domingo, 21 de diciembre de 2014

Juegos de guerra. Biribó.

Abrir una sala de teatro hoy en día, contra viento y marea, sólo por amor la arte y al teatro es de tener un mérito y unos cojones pero que muy bien puestos. Estos tres salvajes son gente que han mamado el teatro desde la cuna y para los que la vida sólo tiene sentido si está ligada al teatro. Por eso además tocan todos los palos. Y por eso, por necesitar contar sus historias y desarrollarlas como es debido, se han embarcado en esta titánica aventura que sólo se merece admiración, respeto y todo el apoyo del mundo. Su propia filosofía es tan clara que sobran las palabras. Según dicen ellos mismos: Las compañías importan, los actores importan, el público importa, porque el teatro nos importa y sin estos elementos, no existiría.




Y encima van e inauguran el espacio (precioso, y super entrañable por cierto, con su bar, sus cristaleras a la calle , mogollón de luz, de alegría, de objetos alegóricos, biblioteca, etc...) con un pedazo de texto escrito por Arturo López y Joaquín Navamuel, interpretado por ellos dos y dirigdo por Joaquín Navamuel. con Crismar López como ayudante de dirección, Irene Herrarte a cargo de la escenografí y Cristina Pérez creando un vestuario alucinante!!!
La función es un derroche de mala baba, rabia, crueldad, realidad amarga, política, intereses, asesinatos, daños colaterales y la realidad más dura y amarga.  



Cuatro escenas que son directamente cuatro ejercicios de género que van saltando de lo cotidiano a la farsa, al costumbrismo y al drama como si tal cosa. Con una fluir del texto totalmente natural y para nada forzado, sino lógico, adictivo y con una naturalidad de la de verdad. Pero tras esa trampa de naturalidad de esconde la metáfora en la primera escena. Y te dejas llevar, te columpias, te meces con el juego, aunque de vez en cuando te bajen a la tierra y te vayan anunciando que no te fíes, que no te rías mucho porque en cualquier momento se te va a congelar la sonrisa. Y vaya si se te congela. Pero te retuercen en otro giro magistral y desembarcas en una peli de los hermanos Marx, o en medio de "Teléfono rojo?" y estos dos hermanos Tonetti te vuelven a arrastrar a un terreno inesperado y tú como un títere, emoción parriba emoción pabajo. Pero es que te llevan directos a otra dimensión de la tragedia y vuelves a no saber dónde colocarte, porque no es que estés incómodo, sino que quieres pirarte de ahí, o lanzarte al escenario y gritar con ellos. Y cuando crees que por fin puedes respirar, empieza lo peor. Y de esto no te cuento nada, sólo te digo que descubrir que las banderas no tiene colores ni el dolor dueño es terrorífico, y quieres llorar como Joaquín y te retuerces como Arturo hasta que sales con los pelos de punta por haberte comido este alegato por tol morro, sin haberte casi dado cuenta y tocado. Pero tocado, tocado. 
Y es que la verdad no es una línea, la verdad es como la muerte o incluso como la vida, es una niebla, un océano, un desierto con mil rincones, matices, atajos, caminos, trampas y salidas. Y estos dos actores destrozan su alma para servirnos en una bandeja cruel la salvajada de la guerra. 




Si es obligatorio ir a Biribó, ya ni te cuento ir a ver "Juegos de guerra". Es de esas funciones que van a durar años y ahora tienes la ocasión de poder decir "yo la vi primero".

lunes, 8 de diciembre de 2014

Fausto. Valle Inclán.

Voy a partir de dos conceptos distintos y complementarios para escribir esta crónica. Yo soy así, escribo y planteo lo que me viene a la mente, siguiendo el impulso visceral de mi cerebro (toma paradoja). 
Para mí el teatro es comunicación. El director de escena platea una trabajo con el que quiere contar una historia y transmitir una aventura emocional en la que los protagonistas sufren una evolución desde el lugar (emocional) en el que empiezan al lugar en el que terminan. El objetivo del director es que yo como espectador, lo entienda o entienda algo que me haga sentir, me cambie y no sea el mismo que cuando entré. Yo puedo entender algo que no sea lo que el director se ha propuesto o puedo entender justamente lo que él pretendía. En ese caso más que comunicación se produce una comunión de espíritus y tu corazón vuela. Otra cosa, claro, es que lo que tú recibas como espectador te la pele, que puede que te la pele. El otro día, por ejemplo, estuve viendo las tribulaciones de un yupi burgués que sufría mogollón. El actor estaba realmente inconmensurable, peeeeero no se produjo esa comunicación conmigo. Sin embargo me enloquecen las pajas mentales del albañil que levanta las casas de ese yupi, me enloquece el "Constructivo" de mi héroe Ernesto Collado. Me enloquece el mundo elegido de los habitantes del microcosmos de "Los brillantes empeños" y me enloquece que de pronto griten: "coño, ahora ya lo entiendo" o que oigan un coro que sólo oigo yo. Hay actos de comunicación que llegan y otros que no llegan. El teatro es comunicación. Y el "Fausto" que nos ha regalado Tomaz Pandur ha conectado conmigo. 




El otro concepto es "dramaturgia". Según la RAE: "concepción escénica para la representación de un texto dramático". Como "concepción escénica" yo entiendo todo tipo de elementos escénicos habidos y por haber, desde la adaptación de un texto, al último foco o al color del material del suelo. Como "concepción escénica", el "Fausto" que nos ha regalado Tomaz Pandur me parece prodigiosa. 
Me da a mí que el texto de Goethe es como el "Ulises" de Joyce, que todo el mundo se lo ha leído varias veces y se lo conoce tan, tan, tan bien que es capaz de distinguir una buena de una mala adaptación. Vamos a ver, es una adaptación, está anunciado como tal y no es otra cosa. Pandur ha cogido el texto original lo ha recortado, ha quitado, ha añadido unas "acotaciones" para que los propios personajes sitúen según qué cosas y según qué acciones y relaciones y ha convertido la gigantesca obra original en un texto que llevado al escenario se traduce (no reduce sino traduce) a dos horas y cuarenta minutos. No se trastoca el argumento, sigue pasando lo mismo que el la obra original, aunque Pandur varía la naturaleza y la relación de varios personajes. Convierte a Mefistófeles en una familia a medio camino entre un campo de concentración y una familia gitana con el jefe del clan en cabeza.
Pero a lo que voy, que me lío, coño. 




