Hace pocos días alababa la contención de Magüi Mira dirigiendo a casi todo el reparto de "Festen", salvo a su hija. Sin embargo, mientras ella está en la sala de arriba, en la de abajo, la principal, su marido Emilio Hernández firma la versión, la escenografía y la dirección de este texto de Antonio Gala con muy poco acierto. Bueno, para ser sinceros, con dos aciertos. No, qué coño, tres aciertos.
El texto ya de por sí me parece que quizá en 1987 fuera más acertado e incluso novedoso al hablar de la delgada línea entre poder, corrupción, intrigas palaciegas y la dualidad gobierno/podredumbre.
Tampoco es que me parezca ninguna joya, pero a día de hoy creo sinceramente que el texto ha envejecido mal y personalmente me atrae poco y me resulta muy poco seductor. Por supuesto, como siempre, esto es problema mío. Seguro que el texto es buenísimo y soy yo el que no dimensiona su poder y sus valores. Lo reconozco.
Haber añadido algún poema del propio Gala para introducir el personaje de Helvia, la madre de Séneca tampoco me parece un acierto. Sobre todo porque la presencia de este personaje no aporta nada ni a la trama ni al desarrollo de los personajes. Y el hecho de que lo interprete Carmen Linares tampoco es un acierto. No cantó especialmente bien, ni la música tiene mucho atractivo. Y como actriz, está como esperando a que le toque decir sus frases y entonces las dice dando la sensación de que está repitiendo tonos que ha aprendido de memoria. La única razón que veo para haber contado con la grandiosa Carmen Linares es para que cante esas piezas, quizá para recalcar que la mujer era de Jaén.
Si la versión no me parece brillante, la segunda firma de Hernández, la escenografía, ni te cuento.
Es una especie de teatro pintado de negro de donde sale humo. Sale humo cada equis. Sale humo. Mucho humo. Quizá por alguna razón, pero confieso que no logré descubrirla. El caso es que sale humo. Mucho. Y los pobres actores van parriba y pabajo a oscuras jugándose la vida. Un espacio feo, poco útil y que me pareció nada simbólico y poco inspirado. Aparte del aire así como de la época por lo del semicírculo y los escalones, confieso que no me pareció nada acertado.
La tercera firma de Hernández es la dirección de escena de este espectáculo. Y tercer patinazo. Hablo siempre desde mi gusto particular y único. Ni poseo verdades absolutas ni propongo mis ideas escénicas, simplemente expreso mis sensaciones y mis gustos. Afortunadamente vivimos en un mundo lleno de colores y de gustos.
Pero a lo que voy. Me parece un desatino el montaje en sí. Las canciones y ese tono medio musical (encima medio, porque si fuera completo, todavía) no sólo no aportan nada sino que son feos, incómodos para los actores y muy, muy antiguos. Las canciones de Marco Rasa no son bonitas y sinceramente no añaden nada. Y algo que no aporta nada es gratuito y para mi gusto, prescindible.
Los actores están siempre colocados como de cara al público, como si fueran cantantes de ópera. En ocasiones eso les crea unos problemas tremendos de coherencia y de naturalidad. Como en el momento de la muerte de Agripina, salvada por el grandioso arte de Esther Ortega.
En pleno siglo XXI ver una teta o un pito (o tres) no es nada rompedor. No me parece que sea una opción escénica filosófica sino simplemente "provocadora", como para demostrar una "modernez" artificial.
Los actores no siempre están en escena. A veces, si van a tardar mucho en volver a intervenir, salen, se van a la parte de atrás supongo que a descansar. Pero si van a volver a intervenir en breve, se quedan por las gradas. Vamos, que las entradas y salidas son caprichosas. Aunque casi todo el tiempo están. Sentados por ahí, y cuando toca su escena bajan al centro, se ponen de cara al público, la hacen y se retiran. Muy poco o ningún punto de vista desde la dirección, ni ningún distintivo ético. Quiero decir, el director siempre se posiciona y habla desde un sitio. Y si encima es un creador, deja su sello. En esta ocasión, no noto punto de vista, ni que me hablen desde ningún sitio ni ningún sello. Lo que veo son elecciones caprichosas sin una base ética o filosófica, buscando impactar y si yo a algo le veo el cartón, no me funciona. Insisto, esto también es problema mío. Lo reconozco y lo asumo.
José Manuel Guerra ilumina bien la función. Puntualizo: ilumina bien lo que ilumina, pero las sombras no me convencen tampoco. Cuando uno ilumina, es tan importante lo que iluminas como lo que dejas en sombra y a veces da la sensación de que las sombras son sencillamente cosas NO iluminadas.
Felype de Lima, grandísimo creador, aquí no me parece tan brillante como en otras ocasiones. El cuero me parece antiguo y no parece que les resulte muy cómodo a los actores.
Y ahora voy a hablar de los TRES aciertos que yo veo como indiscutibles.
El primero, contar con José Luis Sendarrubias. Es un actor y bailarín brillantísimo que ha demostrado mil veces que baila como dios y que tiene una expresividad y un carisma aplastantes. Su presencia es solidísima y demuestra grandes dotes para la escena (aparte de las evidentes).
El segundo y tercero es casi el mismo. Haber contado con dos actrices como Eva Rufo y Esther Ortega. Salvando las distancias de la dimensión de sus papeles, que es algo evidente, ambas son dos bestias pardas que lidian con todo lo que les echen encima. Obviamente Esther tiene un papel mucho más extenso que Eva, pero las dos hacen lo mejor que se puede hacer: sacar raza, voz, peso, dominio y temple y dejarnos a todos temblando. Eva es un hada, en este caso un hada mala, la bruja mala del oeste, e incluso vestida de Lady Gaga nos da un recital de escucha, de naturalidad, de sensualidad y de oficio bestiales. Esther lleva muuuuchos años demostrando que es una de las presencias más aplastantes del mundo de la interpretación. Da igual el medio y da igual el entorno, Esther Ortega es de las actrices más bestiales que hay en el mundo mundial. Es más, merece la pena ir a ver este Séneca sólo por ver el trabajazo que hacen tanto Eva Rufo (ojo al carrerón de esta mujer, que va a ser más imparable de lo que está siendo hasta ahora) como Esther Ortega. Voz, cuerpo, peso, caminar, dominar y llenar el escenario, helarte la sangre con un grito, mirar y derretir, seducir, jugar, morrear, TODO lo hace perfectamente.
En definitiva, este "Séneca" merece la pena únicamente por el trabajo de estas dos bestias, aunque es un espectáculo olvidable. O mejor no, mejor recordarlo. Otro espectáculo fallido de este CDN errático y que sigue demostrando una y otra vez que no es ni la sombra de lo que fue.
Las fotos son de MarcosGPunto. Bestiales.
Magnífica crítica. Me parece que me repito, amigo mío, pero "asín" es.
ResponderEliminarGracias, compi. Un lástima... Besazossss
Eliminar