lunes, 29 de enero de 2018

Hablar por hablar. Teatro Bellas Artes

El mundo de la soledad, del recuerdo y de la "necesidad del otro" son terrenos fértiles para la producción artística. Es como si el dolor y lo chungo fueran más productivos o como si de esa negrura salieran experiencias más atractivas. O puede que nos guste y alivie ver sufrir un poquito a los demás porque así tal vez logremos relativizar nuestras sombras.



Hace mucho que no soy un asiduo oyente de radio. Pero en mi niñez, adolescencia y primera juventud era constante la necesidad de escuchar voces, de poner algo de suelo firme bajo mis pies inquietos y débiles.
Las radionovelas, los seriales, los programas de peticiones musicales (a los que escribía insistentemente para que pusieran esas canciones con las que me hartaba de llorar y que nunca conseguía grabar enteras), y sobre todo... el quedarte dormido con el transistor traído de Andorra, de Canarias o comprado en los decomisos de Arenal pegado a la oreja.
En esos programas nocturnos recuerdo haber escuchado historias sórdidas, muchísimas soledades compartidas y a muchísima gente tan sola como me sentía yo buscando sencillamente una voz amiga que te dijera que todo tenía solución. De noche todo es mucho más tremendo. Los amores y los temores. Los miedos y las penas. Es el tiempo mágico e irreal en el que todo puede pasar. En el que lo malo parece peor pero a la vez más etéreo y lo bueno parece eterno y mágico. Es el tiempo en el que una ciudad entera se vuelca en buscar a ese chico perdido necesitado de ayuda. Es el tiempo en el que la joven busca al padre de su hijo, el solitario suelta sus quejas al viento, es el tiempo en el que las parejas rompen, buscan y encuentran. Es el tiempo en el que un enfermo pide un abrazo. Es el tiempo de las necesidades sin vergüenza y de las carencias disparadas y valientes.

Una voz en la oscuridad, una voz anónima sencillamente suelta tópicos y habla desde el corazón edulcorado que a veces todos necesitamos. Sin más. Calorcito, abrazos y azúcar. Y que cualquiera, sea quien sea, da igual, nos diga que tranquilos, que todo va a pasar.
Eso exactamente es lo que te vas a encontrar en el Teatro Bellas Artes. El calor de la radio. De la radio nocturna. De la radio de las llamadas pidiendo socorro. Historias no demasiado especiales, no demasiado ruidosas, no demasiado trágicas pero REALES. Historias sinceras como las que todos hemos escuchado en esos programas nocturnos de identidades en sombra y necesidades desbocadas y amargas.



Y poco más. Amor, respeto, sencillez y honestidad. Una puesta en escena sencilla y respetuosa, un texto medido con gran ritmo y una progresión emocional preciosa. Y sobre todo, un puñado de actores reales, de carne y hueso. Seres vivos con emociones enquistadas.
El texto lo han escrito un puñado de seres privilegiados, unos maestros incuestionables. Sanzol, Juan Carlos Rubio, Yolanda García Serrano, Ana R. Costa y Juan Cavestany. Casi nada. Y lo ha dirigido Fernando Sánchez Cabezudo. Pues eso. Punto. Calidad asegurada. El equipo técnico de tirar cohetes. Con unas luces de David Picazo de cagarte por las patas, como suele ser habitual en él.
Y dando la cara, compartiendo las voces y regalando sus emociones, Pepa Zaragoza, Antonio Gil y tres seres estremecedores: Samuel Viyuela, un actor que SIEMPRE te roba el alma, SIEMPRE está perfecto y SIEMPRE hace que te enamores de él.  Carolina Yuste, una actriz fascinante que nunca falla, ya sea trabajando con LaJovenCompañía, siendo Cleopatra o incluso en medio de aquel desaguisado que fue "Séneca". Tiene brillo, carisma, una voz bellísima y una presencia aplastante. Y Ángeles Martín. Es conocida mi debilidad por esta fiera escénica. Pero es que es para rendirte a sus pies cada vez que pisa un escenario. Tiene un dominio de las emociones y una capacidad de transmitirlas asombrosa. Te lleva por donde quiere, y su carisma brutal y arrollador hacen que simpatices con ella nada más verla. Es una auténtica fiera escénica que algún día recibirá el papelón que se merece; un drama de estos de cagarte donde despliegue todo su arte y las masas caigan rendidas ante tantísimo talento.



Corran a ver "Hablar por hablar". Bueno, no, mejor vayan pero despacito, con tiempo, relájense en su butaca y déjense llevar por las voces de la noche, por los dramas cotidianos y reconocibles. Y por un puñado de actores empáticos, simpáticos y tan solitarios como cualquiera de nosotros en una noche fría.       

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