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domingo, 11 de marzo de 2018

Aida

Tampoco hay que ponerse exquisitas, a ver, a todos nos mola ver una "Aida" así, mogollónica, fallera y tocha. Claro, ya de hacerla, hacerla a lo grande, no con tres figurantes, escenario vacío y todo conceptual. Bueno, igual también mola, pero está bien ver un espectáculo grandilocuente de vez en cuando. Y ya puestos, pues si recurres a un montaje ya probado, rodado y comprobado, el éxito lo tienes garantizado. Y yo que me alegro. Asó los miembros del patronato se pueden ir de cóctel  tranquilos sabiendo que lo han petado. A 250 nardos, eso sí, pero lo han petado.  
Claro que si en veinte años no se ha hecho ninguna otra "Aida" así chula, mal vamos.    




Muchísima gente en el escenario. Eso es de agradecer porque significa trabajo, cotizaciones y sueldo  para muchos cantantes, actores y bailarines. Es de ley reconocer que TODOS, bailarines y actores estuvieron entregadísimos y sobresalientes. BRAVO. Sin duda, lo mejor de la noche. 

Nicola Luisotti dirige la orquesta. Y según mi parecer, bien. Verdi suena  Verdi y la orquesta vuela entre enérgica y apasionada. Hay momentazos de exaltación adrenalínica que funcionan a la perfección. Aunque tuve la impresión de que en el "Celeste Aida" se recreaba demasiado. Me parecía como que Gregory Kunde iba un poco ahogado y quería darle más marchita y Luisotti no le hacía caso. Lo mismo me pareció en el "O patria mia". El coro sonó bien en los momentos más épicos, aunque la parte femenina estuvo algo deslavazada a ratos.   
Personalmente quizá habría evitado las proyecciones sobre el tul. En general no me gusta mucho que siga bajado durante toda la función, pero en ese caso, las proyecciones de ordenador son algo molestas, no es necesario que veamos la silueta de las palmeras o de las pirámides para saber dónde estamos. Además, la escenografía es lo bastante explícita como para no tener que necesitar de tanta proyección. 
La escenografía de Hugo de Ana es grandiosa. Pirámides, obeliscos, desierto, esfinges... todo lo que uno espera ver en Egipto. Aunque también es curioso ver que ya en esa época las esfinges estaban rotas y las pirámides medio derruidas. Pero bueno, también es un cliché que está admitido. Hasta Leontyne Price cantó junto a esfinges mochas. Pero también es verdad que el suelo parecía estar bastante machacado. ¿Será el mismo de hace 20 años?




El montaje en sí es impresionante y es lógico que funcione estupendamente. Tiene mérito, es lucido, grandioso y muy aparente. Y bueno. Pero para mi gusto adolece de una inexistente dirección de actores. No digo dirección escénica, porque todo el coro, los actores, bailarines y toda la parafernalia está muy bien movida. Pero en los momentos íntimos y en la dirección de actores yo noto fisuras importantes. 
Es lógico que haya que intentar que los cantantes canten de cara al público. De otra forma puede que se pierdan las voces y no se oigan bien en el teatro. Pero cantarse amores y delicadezas con los dos interfectos mirando al frente y sin dirigirse entre ellos una miradita cómplice se hace muy cuesta arriba. Daba la impresión de que Hugo de Ana lo había dado todo con los mogollones y a los pobres solistas les había marcado arrodillarse y levantarse, arrodillarse y levantarse y así todo el rato. Ah, y tirar de los vendajes esos que parecían simbolizar las ataduras del poder.
Vocalmente el elenco en general es bastante compacto. Todas las voces son voces de calidad y la media es bastante más alta que la que a veces escuchamos. La agencia esta vez ha mandado a gente más equilibrada. 




Pero interpretativamente es como si cada uno navegara a su bola, guiándose por la capacidad y experiencia de cada uno. Por eso Violeta Urmana domina el escenario mejor que nadie. Es capaz de sostener la escena del juicio ella solita en escena. Con gestos afectados y tal, sí, pero lo domina. Y convence. Gregory Kunde va y viene y a ratos está más centrado. Vocalmente le noté como un velo todo el rato. Llegar llega y da las notas con poderío y maestría, pero le falta algo de implicación y de limpieza en su timbre.  George Gagnidze  cantó un Amonasro justito vocalmente y totalmente errático en escena. Su dúo con Aida fue realmente dantesco. Ni una mirada, ni una reacción a lo que el otro decía, ni una gesto de vergüenza, de pudor, de valentía, de orgullo, de poder, de algo.
Y Liudmyla Monsatyrska cantó bien (aunque escatimó agudos de esos que lucen tanto) con una voz algo aburrida, monótona y no muy brillante para este rol. Pero como actriz hay yo personalmente le doy un suspenso. Ya el "Ritorna vincitor" fue terrible. Vocalmente no, lo cantó de forma correcta, esquivando los graves que no tiene y salvando los agudos. Pero si la mirabas, no sentía absolutamente nada. No había diferencia entre el amor y el deber. Cantaba igual a su padre y a su país que a su amado. Nada, ni la más mínima emoción. Todo igual. Algo más entregada estuvo en el "O patria mia", pero vamos, poco. Como actriz demostró que ni roza la emoción, no se implica ni busca nada que justifique las notas que canta ni las palabras que dice. Sí, la partitura la da, la canta y no la canta mal. Pero emociona cero y se deja inundar por lo que pasa menos cero. Sólo mantuvo algo de emoción en le dúo final, donde la cercanía de la muerte justifique ella sola la quietud y la inmovilidad. Pero porque lo da la situación, no porque ella lo consiga por méritos propios. 




En resumen, un espectáculo grandioso, que espero que llene el teatro (incluso con los precios del Real, siempre tan.. populares) que merece la pena. Yo me lo pasé pipa, la verdad. Un poquito de cartón piedra y clasicismo a veces no está mal. Ya de ver "Aida", lo suyo es verla así. Grandísimo trabajo de bailarines y actores con papeles pequeños. Muy bien la orquesta y el coro. Buena dirección musical, buen trabajo de luces, vestuario y escenografía y dirección de actores nula. Elenco vocalmente sólido y actoralmente muy, pero que muy desigual, salvando cada uno sus muebles a base de profesionalidad. 

Lo van a petar. Fijo. Y me alegro. Ver un teatro lleno siempre mola. Uno privado con una pequeña participación estatal también.    


Fotacas de Javier del Real, fabulosas. 
     

viernes, 4 de noviembre de 2016

Norma. Teatro Real.

Yo como espectador soy muy, pero que muy egoísta. Y si pago un pastizal ya ni te cuento.
En la representación de "Norma" que vi el otro día, anunciaron por megafonía que María Agresta tenía gripe pero que aún así cantaría. Claro, yo hay una cosa que no entiendo; si está mala y no puede cantar, que no cante. Qué se le va a hacer. Y si sale a cantar, que cante. Y que cante bien. Me importan tres pepinos si está mala, buena o regu. O es que el anuncio ese de megafonía es par cubrirse las espaldas y en realidad quieren decir: "si canta mal es porque tiene gripe". Pues qué quieres que te diga, me parece mal. Si yo pago una entrada es para ver el espectáculo en condiciones, y si un cantante tiene gripe y canta mal, me joderá y pediré que me devuelvan el dinero porque me habrán estafado. Quiero decir, yo, como espectador espero que los cantantes se dejen la piel, porque aunque para ellos sea un función más, para mí es única y exijo que lo den todo. Afortunadamente ni la sangre llegó al río, ni la gripe al desastre. Cantó.
Lo de que haga no sé cuántos años que no se representa "Norma" en el Real es de delito, pero así es. Claro que este montaje en concreto no creo que pase a la Historia de la Ópera. Ni del Teatro.



