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domingo, 30 de septiembre de 2018

Un enemigo del pueblo (Ágora). Pavón Teatro Kamikaze.

Lo normal cuando uno va al teatro es que lo haga sin ideas preconcebidas, que deje en casa sus prejuicios y llegue blanco y puro a su butaca. Yo intento hacerlo cada día pero esta vez no pude. Iba con mis ideas previas y con ellas puestas viví el espectáculo. ¿Fallo mío? Seguramente. 




Rígola dice en sus jugosas entrevistas que "ya no cree en la cuarta pared. Yo ya no entro en esa convención". Bien, hace un par de años pensaba otra cosa, por eso hizo esa versión de "El público" que no consiguió en mi caso, saltar esa cuarta pared en la que en ese momento sí creía y me dejó absolutamente frío. Pero pasan los años y ahora piensa otra cosa. Eso es guay, es parte de la evolución creativa de cada uno. Por eso en estos momentos de su vida derriba esa cuarta pared y se mete en proyectos como ese "Vania" en el que entre miradas complacientes y gestos suaves yo no vi ni rastro de Chejov o este "Enemigo del pueblo" para el que cuenta directamente con la implicación directa del espectador. 
Que conste que en esta ocasión el uso de la complicidad del espectador me pareció coherente y rica. Mola eso de que te den unas papeletas para votar y decidir lo que va a pasar. 
Pero vamos por partes:
Todo el mundo sabe ya lo de la votación para ver si la función sigue o se para. Los primeros días de previas se montó jari en las redes por este tema. Se supone que era un mecanismo que no se anunciaba al comprar las entradas porque contaban con que tanto la prensa como las redes se encargarían de publicitar ese asunto. Confieso que el planteamiento que se hace de entrada a mí no me convenció, no me gustó, me parecía tramposo e incluso "invotable". Se supone que se cuestionaba el derecho a la libertad de expresión y se plantea si uno debe limitar esa libertad de expresión para llevarse bien o evitar problemas con quien te paga. Concretamente se planteaba si "Kamikaze debe poder decir lo que piensa". Obviamente creo que la respuesta tiene que ser un SÍ rotundo. Pero es que yo creo que Kamikaze (o cualquiera que reciba una subvención, que es de lo que se hablaba), PUEDE DECIR LO QUE PIENSA. No es que "deba poder hacerlo", es que de hecho PUEDE hacerlo. No creo que nada se lo impida, es más, en Kamikaze se programan muchos espectáculos que son bastante críticos con los poderes y los políticos. Esa es una de las razones por las que muchos de nosotros damos gracias por el hecho de que exista Kamikaze. Entonces, como yo creo que sí puede decir lo que piensa, en el caso de que no lo hiciera sería por propia autocensura. Me voy a censurar yo solito para no poner le peligro las subvenciones que me ayudan a sobrevivir. En ese caso el fallo sería del que se autocensura.
Si para algo sirve la vida es entre otras cosas, para aprender a defender lo que uno cree con uñas y dientes. La coherencia y el respeto por uno mismo debe ir unido sí o sí a la defensa de lo que crees. Y lógicamente todo tiene consecuencias, pero si dejas de hacer o de decir lo que crees por temor a las consecuencias, eso para mí hace perder muchos enteros de dignidad. 
Yo mismo imagino que al escribir esto gustaré a unos y no gustaré a otros y que tendrá consecuencias para mí, pero no debería tenerlas. Si lo que defendemos es la libertad de expresión, cada uno deberá poder decir lo que piensa sin tener que sufrir ninguna consecuencia. Y si las sufre... es que no somos tan guays. 
A lo que voy, creo que la propia fórmula de la consulta a los espectadores lleva unida la "trampa".




"¿Crees en la democracia?" . A ver, pues sí. No estás preguntando si creo en el sistema, o si la sociedad es justa o si el sistema ha caducado o si el modelo ha muerto sobre todo tras la crisis. No, la pregunta es si crees en la democracia. 
"¿Crees que Kamikaze debe poder decir lo que piensa?" Claro, pero es que yo creo que sí puede. No es equiparable a los raperos detenidos ni a los poetas encarcelados ni a los titiriteros presos. Es evidente que esos desmanes son injustos y terroríficos. Pero esa gente hizo y dijo lo que quiso y esos actos tuvieron consecuencias. Injustas, bárbaras, aterradoras y nazis, claro. Es evidente que es injusto y terrorífico que alguien vaya a la cárcel por decir lo que piensa, pero afortunadamente eso no ha pasado con Kamikaze. Equiparar ambos planteamientos es... delicado. 
"¿Debemos parar la función como acto reivindicativo a favor de la libertad de expresión?" Creo que la libertad de expresión existe, lo que hay que atacar son los actos que la ponen en peligro, como las detenciones injustas o los encarcelamientos por mis santos cojones. Y creo que Kamikaze tiene libertad de expresión. Además, la mayor parte del público, como ya conocemos lo de parar la función y tal, lo que queremos es que siga y ver la obra de Ibsen. La votación no es "pura" porque no votamos pensando en la libertad de expresión sino en no tirar la pasta que nos ha costado la entrada. 
Por eso creo que el experimento como tal quizá funcionara los primeros días, pero en cuanto se hizo la labor de boca oreja, murió. 

