Espero no dar a entender con mis palabras que en ningún momento considere "El sueño de la vida" como una obra fallida. Nada más lejos. Sobre todo porque para que algo falle, tiene que haber una meta, un propósito, una finalidad y justamente mi comentario se basa en lo opuesto.
A veces, muchas veces, casi siempre la clave de la cosa está en el ojo que mira, no en lo que el ojo ve. El objeto está ahí y tiene la vida que tiene. Es el ojo el que mira y ve, o mira sin ver, o mira una cosa y ve otra, o mira pero ve negro lo blanco, o mira y ve lo que le sale de los cojones...
La historia la sabemos todos. A Conejero le encargaron escribir una posible continuación del texto inacabado de Lorca. Obviamente, continuaciones podría haber miles. Pero Conejero escribió la suya, la que él quiso. Una posible. Conejero, amante de Federico como todos sabemos, se puso a dialogar con las palabras de Lorca y de ese encuentro nació este texto. Escribiendo como quien ríe o como quien llora, o como quien vomita. Sin freno, sin medida, con valentía y con el corazón a la altura del estómago.
Y si el AUTOR busca, como Elena, "la verdad", lo justo y necesario es que la busquemos al entrar al teatro a dejarnos hacer por la función.
Yo confieso que pequé. Durante una décima de segundo, cuando leí que le habían hecho este encargo, pensé "madre mía, si esa obra no se puede continuar". Ese pensamiento me duró na y menos, porque rápidamente mi mente se liberó de prejuicios (juicios previos) y le escribí para felicitarle. De corazón. El encargo no sólo era irresistible (¿quién habría dicho que no?) sino que le ofrecía la posibilidad de nadar entre las palabras de Federico para dejarse mecer por ellas y ver a ver. Que aquí todos somos muy chulos, pero ¿quién habría dicho que no a este proyecto?
La mejor forma y el mejor sitio desde el que mirar al texto de Conejero es desde el respeto y la justicia. Si hacemos juicios previos, si esperamos escuchar (o leer) las palabras "que habría escrito Federico", no sólo nos seríamos justos, sino que nos equivocaríamos de pleno y seríamos ruines, ilusos y bastante soplapollas.
Este texto hay disfrutarlo con los poros abiertos, con la mente relajadita y los ojos del corazón dispuestos a dejarse hacer.
El primer acto lo escribió Lorca. Quizá lo habría variado de no haber sido asesinado. Quizá no quedaría nada de lo que nos ha llegado. O vaya usted a saber. Chimpún. El segundo acto y el "epílogo" son obra de Alberto Conejero. De DON ALBERTO CONEJERO. Todos en pie.
Estilísticamente es puro Federico. Las figuras, las metáforas, las imágenes, son la continuación fluida del texto conocido. Pero aunque no lo fueran. Es bueno en sí mismo. No es la continuación de la acción desde donde lo dejó Lorca, sino que nace del diálogo de un creador con otro. Y nace de ponerse Conejero en el lugar de Federico, y desde ahí bucear buscando de dónde nacían esas palabras. Esas y no otras. Y Conejero hace brotar un texto suyo, propio, bellísimo y potente.
De todos los textos posibles que se podrían haber escrito en el mundo, Alberto Conejero ha escrito este. Fin de la discusión. Vamos, es que no hay discusión posible. Y se nota que el texto nace de los mismos sitios que el texto de Federico. Quizá no de las mismas necesidades ni de las mismas heridas, pero da igual. Nace de los mismos sitios. Si no, no estaría ahí el grito hacia Roma, ni estaría el lago Eden.
Así que primer puntazo para "El sueño de la vida", el inmenso texto de Conejero, que unido al primer acto de Federico forman este monumento a la palabra, a la lucha por la verdad y a la raíz oscura.
El segundo puntazo es tan obvio como injusto.
Lluís Pasqual, el artista reencarnación de Federico (si no, leed "De la mano de Federico") dirigió "Comedia sin título" como colofón a la época más gloriosa del pobre María Guerrero. Fedelluís ama ese primer acto. Ama al Autor, ama a Elena y ama la necesidad de verdad. Y de cambiar las formas muertas desde dentro del teatro. Desde el patio, desde los autores, desde las actrices, desde los técnicos, desde el apuntador, desde las entrañas del teatro. Con una revolución. A tiros. Porque no vale silbar desde las ventanas. (Como no valen los golpes de estado cobardes). Por eso rompe el teatro. Por eso el Autor está entre nosotros. Y el Espectador 1, y su señora, y Enrique y Guillermina, y Nick Bottom. Esa forma de meternos en medio del cogollo, de hacernos partícipes sí o sí es brillante. Tan brillante como lo era hace 30 años. Sí, es casi igual que en el montaje del 89, pero qué más da. Si hablamos de ser justos y de dejarnos hacer sin prejuicios, eso debe ser así para todo y para todos. Y este primer acto, gracias a Fedelluís es PERFECTO, MAGISTRAL. Fedelluís ya entendió así este acto entonces y lo monta casi igual porque cree que es así, siente que es así y decide que es eso y así. Y yo estoy con él. Porque Lluís es dios. Es inteligencia, sabiduría, es el hombre con ojos en el corazón.
Después viene el segundo acto. Lo que "podría ser" un segundo acto. Por ejemplo. Uno posible. Ya está; un ensayo. GENIAL. Y Pasqual vuelve a demostrar por enésima vez en su vida y en la nuestra, que la mejor forma de enfrentarse a un trabajo es gozándolo, amándolo y mimándolo. Por eso monta ESTE segundo acto de esa forma brillante, respetuosa y dándole al texto de Conejero un sitio generoso y bello. No le habría hecho ningún favor si lo hubiera montado como la "continuación" del acto primero. Porque sería como confirmar que el texto es una "continuación". Y no. Es un complemento. Es el texto de Conejero. Nacido de su tripa y Pasqual lo monta desde la suya. No como herencia sino como unidad.
El único "pero" que le pongo a función es ese segundo acto. Y no por la calidad del texto ni por su razón de ser, no. Pero confieso que el desarrollo dramático de los personajes se me queda un poco encallado. Lo que podía haber sido esa revolución se queda frenada no sé si por el hecho de montarla NO como una continuación del primer acto, sino como un ser independiente o si se frena porque los personajes avanzan de otra forma. La revolución se estanca, el Autor cede, la actriz, salvo el momento de grito, navega por otros sitios y los personajes se quedan un poco en el sitio. Cierto es que estilísticamente hay brillantez y continuidad, pero dramáticamente el desarrollo de la acción y de los personajes se frena. El espectador vuelve a ocupar la butaca, a sentirse a salvo y a notarse observador ajeno.
Eso sí, no sé si es Pasqual o soy yo, pero vuelve el cuerpo del revés cuando escucho a Emma Vilarasau gritarle a Roma, o cuando Nacho confiesa ser un pulso herido. Ahí yo me hago pequeñito en mi butaca y el mundo me hace daño.
Pues si la dirección de escena de San Lluís Pasqual es ejemplar, volcánica y llena de pulso, aparte de ser una respuesta elegante y magistral a las voces opacas y mediocres, el efecto que consigue con el epílogo es tan bestial como el del primer acto. Y cuando en el teatro sientes que te atraviesa una lanza a la altura del corazón y sabes a ciencia cierta que a la salida te irás invadido de luz, es que en el escenario ha pasado algo vivo, real y que te ha cambiado. Sí, Elena, tranquila, lo has conseguido.
Y debo confesar que escuchar a Echanove como la voz del poeta me pareció no sólo un viaje en el tiempo hasta aquel "Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre" prodigioso, sino un taladro en lo más profundo de "ese sito donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". La voz del poeta, una reencarnación, dios hablándonos. Ahí morí.
Brillante la música en directo de Iván Mellén y el piano mágico de Miguel Huertas, tocando como sonaría "Poeta en Nueva York". Fabuloso trabajo de Roc Mateu, de Pascal Merat, de Alejandro Andújar y FABULOSOS todos y cada uno de los actores. Es de justicia destacar el aplastante peso escénico que despliega Daniel Jumillas, en el hasta ahora, mejor papel de su vida. Los guiños me tocaron mucho, pero yo soy así de petardo. Y ver a María Isasi (soberbia como Guillermina), a Jaume Madaula, a César Sánchez, a Chema de Miguel, a Sergio Otegui y oír a Echanove a mí me trasladó directamente al María Guerrero, aquel fatídico año 89...
Lo de Nacho Sánchez y Emma Vilarasau es de otro planeta. Si Nacho busca y rebusca cada herida dentro de su cuerpecito, Emma despliega el dolor como si tal cosa y lo esparce untado en mil matices sobre el patio de butacas. Nacho es un ser vivo y Emma un ser moribundo. Nacho es doloroso y Emma dolorida. Buscan el todo y la razón. El por qué. Y desgarran tu alma porque rebuscan dentro de ellos con un cuchillo, con un cuchillito. Sólo por ver a estos dos seres merecería la pena ir al menos dos o tres veces por semana al Español.
Corran, corran, vuelen, no se pierdan esta oportunidad histórica. "El sueño de la vida" es amor puro, es puro amor. Y el amor más puro, desde el patio.
Aparte del espectáculo, que es brutal y una auténtica apisonadora, personalmente, aparte de todo, creo y siento que algo de desborda de sus límites. Leo, he leído y leeré "explicaciones" de por qué se hace este espectáculo o de por qué se ha escrito este texto, "El sueño de la vida". Y sinceramente creo que no hay nada que explicar. Ha habido un encargo y se ha hecho. O ha habido una necesidad de hacer fluir el dialogo entre dos artistas (Fedejero) y se ha plasmado. Punto. Cualquier explicación de por qué sí o por qué no, sobra, suena a justificación más que a explicación. Y no creo que haya que pedir permiso por nada, ni pedir disculpas por nada, ni explicar el por qué de las cosas. ¿Se ha hecho? Sí. ¿Está bien? Sí. ¿El espectáculo está bien dirigido? Bien no, cojonudo, perfecto, magistral. ¿Hay que explicar por qué se monta "Hamlet"? ¿A que no? Pues eso.
Menos explicaciones y menos leches. Se encargó, se hizo, se ha montado y se ha montado que te cagas. Fin.
El mejor favor que podemos hacernos, que podemos hacer a Conejero, a Pasqual, a los actores y al propio Federico es ir al Español sin esperar nada, sin esperar oír a Lorca, sin esperar nada "lorquiano" y sin creer que porque nos guste mucho, somos federicólogos. Relaja los esfínteres y deja que lo que hay te toque. O no. Y luego ya si eso, hablamos.
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Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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miércoles, 23 de enero de 2019
martes, 13 de noviembre de 2018
La casa de Bernarda Alba. Teatro de la Zarzuela.
Federico García Lorca es es autor de "La casa de Bernarda Alba". Él escribió la obra teatral.
Esta Bernarda que podemos ver en la Zarzuela tiene más autores. Lorca, Miquel Ortega y Bárbara Lluch. Y de refilón Rubén Fernández Aguirre. Pero vayamos por partes.
Lorca veraneaba con su familia en una casa que alquilaban en Asquerosa, un pueblo que obviamente cambió su nombre por Valderrubio. Frente a esa casa vivía una tía de Federico. Al otro lado de un muro delgadito y compartiendo pozo vivían Frasquita Alba y sus hijas. Lorca escuchó cientos de discusiones de Frasquita con sus hijas. Incluso en Asquerosa se contaba una historia bastante parecida a la del hijo de La Librada. Y según contaban, las vecinas el pueblo coreaban por las calles el famoso "carbón ardiendo en el sitio de su pecado". Por si fuera poco, la tía de Federico le contó que en una ocasión ella misma se puso varios vestidos de fiesta que le acababan de coser para dar a Frasquita en los morros tras una discusión de las que llegaban por el patio. Y como remate, el propio Lorca deja claro al comienzo de su obra que "el poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico".
Personalmente siempre he creído que un director, cuando decide enfrentarse a un trabajo, toma las decisiones que cree y que le dan la gana. Luego nosotros, espectadores, nos dejaremos tocar o no por esas decisiones, pero la decisión es siempre del director. Bárbara Lluch a decidido seguir las indicaciones de Lorca y recrear un documental fotográfico, llevándonos a una recreación realista (todo siempre tamizado) del patio de la casa de Bernarda.
Bueno, que me lío. Comenzaré por el principio.
