Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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martes, 27 de febrero de 2018
Una vida americana. Teatro Galileo.
Paloma Clarkson era una chica moderna. Una "chica de hoy en día". Lo era allá por los ochenta, en esa época en la que España quería ser moderna. Cuando entramos en la OTAN para ser modernos y presumíamos de nuestras bases americanas. Porque España también se sentía moderna y quería tener una vida americana. Esa España que buscaba y busca su genitalidad. Mi querida España, esa España viva, esa España muerta, larailaaa.
Pero claro, de lo que uno sueña o lo que luego vive hay un mundo. Mejor dicho; entre los sueños y la vida estamos nosotros. Y aunque cantemos al Boss no entendemos las letras de Mecano (la de “Maquillaje” sí, claro). Y aunque soñemos con nuestro novio americano y nuestro apellido “exótico”, resulta que este se pira un día sin saber por qué y ahí te quedas, sin presente, sin futuro y con el cuerpecito cortado. Como Paloma. Y con dos nenas. Y a ver qué haces.
Paloma habría querido que su vida fuera distinta y haber encontrado un sentido a todo sin tener que luchar a la deriva. Lisa habría querido tener un padre presente. Y haber sabido por qué canta sin cesar la puta canción de Mecano. Robin Rose habría querido tener un centro más claro y quizá el cuerpo correcto. No, eso no, porque a pesar de lo que creen los demás, es el únique que vive feliz, es el únique que “está bien”. Incluso Levi debería haber sido más judío. Pero no lo es. Sin dramas, sólo por naturaleza; él es un poco judío aunque se siente muy poquito judío. Sin acritud. Todos deberían haber tenido otra vida. Pero claro, entre los sueños y la vida estamos nosotros. Y de la vida que pudimos tener a la que nos ha tocado hay un mundo. O un océano. Deberíamos haber tenido una vida mejor, más comprensible, pero al asomar la cabeza por la ventana, tenemos Tetuán, no Minnesota. Y la vida que debería haber sido bonita y consolidada es tan lejana e inexplicable como la letra de la puta canción. De esa canción que aunque no sepamos qué coño significa, seguimos cantando. Porque, ¿quién dijo que esto iba a ser fácil?
Lucía Carballal crea un texto de esos de los que te tienes que enamorar sí o sí. Chispeante, con las coñas matemáticamente medidas para que no resulten cargantes sino en la medida de la realidad más de barrio que te puedas imaginar. Es como si sacaras la cabeza por el patio y escucharas a una vecina, a un ser real y vivo. Eso es muuucho más difícil de lo que uno piensa. Construir personajes y diálogos con la medida justa de la vida real es casi imposible. Y Lucía lo hace así como si nada. Además nos calza así como si nada una defensa del distinto delicada y con la vaselina de la comedia. Una gran decisión la de no recalcar la soflama sino dejarla a la altura de lo cotidiano y plantea un tema tan espinoso y con tantas vueltas como es el tema de los géneros no binarios, la identidad transgénero o simplemente de la libertad. Lo he dicho en otro comentario pero sirve perfectamente para este: El arco iris tiene siete colores, pero el mundo, el Universo, tiene millones, uno por cada ser vivo. Y Robin-Rose vive en esta historia como si tal cosa, el mejor camino hacia la normalización. BRAVA.
Víctor Sánchez Rodríguez dirige con buena mano y con amor por sus personajes. Además les sitúa en medio del bosque y deja que sean ellos los que creen las discusiones y hagan avanzar la historia. Sabia decisión.
César Camino está fabuloso. Quizá su personaje sea el menos dibujado de todos pero aún así exprime todas las opciones y logra estar de tu a tú con esas mujeres y no desaparecer bajo el torrente femenino. Vicky Luengo está impresionante en su dignidad y en su sufrimiento. Todos parecen emperrados en que esté sufriendo por su vida y sus elecciones y nada más lejos. Sufre pero por rebote ajeno, no por sí mism@. No echa de menos al padre ni sufre por ello. No soporta a su madre ni puede vivir sin ella. Se siente incomprendid@ pero no sufre por ello. Ama a su hermana y no la soporta. Esther Isla se lleva la parte más compleja y la resuelve con la sabiduría de las grandes. Lisa tiene nombre, apellido y genes yankis pero no sabe de qué lado sopla el viento. Alterna intentos de suicidios con desbarres histéricos. Busca respuestas pero tampoco tiene muy claras las preguntas. En vez de treinta es como si tuviera catorce. Un personaje complejísimo que resuelve como si nada.
Y la grandiosa Cristina Marcos. No sé, reconozco que no soy objetivo. La Marcos es un de esos seres que desde la primera vez que la vi, sentí que era como yo, que era parte de mí, que era yo, que yo era así. Es un portento de actriz a la que mataría por conocer porque siento que sería como mirarme en un espejo. Es más, casi me veo haciendo la "ruina romana" de "El publico" con ella. Histerias aparte, creo que está fabulosa. Consigue que las palabras broten de su boca por necesidad. Algo extremadamente difícil en una comedia. Paloma es la madre atenta pero despegada. La madre que vigila pero desde lejos. La madre que suelta pistas con cuentagotas y siempre parece que se guarda algo más. Una mujer perdida que da su vida por sus crías y que lo hace lo mejor que sabe, que es como el culo. De joven no supo qué hacer con su vida ni cómo vivirla ni defenderla. Ha madurado a brochazos, dando bandazos de un lado a otro y ahora se encuentra con unas hijas-esquejes a las que ama pero que no comprende, a las que quiere proteger pero que aleja sin querer. Una pobre víctima de un moderneo artificial, que siempre ha vivido por detrás de su vida y que no sabe hacerlo mejor. Por eso usa como comodín el impulso, por eso quiere dar una salida a los traumas de un hije sin traumas o quiere ocultar una verdad dolorosa a una hija suicida que quizá moriría al descubrir la verdad y quedarse sin argumentos para estar pallá. Un ser, en definitiva, que hace lo que puede y como puede, cagándola una y otra vez. Pues coño, a ver, normal.
