viernes, 13 de diciembre de 2013

La vida en blanco. La casa de la portera.

Amos a ver, lo dirige José Manuel Carrasco, el director de "Nuestro hermano", con lo cual, categoría asegurada. Y a esto le añades a una mala bestia como Ana Rayo. Pues claro, ¿qué te vas a esperar? Pues un obrón de tomo y lomo con los ingredientes que más me gustan. Bueno, unos de los que más me gustan. 
A la mayoría de las cosas de las que escribo las llamo "espectáculos". Pero "La vida en blanco" entra en la categoría de radiografías, terapias o casi liturgias.
¿Existe algo más difícil que escribir sobre un ser gris? Gris de normal, de poco sobresaliente, no de aburrido. No hay vidas aburridas, hay vidas sin color. Vidas en blanco. Que pueden esconder tristezas, amarguras, traumas o podredumbres tan grandes o más que las de las vidas brillantes. Una vida en blanco que desvelará a un ser incapacitado. Pobrecita, da como pena, ¿verdad? Tan sosa, tan anodina... ella misma lo dice y se confiesa así. Aunque poco a poco acabará confesando ya no sólo que su vida sea blanca, sino que está en blanco por decisión propia, por sus propias mezquindades. Es una tía asquerosa y llena de complejos que ha decidido vivir encerrada un su amargura y en su propia incapacidad. Y con todo y con eso, aunque ya no sea tan pobrecita, te sigue dando una pena que te cagas porque sufre. Y como tú te crees mejor que ella, lloras al verla. Y si ella ha llorado y moqueado como una perrrrrrra al mirar su propio interior, no ha sido porque sienta compasión de sí misma, eso sería pobre. Se ha desmontado entera porque ve y sabe que es un puto despojo. Y que ella solita se lo ha currado. Ayudada por la fatalidad, eso sí, pero ella solita. No sientes compasión, sientes una profunda tristeza negra que te pone un jersey de ochos alrededor del corazón y te hace querer llorar por las desgracias universales y por la gente que no sabe hacerlo mejor y acaba construyendo mierda. Pero sin querer, por eso te llega.
Dramón intensísimo, que te corroe el interior y te hace pensar cuántas cagadas has hecho en tu vida y por qué poco te has librado. ¿Quién no se ha sentido invisible mil veces? ¿A quién no le han dicho alguna vez que la soledad es muuuuuu mala?
Dificilísimo hacer creíble y coherente un dramón sobre un personaje gris, apagado, sin grandes pasiones ni grandes cosas. El drama de lo cotidiano, de lo real y cercano. Si es que puede ser tu vecina. O tu madre. O tú, si la suerte y/o el destino no te hubieran salvado. 



A este ser vivo le presta su cuerpo y su ser total Ana Rayo. Un fenómeno de la naturaleza de esos que se producen pocas veces. Natural, gris, sufriente, vive en sus adentros todo el dramonazo y el desgarro de su personaje. Pero es que no hay personaje. Ana y esta mujer son un solo ser. Comienza en un punto chungo y jodido y como quien no quiere la cosa, se mete a pasitos en un tobogán emocional que lleva su espíritu por caminos jodidos de cojones. ESO, si no lo vives desde una interiorización de grandiosísima actriz, no funciona. Y te juro que a 30 centímetros de distancia, Ana no miente. Mi más profundísima admiración.    

Joder, lo dejo porque se me ha vuelto a agarrar el corazón y ya estoy llorando como un bobo. O por mi vida en blanco. Ni lo sé.   

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