Y pasamos a la obra de Ibsen como tal. Y al igual que me pasó en "Vania" veo a los actores contándonos la trama y con algún que otro momento de diálogo pero sin apenas más propuesta escénica que contarnos la trama para intentar ponernos en un sitio incómodo de cara a la última votación. Salvo el monologazo impresionante de Israel Elejalde que te pone los pelos de punta y que vuelve a colocarle en la élite de la escena española, lo que veo a mí particularmente me llega poco. Sí, Óscar de la Fuente está convincente, Francisco Reyes también al igual que Nao Albet. No así Irene Escolar, que para mi gusto está demasiado fría y ausente. Eso sí, ella, la única actriz, es la mala. Curioso cambio respecto al original que aporta cierta... inquietud. Es como si cada uno hubiera utilizado sus recursos y estuviera auto dirigiéndose. 
En definitiva, según mi opinión única y particular, Rigola plantea un juego escénico que no funciona y al que se le ve el cartón. Planteamientos que se dan como verdades a priori y que no lo son para intentar ponernos en un sitio que no fluye como él espera. Y montaje de Ibsen que parece como que importara poco en el que los actores parecen moverse según sus propios medios. Todos están bien, convincentes y serios y con un Israel Elejalde sublime. 

Lo bueno de que haya libertad de expresión es que yo puedo contar lo que yo sentí y viví el día que fui al teatro y ya está. También te digo que alguien que ha manejado tan bien a la prensa, a los colectivos, las redes, a los enfadados, que suelta lo más grande por esa boca, reconoce que "en mi vida no todo ha sido inmaculado" y denuncia a quien no piensa como él hable sobre libertad de expresión es cuanto menos, paradójico. No sé si es un efecto o una paradoja,  pero el día que estuve yo, el aparato ese con los globos donde está escrita la palabra "ETHIKE" tras elevarse, cayó sobre el escenario con varios globos estallados. La ética por los suelos. 



  
Otro sobresaliente para Kamikaze que lo ha vuelto a petar. Y espero que prorroguen y llenen más y más funciones, porque sinceramente, rezo cada día para que no cierren. No podemos quedarnos en Madrid sin el teatro más inteligente, interesante y vivo del panorama.         

lunes, 19 de marzo de 2018

El tratamiento. Kamikaze.

La comedia es un género endiablado y difícil de cojones. El chiste puede valer, pero son las situaciones las que deben despertar la carcajada. En "El tratamiento", Pablo Remón recurre a la comedia para colarnos un dramón de cagarte por las patas. 
Remón domina todos los géneros. Pero no porque tenga un don especial, sino porque escribe desde el corazón de la verdad. No tiene ningún pudor (o eso parece) y se coloca en el epicentro del mogollón y te habla desde ahí. Ya sea contándonos los traumas de la Historia y de las heridas que deja, o hablando del amor y de las múltiples formas de defenderse y de atacarse que puede tener una pareja o hurgando en las cicatrices de una familia desestructurada. Y que quede claro, no digo que no tenga mérito y que no tenga un don especial para escribir; obviamente lo tiene, pero para mí su principal valor es el sitio desde donde te cuenta las cosas. Siempre es desde el más arriesgado, el que hace más pupa.
Ahora te toca el turno a la vida. Así, muy sencillo él. 