Empezaré aclarando que me ha gustado. Me lo he pasado bien, he disfrutado y me ha molado ver "Norma" en el Real. Voy con los contras y con los pros.
Roberto Abbado no sacó el mejor sonido de la orquesta del Real. Esta orquesta suele gustarme y casi siempre está acertada y cuando suena bien, suena de maravilla. No ha sido esta una de esas ocasiones. Según mi humilde criterio, Bellini es Bellini y los sonidos deben ser otros mucho más líricos, mas dulces, más suaves y delicados que los que oímos el otro día. Parecía más Verdi que Bellini. Esta es una apreciación personal. Había mucho "jaleo", sonaba todo muy potente y poderoso y para mi gusto esta obra debe sonar de otra forma, con otra potencia y otra finalidad. Hasta los momentos más potentorros deberían sonar con un poso más delicado. Paradójico, sí, pero yo soy así.
La puesta en escena de David Livermore es un poco como sacada de Port Aventura. Si la cueva aquella de "Lohengrin" ya era digan del "Un, dos, tres", este bosque es puro despiporre. Los tubos luminosos anuncian una estética futurista que luego no se da, sino mas bien un híbrido entre "El señor de los anillos" y "Cristal oscuro". El árbol, aunque socorrido y vistoso, era poco útil para las pobres cantantes. El vestuario de Mariana Fracasso es feo y desajustado. Ellos, los romanos, van de romanos, sí. De romanos de "Asterix". Pero los druidas parecen vestidos por su peor enemigo. Y las pelucas ni te cuento. El pobre Oroveso parecía más el "Dr. Zaius" que un druida poderoso y respetable.  Y Norma, la pobre iba horrorosa. Adalgisa era la única que iba vestida más de sacerdotisa virginal. Supongo que por si no nos dábamos cuenta de que Norma es buena, pero es mala, pero es buena. Por eso va de oscuro. Y Adalgisa de blanco porque es pura y buena siempre. Un despropósito, vamos. Pero en el fondo con su gracia. Quiero decir, que aparte de la peluca de Norma que no hay quien la salve, el resto resultaba hasta gracioso y bizarro y a mí la bizarría y lo trash, me tiran. Los vídeos eran reiterativos y bastante horteras. Y evidentemente no tenían nada que ver con Bill Viola. Las luces de Antonio Castro estuvieron bien y el oscurecer los "apartes" resultaba una solución básica pero acertada. De los relámpagos mejor ni hablar. Sacados del "World of warcraft".
Aparte de esos aspectos bizarros y discutibles de escenografía, vestuario, pelucas y vídeos, hay que decir que la dirección de actores brillaba por su ausencia. Cada uno parecía hacer lo que buenamente podía o sabía y las carencias de cada uno se multiplicaban. Eso sí, los espasmos del niño eran inenarrables.



Fernando Radó cantó bien el breve papel de Oroveso, aunque parecía preocupado porque no se le cayera el pelucón y estuvo estático. Gregory Kunde cantó bien el Pollione aunque su voz iba y venía a sitios distintos y con distinto resultado. En las notas medias cambia de sitio la voz y a veces resulta algo desconcertante. Actoralmente también resultó algo errático y estático.  Karine Deshayes cantó muy bien, aunque a ratos un pelín opaca. Buena actriz, aunque quizá algo exagerada, pero claro, dado el nivel de estatismo de los demás, quizá eso hacia que pareciera excesiva. Buena y merecida ovación.



María Agresta empezó asustada, supongo que midiendo su instrumento. Al ver que respondía y que llegaba bien, se empezó a relajar, pero ya había pasado el "Casta Diva". Vocalmente fallaba en los graves, las notas altas las daba con cierta agresividad y la zona media extraña. Como cuando María Guleghina se reinventó aquella voz rara en las Turandot de 2008 y 2009. Ese aspecto como de bocina estridente es un poco el tipo de sonido que sacaba la Agresta en la zona media. Bueno, esto es un poco exagerado, pero algo de eso había. El "mira o Norma" lo mejor de la noche, sin duda. En definitiva sacó adelante el rol con una voz que iba de un lado para otro pero que no le falló. Dio todas las notas, agudos incluidos y vocalmente aguantó yendo y viniendo de sonidos más naturales a sonido inventados. Eso sí, como actriz no hizo absolutamente nada. No le dio el más mínimo matiz al personaje. Por supuesto ni se movió. Sólo subió y bajó del árbol cuando le habían marcado y ya. El resto, con los brazos colgando y sin moverse, ni reaccionar, ni escuchar, ni sentir, ni repercutir. Psicológicamente el papel fue nulo. Ni una duda, ni un giro, ni un pensamiento, ni una contradicción, ni una transición, ni una diferencia entre los momentos de ira, de celos, de poderío, de amor, de dulzura, de niñez, de maternidad, de despecho. Nada, todo igual. Y en un personaje tan complejo como Norma, o justificas y buscas cierta verdad en lo que cantas o si no queda un personaje vacío y por tanto inexplicable y nada empático.



Entiendo que la mujer estaba griposa y es una putada que te pase eso en plenas representaciones, pero insisto en que yo, como espectador soy egoísta y quiero que me den lo mejor. Lo que no termino de tener claro es si esa falta de trabajo actoral se debía a su estado físico o si es responsabilidad de Livermore. Viendo cómo funcionaba todo, me inclino a pensar más en la segunda opción.
En cualquier caso, mola ver "Norma" en el Real. Y a pesar de todas las bizarrías me lo pasé pipa y disfruté de un espectáculo exagerado, muy colorido y gracioso a rabiar. Claro que definir un Bellini como "gracioso" no deja de ser preocupante.          

domingo, 25 de septiembre de 2016

Otello. Teatro Real.

Comienza la temporada en el Real con un grandioso Verdi lleno de pasiones, arrebatos, celos, muerte, amor y torbellinos. Pasión y vigor que no terminan de aparecer en el escenario. 
Vayamos por partes. 



La escenografía de Jon Morell no me gustó demasiado. Cumple su función en el primer acto, cuando cobija el pueblo y las escenas en exteriores. Pero funciona peor cuando se trata de interiores. El dormitorio y base de operaciones del matrimonio protagonista creo que necesita más calor, más intimidad, una buena cama y la cercanía de un dormitorio. En general, la escenografía se quedaba fría e impersonal salvo en el primer acto. Lo de ver a la pobre Desdémona durmiendo ahí arrinconada junto a un muro... 
Las luces de Adam Silverman tenían un par de momentos interesantes, con las sombras proyectadas en los muros y esas figuras inquietantes avanzando. Pero por lo demás, dejaban demasiadas zonas oscuras. Oscuras no, sucias, mal iluminadas, oscuras pero no en sombra sino oscuras, vacías de luz. 
Los figurines de Jon Morell tampoco es que fueran especialmente potentes. Suenas un poco a ropas ya usadas. es como si hubieran entrado en la sastrería del Real y hubieran escogido ropas de otras funciones. Ni el pañuelo era especialmente llamativo o identificable ni los personajes tenían reflejado en sus ropas ningún aspecto de su personalidad. Otello podía haber sido más Otello y Desdémona más Desdémona. 
La dirección escénica de David Alden es tan lógica y tan previsible que no aporta ninguna pasión. Personajes deambulando, apareciendo porque sí cuando se les nombra y buscando más la foto fija que una naturalidad aunque sea medianamente impostada. Si "Alcina" era fría e impersonal, este arrebatado "Otello" es falto de pasión y de hormonas. En definitiva Otello es una historia sobre violencia de género y si casi no hay violencia (ni siquiera latente o potencial) y hay poco género... Shakespeare tiene alguna obra bastante desconcertante. Si "La fierecilla domada" habla de un señor que consigue amaestrar a un chica independiente y libre a hostia limpia, "Otelo" es la historia de un tarado manipulado por otro tarado y que enferma de celos hasta convertirse en un asesino de género. De héroe tiene poco. En fin, que tiene que haber muuuucha tensión, muuuucha violencia soterrada y muuuucho terror por debajo. Y de eso había más bien poco.  
La batuta del maestro Renato Palumbo sí estuvo a la altura de Verdi. Tras un primer acto vigoroso y potente ralentizó la batuta y le quitó peso para pasar a los momentos más dramáticamente potentorros. Dúos bien medidos y arias respetuosas. Llevó por muy buen camino a la orquesta del Real y permitió que los artistas se lucieran. Evidentemente le plato fuerte sobre todo musicalmente fue el comienzo del acto cuarto. El coro del Real también tuvo ocasión de lucirse como en ellos es habitual. 



