Yo como espectador soy muy, pero que muy egoísta. Y si pago un pastizal ya ni te cuento.
En la representación de "Norma" que vi el otro día, anunciaron por megafonía que María Agresta tenía gripe pero que aún así cantaría. Claro, yo hay una cosa que no entiendo; si está mala y no puede cantar, que no cante. Qué se le va a hacer. Y si sale a cantar, que cante. Y que cante bien. Me importan tres pepinos si está mala, buena o regu. O es que el anuncio ese de megafonía es par cubrirse las espaldas y en realidad quieren decir: "si canta mal es porque tiene gripe". Pues qué quieres que te diga, me parece mal. Si yo pago una entrada es para ver el espectáculo en condiciones, y si un cantante tiene gripe y canta mal, me joderá y pediré que me devuelvan el dinero porque me habrán estafado. Quiero decir, yo, como espectador espero que los cantantes se dejen la piel, porque aunque para ellos sea un función más, para mí es única y exijo que lo den todo. Afortunadamente ni la sangre llegó al río, ni la gripe al desastre. Cantó.
Lo de que haga no sé cuántos años que no se representa "Norma" en el Real es de delito, pero así es. Claro que este montaje en concreto no creo que pase a la Historia de la Ópera. Ni del Teatro.
Empezaré aclarando que me ha gustado. Me lo he pasado bien, he disfrutado y me ha molado ver "Norma" en el Real. Voy con los contras y con los pros.
Roberto Abbado no sacó el mejor sonido de la orquesta del Real. Esta orquesta suele gustarme y casi siempre está acertada y cuando suena bien, suena de maravilla. No ha sido esta una de esas ocasiones. Según mi humilde criterio, Bellini es Bellini y los sonidos deben ser otros mucho más líricos, mas dulces, más suaves y delicados que los que oímos el otro día. Parecía más Verdi que Bellini. Esta es una apreciación personal. Había mucho "jaleo", sonaba todo muy potente y poderoso y para mi gusto esta obra debe sonar de otra forma, con otra potencia y otra finalidad. Hasta los momentos más potentorros deberían sonar con un poso más delicado. Paradójico, sí, pero yo soy así.
La puesta en escena de David Livermore es un poco como sacada de Port Aventura. Si la cueva aquella de "Lohengrin" ya era digan del "Un, dos, tres", este bosque es puro despiporre. Los tubos luminosos anuncian una estética futurista que luego no se da, sino mas bien un híbrido entre "El señor de los anillos" y "Cristal oscuro". El árbol, aunque socorrido y vistoso, era poco útil para las pobres cantantes. El vestuario de Mariana Fracasso es feo y desajustado. Ellos, los romanos, van de romanos, sí. De romanos de "Asterix". Pero los druidas parecen vestidos por su peor enemigo. Y las pelucas ni te cuento. El pobre Oroveso parecía más el "Dr. Zaius" que un druida poderoso y respetable. Y Norma, la pobre iba horrorosa. Adalgisa era la única que iba vestida más de sacerdotisa virginal. Supongo que por si no nos dábamos cuenta de que Norma es buena, pero es mala, pero es buena. Por eso va de oscuro. Y Adalgisa de blanco porque es pura y buena siempre. Un despropósito, vamos. Pero en el fondo con su gracia. Quiero decir, que aparte de la peluca de Norma que no hay quien la salve, el resto resultaba hasta gracioso y bizarro y a mí la bizarría y lo trash, me tiran. Los vídeos eran reiterativos y bastante horteras. Y evidentemente no tenían nada que ver con Bill Viola. Las luces de Antonio Castro estuvieron bien y el oscurecer los "apartes" resultaba una solución básica pero acertada. De los relámpagos mejor ni hablar. Sacados del "World of warcraft".
Aparte de esos aspectos bizarros y discutibles de escenografía, vestuario, pelucas y vídeos, hay que decir que la dirección de actores brillaba por su ausencia. Cada uno parecía hacer lo que buenamente podía o sabía y las carencias de cada uno se multiplicaban. Eso sí, los espasmos del niño eran inenarrables.
Fernando Radó cantó bien el breve papel de Oroveso, aunque parecía preocupado porque no se le cayera el pelucón y estuvo estático. Gregory Kunde cantó bien el Pollione aunque su voz iba y venía a sitios distintos y con distinto resultado. En las notas medias cambia de sitio la voz y a veces resulta algo desconcertante. Actoralmente también resultó algo errático y estático. Karine Deshayes cantó muy bien, aunque a ratos un pelín opaca. Buena actriz, aunque quizá algo exagerada, pero claro, dado el nivel de estatismo de los demás, quizá eso hacia que pareciera excesiva. Buena y merecida ovación.
María Agresta empezó asustada, supongo que midiendo su instrumento. Al ver que respondía y que llegaba bien, se empezó a relajar, pero ya había pasado el "Casta Diva". Vocalmente fallaba en los graves, las notas altas las daba con cierta agresividad y la zona media extraña. Como cuando María Guleghina se reinventó aquella voz rara en las Turandot de 2008 y 2009. Ese aspecto como de bocina estridente es un poco el tipo de sonido que sacaba la Agresta en la zona media. Bueno, esto es un poco exagerado, pero algo de eso había. El "mira o Norma" lo mejor de la noche, sin duda. En definitiva sacó adelante el rol con una voz que iba de un lado para otro pero que no le falló. Dio todas las notas, agudos incluidos y vocalmente aguantó yendo y viniendo de sonidos más naturales a sonido inventados. Eso sí, como actriz no hizo absolutamente nada. No le dio el más mínimo matiz al personaje. Por supuesto ni se movió. Sólo subió y bajó del árbol cuando le habían marcado y ya. El resto, con los brazos colgando y sin moverse, ni reaccionar, ni escuchar, ni sentir, ni repercutir. Psicológicamente el papel fue nulo. Ni una duda, ni un giro, ni un pensamiento, ni una contradicción, ni una transición, ni una diferencia entre los momentos de ira, de celos, de poderío, de amor, de dulzura, de niñez, de maternidad, de despecho. Nada, todo igual. Y en un personaje tan complejo como Norma, o justificas y buscas cierta verdad en lo que cantas o si no queda un personaje vacío y por tanto inexplicable y nada empático.
Entiendo que la mujer estaba griposa y es una putada que te pase eso en plenas representaciones, pero insisto en que yo, como espectador soy egoísta y quiero que me den lo mejor. Lo que no termino de tener claro es si esa falta de trabajo actoral se debía a su estado físico o si es responsabilidad de Livermore. Viendo cómo funcionaba todo, me inclino a pensar más en la segunda opción.
En cualquier caso, mola ver "Norma" en el Real. Y a pesar de todas las bizarrías me lo pasé pipa y disfruté de un espectáculo exagerado, muy colorido y gracioso a rabiar. Claro que definir un Bellini como "gracioso" no deja de ser preocupante.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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viernes, 4 de noviembre de 2016
domingo, 25 de septiembre de 2016
Otello. Teatro Real.
Comienza la temporada en el Real con un grandioso Verdi lleno de pasiones, arrebatos, celos, muerte, amor y torbellinos. Pasión y vigor que no terminan de aparecer en el escenario.
Vayamos por partes.
La escenografía de Jon Morell no me gustó demasiado. Cumple su función en el primer acto, cuando cobija el pueblo y las escenas en exteriores. Pero funciona peor cuando se trata de interiores. El dormitorio y base de operaciones del matrimonio protagonista creo que necesita más calor, más intimidad, una buena cama y la cercanía de un dormitorio. En general, la escenografía se quedaba fría e impersonal salvo en el primer acto. Lo de ver a la pobre Desdémona durmiendo ahí arrinconada junto a un muro...
Las luces de Adam Silverman tenían un par de momentos interesantes, con las sombras proyectadas en los muros y esas figuras inquietantes avanzando. Pero por lo demás, dejaban demasiadas zonas oscuras. Oscuras no, sucias, mal iluminadas, oscuras pero no en sombra sino oscuras, vacías de luz.
Los figurines de Jon Morell tampoco es que fueran especialmente potentes. Suenas un poco a ropas ya usadas. es como si hubieran entrado en la sastrería del Real y hubieran escogido ropas de otras funciones. Ni el pañuelo era especialmente llamativo o identificable ni los personajes tenían reflejado en sus ropas ningún aspecto de su personalidad. Otello podía haber sido más Otello y Desdémona más Desdémona.
La dirección escénica de David Alden es tan lógica y tan previsible que no aporta ninguna pasión. Personajes deambulando, apareciendo porque sí cuando se les nombra y buscando más la foto fija que una naturalidad aunque sea medianamente impostada. Si "Alcina" era fría e impersonal, este arrebatado "Otello" es falto de pasión y de hormonas. En definitiva Otello es una historia sobre violencia de género y si casi no hay violencia (ni siquiera latente o potencial) y hay poco género... Shakespeare tiene alguna obra bastante desconcertante. Si "La fierecilla domada" habla de un señor que consigue amaestrar a un chica independiente y libre a hostia limpia, "Otelo" es la historia de un tarado manipulado por otro tarado y que enferma de celos hasta convertirse en un asesino de género. De héroe tiene poco. En fin, que tiene que haber muuuucha tensión, muuuucha violencia soterrada y muuuucho terror por debajo. Y de eso había más bien poco.
La batuta del maestro Renato Palumbo sí estuvo a la altura de Verdi. Tras un primer acto vigoroso y potente ralentizó la batuta y le quitó peso para pasar a los momentos más dramáticamente potentorros. Dúos bien medidos y arias respetuosas. Llevó por muy buen camino a la orquesta del Real y permitió que los artistas se lucieran. Evidentemente le plato fuerte sobre todo musicalmente fue el comienzo del acto cuarto. El coro del Real también tuvo ocasión de lucirse como en ellos es habitual.
Gregory Kunde cantó de maravilla. Aunque tenía un toque rasposo en alguna nota media, subía y bajaba alegremente y aunque la pasión como ya he dicho no es que inundase el escenario, se le veía suelto en su personaje, al que conoce a la perfección. Vocalmente se lució cuando tuvo ocasión y escénicamente estuvo bien, aunque quizá un poco frío. Había veces en que las cosas pasaban porque tenían que pasar, no porque realmente estuvieran sucediendo.
George Petean, quizá por la caña que le han dado, estuvo muy bien. Vocalmente llegó bien a todo y lució bastante más voz y empaque que en los "Puritani" del año pasado. Pelín ahogado en las notas más bajas pero con buena textura en toda la representación. Quizá en algún momento salía así como con cara de "malote", pero en general cantó y actuó bien.
Ermonela Jaho, la cantante albanesa cantó bien su grandiosa parte del acto cuarto. Sinceramente, me parece que es una cantante un poco sobrevalorada. A ver, canta bien y tiene buenos agudos. Graves no tanto. Una voz ágil y unos pianos infinitos. Pero ni tiene un timbre especialmente bello ni personal. Para mi gusto abusa bastante de esos pianos. Quedan muy chulos en muchos momentos, dan un lirismo precioso, te hacen levantarte en el asiento pero sería mejor si fueran un recurso, no una forma de cantar. Es imposible que todo el papel de Desdémona lo cante con esa proliferación de pianísimos. En ciertos momentos, guay, pero no todo el rato. En el aria del acto cuarto quedaban preciosos y en el "Ave María" ni te cuento, pero... ya. Ermonela, mide, dosifica. Porque voz tiene. Y cuando la suelta y saca chorro, tiene chorro. Luego hay otra cosa que me pasa con ella y esto sí que es una cuestión de puro y simple gusto personal (bueno, como todo) y es que no me gusta que cante tooooodo el rato con la cabeza ladeada. Es como si tuviera un imán en el hombro y un trozo de metal en la oreja. Estuvo casi toda la función, sobre todo al cantar, con la cabeza ladeada. Supongo que quizá sea un tic que le de a ella la sensación de que le facilita cantar. Hay otras cantantes que hacen lo mismo como Amarilli Nizza o Barbara Frittoli. Confieso que es un gesto que me pone muy nervioso porque no creo que ayude a nadie a emitir mejor, sino al contrario. Cuanto más tuerzas la cabeza, más estrangularás la garganta. En fin, imagino que son vicios pero a mí no me gustan nada. Cierto que da un aire de dulzura monísimo a veces, pero como con todo, el abuso hace que pierda fuerza. El "Ave María" sin embargo lo cantó con el gesto y la mirada fijos y ganó mil puntos en expresividad. Ermonela Jaho es una estrella mundial, así que evidentemente el problema es mío, no de ella.