Luis Perdiguero ilumina este bosque tratando de poner luz donde hay sombras y de iluminar las zonas oscuras de esos osos montañosos. El genio Alessio Meloni ha creado un bosque que podría ser parte de un parque de atracciones o un monumento a la caravana trash. NO sabes nunca si detrás de un abeto va a aparecer Kim Novak vestida de Madeleine o un personaje de "Deliverance". Es un rinconcito rodeado de incomunicación donde se sienten arropados estos deshechos humanos. Otra obra de arte del gran Meloni. Y hablando de genios, Luismi Cobo inunda el espacio de un toque mágico e irreal. Otro derroche de uno de los mejores compositores del país.
Ay, sí, chica, a la salida me pillé el texto. Me quedé embobado con la facilidad de Lucía Carballal para crear seres vivos. Pero vivos de verdad. Y reales. Con muchas ombras, como todos nosotros y con alguna luz como lagunos de nosotros. Un trabajo emocionante, duro y desestabilizador con los sueños como caldo de cultivo y la puta realidad como catalizador.
Sencillamente IM-PRES-CIN-DI-BLE.
LAS FOTOS SON DE JAVIER NAVAL, ESTÁN EN LA WEB DE LAZONA. SI HAY ALGUN PROBLEMA EN QUE LAS USE, POR FAVOR, DECÍDMELO Y LAS CAMBIO, PERO ES QUE SON... ACOJONANTES.
Juguetes rotos. Sala Margarita Xirgu.
El arco iris tiene siete colores, pero el mundo, el Universo, tiene millones, uno por cada ser vivo.
España vivió un retroceso bestial durante los años de la dictadura que vino tras el golpe de estado.
Si ya entonces era un país eminentemente rural y poco dado a la modernidad, con la privación de libertades y con la desolación que deja una guerra, España tardó muchos, pero que muchos años en desperezarse. Si es que lo ha hecho.
En ese país acobardado y encerrado en sí mismo, cualquier destello de humanización, de individualidad o de defensa de lo propio era objeto de persecución y de castración.
España vivió un retroceso bestial durante los años de la dictadura que vino tras el golpe de estado.
Si ya entonces era un país eminentemente rural y poco dado a la modernidad, con la privación de libertades y con la desolación que deja una guerra, España tardó muchos, pero que muchos años en desperezarse. Si es que lo ha hecho.
En ese país acobardado y encerrado en sí mismo, cualquier destello de humanización, de individualidad o de defensa de lo propio era objeto de persecución y de castración.
Aceptar al diferente es una cuenta pendiente en el mundo entero.
Me explico; no me refiero a "aceptar", porque no hay nada que aceptar, sino obviar, no fijarse ni dar importancia a lo que nos hace especiales a cada uno de nosotros.
Sí, suena a sabido, a algo ya dicho y superado, pero ni pa dios. Yo puedo dar las gracias porque vivo en Madrid, en un barrio más o menos del centro, en un entorno cómodo en el que se asume casi todo sin cuestionarlo. A fin de cuentas siempre se ha dicho que el mundo de los actores es un mundo de putas y maricones. Pues si te sales de esa zona cómoda, incluso en muchos barrios de Madrid, en zonas más deprimidas, en barrios más duros, en manzanas más secas y en familias más ásperas el problema se multiplica. Ni te cuento en ciudades más pequeñas, o en pueblos o en familias y entornos más cerrados.
Últimamente se habla y se reivindica al otro, al raro, al distinto, al menos frecuente. Por ejemplo, ese peliculón que es "Pieles" de Eduardo Casanova, o "Una vida americana" de Lucía Carballal, o la Ópera "Escenas de caza" que ha hecho hace poquito Alberto Velasco. Y si se sigue hablando de "el otro, el infrecuente" es porque aun es necesario hacerlo. Por muy modernis que nos sintamos todos en casa.
En la España negra del gallego (la del dictador, la de F. Franco, no la negra de ahora. O también) la tiranía circuló a sus anchas en todas partes y llegó a todos los rincones. Desde las instituciones, a la "cultura" o a los pueblos más pequeños, en los que "marcar territorio" era signo de poderío y testosterona. Porque entonces ya había manadas. Sólo que esas manadas cazaban maricones, con lo cual, todo correcto.
Mario (Nacho Guerreros) tuvo la desgracia de nacer en esa época negra de la Historia de la piel de toro y en un pueblecito. Ahí comenzó su calvario sencillamente por ser, sentir e incluso por intuirse distinto. Distinto, no diferente. Distinto a lo más frecuente, no diferente. Único y libre, no diferente. Pero ya se encargarán los demás de hacerle sentirse raro. Hasta que un encuentro fortuito le enseñará le camino de la dignidad y la valentía. Dorín (Kike Guaza) será su hada madrina y su ángel de la guarda.
