lunes, 8 de diciembre de 2014

Fausto. Valle Inclán.

Voy a partir de dos conceptos distintos y complementarios para escribir esta crónica. Yo soy así, escribo y planteo lo que me viene a la mente, siguiendo el impulso visceral de mi cerebro (toma paradoja). 
Para mí el teatro es comunicación. El director de escena platea una trabajo con el que quiere contar una historia y transmitir una aventura emocional en la que los protagonistas sufren una evolución desde el lugar (emocional) en el que empiezan al lugar en el que terminan. El objetivo del director es que yo como espectador, lo entienda o entienda algo que me haga sentir, me cambie y no sea el mismo que cuando entré. Yo puedo entender algo que no sea lo que el director se ha propuesto o puedo entender justamente lo que él pretendía. En ese caso más que comunicación se produce una comunión de espíritus y tu corazón vuela. Otra cosa, claro, es que lo que tú recibas como espectador te la pele, que puede que te la pele. El otro día, por ejemplo, estuve viendo las tribulaciones de un yupi burgués que sufría mogollón. El actor estaba realmente inconmensurable, peeeeero no se produjo esa comunicación conmigo. Sin embargo me enloquecen las pajas mentales del albañil que levanta las casas de ese yupi, me enloquece el "Constructivo" de mi héroe Ernesto Collado. Me enloquece el mundo elegido de los habitantes del microcosmos de "Los brillantes empeños" y me enloquece que de pronto griten: "coño, ahora ya lo entiendo" o que oigan un coro que sólo oigo yo. Hay actos de comunicación que llegan y otros que no llegan. El teatro es comunicación. Y el "Fausto" que nos ha regalado Tomaz Pandur ha conectado conmigo. 




El otro concepto es "dramaturgia". Según la RAE: "concepción escénica para la representación de un texto dramático". Como "concepción escénica" yo entiendo todo tipo de elementos escénicos habidos y por haber, desde la adaptación de un texto, al último foco o al color del material del suelo. Como "concepción escénica", el "Fausto" que nos ha regalado Tomaz Pandur me parece prodigiosa. 
Me da a mí que el texto de Goethe es como el "Ulises" de Joyce, que todo el mundo se lo ha leído varias veces y se lo conoce tan, tan, tan bien que es capaz de distinguir una buena de una mala adaptación. Vamos a ver, es una adaptación, está anunciado como tal y no es otra cosa. Pandur ha cogido el texto original lo ha recortado, ha quitado, ha añadido unas "acotaciones" para que los propios personajes sitúen según qué cosas y según qué acciones y relaciones y ha convertido la gigantesca obra original en un texto que llevado al escenario se traduce (no reduce sino traduce) a dos horas y cuarenta minutos. No se trastoca el argumento, sigue pasando lo mismo que el la obra original, aunque Pandur varía la naturaleza y la relación de varios personajes. Convierte a Mefistófeles en una familia a medio camino entre un campo de concentración y una familia gitana con el jefe del clan en cabeza.
Pero a lo que voy, que me lío, coño. 




La adaptación del texto me parece brillante. El gigantesco primer monólogo de Fausto es un prodigio. Por cómo está escrito y por cómo está dirigido. La relación de Fausto con le espacio es vigorosa y mágica. Que sea capaz de interrelacionar con ese perro que aparece en el muro es de una maestría colosal. Ese muro de la vergüenza o de las lamentaciones, ese paredón de fusilamiento en el que incluso quedan rastros de antiguos fusilados, ese muro en el que acabará muriendo Fausto cuando finalmente diga: "instante, detente. ¡Eres tan bello!". Allí mismo, en el mismo lugar en el que Fausto de cobija, en el mismo lugar en el que Mefistófeles heredará la inquietud de Fausto. Otra vez me voy. Normal, el puto texto de Goethe y de Pandur produce en mí lo mismo que provoca la música de Wagner. Una nota va lógicamente encadenada con la siguiente de tal forma que transmite directamente un estado de ánimo, un huracán existencial. Eso es lo que provoca en mí el recuerdo del espectáculo y eso provocan los versos de Goethe. 
En fin, que la versión me parece acertadísima y rica. No olvidemos que es una "versión", y el que quiera el texto completo, como dice la Wagener, que se lea el libro. Además, es obvio que una cosa es el texto y otra cosa su puesta en escena. Una cosa y la otra a mí, me han fascinado.  






