"La cocina" versión 2016 es un pedazo de espectáculo. Es descomunal, gigantesco, operístico y muy desbordante.
El texto es cierto que podría encajar perfectamente en el siglo XXI, en pleno 2016 o cerca. Grecia, Alemania, deuda, duda, crisis, hambre, necesidades, falta de confianza, sueños rotos, la búsqueda de un eje en el que anclar una vida son temas de hoy en día, o de plena crisis. En ese sentido es una buena elección. Aunque situarlo en su momento histórico es tan certero como tentador y en este caso sirve para que estética y éticamente veamos cómo estaban las cosas en esos años. Dejar la acción situada en su momento, n 1953 es una decisión acertadísima.
Eso sí, lo mismo te digo una cosa como te digo la otra, también creo que se podrían haber cepillado al 70 % de los personajes y lo que es la trama gorda, el meollo central seguiría siendo el mismo. Quiero decir, la mayoría de las camareras son personajes que no aportan nada, podrían desaparecer y la acción sería la misma. Igual que varios cocineros. Eso sí, aportan algo esencial; su presencia. Dentro del mogollón todos son necesarios para crear caos y estrés. También para demostrar que esa cocina es un microcosmos, un minimundo con distintas nacionalidades y personalidades (todos europeos y blancos, pero bueno) en el que todos son partes necesarias para que paradójicamente, el mundo gire, las comandas se sirvan y el restaurante/planeta funcione. En cualquier caso, como sucede siempre, es el director el que toma las decisiones y de las mil formas de afrontar un trabajo, escoge la que quiere. Sergio Peris-Mencheta ha elegido no podar esos personajes que aportan poco, aparte de su presencia. Y como es el que manda, hace lo que quiere. Y todos callados. Yo el primero, por mucho que me parezca que hay muchos personajes a los que no les pasa realmente nada.
Peris-Mencheta mueve divinamente a todo el mogollón de actores. Entran, salen, manipulan, corren, gritan, pelan, cortan y sirven como un mecanismo de relojería absolutamente apabullante. Todo funciona al milímetro. Todos han estados asesorados por lo mejor de lo mejor y encima han contado con la ayuda del grandioso Chevi Muraday para las cuestiones de movimiento escénico. La gran maquinaria funciona perfectamente. Hay un trabajo incluso con los acentos que en la mayoría de los casos es tremendo, buenísimo, y muy enriquecedor. En otros no y hay que descubrir la procedencia casi por el nombre. Pero bueno. A lo que voy, el trabajo de acentos en general es bueno. Sin embargo, la propia maquinaria complicada, la apisonadora escénica y los acentos son la principal trampa en la que cae el espectáculo. Me explico: tras un primer acto desbordante, milimétrico, frenético y preciso se pasa a un segundo acto en el que se desarrolla lo más interesante para mi gusto. El encuentro más íntimo y la confrontación de sueños. Ahí es donde surge la paradoja más interesante del espectáculo. Curiosamente el sueño del chipriota es modesto, quedarse con su pequeña parcela y no molestar, el italiano sueña con alguien parecido a él, con alguien cercano y personal, el alemán con dinero, el francés judío con encontrar un amigo del que fiarse... paradojas del destino. Sin embargo, esa escena, que debería ser la más potente del espectáculo se viene un poco abajo precisamente, creo yo, por el hecho de que hablen con un acento tan marcado. Hablan despacio, con muchas dudas y pronunciando las frases con una música distinta, la propia del juego de acentos. A ver, que los acentos están cojonudos, pero el monólogo que mejor funciona es el de Javivi, el único sin acento ( yo no le escuché acento por ningún lado, pese a ser francés). Es el que mejor funciona porque es el más fluido, el que habla más normal. Entiendo que podría ser un desatino NO poner acento a los personajes. Efectivamente esa cocina es la torre de Babel, es un mogollón de nacionalidades unidas por las circunstancias y sería raro de cojones que hablaran todos con acento de Valladolid. Pero en esa escena, la propia maquinaria sale ganado y el grandioso trabajo de acentos se come la escena y acaba resultando larga y sin ritmo. Hasta que regresa la apisonadora, el ritmo desbordante y frenético y todo vuelve a encajar y a fluir. Funciona mejor el mogollón que lo íntimo.
Los actores (y hablo de los "actores") están estupendos. Aparte de demostrar un curro acojonante en la manipulación de objetos y en recrear cada uno su actividad particular, llevan al milímetro cada uno sus acciones para que el engranaje total funcione de maravilla. Un portento. Luego, claro, lo que es la construcción de personajes y el trabajo más en profundidad es dispar. Hay actores y actrices que como no tiene ni una escena medianamente "de peso" no se puede decir que hagan gran cosa a nivel interpretativo. Coreográficamente sí, geniales todos pero no se puede decir que muchas camareras y algún cocinero que únicamente tienen frases y momentos aislados, hagan un gran trabajo actoral. No digo que no lo hagan, sino que es difícil calibrarlo porque tienen pocas o ninguna arma para demostrarlo. De los que al menos yo puedo valorar tengo que destacar a Javivi, grande en su monólogo, a Mario Tardón, impecable tanto en su acento como en su forma de estar y de moverse. Victor Duplá está impecable y sólido en el griego que se dibuja con gran presencia y peso. Xabier Murúa es una mala bestia que se deja la piel y lo que haga falta.
Y Paloma Porcel tiene un imán, aparte de un carisma extraordinario. Tus ojos se van a ella, a su bondad, a su genio, a su sabiduría, a eso forma de mirar a los demás y de seguir con las consecuencias de lo que sucede. Actrizón de gran estirpe y escuela a la que le deseo un futuro grandioso en el teatro, porque lo merece. Si no, os propongo un ejercicio: podéis preguntar a los amigos que hayan visto la función a ver de quién se acuerdan. Te aseguro que el 99% te van a decir que Bertha, la encargada de las verduras. ¿Que no? Prueba.
Resumiendo, espectáculo gigantesco, descomunal, con una maquinaria técnicamente perfecta, con un texto al que no le vendría mal una poda, con personajes apenas esbozados y con un puñado de actores geniales. Dirección ágil de toda la parafernalia aunque a veces la maquinaria ingente se coma un poco el resultado. Por cierto... lo de que se "huelan" los platos que cocinan... pensaba que era real, no una figura. Te juro por Simone Ortega que yo no olí nada. Y llevo tres años sin fumar y tengo un olfato de perro policía.
Comparto. El día 27 voy a verla. Besos, compañero.
ResponderEliminarGrande, David.
ResponderEliminarEn líneas generales, me gustó, pero se me hizo muy larga. La puesta en escena es espectacular, en efecto, pero la ausencia de una trama principal hizo que me 'perdiera' dentro de la historia.
ResponderEliminarAun así, merece la pena ver la obra.¡Qué grande es la Porcel!