Conozco a gente que vivió eso mismo y de corazón creo que sus vidas han sido de las más maltratadas de esta nuestra sociedad muda, la que no quería mirara hacia Europa porque daba yuyu y prefería dar la espalda y vivir cara al sol. Ser señalado es duro, te convierte en carne de cañón. Pero serlo en los años más duros e incultos de un país atemorizado y atenazado te convertía directamente en el cordero destinado al sacrificio.
Lo más valioso, al menos para mí, es la sensibilidad, la dulzura y el RESPETO desde donde trabajan Carolina Román, tanto en la dramaturgia como en la dirección y Nacho Guerreros y Kike Guaza dando la cara y prestando sus cuerpos a estos seres heridos, supervivientes, luchadores y arrinconados. Bravo a los tres por trabajar desde el respeto absoluto, la admiración y la delicadeza, sosteniendo sus trabajos en el matiz, en la pincelada delicada y mínima y huyendo de brochazos gordos o lugares comunes. Un trabajo delicado, delicioso, amoroso y buscando siempre la dignidad. Es un prodigio ver un nivel tan grande de compromiso con los seres humanos.
El texto de Carolina Román es brillante, bello y con un lirismo doloroso y nada afectado ni edulcorado. Trabaja desde la comprensión y desde el lugar del otro. Comprendiendo y asumiendo.
SPOILER
Vale, sí, es posible que la parte del pueblo sea quizá demasiado larga si la comparamos con la parte de Barna y puede que la enfermedad de Dorín sólo esté esbozada y sea algo precipitada, pero esos detalles son pecata minuta si lo que tenemos es un análisis del drama de los oprimidos como este que tenemos.
Nacho Guerreros y Kike Guaza brillan desde dos polos complementarios y casi opuestos.
Mario es el detalle, el matiz, el acento preciso y la mano a la altura justa. Kike en cambio es el desparrame, el exceso, pero el exceso justo. Hace creíble y reconocible todo lo que hace. Ambos brillan como dos estrellas sobre todo por trabajar desde el amor a sus personajes (sí, incluso a los chungos) para evitar caricaturas. Impactantes los dos en sus registros y en su acercamiento a un mundo delicado y respetable.
Alessio Meloni y David Picazo son dos seres tocados por la musa. Lo he dicho y lo repetiré toda la vida. Su trabajo aquí va muy ligado, por eso necesito mencionar sus nombres juntos. Luz y escenografía van tan de la mano como el curro de Kike y de Nacho. Porque ese muro de jaulas todas con las puertecitas abiertas de Alessio no se entiende sin las luces y las sombras de David. Esas jaulas tienen las puertecitas abiertas. Porque de las jaulas se puede salir, sólo hay que encontrar la salida. Y David ilumina a los seres humanos y llena de sombras sus dramas. Porque iluminar es crear luz pero también crear sombras. Y las sombras, como la luz, son de muchos tipos. Hay sombras más o menos oscuras, más o menos negras y más o menos brillantes. Y el muro de jaulas es el rincón perfecto para que a Mario le caigan encima plumas mientras sufre su primera violación. Esa imagen icónica es impactante, duele, escuece y te hace revolverte en tu conciencia y en tu butaca. Asombrosos trabajos. GRACIAS.
Por cierto, debo decirlo por justicia. La primera y la tercera fotacas que he puesto para ilustrar este texto son de José Antonio Alba, que no sólo escribe como los ángeles, sino que hace fotos como estas, pura maravilla.
Pasan los años, F. Franco no está, pero las agresiones homófobas y no te digo ya los actos de violencia en los que las víctimas son trans, suben como la espuma. Supongo que porque la crisis, la necesidad, el mal rollo social nos vuelve perros, saca lo peor que somos y nos hace culpar de nuestro paro y de nuestra falta de futuro y de horizonte al distinto, al raro, al que creemos débil. Pero la única forma de que exista un futuro es ensanchando horizontes y elevando la mirada para ver los ojos del de al lado. Si miras hacia abajo, hacia el suelo, y te ocultas y no miras al cielo, sólo verás mierda.
domingo, 26 de marzo de 2017
Ushuaia. Teatro Español
Hay una campaña despiadada contra "Ushuaia". Y no lo entiendo. No digo que haya una confabulación orquestada por nadie, ni mucho menos, pero sí una corriente desmesurada e injustificada. No sé en otras partes, pero en Madrid somos muy dados a encumbrar a alguien, subirle a un altar indiscutible y luego dejarlo caer. También es verdad que algo pasa con Alberto Conejero que parece que es responsable principal y último de los montajes de sus textos. Y ahora que toca dar caña, el palo se lo lleva él. Y no. No porque no es merecido ni justo.
A ver si me explico: evidentemente los montajes de sus textos han sido un exitazo por la calidad de los propios textos y por las poderosas direcciones que han gozado. Pero el éxito o no, la herencia, el recuerdo, la explosión y el goce extremo de un espectáculo tan vivo como el teatro son responsabilidad de todas las piezas. Afortunadamente, hasta ahora, los textos de Conejero han estado en manos privilegiadas y juntos han creado maravillas.