La adaptación del texto me parece brillante. El gigantesco primer monólogo de Fausto es un prodigio. Por cómo está escrito y por cómo está dirigido. La relación de Fausto con le espacio es vigorosa y mágica. Que sea capaz de interrelacionar con ese perro que aparece en el muro es de una maestría colosal. Ese muro de la vergüenza o de las lamentaciones, ese paredón de fusilamiento en el que incluso quedan rastros de antiguos fusilados, ese muro en el que acabará muriendo Fausto cuando finalmente diga: "instante, detente. ¡Eres tan bello!". Allí mismo, en el mismo lugar en el que Fausto de cobija, en el mismo lugar en el que Mefistófeles heredará la inquietud de Fausto. Otra vez me voy. Normal, el puto texto de Goethe y de Pandur produce en mí lo mismo que provoca la música de Wagner. Una nota va lógicamente encadenada con la siguiente de tal forma que transmite directamente un estado de ánimo, un huracán existencial. Eso es lo que provoca en mí el recuerdo del espectáculo y eso provocan los versos de Goethe. 
En fin, que la versión me parece acertadísima y rica. No olvidemos que es una "versión", y el que quiera el texto completo, como dice la Wagener, que se lea el libro. Además, es obvio que una cosa es el texto y otra cosa su puesta en escena. Una cosa y la otra a mí, me han fascinado.  






La puesta en escena es un prodigio. TODOS  los elementos, absolutamente todos son los necesarios y precisos para contar lo que quiere contar y como lo quiere contar. Dramaturgia. La música envolvente que va sonando casi te diría que sin parar, los bloques de escenografía que marcan diagonales agresivas, planos de acción, rincones oscuros, recovecos en los que acaba la acción, pasajes oscuros que llevan al infinito, horizontales aplastantes y verticales cortantes. En cualquier arte en el que el aspecto visual es importante se sabe el efecto que tienen las líneas y los movimientos. Y en toda la primera parte el movimiento escénico es de derecha a izquierda, de adelante hacia atrás y en diagonales agresivas. Incluso en la maquetación de una página de un periódico esto se tiene en cuenta. Pandur también, por eso mueve a sus peones en líneas agresivas y beligerantes mientras que en la segunda parte introduce el movimiento de arriba a abajo, mucho más relajante y mental. Esa segunda parte breve, concentrada y densa en la que, con Margarita muerta y Fausto envuelto en una desidia sólo atenazada por su eterna sed de más y de mejor, de pronto, se hace el color. Si en la primera parte eran los negros, blancos y grises que son el color de la guerra, y esos zarpazos rojos en los globos y en las vendas de la familia diabólica que hielan el alma (¿recordáis la niña aquella de "La lista de Schindler que salía con un abrigo rojo?), en esta segunda parte es la irrupción del color. Las montañas tienen verde, marrón, amarillo. Y el plano bajo de la primera parte se convierte en juego de alturas, los planos se multiplican al igual que las dimensiones. El polvo, el humo, el incienso, la oscuridad, los golpes, esos golpes que son como latidos, hasta los focos cuando pasan a ser focos reales, las acotaciones... TODOS los elementos ayudan, sirven y son los precisos y concretos para lo que nos quiere transmitir Pandur, para su necesidad de comunicación. La suya, la que él ha elegido que pa eso es el director. La imagen de la familia diabólica con las vendas rojas y los globos rojos no es sólo una apuesta estética sino una forma de definir ya a los personajes desde que aparecen. ¿Que hay apuestas que son reconocibles en otros montajes de Pandur? Bueno, a eso yo lo llamo "autoría". La misma que tiene por ejemplo... Almodóvar en cine. 




En definitiva, que todas y cada una de las elecciones que ha hecho Pandur para llevar al público su mensaje, conmigo han funcionado. Todo son elecciones, podía haber escogido otros elementos perfectamente, pero en su elección estética y ética como director, lo que ha elegido me funciona y me atrapa. Y en mi caso ha servido para que se produzca la comunicación conmigo. Lo único que NO me gusta es la coña con "La caída de los dioses". Me lo hace todo de golpe, terrenal y no me mola. No ya tanto el autohomenaje sino el bajarme de la nube a la butaca. Eso y cierto... tono de autojustificación al repetir quizá demasiado que se ha "cortado" el texto. Con decirlo una vez basta, no hay por qué justificarlo más.

Y los actores. Los actores son una pieza más de ese puzle abigarrado. Los cuatro acólitos mezcla de dibujos animados y peli de cine mudo tienen el tono físico justo y la presencia certera y perfectamente dibujada necesaria para quedarse en el sitio perfecto. Alberto Frías además canta y estremece. Junto con Aarón Lobato, Rubén Mascato y Manuel Castillo son el equipo perfecto para cumplir los deseos... de todos. Emilio Gavira está fabuloso como ese Wagner fantasmagórico, cruel y pintoresco. Una fuerza de la naturaleza hasta cantando. Pablo Rivero compone su personaje desde lo pequeño, con sus tics, como el ligero tartamudeo heredado o la fijación por la pernera del pantalón. Construir un personaje desde el detalle es jodido y Pablo consigue crear un ser blando, apocado, frágil de una forma quizá algo contraproducente porque puede acabar engullido por la energía de sus compañeros, pero sin duda, inteligente, muy inteligente. Y utiliza ese cuerpo perfecto, ese rostro perfecto, esa figura de dios inmaculado y sobrehumano para llevar adelante su parte dentro de la dualidad masculina de su hermana. Luego lo explico mejor. 
Victor Clavijo vuelve a demostrar que no hay frase que le pueda, que no hay personaje que le asuste, que no hay situación que no domine y que es, sin duda, uno de los actores más dotados para lo que le echen. Y sin tener el cuerpazo imponente de otros compis, en cuanto aparece o en cuanto está en escena, sabes que es el puto amo. Eso se llama carisma y presencia escénica. Si salvaje es el final de Roberto, tan salvaje lo es el suyo, heredando la inquietud de Fausto y gritando aprisionado por el muro que atenazaba la mente de Fausto eso de "instante, detente, ¡eres tan bello!". Marina Salas es otro ejemplo de entrega sin límites. Desde que aparece es una autómata sin  personalidad, sin decisión, y cuando aparece vestida de esa mezcla de Macarena, Fantasma japonés y no sé qué más, ves a un ser amorfo al que le está dando vida y espíritu la Wagener (otro hallazgo estético, no me digas que no). Mondongo de carne sin espíritu, que únicamente tomará las riendas cuando ponga por delante su amor por Fausto a su deber como perra. Y esa dualidad mental se lleva al extremo en su monólogo de los cubos, en el que tras la crucifixión, una vez convertida en mártir, vaya volando entre las dos partes masculinas que ella reconoce. Esas dos partes masculinas son su hermano y su amante, por eso no distingue una de la otra, por eso salta de la una a la otra. Conseguir hacerme llorar como un loco con ese monólogo es de ser un pedazo de actrizón de altura. Marina Salas está inconmensurable. Y tiene esa magia que tienen las hadas de llevarse a su terreno cada frase y conseguir que sea coherente y viva. Eso también se llama carisma. Y genio.