"El tratamiento" nos cuenta supuestamente la historia de un escritor, Martín que una vez cumplidos los cuarenta se encuentra divorciado, vendiendo su alma y su "arte" al show bussiness, con un hermano ausente al que necesita y un amor soñado que también se fue. Frente a nosotros, en un tiovivo de situaciones rocambolescas, personajes frikis y encuentros más o menos desafortunados llevarán a Martin a plantearse por fin para qué y por qué escribe.
Esto es lo que parece y de hecho de esto habla la función. Pero no sólo de esto.
Remón utiliza herramientas cinematográficas para llevar al teatro una forma de contar muy, muy del cine, pero trasladada a las tablas con genio. Desde el uso de narradores (varios y variados) que nos van contando como si de una voz en off se tratara las acotaciones y las elipsis de la acción hasta saltos temporales y casi, casi te diría que de eje. Incluso recurre a personajes que de repente empiezan a hablar de los demás. Martín habla de sí mismo, sí, pero los demás personajes interrumpen la acción para hablarnos de él, para describirle, para ubicarle. A fin de cuentas, la historia de uno está hecha por las visiones de uno mismo y de los demás. 
La forma en "El tratamiento" es un peldaño distinto dentro de la obra de Pablo Remón.  En cada obra suya ha empleado una "forma" distinta. Ni mejor ni peor. No es que vaya avanzando, es que para cada texto utiliza un material escénico diferente. "La abducción" hay que contarla como él lo hizo, y "Barbados etcétera" también. Lo que pasa es que en este caso, la "forma" parece más llamativa. Pero porque la historia lo necesita. En esta ocasión necesitaba hacer "cine dentro del teatro" o "teatro dentro del cine". 
"El tratamiento" habla de Martín, sí, de cómo olvida por qué y para qué escribe, de cómo vende su tratamiento con tal de ver su peli estrenada, de cómo la vida pasa veloz, de cómo es imposible fijar fotográficamente los momentos clave de nuestra vida, de que aunque los fijemos, su recuerdo siempre será manipulado, del vacío de un amor soñado, de la ausencia de amor paterno/materno/filial, de la fragilidad de los recuerdos, de lo que soñamos que sea la vida y el amor y lo que luego es y de la muerte como ser abstracto, frío y silencioso. "El tratamiento" es un puñetazo al hígado, es retorcerte los huevos con las dos manos y dejarte tirado en medio de un charco, es una apisonadora. Peeeero con el envoltorio de celofán de la carcajada y la situación esperpéntica. 
La obra está dirigida con ritmo de cine. Creo que si cronometras las escenas saldría incluso un algoritmo con un resultado pacífico. Porque "El tratamiento" tiene una capa no muy alta, una nariz dulce, con notas de confitura de frutas rojas con un amargor soportable, un paso en boca equilibrado, con alguna arista cómica equilibrada con el drama justo y sin embargo con un regusto amargo de cojones. Porque "la vida es un momentito" y eso no hay dios que lo soporte. Porque todos querríamos recordar aquel baile como si hubiera sido con un italiano viril con una melena como una cascada. Todos querríamos haber entendido mejor a aquel amor que llegó, duró y se fue. Porque a todos nos han dicho un día por teléfono, fríamente que nosequién ha muerto sin decir adiós. Porque todos hemos cedido parte de nuestro ser para conseguir eso etéreo que creemos que es lo que buscamos. Porque todos echamos de menos a nuestro hermano ausente. Porque la vida, por muy bien que vaya, es una putada. "El tratamiento" consta de tres partes, una presentación, un nudo y un desenlace particulares. Son tres tempos, tres estilos y tres conceptos distintos. 



Si la dirección y el texto son dos obras maestras, el trabajo de Monica Boromello no se queda atrás. 
Para esta ocasión ha creado como el cajón donde uno guarda los objetos sueltos que conforman una vida. Esa caja que todos tenemos en la que duermen desde el posavasos de aquella disco teen a una postal del año del pedo o un cacharrito que en su día significó algo. Es la caja de los recuerdos, esa caja donde todos los chismes juntos significan algo pero por separado sólo son partes de un todo. Maravilloso espacio sonoro de Sandra Vicente-Studio 340 y fabulosas luces de David Benito. Hasta la paleta de colores es magistral e invisible, de los azules brillantes al blanco y a los tierras. Magia pura. 
Y cinco seres tocados por el genio dando la cara.
Lo primero que quiero destacar es algo que consiguen los cinco a la vez, los cinco juntos. He visto el espectáculo dos veces. Lo vi el martes  y he repetido el domingo. Y debo decir que los dos días han sido perfectos y en ambas ocasiones he visto lo mismo. A ver si consigo explicarme: los dos días los cinco han ido alimentándose de lo que estaba pasando en escena. La energía y la densidad del aire sobre el escenario la recogían entre los cinco y la transformaban en energía escénica. Eso es JUSTO lo que debe suceder en un escenario, que lo que fluye, lo que se crea entre todos, lo recojan los cinco y lo utilicen para seguir creando algo juntos. Eso es algo inexplicable e invisible, pero que se nota, se distingue, se percibe, se huele, se algo. Y gracias a eso, lo que yo he visto cada día era lo mismo y era nuevo. Así debe ser el teatro, lo mismo pero nacido cada día. Para que esto pase hay que ser un actor/actriz grandioso y hay que estar abierto y respirando lo que pasa en el escenario. Eso hace que cada día sea único. A pesar de ser lo mismo. 



Bárbara Lennie, Ana Alonso, Francisco Reyes, Emilio Tomé y un cada día más perfecto Francesco Carril son el quinteto celestial que dan vida a veinte personajes. Los cinco están asombrosos, no sólo por lo que acabo de decir, sino porque son capaces de adueñarse de las palabras de Remón, de pasarlas por su sistema digestivo y de soltarlas en escena como si fueran el vapor de un géiser. Sus palabras son pura necesidad y sus acciones, impulsos. Ana, Bárbara, Emilio, Francisco y Francesco (no se puede ser más guapo) son los mediums PER-FEC-TOS para traer a la Tierra las palabras de Remón. Y entre ellos consiguen dos de los momentos más poéticos y dolorosos del teatro contemporáneo: el encuentro en el spa y el estreno de la peli. La aparición de Emilio y el giro que da ahí el texto es de esos momentos en los que el alma te da un vuelco y quieres morir de amor. Es tan estremecedor como cuando Yuri veía a Lara o cuando Stefan se daba cuenta de que ella era... Lisa, o cuando Nené decía que ella era Nené. 
¡¡Y qué decir del enano!!  Para la historia del teatro.  