El texto de Alberto Conejero se publicó en 2014. En su momento se consideró un gran texto y así sigue siendo. El texto es el mismo que en 2014 (algo quizá haya tocado, pero vamos) y si entonces era brillante, ahora lo sigue siendo. Frases como las que se están leyendo y lindezas que bordean el insulto son aparte de injustas, totalmente equivocadas.
Vale que cada uno tiene un gusto, que este es personal e intransferible y que la experiencia teatral es siempre íntima y propia. Pero que el texto de Alberto Conejero es seductor, bellísimo, oscuro, con una poética tenebrosa y torturada es un hecho. En este caso, si algo flojea o no ha encontrado el punto justo es la puesta en escena. A cada uno lo suyo.
El texto me parece bellísimo. En el fin del mundo, en el último rincón de la última esquina del último lugar habitado vive recluido un ser oscuro y huraño, celoso de su historia y de sí mismo. Viven sólo con sus recuerdos, sus torturas y sus fantasmas. Lleva años intentando recomponer su propia historia, sus propios por qués. Un ser tan novedoso como dulce removerá los cimientos del pasado y del presente. El bosque que hasta ahora le cobijó se vuelve amenazante y los fantasmas que habitualmente le visitaban para ayudarle a recomponer piezas se descolocan y dejan de encontrar su sitio concreto en la memoria. Todo se tambalea; la verdad, el recuerdo, la razón y el destino. Entonces la ballena blanca acabará arrastrando al capitán y su venganza al fondo de la memoria y del olvido.
Es bobada intentar defender un texto plagado de referencias y con un nivel de lirismo como el que tiene "Ushuaia". Es una maravilla el uso del castellano, el sonido, ritmo y la musicalidad de las palabras y por supuesto, su nivel dramático es de una altura indiscutible. Tanto la acción en sí misma como la progresión de la acción, la forma en la que avanza, el viaje que supone para los personajes y la profundidad de la metamorfosis que estamos viendo son fascinantes. Es un textazo con pocas fisuras. Y no hablo sólo de la trama tal cual; de la historia del nazi escondido y de su venganza, no. Hablo de todas y cada una de las capas que esconde el texto. Porque cada frase tanto de los personajes reales como de los fantasmas, arrastra un trauma, una capa nueva de verdades ocultas y tapaderas sentimentales.
Otro tema es la puesta en escena. El día que yo lo vi, no consiguió levantar le vuelo. Pasaban los minutos y no se producía la magia, la chispa, ese momento en el que el escenario se convierte en vida real y tú te dejas inundar. No había catarsis y no prendía el momento ese en el que ficción y realidad se suman y confunden. Lo que pasaba sobre el escenario era teatro. Buen teatro, pero teatro.
Alessio Meloni me enloquece. Y las imágenes que había visto prometían un trabajazo. Sin embargo en vivo, el bosque no me parecía acogedor sino sólo amenazante y el cubo donde sombras, efectos y luces dan espacio al recuerdo borroso no me gustó. Me parecía que había un salto entre lo que se contaba y lo que estaba viendo. La desolación del último rincón del mundo y el cobijo de una mente torturada no se corresponden con lo que estaba viendo. Bellísimo, eso sí.
Iñaki Rubio hace un trabajo magistral tanto con la música como con el espacio sonoro. Como Joseph Mercurio con unas luces que sí son del fin del mundo, son las sombras del recuerdo y de la culpa. Los rincones de las almas torturadas, unas por el deseo de olvidar, otras por la necesidad de recomponer.
El uso de los micrófonos es desconcertante. En otras ocasiones los hemos visto en ese mismo teatro. No sé si tiene algún problema de acústica, aunque imagino que no. En este caso supongo que los usan para poder utilizar un tono de voz más susurrado, agravar las voces y dar más potencia al peso de la palabra que a su sonido. Pero no funciona bien. Creo que es una cuestión técnica, hay veces que se solapan unos con otros y provocan acoples y en otros momentos están descompensados y apoyan mucho a unos y poco a otros, creando un desconcierto espacial importante. En cualquier caso, ninguno de los cuatro actores hace un trabajo vocal como para necesitar apoyo. Ni siquiera Coronado, que es el que está con la voz más abajo, hace ningún alarde vocal ni saca una voz de ultratumba.
En cuanto a las interpretaciones, Dani Jumillas vuelve a brillar con una presencia escénica aplastante y un desparpajo moviéndose por el escenario natural, orgánico. Aunque en ocasiones parece que el texto está a punto de suponerle un obstáculo, grita, susurra, aplasta y acojona sólo con verle. No pasa lo mismo con el resto del reparto. Sinceramente creo que tienen la partitura emocional de sus personajes clara; saben perfectamente de dónde vienen, a dónde van y por dónde deben transitar entre medias. Cada acción y cada repercusión están claras, están ahí y las hacen. Pero no nacen, no son vivas, no son reales. Falta que se produzca el milagro del rito teatral. Imagino que cuando esté más trillada la función descubrirán los procesos que ahora faltan. A Coronado el texto aún se le queda lejos. Comienza simplemente enfurruñado y de pronto se descompone en ese final más acertado pero sin el proceso intermedio. Está plano y le falta proceso. Como a Olivia Delcán. Físicamente está bien, su imagen es creíble y poderosa. Pero tiene un frialdad y una lejanía con el texto que se vuelve en su contra. No digo que no se sienta afectada por sus palabras, sino que algo pasa que no logra que eso que a ella le toca salga hacia afuera y se transforme en emoción real. Pasa por encima de muchas frases sin prestar atención a los signos de puntuación y eso le resta muchísimo peso a sus textos.