Gregory Kunde cantó de maravilla. Aunque tenía un toque rasposo en alguna nota media, subía y bajaba alegremente y aunque la pasión como ya he dicho no es que inundase el escenario, se le veía suelto en su personaje, al que conoce a la perfección. Vocalmente se lució cuando tuvo ocasión y escénicamente estuvo bien, aunque quizá un poco frío. Había veces en que las cosas pasaban porque tenían que pasar, no porque realmente estuvieran sucediendo.
George Petean, quizá por la caña que le han dado, estuvo muy bien. Vocalmente llegó bien a todo y lució bastante más voz y empaque que en los "Puritani" del año pasado. Pelín ahogado en las notas más bajas pero con buena textura en toda la representación. Quizá en algún momento salía así como con cara de "malote", pero en general cantó y actuó bien.   
Ermonela Jaho, la cantante albanesa cantó bien su grandiosa parte del acto cuarto. Sinceramente, me parece que es una cantante un poco sobrevalorada. A ver, canta bien y tiene buenos agudos. Graves no tanto. Una voz ágil y unos pianos infinitos. Pero ni tiene un timbre especialmente bello ni personal. Para mi gusto abusa bastante de esos pianos. Quedan muy chulos en muchos momentos, dan un lirismo precioso, te hacen levantarte en el asiento pero sería mejor si fueran un recurso, no una forma de cantar. Es imposible que todo el papel de Desdémona lo cante con esa proliferación de pianísimos. En ciertos momentos, guay, pero no todo el rato. En el aria del acto cuarto quedaban preciosos y en el "Ave María" ni te cuento, pero... ya. Ermonela, mide, dosifica. Porque voz tiene. Y cuando la suelta y saca chorro, tiene chorro. Luego hay otra cosa que me pasa con ella y esto sí que es una cuestión de puro y simple gusto personal (bueno, como todo) y es que no me gusta que cante tooooodo el rato con la cabeza ladeada. Es como si tuviera un imán en el hombro y un trozo de metal en la oreja. Estuvo casi toda la función, sobre todo al cantar, con la cabeza ladeada. Supongo que quizá sea un tic que le de a ella la sensación de que le facilita cantar. Hay otras cantantes que hacen lo mismo como Amarilli Nizza o Barbara Frittoli. Confieso que es un gesto que me pone muy nervioso porque no creo que ayude a nadie a emitir mejor, sino al contrario. Cuanto más tuerzas la cabeza, más estrangularás la garganta. En fin, imagino que son vicios pero a mí no me gustan nada. Cierto que da un aire de dulzura monísimo a veces, pero como con todo, el abuso hace que pierda fuerza. El "Ave María" sin embargo lo cantó con el gesto y la mirada fijos y ganó mil puntos en expresividad. Ermonela Jaho es una estrella mundial, así que evidentemente el problema es mío, no de ella.  
El resto del reparto cantó bien.    



En definitiva la sensación que saqué fue que el montaje es correcto, bien hecho, con todo correctamente en su sitio, con un gran Kunde, un buen Petean y una buena Ermonela. Pero sin mucha emoción. Es de eso montajes correctos, bien, limpios y que dentro de un tiempo será poco recordable.

martes, 19 de julio de 2016

I puritani. Teatro Real.

I puritani (di Scozia) es una obra poco representada. Lógico. Dramáticamente tiene una estructura básica, avanza muy poco y la acción se reduce a una anécdota alargada demasiado con muy poca progresión dramática. El principal atractivo es la partitura bellísima de Bellini y un posible elenco con voces dedicadas al lucimiento. En esta ocasión, el plomo se salvó gracias a las notas de Bellini, la escenografía de Bianco y a las voces de Damrau y Camarena. Punto. 




El trabajo de Evelino Pidó es correcto. Es cierto que la expresividad de esta obra es bastante lineal y no tiene momentazos de esos de volar. Salvo las arias famosas y el dúo del tercer acto, el resto de la obra no tiene demasiado nervio, es bel canto y ya. Pero de ahí a ralentizar como lo hacía determinados momentos (casi todos) para buscar la belleza en CADA nota era un poco demasiado. Y luego, sin embargo en otros que podrían regalar un mayor lucimiento a los cantantes, metía un poco el turbo o al menos no daba el tiempo que podría haber regalado a los solistas.
El coro sonó también correcto y en ciertos momentos hasta un poco apagado, sombrío, oscuro. No por personalidad sino por energía. 

La dirección escénica d mi admirado Emilio Sagi tampoco es el plato fuerte. Es más, creo que en esta obra en la que el bel canto prima y en la que no hay casi ninguna progresión dramática ni en la acción ni en le texto ni en las emociones, si no le metes una dirección un poco vigorosa, no ayudas mucho a que eso levante el vuelo. Todo el segundo acto por ejemplo, con Giorgio y Riccardo casi inmóviles, sentados o moviéndose poco por ese maravillosos escenario no beneficia en nada al poderío de la puesta en escena. A ver, dramáticamente la obra es pobre, no ocurre gran cosa, hay mucha locura, eso sí y grandes arias, pero la anécdota aparte de claramente incomprensible es alargada hasta el infinito. Si no le das una puesta en escena sólida, vitamínica y energética, entonces lo dejas todo en manos de la música y los cantantes. La música es maravillosa y preciosísima de la muerte, sí. Y los cantantes...




La escenografía del maestro Viscon... digo, Daniel Bianco es sencillamente preciosa. El salón polivalente, espejado y cubierto de esa especie de nieve es de una belleza abrumadora. El espacio que se resquebraja para que aparezcan los bustos acusadores del pecado y de la masa acojonante es bestial. Y esas lámparas que iluminan u oscurecen las almas atormentadas de los personajes, un hallazgo visualmente potentísimo y hermoso como un anochecer entre las montañas. Otro alarde del mago del equilibrio y del sentido elevado, emocional, emotivo y decadente del espacio y sobre todo del aire.      

Yo tuve la suerte de oír y ver a Javier Camarena ya a Diana Damrau. La suerte digo porque me moría de ganas de disfrutar de la Damrau. Y Camarena... es Camarena. 