Rubén Fernández Aguirre es no sólo un pianista con una carrera deslumbrante sino un ser con una inteligencia, una cultura y una sabiduría sólo comparable con su humildad y su carisma. Ah, incluso a tocado en conciertos en los que Lorca ha sido eje central. Bueno pues este ser fue el primer y principal instigador de este proyecto. Si a alguien hay que "culpar" es a Rubén. No sólo eso, sino que en un momento dado del proceso de ensayos, Rubén vio claro que sería mejor para el proyecto si el propio Miquel Ortega se hacía cargo de la dirección musical y en un acto de generosidad envidiable, dejó la batuta en manos de Ortega y él se quedó sentado al piano. ¿Cuánta gente haría algo así pensando en el bien del espectáculo y cediendo el "honor" el lugar de honor en el cartel y en la prensa? A Daniel Bianco se le pusieron los ojos en blanco porque vio en esa idea, una joya. Bianco lleva a Lorca en las venas. No sólo por el mítico montaje de "El público"sino por mil referencias, trabajos y cercanía. Bianco habla con Miquel Ortega, llaman a Bárbara Lluch y ya tenemos el milagro en marcha.
Miquel Ortega recuerda que con apenas trece años, iba al cole con un libro en la mochila, "La casa de Bernarda Alba". Hace años empezó a componer lo que desde entonces fue una necesidad. Bruno Bruch (Julio Ramos) se encargó del libreto suprimiendo personajes, quitando paja (con todo el respeto, claro), puliendo situaciones y limando diálogos. Tristemente Julio no, pero Miquel sí consiguió terminar la versión sinfónica de "La casa de Bernarda Alba" y estrenarla en Rumanía en 2007. De todas formas, casi desde el principio, Miquel Ortega pensó en esta Bernarda como en una obra de cámara. Musicalmente inspirado en Britten y en su forma de enfrentar ciertas creaciones desde la cercanía y la melodía continua y sinuosa. A pesar de eso, estilísticamente, la presencia de los leitmotivs son la mayor aportación de Ortega. La casa, Pepe, los tres leitmotivs de Bernarda... hacen que musicalmente "La casa de Bernarda Alba" sea una obra personal, original y maestra. Porque esta obra es poderosa en sí misma. La música juega con la melodía y la atonalidad como buenas y sabias armas para conseguir una progresión dramática asombrosa. Los leitmotivs te sitúan emocionalmente en un sitio ideal, porque hacen que sientas antes de que pase nada. Tu cuerpo, sin querer, gracias a su memoria sensorial, oye, escucha, procesa y te pone en el sitio que Ortega quiere y donde debes estar para recibir lo que viene a continuación. Porque esta obra, que juega con la atonalidad pero se basa en la melodía, combina Puccini y Menotti como algo natural y realmente logra estar al servicio de la progresión dramática.Está al servicio de la obra dramática, no al revés. Hay leves mezclas de género y de estilo pero siempre al servicio del drama. Incluso hay cambios estilísticos en cada personaje, alternando las frases cortas y secas de Bernarda con las frases sincopadas de alguna de sus hijas. La música, como el espacio y la luz son un personaje más en el espectáculo. De ahí lo que decía al principio sobre la "autoría". Esta Bernarda tiene varios autores. De momento llevamos dos, Federico y Miquel.
Nos falta Bárbara Lluch. Lluch es nieta de Nuria Espert. Vamos, casi familia de Lorca. Hija de Nuria y sobrina de Alicia. Teatro en los genes. Tras quince años como ayudante de dirección en Covent Graden, donde ha trabajado con LOS MEJORES, dirigió su primer proyecto en 2017, con "Le Cinesi" en el mismo Teatro de la Zarzuela. Con "la casa de Bernarda Alba" se encuentra con, según sus palabras, "el mejor libreto de la historia". Decide hacer caso a Lorca y para llevar a cabo esta "recreación documental". Llama nada más y nada menos que a Franca Squarciapino para que vista a estas mujeres, a Vinicio Cheli para que las ilumine (con esa luz invisible, que no notas que esté ni que vaya cambiando) y a Ezio Frigerio para que cree un patio que podría ser de la casa de Asquerosa o de una cárcel o de un monasterio. A fin de cuentas, qué diferencia hay. Pero resulta que para más inri, Frigerio debutó en teatro con un montaje de Strelher de..."La casa de Bernarda Alba".
Para María Josefa, Bianco pensó en Julieta Serrano, gran amiga y grandiosa actriz.
Julieta Serrano confiesa que a sus años, no hay ningún personaje que sueñe con interpretar. O porque ya los ha hecho o porque ya no los puede hacer. Salvo la María Josefa. Así que la llamada de Bianco fue como un milagro para ella.
¿No me digáis que este proyecto no estaba predestinado a que lo llevaran a cabo Ortega, Lluch, Bianco, Aguirre, Frigerio o Serrano?
La puesta en escena es clásica y efectivamente, fotográficamente documental. La grandiosa escenografía de Frigerio (aplaudida al levantarse el telón), acoge a ese rebaño de mujeres, vecinas y criadas de luto, sufrientes, iguales, sometidas, acogotadas, encarceladas, fanáticas y terroríficas. Ellas entran, salen, hacen labores cotidianas y se relacionan entre ellas como si nuestra visión fuera la de una cámara de seguridad. Lluch ha trabajado con las actrices (incluida Luis Cansino, claro) como si se tratara de un montaje teatral. Han hecho un trabajo de mesa, literario y dramático como si hubieran ensayado un montaje teatral. Han estudiado y decidido aspectos como la temperatura de las habitaciones, la época exacta del año, la hora del día de cada situación, la relación entre cada hermana, aspectos que se trabajan en los trabajos teatrales pero que quizá no se trabajen tan a fondo en óperas o zarzuelas en las que el trabajo musical y vocal ya es tan intenso que no se les puede dedicar el mismo tiempo a estos aspectos, para mí igual de importantes. Pero no da tiempo, es imposible. Yo creo, pienso y siento que una ópera, una zarzuela o un musical son obras de teatro pero encima CANTADAS. Bueno pues esa concepción se ha podido explotar esta vez, quizá llevados porque el origen era Federico o quizá por la concepción del espectáculo de Bárbara Lluch y de Miquel Ortega. Además Lluch evita caer en la tentación de hacer una versión "impactante", de esas que por sí solas te dejan boquiabierto. No, rehuye eso y trabaja al servicio de la obra, del conjunto, del drama, de Lorca.
Tener a Milagros Martín en un elenco es un honor y arrancar la obra con ella, un seguro de calidad.
Tanto Berna Perles como Angustias (la que se ahoga), Belén Elvira como Magdalena (la que llora), Marifé Nogales como Amelia (la invisible) y Carol García como Martirio (la cheposa) bordan sus papeles. La forma d cantar, de mirarse, de callar, de respirar y de ahogarse es brillante.
Carmen Romeu interpreta una Adela de libro. Fabulosa como actriz, demuestra que para cantar hay que sentir y si uno se toma su trabajo como un trabajo interpretativo y de comunicación, ese trabajo estará relleno de verdad traspasará al espectador que lo vea. Romeu es una cantante/actriz de las que sienten lo que cantan. Incluso si el resultado es imperfecto, si hay alguna mínima incorrección, es justamente lo que hace que su trabajo esté vivo. No digo que cantara mal, ni mucho menos. Al contrario, cantó de maravilla, pero un agudo de pronto algo descontrolado no se nota al oído pero sí da vida al impulso de Adela. Es como cuando escuchas un live de la Callas. Una nota trémula, un descontrol leve hacen que eso cobre vida, porque de lo académico se salta a lo real. Y lo real es lo vivo. Lo académico, para las grabaciones. Fabulosa.
Luis Cansino se llevó una de las grandes ovaciones de la noche. Merecidísima, claro, porque canta como dios, con una voz amplia y madura. Y su creación de una Poncia fresca, echada palante, confidente y madre fue histórica. No recrea a una mujer, sino que actúa como una mujer. Se siente mujer y se siente amiga, protectora, valiente y hermana. Una Poncia que se atreve a retar a Bernarda y de hablarle de tú a tú quizá porque ella sea la única que conoce el gran secreto de Bernarda. Es posible, es un gran punto de partida. ¿Quién sabe si, como decía la Sardá, Poncia y Bernarda no sean hermanas, Poncia hija bastarda del mismo padre y que por eso Bernarda le consiente todo? Me parece un punto de partida maravilloso. Y Cansino vocalmente lo borda y escénicamente también.
Julieta Serrano grita desde fuera del escenario. Así comienza la función. Y tu corazón da un vuelco. Desde ese punto, todo es un no parar. Julieta está SU-BLI-ME. Es la María Josefa más madura, inteligente y amorosa que he visto jamás. Generosa y perfecta en cada gesto. Una maestra de entrega y de capacidad.
Nancy Fabiola Herrera está fantástica. Vocalmente es una bestia, tiene unos graves profundos y redondos y en la zona alta se maneja con soltura y poderío. Escénicamente tiene una presencia inolvidable, camina con un peso brutal y domina con la mirada. Simplemente su imagen transmite ya la crueldad de la madre que haciendo lo que cree mejor para sus hijas, las destroza y provoca el drama. Fabulosa.¿No os recuerda a Cándida Losada, con esa cara de perra mala? ¿Y si digo que en el montaje quedirigió Bardem el año 64 Julieta Serrano hacía de Adela...?
La noche del estreno ocurrió una cosa mágica que yo echo en falta siempre. Lo normal es que cuando empieza a caer el telón haya un ansioso/ansiosa que quiere ganar la medalla al espectador avispado y arranca a aplaudir como si fuera el único que se ha enterado de que eso es el final. Bueno, pues el otro día bajó el telón, terminó la música, dejó de oírse el eco de la última nota, flotó por el aire el silencio necesario para que todos bajáramos al mundo real y ya de nuevo en la butaca, arrancaron los aplausos. Creo que la música y el teatro necesitan que como espectador regreses a tu butaca. Lo que oyes o ves provoca unas sensaciones y emociones y lo que has experimentado tiene un eco. Provoca un eco, un recuerdo, una reverberación emocional que es necesario que se extinga para poder reaccionar. El que aplaude cuando el telón está cayendo y la música sonando es que lo ha visto desde fuera.
Esto totalmente convencido de que este espectáculo va a ser unos de mayores pelotazos de esta temporada del Teatro de la Zarzuela. Siempre he dicho que este género está en la UCI y que la única forma de acercarlo a la gente, al siglo XXI es "retocando" los libretos y con las direcciones de escena. Es el pequeño margen que hay para dar una visión de hoy y atraer a un público nuevo y regenerador. Si a eso le unimos la experimentación nuevas obras, como esta joya de "Bernarda Alba", el éxito y la supervivencia están aseguradas.
Y como no me puedo callar nada, ahora voy con lo que NO me gustó. Mejor dicho, con lo que yo habría hecho de otra forma si yo lo hubiera dirigido, jajaja.
No me gustó, según me han contado, que al parecer, cuando se abre el portón... no se ve nada desde los laterales. Vamos, que el final... desde los laterales no se ve, porque las puertas lo tapan.
No me gustaron ciertas decisiones del libreto. Para mí hay frases como "Me sirves y te pago. Nada más" de Bernarda a Poncia. Lo eché de menos. "Me sirves y nada más" no es lo mismo. Como el famoso "Me vais a soñar" de Bernarda. Es una frase icónica. Es como hacer un Hamlet y quitar el "algo huele a podrido en Dinamarca".
Si yo fuera el director... habría intentado entreactos sin bajar el telón, sólo con luz.
Recnozco que estamos ante un medio distinto al teatro y a la literatura y que cada medio necesita un lenguaje y unas normas distintas. Reconociendo que el libreto es bueno y que respeta sobre todo el espíritu de la obra original, echo en falta el sonido de las palabras de Federico. En sus obras no es sólo lo que dice sino las palabras y la musicalidad que ellas tienen para contar lo que cuenta. El sonido de las palabras de Lorca, su cadencia, su sonoridad, es un lástima que en cierta medida se pierdan en esta versión. Pero es lógico que no se pueda hacer tal cual él la escribió.
Si yo fuera el director no había puesto los ladridos de los perros ni los cascos de los caballos. Una vez creada y asumida la convención de que se habla de cosas y no tienen por qué oírse, el público las acepta enseguida. es un acuerdo entre el escenario y el público asumido y habitual. Los sonidos en off a mí me descolocan, me suenan irreales. Como me sonaban rarunos los relinchos cada vez que salía un caballo en "Curro Jiménez".
Pues nada, todos como locas a la Zarzuela, porque de este espectáculo se va a hablar y aún puedes ser de los afortunados que digan "yo estuve allí".
Las fotacas son de Javier del Real, como siempre, asombrosas.
La foto de arriba es de una habitación real de la casa real de Frasquita Alba. Los pelos como escarpias.
Esta Bernarda que podemos ver en la Zarzuela tiene más autores. Lorca, Miquel Ortega y Bárbara Lluch. Y de refilón Rubén Fernández Aguirre. Pero vayamos por partes.
