domingo, 8 de marzo de 2015

La pechuga de la sardina. Valle Inclán (Francisco Nieva)

Las dictaduras son muy malas. Hasta para el recuerdo. Y Franco no sólo se cargó un país, su progreso, su desarrollo y su libertad sino que arrasó a todo aquel que vivió desde España aquellos cuarenta años. ¡Cuarenta!
En ese trabajo digno de Atila, se llevó por delante a muchos creadores que vieron cómo su nombre acababa unido en una paradoja cruel al nombre del dictador. Entre esas víctimas está Lauro Olmo. 
En "La pechuga de la sardina"  hay escondido un texto ácido, muy ácido que refleja una sociedad herida, envidiosa, podrida, prostituida y putrefacta en la que las raíces que intentan florecer viven asfixiadas y atrapadas por convencionalismos y morales sadomaso. Espera... ¿estaba hablando de la España de los años 50 y 60? Es que por un momento... me ha dado la sensación de que hablaba del país al que nos quieren llevar los hijos de aquellos. Ay, no sé, mira, casi que empiezo otra vez. 



El texto de Lauro Olmo nos presenta un microcosmos de lo que podía ser la España de los 60. En la pensión regentada por Juana, víctima de un marido alcohólico y herida de desengaño, viven Cándida, la chica para todo, víctima de una juventud simplona y buscavidas, Soledad, una gran dama víctima de su propio destino, Paloma, víctima de ser mujer en un mundo de hombres, Concha víctima de la falta de oxigeno y Doña Elena, víctima de sí misma y de su envidia tumorosa. Ella es la España envidiosa del extranjero, del resto del mundo, el país enclaustrado que mira a hurtadillas lo que pasa en Europa y babea de rabia negra. Y todas juntas, son como las primas de Bernarda Alba. Soledad está sola, Conchita, Concepción está embarazada, Paloma querría volar pero tiene cortadas las alas, Cándida es la pureza. Y Juana es la raíz, son los pies en la tierra. Es el descaro de quien está de vuelta de todo pero sufre y llora en la soledad de su cama turca sin turco. Hasta en el nombre llevan escrito su fatal destino. 
La fantástica escenografía de Paloma Canseco en la que sin embargo echo de menos algo tan necesario como una radio, junta en un puzle casi como de casa de muñecas a esta panda de mujeres (los hombres pintan poco en esta función) desengañadas y presas en un espacio que, como España, necesitaba el aire fresco de la calle. Aunque lo que habitara la calle fueran aprovechados, putas y beatas (magistrales Marta Calvó y Marisol Membrillo). Texto afortunadísimo sobre le mal que hace la represión, con alguna referencia increíblemente explícita a la España de entonces. Reflejo de la pus y el cáncer que conllevan la envidia, la represión (estremecedora escena en la que doña Elena va a la habitación de Soledad y...) y el aislamiento. Amarguísimo retrato de un país castrado y una sociedad infectada.

Todo el reparto está sembrado. Cristina Palomo lleva la resignación y el empeño en la cara. Es la voz de la inteligencia fría y luchadora. Nuria Herrero domina la escena y no se arruga ante nada ni ante nadie. Se está comiendo la escena y se la seguirá comiendo porque aparte de calidad, tiene carisma y lo mismo se desenvuelve en "La pensión de las pulgas" como en el Valle Inclán. Natalia Sánchez parece que ha nacido con el drama de posguerra en la piel. Adorable, guapísima y con una delicadeza y fuerza interior muy, muy a tener en cuenta. 



Lo de Amparo Pamplona no me lo explico, sinceramente. No sé cómo ni por qué este pedazo de bestia escénica no se prodiga más en los escenarios y en tos laos. Sí, claro que trabaja, pero deberían estar rifándosela todos los directores de escena del país. Aquí compone a una perra herida, mala como Ángela Chaning, con el cuerpo lleno de bilis y mala baba. Es la España enquistada y envidiosa, llena de ira pero deseosa de ser tan libre como sus víctimas. Ese chorro de voz lleno de mala hostia te encoje el corazón. Brutal. Con oficio de maestra. Alejandra Torray es absolutamente divina y está pa comérsela. Si ninguno podemos escapar del gen, ella lo lleva tan dentro que incluso cuando está sencillamente dormida en la cama, derrocha arte y profesión. Tiene una voz que como la de mami, te arrastra a donde quiere, esa voz y esa forma de decir de TEATRO, así con mayúsculas. Puedes oírla y simplemente su voz te da más que muchas actrices que se retuercen en espasmos vacíos. Porte y formas de hacer de gran dama del teatro. Y curiosamente tanto ella como Amparo, María y las demás, tienen esa forma de hacer como de teatro del de antes. No digo añejo ni pasado de moda, no, ni mucho menos, sino teatro del de antes, del de los grandes nombres, teatro de Estudio uno, teatro de Bódalo, de las Gutiérrez Caba, de Berta Riaza, de la D'Ocon... esa forma de hacer que le va que ni pintada a esta pequeña "Colmena". 




Y María Garralón. Hacía mucho que no la veía sobre un escenario (problema mío, porque ella no ha parado de trabajar) y literalmene he flipado. No porque haya descubierto nada que no supiera, porque todos sabemos o deberíamos saber que es una gran actriz, sino porque he descubierto a una actriz PRODIGIOSA. A ver, para ser actriz y para ser grande, hay que saber pisar un escenario y sentirte grande aunque no hagas de marquesona. María pisa el escenario, lo domina, lo llena con su sola presencia, lo habita, lo siente. Lo hace suyo. Y habla y ta caes de espaldas. Si físicamente es la dueña del espacio, con su voz hace un recorrido por todos los matices habidos y por haber. Transmite como si tal cosa todo tipo de matices, de sensaciones, de intenciones, de penas, de socarronería, de puyas... hace lo que le da la gana. Y tiene un encanto y un carisma que consiguen que en cuanto está ella en escena, no puedas apartar los ojos de ella. Voz prodigiosa, matices sabios y brillantes, drama y lágrimas en cada sonrisa y un dominio del escenario acojonantes. Un prodigio ver un nivelazo tan desmesurado de actrices en un escenario. Ellas solitas junto con el gran trabajo de Manuel Canseco dando forma y coherencia a esta gozada de texto y de puesta en escena consiguen que nos demos cuenta de que NO hay teatro anticuado, sino mentes anticuadas y que lo peor que le puede pasar a una sociedad es que la dejan sin oxigeno. Porque acabas como doña Elena. Así que ya sabéis pa las próximas elecciones.  
 

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