Una de las razones que me hicieron empezar a escribir este blog fue escribir sobre Ana Wagener y Roberto Enríquez. A ver, todo el mundo los conoce, sabe que son dos seres tocados por la varita, dos genios arrolladores, dos currantes brutales y con una entrega sobrecogedora, que se plantan frente a la mina de un texto el primer día y se lo comen entero, lo devoran, lo destrozan, lo levantan, lo sostienen y lo llevan al cielo con su trabajo, su entrega, su compromiso y su infinita calidad artística, emocional, amatoria y celestial. No se puede describir con palabras lo que hacen. Pero es que no "hacen" nada. Lo viven, lo son. Un espectáculo no comienza cuando se dice la primera frase, ni cuando se apagan las luces, ni cuando comienza la música. Comienza cuando el director decide que el foco arranca, que las miradas van a un punto concreto. Escenario iluminado (con esas luces prodigiosas de Cornejo), público raka raka, y de pronto, de entre las sombras surge Roberto... perdón, surge Fausto y todo dios se calla. Nadie ha marcado que ese sea el comienzo, pero mágicamente lo es. Por Roberto. Algo tiene, será la chispa de los monstruos escénicos, pero el ojo y el alma se va a él. Y te suelta poco a poco, pausadamente, al ritmo de su alma ese primer monologazo que te hiela. Está el miedo, la sed, el deseo de saber infinito, la pobreza del mundo, la pequeñez, el ansia de conocimiento, la angustia de vivir y de ser finito. Interactúa con los elementos, con el muro, con las proyecciones, con el espacio, con su interior, con su alma, con sus dudas, con su deseo de morir y de saber. De ahí hasta el final nos regala un trozo de su alma, de su espíritu, nos lleva por caminos jodidos y por sentimientos jodidos con un poder de convicción como sólo tiene la verdad.




La Wagener igual. Es una bruta que todo lo hace desde el coño. Ese coño podrido de perra mala con avaricia, manipuladora, cerda (como su máscara  casi de auto sacramental) capaz de sacrificar a su propia hija por... por pura maldad. Para acabar derrotada. Derrotada y mutilada como un buitre tras una pelea descarnada. Hace de todo y pasa por todo. Pero la Wagener es la más grande. Y puede con eso y con todo porque lo comprende, lo siente, lo vive y lo sufre. Desde el coño podrido. Desde donde sienten las perras. Y es que ella... "sabe cómo contentar al público". Ella la perra asesina. No hay mujer como la Wagener. 





Bufff, bueno, ya lo he soltado. Seguro que me dijo mil cosas, mil detalles que explican mejor por qué floté con este Fausto, por qué vi la imagen de Fausto surgiendo de las sombras y automáticamente me enganché al humo de esa locomotora que recorrió en Valle Inclán. Salí fascinado y conmovido, y ojalá tuviera la capacidad de poder expresarlo como se merece, pero sin duda la belleza y la brutalidad del espectáculo están muy por encima de mi capacidad de comunicación. Habrá mucha gente que flipe con las bobadas que acabo de escribir. Normal. Todo el que no haya experimentado esa comunicación no sentirá lo mismo que sentí yo. Lógico. Peor es lo que tiene el hecho teatral, que a veces se da y a veces no. En mí, la comunicación fue perfecta y electrizante. Y se dio desde el segundo uno hasta que Fausto...digo, Roberto dibujó ese símbolo final en el muro que yo, obviamente descifré.  


                                                       

jueves, 4 de diciembre de 2014

Los brillantes empeños. Nave 73.

No sé si será por mis años, porque estoy blando, cansado o porque mi umbral de belleza  hay días que lo tengo disparado, pero últimamente suelo flipar bastante en el teatro. También ha habido veces que me he aburrido como un cisne de Lladró. Todo esto hablo de los últimos tiempos. Y luego hay experiencias que trascienden la realidad, el espíritu, la belleza, el éxtasis, el orgasmo y la vía láctea entera. Servidor es así, un desmangao, un hiperbólico. Y "los brillantes empeños" me ha arrebatado el corazón y no me lo ha devuelto aún. 
Una vez mas, San Pablo Messiez escribe una epístola al resto de los humanos y nos suelta como si tal cosa, un muestrario de sabiduría, decisión, sensibilidad y lenguaje visceral como pocas veces he visto. Y mira que he visto. Que llevo más de 30 años viendo, hostiasssss.



Un caldero hirviendo, un montón de patatas, un radiocasette, un par de ventiladores y libros. Palabras, palabras, palabras, versos, versos, versos, las palabras más elegidas, las más únicas, las más concretas, específicas, pensadas y decididas. Y esa bestia parda de la interpretación que es José Juan Rodríguez está haciendo música con su cuerpo. Y se arranca con el famoso "hipógrifo violento". Mis esquemas en ese momento se fueron a tomar por culo. Y claro, la obsesión esta humana que tenemos de reconstruir lo que ha pasado ataca. Aunque afortunadamente según me ataca, la consigo esquivar. Y al grito de "A cenar" aparece esta familia en fila, a devorar patatas cocidas. Y a intentar relacionarse en verso. Al verles a todos en el banco devorando la patata mientras Rebeca Hernando y yo oímos un coro cantando... me relajo en mi sitio, aflojo las piernas y el corazón y me dejo fluir. Poco importa ya si esa familia lleva ahí años, siglos, o qué pasó para acabar así. El recuerdo del padre ausente despierta una angustia en ellos que acabará en violencia, como en mí provocó llanto interno, ausencia mal curada y pelea conmigo mismo. Poco importa quién de los presentes (o no) ha dejado embarazada a Olga. Lo mundano me la pela. Mi corazón fluye por ese espacio como el humo de la cazuela y me desparramo como el agua de esa cubeta. 