El resto del reparto cantó bien.
En definitiva la sensación que saqué fue que el montaje es correcto, bien hecho, con todo correctamente en su sitio, con un gran Kunde, un buen Petean y una buena Ermonela. Pero sin mucha emoción. Es de eso montajes correctos, bien, limpios y que dentro de un tiempo será poco recordable.
Vayamos por partes.
La escenografía de Jon Morell no me gustó demasiado. Cumple su función en el primer acto, cuando cobija el pueblo y las escenas en exteriores. Pero funciona peor cuando se trata de interiores. El dormitorio y base de operaciones del matrimonio protagonista creo que necesita más calor, más intimidad, una buena cama y la cercanía de un dormitorio. En general, la escenografía se quedaba fría e impersonal salvo en el primer acto. Lo de ver a la pobre Desdémona durmiendo ahí arrinconada junto a un muro...
Las luces de Adam Silverman tenían un par de momentos interesantes, con las sombras proyectadas en los muros y esas figuras inquietantes avanzando. Pero por lo demás, dejaban demasiadas zonas oscuras. Oscuras no, sucias, mal iluminadas, oscuras pero no en sombra sino oscuras, vacías de luz.
Los figurines de Jon Morell tampoco es que fueran especialmente potentes. Suenas un poco a ropas ya usadas. es como si hubieran entrado en la sastrería del Real y hubieran escogido ropas de otras funciones. Ni el pañuelo era especialmente llamativo o identificable ni los personajes tenían reflejado en sus ropas ningún aspecto de su personalidad. Otello podía haber sido más Otello y Desdémona más Desdémona.
La dirección escénica de David Alden es tan lógica y tan previsible que no aporta ninguna pasión. Personajes deambulando, apareciendo porque sí cuando se les nombra y buscando más la foto fija que una naturalidad aunque sea medianamente impostada. Si "Alcina" era fría e impersonal, este arrebatado "Otello" es falto de pasión y de hormonas. En definitiva Otello es una historia sobre violencia de género y si casi no hay violencia (ni siquiera latente o potencial) y hay poco género... Shakespeare tiene alguna obra bastante desconcertante. Si "La fierecilla domada" habla de un señor que consigue amaestrar a un chica independiente y libre a hostia limpia, "Otelo" es la historia de un tarado manipulado por otro tarado y que enferma de celos hasta convertirse en un asesino de género. De héroe tiene poco. En fin, que tiene que haber muuuucha tensión, muuuucha violencia soterrada y muuuucho terror por debajo. Y de eso había más bien poco.
La batuta del maestro Renato Palumbo sí estuvo a la altura de Verdi. Tras un primer acto vigoroso y potente ralentizó la batuta y le quitó peso para pasar a los momentos más dramáticamente potentorros. Dúos bien medidos y arias respetuosas. Llevó por muy buen camino a la orquesta del Real y permitió que los artistas se lucieran. Evidentemente le plato fuerte sobre todo musicalmente fue el comienzo del acto cuarto. El coro del Real también tuvo ocasión de lucirse como en ellos es habitual.
Gregory Kunde cantó de maravilla. Aunque tenía un toque rasposo en alguna nota media, subía y bajaba alegremente y aunque la pasión como ya he dicho no es que inundase el escenario, se le veía suelto en su personaje, al que conoce a la perfección. Vocalmente se lució cuando tuvo ocasión y escénicamente estuvo bien, aunque quizá un poco frío. Había veces en que las cosas pasaban porque tenían que pasar, no porque realmente estuvieran sucediendo.
George Petean, quizá por la caña que le han dado, estuvo muy bien. Vocalmente llegó bien a todo y lució bastante más voz y empaque que en los "Puritani" del año pasado. Pelín ahogado en las notas más bajas pero con buena textura en toda la representación. Quizá en algún momento salía así como con cara de "malote", pero en general cantó y actuó bien.
Ermonela Jaho, la cantante albanesa cantó bien su grandiosa parte del acto cuarto. Sinceramente, me parece que es una cantante un poco sobrevalorada. A ver, canta bien y tiene buenos agudos. Graves no tanto. Una voz ágil y unos pianos infinitos. Pero ni tiene un timbre especialmente bello ni personal. Para mi gusto abusa bastante de esos pianos. Quedan muy chulos en muchos momentos, dan un lirismo precioso, te hacen levantarte en el asiento pero sería mejor si fueran un recurso, no una forma de cantar. Es imposible que todo el papel de Desdémona lo cante con esa proliferación de pianísimos. En ciertos momentos, guay, pero no todo el rato. En el aria del acto cuarto quedaban preciosos y en el "Ave María" ni te cuento, pero... ya. Ermonela, mide, dosifica. Porque voz tiene. Y cuando la suelta y saca chorro, tiene chorro. Luego hay otra cosa que me pasa con ella y esto sí que es una cuestión de puro y simple gusto personal (bueno, como todo) y es que no me gusta que cante tooooodo el rato con la cabeza ladeada. Es como si tuviera un imán en el hombro y un trozo de metal en la oreja. Estuvo casi toda la función, sobre todo al cantar, con la cabeza ladeada. Supongo que quizá sea un tic que le de a ella la sensación de que le facilita cantar. Hay otras cantantes que hacen lo mismo como Amarilli Nizza o Barbara Frittoli. Confieso que es un gesto que me pone muy nervioso porque no creo que ayude a nadie a emitir mejor, sino al contrario. Cuanto más tuerzas la cabeza, más estrangularás la garganta. En fin, imagino que son vicios pero a mí no me gustan nada. Cierto que da un aire de dulzura monísimo a veces, pero como con todo, el abuso hace que pierda fuerza. El "Ave María" sin embargo lo cantó con el gesto y la mirada fijos y ganó mil puntos en expresividad. Ermonela Jaho es una estrella mundial, así que evidentemente el problema es mío, no de ella.
El resto del reparto cantó bien.
En definitiva la sensación que saqué fue que el montaje es correcto, bien hecho, con todo correctamente en su sitio, con un gran Kunde, un buen Petean y una buena Ermonela. Pero sin mucha emoción. Es de eso montajes correctos, bien, limpios y que dentro de un tiempo será poco recordable.
martes, 19 de julio de 2016
I puritani. Teatro Real.
I puritani (di Scozia) es una obra poco representada. Lógico. Dramáticamente tiene una estructura básica, avanza muy poco y la acción se reduce a una anécdota alargada demasiado con muy poca progresión dramática. El principal atractivo es la partitura bellísima de Bellini y un posible elenco con voces dedicadas al lucimiento. En esta ocasión, el plomo se salvó gracias a las notas de Bellini, la escenografía de Bianco y a las voces de Damrau y Camarena. Punto.
El trabajo de Evelino Pidó es correcto. Es cierto que la expresividad de esta obra es bastante lineal y no tiene momentazos de esos de volar. Salvo las arias famosas y el dúo del tercer acto, el resto de la obra no tiene demasiado nervio, es bel canto y ya. Pero de ahí a ralentizar como lo hacía determinados momentos (casi todos) para buscar la belleza en CADA nota era un poco demasiado. Y luego, sin embargo en otros que podrían regalar un mayor lucimiento a los cantantes, metía un poco el turbo o al menos no daba el tiempo que podría haber regalado a los solistas.
El coro sonó también correcto y en ciertos momentos hasta un poco apagado, sombrío, oscuro. No por personalidad sino por energía.
La dirección escénica d mi admirado Emilio Sagi tampoco es el plato fuerte. Es más, creo que en esta obra en la que el bel canto prima y en la que no hay casi ninguna progresión dramática ni en la acción ni en le texto ni en las emociones, si no le metes una dirección un poco vigorosa, no ayudas mucho a que eso levante el vuelo. Todo el segundo acto por ejemplo, con Giorgio y Riccardo casi inmóviles, sentados o moviéndose poco por ese maravillosos escenario no beneficia en nada al poderío de la puesta en escena. A ver, dramáticamente la obra es pobre, no ocurre gran cosa, hay mucha locura, eso sí y grandes arias, pero la anécdota aparte de claramente incomprensible es alargada hasta el infinito. Si no le das una puesta en escena sólida, vitamínica y energética, entonces lo dejas todo en manos de la música y los cantantes. La música es maravillosa y preciosísima de la muerte, sí. Y los cantantes...
La escenografía del maestro Viscon... digo, Daniel Bianco es sencillamente preciosa. El salón polivalente, espejado y cubierto de esa especie de nieve es de una belleza abrumadora. El espacio que se resquebraja para que aparezcan los bustos acusadores del pecado y de la masa acojonante es bestial. Y esas lámparas que iluminan u oscurecen las almas atormentadas de los personajes, un hallazgo visualmente potentísimo y hermoso como un anochecer entre las montañas. Otro alarde del mago del equilibrio y del sentido elevado, emocional, emotivo y decadente del espacio y sobre todo del aire.
Yo tuve la suerte de oír y ver a Javier Camarena ya a Diana Damrau. La suerte digo porque me moría de ganas de disfrutar de la Damrau. Y Camarena... es Camarena.
La Damrau vale que no está en su mejor momento, pero es la Damrau. Canta como san dios y escénicamente a mí me parece un actrizón. Cada gesto nace en un momento y por algo, escucha y reacciona perfectamente y cada gesto, movimiento, respiración, carrerita y saltito que pega son coherentes, lógicos y exactos. Como actriz no le puedo poner ni una pega. Únicamente quizá que en vez de estar al nueve, podría bajar al siete, seguiría con toda su teoría igual de perfecta, seguiría siendo amorosa y enamorable, seguiría encandilando al mundo entero, pero no parecería pelín sobreactuada. Vocalmente se ahorró los agudazos del "vienni fra queste braccia" y aunque tenía una zona media grandiosa, unos agudos firmes y preciosos y unos graves potentes y redondos, algo se notaba en su voz como de..."algo falta". Pero maravillosa.
Camarena es Camarena. No sólo no escatima agudos sino que quizá se pase y meta incluso demasiados. Un par de ellos durante toda la función, tres, cuatro... vale. ¿Pero más? Como cualquier recurso, a base de repetirlo pierde fuerza. Y no sé si esperaba ovaciones abrumadoras que le llevaran a visar algún aria o qué, pero quizá se pasó de agudos. ¡¡¡Y mira que me gusta a mí un agudo!!! Peor vamos, impecable. Vocalmente impecable. Escénicamente sigue algo rígido y a ratos pierde la articulación de las rodillas, algo que no soporto en un cantante. Pero es asombroso y un gustazo oírle cantar.
No así George Petean, que cantó un Riccardo justito, un pelín desafinado a ratos y con una voz algo pequeña. Y el marido de la diva... flojito flojito. Nicolás Testé cantó regulero con muy poquita voz y fijo que de la fila 9 patrás, se le oía con dificultad. Peeero, es lo que hay.
Cuatro nombres que convierten en preciosa y muy emotiva una noche que prometía ser plúmbea. Vincenzo Bellini, Diana Damrau, Javier Camarena y Daniel Bianco.
Fin de temporada justo, bien, correcto, con cosas muy buenas, como el trabajo de los dos cantantes y de Bianco y un resultado general no muy energético. No por que el montaje sea malo, que no lo es, es muuuy bueno, sino porque la obra, teatralmente y dramáticamente no da para mucho más. Pero bien, vamos, que yo aplaudí como un loco a mi Diana y a mi Javi.
El trabajo de Evelino Pidó es correcto. Es cierto que la expresividad de esta obra es bastante lineal y no tiene momentazos de esos de volar. Salvo las arias famosas y el dúo del tercer acto, el resto de la obra no tiene demasiado nervio, es bel canto y ya. Pero de ahí a ralentizar como lo hacía determinados momentos (casi todos) para buscar la belleza en CADA nota era un poco demasiado. Y luego, sin embargo en otros que podrían regalar un mayor lucimiento a los cantantes, metía un poco el turbo o al menos no daba el tiempo que podría haber regalado a los solistas.
El coro sonó también correcto y en ciertos momentos hasta un poco apagado, sombrío, oscuro. No por personalidad sino por energía.
