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lunes, 22 de febrero de 2016

Hamlet. Teatro de la Comedia.

Te lo digo ya de entrada para que no pierdas el tiempo leyendo si es que te ha gustado; a mí este "Hamlet" de Miguel del Arco NO me ha gustado. Miento, me ha gustado una escena y media. Gustarme de gustarme, de convencerme, de emocionarme. Lo siento en el alma por muchos motivos. El primero, porque siempre que voy al teatro voy con la expectativa de que me guste lo que vea y segundo porque adoro el trabajo de Kamikaze, Miguel del Arco me parece un gran director, el texto original.. en fin, es una obra maestra y encima el reparto es así como de ensueño. Pero no.



Igual empiezo por el texto. Miguel del Arco firma la versión. La anterior adaptación, la de Misántropo a la época actual me gustó muchísimo. Me pareció acertadísima y coherente. Creo, o al menos esa fue la sensación que tuve las veces que vi la función, que se había trasladado completamente la acción. Era como si hubieran cogido el texto en bloque y lo hubieran situado en pleno siglo XXI. Y así funcionaba de maravilla. En esta ocasión, simplemente desde el comienzo, cuando se proyecta una imagen de la Gran Vía no me queda claro si se quiere trasladar al siglo XXI la acción, aunque creo que no. La sensación última que tengo es que se han metido referencias, detalles, incluso expresiones como el "guapérrima" ese horrible, que más que traernos a este momento y a las redes sociales, que es donde se oye esa expresión justamente ahora (quizá dentro de una año ya no se use). Bueno, pero ciñéndome sólo al texto, esas concesiones como el "guapérrima" no me gustan nada. Me resultan formales y caprichosas pero que no responden a un punto de vista ni a que ese sea el sitio desde donde del Arco me quiere contar la historia del príncipe. A ver, es evidente que todos somos muy dueños de tomar las decisiones que nos de la gana, incluso si son simplemente formales. Pero en ese caso el riesgo es que la comunicación se rompa o no se de. Conmigo no se dio. Conmigo el "guapérrima" no funcionó. Como no funcionó el comenzar la función por el final. "Muerto, estoy muerto". Ese arranque para mí supone que se empieza la narración desde un nivel emocional altísimo. A partir de ese punto, como espectador, tener que subir y bajar de esa densidad emocional me supone un escollo, no un aliciente. La primera escena en la cama con un tercero al lado me parece también una alteración del texto esteticista pero vacía de punto de vista, puesto que no es el mismo que hay durante toda la función. Es sólo manierismo pero vacío. Y algo más pasa con el texto, porque no recuerdo haber oído el famoso "algo huele a podrido en Dinamarca". Seguramente se diga, pero no lo recuerdo. Eso es que o yo estaba a por uvas o por algún motivo, pasó desapercibido en mi mente. La broma de jugar con el origen argentino de Daniel Freire tampoco me funcionó en el monólogo del cómico. Me resultó una broma fácil y que en realidad tapaba un agujero negro del que hablaré más tarde. En definitiva, la adaptación que se ha hecho del texto no me convence. Me parece que desaprovecha mucha musicalidad y ritmo del texto de Shakespeare y exprime un lado contemporáneo que no ayuda nada. Al menos no funcionó en mí, porque me daba sensación de trampantojo, de truco vacío y no filosófico respecto al sitio desde donde me contaban la historia. Ese esteticismo incluso lo veo en las fotos del espectáculo. Hamlet es tierra, Gertrudis es ¿hielo?, Ofelia es agua, pero el resto... ¿son todos hojas, todos musgo, todos bosque, naturaleza?  



La puesta en escena creo que tiene momentos que también van y vienen. Lo principal que echo en falta es un poco lo que he dicho antes. Un sitio claro desde donde me cuenten la historia. No lo noto. Creo que igual que el texto va y viene, la intención del director con lo que me está contando y con el cómo lo está haciendo va y viene. Incluso escénicamente se mueve según el momento entre el lirismo, el juego, la caricatura y lo epatante. Claro que una función no es lineal, pero entre la densidad de la escena de Hamlet con Gertrudis y el reguetón de Ofelia hay un universo. Además si hemos empezado la función desde el "estoy muerto", yo como espectador estoy colocado emocionalmente en un sitio delicado y si luego me llevas como en una montaña rusa de la caricatura a la poesía y del barrio a la densidad yo lo que hago es defender mi emoción y sacar las uñas. y así se rompe la conexión con lo que estoy viendo. Porque vamos a ver; si entro en el drama que tiene Hamlet y el marrón en el que está Gertrudis, no puedo ver impasible la escena de la locura de Ofelia sin sonrojarme. El potencial lírico que tiene Ofelia casi siempre, pero sin duda desde que él la rechaza y definitivamente desde que asesina a Polonio, es tan brutal que desperdiciarlo, aún siendo un derecho, también es un riesgo. Pero de las infinitas posibilidades que hay entre medias, elegir ese vestido rojo, el micro, el carrito y el reguetón me parece salvaje. Es querer buscar lo rompedor por lo rompedor. Y me parece que es robarle a la actriz uno de los momentazos de su carrera. Te juro por lo más sagrado que casi todo el papel de Ofelia, pero ese momento en concreto me pareció un desperdicio porque de todos los sitios posibles, se eligió el más premeditado. Sabéis que el "Fausto" de Pandur me flipó. Pues en cierta medida me recordó a Marina salas y los cubos de agua. Con la diferencia de que los cubos de agua me estremecieron y me parecieron no sólo coherentes sino necesarios, eran la única forma de contar aquello. Pues el micro y el reguetón no. Aquí me pareció frívolo, premeditado y sonrojante. Sería mucho más rico y consecuente por ejemplo, haber trabajado más en el límite de la locura irracional. Una mente rota que piensa una cosa, siente otra y abre la boca y sale una tercera. Una mente equivocada y errática. Pero claro, esa sería MI decisión que no es ni mas ni menos que la que ha tomado Miguel del Arco. y está claro que el que dirige es él.



