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viernes, 24 de abril de 2015

Dignidad. Canal, sala negra.

Con este comentario, me temo que voy a hacer muchos amigos, pero es lo que hay. Ya me gustaría a mí disfrutar siempre que voy al teatro, pero no siempre es así. Lamentablemente, todas las ganazas que tenía de disfrutar de otro texto de Ignasi Vidal, después de haber gozado como un perraco en "El plan" se diluyeron a los pocos minutos. Un pena, lo digo en serio. 



El espacio es interesante, una especie de ring, de cuadrilátero incluso son ese gancho en la esquina a modo de perchero. Espacio bien iluminado, con ese elemento vertical donde se proyecta la entrevista que abre la función. Vale, bien. Por cierto, espacio bien iluminado por Sergio Gracia. Pero ese espacio queda desaprovechado cuando Ignasi Vidal se va hacia una esquina y se tira casi toda la función allí, en un sitio inaudito, puesto que teóricamente está frente a una pared. Pero bueno, Daniel Muriel está durante bastante rato sin moverse de su silla. Y así, entre el estatismo de uno y la posición peculiar del otro, el espacio acaba siendo una excusa más que una ayuda. 
La dirección de Juan José Afonso es vacilante. Con este director yo tengo una peculiar historia de encuentro/desencuentro periódica. Y en esta toca ya no un desencuentro pero sí una tibieza que no me engancha. Claro que el texto tampoco deja margen para hacer mucho más. 
El texto de Vidal es, para mi gusto, pobre. La relación entre estos dos personajes es básica. Vidal es malísimo y Muriel parece sacado de "La casa de la pradera". Si un personaje es planamente malo y el otro es llanamente bueno, sin dobleces, sin rugosidades ni vueltas, al final todo se reduce a ver cómo va a pagar el malo sus maldades. El único toque maluno de Muriel es la "solución" que se le ocurre al mogollón. Pero vamos ,que como personaje hace mucho que dejó de interesar. Al igual que el de Vidal, que de puro malo te da igual lo que le pase. Quiero decir que le asignas enseguida la cara de cualquiera de estos politicuchos delincuentes que se han dedicado a esquilmar su latifundio y claro, simpatía cero. En todo caso asco. Asco porque extrapolas. Pero ya está. Un personaje te repugna, el otro te da igual, el conflicto es normalito, así que... ni fú ni fá. 



Tampoco ayuda este texto a ninguno de los dos actores. Aparte de que parece que en vez de un güisqui carísimo estén bebiendo mosto, porque se soplan la botella entera y siguen igual que al principio. Los dos están sosos, como fuera de tono, sin energía, especialmente Vidal. Y personalmente creo que hasta el estar sin energía deber ser una forma de energía. La presencia escénica, el peso en el espacio, el espacio que ocupa tu cuerpo y el que mueve tiene que estar lleno. Incluso puede estar lleno de falta de energía, pero esa es también una forma de energía. La ausencia de tensión corporal es la trampa. Y esa trampa lleva al vacío. 
En definitiva, un espectáculo soso, con muy poco interés, con un texto que ni engancha ni tiene demasiado interés. Y dos actores más perdidos y vagando que otra cosa. Y que conste que esto no tiene que ver con la calidad de ninguno de los implicados, ni de Vidal, ni de Muriel ni de Afonso, es simplemente que el texto no da pa más.          

sábado, 6 de septiembre de 2014

El largo viaje del día hacia la noche. Marquina

No cabe duda de que este texto de O'Neill es una obra importante del teatro universal. Cuestionar eso a estas alturas sería una osadía. A pesar de haya gente que a día de hoy te discuta el valor de Shakespeare, pero bueno, esa es otra discusión.
Lo cierto es que la radiografía que O'Neill hace de esta familia enferma y enfermiza es tan exhaustiva como gráfica. Peeeero... también es verdad que el tiempo a veces es cruel y puede pasar como una apisonadora sobre determinadas obras, dejándolas con más polvo y olor a naftalina que la mesa de la señora Havisham. Y el tiempo ha pasado por encima del texto de O'Neil. Determinados conflictos ahora se ven añejos, pasaditos. Quizá en este caso sea porque falta el elemento globalizador de este drama. Lo que en otros autores o en otras obras es "universal" aquí es demasiado concreto, y claro, eso hace que el tiempo sea cruel. Además O'Neil retrata perfectísimamente el recorrido de los personajes desde que empieza la función hasta que acaba. Y ese es otro peso en contra que tiene la función. Está demasiado detallado y demasiado justificado lo que les va pasando a los personajes. La acumulación es real y contada en tiempo real. Así no quedan flecos y todo está justificado, sí, pero la función se pone en casi tres horas. Tres horas de hablar y hablar y hablar de conflictos...antiguos y algo pasados. En definitiva, que para mi gusto ha perdido vigencia e interés. Eso sí, como ejercicio actoral esta función es  perfecta. Permite a casi todos los personajes lucirse y transitar por terrenos pantanosos. Aunque quien se lleva la palma, lógicamente es Mary, la madre, en este caso Vicky Peña.