La dirección escénica d mi admirado Emilio Sagi tampoco es el plato fuerte. Es más, creo que en esta obra en la que el bel canto prima y en la que no hay casi ninguna progresión dramática ni en la acción ni en le texto ni en las emociones, si no le metes una dirección un poco vigorosa, no ayudas mucho a que eso levante el vuelo. Todo el segundo acto por ejemplo, con Giorgio y Riccardo casi inmóviles, sentados o moviéndose poco por ese maravillosos escenario no beneficia en nada al poderío de la puesta en escena. A ver, dramáticamente la obra es pobre, no ocurre gran cosa, hay mucha locura, eso sí y grandes arias, pero la anécdota aparte de claramente incomprensible es alargada hasta el infinito. Si no le das una puesta en escena sólida, vitamínica y energética, entonces lo dejas todo en manos de la música y los cantantes. La música es maravillosa y preciosísima de la muerte, sí. Y los cantantes...
La escenografía del maestro Viscon... digo, Daniel Bianco es sencillamente preciosa. El salón polivalente, espejado y cubierto de esa especie de nieve es de una belleza abrumadora. El espacio que se resquebraja para que aparezcan los bustos acusadores del pecado y de la masa acojonante es bestial. Y esas lámparas que iluminan u oscurecen las almas atormentadas de los personajes, un hallazgo visualmente potentísimo y hermoso como un anochecer entre las montañas. Otro alarde del mago del equilibrio y del sentido elevado, emocional, emotivo y decadente del espacio y sobre todo del aire.
Yo tuve la suerte de oír y ver a Javier Camarena ya a Diana Damrau. La suerte digo porque me moría de ganas de disfrutar de la Damrau. Y Camarena... es Camarena.
La Damrau vale que no está en su mejor momento, pero es la Damrau. Canta como san dios y escénicamente a mí me parece un actrizón. Cada gesto nace en un momento y por algo, escucha y reacciona perfectamente y cada gesto, movimiento, respiración, carrerita y saltito que pega son coherentes, lógicos y exactos. Como actriz no le puedo poner ni una pega. Únicamente quizá que en vez de estar al nueve, podría bajar al siete, seguiría con toda su teoría igual de perfecta, seguiría siendo amorosa y enamorable, seguiría encandilando al mundo entero, pero no parecería pelín sobreactuada. Vocalmente se ahorró los agudazos del "vienni fra queste braccia" y aunque tenía una zona media grandiosa, unos agudos firmes y preciosos y unos graves potentes y redondos, algo se notaba en su voz como de..."algo falta". Pero maravillosa.
Camarena es Camarena. No sólo no escatima agudos sino que quizá se pase y meta incluso demasiados. Un par de ellos durante toda la función, tres, cuatro... vale. ¿Pero más? Como cualquier recurso, a base de repetirlo pierde fuerza. Y no sé si esperaba ovaciones abrumadoras que le llevaran a visar algún aria o qué, pero quizá se pasó de agudos. ¡¡¡Y mira que me gusta a mí un agudo!!! Peor vamos, impecable. Vocalmente impecable. Escénicamente sigue algo rígido y a ratos pierde la articulación de las rodillas, algo que no soporto en un cantante. Pero es asombroso y un gustazo oírle cantar.
No así George Petean, que cantó un Riccardo justito, un pelín desafinado a ratos y con una voz algo pequeña. Y el marido de la diva... flojito flojito. Nicolás Testé cantó regulero con muy poquita voz y fijo que de la fila 9 patrás, se le oía con dificultad. Peeero, es lo que hay.
Cuatro nombres que convierten en preciosa y muy emotiva una noche que prometía ser plúmbea. Vincenzo Bellini, Diana Damrau, Javier Camarena y Daniel Bianco.
Fin de temporada justo, bien, correcto, con cosas muy buenas, como el trabajo de los dos cantantes y de Bianco y un resultado general no muy energético. No por que el montaje sea malo, que no lo es, es muuuy bueno, sino porque la obra, teatralmente y dramáticamente no da para mucho más. Pero bien, vamos, que yo aplaudí como un loco a mi Diana y a mi Javi.
domingo, 28 de febrero de 2016
La prohibición de amar. Teatro Real.
Ir a ver una ópera escrita por un chaval de 21 años despierta curiosidad. Si este chaval es Wagner, ya ni te cuento. Y si es en el Real, que mira que es chulo, pues ya se caga la perra. Y allá que fuimos. Chica, y qué bien me lo pasé. Divertidísima.
Musicalmente no es que sea una maravilla, pero tiene sus momentos. El dúo de monjas, el aria de Mariana, algunos momentos sueltos, los coros, ahí se ven destellos del gran Wagner, incluyendo ya Tannhauser. Ivor Bolton sabe sacar provecho de la orquesta, que pese a sonar algo deslavazada en la obertura, poco a poco fue ganando peso y acabó sonando maravillosamente bien.
Kasper Holten se encargaba de la dirección de escena. Cuando uno decide ponerse al mando de un proyecto, lo primero debe tener claro lo que va a contar y luego tiene que decidir de entre las muchas formas de contarlo, cómo va a querer hacerlo. Eso es responsabilidad única y exclusiva del director y él es quien decide. Holten ha decidido tirar por el lado de la comedia, de la comedia gruesa además. Y la verdad es que es un acierto. A ver, si sigues el libreto tal cual, todo lo que se dice podría haber sido superserio y trascendente. Pero no, esas mismas palabras con un envoltorio jocoso como este que han elegido funciona de maravilla. Y teniendo en cuenta que la partitura no es gloriosa, ni redonda ni demasiado pulida a veces, el tirar por este lado frívolo y llamativo ayuda mucho a que pases un buen rato. Esa misma partitura hecha de forma densa, queriendo buscar solemnidad habría sido un quiero y no puedo. Por eso los SMS, las proyecciones, la escenografía, los brillis, el vestuario, los neones y las escaleras vodevilescas son todo un acierto. Bueno, ya desde la obertura, con la cara de Wagner haciendo muecas, jeje.
Si el envoltorio estético funcionaba bien (hablo siempre según mi gusto particular) el reparto vocal e interpretativo fue bastante más desigual. Vimos al segundo reparto.
Leigh Melrose fue sin duda de lo mejor de la noche. Su Friedrich fue asqueroso ,divertido, patético, calentorro y babosón. Cantó bien y completó el empaque de su creación con una grandísima actuación. Si Melrose cantó bien, quien brilló más que nadie fue Martin Winkler, que cantó con un vozarrón increíble el Brighella y además demostró ser un pedazo de actor con mil recursos. Grandísimo actor que se expresa cantando, y cantando de maravilla. Bravo.
María Miró cantó también de maravilla. Su preciosa aria fue uno de los momentazos de la noche y aunque comenzó graciosa y pizpireta, se fue enfriando y terminó algo sosa como actriz. Sonja Gornik era Isabella, y a pesar de que por su aspecto pareciera una novicia de fe tardía, cantó realmente bien. Su madre superi... digo su novicia inocente resultaba brusca y dominanta pero cantaba que daba gusto aunque con un timbre algo monótono. María Hinojosa cantó bajito, con poca voz y daba la sensación de que sólo movía los labios cuando había un poco de follón y estaba cubierta. Sólo cantó un poco más y mejor en su escena. Peter Bronder tiene una voz que no me gusta nada y su forma de cantar tampoco. No puedo decir que estuviera mal, pero no me gustó nada de nada. Y el tenor Mikheil Sheshaberidze cantó un Claudio realmente desafortunado. Digamos simplemente que no dio una nota en su sitio. Aparte de que como actor... ni de lejos. Es de esos cantantes que en cuanto empiezan a cantar pierden la articulación de la rodilla y de cadera para abajo tiene dos palos que van moviendo como si fueran zancos. Inenarrable.
Así que resumiendo, divertidísimo montaje con una puesta en escena ágil y muy positiva, buena batuta y unos cantantes... desiguales pero interesantes, con un par de ellos magistrales. No te lo pierdas.
Musicalmente no es que sea una maravilla, pero tiene sus momentos. El dúo de monjas, el aria de Mariana, algunos momentos sueltos, los coros, ahí se ven destellos del gran Wagner, incluyendo ya Tannhauser. Ivor Bolton sabe sacar provecho de la orquesta, que pese a sonar algo deslavazada en la obertura, poco a poco fue ganando peso y acabó sonando maravillosamente bien.
Kasper Holten se encargaba de la dirección de escena. Cuando uno decide ponerse al mando de un proyecto, lo primero debe tener claro lo que va a contar y luego tiene que decidir de entre las muchas formas de contarlo, cómo va a querer hacerlo. Eso es responsabilidad única y exclusiva del director y él es quien decide. Holten ha decidido tirar por el lado de la comedia, de la comedia gruesa además. Y la verdad es que es un acierto. A ver, si sigues el libreto tal cual, todo lo que se dice podría haber sido superserio y trascendente. Pero no, esas mismas palabras con un envoltorio jocoso como este que han elegido funciona de maravilla. Y teniendo en cuenta que la partitura no es gloriosa, ni redonda ni demasiado pulida a veces, el tirar por este lado frívolo y llamativo ayuda mucho a que pases un buen rato. Esa misma partitura hecha de forma densa, queriendo buscar solemnidad habría sido un quiero y no puedo. Por eso los SMS, las proyecciones, la escenografía, los brillis, el vestuario, los neones y las escaleras vodevilescas son todo un acierto. Bueno, ya desde la obertura, con la cara de Wagner haciendo muecas, jeje.
Si el envoltorio estético funcionaba bien (hablo siempre según mi gusto particular) el reparto vocal e interpretativo fue bastante más desigual. Vimos al segundo reparto.
Leigh Melrose fue sin duda de lo mejor de la noche. Su Friedrich fue asqueroso ,divertido, patético, calentorro y babosón. Cantó bien y completó el empaque de su creación con una grandísima actuación. Si Melrose cantó bien, quien brilló más que nadie fue Martin Winkler, que cantó con un vozarrón increíble el Brighella y además demostró ser un pedazo de actor con mil recursos. Grandísimo actor que se expresa cantando, y cantando de maravilla. Bravo.
María Miró cantó también de maravilla. Su preciosa aria fue uno de los momentazos de la noche y aunque comenzó graciosa y pizpireta, se fue enfriando y terminó algo sosa como actriz. Sonja Gornik era Isabella, y a pesar de que por su aspecto pareciera una novicia de fe tardía, cantó realmente bien. Su madre superi... digo su novicia inocente resultaba brusca y dominanta pero cantaba que daba gusto aunque con un timbre algo monótono. María Hinojosa cantó bajito, con poca voz y daba la sensación de que sólo movía los labios cuando había un poco de follón y estaba cubierta. Sólo cantó un poco más y mejor en su escena. Peter Bronder tiene una voz que no me gusta nada y su forma de cantar tampoco. No puedo decir que estuviera mal, pero no me gustó nada de nada. Y el tenor Mikheil Sheshaberidze cantó un Claudio realmente desafortunado. Digamos simplemente que no dio una nota en su sitio. Aparte de que como actor... ni de lejos. Es de esos cantantes que en cuanto empiezan a cantar pierden la articulación de la rodilla y de cadera para abajo tiene dos palos que van moviendo como si fueran zancos. Inenarrable.
Así que resumiendo, divertidísimo montaje con una puesta en escena ágil y muy positiva, buena batuta y unos cantantes... desiguales pero interesantes, con un par de ellos magistrales. No te lo pierdas.
domingo, 31 de enero de 2016
La flauta mágica. Teatro Real.
De pequeño, recuerdo que en Valladolid, en la feria, ponían todos los años una caseta en la que por los altavoces anunciaban a gritos "la mujer cordero, la mujer corderoooo". Mis padres nunca me dejaron entrar, lógico, pero con el tiempo supe que aquello que anunciaban como un fenómeno de la naturaleza en realidad era una especie de escalera en la que había un pellejo de oveja espatarrao y un agujero por donde asomaba la cabeza de una mujer con una capucha de peluche. Pues algo así resultaba la pobre Reina de la Noche subida a la plataforma esa y con el cuerpo de la araña rodeando su cabeza.