Una sola letra marca una diferencia inmensa entre "mar" y "amar" o entre "dormir" y "morir". Si una letra marca la diferencia, ¿cómo no la va a marcar decidir Cervantes o Calderón? Usar una palabra significa que lo que nombras existe. "Mesa". "Silla". "Padre". Existe lo que nombran, y eligen lo que nombran porque saben que existirá. Por eso eligen. Para que su ceremonia seguramente repetida día tras día de reencuentro y mezcla brutal de pasado, presente e incluso futuro, sea. Exista. Bautismo o baño purificador incluido. Y la música. la palabra es música, tiroritiroritotí.   
Ellas son las tres hermanas, ellos los hermanos Karamazov y yo un manojo de lágrimas y de sensaciones desbocadas. ¡Yo qué sé si el padre murió o no o si ha habido una catástrofe o si san Pablo ha visto "Canino! Ni me importa un pito. Yo sólo sé, que admiro de forma sobrehumana la capacidad de entrega no solo física sino emocionalmente desgarrada de Mikele Urroz, de la divina Carlota Gaviño, de Iñigo Rodríguez-Claro, de ese prodigio humano que es José Juan Rodríguez, de ese ángel auténtico con una magia que le sale por cada gesto y por cada respiración. Ese ser único con seguramente una de las miradas más electrizantes e intensas del mundo que es Rebeca Hernándo y... mi debilidad absoluta; ese prodigio de naturalidad ,de riesgo, de juego, de capacidad, esa bestia interestelar, ese caballero que el primer día que le tenga delante, a diez centímetros de mi cara va a verme llorar como un crío. Sólo de pensar en tenerle cerca... me desgarra el alma y quiero llorar. 




Hala, pa que no digáis. ¿Soy o no soy desmangao e hiperbólico cuando algo me gusta? Y una cosa te voy a decir; porque no tengo vida suficiente,si no, estaría viendo y volando con esta función todos los días. Debería se de obligado disfrute todos los días. El mayor vuelo que he disfrutado estos últimos... chorrocientos años. Gracias es poco.                        

martes, 25 de noviembre de 2014

Madama Butterfly. Teatro Campoamor.

Estos días se ha estado representando en el Campoamor de Oviedo "Madama Butterfly", la preciosísima ópera de Puccini con libreto de la famosa pareja Illica/Giacosa. En el primer reparto figuraba Amarilli Nizza, la que fuera gran voz y sigue siendo un nombre de la escena mundial. Confieso que en ningún momento pensé en ir a verla. Lo primero porque prefiero un piano a un vibrato pero principalmente porque encabezando el segundo reparto estaba Carmen Solís y cualquier que me lea, sabrá que si mi corazón tiene un nombre dentro de la lírica, ese nombre es Carmen Solís. Otras tienen un hijo llamado "dolor". Pues mi corazón lírico se llama Carmen Solís. 
Por lo que he leído esta ha sido una de esas ocasiones en las que el segundo reparto ha despertado pasiones enfurecidas mientras que el primer reparto ha sido claramente... una chufa. Por eso debemos aprender todos que NO siempre el primer reparto es el de mayor calidad. Puede que sea el de nombres más rimbombantes, pero no de mayor calidad. Olvidemos primeros y segundos repartos y miremos los nombres, las personas que entregan su alma y decidamos más por ese criterio que por el del cartel. Pero bueno, a lo que voy.




Escenografía y vestuario de Niki Turner. Vestuario correcto, kimonos muy chulos, estampados y colores acorde con los personajes aunque quizá le faltó algún collarón a  Yamadori o algo que realzara su poderío y el de José Manuel Díaz. La escenografía era más discutible. Las plataformas circulares parecían puestas para ver si conseguían que alguno se escoñara. Además de tenerlos a los pobres apretujaos a veces en circulillos enanos, el ojo se te iba y parecía que estabas viendo un episodio de "humos amarillo" y Goro parecía el chino Cudeiro. No, en serio, cualquier elemento escenográfico debe ser necesario, útil y preciso. Y esas plataformas circulares a veces eran más un escollo que una ayuda. Además, si se supone que forman caminos por los que moverse, hay que respetar eso siempre, y no bajarse de repente porque conviene. Quiero decir, si para entrar en la casa hay que hacer una "ese", habrá que hacerla siempre y respetar eso siempre, no pasar de esa "ese" cuando te conviene. La urna central, casa, hogar, parecía como la urna de un museo de ciencias naturales y eso me gustaba. Aunque si esa era la idea, podía haber estado algo más explotada como tal. En cualquier caso, el espacio y los elementos simbólicos funcionaban. Incluso la nevera esa como de "Mad men" tenía un punto. No era quizá la mejor opción, pero funcionaba. Menos el cucurucho de Yatekomo como símbolo de austeridad. Eso sí que no. 