Vicky Peña es una actriz que para mi gusto, tiene una tendencia al melodrama y a llevarse sus trabajos por un lado lírico-afectado que suele funcionar. Que quede claro que me gusta mucho. Casi siempre. Y aquí el personaje le va que ni pintado. Esa mezcla de Blanche Dubois con... Vicky Peña es fabulosa. Está inmensa, deliciosa, ida, hada, flota y sobrevuela la realidad con esa afectación suya que en este caso le viene muy bien al personaje, aunque quizá ponga coto a un mayor desarrollo expresivo y se quede en la capa que mejor funciona, la del lirismo amargo. Lo que pa mi gusto mejor funciona, donde me toca realmente el corazón, es cuando reacciona a una puñalada de las que pueblan el texto y se queda con el gesto roto, la lágrima puesta y la boca torcida pero de verdad, con amargura, sin querer parecer la Garbo. Pero divina, da todo un recital.
Mario Gas está bien. Quizá le falten matices y se note un poco como que está tendiéndole la alfombra roja a su compañera para que esta se luzca. Pero solvente, duro, gracioso y a la altura. Muy buen trabajo.
Mamen Camacho tiene una escenita. Está bien, tan solvente como siempre y se mete al público en el bolsillo, cosa nada fácil con Vicky Peña al lado.



Juan Díaz está inmenso. Ya escribí en su momento que era sin duda lo mejor de "El hijoputa del sombrero". Es un pedazo de actor desaprovechado y gigantesco. Lo tiene todo, es guapo, tiene una presencia brutal, una voz cojonuda que usa como dios, y una inteligencia para comprender lo que dice y hace y llevárselo a su terreno convirtiendo cualquier cosa en algo natural que me flipa. Para mi gusto y sin lugar a dudas, lo mejor de la función.
La dirección es algo tediosa, dejando demasiado tiempo para el lirismo y con un ritmo demasiado pausado. La obra es una sucesión y acumulación de conflictos que llevan a la locura final, está claro, pero por eso quizá un poco más de brío no le vendría mal. Espacio escénico muy bonito, con buenas luces y todo estéticamente cuidado y bonito. Sinceramente creo que es un gran montaje, con unos trabajos brillantes, en el caso de Juan Díaz... directamente acojonante y que merece la pena ir a ver. Eugene O'Neil es siempre Eugene O'Neil, Vicky Peña es siempre Vicky Peña y juntar ambos genios en un clásico como este merece la pena. Y de paso... disfrutas con Juan Díaz.
 
     

lunes, 17 de junio de 2013

El hijoputa del sombrero. Teatro Príncipe Gran Vía.

Tranquilidad, señores, que esto sí me gustó. Y según pasan los días, creo que más.Creo.
Al principio me estaba pareciendo una de esas funciones del Lara que no llevan a ningún sitio y que están destinadas yo creo, a un público poco exigente y que se mea si oye un "cojones" o ve a un tío en gayumbos. Pero no, el texto tiene bastante más enjundia. Plantea historias, aparte de la anécdota en sí que no voy a destripar, que son interesantes. La confianza, la incapacidad para demostrar emociones, los vampiros emocionales, el amor fraternal, el amor eterno, incluso el amor de madre. Todo con un envoltorio moderno, hasta juvenil y con un aparente tono ligero que no se corresponde con lo que en realidad te están colando. Texto muy interesante y bastante más profundo de lo que pueda parecer.
Puesta en escena ágil, dinámica, con algunos altibajos pero que no hacen que desenganches, con una escenografía acertada. Y una música que es casi un personaje más, como la voz de la conciencia raída que va destripando a golpe de verso cañí lo que subyace en la acción.



Y voy ya con los actores.  
Bárbara Merlo bien, entregada y energética. Alberto Jo Lee bien. Se nota que ha trabajado mucho el papel y que han desentrañado bien todo lo que dice y hace su personaje, aunque... hay veces, bastantes veces que suena un poco a dicho todo de memoria. Si dijera lo mismo e hiciera lo mismo pero más sueltecito, ganaría mogollón. Raquel Meroño. Sí, lo confieso, tenía mis reticencias, lo siento. Y no es que sea Irene Gutiérrez Caba, pero está bien, resuelve bien su personaje, aunque no termine de creérmela como cuarentona acabada y dominada por Miguel Hermoso. Está muy lozana y guapa. Pero bien. Perdona, Raquel por desconfiar de ti. Miguel Hermoso está bien, entregadísimo y con un nivel de energía incalculable, pero... igual por eso mismo hay veces que se pasa. Lo de girarse hacia el público para decir alguna cachondada no me mola mucho. Y luego, yo creo que intenta hacer del suyo el personaje principal y aunque quizá lo sea, pero es que no hay quien pueda con Juan Díaz. Lo de este hombre, chico, joven, señor, no sé como definirle, es algo de cagarte por las patas. Tiene un control y un dominio de la voz brutal, una concepción del espacio escénico y un dominio de las tablas que parece que ha nacido encima de un escenario. Es guapo, es frágil, es chulo, es macarra, está muy buenorro, te lo comes, le odias, te ríes con él, le detestas. Todo un arco de sentimientos que provoca como sólo pueden hacerlo los más grandes actores. En mi lista de iconos a los que mataría por conocer, entre los que están Estefanía (de los dioses) y de los Santos, Fernanda Orazi, San Pablo Messiez, Isaac Montllor, y alguno más que ahora no recuerdo por la emoción, se unió el sábado el inconmensurable Juan Díaz. Me inclino ante usted, maestro!