La puesta en escena es un prodigio. TODOS  los elementos, absolutamente todos son los necesarios y precisos para contar lo que quiere contar y como lo quiere contar. Dramaturgia. La música envolvente que va sonando casi te diría que sin parar, los bloques de escenografía que marcan diagonales agresivas, planos de acción, rincones oscuros, recovecos en los que acaba la acción, pasajes oscuros que llevan al infinito, horizontales aplastantes y verticales cortantes. En cualquier arte en el que el aspecto visual es importante se sabe el efecto que tienen las líneas y los movimientos. Y en toda la primera parte el movimiento escénico es de derecha a izquierda, de adelante hacia atrás y en diagonales agresivas. Incluso en la maquetación de una página de un periódico esto se tiene en cuenta. Pandur también, por eso mueve a sus peones en líneas agresivas y beligerantes mientras que en la segunda parte introduce el movimiento de arriba a abajo, mucho más relajante y mental. Esa segunda parte breve, concentrada y densa en la que, con Margarita muerta y Fausto envuelto en una desidia sólo atenazada por su eterna sed de más y de mejor, de pronto, se hace el color. Si en la primera parte eran los negros, blancos y grises que son el color de la guerra, y esos zarpazos rojos en los globos y en las vendas de la familia diabólica que hielan el alma (¿recordáis la niña aquella de "La lista de Schindler que salía con un abrigo rojo?), en esta segunda parte es la irrupción del color. Las montañas tienen verde, marrón, amarillo. Y el plano bajo de la primera parte se convierte en juego de alturas, los planos se multiplican al igual que las dimensiones. El polvo, el humo, el incienso, la oscuridad, los golpes, esos golpes que son como latidos, hasta los focos cuando pasan a ser focos reales, las acotaciones... TODOS los elementos ayudan, sirven y son los precisos y concretos para lo que nos quiere transmitir Pandur, para su necesidad de comunicación. La suya, la que él ha elegido que pa eso es el director. La imagen de la familia diabólica con las vendas rojas y los globos rojos no es sólo una apuesta estética sino una forma de definir ya a los personajes desde que aparecen. ¿Que hay apuestas que son reconocibles en otros montajes de Pandur? Bueno, a eso yo lo llamo "autoría". La misma que tiene por ejemplo... Almodóvar en cine. 




En definitiva, que todas y cada una de las elecciones que ha hecho Pandur para llevar al público su mensaje, conmigo han funcionado. Todo son elecciones, podía haber escogido otros elementos perfectamente, pero en su elección estética y ética como director, lo que ha elegido me funciona y me atrapa. Y en mi caso ha servido para que se produzca la comunicación conmigo. Lo único que NO me gusta es la coña con "La caída de los dioses". Me lo hace todo de golpe, terrenal y no me mola. No ya tanto el autohomenaje sino el bajarme de la nube a la butaca. Eso y cierto... tono de autojustificación al repetir quizá demasiado que se ha "cortado" el texto. Con decirlo una vez basta, no hay por qué justificarlo más.