La luces de Alfonso Malanda no me gustaron. Daba la sensación de que había dos parrillas de focos en la parte de dentro y na más. Y creo que es de primero de iluminación que si iluminas por arriba, tienes que matar esa luz por los laterales o por delante. Sólo había luz por arriba. Y la escena pedía a gritos un cañón que siguiera a los protas. Las luces del fondo, cambiando de color según el estado emocional de la escena estaba bien. Esos azules, el rosa y el rojo pasión. Pero la mayor parte del tiempo los cantantes estaban en penumbra, o al menos mal iluminados. Y cuando de repente estaban bien iluminados, como en las arias y un ratito del dúo de las flores, entonces el corazón se te iluminaba. Así de importantes son unas luces.
Dirección escénica algo errante. Los grupos estaban regu movidos, a veces atropellados y poco concisos. Realmente no vi nada llamativo sino todo correcto. Eso sí, el "coro a bocca chiusa" se lo cargó por completo Olivia Fuchs. Los pobres estaban sepultados en el foso y se les oyeron las tres primeras notas, el resto nada. Y aunque las bailarinas hicieron un gran trabajo en ese momento (y en todos), la escena pedía a gritos gente y gente y gente deambulando y haciendo que la gente llorara con ese coro tan precioso. Dirección de actores totalmente nula. Una lástima, porque lo que los intérpretes hicieron por propia intuición era una auténtica mina para un director de actores medianamente entregado y con una visión concreta. Y lo del señor ese borracho del primer acto... no tiene explicación más que en mis sueños más bizarros. Inenarrable el pobre. La orquesta sonó bien, pero la batuta de José María Moreno a mi parecer, homogeneizó demasiado toda la partitura y limó demasiado los distintos momentos. Todo sanaba parecido y no había pasión, lirismo, melancolía o dulzura. La obra es sencilla en cuanto a libreto. Pasa poco y es muy simple y concreto. La grandeza está en la música, en las notas, en los matices, en los momentos. Y la orquesta  sonó monótona y muy plana todo el rato. 



  
Vocalmente hubo un poco de todo. Eduardo Aladrén estuvo un poco superado por su papel de Pinkerton. Aunque sus tonos medios fueron correctos, en los agudos perdió el tino y si ya desde el principio le superaron, en el final del dúo del primer actor fueron más evidentes. Aún así, pasó la prueba. Actoralmente estuvo bien y con la ayuda de su compañera logró lucir más y mejor de lo que parecía que se avecinaba. La Suzuki de Marina Rodríguez-Cusí aguantó bien el tipo con una buena interpretación aunque con la voz algo cansada. Se nota que tiene cantado este rol cien mil veces, porque lo domina vocal y escénicamente, aunque como digo se le notó la voz algo tocadilla.      
José Manuel Díaz cantó un Yamadori convincente y con una voz poderosa, de timbre precioso y actoralmente de mucha altura. Gran actor y gran cantante.  Jorge Rodríguez-Norton compuso un Goro divertido, simpaticón y cómplice. Vocalmente prodigioso. Tiene un timbre peculiar y para mi gusto, único y precioso. Los vídeos que hay por ahí no le hacen justicia. En vivo es carismático y embrujador. Javier Franco es un gran nombre y un gran cantante. Absolutamente perfecto tanto como actor como vocalmente. 




Y luego, y aparte de este mundo está Carmen Solís. Debutando el rol, para más inri. El papel de Cio-Cio San es lucido pero es a su vez una trampa mortal. Pasa por mil estados de ánimo. Desde la criatura que aparece rodeada de su familia en el primer acto, a la enamorada, a la mosqueada, a la mujer decidida, a la derrumbada, y a la mujerona madre suicida. Lo peor que puede hacer una japonesa hija de padre suicida. El honor perdido, lo que aquí sería la honra pero multiplicado pro mil millones de años de tradición nipona. La sutileza de la voz y la presencia de Carmen Solís es apabullante. Comienza la función realmente como una niña de 15 años y termina como una mujer derrotada. Su trabajo como  actriz fue absolutamente arrollador. Sutilezas, matices, acciones lógicas, reacciones justificadas, evolución, progresión, acumulación. Un trabajazo actoral completo y total de grandísima actriz. A la altura de esos momentos históricos como la Tosca de la Callas. Y vocalmente es la perfección absoluta. Voz ligera, fácil que sube a agudos expresivos, líricos a más no poder o incluso sobrehumanos (en riqueza, en matiz y en expresividad), sin recurrir a trucos, colocando la voz en todo momento en el sitio perfecto y con una voz fluída, nada estridente, que llega a donde quiere, con unos graves poderosos y con cuerpo y con un arco expresivo enorme y pleno en todo momento. Pianos, vibrato justo, sentimiento en cada nota y lo más difícil para mi gusto; diferentes texturas emocionales. La misma nota no puede nunca sonar igual si el personaje está en momentos distintos. Y como la grandísima actriz que es, Carmen Solís demuestra que en cada momento sabe lo que le está pasando  por dentro y de ahí las distintas texturas de su voz, siempre dentro de la belleza más sobrehumana. Juro por Mahler que nunca en mi puta vida he escuchado un "un bel di vedremo" tan intachablemente perfecto. Todas y cada una de las notas en su sitio, en su medida, con su duración, con su identidad, con su significado, con su color y con su emoción. De corazón digo que jamás de los jamases un momento me ha taladrado el corazón más que el "un bel di vedremo" de la Solís. Porque mi Carmen ya no es Carmen Solís, es como las grandes, la Solís. No me gusta ser agorero, pero con cosas así de evidentes... ya me diréis muy, muy pronto si la Solís no es la soprano española del siglo  XXI.      


  

lunes, 10 de noviembre de 2014

Sol Picó / Mónica Runde. Madrid en danza

Que me vuelve loco la danza lo sabe todo el que me lea. Que la gente que se dedica a la danza me parecen héroes sacrificados con miles de horas de preparación y una carrera llena de sinsabores y relativamente corta, también. Vamos, que es que siempre digo lo mismo. Pero porque es verdad, qué cojones. Así que ha empezado Madrid en danza y yo he enloquecido. Las dos heroínas de las que hablo hoy son dos ejemplos de carreras largas. Sol Picó "celebra" sus 20 años como compañía y Mónica Runde 25. Que se dice pronto. 