Lorca veraneaba con su familia en una casa que alquilaban en Asquerosa, un pueblo que obviamente cambió su nombre por Valderrubio. Frente a esa casa vivía una tía de Federico. Al otro lado de un muro delgadito y compartiendo pozo vivían Frasquita Alba y sus hijas. Lorca escuchó cientos de discusiones de Frasquita con sus hijas. Incluso en Asquerosa se contaba una historia bastante parecida a la del hijo de La Librada. Y según contaban, las vecinas el pueblo coreaban por las calles el famoso "carbón ardiendo en el sitio de su pecado". Por si fuera poco, la tía de Federico le contó que en una ocasión ella misma se puso varios vestidos de fiesta que le acababan de coser para dar a Frasquita en los morros tras una discusión de las que llegaban por el patio. Y como remate, el propio Lorca deja claro al comienzo de su obra que "el poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico".
Personalmente siempre he creído que un director, cuando decide enfrentarse a un trabajo, toma las decisiones que cree y que le dan la gana. Luego nosotros, espectadores, nos dejaremos tocar o no por esas decisiones, pero la decisión es siempre del director. Bárbara Lluch a decidido seguir las indicaciones de Lorca y recrear un documental fotográfico, llevándonos a una recreación realista (todo siempre tamizado) del patio de la casa de Bernarda.
Bueno, que me lío. Comenzaré por el principio.
Rubén Fernández Aguirre es no sólo un pianista con una carrera deslumbrante sino un ser con una inteligencia, una cultura y una sabiduría sólo comparable con su humildad y su carisma. Ah, incluso a tocado en conciertos en los que Lorca ha sido eje central. Bueno pues este ser fue el primer y principal instigador de este proyecto. Si a alguien hay que "culpar" es a Rubén. No sólo eso, sino que en un momento dado del proceso de ensayos, Rubén vio claro que sería mejor para el proyecto si el propio Miquel Ortega se hacía cargo de la dirección musical y en un acto de generosidad envidiable, dejó la batuta en manos de Ortega y él se quedó sentado al piano. ¿Cuánta gente haría algo así pensando en el bien del espectáculo y cediendo el "honor" el lugar de honor en el cartel y en la prensa? A Daniel Bianco se le pusieron los ojos en blanco porque vio en esa idea, una joya. Bianco lleva a Lorca en las venas. No sólo por el mítico montaje de "El público"sino por mil referencias, trabajos y cercanía. Bianco habla con Miquel Ortega, llaman a Bárbara Lluch y ya tenemos el milagro en marcha.
Miquel Ortega recuerda que con apenas trece años, iba al cole con un libro en la mochila, "La casa de Bernarda Alba". Hace años empezó a componer lo que desde entonces fue una necesidad. Bruno Bruch (Julio Ramos) se encargó del libreto suprimiendo personajes, quitando paja (con todo el respeto, claro), puliendo situaciones y limando diálogos. Tristemente Julio no, pero Miquel sí consiguió terminar la versión sinfónica de "La casa de Bernarda Alba" y estrenarla en Rumanía en 2007. De todas formas, casi desde el principio, Miquel Ortega pensó en esta Bernarda como en una obra de cámara. Musicalmente inspirado en Britten y en su forma de enfrentar ciertas creaciones desde la cercanía y la melodía continua y sinuosa. A pesar de eso, estilísticamente, la presencia de los leitmotivs son la mayor aportación de Ortega. La casa, Pepe, los tres leitmotivs de Bernarda... hacen que musicalmente "La casa de Bernarda Alba" sea una obra personal, original y maestra. Porque esta obra es poderosa en sí misma. La música juega con la melodía y la atonalidad como buenas y sabias armas para conseguir una progresión dramática asombrosa. Los leitmotivs te sitúan emocionalmente en un sitio ideal, porque hacen que sientas antes de que pase nada. Tu cuerpo, sin querer, gracias a su memoria sensorial, oye, escucha, procesa y te pone en el sitio que Ortega quiere y donde debes estar para recibir lo que viene a continuación. Porque esta obra, que juega con la atonalidad pero se basa en la melodía, combina Puccini y Menotti como algo natural y realmente logra estar al servicio de la progresión dramática.Está al servicio de la obra dramática, no al revés. Hay leves mezclas de género y de estilo pero siempre al servicio del drama. Incluso hay cambios estilísticos en cada personaje, alternando las frases cortas y secas de Bernarda con las frases sincopadas de alguna de sus hijas. La música, como el espacio y la luz son un personaje más en el espectáculo. De ahí lo que decía al principio sobre la "autoría". Esta Bernarda tiene varios autores. De momento llevamos dos, Federico y Miquel.
Nos falta Bárbara Lluch. Lluch es nieta de Nuria Espert. Vamos, casi familia de Lorca. Hija de Nuria y sobrina de Alicia. Teatro en los genes. Tras quince años como ayudante de dirección en Covent Graden, donde ha trabajado con LOS MEJORES, dirigió su primer proyecto en 2017, con "Le Cinesi" en el mismo Teatro de la Zarzuela. Con "la casa de Bernarda Alba" se encuentra con, según sus palabras, "el mejor libreto de la historia". Decide hacer caso a Lorca y para llevar a cabo esta "recreación documental". Llama nada más y nada menos que a Franca Squarciapino para que vista a estas mujeres, a Vinicio Cheli para que las ilumine (con esa luz invisible, que no notas que esté ni que vaya cambiando) y a Ezio Frigerio para que cree un patio que podría ser de la casa de Asquerosa o de una cárcel o de un monasterio. A fin de cuentas, qué diferencia hay. Pero resulta que para más inri, Frigerio debutó en teatro con un montaje de Strelher de..."La casa de Bernarda Alba".
Para María Josefa, Bianco pensó en Julieta Serrano, gran amiga y grandiosa actriz.
Julieta Serrano confiesa que a sus años, no hay ningún personaje que sueñe con interpretar. O porque ya los ha hecho o porque ya no los puede hacer. Salvo la María Josefa. Así que la llamada de Bianco fue como un milagro para ella.
¿No me digáis que este proyecto no estaba predestinado a que lo llevaran a cabo Ortega, Lluch, Bianco, Aguirre, Frigerio o Serrano?
La puesta en escena es clásica y efectivamente, fotográficamente documental. La grandiosa escenografía de Frigerio (aplaudida al levantarse el telón), acoge a ese rebaño de mujeres, vecinas y criadas de luto, sufrientes, iguales, sometidas, acogotadas, encarceladas, fanáticas y terroríficas. Ellas entran, salen, hacen labores cotidianas y se relacionan entre ellas como si nuestra visión fuera la de una cámara de seguridad. Lluch ha trabajado con las actrices (incluida Luis Cansino, claro) como si se tratara de un montaje teatral. Han hecho un trabajo de mesa, literario y dramático como si hubieran ensayado un montaje teatral. Han estudiado y decidido aspectos como la temperatura de las habitaciones, la época exacta del año, la hora del día de cada situación, la relación entre cada hermana, aspectos que se trabajan en los trabajos teatrales pero que quizá no se trabajen tan a fondo en óperas o zarzuelas en las que el trabajo musical y vocal ya es tan intenso que no se les puede dedicar el mismo tiempo a estos aspectos, para mí igual de importantes. Pero no da tiempo, es imposible. Yo creo, pienso y siento que una ópera, una zarzuela o un musical son obras de teatro pero encima CANTADAS. Bueno pues esa concepción se ha podido explotar esta vez, quizá llevados porque el origen era Federico o quizá por la concepción del espectáculo de Bárbara Lluch y de Miquel Ortega. Además Lluch evita caer en la tentación de hacer una versión "impactante", de esas que por sí solas te dejan boquiabierto. No, rehuye eso y trabaja al servicio de la obra, del conjunto, del drama, de Lorca.
Tener a Milagros Martín en un elenco es un honor y arrancar la obra con ella, un seguro de calidad.
Tanto Berna Perles como Angustias (la que se ahoga), Belén Elvira como Magdalena (la que llora), Marifé Nogales como Amelia (la invisible) y Carol García como Martirio (la cheposa) bordan sus papeles. La forma d cantar, de mirarse, de callar, de respirar y de ahogarse es brillante.
Carmen Romeu interpreta una Adela de libro. Fabulosa como actriz, demuestra que para cantar hay que sentir y si uno se toma su trabajo como un trabajo interpretativo y de comunicación, ese trabajo estará relleno de verdad traspasará al espectador que lo vea. Romeu es una cantante/actriz de las que sienten lo que cantan. Incluso si el resultado es imperfecto, si hay alguna mínima incorrección, es justamente lo que hace que su trabajo esté vivo. No digo que cantara mal, ni mucho menos. Al contrario, cantó de maravilla, pero un agudo de pronto algo descontrolado no se nota al oído pero sí da vida al impulso de Adela. Es como cuando escuchas un live de la Callas. Una nota trémula, un descontrol leve hacen que eso cobre vida, porque de lo académico se salta a lo real. Y lo real es lo vivo. Lo académico, para las grabaciones. Fabulosa.
Luis Cansino se llevó una de las grandes ovaciones de la noche. Merecidísima, claro, porque canta como dios, con una voz amplia y madura. Y su creación de una Poncia fresca, echada palante, confidente y madre fue histórica. No recrea a una mujer, sino que actúa como una mujer. Se siente mujer y se siente amiga, protectora, valiente y hermana. Una Poncia que se atreve a retar a Bernarda y de hablarle de tú a tú quizá porque ella sea la única que conoce el gran secreto de Bernarda. Es posible, es un gran punto de partida. ¿Quién sabe si, como decía la Sardá, Poncia y Bernarda no sean hermanas, Poncia hija bastarda del mismo padre y que por eso Bernarda le consiente todo? Me parece un punto de partida maravilloso. Y Cansino vocalmente lo borda y escénicamente también.
Julieta Serrano grita desde fuera del escenario. Así comienza la función. Y tu corazón da un vuelco. Desde ese punto, todo es un no parar. Julieta está SU-BLI-ME. Es la María Josefa más madura, inteligente y amorosa que he visto jamás. Generosa y perfecta en cada gesto. Una maestra de entrega y de capacidad.
Nancy Fabiola Herrera está fantástica. Vocalmente es una bestia, tiene unos graves profundos y redondos y en la zona alta se maneja con soltura y poderío. Escénicamente tiene una presencia inolvidable, camina con un peso brutal y domina con la mirada. Simplemente su imagen transmite ya la crueldad de la madre que haciendo lo que cree mejor para sus hijas, las destroza y provoca el drama. Fabulosa.¿No os recuerda a Cándida Losada, con esa cara de perra mala? ¿Y si digo que en el montaje quedirigió Bardem el año 64 Julieta Serrano hacía de Adela...?
La noche del estreno ocurrió una cosa mágica que yo echo en falta siempre. Lo normal es que cuando empieza a caer el telón haya un ansioso/ansiosa que quiere ganar la medalla al espectador avispado y arranca a aplaudir como si fuera el único que se ha enterado de que eso es el final. Bueno, pues el otro día bajó el telón, terminó la música, dejó de oírse el eco de la última nota, flotó por el aire el silencio necesario para que todos bajáramos al mundo real y ya de nuevo en la butaca, arrancaron los aplausos. Creo que la música y el teatro necesitan que como espectador regreses a tu butaca. Lo que oyes o ves provoca unas sensaciones y emociones y lo que has experimentado tiene un eco. Provoca un eco, un recuerdo, una reverberación emocional que es necesario que se extinga para poder reaccionar. El que aplaude cuando el telón está cayendo y la música sonando es que lo ha visto desde fuera.
Esto totalmente convencido de que este espectáculo va a ser unos de mayores pelotazos de esta temporada del Teatro de la Zarzuela. Siempre he dicho que este género está en la UCI y que la única forma de acercarlo a la gente, al siglo XXI es "retocando" los libretos y con las direcciones de escena. Es el pequeño margen que hay para dar una visión de hoy y atraer a un público nuevo y regenerador. Si a eso le unimos la experimentación nuevas obras, como esta joya de "Bernarda Alba", el éxito y la supervivencia están aseguradas.
Y como no me puedo callar nada, ahora voy con lo que NO me gustó. Mejor dicho, con lo que yo habría hecho de otra forma si yo lo hubiera dirigido, jajaja.
No me gustó, según me han contado, que al parecer, cuando se abre el portón... no se ve nada desde los laterales. Vamos, que el final... desde los laterales no se ve, porque las puertas lo tapan.
No me gustaron ciertas decisiones del libreto. Para mí hay frases como "Me sirves y te pago. Nada más" de Bernarda a Poncia. Lo eché de menos. "Me sirves y nada más" no es lo mismo. Como el famoso "Me vais a soñar" de Bernarda. Es una frase icónica. Es como hacer un Hamlet y quitar el "algo huele a podrido en Dinamarca".
Si yo fuera el director... habría intentado entreactos sin bajar el telón, sólo con luz.
