando siempre maravillosa, nunca había resaltado especialmente. Repito, no por falta de calidad, quizá porque sus papeles no habían sido tan llamativos como otros, o quizá por su forma sutil y callada de habitar la verdad. Era difícil resaltar frente a la Nené de la Morales o a los monologazos de Iñigo, pero recuerdo la sensibilidad y la delicadeza pequeñita, sutil y delicada, con trazos finísimos y detalles mínimos pero estremecedores con los que aparecía embarazada por la zapatería Flores, se sentaba en el banco, colocaba las manitas dejando hueco para que buscara su regazo su hijo y le soltaba palabras bellas y desoladoras.
Quizá por no tener los fuegos artificiales de Javi Lara, o la dureza de Carlota olvidando las palabras, o la magia de Mikele doliéndole el pasado, o la energía de Jota su trabajo no resaltaba. Quizá salía perdiendo por ser normal. Pero yo aquel día, no podía para de llorar mirándola cómo desde la normalidad, la sutileza y la delicadeza componía una madre viva y humana. Y me enamoré.
Y ahora, en "las canciones" tiene una joya, tiene a esa Olga podrida y reconcomida por dentro, esa Olga que se arruga, que envejece y que huye de sus propias miserias. Que no quiere cantar para no sentirse vulnerable y herida. Merecería la pena verse la función entera únicamente mirando a Rebeca Hernando y fijándose en cómo vuelve a hacer magia desde el trabajo pequeñito, delicado, desde el matiz mínimo, hablando por necesidad y escuchando con dolor. Rebeca es Pina fumando y Pina sufriendo.
De todos los sitios posibles, Rebeca ha elegido el mas doloroso y eso sólo lo hacen los intérpretes valientes.
Javier es mirada, es potencia contenida y es ojos. Joan es inteligencia y saber. Iñigo es sabiduría y hundimiento desde lo sutil. Jota es energía y fuerza, es correr para no pararse y gritar para no oír. Mikele es sed, es hambre, es Adela y es Ofelia. Carlota es patética y divertida, es amiga y amante, es sexo y es pena negra. Y Rebeca es dolor profundo, es como un sarcoma, un mal que invade el interior, es la raíz oscura, es Bernarda y es el dolor de conocer lo inevitable. Su mirada torba esconde traumas, faltas, necesidades y muchas horas de llanto.
Seguiría hablando mil horas más de "Las canciones", pero no quiero que nadie me odie ni le coja tirria al espectáculo. Así que mejor me callo ya. Y voy a hacer algo peligroso, pero chica, sin riesgo no hay emoción. No voy a repasar lo que he escrito. Ha salido como ha salido y aunque esté todo revuelto y mezclado e incluso incoherente, así ha nacido. Pero es que este milagro que podéis ver en Kamikaze merece ser espontáneo. Así ha nacido y así es.
Ah, gracias, Pablo, por uno de los finales más preciosos y conmovedores que he visto en mi puta vida. Simplemente unos personajes girando suavemente mientras suena "El largo día termina".
Las fotos creo que son casi todas o todas de Vanessa Rabade, maravillosas como siempre.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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lunes, 9 de septiembre de 2019
Las canciones. Kamikaze.
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sábado, 27 de abril de 2019
La otra mujer (un concierto). Kamikaze.
Muchas veces lo que más y mejor cura es lo inevitable.
"La otra mujer" es una liturgia de sanación. La sanación de Nina, que acaba de romper con su chico, pero también nuestra sanación como "observantes" ajenos de esa ceremonia de sanación. Porque la medicina que cura a Nina y que nos curará a nosotros es una inevitable; la música.
Puede que la Nina de "La gaviota" sea el personaje chejoviano cuyo dolor más y mejor entiendo. Quizá porque soy actor. Y entiendo el dolor de esta Nina "messiánica" que busca lágrimas sinceras que laven su pena. La pena que tiñe a todas las mujeres de los textos de Messsiez.
Y es que las mujeres de Messiez son las que más y mejor sufren. Las que sienten el dolor ese que te hace ir encogido de hombros, ese que te hace mirar como si fueras una cría de galgo a punto de ser asesinada, ese dolor que va de dentro afuera, ese miedo que da frío, que te llena de quizás, de por favor y de nunca. A todas nos gustaría sentir y expresar la pena como lo hacen las mujeres de Messiez. Al menos, aunque la pena no pase, la sueltan con palabras bellas, precisas y llenas de color. Palabras gorrrdas como las lágrimas y sabrosas como un fruto tropical. A todas nos gustaría hablar como lo hacen las mujeres "messiánicas" y a todas nos gustaría tener la chispa de las mujeres de Mankiewicz, la pasión de las mujeres verdianas o el salero de las mujeres de Almodovar.
Al igual que las palabras son elegidas y su poder es multidimesional tanto en el tiempo como en el espacio, la música es inevitable. Puedes creerte curado, pero unas notas musicales entran por tus oídos y se clavan inmisericordes en tu corazón. La música NO la puedes evitar, las notas atacan y hagas lo que hagas producen un efecto inevitable e irreversible. NO PUEDES evitar emocionarte al oír el "Morgen" o "El hombre del piano" o "Le plat pays".
Y eso hace esta Nina, recurre a lo que sabe que puede salvarla. La música. Y se refleja y arropa en otra Nina, la Simone. Nina Simone no necesita explicación, es de esos seres que se explican solos. Basta con ver cualquier actuación suya. Toca la primera nota y se deja mojar por ese sonido, dice la primera palabra y la rellena con su vida, arrrrrranca a contar una historia y se abre en canal. Así, Nina Simone se dejaba hacer. Y Nina Messiez se deja hacer por la Simone buscando verdad en sus lágrimas, sanación en la catarsis y alegría cuando se pueda. No antes. Antes no puede.
Cantar es como hablar. Si se hace sin sentido, resulta, pero no hace nada. No cambia. No moja, no altera, no toca, no mueve. Y eso es una puta mierda. Pero si al cantar, cantas es como cuando al hablar, hablas. Eliges, decides, rellenas y utilizas. Y si cantas como quien vive, las canciones, la música, te tocan, te cambian, te ponen ahí, te hacen arriesgarte, te hacen querer volar "para ver el mar desde el cielo". Y es que cantar es como vivir, es como actuar, es como hablar pero con notas. Pero deben sí o sí nacer del mismo sitio y de la misma intención y necesidad. Si no, son trampantojos. La música de verdad, las canciones de verdad, las palabras de verdad son las que hacen que las lágrimas salgan gorrrdas.
Guadalupe Álvares Luchía se deja hacer por cada nota que entona y por cada palabra que pronuncia y navega por los rincones más comprometidos con una suavidad casi insultante. Se sumerge en el poder de sus palabras y se mece entre las notas de Nina. Espeluznante.
Como espeluznante es ver los dedos suaves y flotantes de Juan Ignacio Ufor, un compañero generoso y delicado.
Paloma Parra ilumina y oscurece a estas dos Ninas de forma prodigiosa. Y nos lleva del interior del alma a un estadio repleto y de ahí de nuevo al interior de un ser herido y a la intimidad de un acto de amor. Y Elisa Sanz cobija a esta gaviota herida con suavidad y respeto.
De Messiez voy a decir poco. TODO lo dicho anteriormente es POR él. Punto. Es el más. Es el amo. Le amo.
Tres ejemplos de por qué: esa canción en la que se va deslizando con el codo apoyado en la barra, el "Nina nuestra que estás en los discos" y... la catarsis de Nina haciendo el amor con la música de Saint-Saëns.
Si la música sana, el teatro transforma y Messiez ilumina. Es así, es inevitable.
Gracias, Vanessa Rábade, por inmortalizar estos momentos con esas fotazas.
"La otra mujer" es una liturgia de sanación. La sanación de Nina, que acaba de romper con su chico, pero también nuestra sanación como "observantes" ajenos de esa ceremonia de sanación. Porque la medicina que cura a Nina y que nos curará a nosotros es una inevitable; la música.
Puede que la Nina de "La gaviota" sea el personaje chejoviano cuyo dolor más y mejor entiendo. Quizá porque soy actor. Y entiendo el dolor de esta Nina "messiánica" que busca lágrimas sinceras que laven su pena. La pena que tiñe a todas las mujeres de los textos de Messsiez.
Y es que las mujeres de Messiez son las que más y mejor sufren. Las que sienten el dolor ese que te hace ir encogido de hombros, ese que te hace mirar como si fueras una cría de galgo a punto de ser asesinada, ese dolor que va de dentro afuera, ese miedo que da frío, que te llena de quizás, de por favor y de nunca. A todas nos gustaría sentir y expresar la pena como lo hacen las mujeres de Messiez. Al menos, aunque la pena no pase, la sueltan con palabras bellas, precisas y llenas de color. Palabras gorrrdas como las lágrimas y sabrosas como un fruto tropical. A todas nos gustaría hablar como lo hacen las mujeres "messiánicas" y a todas nos gustaría tener la chispa de las mujeres de Mankiewicz, la pasión de las mujeres verdianas o el salero de las mujeres de Almodovar.
Al igual que las palabras son elegidas y su poder es multidimesional tanto en el tiempo como en el espacio, la música es inevitable. Puedes creerte curado, pero unas notas musicales entran por tus oídos y se clavan inmisericordes en tu corazón. La música NO la puedes evitar, las notas atacan y hagas lo que hagas producen un efecto inevitable e irreversible. NO PUEDES evitar emocionarte al oír el "Morgen" o "El hombre del piano" o "Le plat pays".
Y eso hace esta Nina, recurre a lo que sabe que puede salvarla. La música. Y se refleja y arropa en otra Nina, la Simone. Nina Simone no necesita explicación, es de esos seres que se explican solos. Basta con ver cualquier actuación suya. Toca la primera nota y se deja mojar por ese sonido, dice la primera palabra y la rellena con su vida, arrrrrranca a contar una historia y se abre en canal. Así, Nina Simone se dejaba hacer. Y Nina Messiez se deja hacer por la Simone buscando verdad en sus lágrimas, sanación en la catarsis y alegría cuando se pueda. No antes. Antes no puede.
