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domingo, 22 de septiembre de 2019

Lo nunca visto.

Este comentario está plagadito de spoilers. Lo digo pa que luego no me venga nadie con que si le he reventado la trama. Yo ya lo aviso. En esta ocasión no puedo ni quiero evitar contar cosas que pasan. 

Pues al lío.




José Troncoso y el equipo de "La Estampida" ya nos dejaron mudos con sus "Princesas del Pacífico". Aquel trabajazo era una postal agria de una pareja de perdedoras. Dos mujeres tan dignas como desgraciadas. Fue un pelotazo. Y una obra maestra.
Y no creo que Troncoso repita fórmula en "Lo nunca visto", sino que cuando uno tiene una forma de expresarse, de contar las cosas, eso sale. Inevitablemente, e menos que uno pretenda cambiar de registro o explorar lenguajes nuevos. Pero la forma de ser y de sentir de cada uno, sale.
No conozco personalmente a Troncoso pero juraría que es un ser de esos que aman lo trágico pero que tiene un sentido del humor desbordante. Esa mezcla melodramática e hiperbólica al menos es la que conecta conmigo. Yo a veces me asusto de mí mismo por mi nivel de humor negro, por cómo saco la coña en os momentos más terroríficos. Yo soy así. Bueno, yo también soy así.
Y es que me da la sensación de que Troncoso adora el drama. Sus personajes son tres animales heridos. Pero cuando ve que está rozando lo insoportable, tiene que sacar la coña. Porque escarbar más sería demasiado doloroso. Y ahí, justo en ese momento, entra el humor. Troncoso ama y domina el humor tanto como el drama. Por eso se debate y por eso su arma de protección frente al precipicio es la carcajada salvadora y sanadora. Y yo AMO eso.  




Araceli está en un hospital (o en una residencia). Está perdiendo la cabeza (también eso le están vaciando) y desde su silla reconoce que jamás tuvo talento. Ganas sí, pero talento, ninguno. Antes de desconectarse del todo de este mundo, recuerda su último intento de dejar huella. O de recomponer el porqué de su vida, la razón última que de sentido a una vida. 
Al borde de la vejez y con un desahucio encima, Araceli, años atrás intentó crear un espectáculo total junto a sus ex alumnas. Ella nunca tuvo talento para bailar, pero sí para enseñar. A su llamada sólo responden Sofía, no se sabe muy bien por qué y Mari Carmen. Juntas intentarán recordar y exorcizar sus vidas, buscando un sentido a tanto dolor. En ese camino descubrirán en qué momento su vida se torció. La vida es un camino de decisiones y no siempre acertamos. 
Sofía, en realidad, Gertrudis, se subió a una moto y acabó seropositiva y yonki. Mari Carmen se dejó casar con quien no quería y en su afán de cuidar a los demás ( yo estoy bien; pero tú, ¿tú qué tal estás?) se convierte en una maruja como cualquier vecina o familiar nuestra y casi sin querer se dejar maltratar y termina provocando a muerte de su hijo. Cuando no puede más, escapa con lo que pilla, el carrito de la compra, el álbum de fotos de la boda y un zapato. Y una vida vacía y herida.  
Lo que más me estremece del trabajo de Troncoso es su capacidad para reflejar la vida gris de cualquier mujer normal y corriente como Mari Carmen con uno texto real. Conozco a muchas mujeres así, que hablan así, que en su verborrea y su repetición hay un horror vacui, un miedo a la pausa y a tener espacio para pensar. Mari Carmen sufre en silencio porque es lo que le ha tocado. Y ni lo distingue. Sólo cuando hace un repaso de su propia vida es capaz de ver su herida, su momento de click, cuándo su vida se torció. Va con gafas de sol para tapar los moretones, no porque el sol la moleste. Y me parece brillante la sutileza con la que Troncoso muestra tanto la muerte de Toñito como la paliza y la huida con un zapato. Como con el diagnóstico de Gertrudis, la que fuera reina de su casa. Sofía, novia de Felipe, la reina para su papi. Hasta que se subió a una moto y su vida cambió.
Ese amor y ese respeto por la vida de los humildes, de la gente normal, de los seres con poca capacidad de defensa es la base del acercamiento de Troncoso. Por eso frena el drama con toques de humor, para no caer en la pena o en la compasión.
Brillantísimo y amoroso trabajo el de José Troncoso. Consigue un trabajo personal, hermoso, real, vivo y cuidadoso con sus personajes. Y los envuelve en una historia mágica, dura y seca. 
Eso suponiendo que lo que vemos sea real, sea de verdad ese espectáculo inacabado, sea de verdad la vida de esas mujeres. El pasado se inventa, sobre todo si el de verdad duele. Quién sabe si lo que recuerda Araceli es cierto. Porque si Sofía es Mari Carmen...

