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domingo, 28 de febrero de 2016

Dios K. Matadero.

En julio pasado fuimos a ver "I'm sitting on top of the world" dentro  de la programación del Frinje. En ese momento, Antonio Rojano y Juan Francisco Ferré dramaturgo y autor nos explicaron que lo que íbamos a ver era el 75% de la obra, ya que montarla entera era caro y no tenían dinero para más. No entiendo mucho de eso, pero si tienes ensayadas tres cuartas partes... ensayar el resto quizá no sea una cuestión de dinero, ¿no? Bueno, a lo mejor sí, entre que pagas ensayos y demás...



A lo que voy, que entonces nos cobraron, eso sí, el precio total de una entrada y vimos tres cuartas partes del espectáculo. En su momento me pareció un asomo de algo, una sucesión de escenas en torno a la figura de Dominique Strauss-Kahn que de pronto terminaba. Claro, no estaba completo. Faltaba una parte. Ahora lo han terminado y lo vuelven a presentar completo y con nuevo protagonista. Y mi sensación ahora es que es una sucesión de escenas en torno a la figura de Dominique Strauss-Kahn que de pronto termina. Tampoco es que el tema sea ya de rabiosa actualidad ni que se hable de temas universales. El texto me parece que es un ir y venir a través de distintas escenas no siempre bien hiladas que deambula sin un sentido del conjunto claro. No sé de dónde viene, no sé dónde está y no veo a dónde va. ¿Los desatinos del poder? ¿La ceguera de los poderosos y sus excesos? ¿Los poderes corruptos y crueles? ¿La sociedad deshumanizada? Puede ser. Pero no lo sé. Como no me queda clara la simbología del mago de Oz, de la ciudad Esmeralda, de los chapines colorados, de la supuesta bruja buena del Norte...
Alberto Jiménez es un grandísimo actor y lo ha demostrado quinientas veces. Pero aquí aparte de no dar mucho el tipo de alto dirigente de hiperorganismo internacional, está algo errático. Mona Martínez reconozco que dice bien, sabe lo que dice y hace, tiene tablas y solvencia pero hay algo en su forma de decir que me saca. Y la veo demasiado preocupada por dar vida a sus manos. 
Victor Velasco me sorprendió y me encantó dirigiendo "No hay papel" sin embargo aquí no me convence. El espacio escénico es aleatorio y creo que no ayuda nada ni está bien empleado. Y las escenas se encadenan unas con otras sin ningún brío. Tampoco descubro qué me están contando, qué me quieren contar desde dónde me lo quieren contar ni cómo me lo quieren contar. Fuimos al día siguiente del estreno y la verdad es que habría unas tres cuartas partes de público. Una pena porque los dos actores dan la cara a medio metro de ti y eso siempre es de admirar y envidiar. Pero, conmigo, en esta ocasión, no funcionó.          

lunes, 9 de noviembre de 2015

No hay papel. Sala tú.

"Aprende a ser el que sueñas y no a soñar el que eres"





¿Cuál es el verdadero formato de un espectáculo? ¿Cuál es su origen, su alcance y su destino? ¿Se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón? 
Beatriz Bergamín nació con esa frase en los genes. Es de su abuelo, José Bergamín, escritor, dramaturgo, ensayista, poeta y republicano. No sé si en ese orden. 
Ese gen lo tiene Beatriz Bergamín. Ese y otros más que han hecho de esta bellisima mujer una suicida emocional que vacía su historia, su pasado, su presente y su futuro (no siempre en ese orden..., o si... o no).
Pensaba hacer una breve semblanza de su abuelo, don José, pero casi que paso. Son datos. La herencia, lo importante, el poso, el ser humano es lo que lleva Beatriz dentro. Mejor dicho, llevaba, porque lo ha sacado. Quizá sea aventurado presuponer que hay mucho de biográfico en ese revulsivo textazo. En cualquier caso, ¿qué más da? 