Kamikaze lleva tiempo presentando y produciendo el MEJOR teatro que vemos en Madrid (aparte de la cósmica programación de Rígola en Canal) y con "El tratamiento" vuelven a demostrar algo que es obvio. El teatro está hecho, está ahí. La gente HACE buen teatro, buenísimo, sólo hay que ver quién y ponérselo fácil. Bravo de nuevo por Kamikaze, los madrileños nunca les agradeceremos lo suficiente lo que están haciendo.  

Las fotacas... de Vanessa Rábade, IMPRESIONANTES!!!!!       

sábado, 6 de enero de 2018

"La autora de Las meninas". Valle Inclán.

Terminar el año viendo "La autora de Las meninas" es tener mala suerte. 




Nada más empezar aparece Carmen Machi andando como si le pasara algo. Piensas: "igual está impedida la pobre, o tiene algo de huesos". Pero no. Es que es monja. Y las monjas, todos sabemos que andan como si se hubieran hecho popó.
Aparece Carmen Machi y nos adelanta que nos va a contar su historia. La historia de una monja que hace copias de cuadros. De cuadros clásicos aunque en el fondo admire a Kandinski. Se dedica a copiar de forma técnicamente perfecta pero sin nada de alma, de corazón ni de implicación. Correcto, es el planteamiento del autor y no se le pueden poner pegas. La única es que eso te agarre o no te agarre. Particularmente ese punto de partida me interesa poco. Pero es que el drama viene después. 
Lo que quiero decir es que lo peor de este espectáculo para mí, es el texto, lo que encierra y lo que provoca. Para explicar cómo lo viví necesito contar bastante del argumento así que... SPOILER.

Bueno, la escenografía de Paco Azorín tampoco me enloquece. Creo que esos bastidores enormes que van a albergar una imágenes que sólo ilustran lo que deberíamos sentir en cada momento son simples y poco expresivos. Además no soporto que me vayan indicando cómo debo sentirme o cuál debería ser mi estado de ánimo o el de los personajes. Aunque eso ya no es responsabilidad de Paco Azorín. 
No entiendo tampoco que se muevan porque sí. La única razón que encuentro es que espacialmente, necesiten sitios para que los actores entren y salgan. Ya ves tú. 
Pero el principal impedimento para que yo disfrutara o me implicara en este espectáculo fue sin duda el texto. Ideológicamente me pareció horrible que a los pocos minutos nos cuenten que han pasado unos años, estamos en un futuro cercano, y se habla de unos años "de estrecheces" refiriéndose a la crisis que ha arruinado a medio país, ha provocado desahucios, suicidios, bancarrotas. Me parece irrespetuoso, insultante e indignante. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que un partido político llamado "Pueblo unido" o algo así, vamos, Podemos, ha llegado al poder y automáticamente va a cargarse la cultura y a traficar con obras de arte porque, obviamente, no distingue su valor. Lo siento pero me parece demasiado reaccionario para mí. 




A ver si es que no me he enterado y en realidad el texto es supermoderno, progre e izquierdoso y soy yo el que estaba a por peras.
Pero no es que lo diga la monja, es que más adelante la directora del Prado se marca una escena totalmente desaforada en la que se descubre como energúmena que odia el arte. Estremecedor.  
Lo más reaccionario, por si esto era poco, estaba a punto de llegar. Resulta que cuando la monja descubre que tiene un "pellizquito" de artista, de creadora, entonces se vuelve loca. Pero loca de loca. Claro, porque los artistas están locos. O porque el don de la creación va unido a la locura, al desquicie, a la enfermedad mental. Y como remate, la monja es capaz de pintar una y otra vez "Las meninas" en un par de días. Hombre, yo calculo que la media para pintar una obra maestra será algo más... amplia. Pinta "Las meninas" en dos días" roza el insulto.   
No sé si ella es monja por algo en concreto aparte de por los dos chistes con Francisco Reyes. Aunque lo que yo siento es que es monja como coartada. Coartada para que tengas que simpatizar con ella. Quiero decir, es monja, una figura "respetable" y a la que no puedes criticar porque te vuelves un demonio. Si piensas mal de ella o la cuestionas eres un perro malo.  
El caso es que entre lo desquiciado e hiperconservador del planteamiento y el desarrollo de un texto absolutamente apolillado, yo me revolvía en la butaca esperando al menos disfrutar del lucimiento de la Machi. Y no.