Puede que narrativamente esté un poco embarullado en algún momento, que la narración no sea tan limpida como la de "Las princesas", (me había propuesto no comparar, pero he picado) pero como el amor a los personajes, la brillantez dramática y la labor suicida de las actrices es tan brutal, yo arranqué a llorar en el minuto uno y no paré hasta bastante después de terminar la función.  

 Magníficos trabajos de Miguel Ángel Milan, Juan Sebastian Domínguez y Juanan Morales iluminando, vistiendo y arropando este viaje. 



Y por supuesto, bravo para Ana Turpin, que se mete de lleno hasta el corvejón en el código y el idioma de Troncoso. Gran trabajo escuchando (eso que parece que la gente ha descubierto ahora) y gran trabajo dando vida y lenguaje a esa Gertrudis herida y moribunda, un zombi andante que busca cobijo desde el ataque. 



Y gloriosas Alicia Rodriguez y Belén Ponce de León. Alicia es capaz de descifrar cómo y por qué un ama de casa gris y sometida lo es. Investiga a cualquier vecina de Valdelagrana, la entiende y nos lo regala desde el amor infinito. Porque sólo desde ahí puedes interpretar a esa Mari Carmen que no sabe ni qué hacer con su vida, que ama y odia la playa, que se deja maltratar porque le toca y asume la muerte de Toñito también porque le toca. Alicia congela el despiporre con un silencio y deja suspendida tu carcajada en un gesto quebrado como su vida. Y de ahí sólo puedes caer a un abismo como el suyo. Pero...aquí no se llora.



Belén es debilidad personal. Es Silvana Mangano, es aristocrática y decadente, es la más delicada y la más imponente. Es grande y es grandiosa. Es generosa y es sabia. El viaje que hace por la vida y los años de Araceli son un regalo y un suicidio ESO NO SE HACE ASÍ SI UNO NO SE LA JUEGA. Y si uno no se la juega no es actor. Belén, te hago la ola eterna, el tsunami emocional. Verte mover la cabeza mientras dices. "Yo, talento ninguno. Ganas todas, pero talento ninguno", eso... hace que merezca la pena que exista el teatro.

Y que vivan los silencios, las pausas y los gestos helados por el horror.



  

domingo, 8 de octubre de 2017

El lunar de Lady Chatterley. Teatro Español, sala Margarita Xirgu.

No deja de ser paradójico que en pleno siglo XXI, con una mujer al mando de la institución, la sala grande del Español se llame "sala principal" y sin embargo la pequeña se llame "Margarita Xirgu". Es como si estuvieran esperando encontrar un hombre de señor lo bastante importante como para darle nombre a la sala grande, cuando podría llamarse perfectamente Sala Margarita Xirgu. Vale, la grande no tiene nombre de tío, pero que la pequeña lo tenga de mujer es otra razón más para no perderse "El lunar de Lady Chatterley". Otra más. 




El texto de Roberto Santiago plantea un "qué pasa con los personajes después de sus novelas/obras/películas". En esta ocasión Constance Chatterley se enfrenta a un supuesto juicio en el que ella ejercerá su propia defensa. Vemos un mundo ideal en el que una mujer consigue lo impensable; defenderse a sí misma. El acceso a los estudios o el derecho al voto eran casi ciencia ficción en aquellos años. Qué coño, si el derecho al voto es de no hace tanto, y el abrir una cuenta corriente sin el permiso del marido...  
Constance representa a la mujer capaz de desgranar sus condiciones, analizar sus armas y utilizarlas con sutileza. ¿Que me dejáis "sólo" ser sutil, ácida, irónica, sensual y embaucadora? Vale, pues os vais a cagar. Porque con eso hago yo maravillas. Y sencillamente utilizando las pocas armas que los machos de esa época consentían en una mujer, Constance hará un alegato demoledor de la podredumbre de una época (cuántos rasgos se pueden distinguir incluso hoy en día; desigualdad de sueldos, presencia en cargos de responsabilidad, publicidad sexista, humillación y manipulación social, "mi mujer tiene una igual para lavar") y de la capacidad de un ser inteligente (encima mujer) para cargarse los argumentos baratos, añejos, absurdos y sin fundamento. 