Cantar es como hablar. Si se hace sin sentido, resulta, pero no hace nada. No cambia. No moja, no altera, no toca, no mueve. Y eso es una puta mierda. Pero si al cantar, cantas es como cuando al hablar, hablas. Eliges, decides, rellenas y utilizas. Y si cantas como quien vive, las canciones, la música, te tocan, te cambian, te ponen ahí, te hacen arriesgarte, te hacen querer volar "para ver el mar desde el cielo". Y es que cantar es como vivir, es como actuar, es como hablar pero con notas. Pero deben sí o sí nacer del mismo sitio y de la misma intención y necesidad. Si no, son trampantojos. La música de verdad, las canciones de verdad, las palabras de verdad son las que hacen que las lágrimas salgan gorrrdas.
Guadalupe Álvares Luchía se deja hacer por cada nota que entona y por cada palabra que pronuncia y navega por los rincones más comprometidos con una suavidad casi insultante. Se sumerge en el poder de sus palabras y se mece entre las notas de Nina. Espeluznante.
Como espeluznante es ver los dedos suaves y flotantes de Juan Ignacio Ufor, un compañero generoso y delicado.
Paloma Parra ilumina y oscurece a estas dos Ninas de forma prodigiosa. Y nos lleva del interior del alma a un estadio repleto y de ahí de nuevo al interior de un ser herido y a la intimidad de un acto de amor. Y Elisa Sanz cobija a esta gaviota herida con suavidad y respeto.
De Messiez voy a decir poco. TODO lo dicho anteriormente es POR él. Punto. Es el más. Es el amo. Le amo.
Tres ejemplos de por qué: esa canción en la que se va deslizando con el codo apoyado en la barra, el "Nina nuestra que estás en los discos" y... la catarsis de Nina haciendo el amor con la música de Saint-Saëns.
Si la música sana, el teatro transforma y Messiez ilumina. Es así, es inevitable.
Gracias, Vanessa Rábade, por inmortalizar estos momentos con esas fotazas.
miércoles, 18 de octubre de 2017
Bodas de sangre. María Guerrero.
Lorca es Dios.
Pero Dios tiene mil formas, mil representaciones, mil imágenes y mil lecturas.
Hace tiempo que Ernesto Caballero estaba detrás de montar un Lorca. Finalmente el afortunado ha sido Pablo Messiez, posiblemente el director de escena más personal, consecuente e inteligente de hoy en día.
Hay nombres sagrados e imponentes en todas las artes. Aunque en nuestro afán etiquetador y fanático convertimos los nombres imponentes en iconos esculpidos en nuestra imaginería y en vez de otorgarles un lugar de honor les hacemos una putada que te cagas.
Sí, Lorca es Dios. Pero si quieres trabajar con Dios, o representar a Dios, tienes varias opciones: cagarte por la pata abajo, mirar desde la admiración grupie y sentir que hagas lo que hagas todo va ir por delante de ti o puedes acercarte al mito (al puto mito), mirarle a los ojos, cogerle de la mano, hacerte su cómplice y dejarte guiar por su amistad.
Es cierto que están muy arraigados ciertos clichés con la obra de Federico. Y enfrentarte a "Bodas de sangre" sin imaginarte Andalucía, las navajas, las guitarras, su poquito de flamenco, mantones negros y una luna en el escenario parece inevitable. Pues no, señoras, de eso nada. Esas imágenes, no sólo no ayudan nada sino que son una tumba para el propio trabajo del autor. Federico decía " yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento. Y lo haré como me dé la gana". Así quería Federico hacer teatro y así ha elegido hacerlo Pablo Messiez. Messiez ha decidido ser fiel a Federico, no a la idea que tenemos del pobre Federico.
Lorca decía del teatro que se hacía en su época que era "un teatro de y para puercos. Así, un teatro hecho por puercos y para puercos". Nada que ver con esa imagen de señor cantarín y alegre, educado y señorito. Por ejemplo.
Por eso Messiez ha traído al presente las palabras de Federico, para que así tengan sentido y vida. Montar unas bodas con llantos, pañuelos negros, caballos, folclore y arriquitaun habría sido empolvar más aún la ya de por sí demasiado empolvada huella de Lorca.
Porque para que el teatro esté vivo tiene que cohabitar con nosotros. Tenemos que verlo en paralelo. Y por muy Lorca que sea, si no está en presente no vive. Además el propio Federico en su corta vida tuvo la valentía y la ocasión de dejarnos una extensísima "bibliografía" para que buscáramos las respuestas a todas las preguntas en él mismo. Conferencias, obra dramática, versos, canciones, dibujos, miles de cartas... ahí están sus palabras para darnos respuestas, para ayudarnos y para completar la ingente dimensión de su figura y de su libertad creativa. Y de paso para encarnarle, para hacerle humano y real, no mítico, lejano y arquetípico.
¿O no es de una libertad creativa absoluta poner a hablar a la luna en ese acto tercero mágico y perturbador después de haber navegado entre versos, costumbrismo, tragedia, fatalidad y comedia? Eso es precisamente "hacer el teatro que me guste, el que siento. Y hacerlo como me dé la gana".
Una libertad creativa que él mismo definía hablando de la "cualidad anarquista" del artista. El artista y su capacidad de escuchar únicamente tres voces: la voz de la muerte, con todos sus presagios, la voz del amor y la voz del arte.
Sin ir más lejos, en sus propias palabras está lo que sintió al viajar a Estados Unidos y a Cuba, el descubrimiento de las razas y de la llamada de la naturaleza.
Descubrir a Lorca no es mirarle con devoción, respeto, idolatría y un acojone interior por la dimensión "creada" alrededor de su figura. Descubrir a Federico es verle humano y escarbar en sus palabras y en su desinhibición. Él sólo te dará las repuestas y la ayuda necesarias para ser consecuente con su trabajo y respetuoso con su intención. Y siempre desde aquí, desde hoy, desde el mismo nivel, cogiéndole de la mano (mejor del brazo) y saliendo a pasear como dos amigos.
Y como Pablo Messiez es más listo que un ratón colorao, eso es justo (creo) lo que ha hecho. Ha bajado a Federico del altar, le ha pedido respuestas y le ha escuchado cuando se las ha dado. Así, los dos agarraditos del brazo.
Por eso comienza el espectáculo con la luna (o la muerte) adueñándose de las palabras del Autor de "Comedia sin título" que podían haber sido perfectamente las del director de "El público". Por eso el padre recita "Cielo vivo" en la boda (y encima lo adorna con unas palabras bellísimas en las que viene a decir: "no entiendo qué significa, pero me gusta mucho, me conmueve y ya está", todo un homenaje a lo de "hacerlo como me dé la gana"). Por eso, ¿qué mejor vals para cantar que el "pequeño vals vienés"? Porque Federico es un artista global y toda su obra es un conjunto. Y la respuesta a sus preguntas está en él mismo. Genial, Messiez. ¡Qué coño, si caber caben hasta Juana Reina y su vibrato!
En lo estrictamente escénico este espectáculo es un derroche visual, estético y emocional.
Tras ese arranque demoledor, Messiez nos mete de lleno en el mundo de "Bodas" tal y como el propio Federico lo describió. En una habitación pintada de amarillo. Si ya desde antes de comenzar el espectáculo, quizá desde su propia concepción la libertad inunda las salas de Messiez, en lo que vemos a partir de este momento está Federico, Pablo, la palabra y el encuentro de esa palabra con el hoy y el ahora. Único e irrepetible como nunca.
Pablo ha optado por la lucha entre el orden establecido y el deseo. Entre el poder irrefrenable del cuerpo y de la carne y la limitación del propio ser humano. Entre la libertad de las palabras y la propia cárcel que estas pueden generar. Entre moral y pasión. La madre no es una doliente magdalena sino una señora de su tiempo pero muy, muy jodida por haber perdido su carne y haber tenido que lamer su sangre. Teme la soledad y la inutilidad de una vida dedicada, no vivida. Messiez quiere a sus personajes, les comprende y les mima. Y recrea todo el subidón trágico sin caer en amaneramientos ni en disfraces culturetas. Deja que la pasión fluya por las venas de esa novia calentorra y sonríe y sufre con la criada/madre. Agarra a Federico, le estudia, le entiende, le mima y juntos transitan por ese bosque mágico, casi shakespeariano.
Su sitio es la fraternidad y el calorcito. Nada de altares ni hostias. De tú a tú con Fede. Hablando el mismo idioma y usando sus mismas armas. Las palabras que tocan, las imágenes que te cambian y las tentaciones físicas a las que sucumbes.
Esos deditos acercándose entre temblores son puro Lorca, son pasión, temor, calentón y poesía.
Los espacios que crean a pachas Elisa Sanz y Paloma Parra son gloriosos. Son puro brillo, pura tragedia y puro viaje a la esencia del drama. Si las palabras mueven, tocan y cambian, la gama de colores, texturas y calidades de los espacios creados por Elisa son puro interior. Son lo que pasa por dentro, son lo que se calla y sólo se siente, son "el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". De los colores y las formas libres, juguetonas y densas hasta el vestuario colorido y atemporal. Pues sí. ¿O es que esa boda tal y como la vemos no puede celebrarse hoy mismo?
Las casas de los novios, los troncos, el banquete de bodas, el bosque, la sala de espejos... todo es puro ardor.
Y como complemento perfecto las luces, las sombras, los brillos, los fogonazos, los reflejos y las linternas de Paloma Parra. Creo que la escena de la huida de los amantes por el bosque no podría estar mejor iluminada. Es pasión, es terror, es deseo y es semen y fluidos.
El espacio sonoro de Óscar G. Villegas mezcla fábula y realidad. Tierra y noche. Pez luna y cuchillos. Es teatro y es noche. Y fiesta y compañía. Y pueblo.
