Por fin ha empezado "El lugar sin límites", uno de los ciclos más interesantes del panorama madrileño. Este año los comisarios son Carlos Marqueríe y Emilio Tomé, dos eminencias en sus respectivas especialidades. Aunque intentar reducir a Marqueríe a una sola especialidad es tan inútil como simplista. En definitiva, arranca "El lugar sin límites" con dos ideas centrales, "la casa y el relato" y arranca por todo lo alto. Con Ivo Dimchev.
No pude ver el concierto inaugural, pero sí tuve la suerte de ver en su debut a Ivo Dimchev y su espectáculo "Som faves".
He caído dos veces en la misma piedra con Ivo Dimchev. Y me da un coraje que ni te cuento.
He puesto en el traductor de google "Som faves" para ver en qué idioma está escrito y qué significa, por si aparte de la traducción evidente del inglés, podría tener algún otro giro o significado algo más "codificado". Error número uno. En realidad, error número dos. Porque el número uno lo cometí el mismo viernes. Luego te lo cuento.
En "Som faves", Ivo utiliza varias de sus obsesiones o de sus iconos (algunos favoritos, así, tal cual) para formar a brochazos gruesos y aparentemente inconexos un mapa vital y sembrar la eterna duda sobre el origen y la finalidad del hecho teatral. En realidad va más allá, porque cuestiona incluso que se cuestione el hecho teatral. O el hecho. O el teatro. O el arte.
Justamente ese fue mi segundo error. Que en realidad fue el primero. Justo antes de empezar le espectáculo te fijas y ves que el público casi por completo está formado por gente... del mundillo. Mucha cara conocida, mucho rollito guay y piensas que seguramente hayas acertado pillando entradas para esto. Empieza el espectáculo. Espacio blanco, un teclado, un cuadro feo y un gato de porcelana. Sale Ivo y automáticamente se me descoyunta la mandíbula. Como cuando ves el papamoscas de la catedral de Burgos pero a lo heavy. Estoy flipando. Empiezo descojonándome y dejándome llevar por un sentido del humor que me toca. Pero según pasan los minutos caigo en la trampa como un subnormal (no sé si el uso de esta palabra es políticamente correcto, pido disculpas). Me empiezo a plantear qué coño querrá contarnos este señor. Evidentemente tiene un sentido escénico bestial y un dominio vocal y físico increíble. Pero intento racionalizar qué me querrá contar con sus flashes. Que sí, que muy gracioso pero que igual estoy viendo a un señor hacer simplemente el chorras y nada más. Y me vengo abajo. Y me distancio. Y pienso que se están quedando conmigo porque en definitiva eso que estoy viendo no parece que vaya a ninguna parte.
Hasta que me habla del equilibrio y en ese momento me abduce totalmente. En cuestión de una décima de segundo todo cobra sentido de nuevo. Y me doy cuenta de que he caído en la trampa absurda y burguesa de intentar racionalizar y buscar un significado a algo para justificar que valga la pena. ¿Por qué tiene que querer decir algo? ¿Por qué tengo que entender lo que me quiere decir? ¿Por qué pone mi intelecto tantos impedimentos y tantos filtros en vez de dejarme llevar por lo que me provoca de forma visceral y primitiva lo que estoy viendo? ¿Por qué todo tiene que tener un sentido? ¿Por qué el sentido siempre tiene que ser igual, calcado, duplicado, clonado? ¿Por qué tengo que elegir si es una coreografía o un monólogo? ¿Por qué no me puede gustar una canción de Kenny Rogers porque sí, sin saber si la letra es o no es absurda? ¿Por qué escoger entre la forma y el fondo? ¿Por qué la forma y el fondo tiene que ser siempre iguales y repetidas? ¿Por qué coño tengo que "salir" de un espectáculo con el que estoy gozando sólo por intentar darle sentido? ¿El hecho artístico tiene que tener sentido? ¿Ese sentido tiene que ser identificable o basta con que sea "sentible"? ¿Importa si es una cuestión de gustos? ¿Sentir y gustar es lo mismo? ¿Por qué buscamos sentido a la letra si en realidad lo que importa es la voz en falsete? ¿Por qué tiene que importar? ¿Por qué da repelús ver que alguien se deja literalmente "la sangre en el escenario"? Incluso en la disociación entre gesto y sonido hay más belleza que en un soneto. Y en las fotos del pasado, el presente y el futuro presente hay casi una declaración de principios. Las dimensiones juntas y revueltas. Como son y como están.
Así, justo en ese microsegundo todo cobró sentido. Al menos el sentido que mi mente necesitaba para dejarme arrastrar por un ser mágico. Entonces me di cuenta de que había caído en su trampa y había intentado dar sentido racional a una experiencia. Y mi búsqueda inmediata del equilibrio había anulado mi capacidad receptiva. La chorrada se convirtió en genialidad y el gesto marciano en belleza. Dejé de pensar que Ivo es un tarado y empecé a pensar o a sentir que lo soy yo. O ninguno. O los dos.
Mirar directamente a la cara al proceso creativo o al acto de sentir, interiorizarlo, dejarse inundar por el hecho creativo o comunicativo, despojarlo, desarmarlo, reducirlo y exponerlo. Ivo reduce a la pura esencia el acto de comunicar o quizá arranque el sentido al hecho artístico. Depuración máxima y genialidad desbordante. Incluso la imagen de un ARTISTA dejándose la sangre en el escenario es tan simbólica como terrenal. Equilibrio máximo entre la necesidad y el momento. Y yo me desmayo de gozo.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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