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martes, 10 de abril de 2018

The show must go on.

"... y se llenó el escenario de gente. Eran hombres y mujeres y ninguno se parecía a nadie".





Necesitamos, no sé por qué, poner nombre a las cosas. No sé si es porque creemos que si algo no se nombra no existe. Yo más bien pienso que algo no existe si no se piensa. O si no se sueña. O si no se recuerda. Aunque quizá sea cierto, que si no se nombra, no existe. Por eso a la experiencia de colocar a un grupo de ejecutantes y a un grupo de ojos que miran juntos, en un mismo espacio, para que los ojos miren lo que los ejecutantes hacen hemos acordado llamarlo "hecho escénico". 
Ese término suena pelín petardo. Pero lo usamos. Hemos acordado hacerlo. Así que voy a usarlo ahora como lo he usado muchas otras veces.  
El hecho escénico es el mayor acto de amor que hay entre el artista y el público, los ojos que miran, los oídos que oyen. El encuentro entre ojos que miran y personas que muestran debe ser amoroso y generoso. Por ambas partes. Si intentas irte a la cama con alguien y vas pensando en lo bien o en lo mal que va a salir, ese polvo será como mucho gozoso, pero no será cósmico. Y si un polvo no es cósmico es una mierda.
"The show must go on" es, como cualquier hecho escénico, un acto de amor y como tal debe ser mirado. Con la mente abierta, con los ojos dispuestos a mirar y dejar ver, con los oídos abiertos para escuchar y dejarles oír y con las ganas vírgenes de dejarse jugar. 
El encuentro entre seres únicos, individuales, distintos entre sí y distintos a los demás, y los espectadores igualmente únicos, individuales y especiales debe partir del amor. Del amor de unos por otros. Sin prejuicios, sin frenos, sin remilgos y sin pudores. 
Arriba, cuerpos dejándose mover por las ondas de la música. Eso es energía pura. Es algo físico. Que ni está bien ni está mal. Es así porque así nace. Y nace de verdad. El ojo que mira debe hacerlo con amor y generosidad. No para perdonar nada, sino para dejarse tocar libremente, de forma líquida, de forma universal. 
Abajo no sirve con sentarse a mirar. En CUALQUIER espectáculo, el ojo que mira debe querer ver y debe saber y querer hacerlo. 
El camino es fácil. Tanto que parece que asusta. Empieza. "Tonight". Esta noche. "Let the sun shine in", deja que surja la luz. "Come together", vayamos juntos en esto. "Let´s dance", bailemos. Y sigue. 
Hasta que el espacio se abre, la luz inunda de amor el patio de butacas, la cuarta pared y la quinta y la sexta se derrumban y se funden en un plato de mermelada de fresa el escenario y el patio, el que hasta ahora miraba con el que era mirado. 
En ese momento puedes hacer dos cosas, puedes parar y decir que tú en una primera cita no follas, o puedes dejarte mecer y aceptar el reto de ser activo. Activo desde el placer y el goce. Y si quieres bailas y si quieres no bailas y si quieres lloras y si quieres no lloras y si quieres imaginas y si quieres escuchas el sonido del silencio. Polvazo cósmico.
O puedes acojonarte y querer sólo mirar sin ver. Dejarte querer y ya. Echar la cabeza hacia atrás, dejar que te la chupen y pirarte como has entrado. 
¿Que "The show must go on" está muy visto, está trasnochado o tiene muchos años? Sí, más tiene "La Traviata" y si te relajas y la escuchas con deseo seguro que te mola y te la lloras. Chimpún. Mientras funcione... 
El sentimiento de estafa mola. Bailarines que no son bailarines, otros bailarines que no bailan, unas canciones deconstruidas, en medio la puta Macarena, la danza muy poco bella, la estructura rota, el poder en manos del público. ESO ES ESTAFA PURA. Y esa estafa es sana, viva, energética. Para mí, ir a ver "Jacinto y Juanita, dramón en tres actos" o "Historia del suburbio" y encontrarme JUSTO lo que debo encontrarme me mata, me quita vida, me pudre entero. Si el arte no es estafa no es nada. Estafa de lo previsto, toma ya, por listo. Estafa de lo burgués, estafa de lo premeditado, estafa de lo cómodo, estafa de lo sano, estafa de lo que te deja a salvo, estafa de lo que te deja igual, estafa de lo que tú, marisabidillas previsto para ti y para los tuyos. El arte es estafa, señoras, es el choque que te remueve, te conmueve y te trastoca. Es la estafa de la vida, esa que te hace cambiar, ver, ver de otra forma y salir de ti. Lo otro es cine. Es ver un documental.   
Me permito ahora copiar unas palabras que escribió un amigo. Pero es que es de los mejores escritores, poetas y seres humanos del mundo y mejor que él nadie lo expresa.  Dice "Yo pasé del enfado ("dejad imaginar, coño! Apagad los putos móviles y dejad imaginar!") a caer rendido ante la evidencia de lo que estaba pasando. Esa otra cosa que siempre es lo que pasa. Lo que pasa es siempre esa otra cosa que nos excede. Y si la vemos, ilumina."