En resumen, al menos lo que yo sentí el día que vi la función fue que a pesar de contar con un texto sólido, con infinidad de elementos tanto poderosos como líricos, y hasta de ultratumba, la puesta en escena no logra crear la magia necesaria para que la parábola alcance la altura que el texto necesitaría. La magia de la redención que Mateo no ha logrado alcanzar en toda su vida se produce en ese final poético como resultado de algo bestial que no vemos. Quiero decir, si hasta ese momento él no ha alcanzado esa catarsis y sí la consigue ahora es porque ha pasado algo extremadamente impactante. Algo que no está en la puesta en escena. Así pues, un textazo de mucha altura con una puesta en escena en la que aún no está ese puntito mágico que convierte una función de teatro en un ser vivo, emocionante y perturbador.
Las fotos son todas una pasada y son de Javier Naval. Espero que no le importe que las utilice, pero es que no hay quien se resista.
A ver si me explico: evidentemente los montajes de sus textos han sido un exitazo por la calidad de los propios textos y por las poderosas direcciones que han gozado. Pero el éxito o no, la herencia, el recuerdo, la explosión y el goce extremo de un espectáculo tan vivo como el teatro son responsabilidad de todas las piezas. Afortunadamente, hasta ahora, los textos de Conejero han estado en manos privilegiadas y juntos han creado maravillas.
El texto de Alberto Conejero se publicó en 2014. En su momento se consideró un gran texto y así sigue siendo. El texto es el mismo que en 2014 (algo quizá haya tocado, pero vamos) y si entonces era brillante, ahora lo sigue siendo. Frases como las que se están leyendo y lindezas que bordean el insulto son aparte de injustas, totalmente equivocadas.
Vale que cada uno tiene un gusto, que este es personal e intransferible y que la experiencia teatral es siempre íntima y propia. Pero que el texto de Alberto Conejero es seductor, bellísimo, oscuro, con una poética tenebrosa y torturada es un hecho. En este caso, si algo flojea o no ha encontrado el punto justo es la puesta en escena. A cada uno lo suyo.
El texto me parece bellísimo. En el fin del mundo, en el último rincón de la última esquina del último lugar habitado vive recluido un ser oscuro y huraño, celoso de su historia y de sí mismo. Viven sólo con sus recuerdos, sus torturas y sus fantasmas. Lleva años intentando recomponer su propia historia, sus propios por qués. Un ser tan novedoso como dulce removerá los cimientos del pasado y del presente. El bosque que hasta ahora le cobijó se vuelve amenazante y los fantasmas que habitualmente le visitaban para ayudarle a recomponer piezas se descolocan y dejan de encontrar su sitio concreto en la memoria. Todo se tambalea; la verdad, el recuerdo, la razón y el destino. Entonces la ballena blanca acabará arrastrando al capitán y su venganza al fondo de la memoria y del olvido.
Es bobada intentar defender un texto plagado de referencias y con un nivel de lirismo como el que tiene "Ushuaia". Es una maravilla el uso del castellano, el sonido, ritmo y la musicalidad de las palabras y por supuesto, su nivel dramático es de una altura indiscutible. Tanto la acción en sí misma como la progresión de la acción, la forma en la que avanza, el viaje que supone para los personajes y la profundidad de la metamorfosis que estamos viendo son fascinantes. Es un textazo con pocas fisuras. Y no hablo sólo de la trama tal cual; de la historia del nazi escondido y de su venganza, no. Hablo de todas y cada una de las capas que esconde el texto. Porque cada frase tanto de los personajes reales como de los fantasmas, arrastra un trauma, una capa nueva de verdades ocultas y tapaderas sentimentales.
Otro tema es la puesta en escena. El día que yo lo vi, no consiguió levantar le vuelo. Pasaban los minutos y no se producía la magia, la chispa, ese momento en el que el escenario se convierte en vida real y tú te dejas inundar. No había catarsis y no prendía el momento ese en el que ficción y realidad se suman y confunden. Lo que pasaba sobre el escenario era teatro. Buen teatro, pero teatro.
Alessio Meloni me enloquece. Y las imágenes que había visto prometían un trabajazo. Sin embargo en vivo, el bosque no me parecía acogedor sino sólo amenazante y el cubo donde sombras, efectos y luces dan espacio al recuerdo borroso no me gustó. Me parecía que había un salto entre lo que se contaba y lo que estaba viendo. La desolación del último rincón del mundo y el cobijo de una mente torturada no se corresponden con lo que estaba viendo. Bellísimo, eso sí.
Iñaki Rubio hace un trabajo magistral tanto con la música como con el espacio sonoro. Como Joseph Mercurio con unas luces que sí son del fin del mundo, son las sombras del recuerdo y de la culpa. Los rincones de las almas torturadas, unas por el deseo de olvidar, otras por la necesidad de recomponer.
El uso de los micrófonos es desconcertante. En otras ocasiones los hemos visto en ese mismo teatro. No sé si tiene algún problema de acústica, aunque imagino que no. En este caso supongo que los usan para poder utilizar un tono de voz más susurrado, agravar las voces y dar más potencia al peso de la palabra que a su sonido. Pero no funciona bien. Creo que es una cuestión técnica, hay veces que se solapan unos con otros y provocan acoples y en otros momentos están descompensados y apoyan mucho a unos y poco a otros, creando un desconcierto espacial importante. En cualquier caso, ninguno de los cuatro actores hace un trabajo vocal como para necesitar apoyo. Ni siquiera Coronado, que es el que está con la voz más abajo, hace ningún alarde vocal ni saca una voz de ultratumba.