Gloria Muñoz es una madre sin nombre seca, sufrida, con la palabra "muerte" escrita en la frente y con el cuerpo blando por la pérdida. No es la madre coraje que pelea, ni la sufridora que araña las paredes. Sufre y llora por dentro, como si su dolor fuera agua. Por eso su cuerpo ya no sostiene con fuerza, sino con inercia. Claudia Faci se adueña de las palabras y se alía con ellas para ir poco a poco taladrando nuestra seguridad. Es un espectro, la muerte, la sombra, la oscura raíz, un espejo, la navaja y la serenidad del autor demiurgo. Carmen León borda una creación sensible, sabia y con el poderío de la tierra. Es ancestral y primitiva. Sabe que siente aunque no comprenda y se mueve por el escenario con un peso brutal. Francesco Carril vuelve a demostrar su inmensa capacidad de adueñarse de los sentimientos de sus personajes y de "crearlos" en el momento, de "hacer que nazcan" y que parezcan únicos y surgidos en el momento. Estefanía de los (dioses) y de los Santos se marca una criada antológica. Fani tiene un don especial y es que haga lo que haga no puedas quitar tus ojos de ella. Absorbe las miradas. Y tiene una intensidad y una dimensión en su mirada que traspasa escenarios y leches. Su forma de mirar a la novia es real. Como real es su mirada profunda y trágica durante esa boda que sólo ella sabe ya de antemano que está muerta y teñida de rojo. De un rojo sangre con el que sólo ella se atreve.
Carlota Gaviño es la novia terrenal, la novia cuyo cuerpo cambia y muta al enfrentarse al amor, al deseo, a la carne alterada para siempre y al sexo febril y apasionado que ha mutado su corazón y su coño para siempre. Porque desde que cede al deseo, es como si atrajese a la muerte a la vez. Es fatalidad, tragedia pura y calor de recién parida. Grandiosa hembra removida que comienza a temblar sin querer antes incluso de saber que su pasión es inevitable, que "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Prodigiosa Carlota, suicida y amorosa. La mejor novia imaginable. Es un algodón de azúcar lleno de calor, de pena, de muerte, de fatalidad, de sexo, de vida y de saliva. "Una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera". Es una Julieta que sabe que puede follar y que sabe que follar mola, conmueve y perturba. Virgen quizá, pero con el cuerpo y la carne tocados para siempre. Y eso ya no se cambia.
El resto del repartazo lo completan Pilar Gómez, Julián Ortega, Guadalupe Álvarez, Pilar Bergés, Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro, todos ellos vivos y brillantes.
Ya lo dice Messiez: todos los apellidos que derivan en adjetivo tienen un peligro reduccionista enorme. Ahora que su obra ha pasado a ser de dominio publico, tengamos cuidado. No es que desde hoy se puedan hacer chuminadas sin sentido ni respeto, pero hablemos de tu a tú con Federico y dejemos atrás eso de hacer algo "lorquiano". Se acabó lo de mirarle desde abajo, con devoción, con miedo, con el acojone de quien mira a lo inalcanzable. Yo ya dije hace unos días, que viendo estas "Bodas de sangre" de Messiez, me vuelvo Lorca!!!!!
Que sí, que Lorca es Dios. Pero es más sano ser ateo.
Pero Dios tiene mil formas, mil representaciones, mil imágenes y mil lecturas.
Hace tiempo que Ernesto Caballero estaba detrás de montar un Lorca. Finalmente el afortunado ha sido Pablo Messiez, posiblemente el director de escena más personal, consecuente e inteligente de hoy en día.
Hay nombres sagrados e imponentes en todas las artes. Aunque en nuestro afán etiquetador y fanático convertimos los nombres imponentes en iconos esculpidos en nuestra imaginería y en vez de otorgarles un lugar de honor les hacemos una putada que te cagas.
Sí, Lorca es Dios. Pero si quieres trabajar con Dios, o representar a Dios, tienes varias opciones: cagarte por la pata abajo, mirar desde la admiración grupie y sentir que hagas lo que hagas todo va ir por delante de ti o puedes acercarte al mito (al puto mito), mirarle a los ojos, cogerle de la mano, hacerte su cómplice y dejarte guiar por su amistad.
Es cierto que están muy arraigados ciertos clichés con la obra de Federico. Y enfrentarte a "Bodas de sangre" sin imaginarte Andalucía, las navajas, las guitarras, su poquito de flamenco, mantones negros y una luna en el escenario parece inevitable. Pues no, señoras, de eso nada. Esas imágenes, no sólo no ayudan nada sino que son una tumba para el propio trabajo del autor. Federico decía " yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento. Y lo haré como me dé la gana". Así quería Federico hacer teatro y así ha elegido hacerlo Pablo Messiez. Messiez ha decidido ser fiel a Federico, no a la idea que tenemos del pobre Federico.
Lorca decía del teatro que se hacía en su época que era "un teatro de y para puercos. Así, un teatro hecho por puercos y para puercos". Nada que ver con esa imagen de señor cantarín y alegre, educado y señorito. Por ejemplo.
Por eso Messiez ha traído al presente las palabras de Federico, para que así tengan sentido y vida. Montar unas bodas con llantos, pañuelos negros, caballos, folclore y arriquitaun habría sido empolvar más aún la ya de por sí demasiado empolvada huella de Lorca.
Porque para que el teatro esté vivo tiene que cohabitar con nosotros. Tenemos que verlo en paralelo. Y por muy Lorca que sea, si no está en presente no vive. Además el propio Federico en su corta vida tuvo la valentía y la ocasión de dejarnos una extensísima "bibliografía" para que buscáramos las respuestas a todas las preguntas en él mismo. Conferencias, obra dramática, versos, canciones, dibujos, miles de cartas... ahí están sus palabras para darnos respuestas, para ayudarnos y para completar la ingente dimensión de su figura y de su libertad creativa. Y de paso para encarnarle, para hacerle humano y real, no mítico, lejano y arquetípico.
¿O no es de una libertad creativa absoluta poner a hablar a la luna en ese acto tercero mágico y perturbador después de haber navegado entre versos, costumbrismo, tragedia, fatalidad y comedia? Eso es precisamente "hacer el teatro que me guste, el que siento. Y hacerlo como me dé la gana".
Una libertad creativa que él mismo definía hablando de la "cualidad anarquista" del artista. El artista y su capacidad de escuchar únicamente tres voces: la voz de la muerte, con todos sus presagios, la voz del amor y la voz del arte.
Sin ir más lejos, en sus propias palabras está lo que sintió al viajar a Estados Unidos y a Cuba, el descubrimiento de las razas y de la llamada de la naturaleza.
Descubrir a Lorca no es mirarle con devoción, respeto, idolatría y un acojone interior por la dimensión "creada" alrededor de su figura. Descubrir a Federico es verle humano y escarbar en sus palabras y en su desinhibición. Él sólo te dará las repuestas y la ayuda necesarias para ser consecuente con su trabajo y respetuoso con su intención. Y siempre desde aquí, desde hoy, desde el mismo nivel, cogiéndole de la mano (mejor del brazo) y saliendo a pasear como dos amigos.
Y como Pablo Messiez es más listo que un ratón colorao, eso es justo (creo) lo que ha hecho. Ha bajado a Federico del altar, le ha pedido respuestas y le ha escuchado cuando se las ha dado. Así, los dos agarraditos del brazo.
Por eso comienza el espectáculo con la luna (o la muerte) adueñándose de las palabras del Autor de "Comedia sin título" que podían haber sido perfectamente las del director de "El público". Por eso el padre recita "Cielo vivo" en la boda (y encima lo adorna con unas palabras bellísimas en las que viene a decir: "no entiendo qué significa, pero me gusta mucho, me conmueve y ya está", todo un homenaje a lo de "hacerlo como me dé la gana"). Por eso, ¿qué mejor vals para cantar que el "pequeño vals vienés"? Porque Federico es un artista global y toda su obra es un conjunto. Y la respuesta a sus preguntas está en él mismo. Genial, Messiez. ¡Qué coño, si caber caben hasta Juana Reina y su vibrato!
En lo estrictamente escénico este espectáculo es un derroche visual, estético y emocional.
Tras ese arranque demoledor, Messiez nos mete de lleno en el mundo de "Bodas" tal y como el propio Federico lo describió. En una habitación pintada de amarillo. Si ya desde antes de comenzar el espectáculo, quizá desde su propia concepción la libertad inunda las salas de Messiez, en lo que vemos a partir de este momento está Federico, Pablo, la palabra y el encuentro de esa palabra con el hoy y el ahora. Único e irrepetible como nunca.
Pablo ha optado por la lucha entre el orden establecido y el deseo. Entre el poder irrefrenable del cuerpo y de la carne y la limitación del propio ser humano. Entre la libertad de las palabras y la propia cárcel que estas pueden generar. Entre moral y pasión. La madre no es una doliente magdalena sino una señora de su tiempo pero muy, muy jodida por haber perdido su carne y haber tenido que lamer su sangre. Teme la soledad y la inutilidad de una vida dedicada, no vivida. Messiez quiere a sus personajes, les comprende y les mima. Y recrea todo el subidón trágico sin caer en amaneramientos ni en disfraces culturetas. Deja que la pasión fluya por las venas de esa novia calentorra y sonríe y sufre con la criada/madre. Agarra a Federico, le estudia, le entiende, le mima y juntos transitan por ese bosque mágico, casi shakespeariano.
Su sitio es la fraternidad y el calorcito. Nada de altares ni hostias. De tú a tú con Fede. Hablando el mismo idioma y usando sus mismas armas. Las palabras que tocan, las imágenes que te cambian y las tentaciones físicas a las que sucumbes.
Esos deditos acercándose entre temblores son puro Lorca, son pasión, temor, calentón y poesía.
Los espacios que crean a pachas Elisa Sanz y Paloma Parra son gloriosos. Son puro brillo, pura tragedia y puro viaje a la esencia del drama. Si las palabras mueven, tocan y cambian, la gama de colores, texturas y calidades de los espacios creados por Elisa son puro interior. Son lo que pasa por dentro, son lo que se calla y sólo se siente, son "el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". De los colores y las formas libres, juguetonas y densas hasta el vestuario colorido y atemporal. Pues sí. ¿O es que esa boda tal y como la vemos no puede celebrarse hoy mismo?
Las casas de los novios, los troncos, el banquete de bodas, el bosque, la sala de espejos... todo es puro ardor.