La ópera para mi forma de entenderla, es teatro cantado. Teatro, tres dimensiones, fondo, profundidad, planos, espacio, aire, en fin, espacio escénico. La flauta del Real es una proyección bien cantada. Pero es una peli.. No, mejor dicho, es teatro en dos dimensiones. La proyección sobre una pantalla blanca de imágenes deja a los intérpretes limitados a moverse de derecha a izquierda y los dibujitos, de arriba a abajo. Limitar tantísimo el movimiento escénico es empobrecerlo. Vale que lo que vemos es muy mono y queda cachondo a veces, pero es cargarse la esencia del teatro. Reducirlo a dos dimensiones es restar. Insisto, el resultado es chulo, es mono de ver, y resulta curioso ver a la Reina de la noche convertida en una araña gigante. De otra forma sería casi imposible, aunque... la araña del "Roberto Devereux" funcionó muy bien. Pero bueno.
La expresividad de los actores/cantantes queda reducida a casi nada. Salen, se ponen en la marca, cantan expresando casi únicamente con la cara e interactúan poco entre ellos. Normal, no pueden. Queda monísimo ver cómo justo cuando levantan un dedo, sale volando un pajarito de dibujos. Sí, muy mono. Pero ya. Vamos, que si nos ponemos finos finos... llamar "dirección de escena" a ese trabajo... Quizá debería ser "diseño visual" o "animación" o "concepto visual". No sé.
Luego no hay que olvidar que "La flauta" es un singspiel y talar directamente los diálogos y dejarlos en unos carteles de cine mudo producen efectos como que las apariciones de la Reina son inexplicables y no sabes qué pinta ahí ni qué quiere. Y por supuesto aniquila la búsqueda Papageno de una mujer. Sus "encuentros" con la anciana son vitales. No sé, pero reducir esos momentos hablados a carteles es como querer convertir todo en una peli de cine mudo. Peeero si fuera cine mudo, ¿por qué cantan los intérpretes? ¿No deberían actuar sólo gesticulando como en una peli muda mientras los cantantes cantan fuera del escenario? Además, acompañar esos carteles escuetos con un piano amplificado por altavoces como que tampoco procede.
Bueno, creo que está claro que estéticamente no me gustó mucho esta producción. Es mono de ver, y divertido y curioso (aunque si ya has visto cosas de 1927 no te llama tanto la atención, pero bueno) pero ya.
Ivor Bolton me da que había quedado para cenar porque metió una caña que ni te cuento. Tras una obertura caótica y bastante atropellada y monótona metió el turbo y literalmente se cargó desde el "Dies bildnis" al "O zittre nicht" pasando por el bellísimo "Der, welcher wandert..." . Los pobres cantaban todo a toda leche y la único que consiguió salirse con la suya y domar a la orquesta fue Sophie Bevan en el famoso "Ach, ich fühl's", un prodigio de belleza y sutileza. Batuta monótona, sin brillo ni la alegría y el pellizco que pide Mozart en unos momentos ni el lirismo y profundidad que pide en otros.
Vocalmente fue otra historia. Joel Prieto cantó como los ángeles. Tiene un timbre precioso y es un gran actor. Cantó precioso y pese a las limitaciones interpretativas que sufría por la "puesta en escena", transmitió gran poderío y una solidez brutales. Sophie Bevan tiene mucha voz, muchísima. Un timbre chulo aunque para mi gusto, no muy mozartiano. Pero cantó de maravilla, precioso y es muy buena actriz. Eso sí, en la escena del suicidio quizá cantó demasiado. Para mi gusto, es un cuarteto y pareció más un trío mas una solista. Joan Martín-Royo fabuloso. Además de cantar de forma sencillamente perfecta, es un gran actor y dio vida a un Buster Keaton apagado, tristón y superviviente. Magistral. Chistof Fischesser cantó bien toda la parte media, pero las notas más graves y peligrosas no consiguió darlas y tuvo algún problema de emisión (y lo vi desde la fila 5, ni te cuento desde la fila 12 o desde arriba). Bien las tres damas y los niños. Mikeldi Atxalandabaso cantó de maravilla el Monostatos, lleno de expresividad y maldad y con una voz apropiadísima y muy, muy chula. Aunque claro, escuchar cómo se habla de su "piel negra" cuando va disfrazado de Nosferatu...Pero vamos, él fabuloso. Ana Durlovski dio todas las notas. Y las dio de forma sólida y solvente, es evidente que no tiene problemas con la coloratura. Pero cantó bajito, con muy poca proyección. Canta bien, muy bien, pero muy bajito. Y ella además si que no movió ni un músculo. Airam Hernández y David Sánchez estuvieron maravillosos como los hombres armados. Su breve y bellísima intervención fue uno de los momentos más vibrantes y mágicos de la noche.
En resumen, una producción vistosa y que conecta de maravilla con el público. Quizá como ya conocía el trabajo de 1927 a mí no me convenció y sinceramente creo que reducir el juego escénico a dos dimensiones lo que hace es restar en vez de sumar. Utilizar a Buster Keaton, a Nosferatu, al Dr. Caligari, a Louise Brooks y... a no se sabe quién más es como siempre, una opción aunque para mi gusto es simplemente vistosa y poco coherente. Sólo sale ganando Papageno, porque el personaje parece tener una expresividad más lógica. Vocalmente fue de un nivel muy, muy alto con algún elemento regulero, pero en general es un buen espectáculo. Sólo bueno, aunque triunfe y lleve años triunfando. Pero es porque visualmente es llamativo. Enhorabuena a los cantantes.
Otra cosa; ¿por qué la flauta mágica es un hada tipo Campanilla?
La ópera para mi forma de entenderla, es teatro cantado. Teatro, tres dimensiones, fondo, profundidad, planos, espacio, aire, en fin, espacio escénico. La flauta del Real es una proyección bien cantada. Pero es una peli.. No, mejor dicho, es teatro en dos dimensiones. La proyección sobre una pantalla blanca de imágenes deja a los intérpretes limitados a moverse de derecha a izquierda y los dibujitos, de arriba a abajo. Limitar tantísimo el movimiento escénico es empobrecerlo. Vale que lo que vemos es muy mono y queda cachondo a veces, pero es cargarse la esencia del teatro. Reducirlo a dos dimensiones es restar. Insisto, el resultado es chulo, es mono de ver, y resulta curioso ver a la Reina de la noche convertida en una araña gigante. De otra forma sería casi imposible, aunque... la araña del "Roberto Devereux" funcionó muy bien. Pero bueno.
La expresividad de los actores/cantantes queda reducida a casi nada. Salen, se ponen en la marca, cantan expresando casi únicamente con la cara e interactúan poco entre ellos. Normal, no pueden. Queda monísimo ver cómo justo cuando levantan un dedo, sale volando un pajarito de dibujos. Sí, muy mono. Pero ya. Vamos, que si nos ponemos finos finos... llamar "dirección de escena" a ese trabajo... Quizá debería ser "diseño visual" o "animación" o "concepto visual". No sé.
Luego no hay que olvidar que "La flauta" es un singspiel y talar directamente los diálogos y dejarlos en unos carteles de cine mudo producen efectos como que las apariciones de la Reina son inexplicables y no sabes qué pinta ahí ni qué quiere. Y por supuesto aniquila la búsqueda Papageno de una mujer. Sus "encuentros" con la anciana son vitales. No sé, pero reducir esos momentos hablados a carteles es como querer convertir todo en una peli de cine mudo. Peeero si fuera cine mudo, ¿por qué cantan los intérpretes? ¿No deberían actuar sólo gesticulando como en una peli muda mientras los cantantes cantan fuera del escenario? Además, acompañar esos carteles escuetos con un piano amplificado por altavoces como que tampoco procede.
Bueno, creo que está claro que estéticamente no me gustó mucho esta producción. Es mono de ver, y divertido y curioso (aunque si ya has visto cosas de 1927 no te llama tanto la atención, pero bueno) pero ya.
Ivor Bolton me da que había quedado para cenar porque metió una caña que ni te cuento. Tras una obertura caótica y bastante atropellada y monótona metió el turbo y literalmente se cargó desde el "Dies bildnis" al "O zittre nicht" pasando por el bellísimo "Der, welcher wandert..." . Los pobres cantaban todo a toda leche y la único que consiguió salirse con la suya y domar a la orquesta fue Sophie Bevan en el famoso "Ach, ich fühl's", un prodigio de belleza y sutileza. Batuta monótona, sin brillo ni la alegría y el pellizco que pide Mozart en unos momentos ni el lirismo y profundidad que pide en otros.
Vocalmente fue otra historia. Joel Prieto cantó como los ángeles. Tiene un timbre precioso y es un gran actor. Cantó precioso y pese a las limitaciones interpretativas que sufría por la "puesta en escena", transmitió gran poderío y una solidez brutales. Sophie Bevan tiene mucha voz, muchísima. Un timbre chulo aunque para mi gusto, no muy mozartiano. Pero cantó de maravilla, precioso y es muy buena actriz. Eso sí, en la escena del suicidio quizá cantó demasiado. Para mi gusto, es un cuarteto y pareció más un trío mas una solista. Joan Martín-Royo fabuloso. Además de cantar de forma sencillamente perfecta, es un gran actor y dio vida a un Buster Keaton apagado, tristón y superviviente. Magistral. Chistof Fischesser cantó bien toda la parte media, pero las notas más graves y peligrosas no consiguió darlas y tuvo algún problema de emisión (y lo vi desde la fila 5, ni te cuento desde la fila 12 o desde arriba). Bien las tres damas y los niños. Mikeldi Atxalandabaso cantó de maravilla el Monostatos, lleno de expresividad y maldad y con una voz apropiadísima y muy, muy chula. Aunque claro, escuchar cómo se habla de su "piel negra" cuando va disfrazado de Nosferatu...Pero vamos, él fabuloso. Ana Durlovski dio todas las notas. Y las dio de forma sólida y solvente, es evidente que no tiene problemas con la coloratura. Pero cantó bajito, con muy poca proyección. Canta bien, muy bien, pero muy bajito. Y ella además si que no movió ni un músculo. Airam Hernández y David Sánchez estuvieron maravillosos como los hombres armados. Su breve y bellísima intervención fue uno de los momentos más vibrantes y mágicos de la noche.
En resumen, una producción vistosa y que conecta de maravilla con el público. Quizá como ya conocía el trabajo de 1927 a mí no me convenció y sinceramente creo que reducir el juego escénico a dos dimensiones lo que hace es restar en vez de sumar. Utilizar a Buster Keaton, a Nosferatu, al Dr. Caligari, a Louise Brooks y... a no se sabe quién más es como siempre, una opción aunque para mi gusto es simplemente vistosa y poco coherente. Sólo sale ganando Papageno, porque el personaje parece tener una expresividad más lógica. Vocalmente fue de un nivel muy, muy alto con algún elemento regulero, pero en general es un buen espectáculo. Sólo bueno, aunque triunfe y lleve años triunfando. Pero es porque visualmente es llamativo. Enhorabuena a los cantantes.
Otra cosa; ¿por qué la flauta mágica es un hada tipo Campanilla?
sábado, 12 de diciembre de 2015
Rigoletto. Teatro Real
Hay figuras, seres, fenómenos, extraterrestres que por sí solos consiguen eclipsar todo lo que hay a su alrededor. Y mejor aún, logran que su sola presencia valga la pena. Y no solo que valga la pena, sino que convierta una noche en única, en acontecimiento histórico.
Eso pasa con Leo Nucci. Canta Rigoletto en el Real. Como pa no ir. Pues claro, perdiendo el culo. Y parece que no existe nada hasta que él aparece en escena. Hombre, sí te has dado cuenta de que al Duque de Mantua no se le oye desde la fila 5. Sí te has dado cuenta de que los actores que trabajan de figuración son eso, actores y lo están dando todo. Y si te has dado cuenta de que esa escenografía es fea. Que ese muro es oscuro y mortecino. Y coño, ya bastante duro y depresivo es el libreto como para encima enmarronarlo. Según mi gusto personal, le habría ido de maravilla haber empezado con más brillo, más color, más luz en ese arranque para luego ir hacia lo tenebroso. Pero empezar ya en marrón y en mortecino... casi te dan ganas de cortarte las venas. Pero bueno. Lo que importa es que cuando aparece de entre las sombras ese ser que a sus 73 años abre la boca y es una lección... se olvidan los males. Menos para Stephen Costello, supongo, pero bueno. De donde no hay, no se puede sacar.
