lunes, 23 de febrero de 2015

El Rei Lear. Teatre Lliure.

Cuando en mi coco se produce un bloqueo mental generalizado o cuando lo que quieres decir es tan inmenso que no sabes por dónde cojones meterle mano, lo mejor es dejarse de bobadas e ir a la esencia. A la raíz de todas nuestras cuitas. Y ahí surge una pregunta con una respuesta absurda y certera a la vez: ¿qué es lo mejor para enfrentarte a un texto? Comprenderlo. Pues eso. La mejor forma de enfrentarte a un textazo tan inmensamente mastodóntico como es el Lear es sencillamente comprenderlo. Así de sencillo. Si lo entiendes; si consigues traspasar todas las capas que subyacen debajo de cada frase, si de esa prospección intelectual, sensitiva y emocional a partes iguales sales vivo, tendrás la clave. Mira que me gusta a mí "McBeth", y por supuesto "Hamlet" es un obrón, pero "El rey Lear" ha aparecido ante mis ojos envuelto en una dimensión nueva para mí y tan dolorosa que creo que sería incapaz de volver a verlo.




No es mi objetivo desgranar la obra de Shakespeare, ni tengo capacidad para hacerlo. Sí la ha tenido y la tiene Lluís Pasqual, firmante y auténtico médium entre la mente y el alma de Shakespeare y el mundo terrenal. El texto es un monumento al dolor humano, a la crueldad, al amor desproporcionado e hiperbólico y a su lado oscuro, al mal que se puede llegar a hacer a quien más amas o el inmenso amor que se puede sentir por alguien que no está. La crueldad del amor, el dolor del alma, ese dolor que como el reúma, no consigues localizar en un punto concreto pero que no te deja vivir. No recuerdo un texto en el que el amor duela más y en el que el motor sea la ausencia dolorosa. Las ausencias son las que van marcando el discurrir de este pedazo de drama. La supuesta ausencia del amor de un hija, la supuesta ausencia de respeto hacia un hijo bastardo, la ausencia de amor hacia un padre, la ausencia del hijo, la ausencia del amor, el dolor atenazador y la ausencia de cura para la pérdida. Sólo desde el dolor más irreparable puede salir ese llanto ahogado, desgarrador, cavernoso y negro de pena negra de Lear cuando acaricia a su Cordelia muerta, cruelmente arrancada de la vida y de su vida. Ese gemido negro de la Espert, de Lear es el sonido más certero y desesperado que he oído en mi vida. Sólo puede sonar así el dolor desgarrado directamente del corazón de un ser humano. El amor es motor, pero la crueldad también habita en nuestro interior, y la frialdad es tan cruel como el odio. El orden cósmico se tambalea por el dolor, por el odio, por la ausencia y por el amor no correspondido. No hay en el mundo nada más trágico ni más doloroso. Esa tormenta es la que sacude el cuerpo y el espíritu de Lear y lo que le lleva a esa locura incluso... sanadora.




Todo esto no es que esté en el texto, que está, sino que está en lo que Lluís Pasqual nos pone ante los ojos. El sitio que elige Pasqual para contarnos esta historia es el más doliente, el puto epicentro del dolor. El puto epicentro de la ausencia. El puto epicentro de la crueldad cósmica. Justamente ahí habita su mirada y justamente ahí deposita tu alma para que te la pisoteen entre todos. Creo sinceramente que desde "El público", no había visto nada de la intensidad emocional que se rumia en este Lear. Pasqual es un puto genio y tiene montajes históricos, pero desde aquel Lorca... mejor dicho, desde aquel Federico, su visión y su sitio no habían vivido una intensidad y una certeza tan magistrales como en este Lear. Las capas que hay en este Lear son tan profundas y dolorosas como en aquel Federico. No es casualidad que los momentos tengan hasta semejanzas y ahí puede radicar ese dolor universal. Estaba en "El caballero de Olmedo", pero el romántico optimismo de entonces aquí se vuelve pus, se vuelve lágrima negra. Dice Lear: "si quieres llorar mis desventuras, toma mis ojos".  Pues eso es lo que parece haberle dicho Shakespeare a Pasqual al oído. 
Quizá no pase a la historia como ha pasado "El público", pero este "Lear" es tan obra maestra como aquella, el acierto de Pasqual es tan doloroso como aquel y la forma de tocar el cielo exactamente la misma. He visto el corazón y el alma de Pasqual en medio de la sala. Te lo aseguro. Y lloraba.   
Por supuesto, escenografía brillante, prodigiosa, mágica y brutal y unas luces de caerte de espaldas de precisas y preciosas. Las proyecciones son directamente celestiales y el espacio sonoro envolvente. Vestuario y caracterizaciones cojonudas, con esos colores reales, terrenales, terrosos, verde musgo, rojo barro... todo naturaleza, bosque, planeta y verdad.





