miércoles, 3 de mayo de 2017

Blackbird. Pavón Teatro Kamikaze.

Llevo tiempo, pero tiemmmmpo diciendo que Carlota Ferrer es la ama de la escena madrileña. Es una artista estéticamente mágica, visualmente potente e intelectualmente privilegiada. Tiene una capacidad creadora bestial y además tiene la suerte de contar con los medios suficientes como para poder desarrollar sus ideas hasta el límite. Eso es una suerte que te cagas. Para ella y para nosotros.



Blackbird es un encargo del Festival de Otoño y hemos podido gozarlo en el Pavón Teatro Kamikaze. Otra vez estamos de suerte. 
Cuentan en el dossier que "Blackbird" (mirlo en inglés) es la mezcla de "Black", el mal, la muerte, el descenso al infierno y "bird", el ascenso a los cielos, la vida eterna. Simboliza, en definitiva "la tensión entre cuerpo y alma, entre lo espiritual y lo terrenal". El mirlo es también la forma que adoptó el diablo para tentar a San Benito y que este deseara a una niña. 
"Blackbird" tiene muchísimas bazas a su favor. El texto, cotejado, corroborado, llevado a escena en otras ocasiones es un valor seguro. Seguro no, segurísimo. Encima traducido por José Manuel Mora. Carlota Ferrer a los mandos. Irene Escolar y José Luis Torrijo dando la cara. Mónica Boromello creando otro espacio mágico de esos a los que nos tiene malacostumbrados. David Picazo iluminando el espacio y los rincones del espíritu a la vez. Una puta pasada.

Monia Boromello es una debilidad que yo tengo. Lo confieso y lo grito al universo. Me enloquece. 
Arriba, la "realidad", una especia de sala de espera de tanatorio o casi una planta nuclear, fría, gris, llena de basura que se escapa sin querer. Basura azul, vasos, bolsas, azules. Y en medio de esa desolación un rama. Azul también. Una brizna de vida que se cuela por el hormigón. Porque hasta en los más inhóspito cabe la vida. Hasta en la mayor crueldad puede haber amor. Hasta en lo más repulsivo puede haber algo puro. 
Abajo una ciudad que se queda pequeña, que es pequeña. Un sitio por donde huir pero que acaba sirviendo de trampa. Con casitas con ventanas circulares, como las casitas de los pájaros. En realidad SON casitas de pájaros. Y en cada casa un pajarito. En cada casa, una Una que quizá vuele o quizá no. Creo de verdad que es uno de los espacios más inspirados de Mónica. Por su simbolismo, por su dureza y por su poética. Es casi un resumen moral de lo que vamos a ver. No hay calificativos suficientes para alabar la visión y el trabajo de esta mujer. 
Y encima va y lo apoya todo la iluminación de David Picazo, otro genio. Pone luz a los estados de ánimo, a las emociones, crea sombras psicológicas e ilumina mentiras y traumas. Bestial, mágica, de visión obligada para cualquier estudiante de luces.



Tanto la trama como la forma en la que está presentada es de libro. Perfecta. Una historia dolorosa, de personajes heridos sin querer, en la que el "verdugo" ha conseguido pasar página y la "víctima" sin embargo se quedó pillada. Lo que en un principio parece claro pronto se enturbiará. La realidad no siempre es como parece y casi nunca es lineal. Sobre todo si el origen del torbellino es el amor. Amor sí. Y poder. Abuso de poder. Pero amor también. En definitiva, los miles de grises que hay entre el blanco y el negro. Carlota se coloca en su sitio y nos pone a nosotros a su lado. Y lo que nos pasa a nosotros es lo que ella ha pasado. Nos habla y nos trata de igual a igual. Al principio tenemos claro que Una está deshecha por culpa del abuso de Ray. Él sobrevivió y ella pagó por las culpas de él. Él se cambió de ciudad y de vida y ella se quedo y sufrió día a día la vida en su ciudad, en su barrio, rodeada de gentes compasivas y crueles. Ella pagó por las culpas de él. Pero los mil giros del texto te llevan exactamente a cada rincón que busca Carlota. 