Termino con otra cita copiada. La compartió otro ser único e iluminado. Un ser que cuando le conocí por primera vez me hizo tener ganas de morir para nacer otra vez e intentar parecerme a él.

Gracias, Javi, por la cita.Te la pillo.

"La Naturaleza no es bella, bellos son los ojos que la miran. 2008, 2009, 2010... La noche cae sobre el mundo. ¿Qué hacer? ¿Callar? Siento un sincero respeto por todos aquellos artistas que dedican su vida a su arte: ése es su derecho o su condición. Pero prefiero a aquellos que dedican su arte a la vida. En defensa del arte y de la estética, en tiempos de crisis y de paz. El Arte no es adorno, la Palabra no es absoluta, el Sonido no es ruido, y las imágenes hablan."

 
 
Gracias, Monsieur Bel.

Anabel, Agnes, Mar, Sara, Jose Manuel, Jorge, Víctor, Emilio, Shani, Victor DJ, Inés, Charo, Daan, Ana, Óscar, Eduardo, Paola, Christian, Kike, Aida, Andrea, Dina, Henrique... OS AMO.

sábado, 29 de octubre de 2016

Cartas de amor. Teatros del Canal.

David Serrano es responsable de espectáculos tan interesantes como "Buena gente" y de otros que me han dejado más indiferente. Desgraciadamente, estas "Cartas de amor" son de los que me han dejado frío. Pero porque yo soy raruno, porque en los aplausos hubo muchos "bravos" y gente en pie. 
Vamos, que es un espectáculo que gusta y que la gente (de una edad respetable, al menos el día que fuimos nosotros) sale encantada. 
El principal lastre es el propio texto. La fórmula de carta va, carta viene es cierto que da agilidad al desarrollo de la trama pero a su vez impide que la historia en sí tenga un mínimo de profundidad o de importancia. A ver, Rellán lee una carta: Alguna incluso de dos renglones o de uno y Julia Gutiérrez Caba lee la respuesta. Alguna incluso de dos renglones o de uno. En unos textos tan breves es imposible describir ni situaciones ricas dramáticamente ni profundizar o aunque sólo fuera dibujar personajes medianamente interesantes. No hay armas suficientes para describir personajes ni situaciones. Únicamente alguna que otra anécdota sin demasiada profundidad ni calado. Pero claro, es que no hay forma. Cincuenta años reducidos a unas cuantas cartas breves es imposible que los puedan describir con un mínimo de profundidad. Ni que los personajes se definan y crezcan. 
Si a esto le añadimos una dirección... digamos... ausente, el resultado es tibio tirando a frío. El propio director lo reconoce en el programa de mano, no me lo invento yo. Dice que al contar con esos dos actorazos, su labor de dirección es casi nula, que lo mejor es dejarles hacer. Y eso hace. Sienta a cada uno en un extremo de un sofá y leen. Reaccionan a lo que escuchan alguna vez, en mi opinión, cuando como actores sabios que son no pueden evitar reaccionar a lo que acaban de oír. Pero poco más. Dos actores leyendo cosas insulsas y reaccionando poco. Se limitan a leer bien y con intención esos textitos. Tanto Rellán como Julia Gutiérrez Caba se las saben todas y son buenísimos. Por eso saben leer con toda la intensidad que esos textitos les permiten y agarrarse a los contados momentos en los que se narra algo un poco más intenso (la caída en el alcohol, el internamiento o el abandono). Vamos, tres momentos un poquillo más interesantes. Y ya.




Lo más destacable es el fabuloso trabajazo de Mónica Boromello. Un sofá, deformado, eso sí, que lo mismo acerca como aleja a estas dos almas incapaces de juntarse. Y un bosque se luces. Una especie de vía láctea, o de enjambre de sueños e ilusiones que se irán desvaneciendo según pasan los años y los desencuentros. Sueños fundidos e ilusiones agostadas hasta reducirse a dos bombillitas. Las esencias de los dos amantes. Fascinante trabajo de esta genia que debería estar ya en todos los altares del teatro.        

sábado, 12 de diciembre de 2015

Golem. Compañía 1927. Canal.

Lo que escribí cuando vi "Los animales y los niños tomaron las calles" podría servir para este nuevo comentario. Bueno, casi. 
Muy mono, sí. Todo muy chulo, muy bonito, una labor milimétrica de luces, proyecciones, vestiditos, música, todo muy pikuki y muy bonito. Bonito de bonito, de mono, de chupi. Pero si ya con el anterior espectáculo se desinflaba bastante la magia y el enganche por lo vacuo de la historia y porque el algodón de azúcar es así. Al principio te ansias y quieres hasta agarrarlo con las manos, pero una vez te has pringao y te has endosado dos mordiscos, se te desinfla la perra y te encuentras con un palo con aire alrededor y unos grumillos de azúcar pegada. Y así viví yo ayer este espectáculo. Como una obra visualmente preciosa, pero con una miga que se desvanecía por minutos hasta llegar a la nada. Momentos más acertados, o graciosos, o brillantes pero tan aislados que no conseguían crear magia.