Este Rigoletto es Leo Nucci. Y no hay más. Vocalmente parece que nunca ha estado mejor. Cada nota es un prodigio, una lección, un mandamiento. Y conoce el personaje tan, pero tan bien y tan profundamente, que no se le escapa ni un gesto, ni una sonrisa, ni un requiebro. Él es la función. Y lo demás da igual. repito, da igual la escenografía tenebrista y tenebrosa, da igual que esté tan potenciado el lado oscuro (que incluso se carga el dúo Mantua/Gilda). Da igual que Stephen Costello cante todas las notas perfectas, en su sitio, pero con una vocecilla pequeñita y sin el más mínimo rastro de interpretación. No llega a ser de esos tenores que no tiene articulación en las rodillas y van con las piernas tiesas, pero casi. Es un actor nulo, invisible. No es actor. Olga Peretyatko para mi gusto cantó de maravilla, no escatimó ni un agudo de esos que tanto nos gustan y aunque tiene una cierta tendencia a la estridencia en algunos momentos y aunque su aspecto y expresividad es algo añeja y naftalínica, funciona y canta bien y bonito. Y ella que de tonta no tiene un pelo, sabe que un bis del "Si, vendetta" con Nucci en el Real es SU gran momento también, lo da todo y nos regala un dúo MAGISTRAL, de pelos de punta. Andrea Mastroni fabuloso Sparafucile, gran voz y buen actor. El resto correcto, bien muy bien. Pero es que yo lo siento, pero estando Nucci... lo demás no importa. O sí, pero vamos, que bien. Pero claro.
En serio, Olga Peretyatko fantástica, Mastroni también. Y Justina Grinagyte está maravillosa como Maddalena. Una voz preciosa y una muy buena actriz. Los actores, fantásticos, sobre todo Marta Matute, que aguanta el tipo en medio de ese jari como una gran actriz, que es lo que es.
Nicola Luisotti a mi parecer manejó bien a la orquesta pero no sacó el brillo necesario. Todo sonaba también algo apagadillo y como falto de luz. Pero bueno, en el fondo nada de eso importa. La producción puede ser mejor o peor, más o menos acertada o ingeniosa. Estando Leo Nucci en el escenario, el resto... es silencio.
Eso pasa con Leo Nucci. Canta Rigoletto en el Real. Como pa no ir. Pues claro, perdiendo el culo. Y parece que no existe nada hasta que él aparece en escena. Hombre, sí te has dado cuenta de que al Duque de Mantua no se le oye desde la fila 5. Sí te has dado cuenta de que los actores que trabajan de figuración son eso, actores y lo están dando todo. Y si te has dado cuenta de que esa escenografía es fea. Que ese muro es oscuro y mortecino. Y coño, ya bastante duro y depresivo es el libreto como para encima enmarronarlo. Según mi gusto personal, le habría ido de maravilla haber empezado con más brillo, más color, más luz en ese arranque para luego ir hacia lo tenebroso. Pero empezar ya en marrón y en mortecino... casi te dan ganas de cortarte las venas. Pero bueno. Lo que importa es que cuando aparece de entre las sombras ese ser que a sus 73 años abre la boca y es una lección... se olvidan los males. Menos para Stephen Costello, supongo, pero bueno. De donde no hay, no se puede sacar.
Este Rigoletto es Leo Nucci. Y no hay más. Vocalmente parece que nunca ha estado mejor. Cada nota es un prodigio, una lección, un mandamiento. Y conoce el personaje tan, pero tan bien y tan profundamente, que no se le escapa ni un gesto, ni una sonrisa, ni un requiebro. Él es la función. Y lo demás da igual. repito, da igual la escenografía tenebrista y tenebrosa, da igual que esté tan potenciado el lado oscuro (que incluso se carga el dúo Mantua/Gilda). Da igual que Stephen Costello cante todas las notas perfectas, en su sitio, pero con una vocecilla pequeñita y sin el más mínimo rastro de interpretación. No llega a ser de esos tenores que no tiene articulación en las rodillas y van con las piernas tiesas, pero casi. Es un actor nulo, invisible. No es actor. Olga Peretyatko para mi gusto cantó de maravilla, no escatimó ni un agudo de esos que tanto nos gustan y aunque tiene una cierta tendencia a la estridencia en algunos momentos y aunque su aspecto y expresividad es algo añeja y naftalínica, funciona y canta bien y bonito. Y ella que de tonta no tiene un pelo, sabe que un bis del "Si, vendetta" con Nucci en el Real es SU gran momento también, lo da todo y nos regala un dúo MAGISTRAL, de pelos de punta. Andrea Mastroni fabuloso Sparafucile, gran voz y buen actor. El resto correcto, bien muy bien. Pero es que yo lo siento, pero estando Nucci... lo demás no importa. O sí, pero vamos, que bien. Pero claro.
En serio, Olga Peretyatko fantástica, Mastroni también. Y Justina Grinagyte está maravillosa como Maddalena. Una voz preciosa y una muy buena actriz. Los actores, fantásticos, sobre todo Marta Matute, que aguanta el tipo en medio de ese jari como una gran actriz, que es lo que es.
Nicola Luisotti a mi parecer manejó bien a la orquesta pero no sacó el brillo necesario. Todo sonaba también algo apagadillo y como falto de luz. Pero bueno, en el fondo nada de eso importa. La producción puede ser mejor o peor, más o menos acertada o ingeniosa. Estando Leo Nucci en el escenario, el resto... es silencio.
domingo, 31 de mayo de 2015
Fidelio. Teatro Real.
Lo primero, así de entrada es avisar de que yo disfruté como un enano y me lo pasé pipa anoche en el Real. Ahora entro en detalles, pero primero voy a contar un detalle pal que no lo sepa. Lo de la famosa Leonore nº 3.
Al parecer fue Mahler el que puso de moda lo de tocar la obertura Leonore nº 3 al final de la primera escena del acto segundo. Se supone que era para hacer tiempo mientras cambiaban los decorados para la siguiente escena. La verdad es que un cuarto de hora de música en ese momento, cuando casi ha terminado todo y sólo faltan diez minutillos escasos para que caiga el telón... es un poco raruno, pero si lo dice Mahler, ya está, punto redondo.
Pero anoche lo que decidió Haenchen fue tocar otra cosa. Tocaron los dos últimos movimientos de la quinta Sinfonía. ¿Por qué? Pues vaya usted saber, será que al hombre le gustan. Menos mal que no le dio por tocar la obertura de Tannhäuser, porque habría sido todavía más raruno. Pero bueno, la verdad y siendo sinceros, orquestalmente fue el mejor momento de la noche. La orquesta sonó muy bien ya desde la obertura, y salvo algún momento de indecisión, estuvo a la altura todo el tiempo, alcanzando aquí su cima. También es verdad que era el momento de mayor lucimiento y en una partitura más trillada. Lo que quizá faltara durante toda la representación fuera un poco de cuerpo. Quiero decir que sonó brillante, con brío, con profundidad, pero le faltó algo de peso en la zona tenebrosa. Cuerpo, tumba, oscuridad...
Vocalmente estuvo muy bien todo el elenco. Quizá Michael König estuvo más justito, pero dramáticamente, pese a no parecer un preso a punto de morir famélico, resolvió bien. El resto del elenco, muy, pero que muy bien. Destaco, pero por amor personal, a Anett Fritsch. Siempre que la he oído ha estado fabulosa y anoche también, con un dominio vocal acojonante, aparte de un timbre bellísimo. Fantástica. Aunque teatralmente, ella que es buena actriz, estuvo algo perdida y como deambulando falta de energía por ese escenario feo. Pero ese fue un aspecto negativo que afectó a todo el mundo, porque desde luego la puesta en escena era fea, fea, pero fea.
Lo que hace Pier'Alli es feo en general. Alcanzando el punto álgido en esos militares haciendo la instrucción en el patio. Horroroso. La escenografía del primer acto, simple y sin gracia (por cierto, lo de sacar a la gente planchando para que parezca más realista es ya un clásico). La del segundo acto, más acertado el calabozo de Florestán y ese toque "industrial" que aunque no pega mucho, queda bien. Ahora, las proyecciones tanto de la prisión como de esas cosas que salen volando al final (los restos de la tiranía hecha añicos, supongo) son realmente patéticos. Parecen sacados del "Witchblade arrow 3" o de algún videojuego de ese calibre. Cutres pero del verbo "cutre". Y teatralmente, los actores están abandonados a su suerte, dejados en medio del escenario para que hagan lo que ellos crean, con la premisa, eso sí, de que bajo ningún concepto dieran la espalda al público, provocando esto situaciones rocambolescas.
En definitiva, una producción fea con una dirección de actores nula y una orquesta y una elenco fantásticos. A destacar, aparte del coro, el gran trabajo de los actores, los extras, demostrando que si cuentas con actores de verdad, no hay figurantes, sino actores haciendo papeles pequeños.
Al parecer fue Mahler el que puso de moda lo de tocar la obertura Leonore nº 3 al final de la primera escena del acto segundo. Se supone que era para hacer tiempo mientras cambiaban los decorados para la siguiente escena. La verdad es que un cuarto de hora de música en ese momento, cuando casi ha terminado todo y sólo faltan diez minutillos escasos para que caiga el telón... es un poco raruno, pero si lo dice Mahler, ya está, punto redondo.
Pero anoche lo que decidió Haenchen fue tocar otra cosa. Tocaron los dos últimos movimientos de la quinta Sinfonía. ¿Por qué? Pues vaya usted saber, será que al hombre le gustan. Menos mal que no le dio por tocar la obertura de Tannhäuser, porque habría sido todavía más raruno. Pero bueno, la verdad y siendo sinceros, orquestalmente fue el mejor momento de la noche. La orquesta sonó muy bien ya desde la obertura, y salvo algún momento de indecisión, estuvo a la altura todo el tiempo, alcanzando aquí su cima. También es verdad que era el momento de mayor lucimiento y en una partitura más trillada. Lo que quizá faltara durante toda la representación fuera un poco de cuerpo. Quiero decir que sonó brillante, con brío, con profundidad, pero le faltó algo de peso en la zona tenebrosa. Cuerpo, tumba, oscuridad...
Vocalmente estuvo muy bien todo el elenco. Quizá Michael König estuvo más justito, pero dramáticamente, pese a no parecer un preso a punto de morir famélico, resolvió bien. El resto del elenco, muy, pero que muy bien. Destaco, pero por amor personal, a Anett Fritsch. Siempre que la he oído ha estado fabulosa y anoche también, con un dominio vocal acojonante, aparte de un timbre bellísimo. Fantástica. Aunque teatralmente, ella que es buena actriz, estuvo algo perdida y como deambulando falta de energía por ese escenario feo. Pero ese fue un aspecto negativo que afectó a todo el mundo, porque desde luego la puesta en escena era fea, fea, pero fea.
Lo que hace Pier'Alli es feo en general. Alcanzando el punto álgido en esos militares haciendo la instrucción en el patio. Horroroso. La escenografía del primer acto, simple y sin gracia (por cierto, lo de sacar a la gente planchando para que parezca más realista es ya un clásico). La del segundo acto, más acertado el calabozo de Florestán y ese toque "industrial" que aunque no pega mucho, queda bien. Ahora, las proyecciones tanto de la prisión como de esas cosas que salen volando al final (los restos de la tiranía hecha añicos, supongo) son realmente patéticos. Parecen sacados del "Witchblade arrow 3" o de algún videojuego de ese calibre. Cutres pero del verbo "cutre". Y teatralmente, los actores están abandonados a su suerte, dejados en medio del escenario para que hagan lo que ellos crean, con la premisa, eso sí, de que bajo ningún concepto dieran la espalda al público, provocando esto situaciones rocambolescas.
En definitiva, una producción fea con una dirección de actores nula y una orquesta y una elenco fantásticos. A destacar, aparte del coro, el gran trabajo de los actores, los extras, demostrando que si cuentas con actores de verdad, no hay figurantes, sino actores haciendo papeles pequeños.
domingo, 26 de abril de 2015
La Traviata. Teatro Real.
Ir a ver una Traviata al Real con Leo Nucci en el cartel es ya una suerte y una gozada antes incluso de entrar. Razón suficiente para perder el culo por ir al Real sin dudarlo.