La Damrau vale que no está en su mejor momento, pero es la Damrau. Canta como san dios y escénicamente a mí me parece un actrizón. Cada gesto nace en un momento y por algo, escucha y reacciona perfectamente y cada gesto, movimiento, respiración, carrerita y saltito que pega son coherentes, lógicos y exactos. Como actriz no le puedo poner ni una pega. Únicamente quizá que en vez de estar al nueve, podría bajar al siete, seguiría con toda su teoría igual de perfecta, seguiría siendo amorosa y enamorable, seguiría encandilando al mundo entero, pero no parecería pelín sobreactuada. Vocalmente se ahorró los agudazos del "vienni fra queste braccia" y aunque tenía una zona media grandiosa, unos agudos firmes y preciosos y unos graves potentes y redondos, algo se notaba en su voz como de..."algo falta". Pero maravillosa. 
Camarena es Camarena. No sólo no escatima agudos sino que quizá se pase y meta incluso demasiados. Un par de ellos durante toda la función, tres, cuatro... vale. ¿Pero más? Como cualquier recurso, a base de repetirlo pierde fuerza. Y no sé si esperaba ovaciones abrumadoras que le llevaran a visar algún aria o qué, pero quizá se pasó de agudos. ¡¡¡Y mira que me gusta a mí un agudo!!! Peor vamos, impecable. Vocalmente impecable. Escénicamente sigue algo rígido y a ratos pierde la articulación de las rodillas, algo que no soporto en un cantante. Pero es asombroso y un gustazo oírle cantar. 
No así George Petean, que cantó un Riccardo justito, un pelín desafinado a ratos y con una voz algo pequeña. Y el marido de la diva... flojito flojito. Nicolás Testé cantó regulero con muy poquita voz y fijo que de la fila 9 patrás, se le oía con dificultad. Peeero, es lo que hay.    




Cuatro nombres que convierten en preciosa y muy emotiva una noche que prometía ser plúmbea. Vincenzo Bellini, Diana Damrau, Javier Camarena y Daniel Bianco. 
Fin de temporada justo, bien, correcto, con cosas muy buenas, como el trabajo de los dos cantantes y de Bianco y un resultado general  no muy energético. No por que el montaje sea malo, que no lo es, es muuuy bueno, sino porque la obra, teatralmente y dramáticamente no da para mucho más. Pero bien, vamos, que yo aplaudí como un loco a mi Diana y a mi Javi.   

domingo, 28 de febrero de 2016

La prohibición de amar. Teatro Real.

Ir a ver una ópera escrita por un chaval de 21 años despierta curiosidad. Si este chaval es Wagner, ya ni te cuento. Y si es en el Real, que mira que es chulo, pues ya se caga la perra. Y allá que fuimos. Chica, y qué bien me lo pasé. Divertidísima.

Musicalmente no es que sea una maravilla, pero tiene sus momentos. El dúo de monjas, el aria de Mariana, algunos momentos sueltos, los coros, ahí se ven destellos del gran Wagner, incluyendo ya Tannhauser. Ivor Bolton sabe sacar provecho de la orquesta, que pese a sonar algo deslavazada en la obertura, poco a poco fue ganando peso y acabó sonando maravillosamente bien.




Kasper Holten se encargaba de la dirección de escena. Cuando uno decide ponerse al mando de un proyecto, lo primero debe tener claro lo que va a contar y luego tiene que decidir de entre las muchas formas de contarlo, cómo va a querer hacerlo. Eso es responsabilidad única y exclusiva del director y él es quien decide. Holten ha decidido tirar por el lado de la comedia, de la comedia gruesa además. Y la verdad es que es un acierto. A ver, si sigues el libreto tal cual, todo lo que se dice podría haber sido superserio y trascendente. Pero no, esas mismas palabras con un envoltorio jocoso como este que han elegido funciona de maravilla. Y teniendo en cuenta que la partitura no es gloriosa, ni redonda ni demasiado pulida a veces, el tirar por este lado frívolo y llamativo ayuda mucho a que pases un buen rato. Esa misma partitura hecha de forma densa, queriendo buscar solemnidad habría sido un quiero y no puedo. Por eso los SMS, las proyecciones, la escenografía, los brillis, el vestuario, los neones y las escaleras vodevilescas son todo un acierto. Bueno, ya desde la obertura, con la cara de Wagner haciendo muecas, jeje.
Si el envoltorio estético funcionaba bien (hablo siempre según mi gusto particular) el reparto vocal e interpretativo fue bastante más desigual. Vimos al segundo reparto.  
Leigh Melrose fue sin duda de lo mejor de la noche. Su Friedrich fue asqueroso ,divertido, patético, calentorro y babosón. Cantó bien y completó el empaque de su creación con una grandísima actuación. Si Melrose cantó bien, quien brilló más que nadie fue Martin Winkler, que cantó con un vozarrón increíble el Brighella y además demostró ser un pedazo de actor con mil recursos. Grandísimo actor que se expresa cantando, y cantando de maravilla. Bravo.




María Miró cantó también de maravilla. Su preciosa aria fue uno de los momentazos de la noche y aunque comenzó graciosa y pizpireta, se fue enfriando y terminó algo sosa como actriz. Sonja Gornik era Isabella, y a pesar de que por su aspecto pareciera una novicia de fe tardía, cantó realmente bien. Su madre superi... digo su novicia inocente resultaba brusca y dominanta pero cantaba que daba gusto aunque con un timbre algo monótono. María Hinojosa cantó bajito, con poca voz y daba la sensación de que sólo movía los labios cuando había un poco de follón y estaba cubierta. Sólo cantó un poco más y mejor en su escena. Peter Bronder tiene una voz que no me gusta nada y su forma de cantar tampoco. No puedo decir que estuviera mal, pero no me gustó nada de nada. Y el tenor Mikheil Sheshaberidze cantó un Claudio realmente desafortunado. Digamos simplemente que no dio una nota en su sitio. Aparte de que como actor... ni de lejos. Es de esos cantantes que en cuanto empiezan a cantar pierden la articulación de la rodilla y de  cadera para abajo tiene dos palos que van moviendo como si fueran zancos. Inenarrable. 
Así que resumiendo, divertidísimo montaje con una puesta en escena ágil y muy positiva, buena batuta y unos cantantes... desiguales pero interesantes, con un par de ellos magistrales. No te lo pierdas.    

domingo, 31 de enero de 2016

La flauta mágica. Teatro Real.

De pequeño, recuerdo que en Valladolid, en la feria, ponían todos los años una caseta en la que por los altavoces anunciaban a gritos "la mujer cordero, la mujer corderoooo". Mis padres nunca me dejaron entrar, lógico, pero con el tiempo supe que aquello que anunciaban como un fenómeno de la naturaleza en realidad era una especie de escalera en la que había un pellejo de oveja espatarrao y un agujero por donde asomaba la cabeza de una mujer con una capucha de peluche. Pues algo así resultaba la pobre Reina de la Noche subida a la plataforma esa y con el cuerpo de la araña rodeando su cabeza. 



La ópera para mi forma de entenderla, es teatro cantado. Teatro, tres dimensiones, fondo, profundidad, planos, espacio, aire, en fin, espacio escénico. La flauta del Real es una proyección bien cantada. Pero es una peli.. No, mejor dicho, es teatro en dos dimensiones. La proyección sobre una pantalla blanca de imágenes deja a los intérpretes limitados a moverse de derecha a izquierda y los dibujitos, de arriba a abajo. Limitar tantísimo el movimiento escénico es empobrecerlo. Vale que lo que vemos es muy mono y queda cachondo a veces, pero es cargarse la esencia del teatro. Reducirlo a dos dimensiones es restar. Insisto, el resultado es chulo, es mono de ver, y resulta curioso ver a la Reina de la noche convertida en una araña gigante. De otra forma sería casi imposible, aunque... la araña del "Roberto Devereux" funcionó muy bien. Pero bueno.    
La expresividad de los actores/cantantes queda reducida a casi nada. Salen, se ponen en la marca, cantan expresando casi únicamente con la cara e interactúan poco entre ellos. Normal, no pueden. Queda monísimo ver cómo justo cuando levantan un dedo, sale volando un pajarito de dibujos. Sí, muy mono. Pero ya. Vamos, que si nos ponemos finos finos... llamar "dirección de escena" a ese trabajo... Quizá debería ser "diseño visual" o "animación" o "concepto visual". No sé. 