SPOILER

El finde pasado estuve viendo "El curioso incidente del perro a medianoche" en Londres. Bueno, pues hay un momento en el que aparece un cachorrillo monísimo en escena. Así tipo Scotexx y toooodo el teatro lanzó un "¡Ohhhhhh!" emocionado. Fue como cuando de pequeño, en el cine se aplaudía cuando ganaban los buenos. Vamos, que yo soy de moco fácil y con un perrito me tienes rendido. Pero con este Golem... como que no.     

martes, 17 de noviembre de 2015

La clausura del amor. Canal.

Pascal Rambert escribe y dirige este... digamos... espectáculo. Y es que no sé si llamarlo espectáculo o... catarsis, o... terapia... o destripamiento. ¿Recordáis "Función de noche"? Pues algo así parece que sucede aquí, en el escenario de la sala verde de Canal, bajo la mirada congelada de espectadores ávidos, parejas estremecidas y los numerosísimos trajeados y emperifolladas que invitamos entre todos (la política de invitaciones de Canal es... tema aparte).
Aquel invento llamado "Festival de Otoño" que ahora es esa otra cosa llamada "Festival de otoño a primavera" tiene su lado bueno, y es que a pesar de no tener ya la más mínima identidad como evento, permite que veamos a lo largo del año un puñado de espectáculos de esos obligatorios e imprescindibles. Y "La clausura del amor" es imprescindible por mucho motivos.
El texto escrito por Pascal Rambert es pura verdad, puro pensamiento, puro sentimiento y pura bilis. Una ruptura, aunque dolorosa, puede ser más o menos cívica, más o menos educada y respetuosa. o puede ser el detonante para sacar todo el pus que uno ha guardado durante años de convivencia digamos... civilizada.




Ya lo decía Gila: "eso que de solteros es un lunarcito gracioso en la mejilla se convierte en una verruga llena de pelos una vez casados". Salvando la distancia de nuestro pasado bizarro, eso es lo que vienen a contarnos. Evidentemente inundado de palabras certeras e hirientes y con un estilo cercano al monólogo interior. Porque lo que vemos primero en él y luego en ella es el pensamiento llevado a las palabras. Un concepto lleva automáticamente al otro, una palabra enlaza con la siguiente, o se atropella, una idea o una frase se ve interrumpida por lo que eso provoca en uno mismo. Es el proceso mental llevado a las letras. Brillante, brioso, herido y vomitivo. Un recuerdo se transforma en queja, en dolor, en herida, y la herida supura, y el pus provoca y la provocación arrastra y el odio hunde. Texto nacido de las tripas y del amor más odioso. Mil frases para recordar, mil momentos con los que identificarte, mil puyas en las que te ves , te reconoces y te proyectas. Es el dolor o el desprecio máximos. Porque encima se clavan las cuchilladas donde más duelen. Hijoputismo del reconocible. ¡¡Coño, que a veces se dicen unas cosas que parece que se las dicen entre ellos dos, personas, no entre dos personajes!!




Y así durante cuarenta y pico minutos. Primero Israel. Torrente de energía, prodigio de respiración, cascada emocional, tobogán, montaña rusa, precipicio, sima e infinito. ABSOLUTAMENTE PERFECTO. Después... intermedio musical absolutamente delicioso que hace digerible tanto el vómito que acabamos de presenciar como el que intuimos que se nos viene encima. ¡¡Y vaya si se nos venía encima!! Arranca Bárbara Lennie. Exactamente igual de arrasadora que Isra. El texto en este caso esa casi exacto al que nos potó Isra antes. O el contrapunto. Todo lo que la sinrazón y el torbellino de Isra impidieron que respondiera Bárbara. Porque a los dos les importa una mierda lo que el otro responda. Ya no están por las justificaciones, ni por las explicaciones,. El "otro" ya no tiene lugar. A veces, ni siquiera para el respeto. Salvaje. Como pasó con Isra, apenas un par de pausas para tomar aire... y vuelta al torbellino. Y cuando cada uno ha soltado todo el odio en el que se ha convertido su respectivo amor al llegar su clausura, entonces se acaba. Ya no hay más. Eso sí, cada uno se queda con lo que se queda y nosotros nos quedamos con un grandísimo texto y con el trabajo ya no sólo de soltar, de potar, de arrasar, de expulsar, de herir y de dañar al otro sino que con el otro, con el más jodido, con el de "escuchar". Y es que ese escorzo no esconde las reacciones. Y esas espaldas hablan tanto y tan bien como las caras. Y si difícil y comprometido es soltar, ni te cuento lo jodido que es recibir. Y los dos escuchan y oyen (ambas cosas) con la misma maestría, compromiso e implicación que cuando el foco está en ellos directamente. 




Este espectáculo es una maravilla lo primero por el texto salvaje, necesario y ejemplar y por una dirección sólida, delicada y magistral. Y lo segundo y más importante (perdón, Pascal) por el descomunal trabajo de Israel Elejalde y Bárbara Lennie, hablando de cosas cercanas, de las jodidas, las reconocibles con un nivel de maestría, implicación, valentía y riesgo tanto emocional como ético como no se ha visto en un escenario salvo en contadísimas ocasiones. Sí, dos salvajes. Un escenario casi vacío, un ring blanco, inmaculado, impoluto y dos bestias. Desde aquí digo que cualquier estudiante y "practicante" de interpretación debería ver este espectáculo obligatoriamente porque es un ejemplo descomunal de en qué consiste el trabajo de un actor. Sin ningún género de dudas, dos de los mejores y más valientes intérpretes de este país.        

sábado, 24 de octubre de 2015

Escenas de la vida conyugal. Canal.