Estas decisiones se trasladan sin querer (o queriendo) a los actores y a su interpretación. Todos son grandísimos actores pero algunos de ellos, creo yo, están conducidos por terrenos pantanosos.   
José Luis Martínez está efectivo. Su enterrador, pese a ser una opción bizarra... lo resuelve bien. Osric también. Pero para mi gusto Polonio se queda en la superficie, en un amaneramiento "pelotil" gracioso y poco profundo. Y Polonio, como todos necesita alguna vuelta más. Si le pones la peluca, es Osric. Nada le define aparte del tono cómico. Cristóbal Suárez me parece un grandísimo actor, lleno de recursos y de saber. Pero Laertes no. Está amanerado y demasiado melodramático. No es que lleve el dramón dentro o la tragedia de la familia, no, lleva el melodrama y sus llantos resultan falsos y exagerados. Y Rosencratz no para, está revolucionado aunque funciona mejor porque el calado de este personaje es menor. Laertes es un bombón pero queda desaprovechado por buscar en él la tragedia que quizá debería estar más en su hermana. Ángela Cremonte durante toda la primera parte me parece que "dice" de una forma rara, antinatural, casi parece como si estuviera cantando. Acentúa las palabras de forma rara y a veces, da la sensación de que imitara a otra compañera suya. No me convence nada todo el arranque de esa Ofelia cantarina. Y cuando se enfrenta a la tragedia y al vacío y opta por la locura se desboca de tal forma que ya no cuenta con mi simpatía. Creo con el corazón en la mano y el alma partida que su escena de la locura es un desperdicio. El reguetón es inaudito y cuando luego la inmensa Ana Wagener nos narra su muerte, bien podría haber sido en un after en Loranca. Jorge Kent está fabuloso. Fabuloso Guildenstern y un Horacio sólido y abrazable. De lo mejorcito sobre el escenario. Poderío, sobriedad y peso específico. Daniel Freire está bastante desaforado. No es necesario poner esas caras de malo cuando es malo. Insinuar es más rico que evidenciar. Quizá bajando un pelín la intensidad ganaría en peso y en solidez. Y siento decir esto pero su lengua hay veces que le juega una mala pasada y acaba luchando contra un resto de acento que le hace tener ciertos problemas de dicción, o al menos, tener una dicción pastosa y espesa. Israel Elejalde nos da otro recital de cómo hacer de todo y hacerlo siempre bien. Aunque creo que el empezar desde tan arriba y ya desgarrado, llorando y rasgando su corazón en nuestros morros le hace estar quizá menos empático que otras veces y tener que moverse por el límite desde el minuto uno. Y si tienes por delante dos horas y tres cuartos... es complicado. Da unos saltos de emoción en emoción como si tal cosa y sale siempre bien parado. Este hombre es un prodigio de la interpretación y del revivir. 



Y Ana Wagener. La Wagener. La mejor actriz de su generación sin ninguna duda. Confieso incluso desde el amor que la primera parte de su interpretación, no me convenció. Entiendo que Gertrudis es una mujer en la flor de la vida y del goce y que a pesar de la muerte de su marido, decide vivir y gozar la vida. A partir de ahí, verá la puta realidad cuando su hijo le haga comprender la locura en la que está metida. Esa escena entre madre e hijo es, para mi gusto, la clave de la función. Ahí se juntan locura y razón, pecado y culpa, martirio y engaño. En ese momento Hamlet desnuda su alma casi por primera vez (monólogos aparte) y Gertrudis baja de su estado hiperactivo y descubre el marrón que tiene en todo lo alto. Su siguiente escena con Claudio es el momento del cambio. Ella ha visto la realidad que tiene ne su cama y poco a poco irá cambiando su sitio en esa familia. La Wagener para mi gusto está demasiado estridente en la primera parte, y aunque transmite perfectamente ese estado de placer despotorrado, quizá el tirar de agudos y de risas estridentes le resten el peso que aún en ese estado más frívolo necesita una reina. Una reina como Gertrudis, una madre que a fin de cuentas tiene al lado a un hijo que ha visto morir a su padre hace nada. 
Cuando al comienzo de este comentario hablaba de que me había gustado una escena y media, eran precisamente estos momentos. Desde la aparición de los retratos de los reyes hasta el final de esa escena y la siguiente con Claudio. Tuve la sensación de que en esas escenas, la Wagener de pronto echaba el freno, decidía dar tiempo al tiempo y crear una realidad en ese momento. cada palabra tenía eco, cada reacción de pronto era inesperada, era viva y era única. Ahí de pronto desapareció el público que tenía al lado, mi cuerpo se despegó de la butaca y voló hasta Elsinor. En esos minutos se creó vida y todo era único y real. Tempo, pausas, escuchar, oír, sentir, nacer, decir y provocar. Sólo por esos diez minutos de magia y de teatro vivo merece la pena haber nacido. Eso sólo lo hacen Israel, la Wagener y la mano de Miguel del Arco que ahí sí se puso donde a mí me mola. 

