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lunes, 12 de mayo de 2014

Los ojos. Sala Mirador.

Que conecto de una forma extrañamente cósmica con lo que cuenta y con cómo cuanta las cosas San PabloMessiez es ya algo sabido. Que Fernanda Orazi es de las pocas actrices que deja el diccionario sin sinónimos de "talento" es también algo obvio. Que Marianela Pensado es un animal nacido para el escenario es también evidente. Que Óscar Velado es un actorazo elegante y sensible lo sabe to dios. Que Violeta Pérez consigue estar a la altura de tanto mito junto fue un descubrimiento para mí, porque (perdóname, Violeta) no la conocía. Y si encima ves la función con tu novio y con Estefanía (de los dioses) y de los Santos entonces ya qué quieres que te diga. Uno puede morir ya porque habrá vivido un de sus momentos vitales más apoteósicos.

Yo no siento el desarraigo que siente Messiez. Tengo uno pero pequeñito. Nací en Madrid, me crié en Valladolid y con 18 me volví a Madrid. Mi familia sigue en Valladolid y durante estos... muchísimos años que llevo sólo y lejos de ellos he sentido muchos momentos de soledad, de indefensión, de lejanía, de vacío, de absurdo. Yo no me vine por amor. Messiez dejó su país. Marianela y Fernanda también. Tres de los vértices de este milagro son seres desarraigados, criaturas que viven lejos de su "tierra". Los temazos de "los ojos" creo que son esos, la tierra y como siempre, el amor. 




Natalia es el ser central de la función. Se supone que le lugar de uno está donde esté alguien que nos quiera, ¿no? Sí, yo también lo creo. Pero a ella no la quiere nadie. La quiere su hija. Ella se quedó enganchada como un alga a un barco hundido a ese señor con nombre de señora, Andrea. Y se fue tras él. Cruzó un océano y todo. Con su hija. Arrancó a su hija de su sitio, de su tierra. Una tierra en la que no tenía mucho tampoco. Por no tener no tenía ni papá. Aunque tenía abuela, que siempre te quiere no más pero sí mejor que una madre. Total que Natalia se encuentra ahora lejos de su tierra, con una hija a la que ama pero desde su dolor, desde lejos. Desarraigada por amor y abandonada al vacío. Y con esa cría que representa Tucumán. El pasado, una tierra extrañada, un origen, un engaño y un ancla. Vive entre sonrojos, cigarros, alcohol, teléfonos, maletas, llantos y un odio ("vas a llorar dolor licuado", frase para la historia del odio o del amor). Nela no se quiere. No pertenece a ningún sitio en concreto (en todo caso a Tucumán, de donde fue arrancada hace siglos), se sabe fea. Ella tiene novio. Un novio sin ojos. Ella cree que si él viera la dejaría porque es fea. Pero en el colmo de la paradoja ella es precisamente los ojos de su novio. Ella es lo que va a odiar en Pablo. Necesidades complementarias, complementos necesarios. Y una amenaza. Esa doctora a la que nadie toma en serio sólo por su nombre y que opera con canciones. No sé, es como el colmo de la melancolía.

Como siempre, Messiez se enfrenta al tema del amor desde las tripas. Lo digo siempre, pero es que es verdad; hay que estar muy enamorado o muy sano mentalmente para meter el bisturí en esas zonas profundas del alma y que no te pase nada. Coño, a mí me pasa como espectador. Salgo tocado. No estoy preparado para que me hablen de ese dolor del amor, de la falta de amor, de la búsqueda del amor. A todos los personajes les duele el amor. y a mí, como espectador, también porque yo soy sobre todo, un ser amante. Coger la "Marianela" de Galdós y convertirla en una historia de desarraigos físicos y emocionales es de ser un ser absolutamente superior. Si algún día sufro un desamor, llamaré a San Pablo para que me explique cómo vivir. O para que me retuerza por dentro y me saque la bilis y el dolor amargo. La pena. Esa pena que te carcome. 