Voy con Sol Picó. Así pabrir boca ya digo que a mí "Petra, la mujer araña y el putón de la abeja Maya" fue unos de los espectáculos que más me gustaron de 2011. Así , incluyendo danza, teatro, circo, patinaje artístico y de todo lo habido y por haber. Vamos, que soy muy de Sol Picó. "One-hit wonders" es un muestrario de números de varios espectáculos elegidos por ella. Tengo la sensación de que el recorrido vital es un poco como de "lo que he querido hacer, lo que he hecho, lo que no he podido hacer y lo que me gustaría que quedara". Esa es mi sensación. Y viendo que en la dirección del espectáculo figura ella con Ernesto Collado, un ser con el que tengo una extraña conexión mental y un idioma común que ambos entendemos creo que no me equivoco. Me partí el culo durante todo el espectáculo y ya sé por qué, Ernesto, jodío. No conozco una persona que conecte mejor conmigo y que decodifique mi lenguaje y yo el suyo con tanta facilidad y empatía. Es como si fuéramos los dos únicos supervivientes de un planeta raro que hemos recalado aquí en la Tierra y no terminamos de reconocernos, pero los dos sabemos que somos de ese planeta. Bueno, coño, que me lío. El sentido del humor del espectáculo es desbordante. Inunda todo y lo cubre de una simplicidad y complicidad que te atrapa y te desarma. Es imposible apartar la mirada de esa mujer y es imposible no descojonarte con la forma en la que se ríe de sí misma, desdramatiza lo que hace y parece que lo recubre de sencillez, cuando lo que hace es una subversión de las normas totalmente punk. Por ejemplo el solo frente al espejo entre cactus. Yo por ejemplo estuve con el corazón en un puño pensando que se iba a pinchar. Pero no,  lo de menos eran los cactus.  Eran importantes pero no. Lo de menos era si los pisaba o si no.




De hecho, acababan volando por los aires. Otra genialidad es el momentazo avión. Te presenta de espaldas a una compi de asiento pedorra como ella sola. Hasta que se gira y ves que la pedorra es ella misma. A todo esto, el azafato corta jamón. Genial. Y el momento álgido de la noche, el flamenqueo subida en esas puntas rojas. No he visto nada más trasgresor en mucho tiempo. Abajo iconos, abajo estereotipos, ¿mayor? ¿acabada? ¿fracaso? El que tenga esas palabras en su diccionario personal, que las sufra, pero Sol Picó no las tiene. Y ahí está, con más morro que nadie, más libre que nadie y levantando la pata como una veinteañera. Y encima va y saca a mi Alberto Velasco y yo me muero vivo!!!




Mónica Runde se exhibió en la Abadía. Y de qué manera. Otra leyenda y otra personalidad con un carisma apabullante. Y una calidad indiscutible, claro. Genia y figura. Y arte desmesurado. Sale, te mira, esboza una medio sonrisa y ya te ha camelado. Ha contado para este espectáculo con cinco creadores. Claudia Faci da forma a todo el conjunto y cobija las cuatro creaciones restantes. Quizá le falte un poco de ritmo, o de magia, o de algo que separe más las cuatro piezas o las aune. No tengo claro qué es lo que no termina de embrujar. Pero le falta esa chispa que hace que lo bueno sea magistral. Y esto es una cuestión personal, pero yo habría acabado con Luque, aunque el tronco de Abreu en definitivo. La pieza de Pedro Berdäyes es quizá la más críptica. Imágenes quizá no tan "danzísticas" y más potentes. La peluca deformante que te hace perder el sentido de las formas y las partes, ese desencajar las formas y recolocarlas a su antojo sea terriblemente expresivo y un pelín frío. Claro que luego llega mi admiradísima Carmen Werner y con sus lugares habituales te conquista. Brazos, piernas, rupturas y auto ayuda. Me basto y me sobro, y me derrumbo y me levanto. Carmen y sus genialidades que le van que ni pintadas a Mónica Runde y a su sonrisa. Como colofón vendrá otro premio nacional de danza, el de este año, compartido con otra genia indiscutible, Nazareth Panadero, grande donde las haya. Daniel Abreu le pone una camiseta con un ecce homo, le planta un tronco y a pasear. Esa imagen es casi como una pasión, una virgen con camiseta de hijo con un hijo o un tronco en brazos. Y a tomar por culo el tronco. Déjame, que soy libre, que no quiero cargas ni ataduras. Por eso bailo. 




He dejado para el final la pieza de Luis Luque, paradójicamente la más "danzística" de todas. Mónica, una mesa, una pieza musical de ese otro genio que es Luis Miguel Cobo que de verdad no puede ser más bella y un recuerdo. Lo primero, antes de que se me olvide, yo quiero la capa de Elisa Sanz. ¡¡¡Qué cosa más preciosísima, pordiosssss!!! Desde que arranca notas que el corazón empieza a volar. Se despega de la butaca y se eleva por encima de la sala. Flotas y llegas al cielo y ves, tocas, hueles, acaricias, te refugiasen el calorcito de tu madre ausente. El recuerdo ,el dolor, la ausencia, la rabia, la dulzura, la necesidad, todo se vuelve un sentimiento envolvente. Esas cositinas pequeñas que hacen que te vuelvas más pequeño que ellas y te quieras esconder en un regazo ausente. Y de pronto surge la imagen. Mezcla a partes iguales de féretro y útero. y la muerta es la criatura escondida en el calor materno. Y muerte y vida son lo mismo. Y tras ese viaje emocional comprendes que hay gente que piensa con el corazón o que quizá tenga un miembro más que los demás humanos y ese miembro les permita sentir pensando y pensar sintiendo, porque lo de Luque no es normal. Ni humano. Es como cuando ves un arco iris. Ha visto miles, pero estés donde estés, ves un arco iris y te paras, lo quieres compartir, se te pone una sonrisa y te parece lo más bello que has visto nunca. Eso hace Luque. Pone arco iris en nuestros corazones.




Y Mónica Runde es la pitonisa perfecta porque entiende y transmite cada matiz de estos cinco bestiajos emocionales y con su sonrisa a media asta te deja con un regustito de haber visto y disfrutado de una proeza, del arte único de una artista tocada por la varita de los dioses.               

domingo, 9 de noviembre de 2014

Testamento. Valle Inclán.

Este año, el ciclo "una mirada al mundo" ha estado flojillo flojillo. Menos "Medida por medida" un Donellan simplemente bueno y "Illíada", que fue asombroso, el resto... olvidable, como ese "Gasoline Bill" del que ni he escrito. Y lo de este "Testamento" de verdad que no tiene nombre.