Recuerdo haber visto "Secretos de un matrimonio" hace un huevo de años. Nunca he vuelto a ver esa serie y la verdad es que no la recordaba. Lo que sí puedo imaginar es que conociendo a Bergman, el hombre fijo que no escribió lo que estamos viendo en Canal. 
Bergman no es la alegría de la huerta, eso lo sabe todo el mundo. Pero siendo suyo el texto y siendo él el que mejor sabe qué quiere contar y por qué, cualquier cosa que se aleje de eso, es, cuanto menos, arriesgada. Vale que uno escribe un texto y en ese momento pasa a ser un ser ajeno a ti y con vida propia. Cualquiera que se apodere de ese texto puede hacer con él lo que quiera. Puede porque tiene derecho a hacerlo. Otra cosa es que eso despierte el más mínimo interés. Cosa que en mí no ocurrió, sin ir más lejos.



Norma Aleandro dirige esto. Y sinceramente, que una mujer con su bagaje coja este texto y sencillamente lo convierta en una comedia de salón para ancian@s es no sólo una pena sino triste e inexplicable. Coño sí, todo el mundo tiene derecho a ir al teatro y todos los tipos de público son respetables y está bien que se les/nos de de comer, pero para escribir una comedieta de risas, maridos torpes, mujeres histéricas, con profundidad cero, chascarrillos baratos, y trazos tan gruesos como básicos, no hace falta destrozar a Bergman y reducirlo a su esquema, despojándolo de seriedad, profundidad, calado, conflicto. Para eso contratas a un escribano que te junte cinco o seis escenas así chabacanas, y te salen unas matrimoniadas sin más pretensión. Eso es muy respetable, no digo que no, pero coño, uno es que llega engañado, pensando que algo de Bergman habrá por ahí. Pero no. 
Vale que el texto es el que es, y que si parece malo (que lo parece) la culpa será de Bergman. Pero no. Ingmar, el hombre, escribió un texto y lo rodó en 1973, eso para empezar. Y yo creo que con un texto, un director elige qué contar de ese texto, qué contar con ese texto, cómo contarlo, para qué contar justo eso y de esa forma, dónde quiere colocar al público y dónde se quiere colocar él. Ahí está la diferencia entre hacer una peli de Bergman y hacer una astracanada digna de algún que otro teatro madrileño que se me viene a la cabeza así, de golpe.
Ricardo Darín y Érica Rivas están muy graciosos. Ellos son muy buenos y lo que hacen (ella el payaso y él de marido/hombre típicamente torpe) lo hacen muy, pero que muy bien. Pero es que lo que hacen es teatro para viud@s. Teatro viejo y que a mí personalmente me interesa cero. Que quede claro, me parece genial que se haga y de hecho estaba petado y la gente se descojonaba y luego aplaudía mucho. Pero a servidor, este tipo de teatro con aspiración cero y filosofía de trascendencia cero coma, me aburre, no me dice nada, no me cambia. Peor aún, es que ni me roza, transita por otra dimensión vital. A lo mejor la mía es la mala, no te digo que no, pero esta y esta forma de hacer teatro no me interesa en absoluto.      

viernes, 24 de abril de 2015

Dignidad. Canal, sala negra.

Con este comentario, me temo que voy a hacer muchos amigos, pero es lo que hay. Ya me gustaría a mí disfrutar siempre que voy al teatro, pero no siempre es así. Lamentablemente, todas las ganazas que tenía de disfrutar de otro texto de Ignasi Vidal, después de haber gozado como un perraco en "El plan" se diluyeron a los pocos minutos. Un pena, lo digo en serio. 



El espacio es interesante, una especie de ring, de cuadrilátero incluso son ese gancho en la esquina a modo de perchero. Espacio bien iluminado, con ese elemento vertical donde se proyecta la entrevista que abre la función. Vale, bien. Por cierto, espacio bien iluminado por Sergio Gracia. Pero ese espacio queda desaprovechado cuando Ignasi Vidal se va hacia una esquina y se tira casi toda la función allí, en un sitio inaudito, puesto que teóricamente está frente a una pared. Pero bueno, Daniel Muriel está durante bastante rato sin moverse de su silla. Y así, entre el estatismo de uno y la posición peculiar del otro, el espacio acaba siendo una excusa más que una ayuda. 
La dirección de Juan José Afonso es vacilante. Con este director yo tengo una peculiar historia de encuentro/desencuentro periódica. Y en esta toca ya no un desencuentro pero sí una tibieza que no me engancha. Claro que el texto tampoco deja margen para hacer mucho más. 
El texto de Vidal es, para mi gusto, pobre. La relación entre estos dos personajes es básica. Vidal es malísimo y Muriel parece sacado de "La casa de la pradera". Si un personaje es planamente malo y el otro es llanamente bueno, sin dobleces, sin rugosidades ni vueltas, al final todo se reduce a ver cómo va a pagar el malo sus maldades. El único toque maluno de Muriel es la "solución" que se le ocurre al mogollón. Pero vamos ,que como personaje hace mucho que dejó de interesar. Al igual que el de Vidal, que de puro malo te da igual lo que le pase. Quiero decir que le asignas enseguida la cara de cualquiera de estos politicuchos delincuentes que se han dedicado a esquilmar su latifundio y claro, simpatía cero. En todo caso asco. Asco porque extrapolas. Pero ya está. Un personaje te repugna, el otro te da igual, el conflicto es normalito, así que... ni fú ni fá. 