En cuanto a las interpretaciones, Dani Jumillas vuelve a brillar con una presencia escénica aplastante y un desparpajo moviéndose por el escenario natural, orgánico. Aunque en ocasiones parece que el texto está a punto de suponerle un obstáculo, grita, susurra, aplasta y acojona sólo con verle. No pasa lo mismo con el resto del reparto. Sinceramente creo que tienen la partitura emocional de sus personajes clara; saben perfectamente de dónde vienen, a dónde van y por dónde deben transitar entre medias. Cada acción y cada repercusión están claras, están ahí y las hacen. Pero no nacen, no son vivas, no son reales. Falta que se produzca el milagro del rito teatral. Imagino que cuando esté más trillada la función descubrirán los procesos que ahora faltan. A Coronado el texto aún se le queda lejos. Comienza simplemente enfurruñado y de pronto se descompone en ese final más acertado pero sin el proceso intermedio. Está plano y le falta proceso. Como a Olivia Delcán. Físicamente está bien, su imagen es creíble y poderosa. Pero tiene un frialdad y una lejanía con el texto que se vuelve en su contra. No digo que no se sienta afectada por sus palabras, sino que algo pasa que no logra que eso que a ella le toca salga hacia afuera y se transforme en emoción real. Pasa por encima de muchas frases sin prestar atención a los signos de puntuación y eso le resta muchísimo peso a sus textos.
En resumen, al menos lo que yo sentí el día que vi la función fue que a pesar de contar con un texto sólido, con infinidad de elementos tanto poderosos como líricos, y hasta de ultratumba, la puesta en escena no logra crear la magia necesaria para que la parábola alcance la altura que el texto necesitaría. La magia de la redención que Mateo no ha logrado alcanzar en toda su vida se produce en ese final poético como resultado de algo bestial que no vemos. Quiero decir, si hasta ese momento él no ha alcanzado esa catarsis y sí la consigue ahora es porque ha pasado algo extremadamente impactante. Algo que no está en la puesta en escena. Así pues, un textazo de mucha altura con una puesta en escena en la que aún no está ese puntito mágico que convierte una función de teatro en un ser vivo, emocionante y perturbador.
Las fotos son todas una pasada y son de Javier Naval. Espero que no le importe que las utilice, pero es que no hay quien se resista.
viernes, 22 de abril de 2016
Numancia. Teatro Español.
¿Es posible que un espectáculo en el que todos los que intervienen hagan un gran trabajo, todos los ingredientes sean de primera y encima lo demuestren pero con todo y con eso no funcione?
El hecho teatral es siempre único. Lo he repetido hasta la saciedad y lo seguiré haciendo. El espectador de la fila 5, butaca 7 vive su propia experiencia única y viva y no tiene por qué ser la misma que vive y siente el espectador de la fila 5, butaca 9. Dos seres pensantes y sintientes que reciben, digieren y metabolizan de forma personal e intransferible el mismo espectáculo.
El día del estreno hubo muchísimos aplausos, gente en pie y gritos de "bravo". Evidentemente a todos ellos les había encantado la función. Y yo me alegro por ellos, en serio. Yo también voy siempre al teatro esperando y confiando en que me vaya a gustar lo que voy a ver. Aunque no siempre pasa.
La versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño me parece muy acertada. Incluso las referencias más cercanas estan bien introducidas a pesar de que tanto el prólogo como el epílogo sean quizá algo ilustrativas e intenten explicar lo que cada uno por sí mismo sabe y o está a punto de corroborar. La escena del parto... sinceramente, no me gustó. No me conozco la obra de Cervantes al dedillo, pero creo haber leído por ahí que es añadida en esta versión. Desacertada según mi parecer. Pero bueno, en general digamos que la versión es buena y sólida. El espacio creado por el maestro Alessio Meloni es bestial. Colores, materiales, densidades, texturas... todo evoca la guerra, la desolación, el asco y la barbarie. Con apenas unos paneles, un fondo poderoso y una pasarela, despliega tanto el campo de batallas, como la intimidad de una casa o el cerco a la ciudad de Numancia. Ahí radica la grandeza de una escenografía. Genial. Como geniales son las luces de José Manuel Guerra. Más que luces son seres vivos y no solo crean espacios, focalizan intimidades y elevan deseos sino que cobran vida casi como si fueran un personaje más. Muy bien vestido todo el espectáculo por Almudena Huertas, aunque quizá los abrigos romanos resulten algo obvios. Tanto la música como el espacio sonoro creados por Luismi Cobo vuelven a ser un portento, otra demostración más de que sin duda Luismi Cobo es no sólo un compositor descomunal, sino un alma sensible que bucea entre las palabras y entresaca emociones. Prodigioso.