Y los actores. Los actores son una pieza más de ese puzle abigarrado. Los cuatro acólitos mezcla de dibujos animados y peli de cine mudo tienen el tono físico justo y la presencia certera y perfectamente dibujada necesaria para quedarse en el sitio perfecto. Alberto Frías además canta y estremece. Junto con Aarón Lobato, Rubén Mascato y Manuel Castillo son el equipo perfecto para cumplir los deseos... de todos. Emilio Gavira está fabuloso como ese Wagner fantasmagórico, cruel y pintoresco. Una fuerza de la naturaleza hasta cantando. Pablo Rivero compone su personaje desde lo pequeño, con sus tics, como el ligero tartamudeo heredado o la fijación por la pernera del pantalón. Construir un personaje desde el detalle es jodido y Pablo consigue crear un ser blando, apocado, frágil de una forma quizá algo contraproducente porque puede acabar engullido por la energía de sus compañeros, pero sin duda, inteligente, muy inteligente. Y utiliza ese cuerpo perfecto, ese rostro perfecto, esa figura de dios inmaculado y sobrehumano para llevar adelante su parte dentro de la dualidad masculina de su hermana. Luego lo explico mejor. 
Victor Clavijo vuelve a demostrar que no hay frase que le pueda, que no hay personaje que le asuste, que no hay situación que no domine y que es, sin duda, uno de los actores más dotados para lo que le echen. Y sin tener el cuerpazo imponente de otros compis, en cuanto aparece o en cuanto está en escena, sabes que es el puto amo. Eso se llama carisma y presencia escénica. Si salvaje es el final de Roberto, tan salvaje lo es el suyo, heredando la inquietud de Fausto y gritando aprisionado por el muro que atenazaba la mente de Fausto eso de "instante, detente, ¡eres tan bello!". Marina Salas es otro ejemplo de entrega sin límites. Desde que aparece es una autómata sin  personalidad, sin decisión, y cuando aparece vestida de esa mezcla de Macarena, Fantasma japonés y no sé qué más, ves a un ser amorfo al que le está dando vida y espíritu la Wagener (otro hallazgo estético, no me digas que no). Mondongo de carne sin espíritu, que únicamente tomará las riendas cuando ponga por delante su amor por Fausto a su deber como perra. Y esa dualidad mental se lleva al extremo en su monólogo de los cubos, en el que tras la crucifixión, una vez convertida en mártir, vaya volando entre las dos partes masculinas que ella reconoce. Esas dos partes masculinas son su hermano y su amante, por eso no distingue una de la otra, por eso salta de la una a la otra. Conseguir hacerme llorar como un loco con ese monólogo es de ser un pedazo de actrizón de altura. Marina Salas está inconmensurable. Y tiene esa magia que tienen las hadas de llevarse a su terreno cada frase y conseguir que sea coherente y viva. Eso también se llama carisma. Y genio.




Una de las razones que me hicieron empezar a escribir este blog fue escribir sobre Ana Wagener y Roberto Enríquez. A ver, todo el mundo los conoce, sabe que son dos seres tocados por la varita, dos genios arrolladores, dos currantes brutales y con una entrega sobrecogedora, que se plantan frente a la mina de un texto el primer día y se lo comen entero, lo devoran, lo destrozan, lo levantan, lo sostienen y lo llevan al cielo con su trabajo, su entrega, su compromiso y su infinita calidad artística, emocional, amatoria y celestial. No se puede describir con palabras lo que hacen. Pero es que no "hacen" nada. Lo viven, lo son. Un espectáculo no comienza cuando se dice la primera frase, ni cuando se apagan las luces, ni cuando comienza la música. Comienza cuando el director decide que el foco arranca, que las miradas van a un punto concreto. Escenario iluminado (con esas luces prodigiosas de Cornejo), público raka raka, y de pronto, de entre las sombras surge Roberto... perdón, surge Fausto y todo dios se calla. Nadie ha marcado que ese sea el comienzo, pero mágicamente lo es. Por Roberto. Algo tiene, será la chispa de los monstruos escénicos, pero el ojo y el alma se va a él. Y te suelta poco a poco, pausadamente, al ritmo de su alma ese primer monologazo que te hiela. Está el miedo, la sed, el deseo de saber infinito, la pobreza del mundo, la pequeñez, el ansia de conocimiento, la angustia de vivir y de ser finito. Interactúa con los elementos, con el muro, con las proyecciones, con el espacio, con su interior, con su alma, con sus dudas, con su deseo de morir y de saber. De ahí hasta el final nos regala un trozo de su alma, de su espíritu, nos lleva por caminos jodidos y por sentimientos jodidos con un poder de convicción como sólo tiene la verdad.