Tampoco ayuda este texto a ninguno de los dos actores. Aparte de que parece que en vez de un güisqui carísimo estén bebiendo mosto, porque se soplan la botella entera y siguen igual que al principio. Los dos están sosos, como fuera de tono, sin energía, especialmente Vidal. Y personalmente creo que hasta el estar sin energía deber ser una forma de energía. La presencia escénica, el peso en el espacio, el espacio que ocupa tu cuerpo y el que mueve tiene que estar lleno. Incluso puede estar lleno de falta de energía, pero esa es también una forma de energía. La ausencia de tensión corporal es la trampa. Y esa trampa lleva al vacío. 
En definitiva, un espectáculo soso, con muy poco interés, con un texto que ni engancha ni tiene demasiado interés. Y dos actores más perdidos y vagando que otra cosa. Y que conste que esto no tiene que ver con la calidad de ninguno de los implicados, ni de Vidal, ni de Muriel ni de Afonso, es simplemente que el texto no da pa más.          

Hamlet. Shakespeare's Globe. Teatros del Canal

La Shakespeare's Globe es la compañía que tiene su sede en el reconstruido teatro Globe, en Londres. En aquel teatro actuó la compañía de Shakespeare, la "Lord Chaberlain's men" y estrenaron varias de sus obras más conocidas. Ahora celebran el 450 aniversario del nacimiento de Shakespeare organizando una gira mundial. Y mira tú por dónde, justo el 23 de abril les ha pillado aquí, en Madrid. Bueno, es que lo de que el 23 sea el día del libro no es por San Jorge, el pobre, sino por ser el día del cumple de Shakespeare. Pues eso, que les ha pillao aquí, mira tú. 



  
La Shakespeare's Globe no es la Royal Shakespeare Company. Esto, que parece de perogrullo, no es ni bueno ni malo. Es.
En esta ocasión, la gira la hacen los de la Globe. Y llevan por todo el mundo una versión de "Hamlet" didáctica y sencilla. Perfecta para que los coles hagan sus campañas escolares, los críos se acerquen a la obra del mayor autor de la historia y se conozca un poco lo que es "Hamlet" así, en general y por encima.
Cuenta la leyenda que en las escuelas de teatro inglesas, una de las disciplinas es plantarse en medio del escenario y repetir y repetir el texto hasta que seas capaz de interpretar todos y cada uno de los matices del texto sin hacer ni un sólo movimiento. Ni uno. Quizá de ahí venga eso de que los actores ingleses "dicen" el texto de una forma especial y suenan tan bien, con ese lenguaje tan bonito, elegante y cuidado. Y eso es lo que tenemos en este "Hamlet", una buena declamación del texto, recitado de una forma automatizada e impersonal, con todo el matiz puesto en la declamación y dejando que las voces expresen y hagan todo el trabajo. No quiere esto decir que el trabajo vocal sea fantástico. Es muy bueno, indudablemente; todo suena bien, está muy bien dicho e incluso transitan unos cuantos sentimientos. Aunque hasta eso se queda corto. Pero si algún mérito hay que destacar quizá sea ese; que "escuchada", la función resulta interesante, es una buena radionovela. Pero escénicamente es básica, aburrida, artificial, antigua y mecánica.