En definitiva, un espectáculo arriesgado. Del Arco ha querido, dentro de la sabiduría que le hace ser uno de los mejores directores de este país, jugársela. Arriesga en su apuesta y en sus opciones. Y como es el amo decide contar desde y como quiere. Conmigo no funcionó, no hubo magia entre lo que él propone y yo. No siempre pasa esto. Ojalá. Aún así, lo tienen todo vendido desde hace semanas Normal.                           




Otro día si eso os cuento mis dudas de que la traducción ideal de "question" sea "cuestión" en vez de "pregunta". Cosas mías.    

lunes, 23 de febrero de 2015

El Rei Lear. Teatre Lliure.

Cuando en mi coco se produce un bloqueo mental generalizado o cuando lo que quieres decir es tan inmenso que no sabes por dónde cojones meterle mano, lo mejor es dejarse de bobadas e ir a la esencia. A la raíz de todas nuestras cuitas. Y ahí surge una pregunta con una respuesta absurda y certera a la vez: ¿qué es lo mejor para enfrentarte a un texto? Comprenderlo. Pues eso. La mejor forma de enfrentarte a un textazo tan inmensamente mastodóntico como es el Lear es sencillamente comprenderlo. Así de sencillo. Si lo entiendes; si consigues traspasar todas las capas que subyacen debajo de cada frase, si de esa prospección intelectual, sensitiva y emocional a partes iguales sales vivo, tendrás la clave. Mira que me gusta a mí "McBeth", y por supuesto "Hamlet" es un obrón, pero "El rey Lear" ha aparecido ante mis ojos envuelto en una dimensión nueva para mí y tan dolorosa que creo que sería incapaz de volver a verlo.




No es mi objetivo desgranar la obra de Shakespeare, ni tengo capacidad para hacerlo. Sí la ha tenido y la tiene Lluís Pasqual, firmante y auténtico médium entre la mente y el alma de Shakespeare y el mundo terrenal. El texto es un monumento al dolor humano, a la crueldad, al amor desproporcionado e hiperbólico y a su lado oscuro, al mal que se puede llegar a hacer a quien más amas o el inmenso amor que se puede sentir por alguien que no está. La crueldad del amor, el dolor del alma, ese dolor que como el reúma, no consigues localizar en un punto concreto pero que no te deja vivir. No recuerdo un texto en el que el amor duela más y en el que el motor sea la ausencia dolorosa. Las ausencias son las que van marcando el discurrir de este pedazo de drama. La supuesta ausencia del amor de un hija, la supuesta ausencia de respeto hacia un hijo bastardo, la ausencia de amor hacia un padre, la ausencia del hijo, la ausencia del amor, el dolor atenazador y la ausencia de cura para la pérdida. Sólo desde el dolor más irreparable puede salir ese llanto ahogado, desgarrador, cavernoso y negro de pena negra de Lear cuando acaricia a su Cordelia muerta, cruelmente arrancada de la vida y de su vida. Ese gemido negro de la Espert, de Lear es el sonido más certero y desesperado que he oído en mi vida. Sólo puede sonar así el dolor desgarrado directamente del corazón de un ser humano. El amor es motor, pero la crueldad también habita en nuestro interior, y la frialdad es tan cruel como el odio. El orden cósmico se tambalea por el dolor, por el odio, por la ausencia y por el amor no correspondido. No hay en el mundo nada más trágico ni más doloroso. Esa tormenta es la que sacude el cuerpo y el espíritu de Lear y lo que le lleva a esa locura incluso... sanadora.




Todo esto no es que esté en el texto, que está, sino que está en lo que Lluís Pasqual nos pone ante los ojos. El sitio que elige Pasqual para contarnos esta historia es el más doliente, el puto epicentro del dolor. El puto epicentro de la ausencia. El puto epicentro de la crueldad cósmica. Justamente ahí habita su mirada y justamente ahí deposita tu alma para que te la pisoteen entre todos. Creo sinceramente que desde "El público", no había visto nada de la intensidad emocional que se rumia en este Lear. Pasqual es un puto genio y tiene montajes históricos, pero desde aquel Lorca... mejor dicho, desde aquel Federico, su visión y su sitio no habían vivido una intensidad y una certeza tan magistrales como en este Lear. Las capas que hay en este Lear son tan profundas y dolorosas como en aquel Federico. No es casualidad que los momentos tengan hasta semejanzas y ahí puede radicar ese dolor universal. Estaba en "El caballero de Olmedo", pero el romántico optimismo de entonces aquí se vuelve pus, se vuelve lágrima negra. Dice Lear: "si quieres llorar mis desventuras, toma mis ojos".  Pues eso es lo que parece haberle dicho Shakespeare a Pasqual al oído. 
Quizá no pase a la historia como ha pasado "El público", pero este "Lear" es tan obra maestra como aquella, el acierto de Pasqual es tan doloroso como aquel y la forma de tocar el cielo exactamente la misma. He visto el corazón y el alma de Pasqual en medio de la sala. Te lo aseguro. Y lloraba.   
Por supuesto, escenografía brillante, prodigiosa, mágica y brutal y unas luces de caerte de espaldas de precisas y preciosas. Las proyecciones son directamente celestiales y el espacio sonoro envolvente. Vestuario y caracterizaciones cojonudas, con esos colores reales, terrenales, terrosos, verde musgo, rojo barro... todo naturaleza, bosque, planeta y verdad.