Constance es la mujer que lucha y la mujer que sobrevive bajo una capa social que la relegaba al rol de florero y poco más. La mujer oprimida, la mujer sin derecho a pensar, a sentir, a gozar, a correrse, a echarse un maromo y a defender su lugar en el mundo. A ras de suelo, al mismo nivel que el resto de los seres vivos. 
Constance será la heroína inimaginable de una época en la que la acción de este espectáculo sería impensable y la heroína de hoy, que sigue luchando por desterrar tanta mierda machista y tanta desigualdad como sigue infectándonos.
Esa misma sociedad enferma y tarada es la que forma el espacio escénico. Un entramado de "estructuras" inacabadas, rotas, quebradas por los defectos de esa misma estructura. Fantástico trabajo de Sean Mackaoul. 
Por el fondo aparece vestida por Montse Sancho, iluminada por Gustavo Pérez Cruz y arropada por el fabuloso espacio sonoro creado por Iñaki Rubio, Constance, Ana Fernández, casi como un guiñol, como una muñeca buscando el camino en medio de esos hierros entre los que es difícil encontrar una ruta fiable. Ana aparece y se hace la luz en la Margarita Xirgu. No, mejor aún, Ana ilumina la sala. Porque la Fernández es como una luciérnaga, es como si de debajo de esa piel blanca y fresca saliera luz. Ana ilumina desde dentro. Y Constance toma las riendas de la situación con su mejor arma: la palabra. La palabra hecha adjetivo, no sustantivo. Porque lo que ella quiere y necesita es describir, no definir. Porque un adjetivo es más rico y poético que un sustantivo. Aunque parezca que se esconde detrás de él. El adjetivo vive agazapado tras el sustantivo, esperando su momento de iluminar las limitaciones de ese sustantivo protagonista. Y Ana viaja de recurso en recurso, de derroche en derroche demostrando que la escena no tiene secretos para ella, que maneja sus recursos a la perfección y que sabe llevarte de la mano por las sensaciones, las impresiones, los géneros y los destinos. Portentosa. 
Encima se busca aliados entre el público. Un fiscal, un juez y un Clifford. Y con ese simple detalle te regala el sentirte partícipe de ese despropósito. De un plumazo te da permiso para entrar en la acción, en su movida. Hala, soy todo tuyo. Ella, cambio, nos da una lección de buen teatro y se nos entrega en alma y cuerpo.   
Antonio Gil y José Troncoso hacen lo mejor que se puede hacer en estos casos: se colocan en el sitio del respeto absoluto, marcan unas directrices sencillas y respetuosas y dejan que el espacio lo habite la palabra. Y la presencia y carisma de una actriz tocada por la musa. 




"El lunar de Lady Chatterley" es como una película de Mankiewitz. Es elegancia, es drama y es una actriz al mando. Ana Fernández, su saber, su presencia, su don para dominar la palabra y el ritmo. Todo por defender esta lucha a base de ironía, la palabra como arma fina y certera y una batalla casi tan actual como entonces. Una joya que debe verse por toda España y que personalmente deseo que así sea. Porque es un trabajazo. 

Ah, y el momento tacita de té... impagable!!!            

lunes, 5 de diciembre de 2016

Las princesas del Pacífico. Galileo.

Si una palabra sobrevuela por encima de este drama podía ser "DIGNIDAD". La dignidad de quien no puede huir de su propio destino cruel.




