domingo, 24 de junio de 2018

La familia no. Fernán Gómez.

A veces, al leer críticas teatrales, ves que los autores se desviven por demostrar que han "entendido" el mensaje, que han comprendido la metáfora y quieren explicarte lo que en realidad querían contarte los responsables del espectáculo. Ese intento de demostrar que "lo has entendido" parece ser un objetivo final, como si tu nivel de inteligencia o de coincidencia significara algo o como si el objetivo del autor o del director hubiera sido en algún momento, lograr que se le entienda.
Como yo no escribo crítica sino que cuento y comparto mis sensaciones particulares, me la pela si "acierto" con la intención de Gon Ramos. Lo que yo sentí es independiente de la intención del autor y ese encuentro vivo y único es lo vital del encuentro teatral.  
Yo he dicho desde antes de "Yogur/Piano" que Gon es un genio. Es una mente de esas que miran y no es que vean tres capas de podredumbre debajo, como Paco Bezerra, sino que ven tres capas de carencias, de necesidades y de huecos. Es lo que tiene mirar sin esperar. Mirar sabiendo ver. 




"La familia no" trata (léete si eso el primer párrafo de nuevo) de las carencias familiares. O mejor dicho, de los estragos que el TIEMPO causa en lo que soñamos de pequeños. 
Los cuatros personajes que vemos en el escenario... de los muchos que veremos en la función, son yo. 
Recuerdo de pequeño que el día de salir de vacaciones era uno de los más emocionantes del año. El 127 petado, con el maletero a rebosar, los tres hermanos pegados a los asientos de plasticazo, bolsas debajo de las piernas, y porque no teníamos pajarito que si no, habría ido también la jaula de "pichurri" y la abuela mareada a la primera curva. Echábamos todo el día en ir de Valladolid a Panjón (antes se llamaba Panjón) y a pesar de las lipotimias, el puto coñazo del viaje y la incomodidad absoluta, ese viaje representaba el comienzo de unos días en los que estábamos todos juntos, a todas horas, felices, relajados, disfrutando y sintiéndonos un grupo, una tribu, una familia. En esa época pensaba que mis padres nunca cambiarían, que siempre serían jóvenes y poderosos, que siempre nos cuidarían y que nunca nos dejarían atrás. Yo he muerto ahogado dos veces; la primera fue en la playa de Patos y me salvo mi padre. Así debería haber sido siempre. Con mis hermanos nos embarcábamos en mil aventuras, escapábamos durante toda la tarde con la impunidad de los años setenta y recorríamos montes, corrales, casas, playas y caminos oscuros. Éramos invencibles. Nunca jamás nos poníamos crema solar. Y acabábamos el mes de julio como tizones. 
Pero el tiempo pasó y mis hermanos andan cada uno con lo suyo, mi madre no es la que era y mi padre murió hace años y nos dejó tirados. 





Eso les pasa a los cuatros seres que vemos en escena. Cuentan que sus padres les han dejado un momento solos en el coche y han ido a buscar noséqué a una gasolinera, pero que en seguida van a volver. Pero no es verdad. No han vuelto. Y ha pasado mucho tiempo ya. Porque no se han ido a por nada. Lo que pasa es que han desaparecido los padres que soñábamos de pequeños. Esos padres se han ido, se han pirado, se han esfumado y no han vuelto ni van a volver. Aunque pensemos que algún día volverán. No. Ahora son otros, ya no son los que nos dejaban preparada la cena cuando salíamos por la noche o los que nos salvaban cuando nos ahogábamos.  
Exactamente lo mismo pasa con los hermanos, con la familia, con la tribu o con el bloque. Cuando éramos pequeños soñábamos o notábamos un cemento uniendo de forma invisible esas piezas pero con el paso de los años, los roles cambian con cada circunstancia, el jefe es víctima y el madre pasa a ser hijo y el hijo padre o el madre mata al hijo jugando y esa herida no se cura nunca. La estructura que soñamos y que vemos en el horizonte se ha diluido. Por eso los juegos de Eva, Emilio, Jacinto y Fabia son eternos y no llevan a ninguna parte. Ellos ya no son lo que se suponía que debían ser. Y lo que tienen se parece muy poco a la imagen del 127 petado y feliz. La familia no. La familia no es lo que esperábamos. No es lo que creíamos. No es lo que necesitábamos. Y los padres no van a volver porque no. Porque son otros, cambiaron, no cumplieron nuestras expectativas o crecieron en otra dirección. Por eso la familia que hay hoy no es la que debería ser. 

Para que el espectáculo sea tan mágico y doloroso como lo vemos es IMPRESCINDIBLE el fabuloso trabajazo de Javier Ruiz de Alegría creando un coche desestructurado, un coche de nuestra infancia con los asientos de telilla de un Panda y la estructura de un castillo de hierro de esos de los parques de antes, en los que los niños jugábamos sin necesidad de tener a una patrulla de policía vigilando el perímetro.
Gon ha parido este ramillete de juegos infantiles y crueles de búsqueda de lo "inencontrable", lo ha ordenado y nos lo presenta con una mirada nostálgica pero superada. Incluso con un gran sentido del humor. El sentido del humor de la herida cicatrizada o al menos reconocida.  
Fabia Castro, Emilio Gómez, Jacinto Bobo y una inconmensurable Eva Lorach dan vida a estos niños, a estos padres, a los hermanos mayores, a los débiles, a los poderosos, a los salvadores, a los padres rigurosos, a los niños desamparados. Son y tienen mil edades y todas son puras y sinceras. 




Es de justicia y de necesidad destacar dos momentos. Primero el monologazo ACOJONANTE de Eva Llorach a grito pelao (no quiero desvelar nada más). Prodigio de trabajo vocal, lo primero. Sí, quizá suene absurdo, pero cuando uno ve cada vez con más frecuencia a supuestos actores microfonados en teatros de Madrid, ver de pronto a alguien que tiene detrás un curro vocal cojonudo, llama la atención. ¡Es que la preparación es vital para un actor! Que sí, que la intuición es muy chula y muy espontánea y muy natural y muy caca de la vaca. La preparación es el estado preexpresivo del actor.
Y encima Eva le da un nivel emocional y una implicación como muy, muy pocas veces he visto en un escenario. Y no hay que hacer ningún muestrario de recursos, no. Hay que saber dominarlos, dosificarlos y utilizarlos para lograr tu objetivo, en este caso conmover. GRANDIOSA.
El otro momento es cuando vuelan. Estéticamente precioso, dramáticamente colocado en el mejor sitio y de una depuración y limpieza que consigue estremecer de puro bello. El la respiración honda, el plano general que necesitamos en ese preciso momento intenso de cojones. 

Si alguien me quiere hacer caso, por dios, que vaya a ver "La familia no". Déjate jugar, déjate llevar y mira entre líneas, porque seguro que ves a tu familia, a la familia que soñaste, a la que tienes y a la que tuviste. Y puede incluso que perdones muchas cosas.    

            

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