Hablar del reparto actoral es como hablar de precisión, de maestría, de corazón y de coraje. Laura Conejero y Miriam Iscla están brutales, perras, asquerosas, hijas de puta y arpías solitarias y dolientes. Su bilis viene del desprecio, de la miseria y del abandono emocional. Su rabia es la ausencia. De bondad, de corazón, de generosidad y de amor. Brutales y salvajes. Andrea Ros es una Cordelia mágica, es un hada, la Cordelia perfecta en su sinceridad, en su rigidez y en su amor flotante. Divina y mágica. El Kent de Ramón Madaula es de libro, es para las escuelas, es para que sirva de ejemplo. Como el Edmund de David Selvas o el Edgard de Julio Manrique. Inmejorables, complejos, profundos, con el dolor sangrando por todos sus pliegues y dejando un rastro de sangre, de pena negra y de dolor mortal en cada palabra. Jordi Bosch lo tiene todo demostrado, pero lo que hace con su Gloster es histórico. Literalmente no se puede hacer y sentir mejor. Te agarra el corazón y te lleva sin que lo notes por la cuneta enfangada de un padre roto. Es tan frágil y tan desgarrador que es casi insoportable verle en escena. Magistral. Sin palabras. Como sin palabras te deja Teresa Lozano que hace un bufón de leyenda. Hijo directo del pastor bobo de Echanove. O quizá sea él mismo disfrazado de mujer. Otro entronque más con aquel Federico. La Lozano echa raíces en tu retina nada más aparecer y no se va de ahí. Divertida, sarcástica, hiriente, visionaria, despreocupada y madre, hermana y esposa. Un icono que debería pasar a la historia.




Y Nuria, la Espert. La inmensa, planetaria y sabia maga doña Nuria Espert. Nuria ES Lear. Ni hombre, ni mujer, ni postizo ni nada. Nuria ES Lear, es la esencia del padre, es la esencia del dolor, es la incertidumbre, es la crueldad también, es la injusticia, es la arrogancia, es el poderío, es un perro de raza y es un puñado de tierra. Sólo por la evolución de su personaje, por dónde y cómo se va llevando a su Lear, se merece un lugar en el firmamento junto a los dioses. La escena de la silla de ruedas, los duelos con sus hijas, ese final con Cordelia, el llanto, el caer, el escupir, el devolver y el tragar sangre se juntan en ella como si fuera lo más normal del mundo. El inmenso carisma de Nuria se junta con un trabajo que yo juraría que a ella le tiene que dejar huella, y nos regala un Lear tan histórico como el de Laurence Olivier. Sí, señores, sí. No hay nadie sobre los escenarios tan capaz de hacer y sentir con esa maestría como la Espert. Descomunal. Y mi mente me trae la imagen de Alfredo Alcón. Esto sí que no sé por qué, neura mía. Pero el círculo de dolor, de amor sin vuelta, de entrega sin límite y de espera sangrante me inunda otra vez. Aunque yo llore por lo mío.           

PD: "los viejos hemos vivido tanto...que los que vienen detrás no vivirán tantas cosas ni vivirán más tiempo. Es el momento de decir con voz alta y clara el nombre de nuestro orgullo, de nuestro dolor y de nuestra rabia". El resto... es silencio.  


    

4 comentarios:

  1. Genial crítica desde las tripas, como siempre, David. Enhorabuena, amigo.

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  2. Muchísimas gracias, de corazón, maestra. Sólo espero contagiar a alguien las ganas de querer descubrir estos espectáculos que me impactan. Seguiré con mi empeño. Besos!!

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  3. Espero no ser extemporáneo con este comentario, aunque las letras escritas por ti David García Vázquez, serán eternas y por tanto valiosas en todo momento y eso es lo importante. Me has conmovido. He vivido profundamente lo narrado, como si hubiera estado en la platea. A lo mejor algunos estuvieron y no se dieron cuenta, pero yo he sido bendecido por tu narrativa, que me ha permitido sentir, vivir y morir con el "El rey Lear”. ¡Que grande! Un abrazo.

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    1. Muchísimas gracias por esas bellas palabras. Pero debo decirte que cualquier mérito es único y exclusivo de Lluís Pasqual y de los actores, técnicos y responables de este montaje que debería pasar a la historia. Yo me limito a intentar trasladar lo que ellos hacen a estas letras para que el que no lo haya visto sepa lo que se pierde. Gracias de nuevo y un aplauso para todos ellos.

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