Esta producción lleva rulando por ahí un par de años y por ahora está gustando. A ver, es bastante clásica. Vestidos largos, sillas Luis XV, telones... pero como cualquier opción estética, lo importante es la coherencia y esta versión es absolutamente coherente, consecuente y definitiva.
Escenografía en tonos blancos y negros. En el primer acto, únicamente la flor roja que lleva Violeta en la espetera. Luces invisibles y dramáticamente poderosas, como debe ser.Cortinones y terciopelos muy en la línea Viscontiniana. El truco de los forillos y los cortinones la verdad es que le da un toque como de cuento, de falsedad, de reconstrucción muy acertado. Arranca la obertura con un escenario a medio desmontar, Alfredo vaga entre hojas secas y poco a poco se va a recordar la historia de amor pasada, la que todos sabemos que YA ha terminado. Como las hojas secas del escenario. De ahí viajamos al pasado para recordar esa historia finalizada, muerta. Así que, estéticamente la opción de David McVicar es coherente, preciosa y muy adecuada y consecuente. Hace unos años vi la famosa versión de Willy Decker y evidentemente no tiene nada que ver con esta, mucho más clásica. Las dos son válidas porque están bien hechas. De eso se trata, de que hagas lo que hagas sea coherente y de calidad. Y esta versión clásica es preciosa, moñas y muy mona de ver. Todos va acompañado por esas buenísimas luces y por un vestuario fantástico, con unos colores que van del blanco al negro salpicado de algún detallín dramáticamente muy bien situado. Violeta, por ejemplo viaja del vestido negro del primer acto al desnudo y al blanco del segundo y al vestido rojo de la segunda escena del acto segundo y de ahí al blanco roto del tercer acto.
En este viaje hacia la muerte la batuta de Renato Palumbo, sin embargo, hizo todo lo posible por cargarse cualquier atisbo de profundidad psicológica. Llevó a la orquesta a toda máquina, sin dejar que ni la música ni ninguno de los cantantes pudieran profundizar en sus creaciones. Todo iba tan deprisa que no se podía recrear nadie en su partitura ni por supuesto, darle una carga psicológica a su personaje. Todo se reducía a la habilidad de cada uno para lidiar con eso. Evidentemente ganó Leo Nucci que frenó a Palumbo y consiguió cantar su "Pura siccome un angelo" como quiso y el "Di Provenza il mar..." a la velocidad que él marcó. La que él quería para cantar como él quiere y sabe y la que bastó para que el teatro reventara a aplaudir al barítono italiano. Únicamente en el tercer acto Palumbo concedió su sitio a la expresividad y nos regaló media horita de belleza pura.
El coro y los personajes secundarios estuvieron muy bien, sobre todo Marta Ubieta que creó una Annina deliciosa. Teodor Ilincai tenía gripe. No le había escuchado nunca en directo. De voz estuvo justito y de presencia, sombrón y soso. Es de esos tenores que se quedan sin rodillas cuando cantan y parece que lleven un palo que les impide doblar las rodillas y tener una movilidad natural.
Leo Nucci hizo una creación inconmensurable. Vocalmente está perfecto y aunque quizá el papel no sea su rol más apropiado, él se lo lleva a un sitio fantástico y desde ahí canta y mira como le da la gana. Espeluznante en cada nota. Un maestro, el puto amo.
Venera Gimadieva estuvo sencillamente perfecta. Vocalmente diría que todas y cada una de las notas que cantó fueron perfectas. Nos regaló todos y cada uno de los agudos que los egoístas queremos oír, jeje. El "Addio del passato" fue histórico, creo que nunca he oído algo cantado con tanta pasión, delicadeza, sutileza, matiz y drama. Aparte del de la Callas (ella siempre estará por encima del resto de la humanidad) no imagino un "addio del passato" más emocionante. Igual que dije en su día que el "Un bel di vedremo" de mi Carmen Solís no podía estar mejor cantado y que era lea mejor versión de la historia de la música, el "addio del passato" me arrebató el corazón, me lo estrujó y me arrancó unos lagrimones como mandarinas.
Dramáticamente es una grandísima actriz. Si la ves en escena, está actuando como si fuera una obra de teatro, con una intensidad y frescura acojonantes y encima cantando. Actoralmente estuvo magistral. El único momento bizarro de la noche fue cuando aparece Alfredo en el lecho de muerte y sin mirarse, se abrazan de cara al público y ni se miran. En fin...
Noche preciosísima, con un Leo Nucci magistral y una Venera Gimadieva pa comértela, inmejorable. Una puesta en escena clásica y muy bonita de ver y de gozar y una batuta atacada y acelerada.
Esta producción lleva rulando por ahí un par de años y por ahora está gustando. A ver, es bastante clásica. Vestidos largos, sillas Luis XV, telones... pero como cualquier opción estética, lo importante es la coherencia y esta versión es absolutamente coherente, consecuente y definitiva.
Escenografía en tonos blancos y negros. En el primer acto, únicamente la flor roja que lleva Violeta en la espetera. Luces invisibles y dramáticamente poderosas, como debe ser.Cortinones y terciopelos muy en la línea Viscontiniana. El truco de los forillos y los cortinones la verdad es que le da un toque como de cuento, de falsedad, de reconstrucción muy acertado. Arranca la obertura con un escenario a medio desmontar, Alfredo vaga entre hojas secas y poco a poco se va a recordar la historia de amor pasada, la que todos sabemos que YA ha terminado. Como las hojas secas del escenario. De ahí viajamos al pasado para recordar esa historia finalizada, muerta. Así que, estéticamente la opción de David McVicar es coherente, preciosa y muy adecuada y consecuente. Hace unos años vi la famosa versión de Willy Decker y evidentemente no tiene nada que ver con esta, mucho más clásica. Las dos son válidas porque están bien hechas. De eso se trata, de que hagas lo que hagas sea coherente y de calidad. Y esta versión clásica es preciosa, moñas y muy mona de ver. Todos va acompañado por esas buenísimas luces y por un vestuario fantástico, con unos colores que van del blanco al negro salpicado de algún detallín dramáticamente muy bien situado. Violeta, por ejemplo viaja del vestido negro del primer acto al desnudo y al blanco del segundo y al vestido rojo de la segunda escena del acto segundo y de ahí al blanco roto del tercer acto.
En este viaje hacia la muerte la batuta de Renato Palumbo, sin embargo, hizo todo lo posible por cargarse cualquier atisbo de profundidad psicológica. Llevó a la orquesta a toda máquina, sin dejar que ni la música ni ninguno de los cantantes pudieran profundizar en sus creaciones. Todo iba tan deprisa que no se podía recrear nadie en su partitura ni por supuesto, darle una carga psicológica a su personaje. Todo se reducía a la habilidad de cada uno para lidiar con eso. Evidentemente ganó Leo Nucci que frenó a Palumbo y consiguió cantar su "Pura siccome un angelo" como quiso y el "Di Provenza il mar..." a la velocidad que él marcó. La que él quería para cantar como él quiere y sabe y la que bastó para que el teatro reventara a aplaudir al barítono italiano. Únicamente en el tercer acto Palumbo concedió su sitio a la expresividad y nos regaló media horita de belleza pura.
El coro y los personajes secundarios estuvieron muy bien, sobre todo Marta Ubieta que creó una Annina deliciosa. Teodor Ilincai tenía gripe. No le había escuchado nunca en directo. De voz estuvo justito y de presencia, sombrón y soso. Es de esos tenores que se quedan sin rodillas cuando cantan y parece que lleven un palo que les impide doblar las rodillas y tener una movilidad natural.
Leo Nucci hizo una creación inconmensurable. Vocalmente está perfecto y aunque quizá el papel no sea su rol más apropiado, él se lo lleva a un sitio fantástico y desde ahí canta y mira como le da la gana. Espeluznante en cada nota. Un maestro, el puto amo.
Venera Gimadieva estuvo sencillamente perfecta. Vocalmente diría que todas y cada una de las notas que cantó fueron perfectas. Nos regaló todos y cada uno de los agudos que los egoístas queremos oír, jeje. El "Addio del passato" fue histórico, creo que nunca he oído algo cantado con tanta pasión, delicadeza, sutileza, matiz y drama. Aparte del de la Callas (ella siempre estará por encima del resto de la humanidad) no imagino un "addio del passato" más emocionante. Igual que dije en su día que el "Un bel di vedremo" de mi Carmen Solís no podía estar mejor cantado y que era lea mejor versión de la historia de la música, el "addio del passato" me arrebató el corazón, me lo estrujó y me arrancó unos lagrimones como mandarinas.
Dramáticamente es una grandísima actriz. Si la ves en escena, está actuando como si fuera una obra de teatro, con una intensidad y frescura acojonantes y encima cantando. Actoralmente estuvo magistral. El único momento bizarro de la noche fue cuando aparece Alfredo en el lecho de muerte y sin mirarse, se abrazan de cara al público y ni se miran. En fin...
Noche preciosísima, con un Leo Nucci magistral y una Venera Gimadieva pa comértela, inmejorable. Una puesta en escena clásica y muy bonita de ver y de gozar y una batuta atacada y acelerada.
domingo, 22 de marzo de 2015
Muerte en Venecia. Ballet de Hamburgo. Teatro Real.
John Neumeier creó esta coreografía el año 2003. Y me temo que ya entonces resultaría añeja. Ahora, doce años después se ha vuelto anticuada. Pero anticuada en el puritito concepto.
Está claro que yo no soy un experto en danza ni muchísimo menos. Para disfrutar de una opinión cultivada mejor leéis la opinión de otro. Yo escribo lo que siento y lo que veo.
De entrada la elección musical me parece discutible. Ya no con la música de Bach sino sobre todo con Wagner y con "Tristán e Isolda". Vale que "Tannhäuser" y "Siegfried" aportan un toque épico y dramático poderoso y sin tantas connotaciones, pero "Tristán e Isolda" para mi gusto, tiene una implicación sentimental que no coincide para nada con mi visión del drama de "Muerte en Venecia". El drama, el aspecto romántico y la naturaleza del sentimiento de Aschenbach es la idealización. Es una amor idealizado, inalcanzable, en el que el objeto del deseo y del amor es inocente, Tadzio no hace nada por promover ese amor. No es un "Lolito". Él está, y sólo devuelve una sonrisa. Lo que provoca está fuera de su control. Aschenbach crea su imagen, su muso, proyecta en el joven su capacidad creativa y le convierte además de en el objeto de su amor ideal y puro, en su salvador creativo. Y nunca,en ningún momento se tocan. En él descubre la inspiración perdida. Nada que ver con Trsitán, con Isolda ni con su amor. Y eso se refleja también en la coreografía. El primer dúo de Tadzio y Aschenbach funciona bien. Porque ni se tocan. Técnicamente se apoyan el uno en el otro para sus movimientos, está claro, pero casi ni se miran, ni se tocan. Sólo se complementan y se necesitan el uno al otro. Perfecto. Sin duda, el momento más inspirado de la obra. Y a mí que me perdonen, pero luego hay cosas que tienen que ser como tienen que ser. Y si alguien hiciera un remake de "La tentación vive arriba" tendría que sacar a la chica encima de una rejilla del metro con la falda por los aires. Pues aquí lo mismo. Aschenbach TIENE que morir en la playa con los churretes del tinte y patético perdido. No vale que salgan a escena su "inspiración" y su "musa" y le limpien el maquillaje para que él a continuación muera agarradito a su Tadzio. Como que no.
La coreografía en general me pareció anticuada visualmente. Lo de la pareja esa que representa el pecado o la pesadilla de la culpabilidad es bastante hortera. Los dos gays con vaqueros, camisa de cuadros y esa pinta... es más bien ochentero. Parecían sacados de una peli de Jeff Stryker. Pasadito. En general todo resultaba añejo, como pasado y un poco... anticuado. Aparte de que desaprovechaba a los fantásticos bailarines y les hacía moverse como e medias. Medio levantaban la pata, medio giraban, daban medio zancadas... No terminaban de dar la sensación de ser una GRAN compañía con una GRAN coreografía. Ellos sí, desde luego y ella también demostraban dentro de sus posibilidades, ser unos grandísimos bailarines. Lástima.