La puesta en escena me resulta estéticamente anticuada y sin ningún brillo por ningún lado. Está pensada para ser representada en cualquier espacio, incluso al aire libre, así que las luces, por ejemplo son inexistentes. Escenografía básica y simple que cumple su función pero que no aporta nada salvo quizá un tono como de comedia representada en un carromato. No se le puede poner pega, pero tampoco alabarla. Al menos para mí no tiene valor ninguno. Yo veo un montaje que te lo llevas a todas partes en una furgoneta. Ese será el objetivo, no lo dudo, pero como yo soy así, me esperaba más. Problema mío, ellos van a darse la vuelta al mundo y querrán poder llevar este montaje a cualquier rincón, cosa que me parece estupenda. Aunque la puesta es escena me haya parecido anticuada, inexistente y vacía, no la voy a criticar, porque igual su único objetivo es poder "mover" cómodamente el espectáculo. Eso sí, lo que no me mola nada es cómo está planteado. Ya he dicho que la función puede ser perfecta para una campaña escolar, porque en definitiva lo que ves es eso, a unos actores que salen, dicen el texto prácticamente del tirón, sin cambios, sin transiciones, sin evolución, sin profundidad. No digo que tenga que ser plúmbeo ni metafísico todo, ni trascendental, pero de ahí a que el "ser o no ser" lo digas igual que "madre, has ofendido mucho a mi padre" o el "métete en un convento" hay un trecho. Nosotros vimos a Naeem Hayat haciendo de Hamlet y sinceramente, está todo el rato con cara de susto, los ojos desorbitados, dando pasitos para atrás y retorciéndose los dedos. Poco más. El resto del reparto está en esa línea funcional, efectiva y vacía de alma. Personalmente yo necesito que aparte de técnica, de una estructura clara, de una coreo limpia, y de una seriedad en la propuesta (por muy disparatada que sea, hablo de coherencia) que haya algo que indique una cierta implicación. Y si es emocional, mejor. Incluso la frialdad deber ser elegida, la falta de emotividad, producto de una decisión. Si no hay alma, ni emoción ni implicación, yo me quedo frío. Y ver cómo un personaje llega al famoso "ser o no ser", colmo de la duda existencial que incluso en pleno siglo XXI sigue atormentándonos, sin venir de ningún sitio ni yendo a ningún otro...me aparta, provoca que me la pele lo que le pase. 




Los mejores momentos, sin duda fueron la locura de Ofelia, sobre todo porque es tan bonito y tan incongruente ese texto y ese momento del personaje que a nada que lo hagas pelín lírico y desparramao, funciona. A pesar incluso de que hasta ese momento la actriz era bastante sosa. (Fíjate, a mis años y no consigo comprender qué impulsa a esta chica a hacer nada de lo que hace, ni a terminar de esa forma). El otro momento es el regreso de Laertes y su ataque de ira al saber lo que ha ocurrido en su ausencia. Son las dos únicas escenas en las que había algo de vida más allá de la dicción.
En resumen, fiasco sobre todo y supongo que principalmente por depositar unas esperanzas creadas por mí mismo en un espectáculo que seguramente no tenga por qué ser más de lo que es. Una buena radionovela con una puesta en escena fría, funcional, correctita y anticuada.
 Eso sí, han vendido todo, ha habido unas ganas locas de verlo, empezando por mí, y como si de un espectáculo de eso llamado "Festival de otoño a primavera" se tratase, estábamos todos enlobaos por ver este espectáculo. Y fijo que triunfan en su gira. Bien por ellos. El resto, efectivamente, es silencio.   

martes, 10 de marzo de 2015

Needles and Opium. Canal.

Supongo que se ha vendido todo. Robert Lepage llena y llena. Se crea una expectación a su alrededor que es cosa mala. Cuatro días y me imagino que cuatro llenos. Para ver un espectáculo de hace 20 años. Sí, señora, así somos. Claro que tampoco sé cómo era el espectáculo de hace 20 años, si ya estaba el cubo y tal, o si eso es de ahora. Aunque si le quitas el cubo...



Como ya no vais a poder verlo, me paso los spoilers por el Chateau Frontenac. El espectáculo es el cubo. La puesta en escena. Quiero decir, ni siquiera tanto la puesta en escena sino el aparataje. El cubo que gira, los espacios que crea, las luces que ayudan a crear esos espacios... Visualmente el espectáculo es una pura maravilla. Grandioso, vistoso, mágico, ingenioso, epatante, reiterativo, cadencioso y muy, muy atractivo. Los pobres actores se mueven como pueden (realmente bien y con una agilidad acojonante) y serpentean entre cables, esquinas, rincones, paredes, suelos y techos como si tal cosa. Repito, visualmente es un prodigio. Intachable e impactante. Pero bastante hueca de contenido. Hay frases chulas y de esas como pa la carpeta, tipo "hay tres cosas que no cura a la acupuntura: la angustia, la baja autoestima y un corazón roto". Bueno, un poco como de poeta sobrao, la verdad. Y reconozco que la escena de la grabación de la locución en el estudio es tan real como la vida misma. Yo, en una ocasión, tuve en la sala al director de la peli, a su señora, que por supuesto tenía un papel gordo en la peli y a su hijo. La criatura tendría unos doce años. Y cada cosa que grabábamos, se organizaba un forum en el que opinaban todos y evidentemente, el visto bueno acababa dándolo... el niño. Tal cual. O alguna que otra vez que vas a grabar una locución para un spot  de café soluble y te tiras 45 minutos repitiendo un "sí", porque... no lo dices con "voz de agua". Tal real como la vida misma. Pero vamos, que aparte de la broma interna, la escena no aporta gran cosa a la historia del teatro. Como la bochornosa escena de la pareja ñikiñiki en la habitación de al lado. Era un poco como de "matrimoniadas". Además, no me jodas, un señor al que llevan a París para locutar un documental tiene pasta para irse a un hotel mejor. Coño, que se vaya a otro hotel más caro y tranquilo, aunque no esté en la habitación 9. Claro que entonces, adiós escena y adiós función. 
Pero vamos, que todas las escenas se mueven un poco en ese nivel de profundidad y de densidad intelectual. Y chico, supongo que incluso estos alardes técnicos e imaginativos de la puesta en escena estarán hasta superados, veinte años después. En cualquier caso, insisto en que en ese aspecto a mí me gustó mucho, pero... si ese alarde no va acompañado de algo más de chicha...pues olvídate. No es que haya que hablar de metafísica a todas horas, pero... si encima tocas aunque sea tangencialmente el tema de los existencialistas y no lo aprovechas más que para hacer dos comentarios sobre Juliette Gréco... roza casi el delito. Ah, los actores están muy bien. Sobre todo, claro, Marc Labrèche.          

domingo, 15 de febrero de 2015

The table, Abadía versus Ne m'oublie pas, Canal.