Y como complemento perfecto las luces, las sombras, los brillos, los fogonazos, los reflejos y las linternas de Paloma Parra. Creo que la escena de la huida de los amantes por el bosque no podría estar mejor iluminada. Es pasión, es terror, es deseo y es semen y fluidos.
El espacio sonoro de Óscar G. Villegas mezcla fábula y realidad. Tierra y noche. Pez luna y cuchillos. Es teatro y es noche. Y fiesta y compañía. Y pueblo.
Gloria Muñoz es una madre sin nombre seca, sufrida, con la palabra "muerte" escrita en la frente y con el cuerpo blando por la pérdida. No es la madre coraje que pelea, ni la sufridora que araña las paredes. Sufre y llora por dentro, como si su dolor fuera agua. Por eso su cuerpo ya no sostiene con fuerza, sino con inercia. Claudia Faci se adueña de las palabras y se alía con ellas para ir poco a poco taladrando nuestra seguridad. Es un espectro, la muerte, la sombra, la oscura raíz, un espejo, la navaja y la serenidad del autor demiurgo. Carmen León borda una creación sensible, sabia y con el poderío de la tierra. Es ancestral y primitiva. Sabe que siente aunque no comprenda y se mueve por el escenario con un peso brutal. Francesco Carril vuelve a demostrar su inmensa capacidad de adueñarse de los sentimientos de sus personajes y de "crearlos" en el momento, de "hacer que nazcan" y que parezcan únicos y surgidos en el momento. Estefanía de los (dioses) y de los Santos se marca una criada antológica. Fani tiene un don especial y es que haga lo que haga no puedas quitar tus ojos de ella. Absorbe las miradas. Y tiene una intensidad y una dimensión en su mirada que traspasa escenarios y leches. Su forma de mirar a la novia es real. Como real es su mirada profunda y trágica durante esa boda que sólo ella sabe ya de antemano que está muerta y teñida de rojo. De un rojo sangre con el que sólo ella se atreve.
Carlota Gaviño es la novia terrenal, la novia cuyo cuerpo cambia y muta al enfrentarse al amor, al deseo, a la carne alterada para siempre y al sexo febril y apasionado que ha mutado su corazón y su coño para siempre. Porque desde que cede al deseo, es como si atrajese a la muerte a la vez. Es fatalidad, tragedia pura y calor de recién parida. Grandiosa hembra removida que comienza a temblar sin querer antes incluso de saber que su pasión es inevitable, que "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Prodigiosa Carlota, suicida y amorosa. La mejor novia imaginable. Es un algodón de azúcar lleno de calor, de pena, de muerte, de fatalidad, de sexo, de vida y de saliva. "Una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera". Es una Julieta que sabe que puede follar y que sabe que follar mola, conmueve y perturba. Virgen quizá, pero con el cuerpo y la carne tocados para siempre. Y eso ya no se cambia.
El resto del repartazo lo completan Pilar Gómez, Julián Ortega, Guadalupe Álvarez, Pilar Bergés, Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro, todos ellos vivos y brillantes.
Ya lo dice Messiez: todos los apellidos que derivan en adjetivo tienen un peligro reduccionista enorme. Ahora que su obra ha pasado a ser de dominio publico, tengamos cuidado. No es que desde hoy se puedan hacer chuminadas sin sentido ni respeto, pero hablemos de tu a tú con Federico y dejemos atrás eso de hacer algo "lorquiano". Se acabó lo de mirarle desde abajo, con devoción, con miedo, con el acojone de quien mira a lo inalcanzable. Yo ya dije hace unos días, que viendo estas "Bodas de sangre" de Messiez, me vuelvo Lorca!!!!!
Que sí, que Lorca es Dios. Pero es más sano ser ateo.
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sábado, 4 de marzo de 2017
He nacido para verte sonreír. Abadía
Hace tiempo un
señor me llamó "Paulino" y "Messiánico", supongo que por mi
pasión y admiración descomunal y pública hacia Pablo Messiez. Me da que
pretendía ser un insulto o al menos un desprecio. Nada más lejos. Para mí es un
honor, un lujo y una constante. Viendo espectáculos como "He nacido para
verte sonreír" uno sólo puede reafirmarse en sus creencias.
El texto de Santiago Loza es una apisonadora.
A pesar de las insistentes recomendaciones, no conocía a este autor argentino. Y siento haber perdido el tiempo porque la calidad, la profundidad y el calado de este texto son incuestionables. El texto de Santiago Loza es de una belleza casi tan salvaje como su dureza. Neorrealismo, melodrama, poesía, desgarro, hábitos, pena, despedida, agua, instintos y lejanía. Todo inundado de un dolor y de un lirismo desgarradores.
El texto de Santiago Loza es una apisonadora.
A pesar de las insistentes recomendaciones, no conocía a este autor argentino. Y siento haber perdido el tiempo porque la calidad, la profundidad y el calado de este texto son incuestionables. El texto de Santiago Loza es de una belleza casi tan salvaje como su dureza. Neorrealismo, melodrama, poesía, desgarro, hábitos, pena, despedida, agua, instintos y lejanía. Todo inundado de un dolor y de un lirismo desgarradores.
Un chico entra en la cocina de su casa y enciende la radio.
Suenan Los Panchos. Entra su madre. Hoy toca despedirse, el hijo va a emprender
un largo viaje. Y aún queda tanto por decir... La madre intentará recomponer lo
que ha hecho las horas antes a la vez que trata de recolocar las piezas de una
vida ahora vacía. Su vida está tan despedazada como los frágiles recuerdos de
lo que ha hecho esa mañana. Una mujer desesperada y a punto de vaciarse trata
de buscar un sentido a lo que ha vivido hasta ahora para poder enfrentarse a lo
que va a vivir a partir de esa tarde. Si consigue recomponer esas horas, quizá logre encontrar la grieta, el "momento" en el que perdió el lazo. Intenta despedirse de un hijo que hace
tiempo que emprendió su propio viaje. Él hace tiempo que se separó de su madre
y del mundo. Ella necesita recomponer su vida y comprenderla para poder
separarse de su criatura. Pero Miriam es incapaz de conocerse a sí misma, así
que conocer a Rubén es misión imposible. No nos conocemos y mucho menos
conocemos al otro, aunque sea al que amamos. "Soy otra cosa que no
sé". Esa es la distancia insalvable que va a querer acortar Miriam antes
de separarse de su hijo. "Sin ti no podré vivir jamás. Sin ti qué me puede
ya importar, si lo que me hace llorar está lejos de aquí".
Dos seres habitan el escenario. Isabel Ordaz y Nacho
Sánchez..
Elisa Sanz ha creado con la ayuda de Paula Castellano un espacio
mágico, seco y caliente. Un nido. Literalmente. Es un nido maternal y calentito
como el que cuelga del techo. Las ramas que rodean la cocina son las ramas que
la madre ha ido entrelazando a lo largo de sus vidas como espacio de seguridad.
Ya no sale, le molesta hasta el sol. Y el exterior. Total, lo único que le
importa en la vida está dentro de esa casa, aunque lejos. Ella ha construido un
nido uterino del que no quiere salir y del que no sabe si podrá vivir cuando el
polluelo lo abandone. Sobrecogedor trabajo.
Nicolás Rodríguez ha diseñado el sonido. Desde esa radio saldrán
los dolores más desgarradores y nos envolverán hasta el paroxismo lacrimal. Y
la nevera. Esa nevera...diossssss.
Paloma Parra ilumina el nido. Abro la boca y grito que
este trabajo de Paloma es uno de los trabajos más precisos y preciosos que he
visto en mi vida. Es algo que no es de este mundo. Es luz con vida. Desde el
deslumbre más blanco y limpio hasta las sombras inasibles de las necesidades
del otro. "¡Mírame!". Las luces salen directas de tu alma o del
corazón de Miriam, pero son sentimiento, son alma, son dolor y son verdades
ocultas. Es imposible imaginar una iluminación distinta, es el halo, al aura,
la esencia. "Folle ivresse, doux rêve".
Hasta las fotografías de Sergio Parra parecen irreales. Pero no lo son, son sencillamente prodigiosas.
Y por supuesto la mano gloriosa de Pablo Messiez. Coloca cada
pieza en el punto exacto que necesita la obra para que el engranaje salte de
donde quiere a donde pretende. Se coloca y nos coloca en un rincón silencioso
de esa cocina desde donde casi en silencio, aguantando la respiración, veremos
a estos dos seres casi como si se tratara de un hormiguero de esos que salen en
los documentales que están cortados por la mitad y protegidos por un cristal.
El sitio que elige es el más delicado y amoroso. El sitio en el que el drama se ve con amor y sin aspavientos y la ternura es cobijo. Justamente ahí, donde Pablo se coloca y nos coloca estamos a salvo, estamos cobijados y calentitos frente al dolor ajeno. Se puede pensar que en un
monólogo todo el poderío está en el intérprete y en su capacidad y que un
director hace poco. Lo primero, esto no es un monólogo. Aunque la única que
hable sea Miriam, no es un monólogo, porque el diálogo con su hijo está vivo.
Dosificar, crear un idioma, un tono y un código especial y único en los actores
es la labor del director. Sacar lo personal de cada uno y colocarlo en medio de
una historia en la que Pablo ha decidido situarse en un rincón, el rincón del
alma de la madre. Igual que la música es la única de las artes que no va mediatizada, te
inunda o no te inunda, pero es siempre primaria y salvaje, así es el trabajo de
Pablo. Es tan certero que es invisible, todo parece que fluye, que es así
"naturalmente" y claro, esa "naturalidad" es la mano, la
sensibilidad y el talento descomunal de alguien que mira y ve. Y que ve más. Y
que ve más que todos.
Quien no conozca a Nacho Sánchez y a Isabel Ordaz va a
desvanecerse en su propia baba. Es imposible estar mejor. Tal cual. Los dos
transitan por mil millones de sitios todos más peligrosos que el anterior.