El reparto es buenísimo, de lo mejorcito que puedes encontrar ahora en Madrid. Todos son grandísimos actores. Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Markos Marín, Maru Valdivielso, Alberto Jiménez, Carlos Lorenzo..., todos ellos han demostrado mil veces que son grandísimos actores y capaces de lo que les pongan por delante. Sin embargo, en esta ocasión, creo que la mano que les guía no ha sacado lo mejor de ellos. Cuando hacen de "grupo" se mueven con solidez y entre todos crean una masa como tiene que ser; sólida y firme y ahí están todos mejor que en sus momentos individuales. Porque todo está teñido de un aire de "trascendencia". Todo está dicho como si fuera importantísimo y con demasiado peso. Todas las frases parecen sentencias declamadas con un tono casi apocalíptico. Menos Beatriz y Alberto, ahí sí hay libertad y el corsé se relaja. Dan paso a un verso fresco y suelto, a pesar de seguir manteniendo la grandeza de lo que dicen. La palabra sigue siendo demoledora, pero la actitud es otra, no es trascendente y con eso consiguen que el peso de lo que dicen caiga con más fuerza. Toda la escena de Miryam Gallego por ejemplo, me parece paradójicamente demasiado plana. Arranca con ella en un tono emocional ya altísimo y prácticamente sigue en el mismo tono todo el rato. Pero porque empieza tan arriba que es casi imposible subir más. Ella pone fuerza, desesperación, emoción, todos sus recursos de buenísima actriz, pero... la escena para mi gusto no levanta el vuelo porque es premeditadamente dramática y no solo se le ve el cartón, sino que ese exceso dramático no ayuda a dar verdad.
Eso ocurre un poco en general. El espectáculo cuenta con ingredientes de primer orden. Pero la mayoría de las veces tanto el espacio como las luces, la música o los actorazos están cubriendo emociones y verdades que no terminan de aflorar. La maquinaria espectacular y abrumadora suple una emoción más real. No sé cómo explicarlo, creo que Pérez de la Fuente tiene un gran sentido del espectáculo, así a lo grande. Crea un envoltorio realmente espectacular pero que impide que se desarrollen verdades y emociones más reales. Insisto, los actores son brutales, las luces, música, espacio, ambiente, densidad, todo. Todo es brutal, pero... la parafernalia y el exceso de querer emocionar y epatar consiguen lo contrario, que el texto suene demasiado expuesto y que pretenda tener más peso del que tiene. Ese afán de recalcar consigue, en mi caso al menos, enfriar. En mi corazón, lo que iba sintiendo era que tanta parafernalia (toda sublime, eso sí) restaba emoción y verdad.
Respondiéndome a mí mismo, en este caso creo que sí, que es posible que teniendo la mejor música, la mejor escenografía, las mejores luces, un gran vestuario, un grandioso reparto y un textazo, al final acabe resultando al menos para mí, frío y de una densidad inmerecida. Es posible que Juan Carlos Pérez de la Fuente haya puesto tanto de sí mismo y de sus circunstancias personales que haya descuidado el peso efectivo de lo que estaba montando. O puede, simplemente que conmigo no haya funcionado su trabajo. Esto último es más que probable.
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martes, 23 de junio de 2015
Fortune cookie. Valle Inclán.
Cualquiera que haya visto un espectáculo de Carlota Ferrer sabe que es una de las figuras más interesantes de la escena actual. Personal, única, con una creatividad desmesurada y una capacidad de riesgo envidiable.
En "Fortune cookie" habla de muchísimas cosas. Bajo ese envoltorio bellísimo, laten mil temas a cada cual más intenso y acojonante.
Demostrando una vez más esa inteligencia que la caracteriza, Carlota Ferrer empieza encargando la escenografía a Alessio Meloni y a Mónica Boromello y estos dos genios crean uno de los espacios escénicos más dolorosamente bellos de los últimos tiempos. Y encima lo ilumina de ensueño José Espigares. Pura poesía.
Y pura poesía es la que sobrevuela por todo este montaje. Rosalba añora su amor de juventud, aquel al que abandonó porque se le quedaba pequeño y al que ahora, enferma, rememora aunque su Ildefonso lleve varios años muerto. Aparte de la trama, que ni voy a revelar ni voy a desgranar aquí, este trabajo habla de muchísimas cosas. O las intuye, o las insinúa y uno ve lo que en él han provocado. Porque Carlota Ferrer tiñe de poesía todo lo que ocurre en el escenario y le añade unas gotitas de naturalidad, un humor fino y sugerente y algo de filosofía de creador y nos sirve un jarabe que como si fuéramos unos niños pequeños, nos tragamos sin darnos cuenta de lo que nos va pasando por dentro poco a poco.
Porque Carlota habla del hecho artístico, del poder del arte, de la creación como sublimación, del creador, del ego, de la necesidad de diálogo, de la herencia, de dejar algo detrás, de trascendencia, de amor, del otro de el complementario, de la pareja, del padre, del hijo, de la raíz, de los porqués de la vida y de la creación, del teatro, de la vida, del teatro como vida, del teatro en lugar de la vida... de todo eso y de mucho más. A través de una distribuidora teatral, un autor, un chino que lo mismo te sirve pa un roto que pa un descosido, una china embarazada y sufriente y del carnicero muerto.