Las cosas que hemos visto últimamente en Canal de "teatro visual" o como se quiera llamar tienen todas un poquito la cosa esa como de añejas, como de catálogo de espectáculos que giran por le mundo desde hace años, un poco en plan programa de José Luis Moreno un pelín más fino, pero anticuado y naftalínico.




El espectáculo de Philippe Genty se estrenó el año 92. 1992, hace 23 años, que se dice pronto. Y en 23 ha pasado de todo y la evolución en las artes escénicas ha sido bestial. Creo que con eso está todo dicho. Los actores muy buenos, sí, muy expresivos y lo que hacen, lo hacen muy bien. Pero claro, están haciendo cosas de hace 23 años. Puntín hortera, pasadísimo y muy, muy añejo. 
Igualito, igualito que lo que hacen los de Blind Summit Theatre con "The table" en la Abadía. Esta compañía mítica en creación y manipulación de títeres llegaba a Madrid con un espectáculo que había triunfado primero en el FRINGE de Edimburgo y después por medio mundo. Ellos son los responsables, entre otras mil criaturas y espectáculos, del famoso gato de aquella maravilla que fue "El maestro y Margarita" de los Complicité. Ahí es nada. 
Una especialización que les ha convertido en unos virtuosos de la manipulación de títeres. En este caso, en "The table", parten de la base del bunraku más básico y desarrollan una historia graciosa, sencilla, directa y efectiva. Tres manipuladores a cara descubierta dan forma y personalidad a Moses, mientras este irascible muñeco intenta recrear las últimas 12 horas de la vida de Moisés. La habilidad y el virtuosismo de los manipuladores llega a tal nivel que consiguen que una cabeza de cartón tenga expresiones. Pero así tal cual, tú mirabas al muñeco y veías literalmente cómo le cambiaba la cara, cómo la expresión de su rostro variaba y conseguía que el muñeco sencillo y de líneas indefinidas adquiriera personalidad y carisma. Por arte del arte de los manipuladores, Moses se convertía en un actor con personalidad y un carisma arrollador, consiguiendo que el publico a la salida se quisiera hacer un selfie con él, como si fuera el actor de moda o el protagonista de carne y hueso de la función que acabábamos de ver. La historia por lo demás es cachonda, los manipuladores/actores son fantásticos y te van llevando, junto con ese fenómeno de masas que es Moses por una historia cautivadora, cachonda y banalmente sincera. Creo que en mi vida me he descojonado de la forma que me descojoné el otro día. No podía para de reír con las ocurrencias y las caras de Moses. Uy, perdón, que es un títere, que no cambia de cara. Bueno, este sí, gracias a la labor de filigrana que hacen esos tres manipuladores absolutamente magistrales.




 Yo también trabajé en una compañía mítica de títeres de España, sé lo complicado que es manipular y dotar de vida a un muñeco. Pero también comprobé esa magia que se da cuando consigues que un simple movimiento de mano haga que tu compañero de madera cobre vida. Esa magia es la que lograron los miembros de Blind Summit Theatre en la Abadía. Igualito, igualito que el espectáculo de Philippe Genty.

sábado, 14 de febrero de 2015

El reportaje. Canal. Sala negra.




A mi entender, puede haber dos explicaciones a lo que vimos anoche en la recóndita sala negra de Canal (un invento para llevarse en off a este teatro de la Comunidad). 

A.- Que el texto de Santiago Varela sea un mejunje inconexo y con poco rigor dramático y la dirección de Hugo Urquijo torpe y vacilante. Así se explicaría que el personaje interpretado por el grandísimo actor Federico Luppi entre en contradicciones con lo que él mismo dice, vague entre recuerdos opuestos, repita frases enteras en varios momentos distintos, se quede absorto mirando a la nada mientras pasa el tiempo, no entienda lo que le dice su compañera Susana Hornos que a veces parece como si estuviera intentando reconducir un texto lleno de saltos, lagunas y vacíos. No se responden a las preguntas, hay incluso a veces que parece que ambos hablan de cosas distintas, se atropellan y hablan uno encima del otro, se producen pausas eternas en las que parecen mirarse con cara de pánico y como buscando ayuda. Además la historia va y viene, salta de un tema a otro para volver un rato después sin una justificación y dando la sensación, seguramente errónea de que se les ha ido el texto y un rato después o han vuelto a enganchar. El hecho de repetir la misma frase en varios momentos de la función tampoco ayuda a darle más fuerza a esa frase, sinceramente. Quizá por eso el público, que empezó muy concentrado, silencioso y entregado, poco a poco se empezaba a revolver en los asientos, y acabó más pendiente de la gotera que había en medio de la sala que de lo que pasaba en ese butacón. 
O bien:

B.- Que el grandísimo actor Federico Luppi esté mayor.