Luego no hay que olvidar que "La flauta" es un singspiel y talar directamente los diálogos y dejarlos en unos carteles de cine mudo producen efectos como que las apariciones de la Reina son inexplicables y no sabes qué pinta ahí ni qué quiere. Y por supuesto aniquila la búsqueda Papageno de una mujer. Sus "encuentros" con la anciana son vitales. No sé, pero reducir esos momentos hablados a carteles es como querer convertir todo en una peli de cine mudo. Peeero si fuera cine mudo, ¿por qué cantan los intérpretes? ¿No deberían actuar sólo gesticulando como en una peli muda mientras los cantantes cantan fuera del escenario? Además, acompañar esos carteles escuetos con un piano amplificado por altavoces como que tampoco procede.   

Bueno, creo que está claro que estéticamente no me gustó mucho esta producción. Es mono de ver, y divertido y curioso (aunque si ya has visto cosas de 1927 no te llama tanto la atención, pero bueno) pero ya. 
Ivor Bolton me da que había quedado para cenar porque metió una caña que ni te cuento. Tras una obertura caótica y bastante atropellada y monótona metió el turbo y literalmente se cargó desde el "Dies bildnis" al  "O zittre nicht" pasando por el bellísimo "Der, welcher wandert..." . Los pobres cantaban todo a toda leche y la único que consiguió salirse con la suya y domar a la orquesta fue Sophie Bevan en el famoso "Ach, ich fühl's", un prodigio de belleza y sutileza. Batuta monótona, sin brillo ni la alegría y el pellizco que pide Mozart en unos momentos ni el lirismo y profundidad que pide en otros. 



Vocalmente fue otra historia. Joel Prieto cantó como los ángeles. Tiene un timbre precioso y es un gran actor. Cantó precioso y pese a las limitaciones interpretativas que sufría por la "puesta en escena", transmitió gran poderío y una solidez brutales. Sophie Bevan tiene mucha voz, muchísima. Un timbre chulo aunque para mi gusto, no muy mozartiano. Pero cantó de maravilla, precioso y es muy buena actriz. Eso sí, en la escena del suicidio quizá cantó demasiado. Para mi gusto, es un cuarteto y pareció más un trío mas una solista. Joan Martín-Royo fabuloso. Además de cantar de forma sencillamente perfecta, es un gran actor y dio vida a un Buster Keaton apagado, tristón y superviviente. Magistral. Chistof Fischesser cantó bien toda la parte media, pero las notas más graves y peligrosas no consiguió darlas y tuvo algún problema de emisión (y lo vi desde la fila 5, ni te cuento desde la fila 12 o desde arriba). Bien las tres damas y los niños. Mikeldi Atxalandabaso cantó de maravilla el Monostatos, lleno de expresividad y maldad y con una voz apropiadísima y muy, muy chula. Aunque claro, escuchar cómo se habla de su "piel negra" cuando va disfrazado de Nosferatu...Pero vamos, él fabuloso. Ana Durlovski dio todas las notas. Y las dio de forma sólida y solvente, es evidente que no tiene problemas con la coloratura. Pero cantó bajito, con muy poca proyección. Canta bien, muy bien, pero muy bajito. Y ella además si que no movió ni un músculo. Airam Hernández y David Sánchez estuvieron maravillosos como los hombres armados. Su breve y bellísima intervención fue uno de los momentos más vibrantes y mágicos de la noche. 



En resumen, una producción vistosa y que conecta de maravilla con el público. Quizá como ya conocía el trabajo de 1927 a mí no me convenció y sinceramente creo que reducir el juego escénico a dos dimensiones lo que hace es restar en vez de sumar. Utilizar a Buster Keaton, a Nosferatu, al Dr. Caligari, a Louise Brooks y... a no se sabe quién más es como siempre, una opción aunque para mi gusto es simplemente vistosa y poco coherente. Sólo sale ganando Papageno, porque el personaje parece tener una expresividad más lógica. Vocalmente fue de un nivel muy, muy alto con algún elemento regulero, pero en general es un buen espectáculo. Sólo bueno, aunque triunfe y lleve años triunfando. Pero es porque visualmente es llamativo. Enhorabuena a los cantantes.  
Otra cosa; ¿por qué la flauta mágica es un hada tipo Campanilla?    

sábado, 12 de diciembre de 2015

Rigoletto. Teatro Real

Hay figuras, seres, fenómenos, extraterrestres que por sí solos consiguen eclipsar todo lo que hay a su alrededor. Y mejor aún, logran que su sola presencia valga la pena. Y no solo que valga la pena, sino que convierta una noche en única, en acontecimiento histórico.  
Eso pasa con Leo Nucci. Canta Rigoletto en el Real. Como pa no ir. Pues claro, perdiendo el culo. Y parece que no existe nada hasta que él aparece en escena. Hombre, sí te has dado cuenta de que al Duque de Mantua no se le oye desde la fila 5. Sí te has dado cuenta de que los actores que trabajan de figuración son eso, actores y lo están dando todo. Y si te has dado cuenta de que esa escenografía es fea. Que ese muro es oscuro y mortecino. Y coño, ya bastante duro y depresivo es el libreto como para encima enmarronarlo. Según mi gusto personal, le habría ido de maravilla haber empezado con más brillo, más color, más luz en ese arranque para luego ir hacia lo tenebroso. Pero empezar ya en marrón y en mortecino... casi te dan ganas de cortarte las venas. Pero bueno. Lo que importa es que cuando aparece de entre las sombras ese ser que a sus 73 años abre la boca y es una lección... se olvidan los males. Menos para Stephen Costello, supongo, pero bueno. De donde no hay, no se puede sacar.



Este Rigoletto es Leo Nucci. Y no hay más. Vocalmente parece que nunca ha estado mejor. Cada nota es un prodigio, una lección, un mandamiento. Y conoce el personaje tan, pero tan bien y tan profundamente, que no se le escapa ni un gesto, ni una sonrisa, ni un requiebro. Él es la función. Y lo demás da igual. repito, da igual la escenografía tenebrista y tenebrosa, da igual que esté tan potenciado el lado oscuro (que incluso se carga el dúo Mantua/Gilda). Da igual que Stephen Costello cante todas las notas perfectas, en su sitio, pero con una vocecilla pequeñita y sin el más mínimo rastro de interpretación. No llega a ser de esos tenores que no tiene articulación en las rodillas y van con las piernas tiesas, pero casi. Es un actor nulo, invisible. No es actor. Olga Peretyatko para mi gusto cantó de maravilla, no escatimó ni un agudo de esos que tanto nos gustan y aunque tiene una cierta tendencia a la estridencia en algunos momentos y aunque su aspecto y expresividad es algo añeja y naftalínica, funciona y canta bien y bonito. Y ella que de tonta no tiene un pelo, sabe que un bis del "Si, vendetta" con Nucci en el Real es SU gran momento también, lo da todo y nos regala un dúo MAGISTRAL, de pelos de punta. Andrea Mastroni fabuloso Sparafucile, gran voz y buen actor. El resto correcto, bien muy bien. Pero es que yo lo siento, pero estando Nucci... lo demás no importa. O sí, pero vamos, que bien. Pero claro. 



En serio, Olga Peretyatko  fantástica, Mastroni también. Y Justina Grinagyte está maravillosa como Maddalena. Una voz preciosa y una muy buena actriz. Los actores, fantásticos, sobre todo Marta Matute, que aguanta el tipo en medio de ese jari como una gran actriz, que es lo que es.
Nicola Luisotti a mi parecer manejó bien a la orquesta pero no sacó el brillo necesario. Todo sonaba también algo apagadillo y como falto de luz. Pero bueno, en el fondo nada de eso importa. La producción puede ser mejor o peor, más o menos acertada o ingeniosa. Estando Leo Nucci en el escenario, el resto... es silencio. 

domingo, 31 de mayo de 2015

Fidelio. Teatro Real.