Hablar del reparto actoral es como hablar de precisión, de maestría, de corazón y de coraje. Laura Conejero y Miriam Iscla están brutales, perras, asquerosas, hijas de puta y arpías solitarias y dolientes. Su bilis viene del desprecio, de la miseria y del abandono emocional. Su rabia es la ausencia. De bondad, de corazón, de generosidad y de amor. Brutales y salvajes. Andrea Ros es una Cordelia mágica, es un hada, la Cordelia perfecta en su sinceridad, en su rigidez y en su amor flotante. Divina y mágica. El Kent de Ramón Madaula es de libro, es para las escuelas, es para que sirva de ejemplo. Como el Edmund de David Selvas o el Edgard de Julio Manrique. Inmejorables, complejos, profundos, con el dolor sangrando por todos sus pliegues y dejando un rastro de sangre, de pena negra y de dolor mortal en cada palabra. Jordi Bosch lo tiene todo demostrado, pero lo que hace con su Gloster es histórico. Literalmente no se puede hacer y sentir mejor. Te agarra el corazón y te lleva sin que lo notes por la cuneta enfangada de un padre roto. Es tan frágil y tan desgarrador que es casi insoportable verle en escena. Magistral. Sin palabras. Como sin palabras te deja Teresa Lozano que hace un bufón de leyenda. Hijo directo del pastor bobo de Echanove. O quizá sea él mismo disfrazado de mujer. Otro entronque más con aquel Federico. La Lozano echa raíces en tu retina nada más aparecer y no se va de ahí. Divertida, sarcástica, hiriente, visionaria, despreocupada y madre, hermana y esposa. Un icono que debería pasar a la historia.




Y Nuria, la Espert. La inmensa, planetaria y sabia maga doña Nuria Espert. Nuria ES Lear. Ni hombre, ni mujer, ni postizo ni nada. Nuria ES Lear, es la esencia del padre, es la esencia del dolor, es la incertidumbre, es la crueldad también, es la injusticia, es la arrogancia, es el poderío, es un perro de raza y es un puñado de tierra. Sólo por la evolución de su personaje, por dónde y cómo se va llevando a su Lear, se merece un lugar en el firmamento junto a los dioses. La escena de la silla de ruedas, los duelos con sus hijas, ese final con Cordelia, el llanto, el caer, el escupir, el devolver y el tragar sangre se juntan en ella como si fuera lo más normal del mundo. El inmenso carisma de Nuria se junta con un trabajo que yo juraría que a ella le tiene que dejar huella, y nos regala un Lear tan histórico como el de Laurence Olivier. Sí, señores, sí. No hay nadie sobre los escenarios tan capaz de hacer y sentir con esa maestría como la Espert. Descomunal. Y mi mente me trae la imagen de Alfredo Alcón. Esto sí que no sé por qué, neura mía. Pero el círculo de dolor, de amor sin vuelta, de entrega sin límite y de espera sangrante me inunda otra vez. Aunque yo llore por lo mío.           

PD: "los viejos hemos vivido tanto...que los que vienen detrás no vivirán tantas cosas ni vivirán más tiempo. Es el momento de decir con voz alta y clara el nombre de nuestro orgullo, de nuestro dolor y de nuestra rabia". El resto... es silencio.  


    

domingo, 2 de noviembre de 2014

MBIG (III) La pensión de las pulgas.