Recnozco que estamos ante un medio distinto al teatro y a la literatura y que cada medio necesita un lenguaje y unas normas distintas. Reconociendo que el libreto es bueno y que respeta sobre todo el espíritu de la obra original, echo en falta el sonido de las palabras de Federico. En sus obras no es sólo lo que dice sino las palabras y la musicalidad que ellas tienen para contar lo que cuenta. El sonido de las palabras de Lorca, su cadencia, su sonoridad, es un lástima que en cierta medida se pierdan en esta versión. Pero es lógico que no se pueda hacer tal cual él la escribió.
Si yo fuera el director no había puesto los ladridos de los perros ni los cascos de los caballos. Una vez creada y asumida la convención de que se habla de cosas y no tienen por qué oírse, el público las acepta enseguida. es un acuerdo entre el escenario y el público asumido y habitual. Los sonidos en off a mí me descolocan, me suenan irreales. Como me sonaban rarunos los relinchos cada vez que salía un caballo en "Curro Jiménez".
Pues nada, todos como locas a la Zarzuela, porque de este espectáculo se va a hablar y aún puedes ser de los afortunados que digan "yo estuve allí".
Las fotacas son de Javier del Real, como siempre, asombrosas.
La foto de arriba es de una habitación real de la casa real de Frasquita Alba. Los pelos como escarpias.
miércoles, 17 de octubre de 2018
Romancero gitano. Teatro de la Abadía.
Poder presenciar historias de amor intensas y vitales como la que han forjado Nuria Espert, Lluís Pasqual y Fedrico García Lorca es un lujo que esta época convulsa y envidiosa nos ha permitido disfrutar.
Lo que podemos ver en la Abadía es el nuevo hijo nacido de esta historia de amor. De amor necesario, de amor imperecedero, de amor desbocado e hiperbólico y de amor que sobrevuela el paso de los años. Este "Romancero gitano" es como volver al origen. Tras "La oscura raíz", "Haciendo Lorca" y "La casa de Bernarda Alba" vuelven a reunirse tres seres que pese a haber navegado solos en muchas ocasiones, estaba escrito que tendrían que volver a reunirse. Porque hay amores y necesidades que son inevitables. Nuria ha viajado con Federico, Lluís ha viajado con Federico también y Federico ha viajado con muchos y muchas. Pero juntos, este trío es amor puro y necesario.
Los amores necesarios de verdad no necesitan de aderezos ni de adornos. Una flor lo dice todo, un apretón de manos, un beso en el momento preciso o sentir juntos y por igual un aria de ópera pueden ser muestras del amor más hiperbólico e inevitable. Porque amar es estar y es ser. Por eso el escenario está vacío de aderezos o de palabras sobadas y desgastadas. Un escenario vacío y Nuria haciendo resonar las palabras de Lorca. Simplemente unas butacas. Fuera cuarta pared y leches. Aquí sí de verdad. Porque esto es entre tú y yo, entre iguales. "Te voy a contar una historia". Por eso el escenario es el patio de butacas por del revés. There's no greater love.
A Federico le gustaba leer sus poemas a sus amigos. Quería ver sus reacciones y comprobar el efecto que producían sus palabras al sonar en voz alta y llegar al otro. Eso es sencillamente lo que pasa en la Abadía, que las palabras de Fedrico vuelan por el aire en la voz de Nuria y nos llegan directas al corazón, a los entresijos y al hígado como peces luna.
En cierta ocasión, con motivo de una conferencia que Lorca pronunció en 1935, escribió también una introducción a cada uno de los poemas de su "Romancero gitano". Esos textos, junto con pequeñas "chispitas" de las experiencias personales de Nuria en sus acercamientos a Lorca, son la base de este hermoso trabajo.
Pero vayamos por partes. Nuria habla por boca de Federico. Siente tal conexión y su nivel de comprensión de los textos de Federico es tan profundo y certero, que siente que habla con el ritmo interno de Federico. Incluso cuando interpreta al rey Lear, la forma de hablar, el ritmo de las palabras, es el ritmo del latido de Lorca. La verdad de las palabras está en ese latido interno. A eso hay que añadir que tanto Nuria como Lluís sienten que los poemas de Lorca, aun siendo poemas, son como pequeñas obras de teatro. O podrían serlo. Por eso, estudiando bien los textos (o simplemente leyéndolos con los ojos del amor en vez de con los ojos del entendimiento) se puede descubrir qué personajes intervienen en cada poema, cuándo habla cada uno y hasta las répilcas a los demás personajes. Ese tratamiento de los textos desde la máxima profundidad y compenetración hacen que lo que Nuria nos cuenta no sean "los-poemas-del-Romancero-gitano" sino directamente lo que Fedrico nos quería transmitir en cada poema. Lo que vemos no es un recital, ni siquiera un recital glorioso ni un recital mágico sino que es sencillamente un diálogo entre Federico y nosotros y nuestros corazones. Y la forma que tiene Nuria de acercarse a eso textos es simplemente magistral.
Hay quien dirá que utiliza muchos recursos y hay quien dirá, como yo, que lo que hace es llevar su compromiso con la escena a sus últimas consecuencias. Con un leve gesto, ensancha su voz, descuelga los hombros, clava la mirada y se transforma en todos los personajes del poema e incluso dialoga entre ella y ella misma. Y de pronto se quiebra y es La madre, o se vuelve a quebrar y es Yerma o Doña Rosita. Me da igual si se lo cree o no, si usa recursos de dama sabia del teatro, el caos es ue el efecto que debe conseguir, que es que yo en mi butaca me lo crea, eso lo consigue y yo la veo mutar. Delante de tus morros. Con profesión se puede dar el pego, pero sin corazón y sin el compromiso total con el hecho escénico no se traspasa, no se consigue que todo el teatro llore estremecido al oír "Con un cuchillo, con un cuchillito..." o al menos en mi caso, al comprender por primera vez en mi vida el significado del Romance Sonámbulo. Y mira que a Federico me lo tengo estudiado, requeteestudiado y asimilado. Pero Nuria nos lleva un paso más allá.
Y si Nuria habla por boca de Federico, Lluís Pasqual ES Federico. No voy a explicar aquí por qué, ni voy a contar lo del nacimiento, lo de Gonzalo (el ángel que ilumina) ni nada. TODO está en esa joya literaria y vital que es "De la mano de Federico", libro en el que Pasqual habla de y desde Federico.
Así que si juntamos la voz de Federico y el espíritu de Lorca, ¿qué puede salir? Magia. Un viaje en el tiempo, amor.
Pascal Mérat ilumina el espacio como si fuera un rincón del corazón. La luz y las sombras laten, respiran, iluminan y ocutan deseos, sueños, frustraciones, navajas, lunas y amores. Y Roc Mateu les pone sonidos a esas lunas. Los mismos sonidos nacidos de la necesidad y el amor. Un toque de guitarra, una pandereta o un simple zumbido.
Si alguien espera batas de cola, guitarras, gitaneo y referencias de esas que los limitados llaman "lorquianas" mejor que se quede en casa. Este montaje es lorquiano cien por cien porque no hay nada más "lorquiano" que sumergirte sediento en sus palabras y dejar que te mojen. Eso es lo que han hecho Nuria y Lluís. Alejarse de estereotipos, de clichés, de tópicos y de cadenas y dejarse llevar. Reconocer que todos tenemos peces luna en nuestras vidas. Y cuchillos. Que no hay nada más revolucionario ni más estabilizador que el amor. Que vivimos para amar y que ellos dos, Lluís y Nuria son amor. Y es que "Romancero gitano" tiene poco de Andalucía. A ver s, sí, es Andalucía, pero es amor, es muerte, es soledad, es pena, una pena mu grande, mu interna y mu desoladora.
Imagino, supongo, sospecho que quizá Nuria necesitaba volver a casa tras el azote de "Incendios" y Lluís también necesitaba volver a casa tras el golpe de estado de este verano. Los dos se han vuelto a reunir con el tercer amante, Federico y entre los tres han vuelto a hacer un acto sencillo, delicado y estremecedor. Algo tan revolucionario como sencillo. Un acto de amor. Los dos se han cobijado en un nido seguro y calentito, en las palabras y los remolinos de Lorca. Los unos arropados en los otros y los otros en los unos.Y encima lo rematan con el "Soneto de la dulce queja", un grito desesperado de necesidad de amar, un grito al universo que sólo se lanza desde el conocimiento del amor necesitado, el que se sacia con un gesto sencillo. El mayor amor imaginable se contenta con un abrazo, con un paretoón, con una sonrisa o un "te quiero " bajito, dicho al oído. O dejándome ser la sombra de tu perro. Como colofón, el "Grito hacia Roma", ese alarido frente a la injusticia de la Iglesia y su falta de amor hacia el ser humano total. Un vómito a la altura de un Koltés bravo y suicida. Un ajuste de cuentas con la INJUSTICIA, LA FALTA DE VISIÓN, LA FALSEDAD y la mierda que embarra a los que van de dignos. Quizá los dos gritos más desgarrados y desgarradores de Federico; el grito al amor y el grito a la injusticia.
Puede que como espectáculo teatral no pase a la historia; nada es epatante aunque todo es excelso. Y vivimos una época en la que un fisting vale más que un soneto y una buena vídeoproyección conmueve más que una sola palabra de Federico. Así que todo seguirá igual después de este "Romancero gitano", aunque en la oscuridad de la sala los cuerpos se ondulen con las palabras de Lorca y los cuerpos sientan que pueden "bordar una rosa en la uña de un niño recién nacido". Yo no soy el mismo que era antes de entrar. He comprendido cosas, he colocado otras, he perdonado muchas pendientes y me muero de amor como nunca.
Repetiría todos los días de mi vida, porque las palabras de Federico en boca de Nuria y con la intención de Lluís sanan. Gracias por este espectáculo.
Y chico, como si no lo digo reviento, mejor lo suelto. De paso, Nuria y Lluís han demostrado que el original es infintamente mejor que la copia, que el maestro entiende y el mediocre desbarra y que mueve más un ceño relajado y un aria de Saint-Saëns que una plantilla vacía.
Lo que podemos ver en la Abadía es el nuevo hijo nacido de esta historia de amor. De amor necesario, de amor imperecedero, de amor desbocado e hiperbólico y de amor que sobrevuela el paso de los años. Este "Romancero gitano" es como volver al origen. Tras "La oscura raíz", "Haciendo Lorca" y "La casa de Bernarda Alba" vuelven a reunirse tres seres que pese a haber navegado solos en muchas ocasiones, estaba escrito que tendrían que volver a reunirse. Porque hay amores y necesidades que son inevitables. Nuria ha viajado con Federico, Lluís ha viajado con Federico también y Federico ha viajado con muchos y muchas. Pero juntos, este trío es amor puro y necesario.
Los amores necesarios de verdad no necesitan de aderezos ni de adornos. Una flor lo dice todo, un apretón de manos, un beso en el momento preciso o sentir juntos y por igual un aria de ópera pueden ser muestras del amor más hiperbólico e inevitable. Porque amar es estar y es ser. Por eso el escenario está vacío de aderezos o de palabras sobadas y desgastadas. Un escenario vacío y Nuria haciendo resonar las palabras de Lorca. Simplemente unas butacas. Fuera cuarta pared y leches. Aquí sí de verdad. Porque esto es entre tú y yo, entre iguales. "Te voy a contar una historia". Por eso el escenario es el patio de butacas por del revés. There's no greater love.
A Federico le gustaba leer sus poemas a sus amigos. Quería ver sus reacciones y comprobar el efecto que producían sus palabras al sonar en voz alta y llegar al otro. Eso es sencillamente lo que pasa en la Abadía, que las palabras de Fedrico vuelan por el aire en la voz de Nuria y nos llegan directas al corazón, a los entresijos y al hígado como peces luna.
En cierta ocasión, con motivo de una conferencia que Lorca pronunció en 1935, escribió también una introducción a cada uno de los poemas de su "Romancero gitano". Esos textos, junto con pequeñas "chispitas" de las experiencias personales de Nuria en sus acercamientos a Lorca, son la base de este hermoso trabajo.
Pero vayamos por partes. Nuria habla por boca de Federico. Siente tal conexión y su nivel de comprensión de los textos de Federico es tan profundo y certero, que siente que habla con el ritmo interno de Federico. Incluso cuando interpreta al rey Lear, la forma de hablar, el ritmo de las palabras, es el ritmo del latido de Lorca. La verdad de las palabras está en ese latido interno. A eso hay que añadir que tanto Nuria como Lluís sienten que los poemas de Lorca, aun siendo poemas, son como pequeñas obras de teatro. O podrían serlo. Por eso, estudiando bien los textos (o simplemente leyéndolos con los ojos del amor en vez de con los ojos del entendimiento) se puede descubrir qué personajes intervienen en cada poema, cuándo habla cada uno y hasta las répilcas a los demás personajes. Ese tratamiento de los textos desde la máxima profundidad y compenetración hacen que lo que Nuria nos cuenta no sean "los-poemas-del-Romancero-gitano" sino directamente lo que Fedrico nos quería transmitir en cada poema. Lo que vemos no es un recital, ni siquiera un recital glorioso ni un recital mágico sino que es sencillamente un diálogo entre Federico y nosotros y nuestros corazones. Y la forma que tiene Nuria de acercarse a eso textos es simplemente magistral.