Y una lástima el destrozo que hizo Elizabeth Cooper con el Liebestod. Fusiló la pieza de una forma tremenda. Y si ya de por sí no coincidía lo que estábamos viendo con lo que yo sentía que quería ver, los desajustes de Elizabeth Cooper contribuyó poderosamente a romper cualquier atisbo de magia o de poesía en ese momento dramáticamente tan demoledor.
Ahora igual vas y lees por ahí la opinión de expertos que lo ponen por las nubes, no te digo yo que no, pero MI opinión y mi sensación fue que estaba viendo una coreo anticuada. Claro que los que saben son ellos, así que tendrán razón.
Está claro que yo no soy un experto en danza ni muchísimo menos. Para disfrutar de una opinión cultivada mejor leéis la opinión de otro. Yo escribo lo que siento y lo que veo.
De entrada la elección musical me parece discutible. Ya no con la música de Bach sino sobre todo con Wagner y con "Tristán e Isolda". Vale que "Tannhäuser" y "Siegfried" aportan un toque épico y dramático poderoso y sin tantas connotaciones, pero "Tristán e Isolda" para mi gusto, tiene una implicación sentimental que no coincide para nada con mi visión del drama de "Muerte en Venecia". El drama, el aspecto romántico y la naturaleza del sentimiento de Aschenbach es la idealización. Es una amor idealizado, inalcanzable, en el que el objeto del deseo y del amor es inocente, Tadzio no hace nada por promover ese amor. No es un "Lolito". Él está, y sólo devuelve una sonrisa. Lo que provoca está fuera de su control. Aschenbach crea su imagen, su muso, proyecta en el joven su capacidad creativa y le convierte además de en el objeto de su amor ideal y puro, en su salvador creativo. Y nunca,en ningún momento se tocan. En él descubre la inspiración perdida. Nada que ver con Trsitán, con Isolda ni con su amor. Y eso se refleja también en la coreografía. El primer dúo de Tadzio y Aschenbach funciona bien. Porque ni se tocan. Técnicamente se apoyan el uno en el otro para sus movimientos, está claro, pero casi ni se miran, ni se tocan. Sólo se complementan y se necesitan el uno al otro. Perfecto. Sin duda, el momento más inspirado de la obra. Y a mí que me perdonen, pero luego hay cosas que tienen que ser como tienen que ser. Y si alguien hiciera un remake de "La tentación vive arriba" tendría que sacar a la chica encima de una rejilla del metro con la falda por los aires. Pues aquí lo mismo. Aschenbach TIENE que morir en la playa con los churretes del tinte y patético perdido. No vale que salgan a escena su "inspiración" y su "musa" y le limpien el maquillaje para que él a continuación muera agarradito a su Tadzio. Como que no.
La coreografía en general me pareció anticuada visualmente. Lo de la pareja esa que representa el pecado o la pesadilla de la culpabilidad es bastante hortera. Los dos gays con vaqueros, camisa de cuadros y esa pinta... es más bien ochentero. Parecían sacados de una peli de Jeff Stryker. Pasadito. En general todo resultaba añejo, como pasado y un poco... anticuado. Aparte de que desaprovechaba a los fantásticos bailarines y les hacía moverse como e medias. Medio levantaban la pata, medio giraban, daban medio zancadas... No terminaban de dar la sensación de ser una GRAN compañía con una GRAN coreografía. Ellos sí, desde luego y ella también demostraban dentro de sus posibilidades, ser unos grandísimos bailarines. Lástima.
Y una lástima el destrozo que hizo Elizabeth Cooper con el Liebestod. Fusiló la pieza de una forma tremenda. Y si ya de por sí no coincidía lo que estábamos viendo con lo que yo sentía que quería ver, los desajustes de Elizabeth Cooper contribuyó poderosamente a romper cualquier atisbo de magia o de poesía en ese momento dramáticamente tan demoledor.
Ahora igual vas y lees por ahí la opinión de expertos que lo ponen por las nubes, no te digo yo que no, pero MI opinión y mi sensación fue que estaba viendo una coreo anticuada. Claro que los que saben son ellos, así que tendrán razón.
martes, 3 de marzo de 2015
El público. Teatro Real.
Reconozco que yo con "El público" no soy imparcial. Cualquiera que me haya leído alguna vez sabrá que en mi vida, hay un antes y un después. Lo que marcó mi vida y la sigue marcando es "El público" de 1986. Es evidente que tanto el trabajo de Mauricio Sotelo en la partitura, como el de Robert Castro en la dirección de escena, Wojciech Dziedzic con sus figurines y Alexander Polzin en la escenografía tenían que pelear contra el milagro que se produjo en el María Guerrero en el año 1986. Sí, ya sé que es injusto, que cada montaje es un lenguaje diferente, que no hay por qué mezclar, que cada cosa es cada cosa... Bobadas. Hay visiones y visiones y seguramente todas valgan, pero en este caso, la pregunta que asalta mi mente desde que suena la primera nota es: ¿por qué se ha hecho esto si "El público" ya está hecho? Y no sólo se hizo, sino que se exprimió, se desentraño, se le dio forma, se le dio sentido, se creo como se crea una obra de arte. Y si ya están pintadas las ninfeas de Monet, ¿por qué intentar pintarlas otra vez?
Pero voy por partes porque la fiebre y la pasión me aturullan.
Reconozco que la partitura de Mauricio Sotelo tiene momentos preciosos, muy bellos, y que consigue juntar flamenco y música contemporánea con buenos resultados. Pero el propio experimento lleva dentro el veneno letal. El texto de Federico tiene música en sí mismo. Es más, te diría que cada escena es una pieza musical con un ritmo, una sonoridad, una cadencia y hasta un silabeo propio. No necesita más música que la música del texto, de su textura. Intentar cantar y poner otra música distinta a la que ya tiene a una escena como la de la figura de pámpanos y la de cascabeles es inútil. Ya tiene música. Y convertir "yo me convertiría en cuchillo" en una frase musical de treinta y cinco sílabas y que dura cuarenta y nueve segundos... es romper la música de esa frase, el ritmo de esa frase y por tanto cargarte el ritmo de la escena. Es que incluso lo dice el propio texto: "quitar es muy fácil. Lo difícil es poner. Es mucho más difícil sustituir". Pues eso. Ya lo dijo Federico. La magnitud de su texto, aún estando inconcluso es que tiene música propia, tiene ritmo y cadencia. El monólogo de Julieta es para que se haga y se diga como lo hizo Maruchi, no para cantarlo (maravillosamente bien, eso es verdad) como lo hizo Isabella Gaudí. Porque entonces le das otra música, otra raíz, otra sonoridad. Como dice mi gran amigo Daniel, "El público" tiene música, y es la de Lorca, un sonido profundo, de una gran reflexión. Un sonido popular lleno de poesía". Y por eso pasa lo que pasa, que hasta el propio Sotelo se enfrenta a momentos como "Señor. ¿Qué? Ahí está el público. Que pase" y no puede ni ponerle música, lo deja tal cual, dicho. Coño, pues claro.
Las únicas partes que soportan mejor el peso de esta nueva música son las partes de flamenco. Pero porque en flamenco, el alargar una sílaba durante varios compases es lógico. Por eso funciona, por eso no chirría, por eso esa música nueva puede valer.
Y por eso no acepto este "Público". Porque de raíz ya me parece errado y erróneo. Y no hay quien sea capaz de crear una música distinta para las palabras de Federico. Eso ya lo hizo él.
Escénicamente la cosa es también peliaguda. Hay momentos logrados, con una imaginería que funciona, como por ejemplo el cuadro cuarto, con el espejo que refleja el patio de butacas, aunque por otro lado la escena propiamente dicha con los estudiantes está mal resuelta. Y la imagen de los caballos también funciona, aunque recuerden demasiado a los del 86. Sin embargo, me da la sensación de que toda la obra está... digamos... resuelta, no creada. Eso sí, con momentos directamente horribles, como la que puede ser una de las escenas de amor más bellas de la historia del teatro, la de las figuras de pámpanos y de cascabeles, que, sinceramente, resultan caricaturescas, y casi parece que estés viendo la gala de Miss Drag Queen del carnaval. Los pobres cantantes van horribles, parecen Topacio y Agatha en pleno número en el Sacha's. O dos extras sacados de "Priscilla, reina del desierto". Y eso sí que no.
Y a ver, está claro que uno no sabe muy bien qué hacer con el "solo del pastor bobo". Pero lo de ponerlo al principio de la representación es un poco como para quitárselo de encima. "Hala, como no sé dónde ni cómo meterlo, lo hago al principio y me lo quito de encima, una preocupación menos". Y no, claro. Además con eso se cargan la parte circular que tiene el texto. Federico lo termina como lo empieza. Punto. Está todo dicho.
Los paneles esos que parecen sobrantes del "Ainadamar" no tiene explicación tampoco. Tiene pintadas figuras humanas, esqueletos, pajaritos y hasta ¡ratones! ¿Por qué ratones? Lo dicho, parece una puesta en escena "para salir del paso", con referencias feas y me da la sensación de que está llevada sin sentir como suya la obra de Federico. Por ejemplo, no se puede pasar tan por encima de la figura de G. Está tratado como si fuera un extra más. Y es G. (perdón pero no pienso pronunciar el nombre de G. en vano). Es una paradoja tan poética y tan dolorosa que... no lo voy a usar. Los tres la entendemos. Ya sabéis quienes sois.
Lo dicho, no se puede tratar a G. con tan poca delicadeza, ni pasar por Julieta tan por la superficie, ni sacar un Emperador de imitación sin más chicha.
Eso sí, rompo una lanza por todos y cada uno de los cantantes. Todos hacen un trabajo soberbio, sobre todo José Antonio López como Enrique y la Gaudí como Julieta, asombrosa. El resto del elenco está maravilloso. Ellos lo dan todo y están brillantes haciendo lo que les han pedido. Su trabajo es intachable. Pero como he dicho, el mal viene por otro lado, viene de raíz. Viene de querer crear lo que ya está creado. De no haber sabido escuchar lo que está entre las páginas del texto de Federico. Y me duele tantísimo ver las ausencias gigantescas que hay, la profanación de mi recuerdo... Un texto, posiblemente el más grandioso texto teatral de la historia, que lo tiene todo dentro, el amor, la música, el ritmo, la textura, el olor, los colores, las ausencias, el sexo, las pausas, el dolor, las promesas y la paciencia y el amor cósmico de esperar toda una vida para oír un simple "te quiero".
miércoles, 5 de noviembre de 2014
La fille du régiment. Teatro Real.
Antonino Siragusa. ¿Que quién es? Pues el otro tenor que está cantando "La fille" en el Real. Pobre. Ni caso. Canta bien, tiene un timbre chulo, de esos dulces y líricos. Quizá plagado de vicios pero bueno. El caso es que el hombre está en el Real, pero... de él no se habla. Lógico. Porque es que lo de Camarena ha sido antológico. Lo del bis en el MET lo sabéis todos, así que me lo ahorro. La locura estaba servida. Pero claro, cuando le escuchas, enloqueces tú también. Y es que es una cosa mala.
Bueno, poco a poco. El montaje es el conocido de 2007 de la Dessay, Juan Diego Flórez y Carlos Álvarez con la Caballlé haciendo la duquesa se Krakenthhorp. La verdad es que ese montaje es histórico y muy eficaz. Quizá la escenografía esté un poco pasada. Las montañas de mapas, las cuerdas con ropa, los carromatos, el castillo... resulta un poco pasado aunque siga siendo igual de eficaz. Pero ya no deslumbra (si es que alguna vez deslumbró) Lo que tiene el conocer ya el montaje es eso, que ya no te parece todo tan mono y tan divertido. Pero vamos, que insisto, sigue funcionando. Lo que me canta es la plancha. Parecerá una bobada, pero esa plancha que es como la mía... no me pega. No habría costado nada buscar o crear otra no tan anacrónica. El resto de los elementos escénicos son igualmente correctos y poco personales. La luz, sosa, eficaz y fría, sin emoción. Buen movimiento del coro, sin embrago. Ágil, divertido y ligero.
