jueves, 29 de mayo de 2014

El saber prohibido. Sala Tú.

Coral Igualador escribe y dirige este espectáculo delicado, intimista y con un extraño poder de seducción. La actriz Mara Ballestero se encarga de dar vida a Amparo, una mujer mayor, que cuando intuye que su vida puede ir acercándose a esos tiempos inseguros y ciertamente peligrosos, decide saldar sus deudas con su pasado, con su historia, y resolver los asuntos que tiene pendientes con su vida y con su amor.
Amparo invoca o mejor dicho, habla, dialoga quizá como lleva haciendo toda la vida, con el auténtico amor de su vida. Y lleva a su término la catarsis que necesita para poder despedirse definitivamente de él. 
La función parte de un texto que a mí me fascinó. Cierto es que tiene algún regusto añejo o trasnochado, pero tiene una magia, que provocó que en algún momento se me llenaran los ojillos de lágrimas.  A mí es que eso de que pasen los años y haya alguien esperando a su amor o que no quiera reconocer que ese amor que es su razón de vivir nunca será correspondido... a mí eso me puede, me gana, me abate.



Confieso que nada más empezar, la forma de hablar y la gestualidad de Mara Ballestero me estremecieron. Me parecía totalmente antinatural y casi amateur. Pero... por esas magias del teatro bien hecho... a los pocos minutos se convierte en una forma coherente y casi te diría que en la única forma de hacer ese texto tal y como está escrito y tal y como está dirigido. Y esa forma extraña de Mara de interpretar funciona. Y funciona de maravilla, y emociona. Y encima la mujer habla, grita, se revuelca por el suelo y hace todo lo que le han marcado con una naturalidad pasmosa. 
El contratenor José Mena  es Antonio, el amor de Amparo. Su figura fantasmagórica es total. Y su primera aparición es también desconcertante. Te echas a temblar. La escena no puede ser más pastelosa. Pero con otro golpe de magia... vuelve a funcionar todo el engranaje. Y flipas con José Mena, con cómo canta, con la belleza de su voz y con su imagen y presencia. Alba Mena con la viola es el punto justo que falta para llegar a la emoción sincera y directa al corazón. Y toda esa amalgama de elementos pastelosos y hasta cursis se convierten en un espectáculo duro, tremendamente triste y muy, muy amargo. 



No me pidas que lo explique, porque no sabría, pero es de esas veces en las que toda una serie de elementos horribles se transforman en algo mágico, que funciona muy bien y que te pilla el corazoncito. Por algo será. ¿La magia del teatro? Yo diría que sí.   

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