La mano de Ernesto Caballero va llevándola todo el rato hacia la parodia más absurda y desaforada que se ha visto. Sí, la Machi hace de todo, baila, llora, grita, gruñe, salta y lo da todo. No se le puede poner ni una pega. Sólo que lo que hace es absolutamente desmangado, exagerado, desquiciado y desaforado.




No encuentro palabras para definir el exagerado, afectado y artificial trabajo de su compañera de escenario. Y debo confesar que Francisco Reyes me enloquece. Haga lo que haga me apasiona. Y debo confesar que aquí me da la sensación de que cada uno está a su bola. Francisco está a lo suyo, con su forma de hacer y como autodirigido. Lo que pasa es que lo que hace me enloquece. Por eso me pasé toda la función deseando que apareciese más por escena, porque mis ojos y mi atención no se podían despegar de él. 

Incluso el espacio sonoro y la música del grandioso Luismi Cobo aquí queda ensombrecido. Quizá la sombra de un proyecto filosóficamente tan reaccionario haya ido contagiando todo. En cualquier caso, muy flojo fin de temporada para mí. Un gran plof unido al de "Esto no es la casa de Bernarda Alba". Menos mal que el recuerdo de la magia de Tamako Akiyama y Dimo Kirilov permanecen en el espíritu para siempre...   



       

jueves, 10 de marzo de 2016

La abducción de Luis Guzmán. Teatro del Barrio.

Definir un estado de ánimo es casi imposible. Poner palabras para hacer terrenales sensaciones íntimas, de las que duelen es casi tarea imposible. Intentar explicar lo que uno siente al ver este espectáculo es como querer describir una pérdida, o el amor, o la muerte o la moqueta.
Mi padre nació al ladito de Aranda de Duero. El hombre se fue del pueblo de jovencito pero todos sus hermanos y hermanas se quedaron por allí. Toda la vida de dios pasábamos unos días de vacaciones de verano en el pueblo y como estaba a unos cien kilómetros de Valladolid (donde viví de pequeño) muchos fines de semana cogíamos el 127, nos apelotonábamos todos y pasábamos el finde en casa de mi tía Basi  o de mi tía Tori. Eran el terror, claro. Secas, antipáticas, vestidas de verde; de "verde tía", jamás sacaban ni un platito de pastas ni te daban un puto bocata. Sólo sacaban la bolsa de pipas, ponían el botijo en medio de la mesa y plantaban un plato de loza lleno de higos o de cerezas con la intención, claro está, de dejar manco al que osara hacer ademán  de intentar trincar una. Todos sentados en el comedor, con los asientos asignados y escuchando cómo mi padre y ellas hablaban de cuando eran pequeños, del hijo de la Juani o del tío Agri que había puesto una conferencia hacía unos días. Todo en verde, rodeados de tapetes, de ganchillo, de hules, de plásticos, de fotos de muertos, de oscuridad, de olor a gallina, a amargura y a posguerra. Y todo el suelo de terrazo. De terrazo feo de cojones además. Pero esa casa; la de mi tía Basi, la de mi tía Tori e incluso la de la tía Rosario, que vivía en Aranda y era más moderna estaban llenas de moqueta. De esa moqueta que absorbe los pasos, sí, y aisla y cubre los gritos, los susurros y los secretos.     




Esa misma moqueta es con la que Luis ha forrado su casa, su comedor, que es el comedor de mi tía Basi y su corazón. Tres seres aislados y unidos por los lazos invisibles, atenazadores y protectores de eso que se llama "la sangre". Luis ha vivido hasta hace nada con José Luis, no sabemos ni cómo ni en qué condiciones. Pero Luis, en su mundo, en su mente, en su universo es capaz de entender mejor los misterios del cosmos que los de su casa. Prefiere y se siente más cercano a los extraterrestres que a su hermano. Ha enmoquetado su corazón y su mente con una moqueta estampada con imágenes de planetas. Luis tiene un programa decano de la radio en el que pregunta a sus entrevistados todo lo que no se atreve a preguntar en la vida. Luis se ha aislado y ha creado un mundo distinto, paralelo y seguramente más sano y calentito. Max en cambio huyó. Salió por patas de ese comedor lúgubre y acabó en Londres, donde se construyó su propio hogar enmoquetado. Con moqueta de tonos neutros, gris o marrón seguramente, donde cree que vive una vida...suave y segura con Clara. Pero no, porque esa moqueta es falsa, cubre los tablones podridos de una relación muda, una relación callada y ahogada en más secretos, en más mentiras y en más miradas esquivas. La moqueta de los que no tienen hijos. Porque por allí nadie tiene hijos. Ni perro. Bueno, perro sí, pero un casi-perro casi sin nombre. 