Hace tiempo se juntaron en una tarde gloriosa José Troncoso, Sara Romero y Alicia Rodríguez y crearon dos personajes: Lidia y Agustina. Bendita la hora. Porque tanto la una como la otra merecen formar parte de la iconografía más bizarra de este país, a la altura de Tristana o de cualquier personaje de Buñuel. 
Agustina, viuda amargada, pueblerina de las cerradas y con tantos defectos y carencias como una española de esas que piensas que ya no existen. Perdió pronto a su marido y vive intentando defenderse de lo que no comprende y de lo que no alcanza a base de esconder la cabeza, poner a la niña de parapeto o directamente despreciar. En el fondo, ¿quién quiere ir a cenar con el capitán? la vida ha pasado por encima de ella y aunque sea de las vecinas esas que no paran de subirse la pechuga, armarse de valor para tirar palante y cavar una tumba propia llenita de pena, de amargura, de pobreza de espíritu, de envidia de vecina chunga y de tía/madre pelícano. Tan temerosa del mundo que prefiere insultarlo a tratar de subirse a su carro. El de la vida, el normal. Pero no, las malas son "la calva y la enterá" . La culpa siempre es de las demás, si no no podría vivir. 
Lidia, niña nacida del amor entre un currito de un taller mecánico y una del pueblo, tras siete meses de casados y dos de noviazgo. Una niña fruto del amor más puro, con tantas carencias afectivas como su tita, que sueña con papá, un papá idealizado. La niña no puede luchar, ha aceptado porque así se lo han vendido un futuro casposo y está plenamente convencida de que ni puede aspirar a más ni lo merece. 




Lo peor no es que sean así, porque en definitiva cada uno se defiende de la vida con sus armas y como buenamente puede. Lo peor es que José Troncoso no deja lugar a la salvación. Las saca de su casa a punto del desahucio, las monta en un barco en el que no pintan nada, pero al que se permiten poner a parir y las suelta allí unos días para que a las primeras de cambio la niña caiga en el pozo negro que llevaba escrito en la frente. Porque en definitiva, si naciste desgraciao, sólo te lloverán desgracias. Pero seguramente la vida sea así y las Cenicientas existan sólo en los cuentos. Igual que los niños esos a los que llevan a la civilización durante diez días para luego devolverlos a su inframundo. Tita y sobrina volverán a su agujero apolillado bastante peor de como salieron.
La comedia, que empieza siendo descacharrante con la pareja descojonándose del mal ajeno se volverá enseguida drama amargo y cruel. Y todo el esperpento de estos dos seres desvalidos se convertirá en el drama de dos pobres mujeres sobrepasadas por sus vidas e incapaces de salir de la desgracia en la que llevan macerando toda su triste vida. 
Troncoso nos la mete doblada. Nos hace revolcarnos de risa con lo que parece una visión deformada de una realidad pasada y superada y nos da un mazazo directo al corazón y al higadillo. 

Dirección brillante, divertida y con un sentido del espectáculo y de la dignidad bestiales. Magistral en su amor por estos dos seres, magistral que no caiga en la tentación de salvarlas y magistral en el uso de una puesta en escena humilde, con unos medios tan cutres como sus protagonistas pero tan dignos como ellas. Sencillamente magistral, Troncoso.


 




Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León son realmente dos princesas. Las persigue la mala suerte, el destino de los desgraciados y por mucho que intenten huir incluso de sí mismas, acaban más hundidas que antes en la desgracia del que nace para perder. Son un cúmulo de recursos, de risas, de estremecimientos, de escalofríos y de miradas rellenas de desgracia y de esa "superioridad" del miserable, del que cree que la culpa de su vida de trinchera la tienen los demás, el del gas, la calva, el capitán, la Juani o san dios. Cualquiera menos ellas.
Si el reconocimiento al trabajo exhaustivo y aplastante se mide en premios, las dos actrices deberían llevarse todos los premios del mundo. Si su éxito se mide por el calado en el corazón del público, con el mío tienen ganado el cielo, porque me dejaron totalmente desolado y pesimista. 
Si hay un espectáculo que merece vivir y vivir durante mucho tiempo es este. Porque viendo desde dónde nace y lo que consigue, es milagroso. Debería vivir mucho para que lo vea todo el planeta, porque espectáculos así  de modestos en el planteamiento, sinceros en su filosofía y con un recorrido emocional tan bestial se ven mmmmmuy poquitos al año.
Mi admiración eterna.