El texto me lo conozco casi al dedillo. He visto miles de millones de versiones de McBeth en todos los formatos habidos y por haber. Incluso esta versión la había visto ya otras dos o tres veces, ya ni recuerdo. Pero lo de esta matinal ha superado toda mi capacidad emocional, que por cierto, es ingente, y he visto desbordado mi interior como pocas veces antes en mi puta vida. Ya sé que he escrito antes dos veces sobre este montaje, pero cada vez que lo he visto ha sido un terremoto emocional nuevo, así que voy a por la tercera. Podría esperar a mañana o a que reposara el sentimiento, pero es como cuando te despiertas y has tenido un sueño de esos que te han hecho llorar, o retorcerte, o gozar y tienes tentaciones de escribirla para que no se te olvide. O lo escribo ahora o callo para siempre y yo callao, no puedo estar.
También he tenido la tentación de leer lo que escribí en su momento pero prefiero no hacerlo. No quiero usar recursos de otras veces, aunque si coinciden, será que son así. 
Mira, me lo he pensado mejor y creo que no voy a hacer un repaso al uso de cada elemento de la función. En esta ocasión seré más raro que nunca y lo voy a definir con sensaciones. 
Al minuto y medio de empezar la función he notado un calambrazo. No estaba sentado encima del enchufe, no, era que la tensión y la electricidad que automáticamente se había creado en esa habitación era tan mágica que había cobrado vida. Era como los rayos esos de las pelis de ciencia ficción, o como los relámpagos de una tormentaza en medio del campo. Era algo casi físico que se podía ver. José Olmo le da un talante y un poderío a su Duncan que lo hace carnal y real. Andres Gertrudix es el Banquo perfecto. Sutil, malo, envidioso, buen amigo y peor enemigo. El Ross de Javier Mejía es un recital de recursos minúsculos. Imposible decir más con tan poco. Asombroso. Jorge Suquet es un McDuff antológico. Hace lo mas difícil que puede hacer un actor; escuchar cómo te cuentan que han matado a tu mujer y a tus hijos y aguantar, tragarse todo el hedor que le sale y que tú notas y luchar porque no se vea. Y luchar y luchar hasta que la lágrima se escapa sin tú quererlo. Es lágrima traicionera que Jorge ha luchado por que no se le escape y se le cae sin querer, cuando ya no lo puede evitar. Sólo por ese momento... se merece el cielo. Lo de Javier Ruiz de Somavía es... no sé... como que despierta la envidia más sucia y saca todo mi veneno. No se puede ser más guapo, estar más buenorro, tener una dicción más precisa y unos matices más preciosos. ¡¡¡Y encima parece que ese es su estado natural!!! Te odio, Javier, porque lo tienes todo y yo me pongo malo, jajajja. Tener a diez centímetros a Maribel Luis ya Pilar Matas es retroceder en el tiempo y volver a cuando tenía 6 años (yo, claro) y nos llevaban al pueblo y llegábamos a casa de mi tía Basi. Yo me cagaba vivo. Tenía ese pelo, vestía igual (los domingo sólo, claro), ponía las manitas igual que estas dos malas perras. y yo me iba por las patas. No sabía si me daba más miedo que me diera un beso o que no me lo diera. Ellas son así, son sapos, rata, víbora, murciélago, mi tía Basi, barro, mierda, pedo, odio, luz y ese color verde de mi tía que me helaba y me hiela la sangre. Raquel Pérez es la diosa del teatro y la sabiduría hecha mujerona. Se las sabe todas y ha conseguido hacer tan suyos esos monólogos fríos sobre le mundo empresarial, que la peña se partía el culo con ella. Y te canta, y te deja helado cuando te llora, y grita  y tu cuerpo quiere dejar este mundo.
Rocío Muñoz-Cobo es una burra de tres pares de cojones. Es una madrastra de Blancanieves, es la femme fatal que habla por el coño y domina en la cama. La perra más perra que te puedas imaginar. y se planta unos monólogos acojonantes demostrando una maestría de grandísima actriz que te ponen la sangre a mil. Hace algo que es lo más difícil en un monólogo y es tener claros y distinguir los focos a los que les habla en cada momento. Un monólogo no es hablar en voz alta. Es dirigir tu texto a distintos objetivos y ella los tiene clarísimos. Por eso está concreta certera, bestial y perra. Absolutamente perfecta y cada día más diosa. Bella como una madrugada y mujer tierra. La naturaleza en una cama redonda.             
Y Fran Boira. Creo a estas alturas que he dicho todo lo que se puede decir de este hombre. Es un niño grande que sufre y se empalma con las palabras "poder" y "cobarde". Hace un todo con el llanto, el sufrimiento y la risa. Ríe cuando sufre y cuanto más sufre, más ríe. Y si en otras ocasiones parecía que lo daba todo e incluso que había empeñado su propia estabilidad emocional para prestársela al personaje, hoy he visto incluso un paso más allá. Hoy no he visto a Fran Boira interpretando ni viviendo ese McBeth. Hoy directamente he visto y he sentido a McBeth. No había un actor interpretando, hoy teníamos delante, como en una sesión de espiritismo, al auténtico McBeth. Te juro por Mahler que Fran Boira estaba poseído. En varias ocasiones me ha mirado. Mejor dicho, ha dirigido su mirada hacia mí y la ha clavado en mi espíritu. Pero yo no veía a Fran Boira, no me miraba Fran Boira, me miraba un ser indefenso atrapado en el cuerpo sufriente de McBeth. Sólo sé que a la salida no he sido capaz de esperar a que saliera para felicitarle. No tengo valor para mirarle a la cara. me habría resquebrajado. 
Supongo que no he sido capaz de transmitir lo que ha ocurrido hoy en la calle Huertas. Pero es que es imposible describir un amanecer, o la sonrisa de la persona amada, o un recuerdo doloroso, o la belleza de la sinceridad, o el escalofrío de un orgasmo por amor. Hay momentos, experiencias y sensaciones que sólo se viven y las palabras no alcanzan a describirlas. En mi vida ha habido cuatro o cinco momentos de los que recuerdas para siempre. Cuando noté que mi amor era para siempre, cuando murió mi padre, cuando noté que mi amiga Esmeralda lo sería para toda la vida, cuando supe que Lluís iría siempre conmigo y esta tarde. No paro de llorar, pero no de pena, sino de sensaciones. Me avasallan. Eso nunca os lo podré agradecer lo suficiente. Me habéis dejado traspasado, herido, desgarrado. ¡Cabrones!

O será que estoy muy mayor. 

El resto, es silencio.  

domingo, 7 de septiembre de 2014

Otelo. Bellas Artes.

Mira que soy partidario de meter tijera con Shakespeare. Vamos, que no me parece ningún sacrilegio talar y cargarte esas escenas que escribía entre soldados, o mesoneros, todo eso que estaba de relleno y como para dar trabajo a todos los actores de la compañía. Pero claro, entre podar un poco un Shakespeare y dejarlo en una cosa acelerada, borrando la mitad del proceso que lleva a Otelo del amor más brutal al más brutal asesinato de su amada es muy distinto. 
Creo así, para empezar, que Yolanda Pallín no ha acertado con su versión. Ha dejado la estructura tan escasa, que no se justifica el cambio de Otelo ni su decisión de matar a la pobre Desdémona y el hombre acaba pareciendo un chinado al que le da un brote un día. La terrorífica manipulación de Yago queda reducida a dos o tres momentos que no justifican para nada la decisión del moro. 
La escenografía es pobretona y obliga a los pobre actores a dar vueltas y a intentar justificar entradas y salidas de una forma cruel. Bajan de vez en cuando al patio de butacas no se sabe muy bien ni por qué ni a qué. La dirección en general es errática, sin un punto de vista claro y permitiendo que los actores vaguen cada uno en un tono distinto. 



