miércoles, 23 de enero de 2019

El sueño de la vida. Teatro Español.

Espero no dar a entender con mis palabras que en ningún momento considere "El sueño de la vida" como una obra fallida. Nada más lejos. Sobre todo porque para que algo falle, tiene que haber una meta, un propósito, una finalidad y justamente mi comentario se basa en lo opuesto. 

A veces, muchas veces, casi siempre la clave de la cosa está en el ojo que mira, no en lo que el ojo ve. El objeto está ahí y tiene la vida que tiene. Es el ojo el que mira y ve, o mira sin ver, o mira una cosa y ve otra, o mira pero ve negro lo blanco, o mira y ve lo que le sale de los cojones...




La historia la sabemos todos. A Conejero le encargaron escribir una posible continuación del texto inacabado de Lorca. Obviamente, continuaciones podría haber miles. Pero Conejero escribió la suya, la que él quiso. Una posible. Conejero, amante de Federico como todos sabemos, se puso a dialogar con las palabras de Lorca y de ese encuentro nació este texto. Escribiendo como quien ríe o como quien llora, o como quien vomita. Sin freno, sin medida, con valentía y con el corazón a la altura del estómago.
Y si el AUTOR busca, como Elena, "la verdad", lo justo y necesario es que la busquemos al entrar al teatro a dejarnos hacer por la función.  
Yo confieso que pequé. Durante una décima de segundo, cuando leí que le habían hecho este encargo, pensé "madre mía, si esa obra no se puede continuar". Ese pensamiento me duró na y menos, porque rápidamente mi mente se liberó de prejuicios (juicios previos) y le escribí para felicitarle. De corazón. El encargo no sólo era irresistible (¿quién habría dicho que no?) sino que le ofrecía la posibilidad de nadar entre las palabras de Federico para dejarse mecer por ellas y ver a ver. Que aquí todos somos muy chulos, pero ¿quién habría dicho que no a este proyecto?



La mejor forma y el mejor sitio desde el que mirar al texto de Conejero es desde el respeto y la justicia. Si hacemos juicios previos, si esperamos escuchar (o leer) las palabras "que habría escrito Federico", no sólo nos seríamos justos, sino que nos equivocaríamos de pleno y seríamos ruines, ilusos y bastante soplapollas. 
Este texto hay disfrutarlo con los poros abiertos, con la mente relajadita y los ojos del corazón dispuestos a dejarse hacer. 
El primer acto lo escribió Lorca. Quizá lo habría variado de no haber sido asesinado. Quizá no quedaría nada de lo que nos ha llegado. O vaya usted a saber. Chimpún. El segundo acto y el "epílogo" son obra de Alberto Conejero. De DON ALBERTO CONEJERO. Todos en pie. 



Estilísticamente es puro Federico. Las figuras, las metáforas, las imágenes, son la continuación fluida del texto conocido. Pero aunque no lo fueran. Es bueno en sí mismo. No es la continuación de la acción desde donde lo dejó Lorca, sino que nace del diálogo de un creador con otro. Y nace de ponerse Conejero en el lugar de Federico, y desde ahí bucear buscando de dónde nacían esas palabras. Esas y no otras. Y Conejero hace brotar un texto suyo, propio, bellísimo y potente. 
De todos los textos posibles que se podrían haber escrito en el mundo, Alberto Conejero ha escrito este. Fin de la discusión. Vamos, es que no hay discusión posible. Y se nota que el texto nace de los mismos sitios que el texto de Federico. Quizá no de las mismas necesidades ni de las mismas heridas, pero da igual. Nace de los mismos sitios. Si no, no estaría ahí el grito hacia Roma, ni estaría el lago Eden. 
Así que primer puntazo para "El sueño de la vida", el inmenso texto de Conejero, que unido al primer acto de Federico forman este monumento a la palabra, a la lucha por la verdad y a la raíz oscura.  



El segundo puntazo es tan obvio como injusto. 
Lluís Pasqual, el artista reencarnación de Federico (si no, leed "De la mano de Federico") dirigió "Comedia sin título" como colofón a la época más gloriosa del pobre María Guerrero. Fedelluís ama ese primer acto. Ama al Autor, ama a Elena y ama la necesidad de verdad. Y de cambiar las formas muertas desde dentro del teatro. Desde el patio, desde los autores, desde las actrices, desde los técnicos, desde el apuntador, desde las entrañas del teatro. Con una revolución. A tiros. Porque no vale silbar desde las ventanas. (Como no valen los golpes de estado cobardes). Por eso rompe el teatro. Por eso el Autor está entre nosotros. Y el Espectador 1, y su señora, y Enrique y Guillermina, y Nick Bottom. Esa forma de meternos en medio del cogollo, de hacernos partícipes sí o sí es brillante. Tan brillante como lo era hace 30 años. Sí, es casi igual que en el montaje del 89, pero qué más da. Si hablamos de ser justos y de dejarnos hacer sin prejuicios, eso debe ser así para todo y para todos. Y este primer acto, gracias a Fedelluís es PERFECTO, MAGISTRAL. Fedelluís ya entendió así este acto entonces y lo monta casi igual porque cree que es así, siente que es así y decide que es eso y así. Y yo estoy con él. Porque Lluís es dios. Es inteligencia, sabiduría, es el hombre con ojos en el corazón.
Después viene el segundo acto. Lo que "podría ser" un segundo acto. Por ejemplo. Uno posible. Ya está; un ensayo. GENIAL. Y Pasqual vuelve a demostrar por enésima vez en su vida y en la nuestra, que la mejor forma de enfrentarse a un trabajo es gozándolo, amándolo y mimándolo. Por eso monta ESTE segundo acto de esa forma brillante, respetuosa y dándole al texto de Conejero un sitio generoso y bello. No le habría hecho ningún favor si lo hubiera montado como la "continuación" del acto primero. Porque sería como confirmar que el texto es una "continuación". Y no. Es un complemento. Es el texto de Conejero. Nacido de su tripa y Pasqual lo monta desde la suya. No como herencia sino como unidad. 