Estos tres seres sólos y abandonados, apaleados y moribundos coinciden en esa casa oscura y mortecina. Poco puede salir de ahí. Es más fácil que algún extraterrestre se encuentre con los discos de oro de las Voyager a que Max y Luis se crucen y hagan coincidir sus caminos. Sólo Clara con su antipatía y desde su traumática e inútil vida parece que pueda conseguir la gran hazaña; lograr que Luis se vaya a ¿vivir? a esa "casa con piscina". Terrorífico, espeluznante, estremecedor. 



La moqueta y la muerte, los dos grandes temas de esta inmensa experiencia teatral. La muerte física y la otra muerte. O las otras muertes, la muerte de los sueños, de las ilusiones, de la verdad, de la confianza, de los lazos, de la esperanza, de la realidad, la muerte de todo signo de vida. La muerte losa y la muerte apisonadora; esa muerte que te vacía y te vuelve opaco y triste, profunda e internamente triste.    

Pablo Remón construye un microcosmos enfermizo y con olor a rancio y a comida pasada con los elementos mínimos: un texto cruel, doloroso, seco y con mil recovecos llenos de pus y de sombras, un trío de actores sublimes y un espacio tan tétrico como el comedor de mi tía Basi. 

Para hablar de los actores voy a usar un truco sucio, lo sé, voy a hacer un copia/pega de lo que escribí en su momento, cuando descubrí esta joya en el Lara aunque voy a cambiar cosas. El tiempo es lo que tiene. 




"Más fenómenos paranormales: los actores. Los tres. Ana Alonso aparece y con ella entra la duda, la extrañeza, el dolor contenido, la lágrima al borde de caer pero suspendida en un hilillo. Y quieres que no se vaya nunca, que se queda hablando con Luis. No se entienden pero quizá sea la única con la que pueda comunicarse. Se tocan los cojones el uno a la otra como solo se los tocan los novios o los hermanos. Emilio Tomé hace una creación de esas de comértelo vivo. Porque seguramente sería una tortura, pero si no, te llevarías a Luis a tu casa. Adorable dentro de su verborrea tocapelotas. Tiene una magia única y consigue que desde que empieza con las pipas ya te hayas enamorado de él. Y Francisco Reyes es... apabullante. Le ves aparecer y flipas con ese pedazo de torre gigantesca. Guapo y feo, atractivo y repelente, te cae bien y le darías dos hostias, pero te embauca. Concentra tu atención casi tanto como su hermano. A mí me desencaja la mandíbula, porque de entrada te puede parecer el anti-actor, pero tiene una intensidad tanto en su presencia como en sus forma de sentir y de estar y comunicar con su hermano (no con Emilio, el actor) que te quedas embelesado. Lo que hace funciona. Y no sólo funciona sino que funciona que te cagas. Te deja pegao. Es un pedazo de actor único que te asombra, te fascina y te enamora. YO confieso que salí de la función eternamente enamorado de los tres".

También dije en su momento que estos dos hermanos son como dos personajes de Pinter con olor a gachas o a lechazo. Añado ahora a Clara, claro. Tres personajes sacados de una jaula de esas que creaba Pinter y colocados en cualquier cuidad de provincias. 



Y de repente, cuando los enfrentamientos son insoportables, cuando no hay salida, cuando se lanza el mensaje al espacio exterior, cuando te recuerdan el mensaje de las sondas espaciales y tu espíritu está en el punto más alto, va y se acaba. Y tú te quedas ahí arriba, con la adrenalina y la excitación a tope, en todo lo alto. Y te das cuenta de que te acaban de dar un mazazo en pleno corazón y te han dejado abandonado a tu suerte. Los focos se apagan y tú te jodes y te vas a casa destrozado. Porque esta marcianada te ha vaciado la raíz.

sábado, 28 de noviembre de 2015

40 años de paz. Sala negra de Canal.





"La abducción de Luis Guzmán" me da la sensación de que se ha convertido en un espectáculo casi de culto. No sé, igual es cosa mía pero me da la sensación de que mucha gente no la vio, pero sólo se oyen maravillas. Yo fui de los afortunados que lo viví y lo sentí de una forma estremecedora. Sin duda me pareció uno de mis montajes del año.
Y ahora, el mismo equipo junto con Fernanda Orazi han creado este nuevo prodigio, esta joya que también está destinada a ser de culto. 
No hay nada que me guste más que el que los responsables de un espectáculo traten a los espectadores como seres inteligentes. No soporto los diálogos mascados, los mensajes facilones, los recados de carpetera ni los trucos baratos que pretendan llevarme por donde un ser que me menosprecia intente llevarme. Pablo Remón siente tanto respeto por ti como público que te coloca en el mejor sitio, el de la persona inteligente, sutil receptiva y lo suficientemente inteligente como para no tener que decorarle nada ni masticárselo. A mí eso me pone.