Supongo que quizá sea la opción A, pero le caso es que lo que prometía ser un documento desgarrador, acabó siendo un ir y venir sin terminar de enganchar por culpa de tanto vaivén. Lástima.    

domingo, 18 de enero de 2015

Carmina Burana. Canal.

Tú lees "Carmina Burana" y "La fura dels baus" y piensas que puede ser un espectáculo descomunal, vibrante y apoteósico. Pues vamos, nada más lejos. 



En escena, un circulillo así como con una gasa supuestamente para que no veamos a la orquesta. Está claro que se ve perfectamente a los músicos porque tienen un atril con una bombilla. Lógico. El coro de la comunidad de Madrid hace lo que puede a los lados, peleando con las capuchas que les han plantado y con las carpetas y las bombillas de las carpetas. Un numero. A todo esto tampoco es que estén demasiado finos. A ratos incluso desacompasados. Pero vamos, con decirte que fueron lo mejor de la noche... junto con la ORCAM, que sí tocaron bien, aunque un poco sosos en algunos momentos. Pero también es verdad que la partitura, aparte de los momentazos así famosos, tiene más altibajos que la montaña rusa de Port Aventura. Las "bailarinas" son unas chicas de una escuela de danza. Y con eso está todo dicho.  
Las solistas cantan como pueden. No es que sean unos virtuosos, pero encima les ponen a hacer cosas y en situaciones y posturas que se debaten entre el ridículo, el bochorno y la vergüenza ajena. Aunque no cantaron mal, pero es que estaban sometidos a tantas perrerías que bastante bien cantaron. 
En definitiva, todo el mundo lo hizo lo mejor que pudo, el problema como casi siempre no son los actuantes, sino el concepto y la visión. 
Recuerdo como si fuera ayer aquel "Accions" que marcó una época y una forma de hacer distinta, brutal y rompedora. Bueno pues ese espíritu y esa visión que tenía "La fura" se ha perdido por el camino. Todo evoluciona, y el mundo gira. Y el problema es que todas las imágenes, todas las elecciones estéticas y las posibles imágenes impactantes resultan anticuadas, muy vistas y más añejas que un capítulo de "Mazinguer Z". A estas alturas poner una pecera y meter a un señor para que moje porque sí a los de las primeras filas NO es rompedor. Es como de "Noche de fiesta".  
Y lo de hacer un bis del "O fortuna" sin que nadie se lo pidiera, sólo para ver si así había una ovación final (que por supuesto no hubo) y era como de premeditación y alevosía.  

domingo, 9 de noviembre de 2014

El Mesías. Ballet Nacional SODRE. Canal.

La coreografía de Mauricio Wainrot y que ha interpretado estos días el Ballet Nacional Sodre, dirigido por Julio Bocca es de 1996. De 1996. Y se nota.




Escenario en blanco, los bailarines de blanco impoluto y angelical. Y Haendel. Unos bancos y un ciclorama que se tiñe de rosa cuando bailan las niñas y de azulito cuando bailan los niños. Todo muy Nenuco. Y ellos brincan, saltan, giran cual angelitos entre las nubes. Giran bien, levantan la pata bien (sin locuras, sólo correctamente bien), en cuestión de equilibrios están fallones... pero bueno, todo es limpito, mono, azul, rosa, cursi, merengue... y de 1996. Es como si ahora ves un ejercicio de Podkopaieva o de Boguinskaia. Muy monas, fantásticas, pero...antiguas.
Los solistas son otra cosa. Sonia de Munck, pese a no tener un timbre demasiado apropiado para este repertorio, cumplió muy bien, cantando con seguridad y con una voz realmente muy bonita. Francisco Crespo tiene una gran voz, profunda y super chula. Cantó que te mueres. El nombre de Marta Infante es una obviedad. Es una de las grandes mezzos españolas de la actualidad. Voz amplia, preciosa, ágil, aterciopelada, dura y porosa. Me vuelve loco. Y Victor Sordo, ya he dicho en otras ocasiones que me enloquece. Tiene uno de los timbres más bellos que he oído en la vida. De un lirismo impactante y además de una técnica brutal, tiene una capacidad de afinación y de matización sobrecogedora. Me enloquece. 







La orquesta sonó fantástica dirigida con buen mano por Manuel Coves y el coro Verum hizo un trabajo prodigioso, sobre todo, para mi gusto las voces graves aunque todo el conjunto sonaba realmente acogedor y muy, muy sólido. 
Así que eso os cuento. Lo de encima del escenario muy blanco, muy puro, muy celestial y muy de Baby Mocosete pero lo de abajo, los solistas... asombrosos. Infinitamente mejor la parte musical que la visual, aunque el teatro acabó en píe y enloquecido, cosa que es de agradecer ya que ver al público enloquecido debería significar que van a volver a otro espectáculo y si la cadena sigue...  No hay nada más bonito que un teatro lleno.