Lo primero, así de entrada es avisar de que yo disfruté como un enano y me lo pasé pipa anoche en el Real. Ahora entro en detalles, pero primero voy a contar un detalle pal que no lo sepa. Lo de la famosa Leonore nº 3. 
Al parecer fue Mahler el que puso de moda lo de tocar la obertura Leonore nº 3 al final de la primera escena del acto segundo. Se supone que era para hacer tiempo mientras cambiaban los decorados para la siguiente escena. La verdad es que un cuarto de hora de música en ese momento, cuando casi ha terminado todo y sólo faltan diez minutillos escasos para que caiga el telón... es un poco raruno, pero si lo dice Mahler, ya está, punto redondo.
Pero anoche lo que decidió Haenchen fue tocar otra cosa. Tocaron los dos últimos movimientos de la quinta Sinfonía. ¿Por qué? Pues vaya usted  saber, será que al hombre le gustan. Menos mal que no le dio por tocar la obertura de Tannhäuser, porque habría sido todavía más raruno. Pero bueno, la verdad y siendo sinceros, orquestalmente fue el mejor momento de la noche. La orquesta sonó muy bien ya desde la obertura, y salvo algún momento de indecisión, estuvo a la altura todo el tiempo, alcanzando aquí su cima. También es verdad que era el momento de mayor lucimiento y en una partitura más trillada. Lo que quizá faltara durante toda la representación fuera un poco de cuerpo. Quiero decir que sonó brillante, con brío, con profundidad, pero le faltó algo de peso en la zona tenebrosa. Cuerpo, tumba, oscuridad... 



Vocalmente estuvo muy bien todo el elenco. Quizá Michael König estuvo más justito, pero dramáticamente, pese a no parecer un preso a punto de morir famélico, resolvió bien. El resto del elenco, muy, pero que muy bien. Destaco, pero por amor personal, a Anett Fritsch. Siempre que la he oído ha estado fabulosa y anoche también, con un dominio vocal acojonante, aparte de un timbre bellísimo. Fantástica. Aunque teatralmente, ella que es buena actriz, estuvo algo perdida y como deambulando falta de energía por ese escenario feo. Pero ese fue un aspecto negativo que afectó a todo el mundo, porque desde luego la puesta en escena era fea, fea, pero fea.




Lo que hace Pier'Alli es feo en general. Alcanzando el punto álgido en esos militares haciendo la instrucción en el patio. Horroroso. La escenografía del primer acto, simple y sin gracia (por cierto, lo de sacar a la gente planchando para que parezca más realista es ya un clásico). La del segundo acto, más acertado el calabozo de Florestán y ese toque "industrial" que aunque no pega mucho, queda bien. Ahora, las proyecciones tanto de la prisión como de esas cosas que salen volando al final (los restos de la tiranía hecha añicos, supongo) son realmente patéticos. Parecen sacados del "Witchblade arrow 3" o de algún videojuego de ese calibre. Cutres pero del verbo "cutre". Y teatralmente, los actores están abandonados a su suerte, dejados en medio del escenario para que hagan lo que ellos crean, con la premisa, eso sí, de que bajo ningún concepto dieran la espalda al público, provocando esto situaciones rocambolescas. 




En definitiva, una producción fea con una dirección de actores nula y una orquesta y una elenco fantásticos. A destacar, aparte del coro, el gran trabajo de los actores, los extras, demostrando que si cuentas con actores de verdad, no hay figurantes, sino actores haciendo papeles pequeños. 

domingo, 26 de abril de 2015

La Traviata. Teatro Real.

Ir a ver una Traviata al Real con Leo Nucci en el cartel es ya una suerte y una gozada antes incluso de entrar. Razón suficiente para perder el culo por ir al Real sin dudarlo.
Esta producción lleva rulando por ahí un par de años y por ahora está gustando. A ver, es bastante clásica. Vestidos largos, sillas Luis XV, telones... pero como cualquier opción estética, lo importante es la coherencia y esta versión es absolutamente coherente, consecuente y definitiva.



Escenografía en tonos blancos y negros. En el primer acto, únicamente la flor roja que lleva Violeta en la espetera. Luces invisibles y dramáticamente poderosas, como debe ser.Cortinones y terciopelos muy en la línea Viscontiniana. El truco de los forillos y los cortinones la verdad es que le da un toque como de cuento, de falsedad, de reconstrucción muy acertado. Arranca la obertura con un escenario a medio desmontar, Alfredo vaga entre hojas secas y poco a poco se va a recordar la historia de amor pasada, la que todos sabemos que YA ha terminado. Como las hojas secas del escenario. De ahí viajamos al pasado para recordar esa historia finalizada, muerta. Así que, estéticamente la opción de David McVicar es coherente, preciosa y muy adecuada y consecuente. Hace unos años vi la famosa versión de Willy Decker y evidentemente no tiene nada que ver con esta, mucho más clásica. Las dos son válidas porque están bien hechas. De eso se trata, de que hagas lo que hagas sea coherente y de calidad. Y esta versión clásica es preciosa, moñas y muy mona de ver. Todos va acompañado por esas buenísimas luces y por un vestuario fantástico, con unos colores que van del blanco al negro salpicado de algún detallín dramáticamente muy bien situado. Violeta, por ejemplo viaja del vestido negro del primer acto al desnudo y al blanco del segundo y al vestido rojo de la segunda escena del acto segundo y de ahí al blanco roto del tercer acto. 
En este viaje hacia la muerte la batuta de Renato Palumbo, sin embargo, hizo todo lo posible por cargarse cualquier atisbo de profundidad psicológica. Llevó a la orquesta a toda máquina, sin dejar que ni la música ni ninguno de los cantantes pudieran profundizar en sus creaciones. Todo iba tan deprisa que no se podía recrear nadie en su partitura ni por supuesto, darle una carga psicológica a su personaje. Todo se reducía a la habilidad de cada uno para lidiar con eso. Evidentemente ganó Leo Nucci que frenó a Palumbo y consiguió cantar su "Pura siccome un angelo" como quiso y el "Di Provenza il mar..."  a la velocidad que él marcó. La que él quería para cantar como él quiere y sabe y la que bastó para que el teatro reventara a aplaudir al barítono italiano. Únicamente en el tercer acto Palumbo concedió su sitio a la expresividad y nos regaló media horita de belleza pura.



El coro y los personajes secundarios estuvieron muy bien, sobre todo Marta Ubieta que creó una Annina deliciosa. Teodor Ilincai tenía gripe. No le había escuchado nunca en directo. De voz estuvo justito y de presencia, sombrón y soso. Es de esos tenores que se quedan sin rodillas cuando cantan y parece que lleven un palo que les impide doblar las rodillas y tener una movilidad natural.   
Leo Nucci hizo una creación inconmensurable. Vocalmente está perfecto y aunque quizá el papel no sea su rol más apropiado, él se lo lleva a un sitio fantástico y desde ahí canta y mira como le da la gana. Espeluznante en cada nota. Un maestro, el puto amo. 



Venera Gimadieva estuvo sencillamente perfecta. Vocalmente diría que todas y cada una de las notas que cantó fueron perfectas. Nos regaló todos y cada uno de los agudos que los egoístas queremos oír, jeje. El "Addio del passato" fue histórico, creo que nunca he oído algo cantado con tanta pasión, delicadeza, sutileza, matiz y drama. Aparte del de la Callas (ella siempre estará por encima del resto de la humanidad) no imagino un "addio del passato" más emocionante. Igual que dije en su día que el "Un bel di vedremo" de mi Carmen Solís no podía estar mejor cantado y que era lea mejor versión de la historia de la música, el "addio del passato" me arrebató el corazón, me lo estrujó y me arrancó unos lagrimones como mandarinas. 
Dramáticamente es una grandísima actriz. Si la ves en escena, está actuando como si fuera una obra de teatro, con una intensidad y frescura acojonantes y encima cantando. Actoralmente estuvo magistral. El único momento bizarro de la noche fue cuando aparece Alfredo en el lecho de muerte y sin mirarse, se abrazan de cara al público y ni se miran. En fin... 