Los actores... digamos que campan un poco a sus anchas llenos de tics, recursos fáciles, gestos exagerados, expresiones faciales... curiosas y rimel para dar y tomar. Y el momento de la muerte de la pobre mujer... sonrojante.
En definitiva, versión pobre y no muy acertada, dirección errática y reparto más errático todavía y campando a sus anchas en un montaje que desde luego no pasará a la historia de las adaptaciones de Shakespeare.

viernes, 20 de junio de 2014

MBIG. La pensión de las pulgas (II)

Que un espectáculo teatral es algo único y vivo está claro. Que no hay dos funciones iguales también. Que le teatro, como la energía y la pena (¿verdad, Fany?) se transforman es también algo sabido. Y para muestra, un MBIG. 
Yo lo vi nacer y entonces la fiera, el monstruo escrito por Shakespeare y adaptado y dirigido por el gurú Martret era una bestia parda. Una explosión de energías desbocadas. No digo que fueran descontroladas, ni mucho menos, pero sí que tenía muchas aristas en su propia concepción. O quizá era por la conjunción de torrentes. Ahora todo está pulido, el diamante se ha pulido, las aristas son ahora formas suaves, compactas y la fiera se ha domado aunque es más peligrosa aún que antes. 
No voy a leer lo que escribí en su momento y es posible que me repita en muchas cosas. Me la pela. También os digo que si queréis leer lo que escribí en diciembre... guay. Pero aquel era un montaje y este es otro. 



Todos los elementos que forman parte de un espectáculo están en este utilizados y concebidos como si fueran personajes. La luz es la mejor que se ha visto en La pensión de las pulgas. Bolsos, soperas, rincones, la luz sale, surge, entra, mancha, ilumina, atrae, tiene vida propia. El vestuario es divino, precioso, sensual y personal. La paleta de colores va del verde bruja mala al negro femme fatal pasando por el blanco inocencia. Colores, formas y patrones con personalidad. 
Martret se sobra dirigiendo este milagro. Toma a Shakespeare por banda, y demostrando un respeto y una admiración tremendos por el texto, intercala un personaje, Camelia, que convierte las luchas de poder en metáforas de la productividad y eficiencia de una mega empresa internacional. Adaptación respetuosa y brillante. Y una dirección medida en cuanto a ritmos, desaforada en cuanto a pasiones y magistral por lo compacta. Y está contada desde el mejor sitio posible. Yo confieso mi absoluta debilidad por McBeth y esta versión es justamente la que yo habría hecho. Para mi gusto está contada desde el sitio y de la forma perfectas. ¿Y ese juego de miradas? En cada escena de grupo, o en cuanto hay al menos tres personajes en escena, las miradas entre los personajes, hablen o no hablen son como una batalla de espadas láser de "La Guerra de las galaxias". Son miradas mortales, llenas, potentes. Siempre hay miradas entre ellos, fulminantes, llenas de texto, llenas de reacción, llenas de verdad.  Como una bella coreografía que es casi como otra obra dentro de la obra.



 
Pilar Matas y Maribel Luis son las brujas. Vestidas, peinadas y con hechuras de malas pero malas perras malas. Yo no sé si son como esa tía que me tenía acojonao de pequeño, o como esa vecina mala que te da el punto de que cualquier día te envenena al perro.  Son más malas que un dolor, y con esa luz y esas miradas y esos estertores... te dan un yuyu que te cagas y son uno de los platos fuertes de la función. Grandes las dos. 
Daniel Pérez Prada es un Banquo multifacetas. Tiene una ristra de matices que hacen de su Banquo un amigo, un cómplice, un verdugo, una víctima, un ser vivo. Hasta cuando está muerto está vivo. Flipante.
Javier Mejía es un Ross elegante, caballero, con la fuerza del susurro y el estremecimiento del actor que sabe escuchar. Pepe Ocio es McDuff. Y reconozco que aunque su arranque me pareció... frío, va de menos a más, tiene una progresión brutal y termina recibiendo la noticia del destino de su señora y sus hijos con una verdad, que se te eriza el total. Francisco Olmo tiene la solvencia y el poderío de un actor de raza. Y Manuel Castillo es el que más ha crecido. Está mucho más terrenal, ha crecido como actor mucho, ha ganado confianza, cree más en lo que hace y lo transmite. Sobresaliente su esfuerzo.   



Raquel Pérez. ¿Qué se puede decir estas alturas de esta mujer? Habla, se mueve, te convence, canta, seduce, entra, sale, llora, va y viene y te lleva con ella a donde se le antoja. Tiene ese imán único que hace que cuando ella está en escena, no quieras perderla de vista. Te interesa todo lo que hace, todas su reacciones. Y qué quieres que te diga, pero una persona que es capaz de hacerme llorar con un monólogo sobre "el índice de probabilidad de error"... es mu fuerte, ¿no?
Y luego Rocío Muñoz-Cobo. Sí, es Liz Taylor, es Ava, es María Asquerino, es carne, es vida, es sangre, es incitadora, es perra, es mala, es enferma, es femme fatal, es niña, es veneno, es cobarde, es audaz, es todo lo chungo. Ha creado un personaje enfermo, enfermizo y enfermante que es un prodigio de verdad. Y además hace un trabajo vocal acojonante. Saca unos graves y una voz de ultratumba que combinada con esos ojos, con esa mirada infernal, con esa raza de perra cachonda, húmeda, llena de bilis, de podredumbre, de ambición, de coño y de tierra, hace de su Lady un bicho podrido desde las raíces. Por cierto, la escena del sonambulismo... una lección. 




