domingo, 4 de diciembre de 2016

Tartufo, el impostor. Sala Jardiel Poncela.

José Gómez-Friha tras los éxitos de "La hostería de la posta", "La isla de los esclavos", "El juego del amor y del azar" y "Los desvaríos del veraneo" vuelve a tomar un texto clásico para darle su peculiar toque y una vez más vuelve a acertar. 




Tartufo, un personaje de esos que todo el mundo conoce y que incluso se utiliza para definir parece poco dado a originalidades. Bueno, pues el equipo de Venezia Teatro, con Gómez-Friha a la cabeza lo consiguen. De momento y para empezar, cambiando la historia. Pedro Víllora se inventa otro final, totalmente coherente, esperado y bastante más consecuente con lo que estamos viendo. Lo de que el malo reciba su merecido no siempre mola, jeje, sobre todo cuando como en este caso, los pobres inocentes son bobos de baba y tan malintencionados, rencorosos y bajunos como el propio protagonista. La vida a veces es así. Te encuentras de pronto con alguien que te promete una vida mejor y más pura y sin embargo te la está metiendo doblada en forma de hipoteca, fondo buitre o incluso de vida eterna. Tartufo, el hongo que crece escondido debajo de la tierra. Nadie lo ve hasta que despliega todo su poderío.  
Debo confesar, eso sí, que tardé en entrar. Al principio me chirriaba la estridencia de la propuesta, pero poco a poco me fueron camelando y con la aparición de Rubén Ochandiano caí rendido.
Con esta adaptación de Víllora brillante y actualizada, Gómez-Friha plantea un espectáculo moderno, con referencias actuales que funcionan bien y hace lo mejor que uno puede hacer en estos casos; encomendarse a un buen puñado de actores. Muy buen texto, quizá con un par de toques que desconectan (las indicaciones a la técnica de sonido y luces) y dirección con buena mano, divirtiendo, haciendo brillar el texto, con un ritmo adecuado y un poso certero.
Sara Roma viste a los actores de forma preciosa y preciosista, tonos azules y verdes para quienes conocen la auténtica personalidad de Tartufo y rojos para los inocentes despistados. Precioso.   
Bien iluminado por Marta Cofrade y con una selección musical muy certera también. 
El elenco reconozco que me parece irregular. 
Esther Isla se merienda al público. Vale que tiene el papel más agradecido, peor eso a veces es un responsabilidad más que un regalo. En este caso, Esther se mete al público en el bolsillo casi desde la primera frase. Divina. Como divina está Marian Aguilera en su Elmira. Poderío, belleza, solidez y mucha profesión. Quizá esté un poco agresiva y gritona al principio, pero enseguida se templa y empasta con sus compañeros. Y Rubén Ochandiano está inconmensurable. Maduro, sabio, inteligente, sutil, delicado, sensual y muy maléfico. Bestial. Bestial en el cartel (a veces los carteles son auténticas obras maestras, como en este caso) y bestial en todo lo que hace y en cómo lo hace y dónde lo siente y lo busca. Y su orgasmo final... histórico. Grande. 




Si tenéis ocasión, id a ver este "Tartufo" divertido e inteligente. Y si no tenéis ocasión, buscadla porque merece la pena disfrutar del teatro fresco que hacen Venezia Teatro.  

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