Hay quien dirá que utiliza muchos recursos y hay quien dirá, como yo, que lo que hace es llevar su compromiso con la escena a sus últimas consecuencias. Con un leve gesto, ensancha su voz, descuelga los hombros, clava la mirada y se transforma en todos los personajes del poema e incluso dialoga entre ella y ella misma. Y de pronto se quiebra y es La madre, o se vuelve a quebrar y es Yerma o Doña Rosita. Me da igual si se lo cree o no, si usa recursos de dama sabia del teatro, el caos es ue el efecto que debe conseguir, que es que yo en mi butaca me lo crea, eso lo consigue y yo la veo mutar. Delante de tus morros. Con profesión se puede dar el pego, pero sin corazón y sin el compromiso total con el hecho escénico no se traspasa, no se consigue que todo el teatro llore estremecido al oír "Con un cuchillo, con un cuchillito..." o al menos en mi caso, al comprender por primera vez en mi vida el significado del Romance Sonámbulo. Y mira que a Federico me lo tengo estudiado, requeteestudiado y asimilado. Pero Nuria nos lleva un paso más allá.
Y si Nuria habla por boca de Federico, Lluís Pasqual ES Federico. No voy a explicar aquí por qué, ni voy a contar lo del nacimiento, lo de Gonzalo (el ángel que ilumina) ni nada. TODO está en esa joya literaria y vital que es "De la mano de Federico", libro en el que Pasqual habla de y desde Federico.
Así que si juntamos la voz de Federico y el espíritu de Lorca, ¿qué puede salir? Magia. Un viaje en el tiempo, amor.
Pascal Mérat ilumina el espacio como si fuera un rincón del corazón. La luz y las sombras laten, respiran, iluminan y ocutan deseos, sueños, frustraciones, navajas, lunas y amores. Y Roc Mateu les pone sonidos a esas lunas. Los mismos sonidos nacidos de la necesidad y el amor. Un toque de guitarra, una pandereta o un simple zumbido.
Si alguien espera batas de cola, guitarras, gitaneo y referencias de esas que los limitados llaman "lorquianas" mejor que se quede en casa. Este montaje es lorquiano cien por cien porque no hay nada más "lorquiano" que sumergirte sediento en sus palabras y dejar que te mojen. Eso es lo que han hecho Nuria y Lluís. Alejarse de estereotipos, de clichés, de tópicos y de cadenas y dejarse llevar. Reconocer que todos tenemos peces luna en nuestras vidas. Y cuchillos. Que no hay nada más revolucionario ni más estabilizador que el amor. Que vivimos para amar y que ellos dos, Lluís y Nuria son amor. Y es que "Romancero gitano" tiene poco de Andalucía. A ver s, sí, es Andalucía, pero es amor, es muerte, es soledad, es pena, una pena mu grande, mu interna y mu desoladora.
Imagino, supongo, sospecho que quizá Nuria necesitaba volver a casa tras el azote de "Incendios" y Lluís también necesitaba volver a casa tras el golpe de estado de este verano. Los dos se han vuelto a reunir con el tercer amante, Federico y entre los tres han vuelto a hacer un acto sencillo, delicado y estremecedor. Algo tan revolucionario como sencillo. Un acto de amor. Los dos se han cobijado en un nido seguro y calentito, en las palabras y los remolinos de Lorca. Los unos arropados en los otros y los otros en los unos.Y encima lo rematan con el "Soneto de la dulce queja", un grito desesperado de necesidad de amar, un grito al universo que sólo se lanza desde el conocimiento del amor necesitado, el que se sacia con un gesto sencillo. El mayor amor imaginable se contenta con un abrazo, con un paretoón, con una sonrisa o un "te quiero " bajito, dicho al oído. O dejándome ser la sombra de tu perro. Como colofón, el "Grito hacia Roma", ese alarido frente a la injusticia de la Iglesia y su falta de amor hacia el ser humano total. Un vómito a la altura de un Koltés bravo y suicida. Un ajuste de cuentas con la INJUSTICIA, LA FALTA DE VISIÓN, LA FALSEDAD y la mierda que embarra a los que van de dignos. Quizá los dos gritos más desgarrados y desgarradores de Federico; el grito al amor y el grito a la injusticia.
Puede que como espectáculo teatral no pase a la historia; nada es epatante aunque todo es excelso. Y vivimos una época en la que un fisting vale más que un soneto y una buena vídeoproyección conmueve más que una sola palabra de Federico. Así que todo seguirá igual después de este "Romancero gitano", aunque en la oscuridad de la sala los cuerpos se ondulen con las palabras de Lorca y los cuerpos sientan que pueden "bordar una rosa en la uña de un niño recién nacido". Yo no soy el mismo que era antes de entrar. He comprendido cosas, he colocado otras, he perdonado muchas pendientes y me muero de amor como nunca.
Repetiría todos los días de mi vida, porque las palabras de Federico en boca de Nuria y con la intención de Lluís sanan. Gracias por este espectáculo.
Y chico, como si no lo digo reviento, mejor lo suelto. De paso, Nuria y Lluís han demostrado que el original es infintamente mejor que la copia, que el maestro entiende y el mediocre desbarra y que mueve más un ceño relajado y un aria de Saint-Saëns que una plantilla vacía.
domingo, 21 de enero de 2018
Lo(r)ca. Nave 73
Barak Ben-David se metió hace un tiempo en un berenjenal de esos de los que es difícil salir airoso. A no ser que lo que hagas sea destripar los textos de Lorca, exprimirlos, quitarles capas, ponérselas, cambiárselas, entrelazarlas, ponerles pantalón y dotarles de una perspectiva nueva, rica y colorida.
Es obvio que los personajes femeninos de Federico corresponden a una época concreta y que su dimensión dramática es profunda si los sitúas en su momento y lugar. No es lo mismo lo que podría sentir una mujer que no consigue quedarse embarazada en los años 30 que ahora. Ni por supuesto, es igual que lo que puede sentir un hombre HOY por no poder adoptar un hijo. La llamada de la naturaleza es brutal. Y Barak ha conseguido trasladar los dramas y mogollones de varias mujeres lorquianas (palabra que cada vez da más repelús) a los cuerpos y mentes de hombres. De hombres de hoy en día. Y funciona. Vamos, no es que funciona sino que consigue dotar a esos textos de una dimensión bestial y coherente sin que eches en falta nada. Los dramas humanos son dramas humanos y todos los seres somos iguales en lo que sentimos. Al menos en nuestra potencia para sentir.
Por eso mismo Adela, Martirio, la novia, Doña Rosita o Yerma pueden ser y de hecho SON hombres y no sólo no rechina nada sino que abre horizontes. Y los horizontes siempre son buenos.
Hombres sufriendo los dolores de las mujeres de Federico. Y hombres gays. España es afortunada. Vivimos en una sociedad bastante avanzada en el tema de la normalización de las opciones. Con todo y con eso, somos muy modernis pero sigue habiendo agresiones a todas horas. Nazis, descerebrado, machirulos y peña con necesidad de tenerla mas grande que los demás. Ni te cuento en el resto del mundo, en países muy cercanos, en África, en Asia, o en pueblos pequeños de nuestra querida y remacha piel de toro. Otra dimensión más a añadir a las que tiene este espectáculo.
El punto de partida de este montaje según yo lo sentí, es el respeto, la honestidad y el riesgo. Respeto por Federico, por sus palabras y por su intención. Honestidad al plantear un universo distinto e igualmente sincero, doloroso y profundo que el que supuestamente planteaba Federico. Se me ocurre una cosa: ¿si no hubieran asesinado a Federico, habría representado alguna vez sus obras interpretadas por actores, por hombres? Yo me juego un brazo a que sí. Porque es evidente que los dramones que viven sus personajes son universales, no tienen género ni sexo. Y riesgo al adueñarse de unos textos "sagrados" (si queréis podéis leer AQUÍ mis reflexiones sobre Lorca y "lo esperado") y hacer con ellos los que Lorca habría hecho. Directamente apropiarse de ellos, despojarlos de mitos y pudores y llevarlos al sitio donde para ti tienen sentido.
Visualmente la propuesta es vigorosa, con una iluminación fabulosa y un movimiento escénico brillante. La dramaturgia funciona a la perfección: tanto el texto en sí tal y como está remozado, removido, remezclado y transitado como su concepción escénica son sólidas y muy, muy emocionantes. El ritmo está perfectamente medido y el drama avanza con paso firme incluso con los intermedios desoladores. Doña Rosita navega como si de un despojo humano se tratase, de un lado para otro, buscando su sitio. Y su sitio es todos.
El ramillete de actores que dan vida a estos hombres es de ensueño.
Raúl Pulido, Jorge Gonzalo, Javier Prieto y un inconmensurable Juan Caballero reviven las palabras de Rosita, de Adela, de la novia, de Yerma, de Martirio... Los cuatro son guapos de caerte de espaldas, bellos y atractivos, simpáticos y empáticos. Circulan del odio al dolor, a la luna, a la risa, al gozo y a la muerte con naturalidad y un desparpajo asombrosos. Son jóvenes, bellos y llenos de solidez en escena. Son pesos pesados y seguros. Personalmente, y por sacar punta, destacaría a Jorge Gonzalo por dar vida a las palabras de Rosita. Quizá el personaje más difícil de encajar en este entramado. Y Jorge logra revivir unas de las más bellas palabras escritas jamás como si nacieran de una necesidad.
Y Juan Caballero. De Juan llevo tiempo diciendo que es de los mejores actores de su tiempo. Haga lo que haga ves en escena a seres vivos. Juan no fabrica emociones ni las busca, sino que deja que nazcan. Mira a sus compañeros y abre los poros. Por ahí le entran las emociones que le mueven y que dan vida a sus palabras. Nada es fingido, todo en Juan es real, actual, vivo y necesario. Por eso viaja de Martirio a Yerma como si tal cosa.
En definitiva, un espectáculo vivo, vigoroso y doliente. Una gran dramaturgia, una dirección brillante, iluminada, vestida y con unas imágenes fabulosas y con un puñado de actorazos prodigiosos que consiguen que revivan las tragedias de estos personajes como si de forma natural fueran masculinos. Y es que a lo mejor lo eran. O lo son. O lo serán.
Es obvio que los personajes femeninos de Federico corresponden a una época concreta y que su dimensión dramática es profunda si los sitúas en su momento y lugar. No es lo mismo lo que podría sentir una mujer que no consigue quedarse embarazada en los años 30 que ahora. Ni por supuesto, es igual que lo que puede sentir un hombre HOY por no poder adoptar un hijo. La llamada de la naturaleza es brutal. Y Barak ha conseguido trasladar los dramas y mogollones de varias mujeres lorquianas (palabra que cada vez da más repelús) a los cuerpos y mentes de hombres. De hombres de hoy en día. Y funciona. Vamos, no es que funciona sino que consigue dotar a esos textos de una dimensión bestial y coherente sin que eches en falta nada. Los dramas humanos son dramas humanos y todos los seres somos iguales en lo que sentimos. Al menos en nuestra potencia para sentir.
Por eso mismo Adela, Martirio, la novia, Doña Rosita o Yerma pueden ser y de hecho SON hombres y no sólo no rechina nada sino que abre horizontes. Y los horizontes siempre son buenos.
Hombres sufriendo los dolores de las mujeres de Federico. Y hombres gays. España es afortunada. Vivimos en una sociedad bastante avanzada en el tema de la normalización de las opciones. Con todo y con eso, somos muy modernis pero sigue habiendo agresiones a todas horas. Nazis, descerebrado, machirulos y peña con necesidad de tenerla mas grande que los demás. Ni te cuento en el resto del mundo, en países muy cercanos, en África, en Asia, o en pueblos pequeños de nuestra querida y remacha piel de toro. Otra dimensión más a añadir a las que tiene este espectáculo.
El punto de partida de este montaje según yo lo sentí, es el respeto, la honestidad y el riesgo. Respeto por Federico, por sus palabras y por su intención. Honestidad al plantear un universo distinto e igualmente sincero, doloroso y profundo que el que supuestamente planteaba Federico. Se me ocurre una cosa: ¿si no hubieran asesinado a Federico, habría representado alguna vez sus obras interpretadas por actores, por hombres? Yo me juego un brazo a que sí. Porque es evidente que los dramones que viven sus personajes son universales, no tienen género ni sexo. Y riesgo al adueñarse de unos textos "sagrados" (si queréis podéis leer AQUÍ mis reflexiones sobre Lorca y "lo esperado") y hacer con ellos los que Lorca habría hecho. Directamente apropiarse de ellos, despojarlos de mitos y pudores y llevarlos al sitio donde para ti tienen sentido.