Y Fran Boira. No sé ni qué decir de Fran Boira. Creo de corazón que hace una de las composiciones más complejas, completas e intensas del año. O de muchos años. Es como un niño que de pronto se ve metido en una espiral que le supera, pero de la que no puede escapar. Su motor no es el odio, ni la venganza, y si me apuras casi ni la ambición. Es una mezcla de destino fatal con una erección constante cuando oye la palabra "cobarde", un amor desmesurado por la perra, un sentimiento de culpa mal digerido y un masoquismo que le lleva a reír cuando más sufre y a sufrir cuando más ríe. Un desquicie emocional que el mago Fran Boira lleva con una naturalidad inexplicable. Ese abismo emocional es durísimo para un actor, y Fran lo lleva como si fuera su propia piel, dando una vida, una naturalidad a esa putrefacción que no tiene palabras en este mundo para definirlo. Y el mogollón de escenas que tiene con Rocío son puros recitales. Hace poco dije que son los Lawrence Olivier y Vivien Leigh españoles. No exageraba. Pero es que aquí el nivel de electricidad es tan brutal que son hasta Liz Taylor y Richard Burton en, o Bette Davis y Joan Crawford. Una pareja perfecta y químicamente salvajes. Ambos dos deberían estar en todos y cada uno de los repartos del mundo mundial. Son dos seres capaces de hacer lo que les salga del pepo. Gigantescos. Bestiales. Únicos.  

Simplemente voy a insistir en una cosa. Si hay alguien que no lo haya visto, por dios, que lo vea. Pero ya. Fenómenos así se dan pocos el tol año. Yo os juro que he sentido como si me hubieran hipnotizado al entrar y me hubieran despertado al salir. Ha sido un viaje de tripi. Un paréntesis en la vida. Uno de esos momentos, como una puesta de sol, o un beso, o el recuerdo de alguien querido, o un abrazo bien dao, que hacen que la vida sea más bonita y el mundo un lugar más hermoso.     

jueves, 5 de junio de 2014

Los Mácbez. María Guerrero.

Dice el programita de mano: "es muy interesante que la Escocia medieval encaje tan bien en la Galicia de la actualidad". Bueno, pues será porque ellos lo dicen, porque para mi gusto, encaja tan mal como la pobre Carmen Machi en este... desatino (intentaré ser fino y educado) o como encajaría Belén Esteban haciendo de Julieta. 
Todo en este... desatino es gratuito. Veamos, revisar a los clásicos está bien y podría ser productivo siempre que uno quiera dar una visión original, distinta o aportar algo a la historia del teatro. Si trasladas un textazo como "McBeth" a un contexto como este, y lo que haces es que algunos de los personajes hablen con acento galego (sólo algunos, no sé por qué) y que esto parezca más el "Mortadelo y Filemón" de Javier Fesser que el textazo de Shakespeare... estamos apañaos. 



El texto, quiero decir, al adaptación de Cavestany consiste en cambiar algún nombre, meter refrán tras refrán en galego y meter alguna morcilla en plan "los percebes estaban malos". Poco más. Se ha adentrado hacha en mano en el textazo de Shakespeare pero se dejó fuera el ingenio. Lástima, igual para otra... Ah, por cierto, si se supone que son galegos los verbos deberían ser todos distintos. Nada de "le han nombrado presidente", sino "le nombraron presidente". Así hablan en Galicia. 
Escenografía  demasiado parecida al McBeth del Real del año pasado. Además no sé pa qué montan ese espacio si luego todo se lo traen a la corbata. Dirección estridente, movimientos pretendidamente caricaturescos y personajes estridentes y vacíos. Desde luego que Lima para mi gusto no acierta desde... ni recuerdo. 



Y los actores... la pobre Machi tira de recursos para sacar adelante sus monólogos y que parezca que pone enjundia donde pone oficio. Y encima a la pobre le han recortado su escena del sonambulismo hasta la mínima expresión. Una penita. Javier Gutiérrez moquea, escupe (demasiado, mucho, todo el tiempo) y grita para dar cuerpo a lo que solo es vacío. El resto se reparten entre lo inenarrable, lo inaudito, lo increíble, lo vengonzoso y lo desatinado. Y ya lo de esas brujas como medio inspiradas también en las brujas del "Sleep no more" de los Punchdrunk... aquí resultan ridículas y vergonzantes.
Cada uno sabe lo que hace con su dinero, pero yo no puedo aconsejar que se gasten la pasta en ver este desatino. Una pena destrozar así a Shakespeare y malgastar el buen hacer de Javier Gutiérrez y de la Machi para hacer esto. Claro que algo que empieza con una señora cantando "lo feo es bello, lo bello es feo,  arriba es abajo, abajo es arriba" y cosas de ese porte...

sábado, 31 de mayo de 2014

Como gustéis. Valle Inclán.

