viernes, 13 de diciembre de 2013

Intimidad. Sala Tú.

Espectáculo realmente complicado por muchos motivos.
Ya he dicho en otras ocasiones que esta sala no es de mis preferidas de Madrid. Claro, es que a veces resulta complicadísimo estar concentrado en una historia tan intensa como la que te cuentan en "Intimidad" si estás oyendo al cani del barrio pegando gritos o al de la moto que se ha parado junto a la puerta del local. 
Problemas logísticos aparte, cuando entras hay cuatro actores en el escenario. Suelo de tierra. Tres de pie, uno sentado. Parecen plantados en esa tierra. 
Abre el fuego Carmen Mayordomo. Monologazo dramático de jartarte de llorar. Ella lo hace, llora y llora. Lo que está contando es para eso y para más. Dramonazo brutal que Carmen lleva adelante con enorme profesionalidad. Aunque yo personalmente prefiero a los personajes que luchan por no llorar, y que solo lo hacen cuando no pueden más o cuando se les escapan las lágrimas. Prefiero eso a los que lloran por pena de sí mismos. Pero es una cuestión de gustos personales. Prefiero las luchas a las lágrimas desbordadas desde la primera frase. 



Carmen te deja el corazón encogido y no te atreves ni a toser (bueno, toser siempre hay quien tose igual que siempre hay quien no apaga el puto móvil). A continuación va Rikar Gil. Su historia, su monólogo es también tristísimo. Él es una víctima de estos tiempos. Está soberbio, con una naturalidad aplastante. Parece que es un cani que pasaba por la calle y ha entrado a contarnos su vida. Pero su historia está varios puntos por debajo de la de Carmen en cuanto a intensidad y drama. Sigue moviéndose la cámara y entra en cuadro Nahia Láiz. Inmóvil como sus compañeros, plantada en la tierra del suelo. Y nos cuenta su monólogo también duro, aunque no tanto como el de Carmen ni tan "tragicómico" como el de Rikar. Ella está muy bien también, pero sin querer tu interés y la intensidad de la función han ido decayendo poco a poco desde que empezó. Y le toca el turno a Claudio Sierra. El único que está sentado. El único que se levanta y se mueve. Tiene su por qué. Aunque de él poco puedo contar. Por no joder la función. Solo diré que es asombroso este hombre. Me encanta, me gusta muchísimo. Y con él la función vuelve a tirar parriba. Y con su "sorpresa final" te quedas un poco muerto. Bueno, bastante muerto en la bañera. Y te vas descolocado. Y mola. Pero no tanto. Porque en definitiva, el espectáculo, en su intención de estremecerte, ha empezado muy arriba, ha ido decayendo poco a poco, ayudado por esa puesta en escena de inmovilidad, simbólica pero poco efectiva.  Y como los "dramas" van de más a menos, tu interés e implicación ha decaído mucho. Menos mal que el gran Claudio Sierra se encarga de subir ese interés, aunque el mal ya está hecho. Y que conste que todos ellos están soberbios, maravillosos y pa comértelos. Es la dramaturgia en sí y la puesta en escena lo que no ayuda. Lástima, porque los cuatro actores hacen un ejercicio durísimo y es una pena que no se vea recompensada su entrega con una dirección que potencie y valore su trabajo y su esfuerzo.      

2 comentarios:

  1. ¡Genial como siempre, David! A mí también me gusta más luchar para no llorar. En el teatro y en la vida. Lo fácil es la lágrima. Lo otro... Bueno, ni te cuento.

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  2. Lo otro igual te come por dentro, pero te hace duro, resistente. Creo. Gracias, maestra!!

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