Visualmente la propuesta es vigorosa, con una iluminación fabulosa y un movimiento escénico brillante. La dramaturgia funciona a la perfección: tanto el texto en sí tal y como está remozado, removido, remezclado y transitado como su concepción escénica son sólidas y muy, muy emocionantes. El ritmo está perfectamente medido y el drama avanza con paso firme incluso con los intermedios desoladores. Doña Rosita navega como si de un despojo humano se tratase, de un lado para otro, buscando su sitio. Y su sitio es todos.
El ramillete de actores que dan vida a estos hombres es de ensueño.
Raúl Pulido, Jorge Gonzalo, Javier Prieto y un inconmensurable Juan Caballero reviven las palabras de Rosita, de Adela, de la novia, de Yerma, de Martirio... Los cuatro son guapos de caerte de espaldas, bellos y atractivos, simpáticos y empáticos. Circulan del odio al dolor, a la luna, a la risa, al gozo y a la muerte con naturalidad y un desparpajo asombrosos. Son jóvenes, bellos y llenos de solidez en escena. Son pesos pesados y seguros. Personalmente, y por sacar punta, destacaría a Jorge Gonzalo por dar vida a las palabras de Rosita. Quizá el personaje más difícil de encajar en este entramado. Y Jorge logra revivir unas de las más bellas palabras escritas jamás como si nacieran de una necesidad.
Y Juan Caballero. De Juan llevo tiempo diciendo que es de los mejores actores de su tiempo. Haga lo que haga ves en escena a seres vivos. Juan no fabrica emociones ni las busca, sino que deja que nazcan. Mira a sus compañeros y abre los poros. Por ahí le entran las emociones que le mueven y que dan vida a sus palabras. Nada es fingido, todo en Juan es real, actual, vivo y necesario. Por eso viaja de Martirio a Yerma como si tal cosa.
En definitiva, un espectáculo vivo, vigoroso y doliente. Una gran dramaturgia, una dirección brillante, iluminada, vestida y con unas imágenes fabulosas y con un puñado de actorazos prodigiosos que consiguen que revivan las tragedias de estos personajes como si de forma natural fueran masculinos. Y es que a lo mejor lo eran. O lo son. O lo serán.
miércoles, 18 de octubre de 2017
Bodas de sangre. María Guerrero.
Lorca es Dios.
Pero Dios tiene mil formas, mil representaciones, mil imágenes y mil lecturas.
Hace tiempo que Ernesto Caballero estaba detrás de montar un Lorca. Finalmente el afortunado ha sido Pablo Messiez, posiblemente el director de escena más personal, consecuente e inteligente de hoy en día.
Hay nombres sagrados e imponentes en todas las artes. Aunque en nuestro afán etiquetador y fanático convertimos los nombres imponentes en iconos esculpidos en nuestra imaginería y en vez de otorgarles un lugar de honor les hacemos una putada que te cagas.
Sí, Lorca es Dios. Pero si quieres trabajar con Dios, o representar a Dios, tienes varias opciones: cagarte por la pata abajo, mirar desde la admiración grupie y sentir que hagas lo que hagas todo va ir por delante de ti o puedes acercarte al mito (al puto mito), mirarle a los ojos, cogerle de la mano, hacerte su cómplice y dejarte guiar por su amistad.
Es cierto que están muy arraigados ciertos clichés con la obra de Federico. Y enfrentarte a "Bodas de sangre" sin imaginarte Andalucía, las navajas, las guitarras, su poquito de flamenco, mantones negros y una luna en el escenario parece inevitable. Pues no, señoras, de eso nada. Esas imágenes, no sólo no ayudan nada sino que son una tumba para el propio trabajo del autor. Federico decía " yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento. Y lo haré como me dé la gana". Así quería Federico hacer teatro y así ha elegido hacerlo Pablo Messiez. Messiez ha decidido ser fiel a Federico, no a la idea que tenemos del pobre Federico.
Lorca decía del teatro que se hacía en su época que era "un teatro de y para puercos. Así, un teatro hecho por puercos y para puercos". Nada que ver con esa imagen de señor cantarín y alegre, educado y señorito. Por ejemplo.
Por eso Messiez ha traído al presente las palabras de Federico, para que así tengan sentido y vida. Montar unas bodas con llantos, pañuelos negros, caballos, folclore y arriquitaun habría sido empolvar más aún la ya de por sí demasiado empolvada huella de Lorca.
Porque para que el teatro esté vivo tiene que cohabitar con nosotros. Tenemos que verlo en paralelo. Y por muy Lorca que sea, si no está en presente no vive. Además el propio Federico en su corta vida tuvo la valentía y la ocasión de dejarnos una extensísima "bibliografía" para que buscáramos las respuestas a todas las preguntas en él mismo. Conferencias, obra dramática, versos, canciones, dibujos, miles de cartas... ahí están sus palabras para darnos respuestas, para ayudarnos y para completar la ingente dimensión de su figura y de su libertad creativa. Y de paso para encarnarle, para hacerle humano y real, no mítico, lejano y arquetípico.
¿O no es de una libertad creativa absoluta poner a hablar a la luna en ese acto tercero mágico y perturbador después de haber navegado entre versos, costumbrismo, tragedia, fatalidad y comedia? Eso es precisamente "hacer el teatro que me guste, el que siento. Y hacerlo como me dé la gana".
Una libertad creativa que él mismo definía hablando de la "cualidad anarquista" del artista. El artista y su capacidad de escuchar únicamente tres voces: la voz de la muerte, con todos sus presagios, la voz del amor y la voz del arte.
Sin ir más lejos, en sus propias palabras está lo que sintió al viajar a Estados Unidos y a Cuba, el descubrimiento de las razas y de la llamada de la naturaleza.
Descubrir a Lorca no es mirarle con devoción, respeto, idolatría y un acojone interior por la dimensión "creada" alrededor de su figura. Descubrir a Federico es verle humano y escarbar en sus palabras y en su desinhibición. Él sólo te dará las repuestas y la ayuda necesarias para ser consecuente con su trabajo y respetuoso con su intención. Y siempre desde aquí, desde hoy, desde el mismo nivel, cogiéndole de la mano (mejor del brazo) y saliendo a pasear como dos amigos.
Y como Pablo Messiez es más listo que un ratón colorao, eso es justo (creo) lo que ha hecho. Ha bajado a Federico del altar, le ha pedido respuestas y le ha escuchado cuando se las ha dado. Así, los dos agarraditos del brazo.
Por eso comienza el espectáculo con la luna (o la muerte) adueñándose de las palabras del Autor de "Comedia sin título" que podían haber sido perfectamente las del director de "El público". Por eso el padre recita "Cielo vivo" en la boda (y encima lo adorna con unas palabras bellísimas en las que viene a decir: "no entiendo qué significa, pero me gusta mucho, me conmueve y ya está", todo un homenaje a lo de "hacerlo como me dé la gana"). Por eso, ¿qué mejor vals para cantar que el "pequeño vals vienés"? Porque Federico es un artista global y toda su obra es un conjunto. Y la respuesta a sus preguntas está en él mismo. Genial, Messiez. ¡Qué coño, si caber caben hasta Juana Reina y su vibrato!
En lo estrictamente escénico este espectáculo es un derroche visual, estético y emocional.
Tras ese arranque demoledor, Messiez nos mete de lleno en el mundo de "Bodas" tal y como el propio Federico lo describió. En una habitación pintada de amarillo. Si ya desde antes de comenzar el espectáculo, quizá desde su propia concepción la libertad inunda las salas de Messiez, en lo que vemos a partir de este momento está Federico, Pablo, la palabra y el encuentro de esa palabra con el hoy y el ahora. Único e irrepetible como nunca.
Pablo ha optado por la lucha entre el orden establecido y el deseo. Entre el poder irrefrenable del cuerpo y de la carne y la limitación del propio ser humano. Entre la libertad de las palabras y la propia cárcel que estas pueden generar. Entre moral y pasión. La madre no es una doliente magdalena sino una señora de su tiempo pero muy, muy jodida por haber perdido su carne y haber tenido que lamer su sangre. Teme la soledad y la inutilidad de una vida dedicada, no vivida. Messiez quiere a sus personajes, les comprende y les mima. Y recrea todo el subidón trágico sin caer en amaneramientos ni en disfraces culturetas. Deja que la pasión fluya por las venas de esa novia calentorra y sonríe y sufre con la criada/madre. Agarra a Federico, le estudia, le entiende, le mima y juntos transitan por ese bosque mágico, casi shakespeariano.
Su sitio es la fraternidad y el calorcito. Nada de altares ni hostias. De tú a tú con Fede. Hablando el mismo idioma y usando sus mismas armas. Las palabras que tocan, las imágenes que te cambian y las tentaciones físicas a las que sucumbes.
Esos deditos acercándose entre temblores son puro Lorca, son pasión, temor, calentón y poesía.
Los espacios que crean a pachas Elisa Sanz y Paloma Parra son gloriosos. Son puro brillo, pura tragedia y puro viaje a la esencia del drama. Si las palabras mueven, tocan y cambian, la gama de colores, texturas y calidades de los espacios creados por Elisa son puro interior. Son lo que pasa por dentro, son lo que se calla y sólo se siente, son "el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". De los colores y las formas libres, juguetonas y densas hasta el vestuario colorido y atemporal. Pues sí. ¿O es que esa boda tal y como la vemos no puede celebrarse hoy mismo?
Las casas de los novios, los troncos, el banquete de bodas, el bosque, la sala de espejos... todo es puro ardor.
Y como complemento perfecto las luces, las sombras, los brillos, los fogonazos, los reflejos y las linternas de Paloma Parra. Creo que la escena de la huida de los amantes por el bosque no podría estar mejor iluminada. Es pasión, es terror, es deseo y es semen y fluidos.
El espacio sonoro de Óscar G. Villegas mezcla fábula y realidad. Tierra y noche. Pez luna y cuchillos. Es teatro y es noche. Y fiesta y compañía. Y pueblo.
Gloria Muñoz es una madre sin nombre seca, sufrida, con la palabra "muerte" escrita en la frente y con el cuerpo blando por la pérdida. No es la madre coraje que pelea, ni la sufridora que araña las paredes. Sufre y llora por dentro, como si su dolor fuera agua. Por eso su cuerpo ya no sostiene con fuerza, sino con inercia. Claudia Faci se adueña de las palabras y se alía con ellas para ir poco a poco taladrando nuestra seguridad. Es un espectro, la muerte, la sombra, la oscura raíz, un espejo, la navaja y la serenidad del autor demiurgo. Carmen León borda una creación sensible, sabia y con el poderío de la tierra. Es ancestral y primitiva. Sabe que siente aunque no comprenda y se mueve por el escenario con un peso brutal. Francesco Carril vuelve a demostrar su inmensa capacidad de adueñarse de los sentimientos de sus personajes y de "crearlos" en el momento, de "hacer que nazcan" y que parezcan únicos y surgidos en el momento. Estefanía de los (dioses) y de los Santos se marca una criada antológica. Fani tiene un don especial y es que haga lo que haga no puedas quitar tus ojos de ella. Absorbe las miradas. Y tiene una intensidad y una dimensión en su mirada que traspasa escenarios y leches. Su forma de mirar a la novia es real. Como real es su mirada profunda y trágica durante esa boda que sólo ella sabe ya de antemano que está muerta y teñida de rojo. De un rojo sangre con el que sólo ella se atreve.
Carlota Gaviño es la novia terrenal, la novia cuyo cuerpo cambia y muta al enfrentarse al amor, al deseo, a la carne alterada para siempre y al sexo febril y apasionado que ha mutado su corazón y su coño para siempre. Porque desde que cede al deseo, es como si atrajese a la muerte a la vez. Es fatalidad, tragedia pura y calor de recién parida. Grandiosa hembra removida que comienza a temblar sin querer antes incluso de saber que su pasión es inevitable, que "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Prodigiosa Carlota, suicida y amorosa. La mejor novia imaginable. Es un algodón de azúcar lleno de calor, de pena, de muerte, de fatalidad, de sexo, de vida y de saliva. "Una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera". Es una Julieta que sabe que puede follar y que sabe que follar mola, conmueve y perturba. Virgen quizá, pero con el cuerpo y la carne tocados para siempre. Y eso ya no se cambia.
El resto del repartazo lo completan Pilar Gómez, Julián Ortega, Guadalupe Álvarez, Pilar Bergés, Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro, todos ellos vivos y brillantes.