Hablar de esta autora sabiendo que murió joven y poco después de escribir este texto puede parecer cruel e irrespetuoso. El hecho de la muerte de esta chica es dramático, está claro. Pero no deja de ser un texto publicado de un autor fallecido, como Lorca, como Shakespeare o como Fassbinder. En este caso la única explicación que le veo a que este texto se publicara es que los padres de la autora se lo tomaran como cosa personal y una vez fallecida su hija, decidieran publicar sus papeles en plan homenaje. Porque lo siento, igual soy un cactus emocional, pero el texto me parece que no tiene nada. Hablo del texto, no de la autora. El texto es absurdo, es una sucesión de frases sin sentido, inconexas y con unas...¿metáforas? absolutamente incomprensibles. Además es como: "tía, voy a escribir sobre lo muchísimo que van a sufrir mis amigos cuando me muera, porque todos van a sufrir muchísimo". Y eso es exactamente lo que hace. Describir lo mucho que van a sufrir todos, su madre, sus novios, sus amigos. Ella sabe que todos van a sufrir mogollón, lo cual, a mí me parece de todo menos humilde. Para rematar, el director elige lo peor para ponerlo en escena. Decide hacer justo lo que menos ayuda a un texto así. Planta a los actores de uno en uno, frente al público a hablar. Y los deja quietos. A ver, moverse se mueven, bailan, se dan vueltas por ahí, son todos muy happy y muy flower power vestidos como de catálogo de Mango. Pero cuando van a soltar sus monólogos, el director los planta en medio, les prohibe moverse y les deja únicamente hablar. Y claro, uno vale, pero dos, tres, cuatro... no se aguanta. Y eso de que la "pole dance" represente los cuidados paliativos... me deja con cara de rodaballo.
En fin, que tiene narices que un texto sobre la enfermedad que por desagracia ha tocado a tantas familias tenga tan poco de real y en vez de profundizar mínimamente en los estragos íntimos de una persona enferma, te deje frío y nunca simpatices con la prota ni mucho menos con sus colegas ni con su madre. Menos mal que luego nos fuimos de vinitos con Ana y con Roberto y se nos pasaron los males.  

El Mesías. Ballet Nacional SODRE. Canal.

La coreografía de Mauricio Wainrot y que ha interpretado estos días el Ballet Nacional Sodre, dirigido por Julio Bocca es de 1996. De 1996. Y se nota.




Escenario en blanco, los bailarines de blanco impoluto y angelical. Y Haendel. Unos bancos y un ciclorama que se tiñe de rosa cuando bailan las niñas y de azulito cuando bailan los niños. Todo muy Nenuco. Y ellos brincan, saltan, giran cual angelitos entre las nubes. Giran bien, levantan la pata bien (sin locuras, sólo correctamente bien), en cuestión de equilibrios están fallones... pero bueno, todo es limpito, mono, azul, rosa, cursi, merengue... y de 1996. Es como si ahora ves un ejercicio de Podkopaieva o de Boguinskaia. Muy monas, fantásticas, pero...antiguas.
Los solistas son otra cosa. Sonia de Munck, pese a no tener un timbre demasiado apropiado para este repertorio, cumplió muy bien, cantando con seguridad y con una voz realmente muy bonita. Francisco Crespo tiene una gran voz, profunda y super chula. Cantó que te mueres. El nombre de Marta Infante es una obviedad. Es una de las grandes mezzos españolas de la actualidad. Voz amplia, preciosa, ágil, aterciopelada, dura y porosa. Me vuelve loco. Y Victor Sordo, ya he dicho en otras ocasiones que me enloquece. Tiene uno de los timbres más bellos que he oído en la vida. De un lirismo impactante y además de una técnica brutal, tiene una capacidad de afinación y de matización sobrecogedora. Me enloquece. 







La orquesta sonó fantástica dirigida con buen mano por Manuel Coves y el coro Verum hizo un trabajo prodigioso, sobre todo, para mi gusto las voces graves aunque todo el conjunto sonaba realmente acogedor y muy, muy sólido. 
Así que eso os cuento. Lo de encima del escenario muy blanco, muy puro, muy celestial y muy de Baby Mocosete pero lo de abajo, los solistas... asombrosos. Infinitamente mejor la parte musical que la visual, aunque el teatro acabó en píe y enloquecido, cosa que es de agradecer ya que ver al público enloquecido debería significar que van a volver a otro espectáculo y si la cadena sigue...  No hay nada más bonito que un teatro lleno. 

Desde Berlín. Matadero.

El programa de mano es como siempre, traicionero. El director viene a decir más o menos que le han pedido que escriba algo para poner ahí y que ha escrito lo que le ha dado la gana. Y poco tiene que ver con la función. En fin, peor pa él. Si ni siquiera utiliza el programa como reclamo... pero bueno. 
El texto de Juan Villoro, Juan Cavestany y Pau Miró es antiguo y al menos para mi gusto, poco interesante. Lugares comunes, personajes predecibles y poco profundos, conflictos... desvaídos y alargada en exceso. 



Dos personajes que desde que aparecen sabes de qué van ya dónde van a ir. En cinco minutos ha estallado el conflicto pero no nos han contado el proceso para llegar a donde están. Ese proceso sería lo realmente interesante. Ver a dónde han llegado sin que nos cuenten el cómo y el por qué es... una pena. Ya sé que está inspirado en las letras de las canciones de un disco de Lou Reed, y eso no lo vas a cambiar, claro, pero es que el disco es de 1973. Y entiendo que el trabajo de trasladar las canciones de un disco magistral a un texto teatral sea una proeza, pero como texto teatral, para mi gusto, flaquea. Total, que a los diez minutos ya está todo el pescado vendido. Y a la media hora la función empieza a terminar. Y termina una vez, termina una segunda vez, una tercera. Y termina varias veces porque claro, como no nos han contado lo de entre medias, la historia efectivamente no da para más y ya ha terminado. Afortunadamente Andrés Lima mete mano y rodea esta historia de una puesta en escena ocurrente, ingeniosa, potente. Con elementos atractivos y muy acertados, le da al asunto un ritmo acertado, mueve bien a los actores y saca de ellos sus mejores registros. Consigue darle al espectáculo lo que como texto le falta. Bueno, no. Rodea de atractivo un texto regulero (para mi gusto) y lo explota al máximo para sacar todo el atractivo que a veces ni tiene y para envolverlo con un papel atractivo y ponerle un lacito. Así Lima consigue que bastante gente del público se levante y grite "bravo". 