El texto es una maravilla de contenido y de estilo. La historia de lo que fue una familia militar franquista, fachorra y repujnante y que tras la muerte chorras del progenitor se encuentra, después de 40 años de paz y treinta y pico de orfandad, sumidos en los restos de un naufragio del que ninguno sale con dignidad y casi ni con vida. Sus almas están tan pochas como el agua de esa piscina testigo de los meaos del papi y de ese polvo que nos cuentan con Julieta... que pa haberlo visto. A fin de cuentas es simplemente una familia normal. Un padre hijoputa así de mente y de alma, una esposa insatisfecha y mala con la maldad del inocente, del que te hunde mientras aguanta la sonrisa en la cara porque todo, todo y todo lo hace por amor. Hasta aniquilarte. Hasta matarte. ¿Y los niños? El mayor es el vivo retrato de su padre, la nena es un cero a la izquierda, una perdedora, una actriz sin carisma y con el mal fario pegao a su chepa. Y el pequeño arrastra todo el pus de la familia entera. Encima, por si no tuviera poco con su sombra, es poeta y maricón. Vamos, en definitiva, lo que puede surgir de una familia así es exactamente eso. Yo aunque nací en Madrid, me crié en Valladolid y recuerdo perfectamente que una compi mía de clase era nieta de uno de los militares golpistas que acompañaron a Franco. Y yo de pequeño he estado en casa de esta chica y he visto al abuelo en su butaca del salón. Claro, yo entonces no sabía quién era, pero esa presencia era aterradora. La bestia no duerme, la bestia está ahí agazapada y sale por los poros y en un regüeldo a destiempo. Y de ahí viene el gen, la herencia, eso de lo que no puedes escapar. Por eso el mayor es clavadito a su padre, la nena es una inútil y el pequeño, el poeta y maricón, es un guiñapo al que ahora le llega se turno. Cuando ya no hay más que la muerte. 
Estremecedor texto, en el que lo que se sugiere y lo que se atisba es más cruel y duro que lo que se ve, que ya tiene cojones. Un texto de una profundidad y de unas vueltas que sobre todo cuentan con la inteligencia del espectador para rumiar todo lo que entre coñas y guasas te van soltando. Y es que la vida de la bestia es así. 



Del reparto poco puedo contar. Ana Alonso está comestible. Triste, gris, apagada y perdedora como hija y torpe y perdedora también como la chica de la oficina, aunque consigue hacer a OTRA perdedora distinta, la perdedora humana frente a la perdedora por su destino gris y enfangado. Brillante. Emilio Tomé está espectacular. Habla y vive desde una verdad y una naturalidad que parecen hasta falsas. Es imposible ser más natural y empático a no ser que seas un actor inconmensurable y trabajes desde muy, muy adentro. Y eso hace Emilio. Brillante. Francisco Reyes está sublime. Es el hijoputa y es el hijo del hijoputa y son dos hijosdeputa distintos siendo el mismo. Es la herencia pura y es el destino asumido desde la hijoputez congénita. Por eso la caja de galletas danesas es lo más natural del mundo. Tan natural como usar y destrozar a quien sea. Y consigue que te descojones con la bestia. Brillante. Y Fernanda Orazi.



Descomunal, ejemplar, mastodóntica, perfecta, sarcástica y perra como ella sola. Es la perfecta esposa asumida. La vida es así y es eso. Lo más natural, ¿no? Destroza a su hija, destroza a su hijo, adora a su pequeña bestia y añora un amor devastador, letal y seguro que maltratador. Pero es lo más natural. Ella asumió en su día imagino que una casi violación junto a la piscina, mamada incluida y desde esa asunción va aniquilando su entorno, crías incluidas. No se puede ser más mala ni más perra. Siempre desde la risa humillante y desde un amor entendido como posesión y muerte. Tan cruel como natural y tan asesina como dulce. Un bicho con todas sus letras que acaba sus días de bilis pidiendo que le enseñen un miembro. Porque a pesar de todo, lo que empezó con una mamada bien puede acabar con un rabo, aunque sea en la distancia. Fernanda consigue en esa mirada al nabo del moldavo tanta intensidad que se te inundan los ojos de lágrimas de puro patetismo y de puritita soledad. Y luego el Pepito Grillo ese que pulula y toca los huevos casi más que Julieta. Divertida, histriónica, arrolladora, briosa... otro despliegue de la Orazi que está absolutamente perfecta en cada gesto y en cada risa. 
Puesta en escena de Pablo Remón prodigiosa, con un sentido del ritmo y de la progresión asombrosas, un espacio precioso y con una frialdad mezcla de Hopper y de Lynch. Tres historias, cuatro protagonistas, una vez son el centro y el resto son secunadarios pero de la misma historia. Cierto, "narramos mientras somos narrados". Luces fabulosas, elementos y recursos escénicos inteligentes y precisos. Remón consigue crear un microcosmos asfixiante, polivalente y decadente que a mí no sé por qué me llevaba a Buñuel. Fantástico montaje, fantástico sitio en el que se coloca Remón y fantástico sitio en el que coloca al espectador. Sin ningún género de dudas, uno de los espectáculos más inteligentes, brillantes y emotivos que he visto este año. Bravo y mil veces bravo. ¡¡Me cago en San Pito pato!!  


