jueves, 19 de septiembre de 2013

Marranadas. Matadero.

Me imagino que es verdad que el libro se vendió como rosquillas desde su publicación en el año 1996. Este texto, en una novela, puede ser interesantísimo y con un planteamiento original incluso formalmente. Y también me imagino que será verdad que Alfredo Arias es un actor reputadísimo.  
Pero no todas las buenas novelas (suponiendo como digo que esta lo sea, yo no la he leído) tienen por qué ser buenas funciones teatrales. De estas "Marranadas" mejor no voy a poner ningún calificativo. Mi buena educación me lo prohíbe.
Sólo os voy a contar lo que yo vi. Llegué con ganas de que me gustara. Sobre todo porque seguía embutido en las bondades de la "Cerda" del día anterior. Los primeros veinte segundos me quedé ojiplático. Los siguientes diez minutos, ojipaéllico y el resto pasé del cabreo más monumental a pensar en mis cosas y a ver el momento de salir de allí sin molestar demasiado (estaba en la fila 1).
El proceso de transformación de una mujer en cerda por una sociedad podrida que se muestra incluso más cerda que la propia cerda me sonaba demasiado a Kafka. Pero sin la maestría de Kafka. Y ciertas descripciones que quizá queden monísimas en una novela, en un escenario no funcionan.



Y si esto lo representa un actor oculto siempre bajo máscaras inexpresivas que le quitan todo tipo de conexión con el público, pa qué quieres más. El actor, al estar oculto tras las máscaras estas, se dedica a buscar la expresividad yendo de acá para allá sin ton ni son, con una gesticulación de Drag queen mala, y queriendo subrayar cada palabra con un meneo de cadera, una caída de muñeca o un saltito. Claro, así no hay forma. Y para más inri (qué bonita expresión) empieza a soltar el texto sin parar hasta que termina. Todo del tirón, sin una sola pausa, sin una transición, sin nada que justifique el decirlo todo seguido, sin casi tonos ni nada de nada. Empezó a hablar y siguió sin parar hasta que de repente se acabó la función. Se supone que representa a varios personajes con los que se cruza la cerda Zoe y que son peores que ella y más sórdidos y podridos. A mí me parecían todos iguales, Mujeres, hombres, lobos, perras... Pero en esos monólogos, ni hay pausas para escuchar las respuestas, ni la más mínima transición de un supuesto estado de ánimo a otro, ni la más remota acción/reacción. Es un soltar texto del tirón. A lo mejor es que es un ejercicio de estilo. Pero yo no me cosqué. Se supone además que la cerda está siempre detrás de una gasa, en una especie de habitáculo. Siempre que sale la figura de la cerda, está ahí dentro. Hasta que deja estar. De pronto, lo que parecía un recurso, deja de serlo. Claro, dirigirse uno a sí mismo y hacerse todos los papeles es arriesgado. Sólo se callaba para dar paso a una peli que se proyecta sobre esa telilla de la que hablo. Protagonizada por Pepa Charro, aunque sonaba a algo ya visto, era lo mejor. Estéticamente y formalmente muy chula. Pero claro, si estás deseando que el prota se calle por diossssss... Y encima el pobre tenía tos, pero eso, claro, no tiene nada que ver.

Pues eso, que como sigo embutido por la "Cerda" de La casa de la portera, sólo puedo decir que en mi vida he visto cosa de la manera.  Y que conste que me he cortado mogollón escribiendo esto.

2 comentarios:

  1. Demasiados cerdos seguidos, refúgiate en la poesía. Un abrazo.

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  2. No puedo estar más de acuerdo. Además no podía quitarme de encima una sensación extraña. La película con Pepa Charro me pareció brutal y me gustó tanto, que me fastidiaba, porque yo lo que buscaba era ver una buena obra de teatro... Y no la encontré.
    Por supuesto, el aroma de "Cerda" te durará bastante. Yo la vi en el mes de julio y todavía estoy alucinando.
    Jesús.

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