Violeta Pérez está estupenda en ese personaje desagradecido. El más "soso" de todos. Pero hay que hacerlo de forma inteligente para estar a la altura de los demás. Además si falla Chabuca, se cae todo, deja de ser creíble. Y Violeta está fabulosa. Óscar es un caballero. Un galán elegante, suave, delicado, respetuoso y hace un trabajo bellísimo y elegante. Genial. Marianela es increíble. Desde su primer diálogo con esa virgen con cabeza de muñeca (¿puede haber algo más tierno e irreverente?) te planta un nudo en la garganta. Sólo quieres llevártela a casa, abrazarla mucho y darle todo lo que parece necesitar. El momentazo "fea, fea, fea, fea" es como el aullido de un animal moribundo. El grito de la naturaleza.  




Y luego santa Fernanda Orazi. Siempre es un prodigio ver a la dama de la naturalidad. cada palabra, cada gesto sale de la verdad. Hasta cuando está a oscuras y fuera de foco, el jo se te va a ella, a seguir un poco lo que ella sigue viviendo mientras hablan los demás. No es falta de respeto a los otros, no, es todo lo contrario. Es un respeto tan brutal por lo que está pasando que no baja la guardia ni un segundo. Cada monólogo suyo es un puto prodigio. Su llamada a Andrea es digna de una Magnani colgada de Cocteau. 
Y el momento más espeluznante. Cuando crees que ya te lo has llorado todo, de repente se te viene a medio metro santa Fernanda y te dice que su cría a muerto. Y que le duele. Que le duele el cuerpo. Y ves a medio metro cómo a santa Fernanda le tiembla el labio. Pero sólo una parte. Le tiembla un trozo del labio de abajo. Eso no se "interpreta". Eso te sale. Y yo que ya llevaba hora y pico queriendo morir de pena, me doy cuenta de que no hay dolor mayor que el dolor de esa mujer. El de santa Fernanda en ese momento. Y te quieres ir a Moscú. Y descubres cosas de "Las palabras" y te quieres morir más. Y ves que el amor no salva pero te lleva. Ves que te puede acompañar toda la vida y aún así seguir sólo. Y ves que si nadie te quiere, ¿a dónde coño vas a ir? Y ves que el dolor de cada día no es nada. Y ves que el dolor es como el amor, que no tienen fondo. Y ves que están más cerca de lo que crees. Pero quieres amar y no quieres dolor. Y quieres tirarte al suelo y revolcarte y gritar y llorar y gritar y abrazarte a santa Fernanda y llorar juntos por el amor universal. 




Esa mañana había estado con una amiga a la que se le ha muerto de repente su amor de toda la vida. Y me decía que le dolía el corazón. Literalmente. Le duele el corazón. Le han dicho los médicos que es que es verdad. Que el corazón duele. A santa Fernanda le duele el cuerpo. Le duelen tres sitios. Y es porque es verdad. El corazón duele. 

Messiez  me toca lo que más me duele. Siempre lo hace. Pero me deja tirado después y yo no sé qué hacer con mi dolor. No me cura la música ni me curan las palabras ni me curan las canciones de Nina Simone. Sólo encuentro consuelo en los lagrimones que incluso hoy, escribiendo esto, se me escapan de los ojos sin pedirme permiso.      

sábado, 25 de mayo de 2013

"Muda" de Pablo Messiez. El Sol de York.