Natalie Poza está desgarrada, sucia y acabada. Fabulosa. Un poco en su tono habitual, pero tan atrayente y atractiva como siempre, y sufriendo como una loca, desgarrándose y entregando todo lo que tiene y más. Pablo Derqui comienza mirando como Roberto Zucco, pero se le pasa enseguida. Y a pesar de estar como unas maracas, es tierno, vulnerable, y tan indefenso como cualquier perro maltratador. Impresionante. Aunque quizá esté pasado de revoluciones. Yo bajaría le pedal un poco y me pondría al 9 en vez de al 11 sobre 10.
En definitiva, que ver a estas alturas una historia sabida más propia de los ochenta que de 2014 no es que sea lo más revolucionario del mundo, pero por ver a estos dos bestias y por disfrutar del saber de un Andrés Lima calmado y más íntimo, es un puntazo.       

miércoles, 5 de noviembre de 2014

La fille du régiment. Teatro Real.




Antonino Siragusa. ¿Que quién es? Pues el otro tenor que está cantando "La fille" en el Real. Pobre. Ni caso. Canta bien, tiene un timbre chulo, de esos dulces y líricos. Quizá plagado de vicios pero bueno. El caso es que el hombre está en el Real, pero... de él no se habla. Lógico. Porque es que lo de Camarena ha sido antológico. Lo del bis en el MET lo sabéis todos, así que me lo ahorro. La locura estaba servida. Pero claro, cuando le escuchas, enloqueces tú también. Y es que es una cosa mala. 
Bueno, poco a poco. El montaje es el conocido de 2007 de la Dessay, Juan Diego Flórez y Carlos Álvarez con la Caballlé haciendo la duquesa se Krakenthhorp. La verdad es que ese montaje es histórico y muy eficaz. Quizá la escenografía esté un poco pasada. Las montañas de mapas, las cuerdas con ropa, los carromatos, el castillo... resulta un poco pasado aunque siga siendo igual de eficaz. Pero ya no deslumbra (si es que alguna vez deslumbró) Lo que tiene el conocer ya el montaje es eso, que ya no te parece todo tan mono y tan divertido. Pero vamos, que insisto, sigue funcionando. Lo que me canta es la plancha. Parecerá una bobada, pero esa plancha que es como la mía... no me pega. No habría costado nada buscar o crear otra no tan anacrónica. El resto de los elementos escénicos son igualmente correctos y poco personales. La luz, sosa, eficaz y fría, sin emoción. Buen movimiento del coro, sin embrago. Ágil, divertido y ligero.     



La batuta de Bruno Campanella consiguió sacar el brillo y la chispa que le ha faltado en otras ocasiones a la orquesta del Real y de paso volvía a Madrid con la misma partitura con la que dirigió en la Zarzuela otra versión histórica, nada menos que con Kraus y una de las cantantes que a mí me parece que han desafinado más de la historia, June Anderson. Volviendo a la orquesta del Real, tampoco es que fuera una cosa loca, pero en ciertos momentos sí tuvo el pellizco que le ha faltado con Rossini o con Mozart. Así que al menos la orquesta sonó brillante, correcta y con chispa. Gran ovación.  
Todo esto dentro de que lo que presenciamos es una ópera sin ninguna complicación. Evidentemente está el "Ah, mes amís", el "Il faut partir", la escena de la lección de música y la cachondada de turno con la Krakenthorp. Aparte de eso, la partitura personalmente tampoco me parece antológica. Pero vamos, que se ve divinamente, se disfruta, no tiene mayor complicación, el argumento es ligero y bien digerible y florituras aparte, tampoco te deja un regusto de haber visto algo inolvidable y que te deje huella.
Ángela Molina estuvo bien. Bueno, digamos que... estuvo. Le puso mucha entrega y todo su... arte pero le faltó diversión, humor, gracia, salero, cachondeo, ironía... no sé, algo. Tuvieron que meterle unas frases en castellano a ver si así la gente se reía un poco. Y sí, la gente se rió. Un poco.



Pietro Spagnoli fantástico. Gracioso, vozarrón, cachondo, buena presencia y mucho carisma. No se arrugó frente a sus compis.   
Ewa Podles es una burra parda. Sigue conservando ese vozarrón poderoso y con poderío. Unas notas increíbles y una capacidad interpretativa cautivadora. Os sugiero que busquéis la "Suor Angelica" que se cantó con Patricia Racette en 2012. Su "Il principe Gualtiero..." es brutal. 


   
Aleksandra Kurzak estuvo maravillosa. Algo dubitativa en algunas notas aunque con unos agudos precisos, chulos y a pesar de sonar algo débiles, se notaba que había dominio del instrumento. Actoralmente se defendió muy bien. Es buena actriz de comedia, divertida, , pizpireta, zafia, graciosa y con muchísima complicidad con el público. Maravillosa. Se nos cantó un "Il faut partir" hermosísimo y con un dolor en la voz realmente impactante. Se notaba además que estaba dándolo todo y yo eso siempre lo agradezco.



Javier Camarena es un prodigio. Tiene una facilidad cantando que resulta insultante. Va como deslizándose por las notas, como si patinara sobre ellas. No choca con ninguna, no se tropieza con ellas, ni son riscos que el compositor he puesto delante de sus morros. No. Son peldaños de una escalera por la que se desliza hacia arriba y hacia abajo con la misma facilidad, con el mismo brillo y con el mismo carisma. Claro, empieza el "Ah, mes amis" y todos apretamos el culo esperando el momentazo. Y aunque los dos primeros los atacó un poco bruscamente, los otros... dieciséis  "do de pecho" fueron asombrosamente fáciles, preciosos y brillantes, divertidos y estratosféricos. Magistral, portentoso, acojonante. Sólo por ese momento y por el "pour me rapprocher de Marie" mereció la pena la noche. Eso sí que fue un momento histórico. Con los años se recordará este espectáculo por Camarena. Y con toda justicia porque es una bestia parda, un portento y aunque el físico no le ayude tanto como a Flórez, sin duda el lugar que está adquiriendo como "portento revelación" es totalmente merecido. Asombroso. 
Luego cenita por la zona con un vino rico. A los pocos días el recuerdo se ha diluido y queda el inmenso impacto de haber oído a Camarena y sus nueve notas como nueve soles.