martes, 17 de marzo de 2015

El señor Ye ama los dragones. Matadero.

El talento es esa cosa escasa que muy poca gente tiene y que ayuda a que los demás vivamos mejor. El arte es esa otra cosa que tienen muchísimos menos y que hace que los demás soñemos con ser como ellos.
Talento y arte tiene para dar y tomar tanto Paco Bezerra como Luis Luque. El resto del equipo igualmente, porque vamos... no hay desperdicio. 




La crítica social no está reñida con el humor, está claro. Y uno no se convierte en un irreverente por conseguir que la gente se descojone con situaciones y personajes caricaturescos en medio de la dureza de la jodía sociedad en la que nos tienen y a la que nos han llevado.
Magdalena y Amparo son dos vecinonas de esas de toda la vida, de pelu los viernes, tapetes con borlitas de Pontejos, faja pantalón, bandejita de turrones, mirilla reluciente y maldad para dar y tomar. Son dos perras malas. Esas vecinas que todos tenemos o hemos tenido. Malas con avaricia y sobre todo... acojonadas de la vida, del aire, del progreso, del pelo suelto y de los estampados. Sí, estampados sin miedo. Esos estampados horribles que querrían llevar y pasarse al mundo por el fafarique pero que no se atreven a hacerlo por el "qué dirán". Y lo peor de todo es tenerle miedo a la vida, al aire, al horizonte, al otro y a la verdad. Porque luego pasa lo que pasa. Ambas dos perras tienen la desgracia de compartir edificio con una pareja de chinas. Por supuesto las chinas viven en el sótano y las doñas en el quinto y en el ático. Faltaría más. Pero justamente allí donde más ciudad pueden ver, donde más horizonte pueden abarcar es donde se encierra la pus, el aire enrarecido y los pedos bajo la mesa camilla. E igual que un ático puede encerrar a una bruja enquistada y un sótano a la conocedora de la verdad, una comedia como esta puede encerrar un toque de atención crispado e hiriente sobre el mundo que nos rodea. 



Ahí entran en juego el talento y el arte de Paco Bezerra escribiendo este texto divertidísimo, ácido, con un humor cercano, incluso burdo y un poco grueso. Consigue un mosaico de tías, madres, abuelas, vecinas de enfrente y primas sacadas de "Cuéntame" que son tan exageradas que son tremendamente reales. Y esconde varios giros, varios trucos de pirotecnia para convertir tu risa en escalofrío, y tu descojone en estremecimiento. Vamos, que nos endiña un caramelito envenenado de esos que tanto nos gustan y en los que entramos como bobos. Porque nada nos gusta más a todos que reír. Y te ríes hasta con esos chistes salvajes que deberían sofocarte. Pero no. Te partes el culo. Y luego, como en todas las buenas obras, esa sonrisa se te congela, vas notando que igual no deberías haberte reído tanto y acabas acojonao vivo. 
Y claro, pa colmo es que está al mando un ser como Luis Luque, sabio entre los sabios, y con un don especial que va más allá del talento y del arte. Ese don es el que consigue que esta estampa carnavalera, chabacana, casi de peli de Paco Martínez Soria mantenga el sitio concreto, exacto y correcto para lograr su objetivo. Metérnosla. Luque, que se las sabe todas, llama a Mónica Boromello para que cree esta escenografía simbólica y expresiva a partes iguales, al genio de Luismi Cobo para que componga una partitura digna del mismísimo Bernard Herrmann, a Felipe Ramos para que nos enseñe cómo se ponen unas buenas luces, a Elisa Sanz para que diseñe un vestuario a golpe de microscopio y a Álvaro Luna para que nos ilustre con unos audiovisuales y claro, consigue que TODOS los elementos escénicos estén cojonudos y en el punto exacto que deben estar. Y lo mejor de todo, consigue transmitir que interiormente está en un momento dulce, porque a pesar de durezas y de dramones, lo que se escapa por todas partes es alegría, es optimismo y buen rollo. A pesar del ácido, a pesar de lo perras que son estas dos, a pesar de todo, hay luz. La función está llena de luz. Y yo, sentir que me invade el optimismo y la luz, me gusta, qué le voy a hacer...

Chen Lu está deliciosa como la señora Wang. Huichi Chiu está fabulosa como Xiaomei, esa mujer lista y paciente. Aunque... quizá el acento reste un pelín de ritmo a alguna escena. Pero eso en dos días ha cogido cuerpo y peso y ya está. Y las dos mostrencas de Gloria Muñoz y Lola Casamayor... antológicas. Hacen un trabajo expresivo y pa fuera maravilloso. Las odias y las compadeces a ratos. Las querrías matar y te las querrías llevar a casa (aunque fuera para matarlas) y despliegan toda su sabiduría, sus recursos infinitos y su caspa sainetera y vitriólica y te camelan. Están soberbias y maravillosas. Son dos ratas sucias, malas y patéticas. Incluso en ese final... sorprendente no decaen sus... capas de realidad. Son como la Davis y la Crawford, o como Florinda Chico y rafaela Aparicio. Son la una con y por la otra. Dos vacaburras del escenario.

Este montaje va a durar, y durar y durar todo lo que quieran y puedan, porque te lo digo yo y te apuesto lo que sea a que va a ser un exitazo. Tiene todo para serlo. Un texto cercano, inteligente, brillante y divertidísimo, una puesta en escena firme, sabia y luminosa y unas actrizonas... gigantescas. ¿Se puede pedir algo más?    

Ah, las fotazas impresionantes son de Sergio Parra. Bestiales.    

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