Noche preciosísima, con un Leo Nucci magistral y una Venera Gimadieva pa comértela, inmejorable. Una puesta en escena clásica y muy bonita de ver y de gozar y una batuta atacada y acelerada.      

martes, 3 de marzo de 2015

El público. Teatro Real.





Reconozco que yo con "El público" no soy imparcial. Cualquiera que me haya leído alguna vez sabrá que en mi vida, hay un antes y un después. Lo que marcó mi vida y la sigue marcando es "El público" de 1986. Es evidente que tanto el trabajo de Mauricio Sotelo en la partitura, como el de Robert Castro en la dirección de escena,  Wojciech Dziedzic con sus figurines y  Alexander Polzin en la escenografía tenían que pelear contra el milagro que se produjo en el María Guerrero en el año 1986. Sí, ya sé que es injusto, que cada montaje es un lenguaje diferente, que no hay por qué mezclar, que cada cosa es cada cosa... Bobadas. Hay visiones y visiones y seguramente todas valgan, pero en este caso, la pregunta que asalta mi mente desde que suena la primera nota es: ¿por qué se ha hecho esto si "El público" ya está hecho? Y no sólo se hizo, sino que se exprimió, se desentraño, se le dio forma, se le dio sentido, se creo como se crea una obra de arte. Y si ya están pintadas las ninfeas de Monet, ¿por qué intentar pintarlas otra vez?




Pero voy por partes porque la fiebre y la pasión me aturullan. 
Reconozco que la partitura de Mauricio Sotelo tiene momentos preciosos, muy bellos, y que consigue juntar flamenco y música contemporánea con buenos resultados. Pero el propio experimento lleva dentro el veneno letal. El texto de Federico tiene música en sí mismo. Es más, te diría que cada escena es una pieza musical con un ritmo, una sonoridad, una cadencia y hasta un silabeo propio. No necesita más música que la música del texto, de su textura. Intentar cantar y poner otra música distinta a la que ya tiene a una escena como la de la figura de pámpanos y la de cascabeles es inútil. Ya tiene música. Y convertir "yo me convertiría en cuchillo" en una frase musical de treinta y cinco sílabas y que dura cuarenta y nueve segundos... es romper la música de esa frase, el ritmo de esa frase y por tanto cargarte el ritmo de la escena. Es que incluso lo dice el propio texto: "quitar es muy fácil. Lo difícil es poner. Es mucho más difícil sustituir". Pues eso. Ya lo dijo Federico. La magnitud de su texto, aún estando inconcluso es que tiene música propia, tiene ritmo y cadencia. El monólogo de Julieta es para que se haga y se diga como lo hizo Maruchi, no para cantarlo (maravillosamente bien, eso es verdad) como lo hizo Isabella Gaudí. Porque entonces le das otra música, otra raíz, otra sonoridad. Como dice mi gran amigo Daniel, "El público" tiene música, y es la de Lorca, un sonido profundo, de una gran reflexión. Un sonido popular lleno de poesía". Y por eso pasa lo que pasa, que hasta el propio Sotelo se enfrenta a momentos como "Señor. ¿Qué? Ahí está el público. Que pase" y no puede ni ponerle música, lo deja tal cual, dicho. Coño, pues claro. 
Las únicas partes que soportan mejor el peso de esta nueva música son las partes de flamenco. Pero porque en flamenco, el alargar una sílaba durante varios compases es lógico. Por eso funciona, por eso no chirría, por eso esa música nueva puede valer. 
Y por eso no acepto este "Público". Porque de raíz ya me parece errado y erróneo. Y no hay quien sea capaz de crear una música distinta para las palabras de Federico. Eso ya lo hizo él. 





Escénicamente la cosa es también peliaguda. Hay momentos logrados, con una imaginería que funciona, como por ejemplo el cuadro cuarto, con el espejo que refleja el patio de butacas, aunque por otro lado la escena propiamente dicha con los estudiantes está mal resuelta. Y la imagen de los caballos también funciona, aunque recuerden demasiado a los del 86. Sin embargo, me da la sensación de que toda la obra está... digamos... resuelta, no creada. Eso sí, con momentos directamente horribles, como la que puede ser una de las escenas de amor más bellas de la historia del teatro, la de las figuras de pámpanos y de cascabeles, que, sinceramente, resultan caricaturescas, y casi parece que estés viendo la gala de Miss Drag Queen del carnaval. Los pobres cantantes van horribles, parecen Topacio y Agatha en pleno número en el Sacha's. O dos extras sacados de "Priscilla, reina del desierto". Y eso sí que no. 




Y a ver, está claro que uno no sabe muy bien qué hacer con el "solo del pastor bobo". Pero lo de ponerlo al principio de la representación es un poco como para quitárselo de encima. "Hala, como no sé dónde ni cómo meterlo, lo hago al principio y me lo quito de encima, una preocupación menos". Y no, claro. Además con eso se cargan la parte circular que tiene el texto. Federico lo termina como lo empieza. Punto. Está todo dicho. 
Los paneles esos que parecen sobrantes del "Ainadamar" no tiene explicación tampoco. Tiene pintadas figuras humanas, esqueletos, pajaritos y hasta ¡ratones! ¿Por qué ratones? Lo dicho, parece una puesta en escena "para salir del paso", con referencias feas y me da la sensación de que está llevada sin sentir como suya la obra de Federico. Por ejemplo, no se puede pasar tan por encima de la figura de G. Está tratado como si fuera un extra más. Y es G. (perdón pero no pienso pronunciar el nombre de G. en vano). Es una paradoja tan poética y tan dolorosa que... no lo voy a usar. Los tres la entendemos. Ya sabéis quienes sois. 
Lo dicho, no se puede tratar a G. con tan poca delicadeza, ni pasar por Julieta tan por la superficie, ni sacar un Emperador de imitación sin más chicha. 





Eso sí, rompo una lanza por todos y cada uno de los cantantes. Todos hacen un trabajo soberbio, sobre todo José Antonio López como Enrique y la Gaudí como Julieta, asombrosa. El resto del elenco está maravilloso. Ellos lo dan todo y están brillantes haciendo lo que les han pedido. Su trabajo es intachable. Pero como he dicho, el mal viene por otro lado, viene de raíz. Viene de querer crear lo que ya está creado. De no haber sabido escuchar lo que está entre las páginas del texto de Federico. Y me duele tantísimo ver las ausencias gigantescas que hay, la profanación de mi recuerdo... Un texto, posiblemente el más grandioso texto teatral de la historia, que lo tiene todo dentro, el amor, la música, el ritmo, la textura, el olor, los colores, las ausencias, el sexo, las pausas, el dolor, las promesas y la paciencia y el amor cósmico de esperar toda una vida para oír un simple "te quiero". 

                

martes, 25 de noviembre de 2014

Madama Butterfly. Teatro Campoamor.