Cuando se presentó la versión del Lliure, Lluís Pasqual lo definió como "teatro político". Teatro al que no llegas con una idea preconcebida, con una respuesta sobre lo que está bien y lo que está mal. Es evidente que si el texto hablara sólo de pedofilia, todos estaríamos posicionados. La pedofilia es mala. Punto final. Pero no, aquí se mezcla abuso, pedofilia, amor, culpa, ... A las preguntas que se plantean en este textazo no hay respuesta posible. Hay mil, y a lo más que hemos llegado es a crear un ordenamiento jurídico que diga que lo que a los 17 está prohibido, a los 18 ya no. ¿Dónde termina el amor y empieza la ley? ¿El amor es amor si el ilegal?   
El trabajo que hace Carlota Ferrer es el de un arquitecto. Aunque cada trabajador ponga su grano de arena para levantar un edificio sin entender o sin tener en cuenta lo que hace el de al lado, el edificio funcionará como una suma, y será al final cuando vean el resultado de todas las partes juntas. Carlota hace eso mismo, va llevando cada frase, cada escena, cada giro por donde sólo ella sabe y tú como espectador sólo sospechas hasta que al final, ves el edificio terminado, tus cimientos removidos, tus principios tambaleados y tu moral... accidentada. La labor de Carlota es ejemplar. Inteligente y sólida. Incluso la canción de Robbie Williams y la coreo que se marcan (resumen de su historia de amor) están encajadas de forma magistral.
Quizá hubo un pequeño detalle que a mí no me funcionó y que hizo que el edificio no terminase de parecerme una obra maestra. La dirección de actores. Me explico. Lo siento por Alba de la Fuente, pero aunque ella está bien, es evidente que el trabajo actoral debe centrarse en José Luis y en Irene.



A ver, Irene está fabulosa. Pero quizá el momento que más me tocó fue su monólogo en la ciudad, cuando narra lo que pasó aquella última noche. Tanto en la primera parte como en sus arrebatos me parece que está un poco subida de revoluciones. Y con eso quizá provoque (al menos en mí) cierto rechazo. Está demasiado desquiciada. No digo que no tenga que estarlo, o que no sea lógico, o que sea una mala elección. Pero en mí provoca cierto prejuicio que quizá no ayude a simpatizar del todo con ella ni al principio ni al final. Sólo en medio; cuando está más sobria. Porque la sobriedad me parece más dura y desoladora. Al menos a mí. Al contrario, Torrijo está frío y serio. Y cuando se derrumba y confiesa lo que pasó aquella noche, cuando se rompe, te pegas a su sufrimiento y tus principios se derrumban. A lo que voy con esto es que al verla a ella desquiciada y a él sufridor, se me produjo demasiado prejuicio. Ella me parecía demasiado histérica y él demasiado empático. Como siempre, habrá un 50% de decisión de la directora, que cuenta lo que quiere y como quiere, y otro 50% de mi propia percepción. En este caso me funcionó toda la maquinaria al 80%. En cualquier caso, tanto lo que hace Irene Escolar como lo que hace Torrijo es una cosa sobrehumana. Están ambos inconmensurables.   



Así que sí, grandísimo trabajo el de TODOS los implicados en este pedazo de obrón que demuestra una vez más que Torrijo es un gran actor, que Irene Escolar también es bestial, que Carlota es una mano sólida y potente, que Picazo y Mónica son dos seres tocados y que el gris es el color más rico del mundo.
Otra genia, Vanessa Rabade, ha hecho estas fotazas acojonantes. Supongo que no le importa que las utilice. Gracias.



Por cierto... el mirlo que se estrella contra el coche al final... ¿es el fin de la venganza, es Una que se suicida, es la irrupción de la culpa en esa nueva pareja, es...?  

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