La batuta de Bruno Campanella consiguió sacar el brillo y la chispa que le ha faltado en otras ocasiones a la orquesta del Real y de paso volvía a Madrid con la misma partitura con la que dirigió en la Zarzuela otra versión histórica, nada menos que con Kraus y una de las cantantes que a mí me parece que han desafinado más de la historia, June Anderson. Volviendo a la orquesta del Real, tampoco es que fuera una cosa loca, pero en ciertos momentos sí tuvo el pellizco que le ha faltado con Rossini o con Mozart. Así que al menos la orquesta sonó brillante, correcta y con chispa. Gran ovación.
Todo esto dentro de que lo que presenciamos es una ópera sin ninguna complicación. Evidentemente está el "Ah, mes amís", el "Il faut partir", la escena de la lección de música y la cachondada de turno con la Krakenthorp. Aparte de eso, la partitura personalmente tampoco me parece antológica. Pero vamos, que se ve divinamente, se disfruta, no tiene mayor complicación, el argumento es ligero y bien digerible y florituras aparte, tampoco te deja un regusto de haber visto algo inolvidable y que te deje huella.
Ángela Molina estuvo bien. Bueno, digamos que... estuvo. Le puso mucha entrega y todo su... arte pero le faltó diversión, humor, gracia, salero, cachondeo, ironía... no sé, algo. Tuvieron que meterle unas frases en castellano a ver si así la gente se reía un poco. Y sí, la gente se rió. Un poco.
Pietro Spagnoli fantástico. Gracioso, vozarrón, cachondo, buena presencia y mucho carisma. No se arrugó frente a sus compis.
Ewa Podles es una burra parda. Sigue conservando ese vozarrón poderoso y con poderío. Unas notas increíbles y una capacidad interpretativa cautivadora. Os sugiero que busquéis la "Suor Angelica" que se cantó con Patricia Racette en 2012. Su "Il principe Gualtiero..." es brutal.
Aleksandra Kurzak estuvo maravillosa. Algo dubitativa en algunas notas aunque con unos agudos precisos, chulos y a pesar de sonar algo débiles, se notaba que había dominio del instrumento. Actoralmente se defendió muy bien. Es buena actriz de comedia, divertida, , pizpireta, zafia, graciosa y con muchísima complicidad con el público. Maravillosa. Se nos cantó un "Il faut partir" hermosísimo y con un dolor en la voz realmente impactante. Se notaba además que estaba dándolo todo y yo eso siempre lo agradezco.
Javier Camarena es un prodigio. Tiene una facilidad cantando que resulta insultante. Va como deslizándose por las notas, como si patinara sobre ellas. No choca con ninguna, no se tropieza con ellas, ni son riscos que el compositor he puesto delante de sus morros. No. Son peldaños de una escalera por la que se desliza hacia arriba y hacia abajo con la misma facilidad, con el mismo brillo y con el mismo carisma. Claro, empieza el "Ah, mes amis" y todos apretamos el culo esperando el momentazo. Y aunque los dos primeros los atacó un poco bruscamente, los otros... dieciséis "do de pecho" fueron asombrosamente fáciles, preciosos y brillantes, divertidos y estratosféricos. Magistral, portentoso, acojonante. Sólo por ese momento y por el "pour me rapprocher de Marie" mereció la pena la noche. Eso sí que fue un momento histórico. Con los años se recordará este espectáculo por Camarena. Y con toda justicia porque es una bestia parda, un portento y aunque el físico no le ayude tanto como a Flórez, sin duda el lugar que está adquiriendo como "portento revelación" es totalmente merecido. Asombroso.
Luego cenita por la zona con un vino rico. A los pocos días el recuerdo se ha diluido y queda el inmenso impacto de haber oído a Camarena y sus nueve notas como nueve soles.
martes, 30 de septiembre de 2014
Le nozze di Figaro. Teatro Real.
No había tenido ocasión de ver estas "Bodas" en sus anteriores pases por el Real. Esta era la primera vez que disfrutaba de esta apabullante obra del genio de los genios, esta vez junto con las sabidurías de Da Ponte y de Beaumarchais. Casi na. Así que no sé si por suerte o por desgracia, lo que recibí la noche del sábado me venía virgen. Las sensaciones eran novedosas.
Voy de uno en uno. Ivor Bolton. Si ya le faltó un poquito de brillo en su "Alceste" del año pasado, con Mozart se le ve el plumero bastante más. Le faltó brillo, picardía, un pellizquito más de complicidad. Es como si la partitura le gustara, pero le diera todavía algo de respeto. Parece que le da miedito y no se atreve a tirarse del todo. Aunque por otro lado le metió una caña al "Voi che sapete", que la pobre Elena Tsallagova casi muere cianótica perdida y se lo habían ventilado en dos minutitos escasos. Sin embargo se dejó tentar no sé si por la belleza del "Dove sono" o por las exigencias de la soprano, pero consiguió que casi nos durmiéramos de lo leeeennntooo que se lo puso a la mujer. Claro, así ella intentó cautivar al respetable, pero... me temo que no lo consiguió.
La dirección escénica de Emilio Sagi es correcta, quizá se mete en pocos berenjenales y se limita a presentar una obra a punto de ser comedia dell'arte. Puede que el tono excesivamente relajado, con coñas que funcionan, incluso con acciones cotidianas y ciertamente "naturales" le de un tono fresco pero le reste una vuelta de tuerca que esta obra necesita. La lucha de criados con amos, los celos como motor, el deseo, el engaño masculino y la sabiduría y capacidad de maquinación femenina... todo eso se pierde. No hay rastro de nada de eso. Y si le restas poder a los porqués, se queda en un simple vodevil . No podemos olvidar que la condesa es Rossina, que Fígaro es criado y cómplice, que el que traga traga pero pelea, el que pelea es por algo, el que se deja hacer lo hará también por algo y que si las mujeres son infinitamente más inteligentes y maquinadoras que los hombres, será con algún propósito. En fin, que todo el entramado psicológico se me quedó un poco desvaído entre tanto juego y cotidianidad natural.
Me gustó Luca Pisaroni como Almaviva, aunque resultara de una lascivia casi de peli de Landa. Me gustó Andreas Wolf, aunque quizá resultara demasiado simplón. Los secundarios cantaron bien todos, pero las protas... La Susanna de Sylvia Schwartz resultaba muy convincente como actriz. pero vocalmente su voz se perdía demasiado. Muy, muy pequeñita. Sin embargo la condesa, Sofia Soloviy no me gustó. A ver, su voz es... digamos... rara y muy, muy poco mozartiana. Y encima hace una cosa que yo no soporto y es que es lo que en Valladolid se llama "usmia". "Usmia", rata, agarrada, poco generosa. Ella canta a su manera (con sus vicios y sus cosas que los demás le permiten) siempre a su manera. Y si son arias vale, porque ella se explaya y se luce, pero en cuanto es un dúo, trío, cuarteto, etc... en cuanto puede ahorrarse una nota, se la ahorra. Vamos, que se veía claramente que en algunos momentos no cantaba, sólo movía los labios. Puede que haga eso para guardarse y no gastar voz en esos momentos y reservarla para cuando realmente se luce. Pues muy bien, pero yo como espectador quiero que lo de todo, que se entregue y que intente hacer de cada función una función única, como si no hubiera un mañana. Y eso de ahorrarse notas no me mola. Tampoco me gusta demasiado su languidez y su presencia escénica me resulta fofa, como sin nada en su interior. Lástima no haber visto a la maravillosa Anett Fritsch.
Lo que sí debo destacar por justicia es la impresionante escenografía de Daniel Bianco. Este artista evidentemente a estas alturas del mundo está claro que ha hecho de todo, con todo el mundo y en todas partes. Su capacidad artística es incuestionable y aquí se luce de forma brutal. Los dormitorios parecen sacados directamente de "El gatopardo" (otra referencia que aquí se pierde, el retroceso de la clase alta y el ascenso de la burguesía...) Algo hay de "El gatopardo" en "Le nozze..." a mi entender, y Daniel Bianco nos planta unos dormitorios absolutamente arrebatadores. Quizá el del primer acto resulte demasiado frío, pero le dan a la función una clase y una elegancia gigantescas. Bravo para el señor Bianco, sin duda, lo mejor de la noche.
Comienzo de temporada para mi gusto "salvado" por los pelos, y montaje que no sé cómo resultó en años anteriores, pero que ahora, en pleno 2014 no será recordado.
Voy de uno en uno. Ivor Bolton. Si ya le faltó un poquito de brillo en su "Alceste" del año pasado, con Mozart se le ve el plumero bastante más. Le faltó brillo, picardía, un pellizquito más de complicidad. Es como si la partitura le gustara, pero le diera todavía algo de respeto. Parece que le da miedito y no se atreve a tirarse del todo. Aunque por otro lado le metió una caña al "Voi che sapete", que la pobre Elena Tsallagova casi muere cianótica perdida y se lo habían ventilado en dos minutitos escasos. Sin embargo se dejó tentar no sé si por la belleza del "Dove sono" o por las exigencias de la soprano, pero consiguió que casi nos durmiéramos de lo leeeennntooo que se lo puso a la mujer. Claro, así ella intentó cautivar al respetable, pero... me temo que no lo consiguió.
La dirección escénica de Emilio Sagi es correcta, quizá se mete en pocos berenjenales y se limita a presentar una obra a punto de ser comedia dell'arte. Puede que el tono excesivamente relajado, con coñas que funcionan, incluso con acciones cotidianas y ciertamente "naturales" le de un tono fresco pero le reste una vuelta de tuerca que esta obra necesita. La lucha de criados con amos, los celos como motor, el deseo, el engaño masculino y la sabiduría y capacidad de maquinación femenina... todo eso se pierde. No hay rastro de nada de eso. Y si le restas poder a los porqués, se queda en un simple vodevil . No podemos olvidar que la condesa es Rossina, que Fígaro es criado y cómplice, que el que traga traga pero pelea, el que pelea es por algo, el que se deja hacer lo hará también por algo y que si las mujeres son infinitamente más inteligentes y maquinadoras que los hombres, será con algún propósito. En fin, que todo el entramado psicológico se me quedó un poco desvaído entre tanto juego y cotidianidad natural.
Me gustó Luca Pisaroni como Almaviva, aunque resultara de una lascivia casi de peli de Landa. Me gustó Andreas Wolf, aunque quizá resultara demasiado simplón. Los secundarios cantaron bien todos, pero las protas... La Susanna de Sylvia Schwartz resultaba muy convincente como actriz. pero vocalmente su voz se perdía demasiado. Muy, muy pequeñita. Sin embargo la condesa, Sofia Soloviy no me gustó. A ver, su voz es... digamos... rara y muy, muy poco mozartiana. Y encima hace una cosa que yo no soporto y es que es lo que en Valladolid se llama "usmia". "Usmia", rata, agarrada, poco generosa. Ella canta a su manera (con sus vicios y sus cosas que los demás le permiten) siempre a su manera. Y si son arias vale, porque ella se explaya y se luce, pero en cuanto es un dúo, trío, cuarteto, etc... en cuanto puede ahorrarse una nota, se la ahorra. Vamos, que se veía claramente que en algunos momentos no cantaba, sólo movía los labios. Puede que haga eso para guardarse y no gastar voz en esos momentos y reservarla para cuando realmente se luce. Pues muy bien, pero yo como espectador quiero que lo de todo, que se entregue y que intente hacer de cada función una función única, como si no hubiera un mañana. Y eso de ahorrarse notas no me mola. Tampoco me gusta demasiado su languidez y su presencia escénica me resulta fofa, como sin nada en su interior. Lástima no haber visto a la maravillosa Anett Fritsch.
Lo que sí debo destacar por justicia es la impresionante escenografía de Daniel Bianco. Este artista evidentemente a estas alturas del mundo está claro que ha hecho de todo, con todo el mundo y en todas partes. Su capacidad artística es incuestionable y aquí se luce de forma brutal. Los dormitorios parecen sacados directamente de "El gatopardo" (otra referencia que aquí se pierde, el retroceso de la clase alta y el ascenso de la burguesía...) Algo hay de "El gatopardo" en "Le nozze..." a mi entender, y Daniel Bianco nos planta unos dormitorios absolutamente arrebatadores. Quizá el del primer acto resulte demasiado frío, pero le dan a la función una clase y una elegancia gigantescas. Bravo para el señor Bianco, sin duda, lo mejor de la noche.
Comienzo de temporada para mi gusto "salvado" por los pelos, y montaje que no sé cómo resultó en años anteriores, pero que ahora, en pleno 2014 no será recordado.
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