Beatriz Bergamín nos cuenta una historia sobre amor, futuro, pasado, deseo, poesía, arte, crisis, herencias, recuerdos y deseos. Y nos lo cuenta desde dos planos. Por un lado está la historia de Julia y Clara, dos hermanas que se reencuentran frente a una botella de vino y unos recuerdos. Este encuentro es ya de por sí poético; no hay un tiempo definido, ni un espacio, ni un por qué, ni un para qué. Ni falta que hace, podría ser en cualquier momento, en cualquier sitio y por cualquier motivo. Ese reencuentro desencadenará o mejor dicho será la razón de ser de un "ajuste de cuentas" entre el recuerdo, el presente y el futuro, entre los deseos, los sueños, las putadas y la vida. Esas dos mujeres heridas se salvarán con la poesía, la misma poesía que las separó. La poesía como máximo expresión de lo decidido. "Quiero ser libre, poder elegir, elegir libremente" dicen. La poesía es eso. Es la palabra más escogida de todas. Si cualquier palabra es elección, las de la poesía más, es la palabra más elegida, el sumum de libertad. La poesía, la libertad, la sinceridad y la consecuencia las salvará. Eso y saber que son una. "¿Cuántos brazos tienes? Dos. Con los míos, cuatro". Estremecedora relación, estremecedor amor y estremecedor el poder del recuerdo, del pasado y del futuro por vivir. No hay mayor amor. Como no hay mayor exilio que el interior. Se habla mucho de España en la función. Y del exilio. Imagino que ahí la herencia es obvia. El exilio físico invade la obra e invade la vida de Beatriz. Don José, su padre... Pero el exilio interior de estas dos hermanas que ni siquiera recuerdan mucho o aman mucho ni de papá ni de mamá (al menos no de una forma ortodoxa) es más doloroso que el físico. Ese lo han superado (quizá no, pero casi), pero es el íntimo, el interior, el del vacío el que hace que ni puedan escribir o compartir lo escrito o que lloren como lloran oyendo "En tierra extraña".   
Y paralelamente a esa relación fraternal está el otro plano de la narración. Y ahí están Ángeles y Beatriz contándonos por qué hacen esta función, sus vidas, sus por qués y sus para qués. Y sueltan verdades como puñales. Dos víctimas de la crisis. Dos actrices con problemas y preocupaciones. Tremendamente lúcido el momento en el que reflexionan sobre cómo veía antes la gente a los "artistas" y como se nos ve ahora. O ese otro momento "qué buscas como actriz/actor y por qué necesitas serlo". Teatro y emoción al máximo. Es en este plano "real" donde las dos actrices desnudan sus almas y nos regalan sus razones vitales, sus deseos más íntimos, sus debilidades y sus sueños. este plano, que puede parecer más mundano y fácil por ser el más... terrenal es sin embargo el más difícil. Mover lo que uno tiene dentro es vertiginoso y muy, muy doloroso. Si no por qué se le escapan las lágrimas a Ángeles simplemente mencionando a sus "tórtolas". Porque tu propio corazón y tu propia crisis es más dolorosa que la de Clara o la de Julia. Y hay que una actriz muy valiente y muy generosa como para poner eso ahí, delante de todos, y quedarte en bolas emocionales delante de la peña. El drama sin estridencias de muuuuchos españoles. Ese que "incluso" los actores atraviesan. El dolor y el miedo. Y la sonrisa de los hijos. De las tórtolas y del retoño guapo, y de las ventanas que dan al bosque. Un bosque que es el otro, que es uno.




Si el texto es uno de los más inteligentes, brillantes, lúdicos, juguetones, profundos, hirientes y dolorosos que he disfrutado en mucho tiempo, la puesta en escena es igual de brillante. Víctor Velasco dirige magistral y sutilmente esta función. Ritmo, punto de vista, lugar ético, dimensión, pretensión, todo es justo, acertado y magistral. Si esto lo envuelves con unas luces acojonantes creadas por el propio Víctor junto con José Manuel Guerra y Jamie Aroca Puchades flipas aún más. El trabajazo de iluminación es otra muestra de que no hay espacios pequeños ni productos menores o con menores aspiraciones. Esas luces son prodigiosas. Y dignas de un espectáculo grandioso, que en definitiva es lo que es. Y para remate esas dos actrices. Beatriz Bergamín es un universo en sí misma. Sonríe, se defiende, se entrega, se enfada, recrimina, besa, bebe, recuerda y sueña desde un sitio que intuyes calentito, confortable y muy acogedor. Su mundo trasciende y su magia sale por sus ojos y por su boca en cada instante. Es un ser mágico, un duende, un hada. Y Ángeles es la sabiduría. Está de vuelta de todo. Transmite la amargura de quien ha ido, ha estado y ha vuelto. Y ha buceado dentro de su alma más íntima para conseguir sacar lo que te regala: un ser herido y sanado. Las dos actrices consiguen además tener un control tan bestial sobre el texto que logran crear o recrear, revivir, reproducir o hacer brotar una verdad única en cada momento. Realmente tienes la sensación de que tu función ha sido única. Creada y recreada en el momento. A eso yo lo llamo "verdad" y tanto la una como la otra, derrochan verdad. En todos los planos de la función, que son muchos y todos delicados y dolorosos. 




Respondiendo a las preguntas que me planteé al comienzo... el formato de "No hay papel" es el de un espectáculo luminoso y brillante, amargamente optimista y serenamente doloroso. Es un espectáculo perfecto, ambicioso y redondo en su fondo y en su forma. TEATRO CON MAYÚSCULAS. Ese es precisamente su origen, su alcance y su destino. El corazón, la verdad, la honestidad y la generosidad. Y sí, sí se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón. Beatriz Bergamín, su gen y Ángeles Martin lo hacen.