La Wagener igual. Es una bruta que todo lo hace desde el coño. Ese coño podrido de perra mala con avaricia, manipuladora, cerda (como su máscara  casi de auto sacramental) capaz de sacrificar a su propia hija por... por pura maldad. Para acabar derrotada. Derrotada y mutilada como un buitre tras una pelea descarnada. Hace de todo y pasa por todo. Pero la Wagener es la más grande. Y puede con eso y con todo porque lo comprende, lo siente, lo vive y lo sufre. Desde el coño podrido. Desde donde sienten las perras. Y es que ella... "sabe cómo contentar al público". Ella la perra asesina. No hay mujer como la Wagener. 





Bufff, bueno, ya lo he soltado. Seguro que me dijo mil cosas, mil detalles que explican mejor por qué floté con este Fausto, por qué vi la imagen de Fausto surgiendo de las sombras y automáticamente me enganché al humo de esa locomotora que recorrió en Valle Inclán. Salí fascinado y conmovido, y ojalá tuviera la capacidad de poder expresarlo como se merece, pero sin duda la belleza y la brutalidad del espectáculo están muy por encima de mi capacidad de comunicación. Habrá mucha gente que flipe con las bobadas que acabo de escribir. Normal. Todo el que no haya experimentado esa comunicación no sentirá lo mismo que sentí yo. Lógico. Peor es lo que tiene el hecho teatral, que a veces se da y a veces no. En mí, la comunicación fue perfecta y electrizante. Y se dio desde el segundo uno hasta que Fausto...digo, Roberto dibujó ese símbolo final en el muro que yo, obviamente descifré.  


                                                       

7 comentarios:

  1. Enhorabuena por la crítica. Pero... ¿cuál es el significado del símbolo?

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu mensaje. Lo siento pero... lo del símbolo creo que es mejor que quede como un misterio. El autor ha querido hacer así y así debe quedar. El que lo entienda... genial, pero... Ah, no es vital para comprender el significado de nada. Aunque siempre es una ayuda. Jeje

    ResponderEliminar
  3. Me has dejado pegada a la silla, amigo mío. ¡Enhorabuena por esa crítica y por la labor que haces a favor del teatro! Ese arte tan inmerso en nuestra piel... y tan olvidado por poderosos y jerarcas.

    GRACIAS.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las gracias se las debo dar yo a usted siempre por su generosidad y por "saber" leerme. Maestra en todo lo que toca. La admiro!

      Eliminar
  4. Hola David,
    creo que ha habido un problema con mi comentario. Lo que te decía era que me gusta la entrada por la precisión con la que plasmas tu experiencia. A mí la adaptación de Pandur me pareció bastante mala (no catastrófica, pero mala a fin de cuentas), tal y como he dejado constancia hace poco en mi blog, y es sorprendente y enriquecedor el que gente como tú y como yo, que hemos leído la obra, lleguemos a conclusiones tan dispares.
    Tu opinión me parece perfectamente lícita aunque no la comparta. Creo que el director ha de hacer frente al «o esto o lo otro», y en ello te ha ganado a ti y me ha perdido a mí. Puede que en las alabanzas haya exageración por tu parte, o que en las críticas haya frivolidad por la mía, al final lo único claro son las afinidades o carencias de ellas que quedan en el ánimo. Una verdadera pena no haber podido disfrutar lo mismo que tú de la función.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Eso es precisamente lo que tiene una experiencia teatral, que cada persona conecta o no conecta con lo que el creador propone. Ninguna de las dos conclusiones es "la buena" ni ninguna es "la mala". Una lástima que no lo disfrutaras tanto como yo, pero no por nada, sino porque siempre que uno va al teatro lo hace con las ganas de que lo que va a ver le entusiasme. En cualquier caso, la conclusión meditada y justificada es siempre interesante y constructiva. Gracias por tus palabras y un saludo.

    ResponderEliminar