Descomunales y valientes. Quien SÍ conozca a Nacho Sánchez y a Isabel Ordaz va
a desvanecerse en su propia baba. Porque lo que hacen es de otro planeta. Nacho
tiene la parte a priori más ingrata. No es que no hable, no es que escuche, es
que vive en otro mundo. Pero es que Nacho está en otro mundo. Desde que se deja
llevar por la música empieza a volar por su mundo y sólo en contadas ocasiones
responde a palabras que oye en medio de la verborrea materna. Algo oye que le
trae a la tierra por una décima de segundo. ¿Qué pasa, qué dice Miriam para que
de pronto Rubén parezca que conecta? ¿Qué hay en las palabras? ¿O es lo que hay
entre ellas? ¿O lo que ellas provocan? Delicado, sublime, ajeno, jugando con
las sombras del nido, las sombras misteriosas e inasibles que flotan por esa
cocina uterina.
Isabel Ordaz hace posiblemente el mejor trabajo de su vida. Es
una madona protectora, amorosa, cálida, recelosa de Laurita, la ajena. Es
italiana, es mediterránea, es cálida, es la niña que aprendió a cantar sin voz, es mamá gallina y es el alma herida que
busca entender a su hijo, el silencio de su hijo, del nacido de sus entrañas,
de lo único que tiene. Y lo tiene lejos. "¿Dónde estás? ¿Lejos?
¿Cerca?" "Estoy sola en la realidad. En realidad estoy sola". Es
una madre que intenta y necesita estar cerca de su hijo. De un hijo que ni la
mira. Necesita recomponer este último día para que su vida de recoloque y así
poder comprender y asumir su vida y su soledad. No sabe qué hacer con su amado
hijo ni cómo hacerlo. Ha salido de ella, estaban los dos desnudos al nacer y
sin embargo su hijo no está ya. Y ella le necesita para vivir. Necesita una
sonrisa suya, porque ella ha nacido para verle sonreír. Ya está, sólo eso, sólo
una sonrisa. Es una mujer así, con su glamour, con su elegancia y su lado tontuno.
Pero de pronto surgen frases demoledoras, misteriosas y casi primitivas,
salvajes, griegas y la comedia neorrealista se vuelve tragedia. ¿Por qué amando
y necesitando tanto a su hijo que casi podría huir con él, los dos solos, a
morir juntitos, ha decidido internarle? Todas esas preguntas, esos recovecos y
esos grises los tiene Isabel Ordaz. Equilibra a la perfección la tentación de
utilizar sus recursos efectivos y confortables para no llevar a su Miriam a la
comedia. Se para y no cae en la tentación de querer notar que está llegando al
público. Un actor siempre desea gustar y notar que lo que hace es recibido y
entendido. La Ordaz se queda justo en el filo de ese abismo y prefiere
arriesgarse a no saber qué está pasando y hacer lo que tiene que hacer. No se puede
hacer Miriam si no es desde ahí.
Si hay espectáculos que se te meten en los tuétanos, te inundan
y te rondan durante muchos días "He nacido para verte sonreír" es de
esos. Todo es armonía, delicadeza, dolor y amor. Como para no ser Paulino y Messiánico. Y Lozista.
Pillad entradas YA. Aunque fijo que prorrogarán y prorrogarán y
girarán y girarán, cuanto antes lo veáis, antes repetiréis.
domingo, 27 de noviembre de 2016
Todo el tiempo del mundo. Sala Max Aub.
Intentaré explicarme, pero cuando uno se enfrenta a un mago de la palabra, a un ser que busca, entiende, elige y acierta siempre en su uso de la palabra, la batalla está perdida de antemano. Tratar de buscar y de encontrar las palabras exactas que definan lo que uno siente cuando se encuentra ante algo como TETDM es prácticamente imposible. Es como querer definir unas notas de Mahler, un cuadro de Monet o el perfume del campo en primavera.
Por lo general con el teatro de Pablo Messiez me pasa algo raro. Es casi un proceso químico. Me produce una reacción interna que me traspasa, me recorre, me muta y me electrifica. También y sobre todo me duele. Pero de doler, doler, del verbo doler. TETDM me ha llevado a un lugar escondido en mis recuerdos que podría contar aquí ahora mismo dado mi escaso sentido del pudor pero que obviamente no haré lo primero porque no quiero parecer el abuelo Cebolleta y principalmente porque no pinta nada. Pero sí confieso que en cierto momento, mi menté viajó a un sitio muy oscuro, tremendamente triste y que escuece. Eso provoca en mí el teatro de Pablo. Bueno, qué coño, lo cuento porque si no no sería yo. Me hizo pensar en mi padre. Y me sentí Amelia, me sentí Flores, me sentí madre, hija, padre, abuelo y sobre todo huérfano. Sentirse huérfano es de los sentimientos que más frío interno provocan.
TETDM es un repaso por la vida de Flores. Del abuelo de Pablo. No desvelaré nada de lo que ocurre en escena lo primero para no destripar nada y lo segundo, y a ver si consigo explicarme bien, porque da igual. Quiero decir que lo que ocurre en escena por supuesto que ES importante, pero aparte de los hechos que se cuentan, TETDM es un recorrido, son unos brochazos, es una amalgama de momentos, de dimensiones, de tiempos y de sentimientos. Es una suma. En ese aspecto el orden da igual. Es lo que tiene el tiempo y lo que tenemos los humanos, que somos suma y somos muchas capas mezcladas, superpuestas y arrebujadas.
El tiempo es muchas dimensiones, el pasado no termina donde empieza le presente y el futuro no es la continuación del presente. Presente, pasado y futuro son potenciales, quizá no existan o puede que sí, y el pasado sucederá si el futuro se hace presente. No son paradojas ni trabalenguas, no, es que es así. El presente quizá no exista o puede que el presente sea eso mismo, un presente, un regalo. La vida o toda una vida es una suma de presentes, pasados, futuros ya vividos y pasados por vivir. Todos juntos, todos mezclados, todos apelotonados. Como el pensamiento, con un cerebro, como un deseo o como un sueño. Porque ¿quién ha dicho que el tiempo sea lineal, tal y como lo conocemos y suponemos?
Si ya lo dicen y lo repiten en la obra varias veces: ¿algo que no recuerdas ha existido realmente? ¿Las cosas existen al nombrarlas? Si ni mis primos ni yo recordamos jamás que el día de mi primera comunión nos fumamos un puro en la azotea del restaurante de la celebración, ¿nos fumamos ese puro de verdad? Al recordar, creas. Creas un pasado en B (gracias de nuevo, Lara, grande) o un pasado en azul o un pasado con Mozart. Como el presente, que casi siempre es antes. Y el futuro ¿es lo que te imaginas o sólo podrá ser lo que te imagines? ¿Si no te lo imaginas no será? ¿Por qué no recuerdo a Nené? ¿Cuándo sucederá mi pasado?
Las visitas de Flores son su vida. Son su antes, su ahora y su seré. Y todas juntas son él. O lo que será él. O lo que será siendo.
Todo esto lo consigue Pablo Messiez porque Pablo Messiez es un cuentista.
Es un cuentista de los que escriben cuentos. Como el de la Papelitos. O como el de Flores.
Conseguir crear un cuento oscuro como este y que dentro, como un bombón preñado se esconda una VIDA entera me aterra y me estremece. Porque TETDM es la vida enterita de Flores. Desde antes y hasta mucho después. Casi nada. Un abismo, una sima emocional y vital. El por qué de todo y el para qué todo. No puedo imaginar un texto, un proceso, un monumento que plasme, resuma y exponga de forma más vital lo que es el tiempo. Sus capas, sus causas y sus consecuencias. Y sus efectos. Todo eso es lo que ha creado Pablo. Todo el tiempo del mundo. LA VIDA.
Me vais a perdonar la burrada, pero uno es que ha nacido hiperbólico: si "Ulyses" es un día en la vida de Leopold Bloom, "TETDM" es toda la vida de la familia de Flores en hora y media. Algo de ese discurso tan caótico como es el pensamiento humano está en esta obra. Si Joyce escribió como uno piensa; mezclando, cortando, empezando frases distintas a la vez, sin usar verbos a veces ni signos de puntuación otras veces, Pablo escribe desde el mismo sitio, desde el borbotón, desde el chorro incontrolable del recuerdo. Sé que no es lo mismo pero es igual.
Todo eso es lo que Pablo escribe. Pero es que encima lo lleva a escena y lo dirige desde un sitio acogedor, calentito. Se coloca a medio metro de su propia experiencia y desde la distancia mínima de rescate nos regala un ejercicio escénico magistral. Ama lo que dicen sus personajes, ama lo que hacen sus personajes y ama cómo se mueven, entran, salen, gritan y lloran sus personajes. Porque la vida es melodrama, la puesta en escena de Pablo lo es también.
Ha regalado a María Morales y a los componentes de Grumelot lo mejor de sí mismo, su historia. Desde ese sitio doloroso, impúdico y entregado nada puede salir mal. Sobre todo si a los mandos está un sabio de la escena que además cuenta la vida de su abuelo. Trabajo prodigioso tanto técnicamente en todos sus aspectos; ritmo, intensidad, implicación, foco, densidad, fin, como emocionalmente. Solo puede uno agradecer que nazcan seres así cada muchos años. Porque lo que nos regalan al resto de seres humanos es bello, es sano y es amoroso. Nos hace mejores.
Paloma Parra pone luz y pone sobre todo sombras como si el escenario fuera casi una salita de casa, de esas recogidas, calentitas, con un brasero y una butaca mullida, son luces de hogar y de hábito. Su trabajo es sencillamente PERFECTO.
Elisa Sanz y Paula Castellano han creado un espacio onírico, que de entrada parece un espacio de Hopper , pero no. El navegar de las emociones y de la poética del milagro lo convierten en un interior como sacado de un peli de Max Ophüls, de Fellini o incluso de Dreyer. Costumbrismo poético y recuerdos por vivir. Y fíjate que hay color, que el vestuario inunda de colores la escena y el brillo de los actores ilumina cada rincón, pero con todo y con eso, la imagen que se queda en la retina es en blanco y negro. O mejor dicho, en sepia. El color de los recuerdos. Porque todo en esta "experiencia vital" son recuerdos. Incluso los recuerdos futuros, los que vendrán. Ya lo dijo Federico, y si lo dice Federico es verdad: "hay que recordar antes, recordar hacia mañana". TETDM es la vida misma. La VIDA así, en grande, toda junta, pasado, presente, futuro, todo junto, todo uno, todo encima, dentro, sobre y con. Tiene un algo de "Scratch" y un mucho de vida. Es recuerdos, sueños, dolor, posibilidad y carencias. Texto "autovital" que mueve, remueve, reconcome y entresaca.