Ya lo dice Messiez: todos los apellidos que derivan en adjetivo tienen un peligro reduccionista enorme. Ahora que su obra ha pasado a ser de dominio publico, tengamos cuidado. No es que desde hoy se puedan hacer chuminadas sin sentido ni respeto, pero hablemos de tu a tú con Federico y dejemos atrás eso de hacer algo "lorquiano". Se acabó lo de mirarle desde abajo, con devoción, con miedo, con el acojone de quien mira a lo inalcanzable. Yo ya dije hace unos días, que viendo estas "Bodas de sangre" de Messiez, me vuelvo Lorca!!!!!
Que sí, que Lorca es Dios. Pero es más sano ser ateo.
Pero Dios tiene mil formas, mil representaciones, mil imágenes y mil lecturas.
Hace tiempo que Ernesto Caballero estaba detrás de montar un Lorca. Finalmente el afortunado ha sido Pablo Messiez, posiblemente el director de escena más personal, consecuente e inteligente de hoy en día.
Hay nombres sagrados e imponentes en todas las artes. Aunque en nuestro afán etiquetador y fanático convertimos los nombres imponentes en iconos esculpidos en nuestra imaginería y en vez de otorgarles un lugar de honor les hacemos una putada que te cagas.
Sí, Lorca es Dios. Pero si quieres trabajar con Dios, o representar a Dios, tienes varias opciones: cagarte por la pata abajo, mirar desde la admiración grupie y sentir que hagas lo que hagas todo va ir por delante de ti o puedes acercarte al mito (al puto mito), mirarle a los ojos, cogerle de la mano, hacerte su cómplice y dejarte guiar por su amistad.
Es cierto que están muy arraigados ciertos clichés con la obra de Federico. Y enfrentarte a "Bodas de sangre" sin imaginarte Andalucía, las navajas, las guitarras, su poquito de flamenco, mantones negros y una luna en el escenario parece inevitable. Pues no, señoras, de eso nada. Esas imágenes, no sólo no ayudan nada sino que son una tumba para el propio trabajo del autor. Federico decía " yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento. Y lo haré como me dé la gana". Así quería Federico hacer teatro y así ha elegido hacerlo Pablo Messiez. Messiez ha decidido ser fiel a Federico, no a la idea que tenemos del pobre Federico.
Lorca decía del teatro que se hacía en su época que era "un teatro de y para puercos. Así, un teatro hecho por puercos y para puercos". Nada que ver con esa imagen de señor cantarín y alegre, educado y señorito. Por ejemplo.
Por eso Messiez ha traído al presente las palabras de Federico, para que así tengan sentido y vida. Montar unas bodas con llantos, pañuelos negros, caballos, folclore y arriquitaun habría sido empolvar más aún la ya de por sí demasiado empolvada huella de Lorca.
Porque para que el teatro esté vivo tiene que cohabitar con nosotros. Tenemos que verlo en paralelo. Y por muy Lorca que sea, si no está en presente no vive. Además el propio Federico en su corta vida tuvo la valentía y la ocasión de dejarnos una extensísima "bibliografía" para que buscáramos las respuestas a todas las preguntas en él mismo. Conferencias, obra dramática, versos, canciones, dibujos, miles de cartas... ahí están sus palabras para darnos respuestas, para ayudarnos y para completar la ingente dimensión de su figura y de su libertad creativa. Y de paso para encarnarle, para hacerle humano y real, no mítico, lejano y arquetípico.
¿O no es de una libertad creativa absoluta poner a hablar a la luna en ese acto tercero mágico y perturbador después de haber navegado entre versos, costumbrismo, tragedia, fatalidad y comedia? Eso es precisamente "hacer el teatro que me guste, el que siento. Y hacerlo como me dé la gana".
Una libertad creativa que él mismo definía hablando de la "cualidad anarquista" del artista. El artista y su capacidad de escuchar únicamente tres voces: la voz de la muerte, con todos sus presagios, la voz del amor y la voz del arte.
Sin ir más lejos, en sus propias palabras está lo que sintió al viajar a Estados Unidos y a Cuba, el descubrimiento de las razas y de la llamada de la naturaleza.
Descubrir a Lorca no es mirarle con devoción, respeto, idolatría y un acojone interior por la dimensión "creada" alrededor de su figura. Descubrir a Federico es verle humano y escarbar en sus palabras y en su desinhibición. Él sólo te dará las repuestas y la ayuda necesarias para ser consecuente con su trabajo y respetuoso con su intención. Y siempre desde aquí, desde hoy, desde el mismo nivel, cogiéndole de la mano (mejor del brazo) y saliendo a pasear como dos amigos.
Y como Pablo Messiez es más listo que un ratón colorao, eso es justo (creo) lo que ha hecho. Ha bajado a Federico del altar, le ha pedido respuestas y le ha escuchado cuando se las ha dado. Así, los dos agarraditos del brazo.
Por eso comienza el espectáculo con la luna (o la muerte) adueñándose de las palabras del Autor de "Comedia sin título" que podían haber sido perfectamente las del director de "El público". Por eso el padre recita "Cielo vivo" en la boda (y encima lo adorna con unas palabras bellísimas en las que viene a decir: "no entiendo qué significa, pero me gusta mucho, me conmueve y ya está", todo un homenaje a lo de "hacerlo como me dé la gana"). Por eso, ¿qué mejor vals para cantar que el "pequeño vals vienés"? Porque Federico es un artista global y toda su obra es un conjunto. Y la respuesta a sus preguntas está en él mismo. Genial, Messiez. ¡Qué coño, si caber caben hasta Juana Reina y su vibrato!
En lo estrictamente escénico este espectáculo es un derroche visual, estético y emocional.
Tras ese arranque demoledor, Messiez nos mete de lleno en el mundo de "Bodas" tal y como el propio Federico lo describió. En una habitación pintada de amarillo. Si ya desde antes de comenzar el espectáculo, quizá desde su propia concepción la libertad inunda las salas de Messiez, en lo que vemos a partir de este momento está Federico, Pablo, la palabra y el encuentro de esa palabra con el hoy y el ahora. Único e irrepetible como nunca.
Pablo ha optado por la lucha entre el orden establecido y el deseo. Entre el poder irrefrenable del cuerpo y de la carne y la limitación del propio ser humano. Entre la libertad de las palabras y la propia cárcel que estas pueden generar. Entre moral y pasión. La madre no es una doliente magdalena sino una señora de su tiempo pero muy, muy jodida por haber perdido su carne y haber tenido que lamer su sangre. Teme la soledad y la inutilidad de una vida dedicada, no vivida. Messiez quiere a sus personajes, les comprende y les mima. Y recrea todo el subidón trágico sin caer en amaneramientos ni en disfraces culturetas. Deja que la pasión fluya por las venas de esa novia calentorra y sonríe y sufre con la criada/madre. Agarra a Federico, le estudia, le entiende, le mima y juntos transitan por ese bosque mágico, casi shakespeariano.
Su sitio es la fraternidad y el calorcito. Nada de altares ni hostias. De tú a tú con Fede. Hablando el mismo idioma y usando sus mismas armas. Las palabras que tocan, las imágenes que te cambian y las tentaciones físicas a las que sucumbes.
Esos deditos acercándose entre temblores son puro Lorca, son pasión, temor, calentón y poesía.
Los espacios que crean a pachas Elisa Sanz y Paloma Parra son gloriosos. Son puro brillo, pura tragedia y puro viaje a la esencia del drama. Si las palabras mueven, tocan y cambian, la gama de colores, texturas y calidades de los espacios creados por Elisa son puro interior. Son lo que pasa por dentro, son lo que se calla y sólo se siente, son "el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". De los colores y las formas libres, juguetonas y densas hasta el vestuario colorido y atemporal. Pues sí. ¿O es que esa boda tal y como la vemos no puede celebrarse hoy mismo?
Las casas de los novios, los troncos, el banquete de bodas, el bosque, la sala de espejos... todo es puro ardor.
Y como complemento perfecto las luces, las sombras, los brillos, los fogonazos, los reflejos y las linternas de Paloma Parra. Creo que la escena de la huida de los amantes por el bosque no podría estar mejor iluminada. Es pasión, es terror, es deseo y es semen y fluidos.
El espacio sonoro de Óscar G. Villegas mezcla fábula y realidad. Tierra y noche. Pez luna y cuchillos. Es teatro y es noche. Y fiesta y compañía. Y pueblo.
Gloria Muñoz es una madre sin nombre seca, sufrida, con la palabra "muerte" escrita en la frente y con el cuerpo blando por la pérdida. No es la madre coraje que pelea, ni la sufridora que araña las paredes. Sufre y llora por dentro, como si su dolor fuera agua. Por eso su cuerpo ya no sostiene con fuerza, sino con inercia. Claudia Faci se adueña de las palabras y se alía con ellas para ir poco a poco taladrando nuestra seguridad. Es un espectro, la muerte, la sombra, la oscura raíz, un espejo, la navaja y la serenidad del autor demiurgo. Carmen León borda una creación sensible, sabia y con el poderío de la tierra. Es ancestral y primitiva. Sabe que siente aunque no comprenda y se mueve por el escenario con un peso brutal. Francesco Carril vuelve a demostrar su inmensa capacidad de adueñarse de los sentimientos de sus personajes y de "crearlos" en el momento, de "hacer que nazcan" y que parezcan únicos y surgidos en el momento. Estefanía de los (dioses) y de los Santos se marca una criada antológica. Fani tiene un don especial y es que haga lo que haga no puedas quitar tus ojos de ella. Absorbe las miradas. Y tiene una intensidad y una dimensión en su mirada que traspasa escenarios y leches. Su forma de mirar a la novia es real. Como real es su mirada profunda y trágica durante esa boda que sólo ella sabe ya de antemano que está muerta y teñida de rojo. De un rojo sangre con el que sólo ella se atreve.
Carlota Gaviño es la novia terrenal, la novia cuyo cuerpo cambia y muta al enfrentarse al amor, al deseo, a la carne alterada para siempre y al sexo febril y apasionado que ha mutado su corazón y su coño para siempre. Porque desde que cede al deseo, es como si atrajese a la muerte a la vez. Es fatalidad, tragedia pura y calor de recién parida. Grandiosa hembra removida que comienza a temblar sin querer antes incluso de saber que su pasión es inevitable, que "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Prodigiosa Carlota, suicida y amorosa. La mejor novia imaginable. Es un algodón de azúcar lleno de calor, de pena, de muerte, de fatalidad, de sexo, de vida y de saliva. "Una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera". Es una Julieta que sabe que puede follar y que sabe que follar mola, conmueve y perturba. Virgen quizá, pero con el cuerpo y la carne tocados para siempre. Y eso ya no se cambia.
El resto del repartazo lo completan Pilar Gómez, Julián Ortega, Guadalupe Álvarez, Pilar Bergés, Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro, todos ellos vivos y brillantes.
Ya lo dice Messiez: todos los apellidos que derivan en adjetivo tienen un peligro reduccionista enorme. Ahora que su obra ha pasado a ser de dominio publico, tengamos cuidado. No es que desde hoy se puedan hacer chuminadas sin sentido ni respeto, pero hablemos de tu a tú con Federico y dejemos atrás eso de hacer algo "lorquiano". Se acabó lo de mirarle desde abajo, con devoción, con miedo, con el acojone de quien mira a lo inalcanzable. Yo ya dije hace unos días, que viendo estas "Bodas de sangre" de Messiez, me vuelvo Lorca!!!!!
Que sí, que Lorca es Dios. Pero es más sano ser ateo.
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martes, 18 de octubre de 2016
Los caminos de Federico. El umbral de primavera.
Federico es una tentación. Lorca es lo más grande que ha dado este país y llevarlo a un escenario es una tentación por la que todos pasamos, hemos pasado o pasaremos.
"Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Pero...unas manos amigas me han empujado y aquí estoy".
Así comienza "Los caminos de Federico". Bueno, no. Mejor dicho, empieza con Flor Saraví recibiéndote sentada sonriente sobre es escritorio que será parte fundamental de la escenografía. Un recibimiento dulce, cariñoso, tierno.
Lluís Pasqual creo este texto partiendo de diversas obras de Federico; teatro, conferencias, cartas... otorgándole una entidad casi propia. El texto en sí es una maravilla digna de estudio. Pero no sólo por las palabras escritas por Lorca sino por la creación posterior de Pasqual. El recorrido emocional es profundo y único y nos lleva de su manita por muchos rincones agazapados en el alma de Federico. El grandioso Alfredo Alcón estuvo representándolo por el mundo. Un dios. No, dos dioses.
Ahora es Flor Saraví quien se adueña de este texto y nos lo regala a corazón abierto. Dirigida por Samuel Blanco, Flor se viste de lino blanco (no imagino nada que no sea lino blanco) y utiliza imágenes, sonidos y referencias lorquianas para llevarnos por este río emocional que se mueve entre "Doña Rosita", las gacelas, algún soneto y muchos textos bien hilvanados. Una cómoda polivalente es casi el único objeta de la escenografía. Sonidos que nos llevan a la tierra y al dolor.
