miércoles, 12 de octubre de 2016

El lugar sin límites. Valle Inclán.

Quiero aclarar antes de meterme en harinas, que no he visto todos los espectáculos del ciclo. Así que no voy a poder hablar de L'alakran ni de Alejandro Ruffoni, y de este último reconozco que me da rabia no poder decir nada pero es que no lo vi. Después de dos horas y pico inenarrables (menos la media hora poética de san Pablo) no tenía cuerpo para más mamarrachadas y me fui a cenar por ahí. 

Mi opinión sobre Ivo Dimchev la puedes leer pinchando AQUÍ. Sólo quiero reiterar que si el objetivo de un artista o un creador es conectar con el público a que muestra su trabajo, Ivo conectó cono todo el mundo que conozco que fue a verle. Único, distinto, sincero, directo y depurado. Un mago.

De "La casa" no voy a decir nada. Bastante tiempo perdí en esas dos horas y media como para perder más escribiendo. Y unas pajas ni me escandalizan, ni me incomodan ni me nada. Y si no me nada, entonces para mí, sobran. 



Luisa Pardo presentó un gran trabajo, muy en la línea de Lagartijas tiradas al sol con su "Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa". Valiente, muy valiente denuncia de la degradación física y moral de la ciudad de sus antepasados y que la vio nacer a ella misma. Con formato "conferencia", repasa las basuras de Méjico y la forma inexorable de destrozar un país y a su gente. Brutal, duro y desolador. Un paisaje sin futuro donde el único atisbo de colores son unas figuras artificiales, unas plantas y varios objetos que intentan recuperar la alegría perdida. 

Orquestina de pigmeos y "Género chico" es un trabajo entrañable. Basa todo su poder de atracción en sus dos protagonistas mayores. Los dos ancianos resultan adorables y con su cachondeo y sus gruñidos octogenarios se ganaron el corazón del respetable. Pero ya. Aparte de la sonrisilla con determinados comentarios de los abuelos, poco más. Bueno. 

El teatro de "prospecto" o de "manual de instrucciones" me toca las narices. No me gusta que me expliquen qué voy a ver y qué debo sentir. Empezar un espectáculo explicando que "una propuesta contemporánea es cualquier cosa, todo vale, así que voy a hacer lo que me de la gana y como es contemporáneo, te lo tienes que tragar y lo tienes que aceptar sin rechistar, porque para eso es contemporáneo" me parece una trampa y un callejón sin salida en el que no quiero entrar. Como espectador quiero tener la facultad de decidir si lo que veo me gusta y lo acepto o si no. No me vale que me cierren la posibilidad de que no me guste apelando a que "como es moderno te tiene que valer y si no te vale es que no eres moderno". Ivo te descolocaba y rompía tus prejuicios con su trabajo y yo, particularmente le considero un dios. Pero lo de Itxaso Corral me dejó muerto. Partiendo de unos conceptos básicos de esos con los que uno simpatiza empezó a... no sé sabe qué y acabó no se sabe cómo. Pero podría haber seguido o haber durado menos, porque habría sido lo mismo. Era una especie de monólogo del club de la comedia con un presunto humor sin gracia. Nombrar algo es darle vida, sí, pero repetir incesantemente una palabra no le da más valor sino que al contrario, haces que pierda incluso su sentido primero. Por otra parte siempre he pensado que los elementos que hay en un escenario tienen que estar ahí por algo, aportar algo, si no, son decorativos y gratuitos. Quizá eso sea un valor en sí mismo, pero a mí me parece que no. Salir sin bragas me parece gratuito porque con o sin bragas el espectáculo es exactamente el mismo, con lo cual el hecho de no llevarlas es un intento de algo, quizá de provocación que no va a ningún sitio, ya que imagino que a todos nos daba exactamente igual si llevaba bragas o no. 