Creo que solo falta hablar del reparto. Y aquí vuelvo a quedarme sin palabras. Voy de uno en uno y sin orden ni preferencia. Sobre todo porque es imposible. Es imposible poner blanco sobre negro las cualidades de un grupo de mediums que no es que den vida a sus personajes, es que sus personajes nacen en el escenario con ellos.
Mikele Urroz es un gema. Una piedra preciosa que no sé si sabe el poder que tienen su presencia y su intensidad. Es asombrosa en su implicación y generosa porque todo ese poder se lo entrega a su compañero de escena. Ella lo hace todo, pero no en su propio beneficio sino regalándoselo al otro. Me explico fatal pero cualquiera que la haya visto sabe lo que digo. José Juan Rodriguez lidia con el papel más desagradecido de entrada, pero sin el cual nada sería creíble. Tiene una presencia avasalladora y una credibilidad única. Su monólogo repartiendo amor a Dorothy es de libro. Se le escurre el dolor entre las sílabas y contagia un amor más allá de la comprensión y la comunicación hablada.
Rebeca Hernándo está prodigiosa creando una madre viva en su muerte. Una madre amante y ausente. Lo que debió haber sido y fue sin ser. La amas, la necesitas y quieras saltar al escenario para pedirle que te abrace y te acoja en su regazo de madre con hueco. Javier Lara es un monstruo. Hace directamente lo que le sale de los huevos. Quiero decir que haga lo que haga NO SE PUEDE HACER MEJOR. Le pidas lo que le pidas lo hace y lo hace perfecto. Desde un sitio inteligente, dejando que fluya la vida y llegando desde sitios delicados a otros más delicados aún. Es el matiz en un gesto mínimo. Fijáos en él. Cada movimiento es algo, es por algo y es para algo. Yo de joven quiero ser Javier Lara. Carlota Gaviño es lo que uno siempre querría haber sido. Se llena y te llena. Se encara con el texto más difícil, lo domina, lo maneja y lo amaestra para devolverlo masticado y vivido. Y cuando parece que ha vaciado su alma en el escenario, de pronto vacía su mirada y su cuerpo se transforma en un ser buscando un horizonte, buscando la referencia, el foco, con la mirada vacía de Rita Hayworth. Y tú, espectador mortal, mueres.
Iñigo Rodriguez- Claro es de otra galaxia. Nace en escena, crece en escena, muta y casi renace. Descubre su vida y regala matices a cada palabra que sale por su boca. Su monólogo final es de escuela, de pasar a la historia de la interpretación. Sublime, plagado de dudas, de temor, de descubrimiento, de sufrir y de amar.
Y María Morales es el milagro hecho actriz. No se me ocurre ninguna actriz en el mundo mundial capaz de hurgar en los sitios más dolorosos de sí misma y desde ahí devolver vida. Me pongo hasta nervioso escribiendo. María sale, tus ojos se van a ella. Y ves cómo viaja de un sitio a otro de su mente y de su corazón para que cada frase suya sea un acto imparable y necesario. Y pasa de la más alta comedia y de la naturalidad más impactante a quebrarte el corazón con una simple frase: "váyase a casa, que le está esperando Nené". Y ahí el mundo deja de girar y las mareas se detienen porque ya no hay vida. El tiempo y el espacio se han parado para dejar paso a María Morales. Nené susurra "llamaré lluvia al llanto" y de pronto comprendes la crueldad de una enfermedad desoladora. Sonríe y se funden los polos por tannnnnto amor como desprende.
Poco más me queda por decir, Sólo que si os queréis un poco, si queréis a alguien, id al teatro. A ese lugar oscuro, calentito, maternal, donde uno puede llorar sin que le vean, sentir sin que luego le duela y vivir sin dejarse la vida. Regaláos "Todo el tiempo del mundo".
Si amar es detenerse; detenerse en alguien, Pablo, su equipo y Grumelot se detienen en mí y me detienen el alma. Les amo.
Por lo general con el teatro de Pablo Messiez me pasa algo raro. Es casi un proceso químico. Me produce una reacción interna que me traspasa, me recorre, me muta y me electrifica. También y sobre todo me duele. Pero de doler, doler, del verbo doler. TETDM me ha llevado a un lugar escondido en mis recuerdos que podría contar aquí ahora mismo dado mi escaso sentido del pudor pero que obviamente no haré lo primero porque no quiero parecer el abuelo Cebolleta y principalmente porque no pinta nada. Pero sí confieso que en cierto momento, mi menté viajó a un sitio muy oscuro, tremendamente triste y que escuece. Eso provoca en mí el teatro de Pablo. Bueno, qué coño, lo cuento porque si no no sería yo. Me hizo pensar en mi padre. Y me sentí Amelia, me sentí Flores, me sentí madre, hija, padre, abuelo y sobre todo huérfano. Sentirse huérfano es de los sentimientos que más frío interno provocan.
TETDM es un repaso por la vida de Flores. Del abuelo de Pablo. No desvelaré nada de lo que ocurre en escena lo primero para no destripar nada y lo segundo, y a ver si consigo explicarme bien, porque da igual. Quiero decir que lo que ocurre en escena por supuesto que ES importante, pero aparte de los hechos que se cuentan, TETDM es un recorrido, son unos brochazos, es una amalgama de momentos, de dimensiones, de tiempos y de sentimientos. Es una suma. En ese aspecto el orden da igual. Es lo que tiene el tiempo y lo que tenemos los humanos, que somos suma y somos muchas capas mezcladas, superpuestas y arrebujadas.
El tiempo es muchas dimensiones, el pasado no termina donde empieza le presente y el futuro no es la continuación del presente. Presente, pasado y futuro son potenciales, quizá no existan o puede que sí, y el pasado sucederá si el futuro se hace presente. No son paradojas ni trabalenguas, no, es que es así. El presente quizá no exista o puede que el presente sea eso mismo, un presente, un regalo. La vida o toda una vida es una suma de presentes, pasados, futuros ya vividos y pasados por vivir. Todos juntos, todos mezclados, todos apelotonados. Como el pensamiento, con un cerebro, como un deseo o como un sueño. Porque ¿quién ha dicho que el tiempo sea lineal, tal y como lo conocemos y suponemos?
Si ya lo dicen y lo repiten en la obra varias veces: ¿algo que no recuerdas ha existido realmente? ¿Las cosas existen al nombrarlas? Si ni mis primos ni yo recordamos jamás que el día de mi primera comunión nos fumamos un puro en la azotea del restaurante de la celebración, ¿nos fumamos ese puro de verdad? Al recordar, creas. Creas un pasado en B (gracias de nuevo, Lara, grande) o un pasado en azul o un pasado con Mozart. Como el presente, que casi siempre es antes. Y el futuro ¿es lo que te imaginas o sólo podrá ser lo que te imagines? ¿Si no te lo imaginas no será? ¿Por qué no recuerdo a Nené? ¿Cuándo sucederá mi pasado?
Las visitas de Flores son su vida. Son su antes, su ahora y su seré. Y todas juntas son él. O lo que será él. O lo que será siendo.
Todo esto lo consigue Pablo Messiez porque Pablo Messiez es un cuentista.
Es un cuentista de los que escriben cuentos. Como el de la Papelitos. O como el de Flores.
Conseguir crear un cuento oscuro como este y que dentro, como un bombón preñado se esconda una VIDA entera me aterra y me estremece. Porque TETDM es la vida enterita de Flores. Desde antes y hasta mucho después. Casi nada. Un abismo, una sima emocional y vital. El por qué de todo y el para qué todo. No puedo imaginar un texto, un proceso, un monumento que plasme, resuma y exponga de forma más vital lo que es el tiempo. Sus capas, sus causas y sus consecuencias. Y sus efectos. Todo eso es lo que ha creado Pablo. Todo el tiempo del mundo. LA VIDA.
Me vais a perdonar la burrada, pero uno es que ha nacido hiperbólico: si "Ulyses" es un día en la vida de Leopold Bloom, "TETDM" es toda la vida de la familia de Flores en hora y media. Algo de ese discurso tan caótico como es el pensamiento humano está en esta obra. Si Joyce escribió como uno piensa; mezclando, cortando, empezando frases distintas a la vez, sin usar verbos a veces ni signos de puntuación otras veces, Pablo escribe desde el mismo sitio, desde el borbotón, desde el chorro incontrolable del recuerdo. Sé que no es lo mismo pero es igual.
Todo eso es lo que Pablo escribe. Pero es que encima lo lleva a escena y lo dirige desde un sitio acogedor, calentito. Se coloca a medio metro de su propia experiencia y desde la distancia mínima de rescate nos regala un ejercicio escénico magistral. Ama lo que dicen sus personajes, ama lo que hacen sus personajes y ama cómo se mueven, entran, salen, gritan y lloran sus personajes. Porque la vida es melodrama, la puesta en escena de Pablo lo es también.
Ha regalado a María Morales y a los componentes de Grumelot lo mejor de sí mismo, su historia. Desde ese sitio doloroso, impúdico y entregado nada puede salir mal. Sobre todo si a los mandos está un sabio de la escena que además cuenta la vida de su abuelo. Trabajo prodigioso tanto técnicamente en todos sus aspectos; ritmo, intensidad, implicación, foco, densidad, fin, como emocionalmente. Solo puede uno agradecer que nazcan seres así cada muchos años. Porque lo que nos regalan al resto de seres humanos es bello, es sano y es amoroso. Nos hace mejores.
Paloma Parra pone luz y pone sobre todo sombras como si el escenario fuera casi una salita de casa, de esas recogidas, calentitas, con un brasero y una butaca mullida, son luces de hogar y de hábito. Su trabajo es sencillamente PERFECTO.
