martes, 27 de febrero de 2018

Juguetes rotos. Sala Margarita Xirgu.

El arco iris tiene siete colores, pero el mundo, el Universo, tiene millones, uno por cada ser vivo.




España vivió un retroceso bestial durante los años de la dictadura que vino tras el golpe de estado. 
Si ya entonces era un país eminentemente rural y poco dado a la modernidad, con la privación de libertades y con la desolación que deja una guerra, España tardó muchos, pero que muchos años en desperezarse. Si es que lo ha hecho.
En ese país acobardado y encerrado en sí mismo, cualquier destello de humanización, de individualidad o de defensa de lo propio era objeto de persecución y de castración. 
Aceptar al diferente es una cuenta pendiente en el mundo entero. 
Me explico; no me refiero a "aceptar", porque no hay nada que aceptar, sino obviar, no fijarse ni dar importancia a lo que nos hace especiales a cada uno de nosotros.
Sí, suena a sabido, a algo ya dicho y superado, pero ni pa dios. Yo puedo dar las gracias porque vivo en Madrid, en un barrio más o menos del centro, en un entorno cómodo en el que se asume casi todo sin cuestionarlo. A fin de cuentas siempre se ha dicho que el mundo de los actores es un mundo de putas y maricones. Pues si te sales de esa zona cómoda, incluso en muchos barrios de Madrid, en zonas más deprimidas, en barrios más duros, en manzanas más secas y en familias más ásperas el problema se multiplica. Ni te cuento en ciudades más pequeñas, o en pueblos o en familias y entornos más cerrados.
Últimamente se habla y se reivindica al otro, al raro, al distinto, al menos frecuente. Por ejemplo, ese peliculón que es "Pieles" de Eduardo Casanova, o "Una vida americana" de Lucía Carballal, o la Ópera "Escenas de caza" que ha hecho hace poquito Alberto Velasco. Y si se sigue hablando de "el otro, el infrecuente" es porque aun es necesario hacerlo. Por muy modernis que nos sintamos todos en casa.  
En la España negra del gallego (la del dictador, la de F. Franco, no la negra de ahora. O también) la tiranía circuló a sus anchas en todas partes y llegó a todos los rincones. Desde las instituciones, a la "cultura" o a los pueblos más pequeños, en los que "marcar territorio" era signo de poderío y testosterona. Porque entonces ya había manadas. Sólo que esas manadas cazaban maricones, con lo cual, todo correcto.
Mario (Nacho Guerreros) tuvo la desgracia de nacer en esa época negra de la Historia de la piel de toro y en un pueblecito. Ahí comenzó su calvario sencillamente por ser, sentir e incluso por intuirse distinto. Distinto, no diferente. Distinto a lo más frecuente, no diferente. Único y libre, no diferente. Pero ya se encargarán los demás de hacerle sentirse raro. Hasta que un encuentro fortuito le enseñará le camino de la dignidad y la valentía. Dorín (Kike Guaza) será su hada madrina y su ángel de la guarda.



Conozco a gente que vivió eso mismo y de corazón creo que sus vidas han sido de las más maltratadas de esta nuestra sociedad muda, la que no quería mirara hacia Europa porque daba yuyu y prefería dar la espalda y vivir cara al sol. Ser señalado es duro, te convierte en carne de cañón. Pero serlo en los años más duros e incultos de un país atemorizado y atenazado te convertía directamente en el cordero destinado al sacrificio.
Lo más valioso, al menos para mí, es la sensibilidad, la dulzura y el RESPETO desde donde trabajan Carolina Román, tanto en la dramaturgia como en la dirección y Nacho Guerreros y Kike Guaza dando la cara y prestando sus cuerpos a estos seres heridos, supervivientes, luchadores y arrinconados. Bravo a los tres por trabajar desde el respeto absoluto, la admiración y la delicadeza, sosteniendo sus trabajos en el matiz, en la pincelada delicada y mínima y huyendo de brochazos gordos o lugares comunes. Un trabajo delicado, delicioso, amoroso y buscando siempre la dignidad. Es un prodigio ver un nivel tan grande de compromiso con los seres humanos.
El texto de Carolina Román es brillante, bello y con un lirismo doloroso y nada afectado ni edulcorado. Trabaja desde la comprensión y desde el lugar del otro. Comprendiendo y asumiendo. 
SPOILER
Vale, sí, es posible que la parte del pueblo sea quizá demasiado larga si la comparamos con la parte de Barna y puede que la enfermedad de Dorín sólo esté esbozada y sea algo precipitada, pero esos detalles son pecata minuta si lo que tenemos es un análisis del drama de los oprimidos como este que tenemos. 



Nacho Guerreros y Kike Guaza brillan desde dos polos complementarios y casi opuestos.
Mario es el detalle, el matiz, el acento preciso y la mano a la altura justa. Kike en cambio es el desparrame, el exceso, pero el exceso justo. Hace creíble y reconocible todo lo que hace. Ambos brillan como dos estrellas sobre todo por trabajar desde el amor a sus personajes (sí, incluso a los chungos) para evitar caricaturas. Impactantes los dos en sus registros y en su acercamiento a un mundo delicado y respetable. 

Alessio Meloni y David Picazo son dos seres tocados por la musa. Lo he dicho y lo repetiré toda la vida. Su trabajo aquí va muy ligado, por eso necesito mencionar sus nombres juntos. Luz y escenografía van tan de la mano como el curro de Kike y de Nacho. Porque ese muro de jaulas todas con las puertecitas abiertas de Alessio no se entiende sin las luces y las sombras de David. Esas jaulas tienen las puertecitas abiertas. Porque de las jaulas se puede salir, sólo hay que encontrar la salida. Y David ilumina a los seres humanos y llena de sombras sus dramas. Porque iluminar es crear luz pero también crear sombras. Y las sombras, como la luz, son de muchos tipos. Hay sombras más o menos oscuras, más o menos negras y más o menos brillantes. Y el muro de jaulas es el rincón perfecto para que a Mario le caigan encima plumas mientras sufre su primera violación. Esa imagen icónica es impactante, duele, escuece y te hace revolverte en tu conciencia y en tu butaca. Asombrosos trabajos. GRACIAS.   
  

Por cierto, debo decirlo por justicia. La primera y la tercera fotacas que he puesto para ilustrar este texto son de José Antonio Alba, que no sólo escribe como los ángeles, sino que hace fotos como estas, pura maravilla.

Pasan los años, F. Franco no está, pero las agresiones homófobas y no te digo ya los actos de violencia en los que las víctimas son trans, suben como la espuma. Supongo que porque la crisis, la necesidad, el mal rollo social nos vuelve perros, saca lo peor que somos y nos hace culpar de nuestro paro y de nuestra falta de futuro y de horizonte al distinto, al raro, al que creemos débil. Pero la única forma de que exista un futuro es ensanchando horizontes y elevando la mirada para ver los ojos del de al lado. Si miras hacia abajo, hacia el suelo, y te ocultas y no miras al cielo, sólo verás mierda.

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