El único "pero" que le pongo a función es ese segundo acto. Y no por la calidad del texto ni por su razón de ser, no. Pero confieso que el desarrollo dramático de los personajes se me queda un poco encallado. Lo que podía haber sido esa revolución se queda frenada no sé si por el hecho de montarla NO como una continuación del primer acto, sino como un ser independiente o si se frena porque los personajes avanzan de otra forma. La revolución se estanca, el Autor cede, la actriz, salvo el momento de grito, navega por otros sitios y los personajes se quedan un poco en el sitio. Cierto es que estilísticamente hay brillantez y continuidad, pero dramáticamente el desarrollo de la acción y de los personajes se frena. El espectador vuelve a ocupar la butaca, a sentirse a salvo y a notarse observador ajeno.    
Eso sí, no sé si es Pasqual o soy yo, pero vuelve el cuerpo del revés cuando escucho a Emma Vilarasau gritarle a Roma, o cuando Nacho confiesa ser un pulso herido. Ahí yo me hago pequeñito en mi butaca y el mundo me hace daño. 
Pues si la dirección de escena de San Lluís Pasqual es ejemplar, volcánica y llena de pulso, aparte de ser una respuesta elegante y magistral a las voces opacas y mediocres, el efecto que consigue con el epílogo es tan bestial como el del primer acto. Y cuando en el teatro sientes que te atraviesa una lanza a la altura del corazón y sabes a ciencia cierta que a la salida te irás invadido de luz, es que en el escenario ha pasado algo vivo, real y que te ha cambiado. Sí, Elena, tranquila, lo has conseguido. 
Y debo confesar que escuchar a Echanove como la voz del poeta me pareció no sólo un viaje en el tiempo hasta aquel "Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre" prodigioso, sino un taladro en lo más profundo de "ese sito donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito". La voz del poeta, una reencarnación, dios hablándonos. Ahí morí.  



Brillante la música en directo de Iván Mellén y el piano mágico de Miguel Huertas, tocando como sonaría "Poeta en Nueva York". Fabuloso trabajo de Roc Mateu, de Pascal Merat, de Alejandro Andújar y FABULOSOS  todos y cada uno de los actores. Es de justicia destacar el aplastante peso escénico que despliega Daniel Jumillas, en el hasta ahora, mejor papel de su vida. Los guiños me tocaron mucho, pero yo soy así de petardo. Y ver a María Isasi (soberbia como Guillermina), a Jaume Madaula, a César Sánchez, a Chema de Miguel, a Sergio Otegui y oír a Echanove a mí me trasladó directamente al María Guerrero, aquel fatídico año 89...



Lo de Nacho Sánchez y Emma Vilarasau es de otro planeta. Si Nacho busca y rebusca cada herida dentro de su cuerpecito, Emma despliega el dolor como si tal cosa y lo esparce untado en mil matices sobre el patio de butacas. Nacho es un ser vivo y Emma un ser moribundo. Nacho es doloroso y Emma dolorida. Buscan el todo y la razón. El por qué. Y desgarran tu alma porque rebuscan dentro de ellos con un cuchillo, con un cuchillito. Sólo por ver a estos dos seres merecería la pena ir al menos dos o tres veces por semana al Español. 
Corran, corran, vuelen, no se pierdan esta oportunidad histórica. "El sueño de la vida" es amor puro, es puro amor. Y el amor más puro, desde el patio.

Aparte del espectáculo, que es brutal y una auténtica apisonadora, personalmente, aparte de todo, creo y siento que algo de desborda de sus límites. Leo, he leído y leeré "explicaciones" de por qué se hace este espectáculo o de por qué se ha escrito este texto, "El sueño de la vida". Y sinceramente creo que no hay nada que explicar. Ha habido un encargo y se ha hecho. O ha habido una necesidad de hacer fluir el dialogo entre dos artistas (Fedejero) y se ha plasmado. Punto. Cualquier explicación de por qué sí o por qué no, sobra, suena a justificación más que a explicación. Y no creo que haya que pedir permiso por nada, ni pedir disculpas por nada, ni explicar el por qué de las cosas. ¿Se ha hecho? Sí. ¿Está bien? Sí. ¿El espectáculo está bien dirigido? Bien no, cojonudo, perfecto, magistral. ¿Hay que explicar por qué se monta "Hamlet"? ¿A que no? Pues eso. 
Menos explicaciones y menos leches. Se encargó, se hizo, se ha montado y se ha montado que te cagas. Fin. 
El mejor favor que podemos hacernos, que podemos hacer a Conejero, a Pasqual, a los actores y al propio Federico es ir al Español sin esperar nada, sin esperar oír a Lorca, sin esperar nada "lorquiano" y sin creer que porque nos guste mucho, somos federicólogos. Relaja los esfínteres y deja que lo que hay te toque. O no. Y luego ya si eso, hablamos.    










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