Yo es que le tengo un cariño especial a esta función. Los interesados saben por qué. Y Roberto Enríquez también.  Así que iba a verla realmente con muchas ganazas.
No conocía de nada al director, Marco Carniti, la verdad. Reconozco que sacar adelante un Shakespeare no demasiado conocido y larrrrrrgo como dos días sin pan es arduo. Lo saca con solvencia. Eso si hablamos de lo que es el texto tal cual, porque personalmente opino que los números musicales directamente sobran, se los podían haber evitado y nos los podían haber evitado. Musicalmente son aburridas, no aportan nada a la historia de la música y sólo ralentizan una acción que en Shakespeare ya está de por sí lastrada por esas escenas de relleno muchas veces vacías. En el descanso (en el que hubo desbandada generalizada) la mayoría de la gente decía lo mismo: "si quitaran las canciones, mucho mejor". Pues sí, las canciones fuera. Además, muchos de los actores no tienen una dotes para la música nada destacables. Alguno incluso consiguió cantar su tema desafinando todas y cada una de las notas. Un desastre. Los que actuaban bien, cantaban regu o directamente mal y los que cantaban bien eran justitos como actores. Aparte, por supuesto, Verónica Ronda, que ella sí era fabulosa. Un portento vocalmenete y de presencia escénica. Bestial. 

  

Pero seamos positivos. Canciones aparte el montaje en sí está bien, todo está montado con buen ritmo y el tono jocoso del texto está ahí. Quitando las canciones, el montaje en sí de la obra de Shakespeare está bien, es correcto. Para mi gusto Iván Hermes está soberbio y Beatriz Argüello está increíble. Tenía ganas de ver en vivo a Iván Hermes y reconozco que es un gran actor con un manojo de recursos y de armas de grannnnn actor, aunque me da que en comedia le falta saber reírse de sí mismo un pelín más. Ya es un grandísimo actor, pero en unos años va a ser una bestia de los escenarios. Beatriz Argüello ya lo es. Es apabullante cómo alguien hace todo perfecto desde la primera a la última sílaba que sale por su boca. Fabulosa física y vocalmente. Y a nivel de energía, es una apisonadora. Si estaba genial en "Noche de reyes" y te la comías en esa joyita que era "Kafka enamorado", aquí se lleva por delante la función. Gracias a ella todo cobra sentido. El resto está desigual.



El grandísimo Roberto Enríquez está para mi gusto desaprovechado, además de estar el pobre tocado de la garganta. Eso me parecía al menos, y eso lastró un poco tanto su energía, como su poder de comunicación con el público (que siempre es mágico) e incluso le fastidió en sus canciones.
Pues lo dicho, que la función como tal, lo que es el texto de Shakespeare está bien, bien montado y bien dirigido. Así, sin mayores pasiones. Los actores, Iván y Beatriz fabulosos, Roberto, grande, el resto, desigual moviéndose entre lo correcto y lo asombroso (para mal, claro). Y Verónica Ronda que está en otro plano. Bestial. Un fenómeno de la naturaleza. Lástima que no se pueda separar el texto de la parte musical, que esa sí que es un desastre total. Una pena, porque este espectáculo lo dejas en 2 horas en lugar de las casi tres que dura (descanso aparte) y la gente saldría mucho más contenta.         

martes, 10 de diciembre de 2013

Enrique V. Noël Coward Theatre.

Pues sí, hijos míos, lo que os cuento. ¡Un Shakespeare, en Londres y con Jude Law! Si encima está bien... pues te cagas, claro. Y está bien. Así, simplemente. Vamos, que si tenéis pensado ir un día de estos por Londres y os da morbo lo de ver a una star así en vivo, pues vale, pero igual no es como para sacarse un billete ya mismo. 
Me explico. No todo Shakespeare me gusta. O al menos para mi gusto no todas sus obras son obras maestras. Los reyes por ejemplo no me parecen todos de sus mejores obras. Ni mucho menos. Y Enrique V no es, para mi gusto, de los mejores textos del amigo William.Tiene como siempre, varios monólogos muy buenos, una escena prodigiosa, y varias de relleno puro y duro. Pero claro, por algo los ingleses son expertos en Shakespeare. Porque qué bien lo hacen, los jodíos.



Una escenografía ingeniosa y que sirve, con sus paneles movedizos, tanto para simular la corte como el campo de batalla. Esto acompañado de unas luces fabulosas, te dan en cada momento una sensación y un ambiente distinto. Siempre el preciso. Un gustazo.
La dirección no es que sea nada del otro mundo. Bien resueltas las escenas de batallas aunque todo un poco precipitado y como superficial. 
Dicen las malas lenguas, que en las escuelas de teatro inglesas, uno de los principales ejercicios es dar sentido al texto pero sin mover un sólo músculo. Se plantan en medio del escenario y tienen que llegar a conmover y a dar todo el sentido que tiene cada palabra pero sin moverse, sin acentuar, sin marcar y sin ilustrar nada con un gesto. Claro, así hablan como hablan. Y eso es exactamente lo que hacen en este Enrique V. Prácticamente salen, se colocan todos muy bien colocaditos para que nadie tape a nadie y hablan. Se mueven poco, pero ¡cómo hablan! Y el caso es que funciona. Hay movimiento y ajetreo casi exclusivamente en las escenas de acción, durante el resto, es moverse poco y soltar por esa boquita. Claro, te cagas vivo. Y todos los actores y las dos actrices están absolutamente fascinantes y maravillosos. Pa comértelos a todos uno a uno. Pero también te digo que la función te deja un regustillo como de "bueno, vale, pero vamos, tampoco es que...". Nosotros es que aprovechamos el puente para ver varias cosas, así que, claro , nos cundió. Pero este Enrique V, por mucho Jude Law, tampoco es como para pillar un avión corriendo y no perdértelo. Claro que si vas a ver a los PunchDrunk, por ejemplo, ya tienes la excusa para disfrutar de un Shakespeare hecho en casa. 



Boira, si vas, mejor que sea por los PunchDrunk, aunque aproveches luego para ver a Jude (juasjuas, qué petardo me ha quedado)