El recorrido es coherente y bonito, muy bonito. Las transiciones entre los textos están escénicamente bien llevadas y resultan casi siempre naturales y fluidas. Es difícil pasar de doña Rosita al soneto de la dulce queja y tanto Samuel como Flor han hecho un gran trabajo.
De todas formas hay algunos textos que sinceramente, creo que parte de su calado y de su dimensión arrolladora, fueron escritos desde un alma masculina. Un alma masculina herida, y esa raíz oscura tiene voz de hombre. "El soneto de la dulce queja" en voz y vida de una mujer tiene otra dimensión.
Quizá suene raro y espero que nadie se lo tome por el lado machista, porque nada más lejos, pero escuchar ".... el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento" en labios de una mujer no es lo mismo que surgiendo de un hombre. El origen de las palabras de Federico es otro y la dimensión doliente es otra.
Flor Saraví sin duda es muy buena actriz. Lo demuestra con su recital (nunca mejor dicho) de pasiones diversas y de dolores emocionales variopintos. Sabe perfectamente qué dice en cada momento y qué quiere transmitir y conseguir con cada pausa con cada cambio de ritmo o de dirección. Aunque eso no evita que en momentos, haya una cierta repetición de tonos y reitere un cierto soniquete que funciona, pero que podría alcanzar mayor dimensión si hubiera un pelín más de variedad. Variedad en tonos y en sitios desde donde nacen los textos. Es difícil resistirse a buscar lo que a uno le mueve como actor en el dolor. Es un sitio conocido, útil, agradecido, coherente y un buen cobijo para nuestra propia alma. Pero sería bueno para el espectáculo quizá (o al menos a mí me distanció un poco) que casi todos los textos nacieran (o parecía que nacían) del mismo sitio, de un lirismo trascendente o de un dolor poético. Quizá el abordar la mayoría de los textos desde el mismo sitio reste color al espectáculo como conjunto.
En cualquier caso siempre es una gozada escuchar las palabras de Federico y más si salen de la boca de una gran actriz, capaz de lidiar durante hora y media con los barrancos emocionales en los que nos sumerge Federico. Flor consigue ofrecernos un espectáculo completo y único sobrepasando el hecho del origen mismo de esos textos y no dándonos un recital sino creando algo nuevo y vivo. ¡Brava!
Por cierto... esa Doña Rosita... ¡inmejorable!
"Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Pero...unas manos amigas me han empujado y aquí estoy".
Así comienza "Los caminos de Federico". Bueno, no. Mejor dicho, empieza con Flor Saraví recibiéndote sentada sonriente sobre es escritorio que será parte fundamental de la escenografía. Un recibimiento dulce, cariñoso, tierno.
Lluís Pasqual creo este texto partiendo de diversas obras de Federico; teatro, conferencias, cartas... otorgándole una entidad casi propia. El texto en sí es una maravilla digna de estudio. Pero no sólo por las palabras escritas por Lorca sino por la creación posterior de Pasqual. El recorrido emocional es profundo y único y nos lleva de su manita por muchos rincones agazapados en el alma de Federico. El grandioso Alfredo Alcón estuvo representándolo por el mundo. Un dios. No, dos dioses.
Ahora es Flor Saraví quien se adueña de este texto y nos lo regala a corazón abierto. Dirigida por Samuel Blanco, Flor se viste de lino blanco (no imagino nada que no sea lino blanco) y utiliza imágenes, sonidos y referencias lorquianas para llevarnos por este río emocional que se mueve entre "Doña Rosita", las gacelas, algún soneto y muchos textos bien hilvanados. Una cómoda polivalente es casi el único objeta de la escenografía. Sonidos que nos llevan a la tierra y al dolor.
El recorrido es coherente y bonito, muy bonito. Las transiciones entre los textos están escénicamente bien llevadas y resultan casi siempre naturales y fluidas. Es difícil pasar de doña Rosita al soneto de la dulce queja y tanto Samuel como Flor han hecho un gran trabajo.
De todas formas hay algunos textos que sinceramente, creo que parte de su calado y de su dimensión arrolladora, fueron escritos desde un alma masculina. Un alma masculina herida, y esa raíz oscura tiene voz de hombre. "El soneto de la dulce queja" en voz y vida de una mujer tiene otra dimensión.
Quizá suene raro y espero que nadie se lo tome por el lado machista, porque nada más lejos, pero escuchar ".... el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento" en labios de una mujer no es lo mismo que surgiendo de un hombre. El origen de las palabras de Federico es otro y la dimensión doliente es otra.
Flor Saraví sin duda es muy buena actriz. Lo demuestra con su recital (nunca mejor dicho) de pasiones diversas y de dolores emocionales variopintos. Sabe perfectamente qué dice en cada momento y qué quiere transmitir y conseguir con cada pausa con cada cambio de ritmo o de dirección. Aunque eso no evita que en momentos, haya una cierta repetición de tonos y reitere un cierto soniquete que funciona, pero que podría alcanzar mayor dimensión si hubiera un pelín más de variedad. Variedad en tonos y en sitios desde donde nacen los textos. Es difícil resistirse a buscar lo que a uno le mueve como actor en el dolor. Es un sitio conocido, útil, agradecido, coherente y un buen cobijo para nuestra propia alma. Pero sería bueno para el espectáculo quizá (o al menos a mí me distanció un poco) que casi todos los textos nacieran (o parecía que nacían) del mismo sitio, de un lirismo trascendente o de un dolor poético. Quizá el abordar la mayoría de los textos desde el mismo sitio reste color al espectáculo como conjunto.
En cualquier caso siempre es una gozada escuchar las palabras de Federico y más si salen de la boca de una gran actriz, capaz de lidiar durante hora y media con los barrancos emocionales en los que nos sumerge Federico. Flor consigue ofrecernos un espectáculo completo y único sobrepasando el hecho del origen mismo de esos textos y no dándonos un recital sino creando algo nuevo y vivo. ¡Brava!
Por cierto... esa Doña Rosita... ¡inmejorable!
La casa de Bernarda Alba. Teatro Fernán Gómez.
La enorme sala Guirau del Fernán Gómez es un espacio tentador aunque está envenenado. Es gigantesco y llenarlo es casi imposible. Prácticamente sólo lo recuerdo bien adaptado en un gran montaje de la actual directora del Español, el "Nuestra clase" de Carme Portaceli y quizá en algún montaje más en el que se cerró la caja para dejarla reducida a la mitad. De hecho, creo que las entradas laterales ni se venden, porque supongo que no se ve nada. Es super cómoda, eso sí, y esas butacas son de ensueño. Y al estar tan inclinado facilita la visión desde cualquier fila en la que estés. Nosotros lo vimos lejos, en una de las últimas filas y reconozco que para espectáculos como este, en los que el aspecto visual es primordial, es necesario verlo bien. A esto hay que añadir que una de las actrices estaba totalmente afónica y tuvo que trabajar con micro. Bueno, a lo que voy.
Hablar a estas alturas de la magnitud del texto de Federico es absurdo. Es una de las obras maestras de la literatura universal. Punto. Uno de los mayores lorquianos de este país ya lo definió a la perfección: "es como meter la cabeza en una cuneta, en una fosa común". La Bernarda es un retrato salvaje y descarnado de la España más derechona que defiende a capa y espada valores muertos, obsoletos, castrantes y asesinos. Cada palabra y cada imagen descritas en ese texto de Federico esconde un torrente de sombras y de poesía pocas veces igualado. Es casi imposible superar la maestría de definir un personaje en apenas cuatro palabras: "me vais a soñar". La Bernarda es un monumento a la barbarie, a la tiranía, a la castración y al amor judeocristiano pecador, mal entendido y con el infierno como horizonte y la culpa como camino.
Santiago Meléndez ha cogido el texto y ha hecho lo mejor que se puede hacer con él, dejar que él sólo se exprese. Delante de nosotros había una panda que no conocían el texto y se les veía como por momentos iban indignándose y retorciéndose en la butaca según avanzaba la tiranía.
Meléndez ha llamado a un puñado de actrices para que den vida y muerte a estas pobres víctimas y las has colocado encima de un escenario vacío, sólo ocupado por unas sillas, sombras, pecado y unas luces fabulosas de Fernando Medel. Ahí precisamente llega una de las trampas de esta sala. Hay mucho juego de sombras, de siluetas moviéndose delante de un ciclorama que va cambiando de color según van variando las pasiones en la escena. Del rojo al azul. Sin embargo, en esa sala gigantesca, queda algo deslucido por las dimensiones del escenario. Es tan grande se pierde un poco el efecto pictórico. Desde las filas altas, además, se pierde la perspectiva y por tanto, ese efecto.
Fantástica música y espacio sonoro de Gustavo Jiménez con el grito como base y el dolor como leitmotiv.
La encargadas de dar vida y muerte a estas mujeres doloridas son un grupo de actrices entre las que debo destacar a Irene Alquézar que compone una Amelia para comértela. Y Rosa Lasierra ha creado una Poncia que no me gusta. Su gestualidad es exagerada y su forma de caminar y de moverse también. La encuentro demasiado ilustrativa. No sé si quiere que parezca demasiado rural o enfrentarla a la supuesta "delicadeza" de este grupo de mujeres, pero para mi gusto está bastante exagerada. Quizá se esté creciendo según pasan las funciones y necesite frenar un pelo o quizá olvidarse de ilustrar a una mujer del pueblo. Minerva Arbués es una gran Adela, sufriente y dolorida. Espero de corazón que Gema Cruz se hay recuperado de su afonía, porque se veía un gran trabajo en su Martirio y es una lástima que quede deslucido.
En definitiva, ir a ver "La casa de Bernarda Alba" es siempre apostar sobre seguro, especialmente en este caso. Santiago Meléndez es un hombre de teatro de toda la vida y se las sabe todas. Crea un espectáculo visualmente potente y con un plantel de actrices que llevan el texto de Federico al sitio en donde debe estar.
Hablar a estas alturas de la magnitud del texto de Federico es absurdo. Es una de las obras maestras de la literatura universal. Punto. Uno de los mayores lorquianos de este país ya lo definió a la perfección: "es como meter la cabeza en una cuneta, en una fosa común". La Bernarda es un retrato salvaje y descarnado de la España más derechona que defiende a capa y espada valores muertos, obsoletos, castrantes y asesinos. Cada palabra y cada imagen descritas en ese texto de Federico esconde un torrente de sombras y de poesía pocas veces igualado. Es casi imposible superar la maestría de definir un personaje en apenas cuatro palabras: "me vais a soñar". La Bernarda es un monumento a la barbarie, a la tiranía, a la castración y al amor judeocristiano pecador, mal entendido y con el infierno como horizonte y la culpa como camino.
Santiago Meléndez ha cogido el texto y ha hecho lo mejor que se puede hacer con él, dejar que él sólo se exprese. Delante de nosotros había una panda que no conocían el texto y se les veía como por momentos iban indignándose y retorciéndose en la butaca según avanzaba la tiranía.
Meléndez ha llamado a un puñado de actrices para que den vida y muerte a estas pobres víctimas y las has colocado encima de un escenario vacío, sólo ocupado por unas sillas, sombras, pecado y unas luces fabulosas de Fernando Medel. Ahí precisamente llega una de las trampas de esta sala. Hay mucho juego de sombras, de siluetas moviéndose delante de un ciclorama que va cambiando de color según van variando las pasiones en la escena. Del rojo al azul. Sin embargo, en esa sala gigantesca, queda algo deslucido por las dimensiones del escenario. Es tan grande se pierde un poco el efecto pictórico. Desde las filas altas, además, se pierde la perspectiva y por tanto, ese efecto.
Fantástica música y espacio sonoro de Gustavo Jiménez con el grito como base y el dolor como leitmotiv.
La encargadas de dar vida y muerte a estas mujeres doloridas son un grupo de actrices entre las que debo destacar a Irene Alquézar que compone una Amelia para comértela. Y Rosa Lasierra ha creado una Poncia que no me gusta. Su gestualidad es exagerada y su forma de caminar y de moverse también. La encuentro demasiado ilustrativa. No sé si quiere que parezca demasiado rural o enfrentarla a la supuesta "delicadeza" de este grupo de mujeres, pero para mi gusto está bastante exagerada. Quizá se esté creciendo según pasan las funciones y necesite frenar un pelo o quizá olvidarse de ilustrar a una mujer del pueblo. Minerva Arbués es una gran Adela, sufriente y dolorida. Espero de corazón que Gema Cruz se hay recuperado de su afonía, porque se veía un gran trabajo en su Martirio y es una lástima que quede deslucido.
En definitiva, ir a ver "La casa de Bernarda Alba" es siempre apostar sobre seguro, especialmente en este caso. Santiago Meléndez es un hombre de teatro de toda la vida y se las sabe todas. Crea un espectáculo visualmente potente y con un plantel de actrices que llevan el texto de Federico al sitio en donde debe estar.
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