Estos días se ha estado representando en el Campoamor de Oviedo "Madama Butterfly", la preciosísima ópera de Puccini con libreto de la famosa pareja Illica/Giacosa. En el primer reparto figuraba Amarilli Nizza, la que fuera gran voz y sigue siendo un nombre de la escena mundial. Confieso que en ningún momento pensé en ir a verla. Lo primero porque prefiero un piano a un vibrato pero principalmente porque encabezando el segundo reparto estaba Carmen Solís y cualquier que me lea, sabrá que si mi corazón tiene un nombre dentro de la lírica, ese nombre es Carmen Solís. Otras tienen un hijo llamado "dolor". Pues mi corazón lírico se llama Carmen Solís. 
Por lo que he leído esta ha sido una de esas ocasiones en las que el segundo reparto ha despertado pasiones enfurecidas mientras que el primer reparto ha sido claramente... una chufa. Por eso debemos aprender todos que NO siempre el primer reparto es el de mayor calidad. Puede que sea el de nombres más rimbombantes, pero no de mayor calidad. Olvidemos primeros y segundos repartos y miremos los nombres, las personas que entregan su alma y decidamos más por ese criterio que por el del cartel. Pero bueno, a lo que voy.




Escenografía y vestuario de Niki Turner. Vestuario correcto, kimonos muy chulos, estampados y colores acorde con los personajes aunque quizá le faltó algún collarón a  Yamadori o algo que realzara su poderío y el de José Manuel Díaz. La escenografía era más discutible. Las plataformas circulares parecían puestas para ver si conseguían que alguno se escoñara. Además de tenerlos a los pobres apretujaos a veces en circulillos enanos, el ojo se te iba y parecía que estabas viendo un episodio de "humos amarillo" y Goro parecía el chino Cudeiro. No, en serio, cualquier elemento escenográfico debe ser necesario, útil y preciso. Y esas plataformas circulares a veces eran más un escollo que una ayuda. Además, si se supone que forman caminos por los que moverse, hay que respetar eso siempre, y no bajarse de repente porque conviene. Quiero decir, si para entrar en la casa hay que hacer una "ese", habrá que hacerla siempre y respetar eso siempre, no pasar de esa "ese" cuando te conviene. La urna central, casa, hogar, parecía como la urna de un museo de ciencias naturales y eso me gustaba. Aunque si esa era la idea, podía haber estado algo más explotada como tal. En cualquier caso, el espacio y los elementos simbólicos funcionaban. Incluso la nevera esa como de "Mad men" tenía un punto. No era quizá la mejor opción, pero funcionaba. Menos el cucurucho de Yatekomo como símbolo de austeridad. Eso sí que no. 




La luces de Alfonso Malanda no me gustaron. Daba la sensación de que había dos parrillas de focos en la parte de dentro y na más. Y creo que es de primero de iluminación que si iluminas por arriba, tienes que matar esa luz por los laterales o por delante. Sólo había luz por arriba. Y la escena pedía a gritos un cañón que siguiera a los protas. Las luces del fondo, cambiando de color según el estado emocional de la escena estaba bien. Esos azules, el rosa y el rojo pasión. Pero la mayor parte del tiempo los cantantes estaban en penumbra, o al menos mal iluminados. Y cuando de repente estaban bien iluminados, como en las arias y un ratito del dúo de las flores, entonces el corazón se te iluminaba. Así de importantes son unas luces.
Dirección escénica algo errante. Los grupos estaban regu movidos, a veces atropellados y poco concisos. Realmente no vi nada llamativo sino todo correcto. Eso sí, el "coro a bocca chiusa" se lo cargó por completo Olivia Fuchs. Los pobres estaban sepultados en el foso y se les oyeron las tres primeras notas, el resto nada. Y aunque las bailarinas hicieron un gran trabajo en ese momento (y en todos), la escena pedía a gritos gente y gente y gente deambulando y haciendo que la gente llorara con ese coro tan precioso. Dirección de actores totalmente nula. Una lástima, porque lo que los intérpretes hicieron por propia intuición era una auténtica mina para un director de actores medianamente entregado y con una visión concreta. Y lo del señor ese borracho del primer acto... no tiene explicación más que en mis sueños más bizarros. Inenarrable el pobre. La orquesta sonó bien, pero la batuta de José María Moreno a mi parecer, homogeneizó demasiado toda la partitura y limó demasiado los distintos momentos. Todo sanaba parecido y no había pasión, lirismo, melancolía o dulzura. La obra es sencilla en cuanto a libreto. Pasa poco y es muy simple y concreto. La grandeza está en la música, en las notas, en los matices, en los momentos. Y la orquesta  sonó monótona y muy plana todo el rato. 



  
Vocalmente hubo un poco de todo. Eduardo Aladrén estuvo un poco superado por su papel de Pinkerton. Aunque sus tonos medios fueron correctos, en los agudos perdió el tino y si ya desde el principio le superaron, en el final del dúo del primer actor fueron más evidentes. Aún así, pasó la prueba. Actoralmente estuvo bien y con la ayuda de su compañera logró lucir más y mejor de lo que parecía que se avecinaba. La Suzuki de Marina Rodríguez-Cusí aguantó bien el tipo con una buena interpretación aunque con la voz algo cansada. Se nota que tiene cantado este rol cien mil veces, porque lo domina vocal y escénicamente, aunque como digo se le notó la voz algo tocadilla.      
José Manuel Díaz cantó un Yamadori convincente y con una voz poderosa, de timbre precioso y actoralmente de mucha altura. Gran actor y gran cantante.  Jorge Rodríguez-Norton compuso un Goro divertido, simpaticón y cómplice. Vocalmente prodigioso. Tiene un timbre peculiar y para mi gusto, único y precioso. Los vídeos que hay por ahí no le hacen justicia. En vivo es carismático y embrujador. Javier Franco es un gran nombre y un gran cantante. Absolutamente perfecto tanto como actor como vocalmente. 




Y luego, y aparte de este mundo está Carmen Solís. Debutando el rol, para más inri. El papel de Cio-Cio San es lucido pero es a su vez una trampa mortal. Pasa por mil estados de ánimo. Desde la criatura que aparece rodeada de su familia en el primer acto, a la enamorada, a la mosqueada, a la mujer decidida, a la derrumbada, y a la mujerona madre suicida. Lo peor que puede hacer una japonesa hija de padre suicida. El honor perdido, lo que aquí sería la honra pero multiplicado pro mil millones de años de tradición nipona. La sutileza de la voz y la presencia de Carmen Solís es apabullante. Comienza la función realmente como una niña de 15 años y termina como una mujer derrotada. Su trabajo como  actriz fue absolutamente arrollador. Sutilezas, matices, acciones lógicas, reacciones justificadas, evolución, progresión, acumulación. Un trabajazo actoral completo y total de grandísima actriz. A la altura de esos momentos históricos como la Tosca de la Callas. Y vocalmente es la perfección absoluta. Voz ligera, fácil que sube a agudos expresivos, líricos a más no poder o incluso sobrehumanos (en riqueza, en matiz y en expresividad), sin recurrir a trucos, colocando la voz en todo momento en el sitio perfecto y con una voz fluída, nada estridente, que llega a donde quiere, con unos graves poderosos y con cuerpo y con un arco expresivo enorme y pleno en todo momento. Pianos, vibrato justo, sentimiento en cada nota y lo más difícil para mi gusto; diferentes texturas emocionales. La misma nota no puede nunca sonar igual si el personaje está en momentos distintos. Y como la grandísima actriz que es, Carmen Solís demuestra que en cada momento sabe lo que le está pasando  por dentro y de ahí las distintas texturas de su voz, siempre dentro de la belleza más sobrehumana. Juro por Mahler que nunca en mi puta vida he escuchado un "un bel di vedremo" tan intachablemente perfecto. Todas y cada una de las notas en su sitio, en su medida, con su duración, con su identidad, con su significado, con su color y con su emoción. De corazón digo que jamás de los jamases un momento me ha taladrado el corazón más que el "un bel di vedremo" de la Solís. Porque mi Carmen ya no es Carmen Solís, es como las grandes, la Solís. No me gusta ser agorero, pero con cosas así de evidentes... ya me diréis muy, muy pronto si la Solís no es la soprano española del siglo  XXI.