domingo, 7 de octubre de 2018

Mundo obrero. Sala Margarita Xirgu.

Cuando fui al instituto, en la época en la que se estudiaba BUP y COU, tuve un profesor de Ética y Filosofía, Jesús García, que me enseñó a pensar por mí mismo, a ser crítico, a beber de muchos sitios y elaborar mis propias consecuencias, cuestionando lo cuestionable y responsabilizándome de mi propia ética y de sus resultados. Jesús García fue el mejor profesor que he tenido jamás. Porque me hizo ser humano; ser humano pensante, consciente y crítico. 



Yo como viendo la Sexta y el discurso de Alberto San Juan es el mío, es el que me gusta oír y es con el que estoy de acuerdo casi totalmente. Del todo no, porque de eso se encargó Jesús García.
A pesar de ser casi un reflejo de lo que suele contar San Juan, debo confesar que mi lado teatral, dramático, escénico, suele echar en falta en sus espectáculos un poco más de trabajo e investigación en la forma. El contenido me mola, eso es así. Pero a veces he visto que la forma se quedaba en una sucesión de artículos o de datos o de manifiestos e incluso panfletos con poco cuidado por la forma. 
Puede que se pueda llamar "teatro documental" y en ese caso, vale, lo compro. Pero se puede contar la misma verdad con una buena metáfora, o con una buena historia que dentro tenga escondido todo el mensaje, igual de descarnado y de real pero envuelto en una forma que escénicamente sea más atractiva que el simple panfleto. Por eso Jesús García me hizo ser humano, porque me enseñó a pensar por mí mismo y a llegar yo solo a conclusiones Quizá las ganas de inmediatez, o el ardor por contar cosas gordas y terroríficas como las que cuenta San Juan hagan que quizá se quede en la primera o segunda fase de investigación. Que en cuanto toma algo de forma el contenido, se de ya por suficiente y se quiera compartir. Que sí, que sí, que la decisión es del director y de nadie más. Y si a él le parece que eso debe ser así, pues perfecto. Sólo hablo de lo que yo como espectador simpatizante echo en falta. Pero el que dirige es él y hace lo que quiere y como quiere, faltaría más.  



Bueno, pues esta duda, o esta demanda o esta pretensión mía, me la ha resuelto el propio Alberto San Juan. Y quizá suene petardo o hasta muy petardo pero por fin ha hecho casi casi el espectáculo que yo soñaba. 
En esta ocasión ha intercalado sus famosos momentos panfletarios (no es un término peyorativo, ni mucho menos, todo lo contrario) de los que se encargan él y la grandiosa Marta Clavó y lo representan dramáticamente a través de la historia de una familia Luis Bermejo y Pilar Gómez.
San Juan y Marta Calvó van contando datos, fechas, realidades y verdades como puños mientras Pilar Gómez y Luis Bermejo nos cuentan la historia de Luis y Pilar ( y Pili, y Mari Pili, y María del Pilar). Las conclusiones a las que deberíamos llegar con las escenas de San Juan y Calvó llegamos con Pilar y Luis. Y yo, ya no personalmente sino teatralmente, prefiero esa forma. Prefiero llegar yo a la moraleja.
A ver, insisto; todo lo que cuentan es verdad, es dolorosamente cierto y punto. Eso no lo cuestiono. Pero me mola más la forma teatral, la dramática, la escénica, la de Pilar y Luis. Pero es que además es muy buena. El texto es precioso, con un toque poético justo y acertado, una dureza seca y amarga y un rigor incontestable. El texto es duro y precioso, el desarrollo medido y perfecto y la forma, delicada y dolorosa. Y encima Luis Bermejo aunque compone un personaje en la línea del que construyó en "Los mariachis", está adorable, simpático y empático. 



Y Pilar Gómez... en fin... no sé cómo decirlo. Creo que está en un momento dulce de su madurez artística. Digo madurez no por su edad, que ni la sé ni me importa, sino por la sabiduría y la seguridad con la que trabaja. Si lo que hacia en "Emilia" era absolutamente perfecto e inmejorable, la Pilar de "Mundo obrero" es un manual de recursos, un muestrario de matices y una enciclopedia de emociones vivas. NO HAY NADA QUE PUEDA ESTAR MEJOR. Ni un gesto, ni una búsqueda, ni un buceo, ni una lágrima, ni una respiración. Y eso se debe a su compromiso con el escenario y con lo que hace. No sé si también con lo que cuenta, aunque eso me da igual. Que comparta o no el mensaje es lo de menos. Como actriz está pringada hasta el cuello en hacer que todo lo que pasa en el escenario esté vivo y sea real. Ese compromiso la lleva a sitios asombrosos y a un nivel de comunicación con el espectador ejemplar. Y consigue lo mismo que Jesús García, que tú sólo seas crítico, que seas autosuficiente y que quieras salir a la calle. 



Alberto San Juan y Marta Calvó son complementos el uno del otro, son las dos caras del barón Ashler, son lo mismo y son iguales. Cantan, recitan, remueven y conmueven desde el convencimiento. Brillantes y guapos de morirte. Y sólidos tanto en lo que hacen como en cómo lo hacen. Les hago la ola.
Y encima todo este conjunto está arropado por grandes compañeros: Beatriz San Juan los viste y les crea la escenografía, la gran Paloma Díaz  les mueve por ese espacio que ilumina de forma magistral Raúl Baena y como remate, dios, digo.. Santiago Auserón compone la banda sonora que bucea por el espacio sonoro creado por Adrián Foulkes. Ea. Casi ná. 

Insisto, Alberto San Juan o cualquier director hace lo que quiere y como quiere, toma sus decisiones y manda sobre su material. Lo que los demás "hubiéramos hecho en su lugar" es sólo una audacia nuestra o una presunción. Pero como espectador, este espectáculo de San Juan me ha tocado mucho más que otros y reconozco que lo siento más y mejor, más maduro y más acertado dramáticamente hablando.
Yo salí con ganas lo primero de comérmelos a besos a todos y lo segundo, con ganas de salir a la calle. De respirar, que nos falta el aire, coño. De salir a la calle y recuperar lo nuestro. De hacer lo que quiero hacer cada vez que veo el telediario. Bueno, al menos yo. 


Las fotacas son de Sergio Parra y espero que no haya problema por ponerlas. 

.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario