lunes, 18 de junio de 2018

Islandia.

Hacía tiempo que tenía compradas estas entradas y realmente me apetecía ver un espectáculo producido por en TNC. Aunque fuera dirigido por el propio director del TNC. No lo digo por él, claro, porque en mi ignorancia no conocía el trabajo de este director, sino por propio prejuicio viendo cómo nos lucen las cosas por aquí. 

Lo cierto es que en estas últimas semanas han programado por Madrid varios espectáculos con pintaza, incluso alguno con amigos dentro que no he podido ver porque como ya tenía entradas para esto...
Y menuda puntería que he tenido. A ver si consigo explicarme.



El texto de Lluïsa Cunillé no me gusta nada. Creo entender que nos cuenta la historia de un chico islandés que viaja a Estados Unidos para buscar a su madre, de la que hace tiempo que no tiene noticias. La mujer se casó con un carnicero norteamericano y desde el estallido de la crisis no ha vuelto a saber de ella. El chico tiene una sóla ilusión en la vida, ser cantante de ópera cuando sea mayor. Incluso tiene una profesora particular que está muy contenta ella con los progresos del rapaz. 
El chico viaja a Nueva York y allí se cruzará con varios personajes que representan los estragos de la crisis en el mismo epicentro. Al final, el chaval se encontrará con la madre, aunque ninguno de los parezca especialmente ilusionado, el chico escapa, termina en un hospital y ya.
No tengo capacidad como para criticar en profundidad el texto, simplemente me pareció vacío y poco profundo. Es posible que la autora quisiera justamente eso, no lo sé por eso no diré si me parece bueno o malo. Sólo puedo decir lo que me provocó. 
De entrada me parece terrible que en un texto presentado sobre un escenario se oigan las cosas que se oyen aquí. Ya sé que es una traducción del catalán y supongo que las cosas que voy a comentar serán catalanismos o expresiones directamente traducidas del catalán al castellano, pero me parece que no se pueden permitir sobre un escenario. Y muchísimo menos sobre un escenario público, que debería vigilar mucho más que nadie el uso correcto del lenguaje. 
En castellano no se dice "tirar las cartas", se dice "echar las cartas". Lo de "me sabe mal" es una expresión catalana (esta vez sí, correcta). No se dice "he venido al hospital y he pedido por ti", se dice "he preguntado por ti". Lo de "he pedido" suena a que has puesto unas velas a Santa Gema para que interceda por su alma. También es extraño que a las hamburguesas las llamen hamburguesas y a los perritos calientes, hot dogs. 
Pero no es sólo eso sino que el texto en sí presenta a personajes vacíos, de esos que si te los cargas de la función esta sigue siendo igual. Plagada de frases de póster y de reflexiones artificiales que parecían sacadas de wikipedia. Texto que pretende desnudar el alma de personajes asolados por la crisis pero que resulta artificioso, literario, irreal y fofo.
A esto hay que añadir un dirección plana y laxa de Xavier Albertí. 
La escena inicial es desasosegante: ¿por qué esa chica está detrás del cabecero de la cama y casi no sale de ahí? ¿Por qué hablan de tostadas cuando lo que se comen es un trozo de pan de molde blanco? ¿Por qué estoy mirando el pan cuando debería estar pendiente de la escena? ¿Es esto una metáfora? ¿Por qué ha salido un niño de debajo de la cama? ¿El niño es el prota, el chico de la cama, el de la tostada? Ah, no que por edad no le ha dado tiempo de ser él. Entonces sí, es una metáfora. Digo yo.

La escena con el inventor y el neurólogo tampoco me funciona. Para empezar, no sé pero se me hace extraño que hablen todos en el mismo idioma y no haya ni una mención al acento. Vamos que aunque tomemos el castellano como idioma base, alguien debería mencionar que el chicho tiene acento. Es islandés. Por muy bien que hable inglés... Pero en ningún momento de la función se menciona. 
El inventor sí que tiene un acento exagerado. A ver, es catalán, es obvio, pero cuando se preguntan por sus orígenes parace que él va a contestar que es de Cornellá. Too much accent. 
Pero aparte de estos detalles (o como que un neurocirujano no sepa dónde está Islandia) es la escena en sí lo que no me funciona. Tanto esta como todo el resto del espectáculo se me hace eterno, las escenas dilatadas, tediosas, repetitivas y muy poco emocionantes. Varias escenas, si las quitáramos, no cambiarían en nada el espectáculo.     
Entiendo que la intención es la de presentar a un grupo humano variopinto y las consecuencias que han tenido en ellos la crisis. Desde el viejo buscavidas que va intentando estafar a los demás, a la señora arruinada y que malvende sus recuerdos en la calle, o el vendedor de perritos calientes en pleno Wall Street. En medio, ese chico al que no parece que le afecte que le hayan robado la maleta, no tener un sitio donde dormir, tener sólo billetes de 50 que milagrosamente le cambian en las taquillas del metro...
Todas las escenas son larguísimas, afectadas, estiradas en un intento de emocionar o de dar cierta transcendencia pero que lo que consiguen, al menos conmigo era que desconectara y que les viera el truco. 
La escena con la madre es el colmo de la extrañeza. Aparte de que aquí y la emoción brille por su ausencia. Madre e hijo sentados en la iglesia, ni se miran, la madre antipática como ella sola insiste al hijo una y otra vez para que se pire. ¿No hay ni un ligero afecto entre ellos? ¿Entonces por qué ha viajado hasta allí el pobre? Al final de ese encuentro gélido parece como que la movida es que la madre está avergonzada por vivir "tirando las cartas" (se las debe de tirar a la cara a sus clientes) y que se ha quedado embarazada... ¡de su marido!
Y fin. 
Bueno, no; entre medias se supone que el chico sueña con ser cantante de ópera. Tiene una profesora particular (muy mal económicamente no estará esa familia, claro), pero cada vez que hace como que canta, es un dolor. Yo si fuera la abuela del chico despedía a la profesora ya mismo. El chico no da ni una nota y digamos que canta como si no tuviera la más mínima posibilidad de dedicarse a eso de mayor. 
La escenografía es chula aunque promete más de lo que luego resuelve.  Max Glaenzel crea un espacio prometedor que acaba siendo más útil que expresivo. 
Del elenco destaco a Juan Codina porque despliega una fuerza y una rabia de gran maestro. El resto, de ambos sexos y de todas las edades chapotean en la superficie de sus personajes, sin ahondar en nada y dando una sensación de tedio, de pocas ganas de estar ahí y de una falta de implicación que se contagia.



Poco más que añadir, insisto en que estas fueron MIS sensaciones al ver la función. Un texto sin chispa, lleno de tópicos y de intenciones sin realizar, con una dirección tediosa y nada emocionada ni emocionante y unas interpretaciones superficiales. 
El María Guerrero, otrora petado, con medio aforo vendido. Así no levantamos cabeza.   
           

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