Elisa Sanz y Paula Castellano han creado un espacio onírico, que de entrada parece un espacio de Hopper , pero no. El navegar de las emociones y de la poética del milagro lo convierten en un interior como sacado de un peli de Max Ophüls, de Fellini o incluso de Dreyer. Costumbrismo poético y recuerdos por vivir. Y fíjate que hay color, que el vestuario inunda de colores la escena y el brillo de los actores ilumina cada rincón, pero con todo y con eso, la imagen que se queda en la retina es en blanco y negro. O mejor dicho, en sepia. El color de los recuerdos. Porque todo en esta "experiencia vital" son recuerdos. Incluso los recuerdos futuros, los que vendrán. Ya lo dijo Federico, y si lo dice Federico es verdad: "hay que recordar antes, recordar hacia mañana". TETDM es la vida misma. La VIDA así, en grande, toda junta, pasado, presente, futuro, todo junto, todo uno, todo encima, dentro, sobre y con. Tiene un algo de "Scratch" y un mucho de vida. Es recuerdos, sueños, dolor, posibilidad y carencias. Texto "autovital" que mueve, remueve, reconcome y entresaca.
Creo que solo falta hablar del reparto. Y aquí vuelvo a quedarme sin palabras. Voy de uno en uno y sin orden ni preferencia. Sobre todo porque es imposible. Es imposible poner blanco sobre negro las cualidades de un grupo de mediums que no es que den vida a sus personajes, es que sus personajes nacen en el escenario con ellos.
Mikele Urroz es un gema. Una piedra preciosa que no sé si sabe el poder que tienen su presencia y su intensidad. Es asombrosa en su implicación y generosa porque todo ese poder se lo entrega a su compañero de escena. Ella lo hace todo, pero no en su propio beneficio sino regalándoselo al otro. Me explico fatal pero cualquiera que la haya visto sabe lo que digo. José Juan Rodriguez lidia con el papel más desagradecido de entrada, pero sin el cual nada sería creíble. Tiene una presencia avasalladora y una credibilidad única. Su monólogo repartiendo amor a Dorothy es de libro. Se le escurre el dolor entre las sílabas y contagia un amor más allá de la comprensión y la comunicación hablada.
Rebeca Hernándo está prodigiosa creando una madre viva en su muerte. Una madre amante y ausente. Lo que debió haber sido y fue sin ser. La amas, la necesitas y quieras saltar al escenario para pedirle que te abrace y te acoja en su regazo de madre con hueco. Javier Lara es un monstruo. Hace directamente lo que le sale de los huevos. Quiero decir que haga lo que haga NO SE PUEDE HACER MEJOR. Le pidas lo que le pidas lo hace y lo hace perfecto. Desde un sitio inteligente, dejando que fluya la vida y llegando desde sitios delicados a otros más delicados aún. Es el matiz en un gesto mínimo. Fijáos en él. Cada movimiento es algo, es por algo y es para algo. Yo de joven quiero ser Javier Lara. Carlota Gaviño es lo que uno siempre querría haber sido. Se llena y te llena. Se encara con el texto más difícil, lo domina, lo maneja y lo amaestra para devolverlo masticado y vivido. Y cuando parece que ha vaciado su alma en el escenario, de pronto vacía su mirada y su cuerpo se transforma en un ser buscando un horizonte, buscando la referencia, el foco, con la mirada vacía de Rita Hayworth. Y tú, espectador mortal, mueres.
Iñigo Rodriguez- Claro es de otra galaxia. Nace en escena, crece en escena, muta y casi renace. Descubre su vida y regala matices a cada palabra que sale por su boca. Su monólogo final es de escuela, de pasar a la historia de la interpretación. Sublime, plagado de dudas, de temor, de descubrimiento, de sufrir y de amar.
Y María Morales es el milagro hecho actriz. No se me ocurre ninguna actriz en el mundo mundial capaz de hurgar en los sitios más dolorosos de sí misma y desde ahí devolver vida. Me pongo hasta nervioso escribiendo. María sale, tus ojos se van a ella. Y ves cómo viaja de un sitio a otro de su mente y de su corazón para que cada frase suya sea un acto imparable y necesario. Y pasa de la más alta comedia y de la naturalidad más impactante a quebrarte el corazón con una simple frase: "váyase a casa, que le está esperando Nené". Y ahí el mundo deja de girar y las mareas se detienen porque ya no hay vida. El tiempo y el espacio se han parado para dejar paso a María Morales. Nené susurra "llamaré lluvia al llanto" y de pronto comprendes la crueldad de una enfermedad desoladora. Sonríe y se funden los polos por tannnnnto amor como desprende.
Poco más me queda por decir, Sólo que si os queréis un poco, si queréis a alguien, id al teatro. A ese lugar oscuro, calentito, maternal, donde uno puede llorar sin que le vean, sentir sin que luego le duela y vivir sin dejarse la vida. Regaláos "Todo el tiempo del mundo".
Si amar es detenerse; detenerse en alguien, Pablo, su equipo y Grumelot se detienen en mí y me detienen el alma. Les amo.
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miércoles, 12 de octubre de 2016
El lugar sin límites. Valle Inclán.
Quiero aclarar antes de meterme en harinas, que no he visto todos los espectáculos del ciclo. Así que no voy a poder hablar de L'alakran ni de Alejandro Ruffoni, y de este último reconozco que me da rabia no poder decir nada pero es que no lo vi. Después de dos horas y pico inenarrables (menos la media hora poética de san Pablo) no tenía cuerpo para más mamarrachadas y me fui a cenar por ahí.
Mi opinión sobre Ivo Dimchev la puedes leer pinchando AQUÍ. Sólo quiero reiterar que si el objetivo de un artista o un creador es conectar con el público a que muestra su trabajo, Ivo conectó cono todo el mundo que conozco que fue a verle. Único, distinto, sincero, directo y depurado. Un mago.
De "La casa" no voy a decir nada. Bastante tiempo perdí en esas dos horas y media como para perder más escribiendo. Y unas pajas ni me escandalizan, ni me incomodan ni me nada. Y si no me nada, entonces para mí, sobran.
Luisa Pardo presentó un gran trabajo, muy en la línea de Lagartijas tiradas al sol con su "Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa". Valiente, muy valiente denuncia de la degradación física y moral de la ciudad de sus antepasados y que la vio nacer a ella misma. Con formato "conferencia", repasa las basuras de Méjico y la forma inexorable de destrozar un país y a su gente. Brutal, duro y desolador. Un paisaje sin futuro donde el único atisbo de colores son unas figuras artificiales, unas plantas y varios objetos que intentan recuperar la alegría perdida.
Orquestina de pigmeos y "Género chico" es un trabajo entrañable. Basa todo su poder de atracción en sus dos protagonistas mayores. Los dos ancianos resultan adorables y con su cachondeo y sus gruñidos octogenarios se ganaron el corazón del respetable. Pero ya. Aparte de la sonrisilla con determinados comentarios de los abuelos, poco más. Bueno.
El teatro de "prospecto" o de "manual de instrucciones" me toca las narices. No me gusta que me expliquen qué voy a ver y qué debo sentir. Empezar un espectáculo explicando que "una propuesta contemporánea es cualquier cosa, todo vale, así que voy a hacer lo que me de la gana y como es contemporáneo, te lo tienes que tragar y lo tienes que aceptar sin rechistar, porque para eso es contemporáneo" me parece una trampa y un callejón sin salida en el que no quiero entrar. Como espectador quiero tener la facultad de decidir si lo que veo me gusta y lo acepto o si no. No me vale que me cierren la posibilidad de que no me guste apelando a que "como es moderno te tiene que valer y si no te vale es que no eres moderno". Ivo te descolocaba y rompía tus prejuicios con su trabajo y yo, particularmente le considero un dios. Pero lo de Itxaso Corral me dejó muerto. Partiendo de unos conceptos básicos de esos con los que uno simpatiza empezó a... no sé sabe qué y acabó no se sabe cómo. Pero podría haber seguido o haber durado menos, porque habría sido lo mismo. Era una especie de monólogo del club de la comedia con un presunto humor sin gracia. Nombrar algo es darle vida, sí, pero repetir incesantemente una palabra no le da más valor sino que al contrario, haces que pierda incluso su sentido primero. Por otra parte siempre he pensado que los elementos que hay en un escenario tienen que estar ahí por algo, aportar algo, si no, son decorativos y gratuitos. Quizá eso sea un valor en sí mismo, pero a mí me parece que no. Salir sin bragas me parece gratuito porque con o sin bragas el espectáculo es exactamente el mismo, con lo cual el hecho de no llevarlas es un intento de algo, quizá de provocación que no va a ningún sitio, ya que imagino que a todos nos daba exactamente igual si llevaba bragas o no.
"Light years away", de Edurne Rubio me pareció un trabajo precioso. Emocionante, emotivo, tirando de memoria y reivindicando una forma de vida en la que la palabra "casa" adquiere un significado mágico, subterráneo, oculto, por debajo y por encima de dictaduras y de la propia vida. Vivir la dictadura en una cueva y hablar de represión en el único sitio del mundo donde lo único que oyes es el latido de tu propio corazón es muy emocionante. Me queda la eterna duda de si un espectáculo de este tipo, basado en una proyección es o no es "dramáticamente interesante". Quiero decir, cada día es igual que el anterior, no hay nada de "vivo" en la representación de cada día. El espectáculo es exactamente igual si lo ves hoy o si lo ves pasado mañana. Esa sensación me descoloca.
Sergi Fäustino es Sergi Fäustino e hizo lo que esperábamos de él. Un concierto como suele, dentro de su investigación particular. Nada que objetar. Aunque tampoco me dejó marcado.
San Pablo volvió a escribirnos una epístola nueva a los humanos. "Ningún aire de ningún sitio" ES la casa y el relato. Es la casa primitiva, la casa necesaria, la casa viva y la casa muerta, la muerte, la casa última. Y el primer y último relato.