"Light years away", de Edurne Rubio me pareció un trabajo precioso. Emocionante, emotivo, tirando de memoria y reivindicando una forma de vida en la que la palabra "casa" adquiere un significado mágico, subterráneo, oculto, por debajo y por encima de dictaduras y de la propia vida. Vivir la dictadura en una cueva y hablar de represión en el único sitio del mundo donde lo único que oyes es el latido de tu propio corazón es muy emocionante. Me queda la eterna duda de si un espectáculo de este tipo, basado en una proyección es o no es "dramáticamente interesante". Quiero decir, cada día es igual que el anterior, no hay nada de "vivo" en la representación de cada día. El espectáculo es exactamente igual si lo ves hoy o si lo ves pasado mañana. Esa sensación me descoloca. 

Sergi Fäustino es Sergi Fäustino e hizo lo que esperábamos de él. Un concierto como suele, dentro de su investigación particular. Nada que objetar. Aunque tampoco me dejó marcado. 



San Pablo volvió a escribirnos una epístola nueva a los humanos. "Ningún aire de ningún sitio" ES la casa y el relato. Es la casa primitiva, la casa necesaria, la casa viva y la casa muerta, la muerte, la casa última. Y el primer y último relato. 
Una figura avanza iluminada apenas por un farolillo. Poco a poco descubrimos que va arrastrando un cuerpo. Se le une otra figura y entre ambas consiguen llevar ese cuerpo inerte a un cuadrado de luz. Una especie de plano luminoso. Cuatro líneas de luz y un hueco para que entren en esa casa. Una casa que es ataúd y que es nido de amor. Un hogar del que Elena no quiere salir, quiere vivir allí para siempre e incluso después con su amor. Aunque esté muerto. Al menos eso es lo que dice Eva, la otra visión de la muerte, de la falta de casa, del fin del relato. Elena se niega a aceptar en fin de su amor, la muerte de su amante, el fin de su relato y el fin de su casa. Porque si muere el amor, muere el hogar, muere el sitio común, muere el calorcito creado entre dos. Eva viene de no se sabe dónde, quizá hasta sea la propia muerte. Ella es la casa vacía, la ciencia, la frialdad, la razón, el relato muerto. Ambas acabarán juntas, saliendo de esa casa justo cuando deja de  ser casa, cuando las líneas de luz se esfuman y desaparece la tumba, desaparece la casa, el mausoleo en el que ha habitado ese Agamenón que es José Juan. El amor como casa, como hogar primigenio y la tumba como casa última.
Nosotros somos la casa. Yo no. Y tú tampoco. Los dos. Sin dos no hay casa. La casa muere. No era antes ni será después. Es aquí y ahora. Mi vida es nosotros y mi casa nosotros. Ni luz. Ni razón. Sólo dolor y separación. No ver no es no ser o no estar. No ver es ver desde dentro. El amor es tan grandioso... 



Poesía bestial de esa que te rompe. 
Paloma Parra nos regala unas de las luces más preciosas y precisas de la historia del teatro y Óscar Villegas un espacio sonoro lleno de vida y de muerte, de vacío y de amor, de eco y de soledad. 
San Pablo Messiez... vierte poesía, delicadeza, humor, soledad, amor y distancia. Crea un sueño en el que habitamos todos, antes, después, fuera, arriba, dentro, el que será o el que vino. Medida y despiporre emocional. Arrebatado de pasión y delicado como un lunar. 
Elena Olivieri, Eva Racionero y José Juan Rodríguez son tres portentos. Elena y Eva parecen sacadas de una peli de Rosellini o de Bergman. Son torrente y son potencia. Dos miradas animales y un poder de comunicar que lo flipas. José Juan llena un espacio vacío y casi oscuro con una mirada a su alrededor y con una ligera sonrisa que ilumina la sala y hace que automáticamente te enamores de esa sonrisa tierna y dulce como del príncipe azul que despierta del sueño, en vez de la princesita. 
Reconozco que me llegó mucho, me hirió y me hizo ver que en este caso, la distancia de rescate no funcionó. estaba demasiado lejos y nadie puedo salvarme, salí herido. "Herido de amor huido. Herido, muerto de amor".     
    

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