Hasta ahora, en este Frinje descafeinado y caro de cojones si lo comparas con otros años, sólo había visto propuestas a medias y poca innovación. Personalmente, nada que me moviera en absoluto. Hasta ayer yo era el mismo David del mes pasado.
Se supone, según dicen los propios responsables, que en los criterios que se valoraron antes de escoger los espectáculos estaban "la capacidad de análisis sobre la realidad política y social, la búsqueda de un lenguaje personal y el rigor e innovación de las propuestas". Espectáculos de hace años, innovación cero, lenguajes personales inexistentes y propuestas pobretonas y con muy escaso horizonte.
Para remate acabábamos de salir de un espectáculo asombrosamente ridículo y simplón. El alma por los pies, arrastrando una desgana ajena y con el palpito de que si este va a ser el teatro del año que viene... me paso al cine.
Pero no, claro que hay artistas que viven en la búsqueda, que rascan la realidad y hurgan en los sentimientos, en los recuerdos y en las dimensiones. Hay artistas como Javier Lara que hablan como y de lo que quieren. Hay artistas como Javier Lara que hablan desde sitios diversos, que plantean preguntas y dudas, que mezclan, que descolocan, que recurren, que acorralan y que te sirven una ensalada con ingredientes envenenados y aromas a Joyce.
El periplo de Antonio Carlos no es de un día por las calles de Dublín. Es de unos años por las calles de Londres, por su casa, por sus recovecos sentimentales, por sus fantasmas, por sus ángeles, por sus miedos y por sus samaritanos seguramente salidos, como nos pasa a todos, de su pasado en B.
Javier Lara, Lara, Javi, el Lara escribe, reescribe, inventa, reinventa, mezcla, bate, ajusta cuentas, paga deudas, navega, desgarra un texto que casi podría ser una cosmogonía. Brillante hasta en las acotaciones, en el empleo de la música como elemento que dialoga con los personajes y con el espectador, otro personaje más de esta ouija que es "Scratch".
Si el comienzo es una declaración de intenciones y un prodigio emocional y literario (sumergiendo al público en una sesión casi de hipnosis colectiva), el torrente de emociones, temblores y temores que siguen son dignos de estudio. Porque este textazo no es sólo un ejemplo de desarrollo dramático ejemplar, de viaje emocional de los personajes, empezando por Antonio Carlos y siguiendo por los padres (el padre, siempre el padre... momento en el que arranco a llorar y ya no paro), Nacho, el filósofo de la calle, el ángel de la guarda de Hillegonda, incluso el Obispo Lara o Rachel. No es sólo ese proceso, esa aventura, ese crecimiento, es un ajuste de cuentas con el destino. Es buscar una explicación a por qué pasó lo que no tenía que haber pasado. Es rebuscar y retorcer el cerebro, los recuerdos, reinventar una secuencia que explique la ausencia y el dolor. Es intentar saber por que no estuvo cerca o pedir perdón por no haber sabido ver.
Cuando uno tira de su pasado en B para buscar porqués, el torbellino te descompone, gritas, potas y giras sobre todos tus ejes a la vez. Lara se escuda en la forma y en el desorden mental de su escritura (tan mental como la de Joyce, tan serpenteante como la memoria y como el proceso mental del escritor irlandés) para tratar de dar sentido al viaje de Antonio Carlos. Un viaje en el que el caos ordena, la luz oscurece, el ruido ensordece, la droga da lucidez y la sangre aleja. Porque "el vacío tiene esperanza de luz".
Lara imagina junto con Carlos Aladro, Carlota Gaviño e Iñigo Rodriguez-Claro un espacio poderoso, lo iluminan de maravilla, crean un universo sonoro y visual vivo y cómplice, en el que música e imágenes son un personaje que dialoga con los actores. Distribuyen los ritmos, crean tempos especiales, dan aire a la angustia y energía a la muerte. Escénicamente es un prodigio de libertad, pruebas, interrogantes y puertas abiertas. Potencia, delicadeza, dolor y muuuuchos interrogantes. Justo eso, un idioma libre, un discurso movido y "movedor" y una concepción del hecho teatral como espacio de búsqueda y catarsis.
Javier Lara despliega un catálogo de personajes A-CO-JO-NAN-TE. Da vida y carácter a no sé cuantos personajes siempre desde la delicadeza, el matiz y la profundización emocional. Si todos los personajes son un ejemplo de creación y amor, ese padre... no tiene calificativos dignos. Está buscado desde lo más profundo del respeto y la admiración. Es una imagen emotiva y emocionante, es lo que debería ser un padre, es el tirón inevitable de la sangre, es el amor infinito y universal, es el vértigo horizontal, por alejamiento, es un padre amoroso, idealizado, con una dignidad y una vulnerabilidad poéticas que a mí, particularmente, que perdí a mi padre justamente hace trece años, me abre en canal, me desgarra y me hace soñar con mi pasado en B. Estremecedor, humano, digno y calentito.
Y a su lado, de tú a tú, el mejor actor de su generación. Fernando Delgado-Hierro. No sólo mantiene el pulso con Lara de tú a tú, sino que durante todo el espectáculo está en escena lleno de verdad, de intensidad, de pasado y de futuro. Por sus ojos se dispara una mirada perdida rebosante de potencia, de amargura, de vómito y de sed de luz. La búsqueda de una razón, el viaje iniciático y el aprendizaje desde la soledad, la sabiduría desde el caos y el crecimiento desde la necesidad. Todo eso está en la mirada blanca, poseída, profunda y estremecedora de Fernando Delgado-Hierro. Sólo por poder dejarte llevar por su monólogo final merece la pena vivir. Es un mago y un torrente de carisma y oro puro. Sólo viendo su vulnerabilidad y su mirada sedienta uno aprende lo que es ser actor.
A pesar de que yo llorara como un bebé necesitado y que me tocara el rincón más doloroso de mi corazón abandonado, perdido y solitario, "Scratch" es una puta maravilla de concepto, de forma, de búsqueda, de filosofía y de manejo tanto del hecho teatral en sí como de las emociones, del pudor, de la necesidad y de las emociones capadas. Lo mejor no sólo del Frinje sino de este año. Este es el teatro que me pone.
¿Cómo se hace si no?
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