domingo, 24 de enero de 2016

La respiración. Abadía.

Hasta ayer, a mí el teatro de Sanzol no me terminaba de llegar. Si me leéis, ya lo sabéis. Pero como me pasa casi siempre, basta que diga esto para que me tenga que meter la lengua  por el culo justo a continuación. Porque "La respiración" me ha encantado. 
"La respiración" es una comedia que envuelve, como casi siempre en las buenas comedias, un caramelito envenenado. Porque en casi toda la función, la risa que provoca el mogollón que tiene Nagore te provoca la risa pero también que te pares a pensar y se te puedan llegar a llenar los ojos de lágrimas. Sobre todo si has amado. Y sobre todo si te han dejado de amar. Son las lágrimas en la almohada que se secan y a la mañana siguiente provocan incluso añoranza y una leve sonrisa. Por algo se empieza.



A Nagore no sólo la han abandonado sino que han estado engañándola un tiempo. No le queda autoestima y ni siquiera es capaz de sobreponerse a la angustia del dolor no llorado ni al empapado en lágrimas mal lloradas. No puede ni respirar. Hasta que su madre le descubre un secreto vital y sencillo. Tan sencillo como respirar. Dejarse llevar por lo que venga, respirar, dejarse inundar por cosas nuevas, distintas, vivas. Los recuerdos deben servir para crear mundos nuevos, recuerdos nuevos. En ese punto comienza la fábula. La fantasía. 
Ese es justamente le tono mágico o irreal que inunda todo el espectáculo. Lo que vemos puede que esté sucediendo o que no. Puede que suceda y que nos lo cuente Nagore o puede que no exista y que sea o la mente de Nagore o incluso que sea un cuento que Maite cuenta a su hija. La irrealidad de la representación. Todo es posible e imposible. Los hombres de la función cuidan de las mujeres y las féminas son el apoyo intelectual. En el fondo, todo es un perfecto. Curioso, divertido, "vodevilesco", como corresponde a la fantasía. 
Nagore necesita crear una nueva familia y delante de ella (o en su fantasía) aparecen nuevas formas de vivir, de gozar y de respirar. Y con todo eso que vive o cree vivir formará si no una nueva vida, al menos sí un nuevo caparazón. Y cuando creemos estar ante un final desolador y deprimente (el que la vida real nos plantaría delante de nuestros morros si esta fuera una obra realista) aparece un toque mágico que nos salva del suicidio colectivo en el viaducto. Para esa sirve el teatro y para eso sirve la fantasía. Para salvarnos. 
Confieso que la escenografía no me maravilló. Entiendo que lo que vemos es la casa de Nagore y que no hay cambios porque "puede" que todo suceda en su mente, con lo cual el espacio es siempre el mismo. A pesar de eso, que es más responsabilidad del director de escena, la escenografía y las luces son sólo correctas. A ver, están bien, cumplen su cometido y en una comedia como esta quizá no haga falta más. Pero... hay algo tanto en las luces como en el espacio que me falta y no sé qué es. Quizá la pared de fondo, o el pasillo lateral. Hay algo demasiado funcional y poco emotivo. 
Sin embargo la dirección escénica es brillante, positiva, luminosa y amigable. Sanzol quiere a sus personajes y ellos le quieren a él. Y eso es justo lo que necesitamos los espectadores para no salir corriendo a lanzarnos al Manzanares. 



Nuria Mencía tiene esa forma de hacer que está al borde de lo irreal, al borde de la dicción espesa y al borde de resultar borde y antipática. Pero se queda en el sitio justo e inunda todo lo que hace de tantísima verdad que te enamora desde el segundo uno. No se puede hacer mejor, ni sufrir mejor, ni flipar mejor ni rebotarse mejor. Inmensa. Decir cosas buenas de Gloria Muñoz es una obviedad. Es una maestra y se las sabe todas. Hace de todo, todo bien y te la quieres llevar a casa. Camila Viyuela vuelve a desparramara por le escenario una seguridad, una presencia y una solidez acojonantes. Es un prodigio de actriz. Los tres actores, Pau Durá, Martiño Rivas y Pietro Olivera tienen unos personajes quizá con menos recorrido o con un recorrido más incómodo. Aún así los tres están fantásticos. El momento "abrir la jodía botella de vino" es.. impagable. Y la cara con la que vuelve Martiño...de lo mejor de la función. 



En definitiva un gran espectáculo. Vital, imaginativo, sincero, cómplice y con un optimismo que se agradece en este mundo y en esta ciudad antipática y fascinante que tenemos. Gran dirección y unos actores en sus salsa, frescos, gigantes y grandiosos.         

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