Una figura avanza iluminada apenas por un farolillo. Poco a poco descubrimos que va arrastrando un cuerpo. Se le une otra figura y entre ambas consiguen llevar ese cuerpo inerte a un cuadrado de luz. Una especie de plano luminoso. Cuatro líneas de luz y un hueco para que entren en esa casa. Una casa que es ataúd y que es nido de amor. Un hogar del que Elena no quiere salir, quiere vivir allí para siempre e incluso después con su amor. Aunque esté muerto. Al menos eso es lo que dice Eva, la otra visión de la muerte, de la falta de casa, del fin del relato. Elena se niega a aceptar en fin de su amor, la muerte de su amante, el fin de su relato y el fin de su casa. Porque si muere el amor, muere el hogar, muere el sitio común, muere el calorcito creado entre dos. Eva viene de no se sabe dónde, quizá hasta sea la propia muerte. Ella es la casa vacía, la ciencia, la frialdad, la razón, el relato muerto. Ambas acabarán juntas, saliendo de esa casa justo cuando deja de ser casa, cuando las líneas de luz se esfuman y desaparece la tumba, desaparece la casa, el mausoleo en el que ha habitado ese Agamenón que es José Juan. El amor como casa, como hogar primigenio y la tumba como casa última.
Nosotros somos la casa. Yo no. Y tú tampoco. Los dos. Sin dos no hay casa. La casa muere. No era antes ni será después. Es aquí y ahora. Mi vida es nosotros y mi casa nosotros. Ni luz. Ni razón. Sólo dolor y separación. No ver no es no ser o no estar. No ver es ver desde dentro. El amor es tan grandioso...
Poesía bestial de esa que te rompe.
Paloma Parra nos regala unas de las luces más preciosas y precisas de la historia del teatro y Óscar Villegas un espacio sonoro lleno de vida y de muerte, de vacío y de amor, de eco y de soledad.
San Pablo Messiez... vierte poesía, delicadeza, humor, soledad, amor y distancia. Crea un sueño en el que habitamos todos, antes, después, fuera, arriba, dentro, el que será o el que vino. Medida y despiporre emocional. Arrebatado de pasión y delicado como un lunar.
Elena Olivieri, Eva Racionero y José Juan Rodríguez son tres portentos. Elena y Eva parecen sacadas de una peli de Rosellini o de Bergman. Son torrente y son potencia. Dos miradas animales y un poder de comunicar que lo flipas. José Juan llena un espacio vacío y casi oscuro con una mirada a su alrededor y con una ligera sonrisa que ilumina la sala y hace que automáticamente te enamores de esa sonrisa tierna y dulce como del príncipe azul que despierta del sueño, en vez de la princesita.
Reconozco que me llegó mucho, me hirió y me hizo ver que en este caso, la distancia de rescate no funcionó. estaba demasiado lejos y nadie puedo salvarme, salí herido. "Herido de amor huido. Herido, muerto de amor".
Mi opinión sobre Ivo Dimchev la puedes leer pinchando AQUÍ. Sólo quiero reiterar que si el objetivo de un artista o un creador es conectar con el público a que muestra su trabajo, Ivo conectó cono todo el mundo que conozco que fue a verle. Único, distinto, sincero, directo y depurado. Un mago.
De "La casa" no voy a decir nada. Bastante tiempo perdí en esas dos horas y media como para perder más escribiendo. Y unas pajas ni me escandalizan, ni me incomodan ni me nada. Y si no me nada, entonces para mí, sobran.
Luisa Pardo presentó un gran trabajo, muy en la línea de Lagartijas tiradas al sol con su "Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa". Valiente, muy valiente denuncia de la degradación física y moral de la ciudad de sus antepasados y que la vio nacer a ella misma. Con formato "conferencia", repasa las basuras de Méjico y la forma inexorable de destrozar un país y a su gente. Brutal, duro y desolador. Un paisaje sin futuro donde el único atisbo de colores son unas figuras artificiales, unas plantas y varios objetos que intentan recuperar la alegría perdida.
Orquestina de pigmeos y "Género chico" es un trabajo entrañable. Basa todo su poder de atracción en sus dos protagonistas mayores. Los dos ancianos resultan adorables y con su cachondeo y sus gruñidos octogenarios se ganaron el corazón del respetable. Pero ya. Aparte de la sonrisilla con determinados comentarios de los abuelos, poco más. Bueno.
El teatro de "prospecto" o de "manual de instrucciones" me toca las narices. No me gusta que me expliquen qué voy a ver y qué debo sentir. Empezar un espectáculo explicando que "una propuesta contemporánea es cualquier cosa, todo vale, así que voy a hacer lo que me de la gana y como es contemporáneo, te lo tienes que tragar y lo tienes que aceptar sin rechistar, porque para eso es contemporáneo" me parece una trampa y un callejón sin salida en el que no quiero entrar. Como espectador quiero tener la facultad de decidir si lo que veo me gusta y lo acepto o si no. No me vale que me cierren la posibilidad de que no me guste apelando a que "como es moderno te tiene que valer y si no te vale es que no eres moderno". Ivo te descolocaba y rompía tus prejuicios con su trabajo y yo, particularmente le considero un dios. Pero lo de Itxaso Corral me dejó muerto. Partiendo de unos conceptos básicos de esos con los que uno simpatiza empezó a... no sé sabe qué y acabó no se sabe cómo. Pero podría haber seguido o haber durado menos, porque habría sido lo mismo. Era una especie de monólogo del club de la comedia con un presunto humor sin gracia. Nombrar algo es darle vida, sí, pero repetir incesantemente una palabra no le da más valor sino que al contrario, haces que pierda incluso su sentido primero. Por otra parte siempre he pensado que los elementos que hay en un escenario tienen que estar ahí por algo, aportar algo, si no, son decorativos y gratuitos. Quizá eso sea un valor en sí mismo, pero a mí me parece que no. Salir sin bragas me parece gratuito porque con o sin bragas el espectáculo es exactamente el mismo, con lo cual el hecho de no llevarlas es un intento de algo, quizá de provocación que no va a ningún sitio, ya que imagino que a todos nos daba exactamente igual si llevaba bragas o no.
"Light years away", de Edurne Rubio me pareció un trabajo precioso. Emocionante, emotivo, tirando de memoria y reivindicando una forma de vida en la que la palabra "casa" adquiere un significado mágico, subterráneo, oculto, por debajo y por encima de dictaduras y de la propia vida. Vivir la dictadura en una cueva y hablar de represión en el único sitio del mundo donde lo único que oyes es el latido de tu propio corazón es muy emocionante. Me queda la eterna duda de si un espectáculo de este tipo, basado en una proyección es o no es "dramáticamente interesante". Quiero decir, cada día es igual que el anterior, no hay nada de "vivo" en la representación de cada día. El espectáculo es exactamente igual si lo ves hoy o si lo ves pasado mañana. Esa sensación me descoloca.
Sergi Fäustino es Sergi Fäustino e hizo lo que esperábamos de él. Un concierto como suele, dentro de su investigación particular. Nada que objetar. Aunque tampoco me dejó marcado.
San Pablo volvió a escribirnos una epístola nueva a los humanos. "Ningún aire de ningún sitio" ES la casa y el relato. Es la casa primitiva, la casa necesaria, la casa viva y la casa muerta, la muerte, la casa última. Y el primer y último relato.
Una figura avanza iluminada apenas por un farolillo. Poco a poco descubrimos que va arrastrando un cuerpo. Se le une otra figura y entre ambas consiguen llevar ese cuerpo inerte a un cuadrado de luz. Una especie de plano luminoso. Cuatro líneas de luz y un hueco para que entren en esa casa. Una casa que es ataúd y que es nido de amor. Un hogar del que Elena no quiere salir, quiere vivir allí para siempre e incluso después con su amor. Aunque esté muerto. Al menos eso es lo que dice Eva, la otra visión de la muerte, de la falta de casa, del fin del relato. Elena se niega a aceptar en fin de su amor, la muerte de su amante, el fin de su relato y el fin de su casa. Porque si muere el amor, muere el hogar, muere el sitio común, muere el calorcito creado entre dos. Eva viene de no se sabe dónde, quizá hasta sea la propia muerte. Ella es la casa vacía, la ciencia, la frialdad, la razón, el relato muerto. Ambas acabarán juntas, saliendo de esa casa justo cuando deja de ser casa, cuando las líneas de luz se esfuman y desaparece la tumba, desaparece la casa, el mausoleo en el que ha habitado ese Agamenón que es José Juan. El amor como casa, como hogar primigenio y la tumba como casa última.
Nosotros somos la casa. Yo no. Y tú tampoco. Los dos. Sin dos no hay casa. La casa muere. No era antes ni será después. Es aquí y ahora. Mi vida es nosotros y mi casa nosotros. Ni luz. Ni razón. Sólo dolor y separación. No ver no es no ser o no estar. No ver es ver desde dentro. El amor es tan grandioso...
Poesía bestial de esa que te rompe.
Paloma Parra nos regala unas de las luces más preciosas y precisas de la historia del teatro y Óscar Villegas un espacio sonoro lleno de vida y de muerte, de vacío y de amor, de eco y de soledad.
San Pablo Messiez... vierte poesía, delicadeza, humor, soledad, amor y distancia. Crea un sueño en el que habitamos todos, antes, después, fuera, arriba, dentro, el que será o el que vino. Medida y despiporre emocional. Arrebatado de pasión y delicado como un lunar.
Elena Olivieri, Eva Racionero y José Juan Rodríguez son tres portentos. Elena y Eva parecen sacadas de una peli de Rosellini o de Bergman. Son torrente y son potencia. Dos miradas animales y un poder de comunicar que lo flipas. José Juan llena un espacio vacío y casi oscuro con una mirada a su alrededor y con una ligera sonrisa que ilumina la sala y hace que automáticamente te enamores de esa sonrisa tierna y dulce como del príncipe azul que despierta del sueño, en vez de la princesita.
Reconozco que me llegó mucho, me hirió y me hizo ver que en este caso, la distancia de rescate no funcionó. estaba demasiado lejos y nadie puedo salvarme, salí herido. "Herido de amor huido. Herido, muerto de amor".
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