Que al entrar en la sala te reciba un pobre hombre canturreando canciones de su tierra y dispuesto a ahorcarse ya te está marcando de qué va la cosa. Empezamos con el listón arriba de cojones.
Aclaro que no me he colado. He puesto como título "Muda de Pablo Messiez" porque para mí ese es el título real. Esta como pocas es una obra de autor e incluso en su título debería remarcarse la autoría. Autor no como escritor, sino como creador, como pensador, como médium entre el corazón y la palabra. Y como él no va a cambiar el título, lo cambio yo.
La sala es ingrata. A ver, el concepto mola todo, el sitio es chulo, cómodo, la gente maja, y enseguida se ha convertido, merecidamente en una de las principales salas de Madrid. Pero es ingrata. El escenario es jodido. Pero en este caso hasta viene bien. Las "columnotas" ayudan a la historia, y ese aspecto desvencijado acentúa el "espíritu" de la función.
Y vamos al lío. Tras el recibimiento del suicida, siguiente acierto. Fundidos a blanco. No a negro, no, a blanco. ¿La realidad dada la vuelta? ¿La luz es lo ajeno y las sombras lo que realmente importa? Ya sé que no es un elemento nuevo, pero aquí es también un hallazgo. ¡¡Y llevamos medio minuto de función!!
Los actores pasan impunemente por los laterales antes de incorporarse a la acción. Por tol morro. Pues sí, por qué no. ¿Acaso no sabemos que es falso, que es una obra de teatro y que esos actores en realidad están interpretando unos papeles? Pues eso. Y aparecen tres personajes que poco a poco nos van a desvelar sus capas, sus soledades, sus intentos de compartirlas, sus secretos, sus miedos. Todo con prácticamente monólogos. El interlocutor es mudo, no responde, e incluso casi ni gesticula, así que, como si fuera una terapia, empiezan a vomitar poco a poco lo que les pasa. Genial idea y gran problema de dramaturgia poder conseguir que ese proceso sea natural.  Y descubres poco a poco que bajo sus trajes mundanos se esconden tragedias y miedos que inundan de soledad el teatro. Son tres seres solos que deseas que acaben uniendo sus soledades aunque no sepas cómo lo van a conseguir. Y lo hacen con un hecho casi folletinesco, de culebrón, pero otra vez más, Messiez lo hace de tal forma que en vez de pensar "anda, majo, te has pasao", lo asumes con tanta naturalidad que se te encoge el corazón. Y las cosas como son, plantarte por tol morro un canción de Nina Simone y tenerte de pronto tres minutos con la lágrima colgando e hipnotizado en ese momento tan crítico para la paciencia del espectador, es de ser un genio. Y en esos tres minutos de canción, ni una tos, ni un carraspeo, todos en nuestras butacas acurrucándonos y queriendo un abracito. Hay que ser muy bueno para hacer eso.



Y los actores... qué digo yo ahora. Oscar Velado. En un principio no parece que tenga mucha enjundia su personaje. Es lo que es. Pero en sus monólogos vas descubriendo a un ser solo, lejos de sus raíces, frágil, y en la escena de la anécdota del jabón y el padre te quieres morir del gusto. De los momentos más mágicos de la función. Mi padre murió hace años, y mi relación con él está en un plano irreal que me hizo entender exactamente lo que decía Oscar. Y te dan ganas de subir al escenario y abrazarle. Fabuloso de principio a fin. 
Marianela Pensado es una bestia. Sus silencios, sus gestos, sus miradas, cómo escucha, cómo habla, como mira, cómo toca las cosas... brutal.
Y Fernanda Orazi. Marca un personaje a un paso de la farsa en toda la primera parte. Es una mujer sola, presa de la verborrea para ocultar sus faltas. Increíble cómo habla en todo el principio. Habla a toda pastilla, pero no atropelladamente ni de forma histérica, sino con una verborrea natural que enmascara lo que realmente le pasa. Un silencio con ella sería un hueco por el que entraría sus auténtica realidad, su soledad, su mirarse en el espejo del subte y verse fea, gris, débil y sola. Y eso sí que no. Por eso habla. Y en un tobogán emocional pasa de ese tono al drama profundo y de entrañas y te deja helado. Ese alud emocional que sufre Fernanda sólo lo hacen natural y creíble las más sabias actrices.
Bueno, no voy a insistir en mis debilidades por Monsieur Messiez, por la Orazi, y desde ahora por Marianela y por Oscar, porque va a parecer que me pagan por decir estas cosas. Solo digo, que cualquiera que tenga un mínimo de corazón, que sepa lo que es sentirse solo y que se arrugue escuchando a Nina Simone, debe ir a "El Sol de York" ya mismo.