Tiene algunos de los momentos visualmente más bellos de los últimos tiempos y emocionalmente más complejos y completos vistos también últimamente. No hay ni un sólo elemento gratuito, y desde los muñequitos de colores, al vestuario, a las copas de gin-tonic, y acabando con el cuentecito de María y su pretendiente, el único con el que quizá habría podido casarse, pero con quien no lo hará porque "ha llegado tarde al amor"; todo está impregnado de capas y de lecturas que tiene mucho que ver con la creación, con la necesidad del otro, del otro como receptor, como comprador, como amante, como amador, como hijo, como heredero, como complemento en definitiva para cualquier cosa que hagamos. Incluso para algo tan naif como recordar a tu primer y más blanco amor, cuando la muerte asoma su pezuña por debajo de tu puerta. Incluso ahí, el "otro" es paradójicamente vital. Aunque nada sea por nada ni valga para nada. Aunque no sepas por qué escribes, ni por qué vas al teatro, ni por qué lloras, ni por qué extrañas. Es así porque sí, como le canto de un pájaro.
La función dura cerca de hora y media. Yo a los cuarenta minutos empecé a llorar y no paré hasta un buen rato después de terminar. Es de esas funciones de una belleza y un calado tal, que si vas abierto de corazón, te agarra el corazón y te lo estruja hasta secártelo. Grande Carlota Ferrer. Y grandiosos sus actores, todos ellos en estado de gracia: Joaquín Hinojosa, David Picazo (genio polivalente y absoluto), Alberto Jo Lee y Alba Celma. Brillando por encima de todos la diosa de las diosas. Esther Ortega. Sin duda una de las mejores actrices de España. Un titán escénico, un caballo de Troya emocional, que sin que te des cuenta, te invade, te enamora y no te suelta. Adoración eterna.
Ah, coño, que casi se me olvida. El momentazo "Dido y Eneas"... de romperte el alma de bello. Tan estremecedor como ese otro icono como era la lluvia de ceniza de "Las palabras".
En "Fortune cookie" habla de muchísimas cosas. Bajo ese envoltorio bellísimo, laten mil temas a cada cual más intenso y acojonante.
Demostrando una vez más esa inteligencia que la caracteriza, Carlota Ferrer empieza encargando la escenografía a Alessio Meloni y a Mónica Boromello y estos dos genios crean uno de los espacios escénicos más dolorosamente bellos de los últimos tiempos. Y encima lo ilumina de ensueño José Espigares. Pura poesía.
Y pura poesía es la que sobrevuela por todo este montaje. Rosalba añora su amor de juventud, aquel al que abandonó porque se le quedaba pequeño y al que ahora, enferma, rememora aunque su Ildefonso lleve varios años muerto. Aparte de la trama, que ni voy a revelar ni voy a desgranar aquí, este trabajo habla de muchísimas cosas. O las intuye, o las insinúa y uno ve lo que en él han provocado. Porque Carlota Ferrer tiñe de poesía todo lo que ocurre en el escenario y le añade unas gotitas de naturalidad, un humor fino y sugerente y algo de filosofía de creador y nos sirve un jarabe que como si fuéramos unos niños pequeños, nos tragamos sin darnos cuenta de lo que nos va pasando por dentro poco a poco.
Porque Carlota habla del hecho artístico, del poder del arte, de la creación como sublimación, del creador, del ego, de la necesidad de diálogo, de la herencia, de dejar algo detrás, de trascendencia, de amor, del otro de el complementario, de la pareja, del padre, del hijo, de la raíz, de los porqués de la vida y de la creación, del teatro, de la vida, del teatro como vida, del teatro en lugar de la vida... de todo eso y de mucho más. A través de una distribuidora teatral, un autor, un chino que lo mismo te sirve pa un roto que pa un descosido, una china embarazada y sufriente y del carnicero muerto.
Tiene algunos de los momentos visualmente más bellos de los últimos tiempos y emocionalmente más complejos y completos vistos también últimamente. No hay ni un sólo elemento gratuito, y desde los muñequitos de colores, al vestuario, a las copas de gin-tonic, y acabando con el cuentecito de María y su pretendiente, el único con el que quizá habría podido casarse, pero con quien no lo hará porque "ha llegado tarde al amor"; todo está impregnado de capas y de lecturas que tiene mucho que ver con la creación, con la necesidad del otro, del otro como receptor, como comprador, como amante, como amador, como hijo, como heredero, como complemento en definitiva para cualquier cosa que hagamos. Incluso para algo tan naif como recordar a tu primer y más blanco amor, cuando la muerte asoma su pezuña por debajo de tu puerta. Incluso ahí, el "otro" es paradójicamente vital. Aunque nada sea por nada ni valga para nada. Aunque no sepas por qué escribes, ni por qué vas al teatro, ni por qué lloras, ni por qué extrañas. Es así porque sí, como le canto de un pájaro.
La función dura cerca de hora y media. Yo a los cuarenta minutos empecé a llorar y no paré hasta un buen rato después de terminar. Es de esas funciones de una belleza y un calado tal, que si vas abierto de corazón, te agarra el corazón y te lo estruja hasta secártelo. Grande Carlota Ferrer. Y grandiosos sus actores, todos ellos en estado de gracia: Joaquín Hinojosa, David Picazo (genio polivalente y absoluto), Alberto Jo Lee y Alba Celma. Brillando por encima de todos la diosa de las diosas. Esther Ortega. Sin duda una de las mejores actrices de España. Un titán escénico, un caballo de Troya emocional, que sin que te des cuenta, te invade, te enamora y no te suelta. Adoración eterna.
Ah, coño, que casi se me olvida. El momentazo "Dido y Eneas"... de romperte el alma de bello. Tan estremecedor como ese otro icono como era la lluvia de ceniza de "Las palabras".
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