     

lunes, 17 de marzo de 2014

La abducción de Luis Guzmán. Lara.

Ya se nos escapó en el Fringe, pero claro, no pudimos verlo todo. Así que ahora no podíamos dejar de ver esta marcianada. 
El hall del Lara es lo peor. Tienes que intentar ir prontísimo para plantarte el primero de la cola y luego sacar codos para que los listos que ya se lo saben no te aplasten en sus carreras en cuanto se abre la puerta. Una puta selva, vamos. Pero cual maruja en rebajas, me las acabo ingeniando para pillar primera fila. Y no veas como se agradece, porque si no es en primera fila, aquí no ves un cagao. Y especialmente en este caso, la primera fila me metió directamente en el sofá sentado al lado de Luis, de Max y de Clara.




Todo es flipante en este montaje. Yo me sentía como en el comedor de casa de mi tía Basi, en Burgos. Pero podía ser cualquier parte de España. Y de la España incluso de ahora. Allí está Luis, con su programa de radio sobre fenómenos paranormales. Un programa "torrente" como el torrente mental que tiene Luis. Él no piensa, él se aturde con desbordado por el mogollón de pensamientos que se le agolpan. Pensamientos infantiloides algunos, básicos y efectivos otros, pero con algo de esa sinceridad que te toca las narices. Un mogollón como el que hay en el "disco de oro" de las Voyager. Si en vez de en 1977 se lanzaran ahora las sondas espaciales, yo le encargaría a Luis Guzmán la selección de movidas del siglo XXI. Frente a Luis su hermano Max, anglosajón por decisión o por huida. Contrapunto brutal al mundo de santitos y Cristos de don José Luis, padre de estos dos seres tan alejados y tan cercanos el uno del otro como dos personajes de un Pinter con olor a gachas o a lechazo.

Más fenómenos paranormales: los actores. Los tres. Ana Alonso aparece y con ella entra la duda, la extrañeza, el dolor contenido, la lágrima al borde de caer pero suspendida en un hilillo. Y quieres que no se vaya nunca, que se queda hablando con Luis. No se entienden pero quizá sea la única con la que pueda comunicarse. Se tocan los cojones el uno a la otra como solo se los tocan los novios o los hermanos. Puede que sobre, no te digo que no, porque si no apareciera ella todo sería igual. Pero yo quiero disfrutar de una actriz sufriente e intensa como es Ana Alonso. Emilio Tomé hace una creación de esas de comértelo vivo. Porque sería una tortura, pero si no, te llevarías a Luis a tu casa. Adorable dentro de su verborrea tocapelotas. Pero algo tiene que desde que empieza con las pipas ya te cae bien. Y Francisco Reyes es... desconcertante. Habla raro de cojones. Le ves aparecer y flipas con ese pedazo de torre gigantesca. Guapo y feo, atractivo y repelente, te cae bien y le darías dos hostias, pero te embauca. Concentra tu atención casi tanto como su hermano. Y cuando abre la boca, flipas. Realmente habla raro raro. No sé si como un locutor de un cadena extranjera o como qué. Es un poco el anti-actor. Pero tiene una intensidad tanto en su presencia como en sus forma de sentir y de estar y comunicar con su hermano (no con Emilio, el actor) que te quedas embelesado. Y lo que hace funciona. Y no sólo funciona sino que funciona que te cagas. Te deja pegao. 
Y de repente, cuando los enfrentamientos son insoportables, cuando no hay salida, cuando se lanza el mensaje al espacio exterior, cuando te recuerdan el mensaje de las sondas espaciales y tu espíritu está en el punto más alto, va y se acaba. Y tú te quedas ahí arriba, con la adrenalina y la excitación a tope, en todo lo alto. Y te das cuenta de que te acaban de dar un mazazo y te han dejado abandonado a tu suerte.




De verdad te digo que "La abducción de Luis Guzmán" es una marcianada  fascinante, una rara avis dentro del teatro madrileño. Tan embrujadora como estremecedora y con un capacidad de removerte la asadura como pocas veces he sentido en lo que va de año. Si no lo es ya, va a ser uno de los bombazos del año. Y si hay justicia en el mundo y esto pasa a la pequeña del Español o del María Guerrero, va a petar como se merece. Pablo Remón se saca de la manga y de no sé dónde más esta perla que no tiene desperdicio. Totalmente perfecta para mi gusto tanto como texto como en la forma y ritmo en que está dirigida. Toda una personalidad a tener en cuenta, y si no, acordaos bien de esto, porque de aquí a nada Pablo va a ser de las figuras más importantes del panorama. Quedé admirado con todo y con todos.